Nota de la autora: Esta historia está dedicada a Captain Thunders, por haber sido quien me apoyó cuando publiqué mi primera historia en este fandom. Escribí la siguiente historia porque desde que leí el libro original, me sentí en deuda con Julio Verne. Esta es mi forma de saldar esa deuda, y me alegro de por fin poner esta idea, que me ha rondado en la cabeza por años, en papel. Sé que quizá no sea tan buena, pero hice lo mejor que pude. Y por último, tomé cierta inspiración de un fanfic llamado "Dark Waters" para escribir esto, pero copiar NUNCA fue mi intención.

Todo lo que podía ver era oscuridad. Caminaba a tientas sin tener idea de dónde estaba. Lo único que sabía era que estaba siguiendo la música de un órgano, lenta, tétrica, melancólica, como la que yo mismo tocaba los días en los que la angustia oprimía mi alma con manos frías como el hielo. De pronto el lugar se iluminó, y pude ver a quien tocaba.

Era una mujer joven, pálida y delgada, parecía estar muy concentrada. Sus manos se movían sobre el teclado de forma precisa y experta, y podría haberme quedado largo tiempo escuchando su bella melodía, mudo e inmóvil. Pero ella debió notar mi presencia, porque en ese momento dejó de tocar y se volvió hacia mí.

-Lo esperaba, capitán. Sabía que vendría.

- ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? ¿Cómo me conoce?

Las preguntas iban una tras otra, y el tono de mi voz era claro, firme y vibrante, era una voz que expresaba autoridad y ocultaba el nerviosismo y la confusión que aquella aparición me producía. Pero la muchacha permaneció imperturbable, mirándome con brillantes ojos grises, y replicó:

-Siempre he estado aquí. ¿No me reconoce? Me llamo Nautilus.

Dijo esto con toda naturalidad, como si fuese completamente lógico que los barcos tomasen forma humana y hablasen con sus patrones. Sin embargo, de alguna inexplicable manera, supe que era verdad tan pronto como lo dijo. Lentamente y en silencio me senté a su lado. Su largo cabello oscuro parecía brillar con una luz extraña. Por unos momentos ninguno de los dos dijo nada. Luego:

-Tres años-Dijo ella-han sido tres años los que viajamos juntos por los mares.

-Sí-Repliqué-Tres años de increíbles descubrimientos.

-Y también terribles represalias-Repuso-El mundo está aterrado. Pero el mundo está muerto para nosotros, ¿Verdad?

Esbozó una sonrisa, pero sus ojos parecían acusar, juzgar. Sin embargo, antes de que pudiera agregar algo más, sus manos volvieron a las teclas brevemente, arrancando un par de graves notas, y continuó hablando.

-Todo el mundo, detenido por completo… excepto esos tres hombres. Algo me confunde, Nemo. Buques de guerra, animales feroces, enemigos despiadados, todo eso y más has enfrentado sin rastro de duda. ¿Por qué te detuviste por ellos? ¿Qué tienen de especial un científico, un criado y un ballenero que no tenga el resto de la humanidad que tanto odias?

Suspiré. Dudaba de admitir esto en voz alta, pero no me sentía capaz de mentir.

-No pude matarlos, simplemente porque los vi. Conozco sus rostros he oído su voz. Eso es lo que los hace diferentes. Cuando ataco barcos de esa maldita nación, puedo hacerlo porque no veo a las personas. Veo la bandera y el origen solamente, un enemigo sin identidad ni sentimientos. Pero si sé de nombre, rostro y voz… no puedo hacerlo.

Ella puso una mano sobre la mía y yo sentí un frío terrible.

-Sabes que al fin es lo mismo, ¿verdad?

- ¿Eres mi barco o mi conciencia?

-Tal vez soy ambos. Puede que te hayas librado de todo juez en la tierra. Pero yo no soy un juez de la tierra. No estoy sometida a ninguna de sus reglas y le ruego que no las invoque jamás ante mí.

Me quedé paralizado al oír mis propias palabras usadas en mi contra. Su expresión se suavizó.

-En fin ¿Qué sabré yo de actos humanos? A fin de cuentas, no soy más que acero, mecanismos y electricidad, y tú eres mi creador. Te seré fiel, incluso cuando todos tus compañeros se hayan ido; seré lo que tú quieras: Un refugio, un arma, un monstruo. Pero escucha y recuérdalo bien: Cuando todo termine, aunque creas ganar, habrás perdido, y al final desearás haber puesto la otra mejilla.

Sentí una gran rabia al oír esto y quise replicar, pero entonces todo volvió a ser oscuridad y me encontré acostado. El sonido de los motores eran lo único que rompía el silencio.

Mi cabina. Un sueño, solo había sido un sueño. Pero… era algo más ¿Acaso decía la verdad?

-Eres elocuente, amiga mía-Mi voz era un susurro en las tinieblas-Pero no es tan sencillo.

No lo era. Había convertido mi venganza en el pilar central de mi vida. Incluso si yo renunciase a mi misión, esta no era solo mía. Mis compañeros tenían el mismo feroz deseo en sus corazones, continuarían incluso sin mí.

Con estas y otras razones similares logré tranquilizarme, pero sabía que ella volvería, noche tras noche, con esos ojos que escrutaban hasta las profundidades de mi alma. Ojos tan grises como el acero en que la construí, ojos que han visto todo lo que he hecho.

A mi mente viene una vieja frase bíblica: "Con la vara que medís seréis medido…"

Yo había fabricado mi propia vara.

Y por primera vez, deseé haber puesto la otra mejilla.