Advertencia: contenido erótico y de carácter MUY oscuro NO recomendable para menores de edad ni para personas sensibles con el tema. El contenido es por demás explícito y perverso, y puede resultar ofensivo para algunxs lectores.

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Pletórico. Así era como se sentía.

Pletórico.

Caminó a través de la Sala del Cristal con cuidada parsimonia, casi como si fuera la primera vez que estuviera entre aquellas paredes, gozando del denso silencio que sólo era invadido por la resonancia de sus solitarios pasos. Como si de un sueño se tratase, como las sensaciones de una vida que no podía reconocer como propia, los recuerdos del parloteo constante y las discusiones diarias que supieron llevarse a cabo en aquel recinto lo abordaron junto con una catarata de intensas emociones traía erizadas a flor de piel.

Tantos años había se había visto obligado a ocultarse para sobrevivir, atado a una fachada de aberrante perfección como el amable y sensato Lorialet para luego poder infiltrarse en las filas de aquella Guardia incompetente como la mano derecha de una líder ignorante y más que inepta, conformando parte del séquito de imbéciles orgullosos que representaba la Guardia Brillante...

Pero por fin aquel suplicio había terminado. Por fin lo había conseguido.

Se detuvo frente al Gran Cristal, contemplando extasiado su obra. Por primera vez en toda la historia de su creación, el tinte zafiro característico del maana se había oscurecido hasta alcanzar un matiz negro más absoluto que la noche más oscura y sin estrellas. Por primera vez en siglos la luz que proyectaba El Oráculo, aquella que brindaba esperanzas y ánimos de lucha a todo ser vivo con sólo contemplarla pero que al mismo tiempo que se burlaba tan cínicamente de él, se había opacado por competo y aquella divinidad imperfecta y sádica había sido silenciada para siempre.

Por fin lo había conseguido, por fin había corrompido por completo al Gran Cristal.

Se irguió en toda su postura, estirando sus enormes alas en toda su longitud para gozar de aquel placer tan deseado, de aquella liberación de su verdadera estirpe y naturaleza luego de tanto tiempo ocultándose en la oscuridad. Por fin había conseguido apoderarse del corazón de Eldarya, de aquella energía primaria y pura que constituía aquel mundo incompleto y que ahora corría líquido por sus propias venas. El maana fluía denso, espeso como su propia sangre y tan excitante como si fuera una extensión más de su propio poder. Podía sentir sus latidos resonando acordes a aquel Cristal monstruoso sumido en las impenetrables tinieblas de la penumbra eterna, como si ahora fueran una misma entidad rigiendo al mundo, sintiendo cada vida de los millones de individuos que constituían, respiraban y vivían Eldarya.

Por fin.

Tantos años. Tanto dolor, tanta angustia y desesperanza. Tanta rabia e impotencia, tanto derramamiento de sangre de los inocentes que se había escurrido por las manos despiadadas de los impuros que se titulaban portadores de la justicia en aquel mundo pútrido y mal concebido.

Tanto, era tanto. Demasiado para una vida, para toda la existencia.

Soltó un profundo suspiro, experimentando cómo la euforia le atenazaba el pecho y le cosquilleaba con un placer febril y desbocado. Por fin lo había conseguido, por fin el sacrificio de Verom y Nauplie, las muertes de sus padres y la extinción casi absoluta de su raza y de todas las criaturas inocentes cobraban un sentido. Aquel día era el nacimiento de un Nuevo Mundo. Una Nueva Eldarya donde impartiría justicia con puño de hierro, sometiendo a todos los reinados y las razas, e incluso a las reglas mismas que regían la estructura de aquella vieja e imperfecta Eldarya que no había traído más que miseria y suplicio durante todos aquellos siglos desde su sanguinaria concepción.

Estaba pletórico, ebrio por el triunfo. Ebrio por aquel vasto poder que por fin le pertenecía y era uno con él.

Ebrio por una felicidad que durante siglos consideró utópica.

—Erika...

Pletórico. Estaba más que pletórico.

Atravesado por las intensas emociones que colmaban su pecho, le resultaba imposible en el punto culmine de su triunfo y satisfacción no pensar en ella, consumido a fuego vivo con sólo evocar su imagen en su mente.

Por supuesto que conquistar Eldarya implicaba también apoderarse de la elegida del Oráculo. Aquella que había aparecido de la nada, llegada de otro mundo y en total indefensión, cambiando la existencia de todos sin darse cuenta pero especialmente la suya. Aquella que había sentido con cada fibra de su cuerpo y que sabía que le estaba destinada, a quien él se había dedicado a proteger y salvar de aquel mundo tan sanguinario, y que poco a poco fue conquistando los corazones de todos quienes la rodeaban, apoderándose del suyo con una facilidad devastadora. Aquella muchacha encantadora, inocente y dulce que había conseguido atravesar la barrera de su falsa fachada de perfección y había despertado aquellos sentimientos que tanto se había esforzado por sepultar en pos de su venganza.

Aquella cuyos sentimientos, luego de tanta angustia y desesperación vivida en aquel mundo tan violento y despiadado, quizás pudieron llegar a ser recíprocos a los suyos... pero que no dudó un solo instante en alistarse a combatir contra él en cuanto estalló la revolución, dejando de lado cualquier atisbo de afecto para derrotar al vil y cruel Daemon que atentaba contra el inestable equilibrio de Eldarya.

Por un instante la ira prendió febril en su pecho, recordando la decepción y la furia justiciera que supo reconocer en los ojos lilas de su amada. Presionó sus puños con fuerza desmedida, sintiendo el acelerado y violento palpitar de su corazón que resonaba en conjunto con el oscuro Cristal, rebosante de una poderosa energía que anhelaba poder descargar para calmar la rabia que le escocía las venas.

Aquella fue la decisión más astuta y radical que había tomado aquella patética pseudo-divinidad: traer a su alma gemela a Eldarya y ponerla en su contra, volverla su elegida y vincularse a ella para infundirle temor y odio hacia él... ¡hacia él! ¡Hacia su alma gemela, la única persona que se había encargado de protegerla aún si eso representaba reducir a cenizas aquel pútrido mundo! ¡Hacia quien más la amaba, quien mataría y moriría con gusto por ella...!

Ah, si El Oráculo siguiera existiendo se hubiera encargado con mucho placer de mantenerlo vivo para poder condenarlo a una tortura perpetua. Había sido muy piadoso con su muerte, tan considerado con aquella entidad tan macabra que aquellos instantes de goce por su dolor y agonía ahora le resultaban insignificantes e insuficientes ante el padecimiento que él había vivido durante tantos siglos...

Se llevó una mano a su frente en cuanto se percató de los temblores de su cuerpo y el sudor frío que despertaban los poderes descomunales del Gran Cristal, reaccionando acordes a los explosivos sentimientos que concentraba en su cuerpo y que deseaban desatarse contra el mundo entero hasta conseguir aplacarse. Aquella concentración de maana era demasiado vasta para cualquier ser vivo y, aunque fuera un Aengel de pura estirpe, le tomaría su tiempo aprender a controlar y no ceder a los placenteros impulsos de sus emociones...

Había pasado demasiado tiempo ocultando sus sentimientos y su verdadera naturaleza como para enloquecer por el poder en cuanto por fin pudo conseguir su venganza. Aquel día comenzaba un Nuevo Mundo que él se encargaría de liderar para traer luz y justicia a aquellas tierras corruptas. Tenía que planear alianzas, negociaciones, reestructuraciones sociales y políticas, ejecuciones para los nefastos ex miembros de la derrocada Guardia Brillante, invasiones...

... tanto por hacer, pero que podía esperar a la celebración de aquella noche. Porque todo aquello era importante, pero lo más valioso de aquel mundo merecía su prioridad y completa atención en aquella velada tan especial que marcaría un antes y un después en la historia de Eldarya.

—Erika...

Las pulsaciones de ira violenta fueron segregándose poco a poco y, si bien las palpitaciones de su corazón estaban lejos de amainar, era más bien por la intensidad de las emociones que el pensamiento de su amada conseguía despertar en él... amor, pasión desenfrenada y un lacerante deseo que venía consumiéndolo como lava por mucho, mucho tiempo.

Ésta vez el recuerdo de su furibunda mirada lila encendió una chispa de excitación que le recorrió el cuerpo como una descarga eléctrica. Le había dolido hasta el alma verla lanzarse hacia él con la espada en mano dispuesta a matarlo como si fuera la peor abominación concebible para la existencia... pero al mismo tiempo se veía tan hermosa en su furia, en sus convicciones que creía justas, enfundada en una brillante armadura y con sus preciosas alas blancas extendidas...

Una espléndida guerrera, una Aengel descendiendo de las mismísimas bóvedas del cielo para traer justicia a la tierra.

Su Aengel. Porque era suya. Siempre lo había sido.

Por más imponente, dolorosa y excitante que fuera su presencia casi divina, logró luchar contra la agónica tentación y mantener la cabeza fría. Nunca estuvo dispuesto a darle el gusto al sádico y morboso Oráculo de combatir a su amada. Su seguridad siempre estuvo en primer lugar para él, por encima de todo y de todos, por lo cual no le tembló el pulso para aprovecharse de la nobleza de su corazón y distraerla en el momento crucial para someterla con un ritual del libro de los Aengels que Verom le había heredado. Había sido cruel, había dañado a quienes quería delante de sus ojos y se había aprovechado de ella arrebatándole la consciencia y capturándola... pero no le importaba. Debía permanecer a salvo y ajena a la violencia y el derramamiento de sangre que se estaba librando en el CG, y él debía desvincularla del Oráculo para que no sufriera el mismo destino que aquella perversa deidad que la había maldecido...

... y por fin todo había acabado. Había conseguido triunfar, había conseguido apoderarse de todo lo que habían negado por tanto tiempo, pero principalmente había conseguido salvar a su amada del destino de mártir que aquel cruel mundo le aguardaba.

Alzó la mirada una vez más hacia la penumbra eterna que refulgía ahora y por siempre en el Gran Cristal, soltando un bufido de satisfacción. Dándole un último vistazo, volteó y finalmente se retiró de la Sala.

Caminó con paso firme por el desolado pasillo de las habitaciones. La pálida luz de la luna se filtraba por la gran claraboya del techo, dándole al CG un aire de sombrío misticismo que le reconfortaba por el contraste de la lumbre y el bullicio que se percibía de las afueras del edificio. Su ejército celebraba la victoria con una efusiva fiesta y un suntuoso festín que él les había concedido, permitiéndoles que gozaran del jolgorio que producía el triunfo y la justicia en sus corazones. Podía comprender sus emociones y, si bien el éxtasis de la victoria lo consumía con mayor fulgor de lo que todos ellos podrían experimentar, él tenía otra idea en mente cuando pensaba en celebrar...

Algo más privado y mucho más delicioso que cualquier otro placer que pudiera ofrecer la existencia...

Casi se vio obligado a detenerse en cuanto el recuerdo de aquella furibunda mirada lila volvió a su mente, estremeciéndose por la excitación que lo recorrió como una corriente eléctrica aún más cruda que la anterior. El cuerpo le temblaba por la expectativa y el deseo puro que lo enervaba de manera dolorosa y comenzaba a arderle como el infierno.

Ah, su preciosa Aengel estaría tan furiosa con él. Furiosa, iracunda y odiándolo con cada fibra de su ser... y lejos de afligirlo, la sola idea lo prendía como un incendio que lo consumía deliciosa y tortuosamente. No importaba cuánto lo odiara, cuánto le temiera porque ella le estaba destinada y tarde o temprano se doblegaría por su amor, aquel amor de almas gemelas que los conectaba desde siempre y por siempre, lo quisieran o no. Y vaya que él lo quería. Lo anhelaba con una desesperación casi animal por cada noche que había soñado y fantaseado con ella, invadido por su belleza e intoxicado con su delicioso aroma, padeciéndolo durante días, semanas, meses... hasta aquel día.

Pletórico. Estaba pletórico, ebrio por el triunfo y el descomunal deseo que se le hundía como una daga en el pecho y le desgarraba el corazón de la necesidad lacerante por su amada.

Se detuvo frente a la puerta de sus aposentos. El gigantesco sello que había trazado sobre su puerta refulgía con aquella energía arrasadora y oscura que para él comenzaba a ser habitual pero que a todos los demás causaba escozor y pánico, al punto de que las habitaciones aledañas habían sido abandonadas por el temor ante cualquier contacto remoto con las paredes que protegía aquel demoníaco hechizo. Un recurso peligroso y mortal que estaba dispuesto a utilizar con tal de proteger a toda costa el invaluable tesoro que reposaba en su interior.

Se sonrió mientras apoyaba una mano en el picaporte y el sello le permitía el acceso al instante. El corazón le retumbaba potente por la expectativa y el cuerpo le temblaba por la excitación, casi como si sintiera aquella mirada lila enfocándose sobre él...

Por fin, luego de tanto tiempo sería suya. Su ira, su tristeza, su alegría... su cuerpo y su alma. Todo ella le pertenecería de una vez y para siempre.

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Abrió los ojos casi con sobresalto, despertando de golpe de un sueño intranquilo que no recordaba, pero que parecía ser más que suficiente para que el corazón le taladrara el pecho con taquicardia. El cuerpo le pesaba toneladas y su mente luchaba contra los vestigios de la bruma del sopor para intentar enlazar el barullo de sus propios pensamientos que no conseguía entender ni razonar. Como si su instinto supiera que se encontraba en un peligro inminente que su psiquis no alcanzaba a recordar o comprender.

Deslizó con torpe pereza una mano donde reposaba y el terso tacto de la seda la sorprendió. Recién allí se percató de la suavidad y comodidad del lecho donde reposaba, retorciéndose entre las sedosas sábanas hasta que su espalda chocó contra un amplio respaldo de madera de cuyo extremo superior nacía un dosel de delicadas cortinas trasparentes. Estaba en una cama. En una amplia cama que no era la suya, envuelta en sábanas que no eran las suyas y en una habitación que le resultaba completamente desconocida.

Los recuerdos del campo de batalla iluminaron su mente de golpe, atravesándola como un relámpago. El agónico grito del Oráculo que resonó por las Tierras de Eel había desgarrado el propio estruendo de la guerra encarnizada hasta incluso perforarle sus propias entrañas, guiándola con dolorosa urgencia hasta la Sala del Cristal con el suplicio retorciéndose en su propio cuerpo como si ella misma lo estuviera recibiendo. Pero por más premura y velocidad que hubiera puesto para anteponerse al padecimiento para conseguir rescatarla, por más que su espada silbó en el aire atravesando a cualquier enemigo y sus poderes resplandecieron justicieros para hacer a un lado a los muchos guerreros que trataron de interponerse en su camino, en cuanto pudo llegar ya era demasiado tarde.

La cálida luz zafiro y el aura de paz que siempre la habían contenido y acompañado desde el primer instante que había llegado a Eldarya se habían apagado para siempre. En el medio de la Sala envuelta en escalofriantes penumbras de una fría desesperanza que le estrujó con dolor inusitado y pavoroso el corazón, sólo él permanecía. Las inmensas alas negras como la noche absorbían todo vestigio de luz, los cuernos oscuros sobresalían de su rubio cabello y sólo aquellos resplandecientes y depredadores ojos esmeraldas brillaban entre la penumbra de sus escleras. Leiftan se presentaba por primera vez ante ella como quien era verdaderamente, rompiéndole el corazón con el amargo veneno de su despiadada traición.

Aquel que le había brindado una invaluable ayuda y apoyo en aquel mundo desconocido y peligroso, con quien había compartido sus penas y temores con la confianza plena de un gran amigo... y que ahora se presentaba como el temible y cruel Daemon que venía acechándola a ella y al Oráculo hacía tanto tiempo en sus sueños.

Lo último que podía recordar eran las lágrimas que le escocían los ojos y el corazón palpitándole acelerado por la agonía y la impotencia, empuñando con dolorosa fuerza su espada y lanzándose hacia él con un impulso de irracional furia de sus blancas alas. Luego todos sus sentidos y su mente se habían sumido en la oscuridad de la inconciencia hasta aquel mismo momento en que despertaba.

La adrenalina volvió a disparársele en las venas y se encontró tanteando su propia vestimenta, comprobando de golpe que la habían despojado de todas las piezas de su armadura e inclusive de su espada. Lo único que traía puesto era la delgada tela de la camisa y el pantalón que usaba por debajo del metal, quedando por completo desarmada ante cualquier enemigo o peligro inminente.

Presionó sus puños con fuerza y sus estresados músculos se tensionaron por el pánico y la furia. Apenas había podido participar de la batalla, ni siquiera pudo secundar a sus compañeros en la lucha y había llegado demasiado tarde para salvar al Oráculo. La impotencia le hervía la sangre y prendía sus entrañas con aquel calor familiar de la Luz de los Aengels que corría por sus venas hasta llegar a sus brazos, encendiéndolos con las chispas blancas de su poder. Aún su cuerpo se encontraba estresado como para ser capaz de liberar sus alas, pero el potente fuego albino que crepitaba en sus manos flameaba con un deseo de justicia que le reconfortó el corazón.

Leiftan los había traicionado a todos. A Eldarya, al Oráculo, a la Guardia y a ella misma.

No tenía idea de lo que había ocurrido luego de que la neutralizara con tal vergonzosa facilidad, pero el sólo recuerdo de aquel monstruo sonriente y condescendiente en su victoria le envenenaba las entrañas y reavivaba su espíritu de lucha. Necesitaba salir de allí, necesitaba recuperar su espada y asistir a Miiko y a los demás para defender el CG de aquellos malditos invasores. No podía quedarse un instante más, debía encontrar a sus amigos, salvarlos de ser necesario y acabar de una vez por todas con el despiadado traidor. Juntos eran imparables y se repondrían de cualquier circunstancia por más fatídica que fuera con la fortaleza y valentía de Valkyon, la inteligencia y el conocimiento de Ezarel, la astucia y destreza de Nevra, y la sabiduría y liderazgo de Miiko.

Sí, una vez los cinco juntos terminarían por repeler a todos y acabarían de una vez por todas con el vil y sanguinario Daemon que se había aprovechado de la bondad de la Guardia por tantos años para apuñalarlos por la espalda y atentar contra el mundo mismo.

Ni siquiera alcanzó a moverse un ápice cuando sintió un aura tan potente como aterradoramente siniestra del otro lado de la puerta de la habitación. Sus ojos se clavaron en el picaporte apenas notó que éste se movía, agazapándose en el lecho como un animal a punto de saltar al cuello de su atacante. Inmóvil, con cada músculo de su cuerpo preparado para la acción y el corazón taladrándole el pecho por el peligro, se aseguró de contener la Luz de los Aengels sólo lo suficiente para que no fuera apreciable a simple vista. Ardiente como magma en sus palmas, deseaba erupcionar como toda su furia y dolor acumulados, pero que se obligó a reprimir sólo para poder contar con aquella pequeña sorpresa a su favor.

Se aseguraría de que ésta vez no fuera tan fácil de neutralizar.

Con la adrenalina inyectada en las venas, observó cómo el picaporte giraba con parsimonia, casi sobresaltándose en cuanto escuchó el click del pestillo. Poco a poco la puerta fue abriéndose, aumentando la estruendosa taquicardia en su pecho que temía que se escuchara por el tenso silencio en el cual estaba sumida la habitación. Se percató del sudor frío que bañaba su cuerpo en cuanto sintió los pasos amortiguados por la alfombra, tensándose como un arco a punto de disparar en cuanto él y su aterradora e imponente aura se hicieron presentes.

Sus miradas chocaron con furiosa intensidad. Ambos le sostuvieron la vista al otro con estoicismo, como en una silenciosa lucha donde ninguno se atrevía a correr la vista o siquiera parpadear por temor a perder por tan sólo unos instantes a su objetivo. Predominaba una potente fuerza en los deslumbrantes ojos esmeraldas que se clavaban sobre ella con una vehemencia lacerante y avasalladora, consiguiendo erizarle la piel. Contra su voluntad, la muchacha se sintió de repente pequeña y acorralada, con los músculos temblándole por la dolorosa impotencia y el corazón desbocándosele de las entrañas por el peligro casi animal que despertaba su sola presencia y su inconmensurable energía maldita.

—No creí que contaría con tener el gran honor de la visita del mismísimo Daemon... —murmuró, escupiendo con marcado desprecio aquella última palabra. Sacando valentía con mucho esfuerzo, se obligaba con todas sus fuerzas a controlar sus alarmas internas de peligro que estremecían su cuerpo. — Por primera vez en persona, y ya no sólo escondiéndose en mis sueños.

Él permaneció en su lugar, contemplándola con profunda atención. Con el pecho colmado de goce y triunfo, la sola visión de su amada por fin a su entera disposición sólo incentivó más el deseo que ebullía ante su agresiva provocación. Claro que había que estar ciego para ignorar su postura de ataque inminente y el odio que destilaban sus hermosas pupilas, pero lejos de disuadirlo sólo sirvió para excitarlo aún más. Su espíritu de lucha, su fortaleza para renacer de las cenizas frente a la peor situación, su dolor por su traición y su ira anhelante de justicia eran los sentimientos que la volvían tan pura y perfecta dentro de la horrenda putrefacción de aquel mundo.

Su luz era capaz de encandilarlos a todos, inclusive al Oráculo. Obnubilados por tal único esplendor estaban más que dispuestos a convertirla en su salvadora y sacrificarla para perpetuar su miserable existencia... y ahora, por primera vez desde que había llegado a Eldarya estaba a salvo bajo sus incondicionales alas, aunque también más que dispuesta a enfrentarlo para salvar a todos aquellos perversos impuros aún a costa de su propia vida.

Era tan... magnífica. Tan devota, hermosa, tan pura... tan suya.

Con lentitud y cuidado empujó la puerta para cerrarla detrás suyo, sin cortar el contacto visual con ella y percatándose de cómo su cuerpo se tensaba ligeramente en cuanto el click del picaporte resonó en el denso silencio de la habitación. No pudo evitar sonreírse por su reacción, conmovido por la ternura que le generaba cual si se tratara de un animalito asustado.

—No tienes por qué sentir miedo, soy la única persona de este mundo a quién no deberías temerle. Conmigo por fin estás a salvo.

Sus palabras le llegaron a la joven como un frío helado sobre su nuca que casi la hizo reír por la ironía. Aquel era el mismo tono indulgente y melodioso con el que tantas veces la había consolado y contenido, sacándole una sonrisa en los peores momentos... pero aunque le resultara irrisorio y difícil de asociar, aquella encantadora voz provenía de aquel maligno y despiadado Daemon que había conseguido traicionar a Eldarya. Como una planta carnívora, había endulzado y conmovido los corazones de todos –pero especialmente el de ella– para ganarse su confianza, cerrándose ahora en torno a sus víctimas para devorarlas por su triste ingenuidad.

La condescendencia de su vil sonrisa y la aterradora bondad de sus palabras le resultaron ofensivas. Tensa como una cuerda se esforzó en concentrar toda la furia e impotencia que hervían dentro suyo en su mirada, tratando de presentarle batalla a la potente y dominante intensidad que quemaban en aquellos perversos ojos esmeraldas que, como en sus peores pesadillas, parecían capaces de perseguirla hasta el fin del mundo.

—Ya déjate de jueguitos, ¿qué has hecho con Miiko y los demás?

Un peligroso destello centelleó en la mirada del Daemon, cargándola con una mayor vehemencia que comenzaba a pesarle a la muchacha. El ambiente de la habitación se percibía cada vez más denso por culpa de la energía maligna e intoxicante que él exhuberaba, y su sonrisa se profundizó para tomar un carácter más sardónico.

— ¿La elegida del Oráculo apenas despierta y lo primero que hace es preguntar por quienes la traicionaron? —Inquirió con el mismo tono de dulce inocencia pero envenenado con un evidente tinte de ironía, avanzando un paso hacia el lecho. — Luego del desprecio, del maltrato y de que se encargaran de borrar tu existencia de la faz de la Tierra, ¿lo primero en lo que piensas es en la Guardia? ¿Para qué quieres saberlo en primer lugar? ¿Acaso planeas escapar de mí y rescatarlos para pelear codo con codo con tus más... leales amigos?

Erika descendió la vista un instante a sus pies y luego volvió a elevarla a la altura de la vehemente mirada del Daemon. El corazón le palpitaba con un nerviosismo tal que le costaba forzar todos sus músculos al límite para evitar que se le exteriorizara.

— ¿Sabes? Es casi admirable tu cinismo para jugar conmigo durante tanto tiempo, y hasta quisiera poder responderte de la misma forma ahora que sé que realmente eres tú el maldito Daemon que nos perseguía, pero mi último recuerdo antes de que me atacaras fue el horrible grito del Oráculo que tú... —se detuvo, con la emoción atorándosele en la garganta. No tenía tanto control sobre sí misma para mantener la ironía y la mente fría.

— ¿Acaso es mentira lo que estoy diciendo? —Ronroneó él, con perversa insistencia. — Aún recuerdo cómo llorabas y te lamentabas en mi regazo por perder a tus padres y a tu hogar, cómo te deshiciste en lágrimas en la playa luego de todo el dolor que te viste obligada a contener por la traición de la poción de Mnémosine... ¿y aun así lo primero en lo que piensas en ellos, en salvarlos? ¿A quienes abusaron de ti para quitártelo todo?

Y dio otro paso hacia ella.

La joven tragó saliva, estremeciéndose por la descomunal rabia que temía que implosionara dentro suyo luego de todo el esfuerzo que hacía contenerse tanto. Las manos comenzaban a quemarle por la Luz de los Aengels que cada vez le costaba más reprimir, ardiendo por la violencia que le generaba tal cinismo macabro que buscaba provocar e incendiar su mente por la ira.

—Tengo que admitir que es hasta sorprendente tu descarada hipocresía —siseó entre dientes, casi temblando por las emociones que la laceraban desde adentro. — Aunque supongo que debe ser natural esperarlo. Debe ser gracioso ver cómo te reíste en la cara de todos nosotros durante tanto tiempo, pero especialmente de la mía, consolándome de día y torturándome en mis sueños por las noches... Así que imagino que estarás disfrutando a lo grande recordando lo estúpida que fui y cómo así de fácil me creí cada una de tus mentiras.

La sonrisa del Daemon se desvaneció de golpe. Erguido de repente en toda su postura, sus oscuras alas se extendieron en toda su gran amplitud y su mirada se encendió con un fuego esmeralda que fulminaba hasta la penumbra consecuente de su poder que cada vez saturaba más y más la habitación. Casi como si estuviera a un instante de lanzarse sobre ella, el corazón de la muchacha se detuvo y un frío mortal le recorrió la columna vertebral durante los segundos más eternos de su vida.

—No me malinterpretes Erika, es genuina curiosidad lo que siento ya que yo nunca sería capaz de burlarme de ti. Nunca tuve que mentir o fingir contigo, porque sólo a ti podía permitirme ser todo lo honesto que nunca pude concederme en mi vida — ésta vez el tono dulce y melodioso fue desgarrado por un gruñido visceral que la estremeció involuntariamente. — Tú nunca tendrías que haber sido parte de esto. Intenté por todos los medios mantenerte al margen, pero El Oráculo jugó sus cartas antes de que yo pudiera hacerlo y te volvió mi enemiga para que pelees a su favor. En realidad ésta no es tu batalla y yo no soy tu oponente, soy la última persona que podría llegar a hacerte daño en la existencia.

Las alarmas de su instinto aullaban en su interior ante el escozor de reconocer en su voz la misma potente y escalofriante intensidad que quemaba en su mirada y que amenazaba con fulminarla en un instante, tal y cómo recordaba en sus peores pesadillas donde la perseguía sin descanso hasta en el último rincón del mundo. Como si los restos de la fachada del dulce Lorialet acabaran por desprenderse y su verdadera naturaleza por fin saliera por completo a la luz.

— ¿Tanto gozas burlándote a costa mía... Leiftan? Bah, si es que ese es siquiera tu nombre —le espetó con las sienes latiéndole por la adrenalina y casi agitada por la rabia que le consumía hasta el propio oxígeno. — ¿Ahora resulta que tú eres el héroe que en realidad estaba salvando al mundo de los villanos de la Guardia? ¿¡En serio planeas hacerme creer que el Daemon de mis pesadillas, el que mató a tantas personas con los fragmentos corrompidos y el que torturó y acabó con el Oráculo con tal despiadada frialdad es el salvador de Eldarya, y la última persona que podría llegar a hacerme daño en la existencia!? ¿¡Así de fácil me creí cada una de tus mentiras como para que intentes convencerme que no eres un maldito asesino psicópata!?

Los ojos esmeraldas refulgieron con una depredadora violencia que supo recordar de sus más abominables sueños donde el monstruo conseguía capturarla. Siempre la tortura sucedía de la misma forma: se encargaba primero de someter con atroz deleite al Oráculo frente a sus ojos, para luego arrojarla a un lado y dedicarse por completo a ella misma. Y ahora el dominante poderío que centelleaba en su mirada le advertía del inconmensurable peligro de volver aquellas pesadillas realidad.

—Tú eres mi alma gemela, Erika —anunció de pronto, alzando la barbilla con orgullo y llevándose una mano al pecho como para contener todas las emociones que pulsaban con impetuoso vigor en su interior. — Estamos destinados el uno al otro, yo nací para ti y tú naciste para mí. Es inconcebible para mí llegar a hacerte daño alguno porque tú eres mi compañera, el amor de mi vida que estuve esperando por tantos, tantos años.

La muchacha parpadeó varias veces, completamente paralizada y anonadada por aquellas últimas palabras que jamás podría haber creído que él pronunciara.

— ¿De qué... de qué mierda estás hablando?

—Estuve esperándote por años, por siglos enteros. Hubo ocasiones en donde sólo la esperanza de alguna vez encontrarte fue lo que único que me mantuvo con vida, e incluso pese a la brecha de ambos mundos que nos dividía pude sentir cuándo naciste... y en ese mismo momento de primera felicidad en mi desgraciada y condenada existencia, comprendí que este mundo corrupto e incompleto no era apto para ti, que como otrora Eldarya entera estaría dispuesta a cazarte y sacrificarte por miedo a nuestra estirpe y en pos de su propia subsistencia. Por ti me decidí a traer justicia y orden a esta tierra maldita e inhóspita creada a base de la sangre de los más nobles, pero... —se detuvo un instante, cuando la rabia atravesó su pecho, presionando su mandíbula con fuerza para que no se le trasluciera en su semblante— aquella maligna deidad artificial decidió traerte en medio de mis proyectos y te expuso a peligros mortales para que ella y Eldarya ganaran tu favor y me convirtieras en tu peor enemigo... —estrujó sus puños con una fuerza dolorosa y sus alas se batieron por la exasperación— ¡A mí! ¡A tu alma gemela, a quien está dispuesto a morir y padecer todas las torturas de este mundo sólo por ti!

La joven lo contempló perpleja, en silencio. Apenas alcanzaba a procesar aquel iracundo discurso cuando el recuerdo de Yêu y Tihn invadieron su mente, rememorando el destino de las Quimeras que los enlazaba entre sí a través de los tatuajes con los que nacían. Yêu en su momento había intentado escapar de la providencia sentenciada naturalmente en las almas de los individuos de aquella raza, pero el tiempo le había demostrado que el poder del destino tarde o temprano llevaba la razón...

Leiftan siempre se había mostrado ante ella y los demás con aquella fachada de dulce bondad y juicioso autocontrol, que ahora comprobaba que recubría no sólo sus intenciones y verdadera naturaleza, sino también sentimientos tan explosivos y volátiles que amenazaban con arrasar todo a su paso ante el primer impulso de ira. Así fue que comprendió que aún en su horror estaba siendo completamente honesto con ella, que aquella intensidad visceral a punto de estallar y consumir la tierra misma era genuina... genuina como su retorcida y sanguinaria mente, tanto como aquella imperativa y abominable... ¿declaración de amor?

Con el pánico sedimentándose como escarcha a lo largo de su columna, algunos recuerdos más volvieron a su mente. Secuencias pasadas donde Leiftan parecía reprocharle su cercanía con los jefes de la Guardia, así como planteos de ciertos celos que en su momento la habían descolocado pero que ahora cobraban un sentido de otra índole. Inclusive el hecho de que la hubiera neutralizado sin causarle un solo rasguño, el que hubiera despertado en aquel lecho y envuelta en sábanas de seda cobraba otro significado, mucho más atroz y aterrador de lo que se había imaginado desde un principio.

El miedo y la furia se comprimieron contra su corazón como un mismo sentimiento. Todo lo que había padecido, todas las atrocidades y muertes que había presenciado a lo largo de aquel mundo eran todas consecuencias del delirio de amor que le profesaba el monstruoso Daemon enfrente suyo. Todas las vidas perdidas y puestas en riesgo, inclusive la del mismo Oráculo, fueron más que prescindibles para él con tal de conquistar Eldarya y apoderarse de ella misma.

Estrujó las sábanas entre sus puños, con la Luz de los Aengels al borde de desatarse de sus palmas y un ardor de incipientes lágrimas en sus ojos. Ella siempre había estado más que dispuesta a luchar por todos, a luchar por El Oráculo y por aquel mundo que, pese a todo el dolor y angustia, había aprendido a amar y considerar su hogar... e indirectamente había resultado ser su misma ruina por culpa de la despiadada demencia del Daemon.

—Estás loco, Leiftan. Lo que describes no es amor, es una masacre sanguinaria en pos al delirio más atroz que se le pudo haber ocurrido a alguien —le cortó, alzando el rostro con amargura. — Puede que tengas razón, que es cierto que todos en este mundo me apuñalaron por la espalda en mayor o menor medida, pero ahora lo único que de verdad lamento desde que llegué a esta horrible tierra es el haber confiado tan ciegamente en ti.

Él permaneció petrificado unos instantes, como una perfecta estatua de pulcro mármol. Aún le sostenía la mirada a la desafiante muchacha, pero todas sus emociones que por un momento parecían a punto de estallar se suprimieron por completo. Fueron unos segundos de tensa quietud, que de pronto se quebraron por la melodiosa risa del Daemon. Contrario a lo que la joven se hubiera esperado, su semblante se distendió y volvió a aflorar en él aquella despectiva sonrisa condescendiente, iluminándose sus ojos con aquel destello depredador esmeralda.

—Cariño, a diferencia de los ineptos de la Guardia, tú nunca hubieras tenido la oportunidad de desconfiar de mí. Soy tu alma gemela. Instintivamente tu cuerpo y alma me pertenecen, y aunque todo el mundo se hubiera esforzado en ponerte en mi contra, aun así no hubieras podido resistirte por completo a mí.

Y avanzó otro paso hacia el lecho, quedando sólo a una zancada de ella.

—Estás loco. Completamente desquiciado —le espetó con una mueca de repugnancia y espanto, temblando ante la sorprendente fuerza de su demente convicción. — Tú no eres mi alma gemela porque nunca podría tener como alma gemela a alguien capaz de bañarse con la sangre de cualquiera que se cruce en su camino y se justifique a sí mismo con la patética excusa de que lo hace por mi bien.

— ¿No te lo ha dicho Fáfnir ya? "Tu corazón tiene el poder de ver la verdad" —le recordó, con aquella sonrisa tan inquebrantable como él mismo. — En tus sueños, en tu subconsciente y en tu corazón siempre estuvo presente la verdad porque tú no puedes escapar de mí... tu alma está atada a la mía y aunque El Oráculo y Eldarya te hayan enseñado a temerme y odiarme, instintivamente tu alma sabe que soy su dueño y sólo encontrará el apoyo y el afecto que tanto anhelas en mí.

—Eres un maldito psicópata. ¿En serio no puedes ver más allá de tu enferma y abominable obsesión? ¿¡En serio puedes llamarle a esto amor!? —Gritó impotente, causando que su voz temblara. La catarata de emociones que desgarraba su pecho ya era demasiado intensa como para poder contenerla más. — Dime qué has hecho con Miiko, Ezarel, Nevra y Valkyon, o... o me encargaré de demostrarte a la fuerza cuán erróneo y atroz es en verdad tu abominable delirio de almas gemelas...

Leiftan descendió un ápice su mirada y profundizó su sonrisa ante la postura de inminente ataque de la muchacha, imperturbable frente a sus insultos y amenazas. Luego volvió a alzar la vista y el semblante de guerrera desafiante de Erika pudo contemplar aquellos ojos que ardían como el infierno por aquel demente amor que había condenado a todo el mundo.

—En serio eres tan... tan hermosa, tan magnífica... ¿con que quieres jugar, cariño? Ahora tenemos todo el tiempo del mundo para ello... déjame a mí demostrarte que puedo ser tanto el príncipe que te rescate como la bestia que te someta.

Y avanzó el último paso que los distanciaba.

Casi al momento las chispas blancas encendieron los brazos de Erika con la Luz de los Aengels, lanzándose hacia él con toda la ira y la impotencia que había estado conteniendo todo el tiempo. Con los puños al frente para atacar y defenderse, lanzaba golpes directos que dejaban estelas de luz a su paso, haciendo retroceder a Leiftan y sin permitirle reaccionar más que para obligarlo a defenderse.

Furiosa y traicionada, apuntaba a su rostro y torso. Golpeaba a diestra y siniestra con toda su fuerza, avanzando sobre su oponente con hábil facilidad. Cada vez que su puño llameante impactaba contra algún bloqueo de él, sentía cómo purificaba su energía y conseguía quemarle la piel, envalentonándose y peleando con toda la fuerza mental y física que tenía.

Sin embargo pronto notó que ninguno de sus golpes alcanzaba realmente a su objetivo y, salvo el progreso en el espacio, no conseguía hacer ningún avance considerable sobre su enemigo. Contrario a su furia e ímpetu, Leiftan lucía relajado y con la sonrisa imperturbable, cediéndole el terreno y la ventaja sin ejecutar ningún ataque hacia ella. Su defensa parecía inquebrantable y comenzaba a exasperar a la joven, quien se esforzaba al límite por franquear alguna barrera y derribarlo.

Permanecieron así durante unos minutos hasta que la agitación se hizo visible en ella, lo cual no pasó desapercibido para el Daemon que de inmediato esfumó la sonrisa en su rostro. Un instante antes de que uno de los puños de la joven impactaran contra él, Leiftan se impulsó hacia atrás con un brusco aleteo y puso una amplia distancia entre ambos. Ante el cambio de trayectoria del golpe, la muchacha perdió el equilibrio durante los segundos suficientes para que él volviera a impulsarse con sus alas hacia ella, empujándola contra el lecho y atrapando sus brazos y su cuerpo debajo del de él.

— ¡No...!

—Ya es suficiente, cariño. Entiendo que estés enojada y necesites desahogarte, pero aún no dominas del todo tus poderes y no puedo concebir que te hagas daño.

Retorciéndose desesperada contra él, sus brazos volvieron a encenderse con la Luz de los Aengels, dispuesta a liberarse a toda costa de su captor. Sin embargo, lejos de sentir que purificaba su energía como instantes antes con sus golpes, ésta vez el poder oscuro y contaminante del Daemon la sobrepasó con facilidad y envolvió sus muñecas con su energía densa, presionándolas con una consistencia metálica tal como una cadena que se aferrara a ella y se anclara al respaldo de la cama para inmovilizarla.

—Por favor, no hagas mucha fuerza al intentar liberarte, no lo conseguirás y no quiero que te lastimes —le pidió con aquel venenoso tono dulzón, ascendiendo una mano por los brazos de la muchacha en una caricia suave por aquella extensión de su piel.

— ¡Suéltame, maldito! ¡Maldito traidor, maldito desquiciado!

El cuerpo de Leiftan se cernió encima suyo, cubriéndolos a ambos con la negrura de sus alas donde la única luz provenía del vehemente destello esmeralda de cruel lujuria de los ojos del Daemon. La joven se retorcía con todas sus fuerzas para tratar de liberar sus manos o escurrirse de debajo de él, interrumpida por un chillido involuntario que escapó de sus labios en cuanto él abrió sus piernas para ubicarse bien y con comodidad entre ellas.

Descendió el rostro hasta el fino cuello de la muchacha y apoyó sus labios con cuidadosa delicadeza sobre la cálida zona de la vena que le transmitía los latidos de su amada. Erika se estremeció por el frío de la hiel que le transmitió aquel beso tiránico y maldito de dominación, experimentando un escalofrío tenebroso contra el cuerpo de aquel villano.

—No tienes nada de qué preocuparte, mi amor. Ahora es mi turno de jugar y verás cómo hasta tu propio cuerpo sabe que eres mía. A partir de hoy me encargaré de que sólo sientas placer por el resto de nuestra vida juntos.

— ¡Estás loco, Leiftan! ¡Estás loco, desquiciado, demente! ¡No soy tu alma gemela, tú eres el ser más vil y despiadado que pudo nacer en esta existencia!

El Daemon levantó el rostro y la contempló con una chispa de diversión en su semblante. Luego descendió la mirada con descarado detalle por el cuerpo de la joven, casi que lamiéndola con la vista y deleitándose pese a las prendas que aún conservaba, hasta que volvió a ascender a la altura de sus ojos. El ceño fruncido, la respiración agitada, las mejillas sonrojadas por el esfuerzo y las suaves hebras de cabello rebelde enmarcaban la mirada violácea furibunda por libertad y justicia.

Era un verdadero ángel en aquel mundo impuro e inmundo.

—Y tú eres el ser más bello que haya pisado esta tierra maldita.

Al momento se lanzó hacia la boca de la muchacha, atrapando sus labios por sorpresa en un beso hambriento. Excitado por una exasperación lacerante y con una intensidad que rayaba la desesperación besó cada ápice de tersa carne, profundizando con su lengua y apoderándose por completo de su boca. Era tan suave, sedosa y delicada. Aquel anhelo por el que había soñado por tanto tiempo por fin se volvía realidad, y ni en sus sueños más húmedos habría imaginado una delicia más maravillosa como la que estaba saboreando en esos instantes. Ebrio de goce y con una sed calcinante por ella que crecía hasta el delirio, descendió sus manos hasta el escote de la camisa de Erika y de un tirón rasgó la tela.

Una protesta se ahogó en la garganta de la joven, presa del asalto de aquel beso bestial y desenfrenado. El frío de la desnudez lamió de pronto la piel de su torso hasta que el calor asfixiante de las manos del Daemon se envolvió con anhelo en sus pechos. El simple contacto la tensionó y se retorció como pudo para intentar liberarse del repulsivo sometimiento que ejercía Leiftan, paralizándose al instante en cuanto él pegó de golpe su cadera contra el centro de su intimidad y restregó su gran y dura erección sobre ella. Aún pese a la barrera de las ropas que los separaba, era completamente capaz de percibir el considerable tamaño y grosor que ostentaba, arrancándole un gritito involuntario que fue absorbido por el depredador beso.

Cuando por fin el Daemon consideró suficiente, liberó de su desbordante pasión los labios de la muchacha para descender en un camino de húmedos besos por su barbilla y su cuello hasta llegar a su pecho. Tratando de recuperar oxígeno y de recomponerse de aquella intensidad arrasadora, Erika dio grandes bocanadas de aire y volvió a forcejear contra las cadenas de sus brazos con toda la fuerza de su desesperación.

— ¡Para...! ¡De-detente... detente, maldita sea...ah!

Él se sonrió, amasando en sus amplias manos la tersa redondez de sus pechos. Se deleitaba con su textura y aquella forma tan encantadora que tenían, siendo pequeños y delicados, con un atractivo sugerente que le incitaba a masajear y sentir su peso en el centro de sus palmas. Casi que podía sentir su corazón palpitante a través de la piel, retumbando deliciosamente contra sus manos, como reafirmándole la excitante realidad de tener por fin a su amada a su merced. Eran tan hermosos, una vista de ensueño que podría devorar con la mirada por todo el tiempo que le restaba al mundo, tentándolo a acariciar con juguetona picardía sus sobresalientes pezones.

— ¿Acaso lo estás disfrutando...? —Ronroneó, notando cómo la joven presionaba su mandíbula con fuerza y la furia la exasperaba aún más.

— ¡Ya quisieras! ¡Tú sólo me causas repulsión y desprecio! ¡Suéltame y verás cómo... cómo...!

Se mordió la lengua al momento en que él descendió su rostro hasta alcanzar con su boca uno de sus pechos. Sus dientes capturaron la tierna redondez de la carne a la par que su lengua incitaba a su pezón con suaves lamidas, succionando primero con juguetona lentitud hasta crecer en fuerza y duración, arrancándole suspiros entrecortados a su presa. Temblorosa, ella luchaba contra aquellas traicioneras sensaciones que despertaban en su patético cuerpo y comenzaban a nublar su mente del verdadero eje y de su horrible realidad, esforzándose con todo su ser de resistir para conseguir al menos salvar su alma del delirio conquistador del Daemon.

Sin embargo un pequeño chillido de sobresalto brotó de sus labios en cuanto notó que una de las manos de Leiftan se había escurrido por debajo de su pantalón y acariciaba su intimidad por encima de la delgada tela de sus bragas. Moviendo sus dedos con delicadeza en un amplio y sugerente movimiento circular, consiguió estimular contra su voluntad varias fibras sensibles que hicieron vibrar su cuerpo, provocando que arqueara la espalda de manera involuntaria y que una chispa se encendiera en su bajo vientre.

—Mmm... tengo la ligera sospecha de que no estás siendo honesta... puedo sentir cuán húmeda estás aún pese a la tela—rió suavemente, levantando el rostro para presenciar las reacciones en el semblante de la muchacha que comenzaban a traicionarla.

— ¡Para...! ¡Para de una vez...! ¡Pelea conmigo, maldita sea! ¡Detén esta estupidez y... enfréntame... cobarde...!

Un nuevo sonido de tela rasgada la interrumpió, petrificándola hasta que el contacto directo del pulgar del Daemon sobre el brote cálido y palpitante del clítoris prendió cada fibra de su cuerpo como un relámpago que se disparara desde su intimidad hasta su mente. Con una dulzura venenosa lo acariciaba en un movimiento lento pero amplio, con una suave presión que exacerbaba el palpitar de su centro de placer y la estremecía por completo con aquellas sensaciones que por su bien no se atrevía a definir o admitir.

Para cuando él introdujo un dedo en su interior, un pequeño gemido se escapó sin querer de su garganta. Como una bocanada de fuego, su bajo vientre se prendió en un incendio que comenzaba a devorar su razón y la nublaba con una bruma de deseo. Impotente hasta casi las lágrimas, su dolor y anhelo de justicia empezaban a ceder ante aquellos impulsos animales de la cruel lujuria que conseguía despertar aquel vil y despiadado Daemon contra su voluntad.

—No es necesario sufrir ni resistirse, cariño —ronroneó Leiftan acercándose a su oído, recorriendo su oreja con sus labios en una caricia superficial. — ¿No lo ves? A partir de hoy eres libre, ya no tienes que ser su heroína. No tienes que luchar o morir por nadie más, ya no necesitas cargar con el peso de ser la elegida del Oráculo o la salvadora de Eldarya...

Un segundo dedo se introdujo en el interior de la muchacha. Bombeaban entre sus húmedos pliegues con un ritmo marcado y profundo, tratando de escurrirse cada vez un poquito más allá. Erika ahogó como pudo un gemido, temblando por el espiral de sensaciones que despertaba el toque malvado y tentador del Daemon, reducida a la impotencia ante la evidente derrota que se cernía sobre ella como aquellas tinieblas del deseo que estaban arrasando su mente.

—Basta, yo... necesito... Miiko y los demás me necesitan...

—Te convirtieron en su heroína pero no tienes por qué serlo —descendió hasta su cuello y lo besó con fervor, aumentando el ritmo de sus dedos contra la intimidad de la joven. — Has pasado por tanto, mi princesa. Tanto dolor, tanta angustia... todo eso terminará hoy, no te preocupes. Me encargaré de que sólo el placer sea lo que te arrebate el aliento durante el resto de nuestra vida juntos...

Clavó los dientes con juguetona suavidad en aquella zona del terso cuello donde su corazón palpitaba a través de su vena, succionando la piel con fervor. Deseaba marcarla, dejar mil huellas de su amor y pertenencia sobre aquel ángel puro y maravilloso que se estremecía tan deliciosamente debajo de su cuerpo.

—No... yo no... no soy... —un gemido ahogó sus palabras en cuanto el poco autocontrol que le quedaba cedía ante el magma que hervía en su intimidad y amenazaba con estallar en cualquier momento. — ¡No... no...! ¡Por favor, detente!

Y contra todo lo que hubiera creído, él se detuvo. De repente su mano dejó de asediar su sexo, su cuello se liberó de la intensidad de sus besos e incluso dejó de sentir su peso sobre el lecho.

Aturdida y agitada, tardó varios segundos en reaccionar. El cuerpo le temblaba por la frustración de aquel orgasmo tan próximo que no pudo llegar, pero que su mente agradecía que nunca hubiera llegado. Nunca había vivido un estado de tal abstracción por el deseo, menos aún en contra de su propia voluntad, y el hecho de que hubiera estado a punto de someterse a los abominables delirios de Leiftan le infundía un infinito terror.

Aquellos instantes de frustrante victoria se esfumaron con el suave tono de aquella risa melodiosa que tanto temía. Sus piernas se encogieron e, involuntariamente, los resabios del deseo palpitaron lejanos en su intimidad al reconocer al dueño de aquella voz. Erika alzó el rostro y contempló al Daemon con el torso ya desnudo y deshaciéndose de lo que le restaba de vestimenta. Tembló al contemplar su increíble musculatura que le daba un aspecto aún más peligroso y dominante que antes, reparando luego en el destello depredador de sus ojos esmeraldas que parecían que habían permanecido clavados todos esos instantes sobre ella.

Tragó saliva con fuerza.

—Lamento haberte interrumpido cariño, pero confío que comprenderás... ya no puedo aguantar más...

Al deslizar por fin su ropa interior, su miembro se expuso duro y orgulloso a la vista de Erika, causando al momento que se estremeciera e intentara volver a forcejear con las cadenas que mantenían cautivas sus muñecas. Tal como lo había sentido y temido, su considerable tamaño y grosor estaban muy por encima de la media y la sola idea de que su tortura continuaría con aquella cosa entrando en su intimidad contra su voluntad provocaba que se encogiera contra el respaldo de la cama.

—No, espera... espera, espera Leiftan...

Una sonrisa sardónica afloró en el rostro del aludido, volviendo a subir al lecho y aproximándose a la muchacha que retrocedía y se apretujaba cuanto podía.

— ¿Me tienes miedo, cariño? ¿Dónde ha quedado tu espíritu de lucha?

—Esto ya fue demasiado lejos, basta. Termina de una maldita vez con esta locura...

Con un ágil movimiento capturó los tobillos de la muchacha y la arrastró hacia él, arrebatándole un chillido de los labios. Aferrado a sus muslos, acabó por rasgar su pantalón y se encargó de envolver las piernas de la joven con firmeza alrededor de su cadera. Su enorme miembro presionaba directamente contra la húmeda y palpitante intimidad de ella, arrancándole un suspiro a ambos por el contacto e incitando al Daemon a restregarse deseoso contra su clítoris.

—Ah, por fin cariño... ¿lo sientes? Esto es lo que me haces cada día, lo que vengo padeciendo desde que te he conocido...

—Para... por favor... esto ha ido demasiado lejos... —suplicó, atrapada por sus manos aferradas como acero a su cadera, siendo torturada por aquel imponente miembro que se frotaba contra el centro de su placer. — ¡Basta!

—No sabes la agonía que me causaba verte detrás de los jefes de la Guardia, ver cómo tu luz amparaba a todos aquellos desgraciados que estaban más que dispuestos a sacrificarte por su propio bienestar, a la vez que me iba ganando tu odio y resentimiento por culpa del Oráculo... —suspirando, comenzó a aumentar la velocidad en el movimiento de su pelvis— ah, pero por fin podré hacerte mía. Desde este día y para toda la eternidad.

El Daemon frenó aquel roce excitante para ubicar bien la gruesa punta del glande en la entrada de la vagina. El dolor lacerante de aquella erección tan prolongada palpitó enervado en contacto con los fluidos de la muchacha ante la cálida estrechez que ya iba percibiendo y que lo atraía poderosamente hasta su interior.

—Leiftan, por favor... —sollozó al sentir la inminente invasión, temblando de espanto ante aquel grosor y tamaño excesivo— por favor... te lo suplico...

—No hay nada que temer, mi ángel. Ambos fuimos hechos para el otro, tú naciste para mí y hoy te amoldaré a mí, sólo yo podré realmente complacerte.

—No, no... ¡para, no! ¡NO!

Un grito se le atragantó en cuanto Leiftan hundió todo su miembro en su interior de una poderosa embestida que le arrebató el aliento. Aquella cosa dura, gruesa y palpitante la penetró por completo, atravesándola en dos con un dolor incendiario que creía que le llegaba casi al estómago, nublándole en oscuras tinieblas el pensamiento y la capacidad de razonar.

Cruel e implacable adoptó un ritmo casi bestial donde retiraba su pene sólo hasta la punta para volver a introducirse completamente de una sola estocada en su interior, sin concederle un solo instante de piedad. Sus caderas se movían a una velocidad casi desesperada y con una fuerza descomunal con la que parecía querer fundirse en el interior de la muchacha, penetrando y colmando cada fibra sensible de su cuerpo.

—Ah cariño... eres increíble... eres tan estrecha, me... me aprietas tan fuerte...

Apenas tuvo noción de los jadeos del Daemon. Las sensaciones de dolor y de placer eran tan intensas que sometían cualquier pensamiento racional y se entremezclaban entre sí al punto de que perdió por completo la capacidad de distinguir cuál era cuál. Toda noción y ánimo de lucha o rebeldía fueron dominados por aquel vil y monstruoso miembro que se apoderaba de su interior e inclusive de su propia alma, arrancándole gemidos estridentes que ya no podía contener... y que ya no quería contener.

El infierno mismo quemaba en su bajo vientre con una potencia que amenazaba con estallar en cualquier momento, prometiéndole un placer descomunal y animal que de repente anhelaba con una desesperación mortal.

Aferrado a sus caderas con la fuerza del acero, Leiftan se sentía tan consumido por la lujuria cruda que se sentía al borde del delirio. Su interior cálido y por demás húmedo casi lo estrangulaba con aquella deliciosa estrechez que lo enloquecía, cada vez más excitado y deseoso por poseerla, por demostrarle que era suya. En un impulso arrebatado tomó sus temblorosas piernas y las flexionó hasta el pecho de la muchacha, cerniéndose encima de ella y apretándola contra el lecho con embestidas cada vez más bruscas, llegando todavía más profundo por el cambio de posición.

— ¡Ah...! —Gimió en sobresalto, pequeña y comprimida entre el colchón y el gran Daemon encima suyo. — ¡Es demasiado... ah! ¡Es... mucho...!

Era cada vez más duro, cada vez más potente y cruel en una vorágine de sensaciones descomunales con las cuales la torturaba con aquel enorme miembro que se hundía en ella sin compasión. Consumida y dominada por el placer más crudo y primitivo, su cuerpo se estremeció con fuerza cuando alcanzó a ser colmada por el placer y el orgasmo inundó por completo todo su ser. Como un estallido, como una erupción volcánica, toda ella se incineró por la lujuria que ardía desde su bajo vientre y se expandía hasta devastar inclusive su propia alma.

El clímax de la joven no pasó en absoluto desapercibido para Leiftan. Extasiado por cómo su interior se comprimía ante el esfuerzo del orgasmo, se sentía cada vez más próximo a llegar y aceleró aún más su vaivén en anhelo de acompañar lo más pronto posible a su amada.

—Ah, Erika... yo... yo te amo. Te amo... tanto, tanto, mi princesa...

Penetrándola de golpe con toda la fuerza de sus caderas en ella, sus mandíbulas se tensaron y un gruñido ronco brotó de sus entrañas cuando el clímax lo atravesó como un rayo y se dejó ir en su cálido interior. Pletórico, ebrio de un placer casi irreal, cada fibra de su cuerpo ardía de lujuria por su amada mientras eyaculaba en lo más profundo de su sexo.

Aquel anhelo con el que había fantaseado por tanto, tanto tiempo, por fin se hacía realidad. Por fin había conquistado Eldarya, por fin había corrompido al Oráculo.

Y lo más importante, lo más vital: por fin Erika era suya. Pura y completamente suya.

Le tomó varios segundos reaccionar de la abstracción en la cual lo había sumido el éxtasis. Con lentitud se retiró del interior de la joven y se corrió de encima suyo, apoyándose en un brazo sobre el colchón para darle espacio y permitirle que estirara las piernas luego de semejante esfuerzo físico.

Sin invadirla, permaneció silencioso contemplándola. Su pecho agitado subía y bajaba por la necesidad de oxígeno, su cuerpo estaba bañado por sudor y sus hermosos ojos lilas aún estaban nublados por los vestigios del orgasmo que había experimentado. Lucía más bella y tierna de lo que se había imaginado en sus más audaces fantasías y se sonrió a sí mismo al encontrarse una vez más embobado admirándola.

Quería darle su espacio pero no pudo resistirse a extender una mano para acariciar con suavidad su mejilla, casi como si necesitara comprobar que era real. En un dulce mimo recorrió la piel hasta sus labios entreabiertos, acariciando con sutil delicadeza de su pulgar su textura tersa e hinchada por sus besos, siendo tomado por total sorpresa cuando sintió el tacto húmedo de la lengua de ella recorriendo la yema de su dedo con sugerente parsimonia. Leiftan parpadeó escéptico, notando cómo el brillo había vuelto a los encantadores iris lilas en el momento en que la boca de la joven se cerraba en torno a su dedo y lo succionaba juguetonamente en un gesto tan erótico que de inmediato sintió cómo su glande le tironeaba otra vez por la excitación y el deseo.

— ¿Estás insinuándome algo, cariño?

La muchacha abrió su boca para liberar su pulgar, corriendo el rostro ante el pudor que sonrosaba sus mejillas.

—Yo... creo que... — se detuvo, temblorosa, y bajó aún más la voz: — quiero un... un poco... ¿más?

— ¿Has dicho algo? Tu voz suena encantadora cuando susurras pero no puedo entenderte si no hablas alto y claro.

Erika le devolvió una mirada suplicante ante su provocación, suspirando resignada.

—Quiero más —anunció con todo el valor que pudo acumular, corriendo de inmediato el rostro ante la reacción divertida en el semblante del Daemon.

—Ah, como música para mis oídos. Por supuesto mi princesa, no existe mayor placer para mí en esta existencia que satisfacerte.

Se inclinó encima suyo y volvió a unir sus labios en un beso. Fue más dulce que antes, pero no por eso carente de intensa pasión. Besar aquellos labios había sido su anhelo más deseado, y sentir cómo ésta vez ella participaba con la misma necesidad que él, prendió las llamas de la excitación una vez más. De un gesto de su mano, las cadenas que aprisionaban las muñecas de la muchacha se desvanecieron en el aire, liberándola para poder estrecharla en sus brazos y profundizar aquel beso. Pronto aquel ritmo lento resultó insuficiente y la lujuria dio paso a aquel deseo animal por el otro, hundiéndose ambos en los labios de su amante con una ardorosa y calcinante intensidad.

De pronto Leiftan cortó aquel beso con arrebato, clavando la mirada en los ardientes ojos lilas donde crepitaba el deseo, acostándola de repente boca abajo en el lecho. Aprisionándola otra vez con su propio cuerpo, corrió su cabello a un lado para poder acceder a su cuello y besarlo con fervor, recorriendo la delicada extensión de su espalda con adoración. Toda ella era tan suave, tan tersa y delicada que se deleitaba con tocarla y recorrer la curva de su cintura, descendiendo hasta sus impresionantes nalgas que no pudo resistir amasar con lujuria.

—Eres tan hermosa, podría pasarme la vida entera recorriendo tu cuerpo y seguiría maravillándome como el primer día...

Levantó las caderas de la muchacha hasta que su erección fue apoyada en su culo y comenzó a frotarse entre la presión de sus hermosas nalgas. Con lacerante parsimonia pero a lo largo de toda la extensión de su glande, incitándolos a ambos con una tortura excitante que adoraba.

—Leiftan... por favor...

— ¿Qué ocurre, cariño?

—Yo... te necesito, por favor... por favor...

Él se sonrió.

—Ah, por supuesto, mi princesa. Tus deseos son mis órdenes.

Apretó su miembro tentadoramente por todo el recorrido hasta la entrada de su vagina, suspirando de deseo al sentir sólo en la punta otra vez aquella humedad y calidez que anhelaba volver a recibirlo. Pese a que sólo momentos antes ya habían mantenido relaciones sexuales, eso no impidió que volviera a penetrarla por completo con una embestida potente y un vigor más que renovado.

Rudo y enérgico, entraba y salía de su intimidad con el mismo ritmo animal. Estrujando las sábanas de seda en sus puños con una excesiva fuerza, Erika se entregó al placer crudo que desataba aquel monstruoso miembro para martirizar su cuerpo y acabar por doblegar su alma. Era tan cruel como irresistible y delicioso, devorando todos sus sentimientos y hasta la razón misma para consumirla con el delirio culminante y dominante de la lujuria.

— ¡Ah... es tan... fuerte...! ¡Ah... sí...!

La angustia, el dolor y la impotencia ya eran demasiado para ella. Demasiado tiempo torturada por el mundo que la rodeaba y por sus propios pensamientos, se sometía con gusto al apetito lascivo del despiadado y sanguinario Daemon. Tal goce, tal felicidad la colmaban de una forma desconocida hasta ahora por ella, anhelante de perderse por toda la eternidad en las sábanas del conquistador de Eldarya.

Casi como si supiera sobre el curso de sus pensamientos y sensaciones que atravesaban su alma, Leiftan la tomó por la cintura y levantó su torso hasta que la espalda de la muchacha se apoyó contra el amplio pecho de él. Seguía penetrándola con la misma fuerza bestial y sin piedad, aprovechando para deslizarse en su oído y susurrarle aquellas palabras venenosas que se inyectaban en su corazón:

—Te amo... te amo tanto, mi princesa. Dilo... admite que eres mi alma gemela... me perteneces, Erika, y lo sabes. Di que eres mía.

Aún entre los espasmos de placer que la subyugaban, sintió un pinchazo en el pecho que le atravesó un gemido en la garganta y no le permitió obedecer.

—Dilo, Erika...

—Ah... ¡ah...! Yo... yo... no sé...

—Dilo.

Leiftan deslizó una de sus manos por el bajo vientre de la muchacha y sus dedos rozaron su clítoris, arrancándole un jadeo que hizo estremecer su cuerpo y provocó que se presionara involuntariamente más fuerte contra el glande invasivo que la estaba partiendo a la mitad desde adentro. Además de aquel vaivén infernal, el Daemon la estimulaba con aquel sinuoso movimiento circular de sus yemas, avasallándola con la lujuria más pura y cruda que palpitaba en su sexo y amenazaba con volver a estallar en cualquier instante.

—Dilo, Erika.

— ¡Yo... yo... ah! ¡Ah... para... yo...!

—Dilo o te condenaré a no alcanzar nunca el éxtasis. Te daré el placer que tanto anhelas, pero nunca más te permitiré la culminación del orgasmo...

— ¡Yo... yo... yo te...!

La puerta de la habitación se abrió con una brusquedad estruendosa que le arrancó un grito a ambos en la mitad de la frase. Tomado por completa sorpresa, Leiftan sólo atinó a estrechar con fuerza a Erika entre sus brazos y cubrirlos a ambos con sus amplias alas negras para protegerse.

— ¡Ajá! Con que aquí están los virtuosos músicos que están regalándole al CG tan hermoso concierto de gemidos sexuales... —exclamó Koori sonriente, pero golpeteando su bastón en el suelo con cierta ansiedad.

La joven asomó el rostro de entre la espesura de plumas negras para observar perpleja a la kitsune, sin poder reaccionar.

—Mira Erika, estimo mucho tu amistad y la de Leiftan, en serio. Entiendo que la reproducción de una raza prácticamente extinta es algo que debería cuanto menos respetarse, y aunque no fuera así, también es válido... pero ya no hay forma de soportar a los encantadores vampiros de la Guardia que protestan tan amablemente por el ruido ensordecedor e incómodo para ellos —explicó, apoyándose contra el marco de la puerta. — Así que, o aprendes a gozar más bajito, o me veré obligada a cometer un crimen de odio... y bueno, las cosas no están como para empeorar aún más las relaciones con Yaqut, ¿no crees?

La muchacha parpadeó varias veces, tomándose unos segundos más para procesar lo que estaba pasando. El frío de la frustración se encargó de dispersar toda su excitación, de despejar poco a poco su mente y de centrar sus pensamientos. Leiftan permanecía abrazado a ella, ya no tanto para protegerla de algún peligro sino para asegurarse de cubrir la desnudez de ambos con sus alas, percibiendo cómo también su corazón palpitaba frustrado por el chasco mutuo de haber sido interrumpidos.

—Espera, espera, espera... —poco a poco las ideas y la bronca volvían a ella— acepté muchas cosas de las que no estoy de acuerdo por el bien de la Guardia, ¿y ahora les molesta que tenga relaciones sexuales? ¡No me sacrifiqué por este mundo para que me impidan coger con mi pareja!

—Alto ahí, salvadora de Eldarya —le cortó la voz de Karenn de pronto, apareciendo del pasillo con el ceño fruncido. — TODOS aquí nos enteramos de que estaban cogiendo, ya por lo menos dense un descanso de unos minutos para ustedes y todos nosotros, ¿no creen?

— ¿Perdona? No tendré un oído privilegiado de vampiro, pero tampoco me pasan desapercibidos los aullidos de Chrome.

—... o su particular aroma —agregó Koori por lo bajo, con una encantadora sonrisa.

Karenn se volvió furibunda hacia la kitsune y luego hacia Erika otra vez.

—Muy bien, si esa es tu respuesta, será mejor que lo discutas con la Guardia Brillante —repuso la vampiresa con una sonrisa maligna. — Huang Hua salió así que Nevra está a cargo. Se lo veía bastante ofuscado y enfurecido con tu espectáculo sexual auditivo, y mira que procuré calmarlo, pero si tanto insistes no tengo inconveniente de hacerme un lado para que venga él mismo aquí...

— ¡NO! —Exclamaron ambos Aengels al mismo tiempo.

—No, no... por favor, ni tú eres tan cruel para obligarnos a enfrentar el malhumor de Nevra —señaló la joven.

—Ah, me lo imaginaba. Me alegro de que le des la razón a mi vasto criterio, sólo espero que lo tengas en cuenta para la próxima.

Erika suspiró, dando completamente por perdida toda la emoción y excitación del momento.

—Ustedes son... son muy malas amigas.

Koori se llevó una mano al pecho, fingiendo ser herida.

— ¿Disculpa? ¿Malas amigas? ¿Nos dijo malas amigas, Karenn? A ver, si realmente somos tan malas amigas y no puedes contar con nosotras, imagino que recordarás qué día es hoy sin nuestra necesidad...

Ambas la observaron con los brazos cruzados y con una sonrisa desafiante que le dieron a entender a la muchacha que se trataba probablemente de una pregunta capciosa.

— ¿... el cumpleaños de Leiftan?

— ¿Es el cumpleaños de Leiftan? —Koori lo buscó con la mirada. — ¡Feliz cumpleaños, Leiftan! Ahora entiendo bien el motivo de taaaanta acción y sus jueguitos de roles...

—Espera, ¿es tu cumpleaños real o es una fecha falsa de cuando mentiste toda tu identidad para traicionar a la Guardia? —Inquirió Karenn, curiosa.

— ¿Qué importa? Cumpleaños es cumpleaños, si el salvador de Eldarya quiere cumplir ese día, ¿por qué se lo impediríamos? —Repuso Koori, restándole importancia. — Perfectamente podríamos hacer todos los días el cumpleaños de Leiftan.

El aludido resopló frustrado, sin intenciones de ocultar el hastío que lo embargaba.

—Empiezo a considerar que sería mejor que también fuera el día en que vuelva a entrar al Cristal por otros siete años.

—Esa es la actitud de un cumpleañero. Feliz cumpleaños, Leiftan —deseo Karenn, riéndose. — Pero no es tu cumpleaños lo que teníamos en mente... entonces Erika, ¿sabes qué día es hoy además del cumpleaños de Leiftan?

La joven permaneció pensativa, tratando de rebuscar en su mente sin mucho éxito alguna pista que la condujera a lo que se estaban refiriendo, frustrándose ante la actitud irónica y burlona de ambas mujeres.

—No tengo idea de lo que me están hablando, pero indudablemente no es tan importante como el cumpleaños de Leiftan.

— ¿En serio no recuerdas qué día es hoy? Karenn, ¿puedes creerlo?

—Qué suerte que tienes tan malas amigas que te recuerdan qué día es hoy —le reprochó la aludida.

— ¡Ya está bien! ¿Qué maldito día es hoy?

—Hoy se cumplen seis meses de que bebiste la poción anticonceptiva —señaló la vampiresa, guiñando un ojo.

La muchacha se petrificó.

— ¿Hoy...? ¿Ya pasaron seis meses...?

— ¿Sabes lo que eso significa? Noche de chicas en la taberna con tragos anticonceptivos y otros no tanto —rió Koori. — Claro que no queremos opacar el cumpleaños de Leiftan, así que podríamos dejarlo para mañana...

—Bah, sólo si Erika quiere pasarlo con tan malas amigas...

—Olviden eso, cuenten conmigo mañana —repuso la joven, ya harta por aquella interrupción demasiado larga. — Ahora, si nos disculpan... estábamos celebrando un cumpleaños...

—Claro, claro, pásenlo bonito pero un poquito más bajo —se despidió Karenn, marchándose con un saludo espontáneo. — Debo ir a cobrarle la apuesta a Huang Chu... ¡Ja! Sabía que pese a ser Aengels no tenían sexo en el aire.

Erika sintió cómo el Daemon detrás suyo apoyaba su cabeza contra la espalda de ella, percibiendo todo el pudor y las ganas de desaparecer que tenía en aquel momento.

—Feliz CUM, Leiftan, que gocen bien —se burló Koori, tomando el picaporte y cerrando la puerta. Sin embargo, a un palmo de cerrar, asomó la cabeza y masculló: — Y si en algún momento les interesa profundizar en los jueguitos de roles sexuales, no se olviden de su kitsune favorita y sus habilidades con las ilusiones. Me gustaría acompañarlos alguna vez a fastidiar a Nevra con gemidos intensos... ténganlo en cuenta, ¿sí?

Y desapareció detrás de la puerta, dejando sonar el click detrás suyo.

—Temo más a Koori, a sus habilidades ilusorias y a sus fantasías sexuales que a la destrucción de Eldarya y la Tierra juntas —admitió Leiftan, alzando el rostro para cerciorarse de que realmente estaban solos.

—No sé por qué, pero... me esperaba un comentario así de su parte —reparó la joven, haciendo de inmediato un gesto para restarle importancia. — Olvídalo. Por fin se fueron, ya comenzaba a dudar de que lo hicieran.

El Daemon aflojó el agarre de sus brazos, recostando a Erika sobre su pecho con gentileza. Ella se dejó hacer, disfrutando cómo le acariciaba y le acomodaba el cabello con ternura, tomando luego sus manos para llevárselas a los labios y besarle las muñecas.

—Te lastimaste...

—No es nada, apenas unos rasguños.

—Debe ser doloroso.

—Pero es un dolor sexy.

—Mmmm...

—Yo lo veo sexy, porque de hecho fue muy sexy —replicó la joven, incorporándose para darse la vuelta y prenderse al cuello de su amante. — Creo que nunca antes me habías dado tan duro y... wow. Realmente wow.

Wow pensaba yo cuando veía que no usabas la palabra segura —rió con cierta malicia, abrazándola por la cintura y atrayéndola para sentarla sobre su regazo. — No me imaginaba que te gustaría tanto, incluso temí varias veces haber cruzado algún límite... pero no escuché ningún Panalulu de tu parte.

—Es que fue tan sexy. Aish, fue todo tan increíble, eres tan buen actor. Hiciste tan bien tu papel de villano... en serio, si necesitáramos camuflarnos en la Tierra y necesitaras un empleo, con tus habilidades y lo hermoso que eres triunfarías rápido en el mundo de la actuación y estoy segura que hasta un Óscar merecerías...

Le dio un rápido besito en la boca con ternura, apoyando luego su frente sobre la de él.

— ¿Sabes? A veces me pregunto qué habría pasado si... o sea, no me arrepiento de sacrificarme por Eldarya, pero admito que la vida de heroína es mucho más sufrida y pesada de lo que nunca me hubiera imaginado...

—Nunca me hubiera atrevido a arriesgar tu vida para conquistar al oráculo —intervino Leiftan, concediéndole una sonrisa comprensiva. — En una fantasía erótica está bien, pero en la vida real y aun contando con mayores probabilidades de triunfar... nunca hubiera podido hacerlo. Ni aunque me rechazaras y odiaras hubiera sido capaz.

Erika se enterneció por sus palabras, volviendo a unir sus labios en un beso más prolongado y dulce. Habían pasado guerras, traiciones, peleas, siete años juntos inconscientes y el mundo al borde de la destrucción dos veces... pero aunque los afectos, las dimensiones y el entorno cambiara, siempre se tenían el uno al otro.

— ¿Quieres decirme que nunca me habrías aprisionado y hecho el amor hasta dejarme las piernas temblando por más que te hubieras salido con la tuya hace siete años?

—Oh, ¿te duelen las piernas? —De inmediato sus manos fueron hasta las susodichas y las acarició con cierta culpa.

—Ah, sí. Creo que no podré caminar hasta las duchas, y eso que me urge un buen baño en estos momentos... —suspiró con exagerado dramatismo— ay, pobre de mí, ¿cómo haré?

—No te preocupes, mi princesa. Con gusto te cargaré para que podamos fastidiar a Nevra y a todo el CG desde las duchas.

Ambos soltaron una carcajada, volviendo a apoyar sus frentes en la del otro con infinito amor.

—La próxima vez deberíamos probar la temática de "Heroína purifica al vil Daemon con el poder supremo del amor" —insinuó la muchacha.

—Pero cariño, ¿acaso no es eso lo que ha pasado en la realidad?

— ¡Quiero ser la dominante por una vez, Leiftan! No puede ser que no te guste.

Él se inclinó sobre su cuello y aspiró por unos instantes su aroma, depositando luego unos cuantos besitos en su piel.

—No puedes pretender que me deje dominar cuando eres tan hermosa y tengo una necesidad dolorosa por tocarte y amarte constantemente...

— ¡Siempre dices lo mismo! Siempre te sales con la tuya con esas palabras tan bonitas... —suspiró, mirándolo con adoración, recorriendo su rostro en una caricia. — Tú también eres hermoso. Te amo, Leiftan.

—Yo también te amo, Erika.

Y volvieron a besarse, incansables del amor que se tenían el uno por el otro. Por siempre y para siempre.

—Ey, me quedé pensando en lo del sexo aéreo...

Leiftan se quedó pensativo por unos instantes, analizando sus palabras con detenimiento.

—Creo que... luego de quedar en evidencia con todo el CG, no hay nada que perder...

—Jaja, entonces creo que sé lo que haremos después de la noche de chicas de mañana... pero mientras, deberíamos seguir disfrutando el hoy.

Él se sonrió.

—No sabemos qué nos deparará el mañana, pero hoy estás en mis brazos y eso es lo único que me importa.

—Y tú estás en los míos... feliz cumpleaños, Leiftan.

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Fin

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A ver cuántas cochinotas consiguieron llegar al final sin flaquear JAJAJA
Igual niñas en ficción no lo menciono, pero recuerden SIEMPRE utilizar preservativo durante el contacto sexual. Dicen que no, pero para mí el SIDA eldaryano existe, así que se me cuidan que existen cosas MUCHO peores que un embarazo no deseado.
Recuerden:no hay fiesta sin globos.

Espero que les haya gustado el OS uwu Era un regalo por el cumpleaños de Leiftan que subí a Wattpad y olvidé subir acá jajaja más que nada porque anda muy desértico el fandom en FF :c
Esta historia la tenía planeada desde el año pasado pero como no alcancé a llegar, la pospuse hasta este debido a que había subestimado su complejidad... y
oh boydefinitivamente la subestimé. Sé que siempre me quejo de todo, pero narrar algo de estas características me puso a prueba muchas veces, por lo que me llevó semanas terminarlo. Varias semanas.
Encima es la primera vez que escribo erotismo TAN explícito y de este carácter JAJAJA, espero que no haya quedado demasiado cringe :c Sin embargo, creo que puedo decir que me siento satisfecha uwu igual ya no sé bien, lo releí taaaaaaantas veces que perdí la noción emocional de alguien que lee a primera vista... estoy casi segura de que van a funarme por esto JAJAJA, así que recuérdenme con afecto(?

Lamento mucho las ausencias, la vida adulta realmente me está comiendo y dejando poco tiempo para escribir. Este año fue precisamente duro para mí y aún no estoy ni cerca de estabilizarme, pero quería darles este pequeño regalo para que disfruten uwu
La idea de este OneShot me surgió por un OneShot que leí hace años del fandom de Miraculous LadyBug llamado "mi linda bibliotecaria"que pueden encontrar en FanFiction. Cuando lo leí de más chica no pude llegar al final JAJA, tuve que leer los comentarios para enterarme del maravilloso plot twist que me permitió disfrutar sin culpa toda la historia.
A partir de entonces, releí tanto ese OS que empecé a encontrarle hasta errores jaja, pero quedó marcado en mi mente para siempre y lo recuerdo con mucho afecto... y bueno, sentí que el querido Daemon merecía una historia de esta índole y así me decidí a hacer mi versión.