Capítulo Treinta y Siete
La Traidora del Señor Tenebroso
Volvía a estar tendido en el suelo. El olor del bosque le impregnaba el olfato y notaba la fría y dura tierra bajo la mejilla, así como una patilla de las gafas, que con la caída se le habían torcido y le habían hecho un corte en la sien. Además, le dolía todo el cuerpo, y en el sitio donde había recibido la maldición asesina percibía una contusión que parecía producida por un puño de hierro. A pesar de todo no se movió, sino que siguió en el lugar exacto donde había caído, manteniendo el brazo izquierdo doblado en una posición extraña y la boca abierta.
No le habría sorprendido oír gritos de triunfo y júbilo ante su muerte, pero lo que oyó fueron pasos acelerados, susurros y murmullos llenos de interés.
— ¿Estará muerto? ¿Al fin? — susurró Sartana mientras se acercaba a Voldemort.
Más pasos; varias personas se retiraban del mismo lugar. Ansioso por averiguar qué estaba ocurriendo y por qué, Harry separó los párpados un milímetro. Voldemort se estaba levantando, al mismo tiempo que varios mortífagos se alejaban en dirección a la multitud que bordeaba el claro.
Se hizo un silencio absoluto en el claro. Nadie se acercó a Harry, pero él percibía sus miradas, que parecían aplastarlo aún más contra el suelo. Temió que se le moviera un dedo o un párpado.
— ¡Treviño! —indicó Voldemort, y hubo un estallido y un ligero grito de dolor—, examínalo y dime si está muerto.
Arantza se acercó hacia Harry mientras los demás esperaban con ansias la respuesta. Arantza se arrodilló y vió a los demás mortifagos, pudo divisar la mirada de Narcissa y Lucius, los dos estaban preocupados por sus hijos y por María.
— Draco... ¿Draco, Derek y María están vivos? — susurró Arantza, lo suficiente para que Harry escuchara.
— Si — musitó Harry.
Arantza se levantó y volteó para enfrentarse a Voldemort, Sartana y los demás mortífagos.
— Está muerto, mi señor.
Todos soltaron gritos y exclamaciones de triunfo y dieron contundentes patadas en el suelo. Aunque mantenía los ojos cerrados, Harry vislumbró destellos rojos y plateados de celebración. Y mientras seguía así, fingiéndose muerto, lo entendió: Arantza sabía que la única manera de que a Narcissa le permitieran entrar en Hogwarts y buscar a su hijo era formando parte del ejército conquistador. Ya no le importaba
que Voldemort ganara o no.
—¡¿Lo ven?! —chilló Voldemort por encima del alboroto—. ¡He matado a Harry Potter y ya no existe hombre vivo que pueda amenazarme! Finalmente, lo he matado...
— Lo sé, corazón — dijo Sartana con una sonrisa maliciosa.
Voldemort jadeó de dolor cuando sintió la daga de Sartana encajarse en el corazón. Todos los mortífagos miraron con sorpresa la escena, algunos como Valenzuela y los Salazar sonreían con maldad.
— Sartana...
— Lo siento, amor mío, pero los mortífagos ya tienen a una nueva líder — dijo la mujer cuando quitó la daga ensangrentada y Voldemort cayó al suelo, sin vida.
Harry no pudo notar lo que pasó, pero al escuchar a Voldemort jadear de dolor... Solo significaba algo... Sartana lo había matado, Dumbledore se lo advirtió... Ella era la mente maestra de los mortífagos.
La mujer le quitó la varita de Saúco y la alzó al aire, un destello rojo salió de la punta mientras se reía con maldad.
— Finalmente... Después de tanto tiempo, tengo la varita de Saúco y ahora soy su líder, por lo que deberán obedecerme — dijo Sartana maliciosamente.
— ¡Usted es una traidora!
— ¡Avada Kedavra!
El chorro de luz verde golpeó al mortifago y cayó con un golpe seco al suelo.
— ¿Algún otro valiente que me quiera decir algo? — amenazó Sartana.
Está vez, los mortífagos se quedaron callados.
—Y ahora —anunció Sartana—, iremos al castillo y les mostraremos qué ha sido de su héroe. ¿Quién quiere arrastrar el cadáver? ¡No! ¡Esperen!
Hubo más carcajadas y, pasados unos instantes, Harry notó que el suelo temblaba bajo su cuerpo.
—Vas a llevarlo tú —ordenó Sartana—. En tus brazos se verá bien, ¿no crees? Recoge a tu amiguito, Hagrid. ¡Ah, y las gafas! Pónselas; quiero que lo reconozcan.
Alguien se las plantó en la cara con una fuerza deliberadamente excesiva; las manazas del guardabosques, en cambio, lo levantaron con sumo cuidado. El muchacho percibió que los brazos de Hagrid temblaban debido a sus sollozos convulsivos, y unas gruesas lágrimas le cayeron encima cuando el guardabosques lo cogió, pero no se atrevió a darle a entender, mediante movimientos o palabras, que no todo estaba perdido.
—¡Muévete! —ordenó Sartana, y Hagrid avanzó a trompicones entre los árboles, muy juntos entre sí.
Las ramas se enredaban en el cabello y la chaqueta de Harry, pero él permaneció quieto, con la boca abierta y los ojos cerrados. Los mortífagos iban en tropel alrededor del guardabosques, que sollozaba a ciegas, pero nadie se molestó en comprobar si latía algún pulso en el descubierto cuello de Harry Potter…
Los dos gigantes cerraban la comitiva; Harry oía crujir y caer los árboles que iban derribando. Hacían tanto ruido que los pájaros echaban a volar chillando, y hasta ahogaban los abucheos de los mortífagos. El victorioso cortejo desfiló hacia campo abierto, y al cabo de un rato el muchacho dedujo que habían llegado a una zona donde los árboles crecían más separados, porque vislumbraba cierta claridad.
—¡¡Bane!!
El inesperado grito de Hagrid estuvo a punto de hacer que Harry abriera los ojos.
—Qué contentos deben de estar ahora de no haber peleado, ¿verdad, pandilla de mulas cobardes? Se alegrarán de que Harry Potter esté… mu… muerto, ¿eh?
Hagrid no pudo continuar y rompió a llorar de nuevo. El chico se preguntó cuántos centauros estarían contemplando la procesión, pero tampoco se atrevió a mirar. Algunos mortífagos insultaron a los
centauros una vez que los hubieron dejado atrás. Poco después, Harry supuso, porque hacía más frío, que habían llegado a la linde del bosque.
—¡Quieto!
Hagrid dio una pequeña sacudida, y el chico imaginó que lo habían obligado a obedecer la orden de Sartana. Entonces los envolvió un frío espeluznante; Harry oyó la vibrante respiración de los dementores que patrullaban entre los árboles más cercanos a los jardines de Hogwarts, pero ahora ya no lo afectaban, porque el milagro de su propia supervivencia ardía en su interior como un talismán contra ellos, como si el ciervo de su padre se hubiera convertido en el custodio de su corazón.
Alguien pasó cerca de él y supo que se trataba de Sartana cuando ésta habló, amplificando su voz mediante magia para que se propagara por los jardines, anunciando que era la nueva líder de los mortífagos. La voz le retumbó en los oídos.
— Harry Potter ha muerto. Lo mataron cuando huía, intentando salvarse mientras ustedes entregaban su vida por él. Les hemos traído su cadáver para demostrarles que su héroe ha sucumbido. Hemos ganado la batalla y ustedes han perdido a la mitad de sus combatientes. Mis mortífagos los superan en número y el niño que sobrevivió ya no existe — dijo la mujer con malicia. — No debe haber más guerras. Aquel que continúe resistiendo, ya sea hombre, mujer o niño, será sacrificado junto con toda su familia. Y ahora, salgan del castillo, arrodillense ante mí, y los salvaré. Sus padres e hijos, sus hermanos y
hermanas vivirán y serán perdonados, y todos se unirán a mí en el nuevo mundo que construiremos juntos.
No se oía nada en absoluto, ni en los jardines ni en el castillo. Voldemort estaba tan cerca que Harry continuó sin abrir los ojos.
—¡Vamos! —ordenó la Dama Oscura, y Harry oyó que echaba a andar.
Obligaron a Hagrid a seguirlo. Entonces el chico sí entreabrió apenas los ojos y vio a Sartana caminando a grandes zancadas delante de ellos. Pero Harry no podía sacar la varita que llevaba bajo la chaqueta sin que lo vieran los mortífagos que marchaban a ambos lados, bajo una oscuridad que poco a poco iba cediendo…
—Harry —sollozó Hagrid—. ¡Oh, Harry! ¡Harry!
El muchacho cerró una vez más los párpados. Sabía que estaban acercándose al castillo y aguzó el oído tratando de distinguir, aparte de las alegres voces de los mortífagos y sus ruidosas pisadas, alguna señal de vida en su interior.
—¡Alto!
Los mortífagos se detuvieron. Harry los oyó desplegarse frente a las puertas del colegio, que estaban abiertas, y percibió un resplandor rojizo que imaginó era luz que salía del vestíbulo. Esperó. En cualquier momento, aquellos por los que él había intentado morir lo verían, aparentemente muerto, en brazos de Hagrid.
—¡¡Nooo!!
El grito fue aún más terrible porque el chico jamás habría imaginado que la profesora McGonagall fuera capaz de producir semejante sonido. De inmediato oyó reír a otra mujer y comprendió que Antonieta
se regodeaba con la desesperación de McGonagall. Volvió a abrir un poco los ojos, sólo un segundo, y observó cómo la entrada del castillo se llenaba de gente: los supervivientes de la batalla salían a los
escalones de piedra para enfrentarse a sus vencedores y comprobar con sus propios ojos que Harry había muerto.
Sartana estaba de pie, sonriendo con malicia.
Cerró los ojos.
—¡Nooo!
—¡Nooo!
—¡Harry! ¡¡Harry!!
Escuchar las voces de Ron, Hermione, Mildred y Once fue peor que oír a la profesora McGonagall. Tuvo el
impulso de contestarles, aunque se contuvo, pero sus exclamaciones fueron como un detonante, pues la multitud de supervivientes hizo suya su causa y se lanzaron a gritar y chillar insultos a los mortífagos, hasta que…
—¡¡Silencio!! —bramó Sartana. Hubo un estallido y un destello de brillante luz, y todos obedecieron a la fuerza—. ¡Todo ha terminado! —. ¿Lo ven? —se jactó Sartana—. ¡Harry Potter ha muerto! ¿Lo entienden ahora, ilusos? ¡Nunca fue más que un niño que confió en que otros se sacrificarían por él!
—¡Harry te venció! —gritó Rafa. Sus palabras hicieron trizas el hechizo y los defensores de Hogwarts empezaron a gritar e insultar de nuevo, hasta que otro estallido, más potente, volvió a apagar
sus voces.
—Lo mataron cuando intentaba huir de los jardines del castillo —mintió Sartana, regodeándose con el embuste—. Lo mataron cuando intentaba salvarse…
Pero la Dama Oscura se interrumpió. Entonces Harry oyó una carrera y un grito, y luego otro estallido, un destello de luz y un gruñido de dolor; abrió apenas los ojos: alguien se había separado del grupo y embestido a Sartana. La figura cayó al suelo, víctima de un encantamiento de desarme; Sartana arrojó la varita de su agresor a un lado y rió.
—¿A quién tenemos aquí? —preguntó con un tono de falsa dulzura—. ¿Quién se ha ofrecido como voluntario para demostrar qué les pasa a quienes siguen luchando cuando la batalla está perdida?
Valenzuela rió con regocijo e informó:
—¡Es Neville Longbottom, mi señora! ¡El chico que tantos problemas ha causado a los Carrow!
—¡Ah, sí! —afirmó Sartana viendo cómo Neville se levantaba, desarmado y desprotegido, en la tierra de nadie que separaba a los supervivientes de los mortífagos—. Pero tú eres un sangre pura, ¿verdad, mi valiente amigo? —le preguntó a Neville, que se le había encarado con los puños apretados.
—¡Sí! ¿Y qué? —contestó el chico.
—Demuestras temple y valentía, y desciendes de una noble estirpe. Así que serás un valioso mortífago. Necesitamos gente como tú, Neville Longbottom.
—¡Me uniré a ustedes el día que se congele el infierno! —espetó Neville. — ¡Además tengo algo que decir!
Sartana lo miró con frialdad pero lo dejó que hablara.
— No importa que Harry este muerto...
— Calla Neville — lo interrumpio Seamus
— ¡Las personas mueren a diario! — prosiguió Neville- amigos, familiares; sí, hoy perdimos a Harry, pero sigue con nosotros, aquí adentro — dijo tocándose el corazón — junto con Fred, Remus, Tonks, todos ellos. ¡Su muerte no fue en vano, la tuya sí! — dijo mirando a Sartana, quién se reía con maldad — ¡Porque estás equivocada! ¡El corazón de Harry latía por nosotros! ¡Por todos nosotros! ¡Esto no ha terminado!
— ¡Así es, Sartana! ¡Esto no se acaba! — dijo Rafa decidido mientras sacaba del sombrero seleccionador la espada de Gryffindor.
En ese momento, Harry saltó de los brazos de Hagrid y con la varita en mano, atacó a unos mortifagos con la maldición cofringo.
Reinició la segunda parte de la batalla.
