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CONDISCÍPULOS

Siento cómo se me encoge el estómago mientras camino entre los cuchicheos de la multitud hacia el comedor. Es majestuoso: suelos de mármol, columnas y un holocielo que muestra pájaros al vuelo en el atardecer. El Instituto no es lo que me esperaba. Según Augusto, las clases tienen que ser duras para estos doraditos. Contengo una risita despectiva. Que pasen todos un año en la mina. Hay doce mesas, cada una con cien servicios. Nuestros nombres flotan sobre las sillas en letras doradas. El mío flota a la derecha de la cabecera de una de las mesas. Es un lugar de honor. La primera reclutada. A la derecha de mi nombre flota una barra. A la izquierda un -1. El primero que consiga cinco barras se convertirá en el primus de su Casa. La barra es la retribución por un acto meritorio. Por lo visto, la alta puntuación que saqué en la prueba es mi primer reconocimiento.

—Maravilloso, una canalla en cabeza para ser primus —dice una voz familiar.

La chica del examen. Leo su nombre. Echo au Severo. Está dotada de una belleza cruel: pómulos marcados, sonrisa altanera y mirada desdeñosa. El cabello largo, espeso, y de oro como tocado por Midas. Nació para odiar y ser odiada. Un -5 flota junto a su nombre. Es la segunda puntuación más alta de la mesa. Bellamy, el chico a quien conocí en la prueba, está sentado en diagonal a mí. Un -6 reluce junto a su amplia sonrisa. Se pasa una mano por los rizos. Otro chico está sentado justo enfrente de mí. Un -1 y una barra dorada flotan junto a su nombre. A diferencia de Bellamy, que está recostado, este otro chico, Príamo, se sienta tan recto como una espada. Tiene un rostro celestial. La mirada alerta. El pelo perfectamente arreglado. Es igual de alto que yo, pero tiene los hombros más anchos. No creo que haya visto nunca un ser humano tan perfecto. Es como una maldita estatua. No estaba en la selección, según averiguo. Es lo que llaman un supremo. No pueden ser elegidos. Sus padres escogen la casa. Luego me entero de por qué. Su escandalosa madre, una mandataria de la Casa de Belona, es la dueña de las dos lunas de nuestro planeta.

—El destino nos une de nuevo —dice Bellamy con una risita—. Y Echo, ¡amor mío! Parece que nuestros padres han conspirado para que estemos juntos.

Echo le responde con desprecio.

—Recuerda que les dé las gracias.

—¡Echo! Esa malicia no es necesaria. —Menea un dedo con gesto desaprobador—. Sonríeme como una buena chica.

Echo hace una cruz con los dedos.

—Prefiero tirarte por la ventana, Bellamy.

—Grrrrr. —Bellamy le lanza un beso. Echo le hace caso omiso—. Y bien, Príamo, parece que tú y yo tendremos que ser delicados con estos estúpidos, ¿eh?

—A mí me parecen unos tipos fenomenales —contesta Príamo con gazmoñería—. Me da a mí que

nos va a ir muy bien como grupo.

Hablan en alta jerga.

—¡Si la morralla del reclutamiento no nos arrastra hacia abajo, buen señor! —señala al final de la mesa y empieza a ponerles nombres—. Muecas, por razones obvias. Payaso, por ese ridículo pelo encrespado. Hierbajo… por flaco. ¡Ay! Y tú, tú eres Cardo porque tienes la nariz tan ganchuda como uno. Ah, y esa cosita chiquita de ahí que está junto al que parece un bronce es Guijarro.

—Creo que te sorprenderán —dice Príamo en defensa del otro lado de la mesa—. Puede que no sean ni tan altos, ni tan atléticos o ni siquiera tan inteligentes como tú o como yo, si es que la inteligencia puede medirse con esa prueba, pero no me parece caritativo decir que serán la columna

vertebral de nuestro grupo. La sal de la tierra, por así decirlo. Buena gente.

La chica pequeña de la lanzadera, Raven, está justo al final de la mesa. Parece que la sal de la tierra no está haciendo amigos. Tampoco yo. Bellamy mira de reojo mi -1. Le veo admitir que tal vez Príamo haya obtenido mejor puntuación que él, pero se empeña en dejar claro que nunca ha oído hablar de mis padres.

—Así pues, querida Lexa, ¿cómo hiciste trampas? —pregunta.

Echo aparta la mirada de Arria, una chica bajita de pelo rizado y hoyuelos con la que estaba hablando.

—Venga, vamos, hombre —me río—. Enviaron a la del Consejo de Control de Calidad a verme. ¿Cómo iba a hacer trampas? Imposible. ¿Tú hiciste trampas? Sacaste una puntuación alta.

Hablo en jerga común. Me resulta más cómodo que ese polvo fecal de la alta jerga que balbucea Príamo.

—¿Yo? ¡Hacer trampas! No. Solo que no lo intenté con demasiadas ganas, supongo —contesta Bellamy—. Si hubiera sido listo, habría pasado menos tiempo con las chicas y más estudiando, como tú.

Está tratando de decirme que si se hubiera esforzado lo habría hecho igual de bien. Pero que está demasiado ocupado para dedicarle tanto esfuerzo. Si lo quisiera como amigo, dejaría que se saliera con la suya.

—¿Estudiaste? —pregunto. Siento un deseo imperioso de avergonzarlo—. Yo no estudié nada.

Un escalofrío recorre el aire.

No tendría que haberlo dicho. Se me encoge el estómago. Mis modales…

El rostro de Bellamy se agria y Echo tuerce los labios en una sonrisa desdeñosa. Le he insultado. Príamo frunce el ceño. Si quiero una carrera en la flota, probablemente necesite el mecenazgo del padre de Bellamy au Belona. Hijo de un emperador. Matteo me lo machacó hasta la saciedad. Con qué facilidad se olvida. La flota es donde está el poder. La flota, o el gobierno, o el ejército. El gobierno no me gusta, no hace ni falta que lo diga, pero estos insultos son los que dan comienzo a los duelos. Siento el cosquilleo del miedo en la espalda cuando me doy cuenta de lo delgada que es la línea que no se debe traspasar. Bellamy sabe cómo batirse en duelo. En mi caso, esa no se cuenta entre mis recién adquiridas habilidades. Me destrozaría; y, a juzgar por su expresión, eso es lo que quiere hacer.

—Estoy de broma. —Ladeo la cabeza hacia Bellamy—. Venga, hombre. ¿Cómo iba a sacar una puntuación tan alta sin estudiar hasta que me sangraran los ojos? Ojalá hubiera podido pasar más tiempo de juerga como tú. Al fin y al cabo, ahora estamos los dos en el mismo sitio. Pues sí que me ha servido de mucho tanto estudiar…

Príamo asiente con aprobación ante esta ofrenda de paz.

—¡Seguro que te dejaste los cuernos! —exclama Bellamy con aire jactancioso, tocándose la cabeza para aceptar mi peculiar disculpa.

No pensé que fuera a pasarlo por alto. Creía que el orgullo le cegaría demasiado para aceptar mi repentina disculpa. El dorado puede ser orgulloso, pero no es estúpido. Ninguno lo es. Debo tenerlo en cuenta. Después de eso, hago que Matteo se sienta orgulloso. Coqueteo con una chica llamada Harper, me gano la amistad de Bellamy y Príamo —quien lo más probable es que no haya dicho una palabrota en su vida— y le doy la mano a una bestia enorme llamada Wells que tiene un cuello tan ancho como mi muslo. La estruja con fuerza, de manera intencionada. Le sorprende que casi le rompa la mano, pero vaya si aprieta. El chico es más alto que Bellamy y que yo, y tiene la voz de un titán, pero sonríe cuando ve que mi apretón es, como poco, más fuerte que el suyo. Sin embargo, hay algo extraño en su voz. Algo indudablemente despectivo. También hay un chico delicado llamado Monty que parece un poeta y habla como tal. Sus sonrisas son lentas y escasas, pero auténticas. Peculiar.

—¡Bellamy! —grita Julian.

Bellamy se levanta y le pasa un brazo por el hombro a su hermano mellizo, que es más pequeño que él, y más guapo. No me había dado cuenta antes, pero son hermanos. Mellizos. Pero no idénticos. Julian dijo que su hermano ya estaba en Agea.

—Esta Lexa no es lo que parece —dice Julian, que está sentado a la mesa con una expresión muy seria. Tiene un don para lo teatral.

—No querrás decir que… —Bellamy se lleva la mano a la boca.

Rozo con el dedo el cuchillo de cortar la carne.

—Sí —asiente Julian con solemnidad.

—No. —Bellamy sacude la cabeza—. ¿No será un hincha de los Yorkton? Julian, ¡dime que no! ¡Lexa! Lexa, ¿cómo es posible? ¡Si nunca ganan la guerra simulada! Príamo, ¿lo estás oyendo?

Levanto las manos a modo de disculpa.

—Una maldición de nacimiento, supongo. Soy un producto de mi educación. Un brindis por los que llevan las de perder. —Consigo que la mofa no asome a esas palabras.

—Me lo confesó en la lanzadera.

Julian se siente orgulloso de conocerme. Orgulloso de que su hermano sepa que me conoce. Busca la aprobación de Bellamy. Y Bellamy es consciente de ello. Le regala un cumplido y Julian deja a los de la clase superior y se va a su asiento de clase intermedia, en mitad de la mesa, con una sonrisa satisfecha y con los hombros bien altos. No pensé que Bellamy perteneciese al grupo de los amables. De los que conozco, solo Echo muestra su desprecio hacia mí sin tapujos. No me mira como los demás presentes en la mesa. De ella solo obtengo una repulsa distante. Tan pronto se está riendo, coqueteando con Monty, como, cuando nota que la miro, se vuelve fría como el hielo. El sentimiento es mutuo.

Mi dormitorio parece sacado de un sueño. Hay una ventana revestida de ribetes dorados que da al valle. Una cama repleta de sedas, edredones y satén. Me tumbo y viene una masajista rosa que se queda una hora amasándome los músculos. Después, vienen otras tres flexibles rosas para atender mis necesidades. Las envío a la habitación de Bellamy. Para calmar la tentación, me doy una ducha fría y me sumerjo en la holoexperiencia de un minero en la colonia minera de Corinto. El sondeainfiernos protagonista de la holoexperiencia es menos habilidoso que yo, pero el repiqueteo metálico, el calor simulado, la oscuridad y las víboras me resultan tan reconfortantes que acabo anudándome mi antigua cinta púrpura sobre la frente.

Llega más comida. Lo de Augusto solo era palabrería. La boca llena de exageraciones. Esta es su versión de la penuria. Me siento culpable cuando me quedo dormida con el estómago lleno, agarrando el medallón con la flor de Costia en su interior. Mi familia se irá a la cama hambrienta esta noche. Susurro el nombre de Costia. Saco la cinta conyugal de mi bolsillo y la beso. Siento el dolor. Me la robaron. Pero ella se lo permitió. Ella me dejó. Me dejó para traerme lágrimas, dolor y anhelo. Me abandono a la rabia y no puedo evitar odiarla durante un momento, aunque después de ese momento solo queda amor.

—Costia —susurro, y el medallón se cierra.