Capítulo Treinta y Cinco

Rumbo al Bosque

Severus estaba al lado de Valentina, no quería dejarla sola, aunque la primera parte de la batalla había cesado, todavía faltaba la otra parte que decidiría la victoria. Sólo faltaba que Potter se entregara a Lord Voldemort, pensaba que el muchacho ya se había encaminado al bosque.

En ese momento, sus hermanas y prima habían llegado a la habitación, claramente preocupadas por él y al ver a Valentina muerta en el sillón, les llegó el sentimiento de tristeza. Hecate y Constanza abrazaron a su hermano, sabiendo lo mucho significaba Valentina para él. Soledad sólo los miró pero empezó a llorar.

— Perdonenme, perdón…. Todo esto es mi culpa, si no me hubiera metido con esa víbora…. Nuestra familia no estaría en riesgo.

— Aunque no te hubieras metido con ella, estaríamos en la misma situación — dijo Hecate tomando la mano de su prima. — No es tu culpa.

— Da igual — dijo Constanza. — Somos familia y no lo dejaremos de ser, si nos pasa algo en la batalla, nos iremos todos al más allá, juntos.

— Mucha gente piensa que no he tenido tanta suerte en mi vida — dijo Severus acercándose a sus hermanas y prima. — Pero soy tan afortunado de tenerlas y a mis sobrinas, tengo una gran familia con ustedes.

— Severus…. No te olvides de mí.

Los cuatro voltearon para ver a Valentina empezar a moverse en el sillón, ya no estaba la herida en su hombro y el color de su piel había recobrado su tono.

— ¡Valentina! ¡Estás viva! — dijo Severus abrazándola. — Pero cómo…

— Bueno…. La Muerte me puso dos opciones, si ir al más allá o regresar contigo…. Elegí volver — dijo Valentina con una sonrisa. — No pienso dejarte solo en esto, ni a tu familia.

— En realidad, ya eres parte de la familia, Valentina — dijo Soledad con una risita.

— Hay que irnos, esta batalla aún no acaba — dijo Valentina con determinación. — Le enseñaremos a Sartana que se metió con la familia equivocada.

— ¡Así se habla!

El grupo se retiró de la Casa de los Gritos con rumbo a Hogwarts, preparándose para la siguiente parte de la batalla.


Mientras tanto, Harry iba rumbo a su destino. En una parte del bosque había sacado la snitch y dentro de ella estaba la piedra de la Resurrección, Harry la gritó tres veces y frente a él aparecieron sus padres, Sirius, Remus, La Generala y Chávez. Valentina no había aparecido, a lo mejor había sobrevivido.

James tenía la misma estatura que Harry. Llevaba la ropa con que había muerto, el pelo enmarañado y las gafas un poco torcidas, como el señor Weasley.

Sirius era alto y apuesto, y mucho más joven que cuando Harry lo había tratado en vida. Andaba garboso, con las manos en los bolsillos y esbozando una sonrisa burlona.

Lupin también era más joven, de aspecto pulcro y cabello más poblado y menos canoso. Parecía alegrarse de volver a estar en aquel lugar tan familiar, el escenario de tantas correrías de adolescentes.

La Generala lucía más joven y más arreglada. Chávez estaba en un mejor traje y le sonreía a Harry.

La de Lily era la sonrisa más amplia. Se apartó el largo cabello de la cara al acercarse a Harry, y le escrutó ávidamente el rostro con aquellos ojos verdes tan parecidos a los de él, como si nunca fuera a cansarse de mirarlo.

—Has sido muy valiente —le dijo.

Harry se quedó sin habla. Se regalaba los ojos con ella y pensó que le gustaría quedarse allí mirándola por toda la eternidad; no necesitaba nada más.

—Ya casi has llegado —le dijo James—. Te hallas muy cerca. Y nosotros estamos muy orgullosos de ti.

—¿Duele? —Esa pregunta tan infantil brotó de los labios del chico sin que él pudiese impedirlo.

—¿Si duele morir? No, en absoluto —contestó Sirius—. Es más rápido y más fácil que quedarse dormido.

—Y él se encargará de que sea rápido. Quiere acabar de una vez —añadió Lupin.

—No quería que ninguno de ustedes muriera por mí —dijo Harry sin proponérselo—. Lo siento… —Y se dirigió a Lupin como para pedirle perdón—: Tu hijo acababa de nacer… Lo siento mucho, Remus…

—Yo también lo siento —replicó Lupin—. Me apena pensar que nunca lo conoceré… Pero él sabrá por qué di la vida, y confío en que lo entienda. Yo intentaba construir un mundo donde él pudiera ser más

feliz. Tu y Shauna serán figuras paternas para guiarlo.

— No temas, Potter — dijo La Generala. — Estaremos contigo.

— Si, es hora de que le des batalla a esa malvada bruja — dijo Chávez.

Una fresca brisa que parecía emanar del corazón del Bosque Prohibido le apartó el pelo de la frente a Harry. Sabía que ellos no lo obligarían a seguir adelante, que esa decisión tenía que tomarla él.

—¿Se quedarán conmigo?

—Hasta el final —contestó James.

—¿Y no los verá nadie?

—Somos parte de ti —repuso Sirius—. Los demás no pueden vernos.

Harry miró a su madre.

—Quédate a mi lado —le pidió.

Y se puso en marcha. El frío de los dementores no lo afectó, de manera que lo atravesó con sus acompañantes, que actuaron como patronus, y juntos desfilaron entre los viejos árboles de ramas

enredadas y raíces nudosas y retorcidas, que crecían muy juntos entre sí. Harry se ciñó la capa invisible y fue adentrándose más y más en el bosque, sin saber con exactitud dónde estaría Voldemort, pero convencido de que lo encontraría. A su lado, sin hacer apenas ruido, iban sus cuatro valedores; su presencia le infundía coraje y el impulso para continuar caminando.

Su cuerpo y su mente parecían desconectados y sus extremidades funcionaban por sí mismas, sin que

él les diera instrucciones conscientemente; tenía la impresión de que él era el pasajero, en vez del conductor, de aquel cuerpo que se disponía a abandonar. Era una sensación extraña, pero los muertos que caminaban a su lado por el Bosque Prohibido le resultaban mucho más reales que los vivos que se habían quedado en el castillo, de tal manera que ahora, mientras se dirigía dando traspiés hacia el final de su vida, hacia Voldemort, hacia Sartana, los fantasmas eran Ron, Hermione, Mildred, Once, Shauna, Ginny y todos los demás.

Sólo llevaban unos minutos andando cuando Harry vio luz un poco más allá, y Yaxley y Dolohov entraron en un claro que reconoció: era el sitio donde había vivido la monstruosa Aragog. Los restos de

su inmensa telaraña todavía se conservaban, pero los mortífagos se habían llevado el enjambre de descendientes que la araña engendró para que lucharan por su causa.


En medio del claro ardía una hoguera, y el parpadeante resplandor iluminaba a un grupo de silenciosos y vigilantes mortífagos. Algunos todavía llevaban la capucha y la máscara, pero otros se

habían descubierto la cara. Sentados un poco más apartados, dos gigantes de expresión cruel y rostros que recordaban una tosca roca proyectaban sombras enormes. Harry vio a Fenrir, merodeando mientras se mordía sus largas uñas; al corpulento y rubio Rowle, dándose toquecitos en una herida sangrante en el labio; a Lucius Malfoy, vencido y aterrado, y a Narcissa, con los ojos hundidos y llenos de aprensión, los dos estaban con capuchas al igual que los Lestrange.

Todas las miradas estaban clavadas en Voldemort, de pie en medio del claro, con la cabeza gacha y la Varita de Saúco entre las entrelazadas y blanquecinas manos. A su lado, Sartana estaba mirando a Voldemort mientras acariciaba la daga que tenía en la mano.

Parecía estar meditando, o contando en silencio, y Harry, que se había quedado quieto a cierta distancia de la escena, fantaseó absurdamente que esa figura era un niño al que le había tocado contar en el juego del escondite. Harry no vió la serpiente, era muy extraño ya que Nagini siempre estaba al lado de Voldemort.

A lo mejor ya estaba descartada, solo quedaba él y Voldemort, había llegado la hora.

—Creí que vendría —dijo el Señor Tenebroso con su aguda y diáfana voz, sin apartar la vista de las danzantes llamas—. Confiaba en que vendría.

Nadie comentó nada. Todos parecían tan asustados como Harry, cuyo corazón latía como empeñado en escapar del cuerpo que el muchacho se disponía a desechar. Le sudaban las manos cuando se quitó la

capa y se la guardó debajo de la túnica, junto con la varita mágica. Quería evitar la tentación de luchar.

—Por lo visto me equivocaba… —añadió Voldemort.

—No, no te equivocabas.

Harry habló tan alto como pudo, con toda la potencia de que fue capaz, porque no quería parecer asustado. La Piedra de la Resurrección resbaló de sus entumecidos dedos, y con el rabillo del ojo vio desaparecer a sus padres, Sirius y Lupin mientras él avanzaba hacia el fuego. En ese instante sintió que no importaba nadie más que Voldemort: estaban ellos dos solos.

Esa ilusión se desvaneció con la misma rapidez con que había surgido, porque los gigantes rugieron cuando todos los mortífagos se levantaron a la vez, y se oyeron numerosos gritos, exclamaciones e

incluso risas. Voldemort se quedó inmóvil, pero ya había localizado a Harry y clavó la vista en él, mientras el muchacho avanzaba hacia el centro del claro. Sólo los separaba la hoguera.

Sartana alzó la mirada y sonrió macabramente. Valenzuela miró con avidez a Harry y Voldemort, deseando ver su muerte. Los Salazar se rieron con malicia.

Entonces una voz gritó:

—¡¡Harry!! ¡¡No!!

El chico se giró: Hagrid estaba atado a un grueso árbol. Su enorme cuerpo agitó las ramas al rebullirse, desesperado.

—¡¡No!! ¡¡No!! ¡¡Harry!! ¡¿Qué…?!

—¡¡Cállate!! —ordenó Rowle, y con una sacudida de la varita lo hizo enmudecer.

Felicity y los demás estaban atrás, viendo con aprehensión y terror la escena que pronto vendría. Ya habían visto hace unos minutos como Yahir y Valenzuela habían decapitado a Nagini, quedando destruido el penúltimo Horrocrux.

Voldemort y el muchacho continuaban mirándose con fijeza, hasta que el Señor Tenebroso ladeó un poco la cabeza y su boca sin labios esbozó una sonrisa particularmente amarga.

—Harry Potter… —dijo en voz baja, una voz que se confundió con el chisporroteo del fuego—. El niño que vivió... viene a morir.

Los mortífagos no se movían, expectantes; todo estaba en suspenso, a la espera. Hagrid forcejeaba, Valenzuela jadeaba y Harry, sin saber por qué, pensó en Shauna, en su luminosa mirada, sus ojos azules, en el roce de sus labios…

Voldemort había alzado la varita. Todavía tenía la cabeza ladeada, como un niño curioso, preguntándose qué sucedería si seguía adelante. Harry lo miraba a los ojos; quería que ocurriera ya, deprisa, mientras todavía pudiera tenerse en pie, antes de perder el control, antes de revelar su miedo…

Vio moverse la boca de Voldemort y un destello de luz verde, y entonces todo se apagó.