TERCERA PARTE. DORADA
«Esta es tu falce, hija. Arañará las venas de la tierra para ti. Matará las víboras. Mantenla afilada y, si te quedas atrapada en la perforadora, salvará tu vida a cambio de un miembro».
Así dijo mi tío.
20
LA CASA DE MARTE
Reina el silencio en mi alma mientras observo al chico destrozado. Ni siquiera Bellamy reconocería a Julian ahora. Una cavidad se me abre en el corazón. Me tiemblan las manos mientras la sangre se escurre por mis dedos y cae sobre la fría piedra. Ríos que recorren los emblemas dorados de mis manos. Soy una sondeainfiernos, pero los sollozos afloran incluso después de que las lágrimas se hayan secado. Un hilo de su sangre me recorre la espinilla pelada. No es dorada, sino roja. Siento la piedra en mis rodillas, y la toco con la frente mientras sollozo hasta que a mi pecho le vence el agotamiento.
Cuando levanto la mirada, sigue muerto.
Esto no ha estado bien.
Pensaba que la Sociedad solo hacía juegos con los esclavos. Me equivocaba. Julian no obtuvo la misma puntuación que yo en las pruebas. No tenía la misma capacidad física que yo. Por eso fue un cordero sacrificial. Cien estudiantes por cada casa, y los cincuenta peores solo han venido para morir a manos de los cincuenta mejores. Esto no es más que una maldita prueba… para mí. Ni siquiera la familia Belona, con todo su poder, ha podido proteger a su hijo menos apto. Y precisamente eso es lo que quieren demostrar.
Me odio a mí misma.
Sé que ellos me han obligado a hacerlo. Aun así, lo percibo como una elección. Como cuando tiré de las piernas de Costia y escuché cómo se rompía su pequeña espina dorsal. Yo lo elegí. Pero ¿qué otra elección podría haber tomado con ella? ¿Y con Julian? Lo hacen para que tengamos que cargar con la culpa.
No hay nada con lo que limpiarse la sangre, solo la piedra y dos cuerpos desnudos. Yo no soy así, yo no quiero ser así. Quiero ser madre, mujer, bailarina. Que me dejen cavar la tierra. Que me dejen cantar las canciones de mi pueblo y brincar, rodar y correr por las paredes. Nunca cantaría la canción prohibida. Trabajaría. Me doblegaría. Que me dejen limpiarme la tierra de las manos en vez de esta sangre. Solo quiero vivir con mi familia. Éramos lo suficientemente felices.
La libertad es demasiado cara.
Pero Costia no estaba de acuerdo.
Costia, maldita sea.
Espero, pero nadie viene a ver el desastre. La puerta no está cerrada con llave. Me deslizo el anillo en el dedo después de cerrarle los ojos a Julian y salgo desnuda al vestíbulo de piedra. Está vacío. Una luz tenue me guía al subir unas interminables escaleras. El agua gotea del techo subterráneo. La uso para intentar limpiarme el cuerpo, pero solo consigo frotar la sangre y hacerla menos espesa. No puedo escapar de ello, de lo que he hecho, da igual lo lejos que me adentre en el túnel. Estoy a solas con mi pecado. Por eso son ellos quienes gobiernan. Los Marcados como Únicos saben que todos cometemos actos oscuros. No se puede huir de ellos. Quien quiera gobernar tiene que llevarlos consigo. Esa es su primera lección. ¿O acaso era que los débiles no merecen vivir?
Los odio, pero los escucho.
Gana. Soporta la culpa. Reina.
Quieren que sea despiadada. Quieren que no tenga memoria a largo plazo.
Pero a mí me criaron de otra manera.
Mi gente solo canta a la memoria. Y por eso yo recordaré esta muerte. Cargaré con ella aunque a los demás estudiantes no les pese. No debo dejar que eso cambie. No debo convertirme en ellos. Recordaré que cada pecado, cada muerte y cada sacrificio se producen en favor de la libertad. Sin embargo, ahora tengo miedo.
¿Soportaré la siguiente lección?
¿Puedo fingir que soy tan frío como Augusto? Ahora sé por qué no se inmutó al colgar a mi esposa.
Y empiezo a entender por qué gobiernan los dorados. Ellos hacen lo que yo no puedo hacer. Aunque estoy sola, sé que pronto me encontraré con otros. Por ahora quieren que me empape de la culpa. Quieren que me sienta sola y desdichada, para que cuando me encuentre con el resto, con los ganadores, me sienta aliviada. Los asesinatos nos unirán, y sentiré que la compañía de los ganadores es un bálsamo para la culpa. No siento amor por mis compañeros, pero creeré que lo siento. Buscaré su consuelo, que me aseguren que no soy malvada. Y ellos querrán lo mismo. Hacen todo esto para que nos sintamos una familia; eso sí, llena de oscuros secretos.
Tengo razón.
El túnel me lleva hasta los demás. El primero a quien veo es Monty, el poeta. La sangre le brota de la nuca y se le desliza por el codo derecho. No lo veía capaz de matar. ¿De quién será la sangre? Tiene los ojos rojos por el llanto. Después nos encontramos a Echo. Está desnuda, como nosotros. Se mueve como un barco dorado, a la deriva, silenciosa y distante. Deja huellas sanguinolentas a su paso. Temo encontrarme a Bellamy. Espero que esté muerto, porque le tengo miedo. Me recuerda a Marcus: es atractivo y risueño, pero por debajo de la superficie es un dragón. Pero no es eso lo que me asusta, sino el hecho de que tiene una razón para odiarme, para querer matarme. Hasta ahora nadie ha tenido motivo alguno para hacerlo. Nadie me ha odiado. Lo hará si lo descubre. Entonces me doy cuenta.
¿Cómo va una casa a estar cohesionada con secretos así? Es imposible. Bellamy sabrá que alguien mató a su hermano. Otros habrán perdido amigos, y la casa se devorará a sí misma. La Sociedad ha diseñado esto a propósito; quieren sembrar el caos. Será nuestra segunda prueba. Los conflictos tribales.
Los tres encontramos al resto en un cavernoso comedor de piedra en el que domina una larga mesa de madera. La estancia está iluminada por antorchas. La bruma nocturna entra reptando por las ventanas abiertas. Es como algo sacado de los relatos antiguos. Esos tiempos que llaman la Edad Media. Hacia el otro extremo de la larga estancia hay un pedestal. Allí se eleva una piedra gigantesca; incrustada en el centro hay una mano de primus. Unos tapices negros y dorados flanquean la piedra. Un lobo aúlla sobre ellos, como si gritara una advertencia. Es la mano del primus la que destrozará esta casa. Cada uno y cada una de estos príncipes y princesas creerán merecer el honor de liderar la casa. Pero solo uno puede hacerlo. Me muevo como una fantasma entre los demás estudiantes, deambulando por las estancias de piedra de lo que parece ser un gigantesco castillo. Hay una habitación en la que tenemos que lavarnos. Un abrevadero deja correr agua helada hasta el gélido suelo. Ahora la sangre fluye junto al agua y desaparece hacia la derecha, en la piedra. Me siento como algún tipo de espectro en una tierra de niebla y piedra. En el suelo de una armería relativamente desierta nos esperan unos trajes militares en dorado y negro. En cada fardo hay una etiqueta con nuestros nombres. El símbolo dorado de un lobo aullando distingue los cuellos y las mangas de nuestras ropas. Cojo la ropa y me visto a solas en un almacén. Allí, me dejo caer en un rincón, en silencio. Este es un lugar frío y solitario. Está muy lejos de casa. Monty da conmigo. Está deslumbrante con el uniforme, esbelto como una espiga de trigo en verano, con los pómulos marcados y los ojos cálidos, pero con la cara pálida. Se acuclilla frente a mí durante varios minutos antes de extender el brazo para cogerme las manos. Se las retiro, pero él espera hasta que por fin lo miro.
—Si te lanzan a las profundidades y no nadas, te ahogarás —dice, y levanta sus delgadas cejas—. Así que sigue nadando, ¿de acuerdo?
Fuerzo una risita.
—La lógica de un poeta.
Se encoge de hombros.
—No cuenta para mucho. Así que te daré hechos, hermana. Este es el sistema. Los colores más bajos dan a luz a sus hijos con catalizadores. Un alumbramiento rápido, a veces solo cinco meses de gestación antes de que se les induzca el parto. Salvo los obsidianos, solo nosotros esperamos nueve meses para nacer. Nuestras madres no reciben catalizadores, ni sedantes, ni nucleicos. ¿Alguna vez te has preguntado por qué?
—Para que el producto sea puro.
—Y de este modo, la naturaleza tenga la oportunidad de matarnos. El Consejo de Control de Calidad está firmemente convencido de que el 13,6213 por ciento de los niños deberían morir durante el primer año de vida. A veces hacen que la realidad encaje con ese número. —Extiende las manos con los dedos separados—. ¿Por qué? Porque creen que la civilización debilita la selección natural. Ellos hacen el trabajo de la naturaleza para que no nos convirtamos en una raza débil. Por lo visto, el Paso es la continuación de esa política. Solo que nosotros hemos sido unas herramientas en sus manos. Mi… víctima era, bendita sea su alma, un estúpido. Venía de una familia sin ninguna importancia y no tenía ni ingenio, ni inteligencia, ni ambición. —Las palabras le hacen fruncir el ceño antes de suspirar—. No tenía nada que el Consejo valore. Existe una razón por la que tenía que morir.
¿Había alguna razón por la que Julian tuviera que morir?
Monty sabe lo que hace porque su madre está en el Consejo. La detesta, y solo entonces me doy cuenta de que debería caerme bien. Es más: busco cobijo en sus palabras. No está de acuerdo con las reglas, pero las sigue. Es posible hacerlo. Y yo también puedo, hasta que tenga el poder suficiente para cambiarlas.
—Será mejor que vayamos con el resto —digo, y me pongo en pie.
En el comedor, nuestros nombres flotan en letras doradas encima de las sillas. La puntuación de las pruebas ha desaparecido. Los nombres han aparecido también debajo de la mano del primus, en la piedra negra. Flotan, dorados, ascendiendo hacia la mano dorada. Soy el que más cerca está, aunque todavía queda mucha distancia por recorrer. Algunos de los alumnos lloran en pequeños grupos junto a la larga mesa de madera. Otros están sentados contra la pared, con la cabeza entre las manos. Una chica renqueante busca a su amiga. Echo mira con rabia hacia la mesa donde la pequeña Raven está comiendo. Ni que decir tiene que es la única con apetito. A decir verdad, me sorprende que haya sobrevivido. Es diminuta y la eligieron en el nonagésimo noveno lugar. Con arreglo a las reglas de Monty, debería estar muerta. Wells, el gigante, está vivo pero magullado. Esos nudillos suyos parecen la sucia mesa de un carnicero. Está de pie, con actitud arrogante, apartado del resto; sonríe como si esto fuera una magnífica diversión. Monty habla en voz baja con la chica de la cojera, Zoe. Ella se derrumba entre sollozos y arroja el anillo. Parece un ciervo, con los ojos abiertos y brillantes. Monty se sienta con ella y la coge de la mano. Irradia más serenidad que ningún otro de los presentes en la estancia. Me pregunto si estaría igual de sereno mientras estrangulaba a otro chaval hasta matarlo. Le doy vueltas al anillo en el dedo; me lo quito y vuelvo a ponérmelo.
Alguien me da una ligera colleja desde atrás.
—Eh, compañera.
—Bellamy —saludo con la cabeza.
—Felicidades por la victoria. Estaba preocupado de que lo tuyo no fuera más que sesos —se ríe Bellamy.
Sus rizos de oro no están ni despeinados. Me echa un brazo por los hombros e inspecciona la estancia con la nariz arrugada. Su despreocupación es fingida; me doy cuenta de que está preocupado.
—Ah. ¿Hay algo más espantoso que la autocompasión? ¿Qué es todo este llanto? —Sonríe con suficiencia y señala a una chica que tiene la nariz rota—. Ahora verla es un dolor. Y no es que hubiera mucho que ver, ¿eh? ¿Eh?
Me olvido de hablar.
—¿Neurosis de guerra, mujer? ¿Se te han llevado la tráquea?
—Ahora mismo no tengo muchas ganas de bromear —contesto—. He recibido algunos golpes en la cabeza. Y también tengo el hombro hecho polvo. No es mi estado natural.
—Lo del hombro se puede arreglar ya mismo. Vamos a ponerlo de nuevo en su sitio. —Me coge el hombro dislocado como si nada y, de un tirón, lo recoloca en su cavidad antes de que pueda protestar. Doy un grito ahogado de dolor. Suelta una risita—. De primera, de primera. —Me da un manotazo en el mismo hombro—. Échame un cable, ¿quieres?
Me tiende la mano izquierda. Sus dedos dislocados parecen relámpagos. Tiro de ellos y se los pongo rectos. Ríe del dolor, sin saber que tengo la sangre de su hermano debajo de las uñas. Estoy tratando de no hiperventilar.
—¿Has visto ya a Julian, chica? —pregunta al final.
Habla en jerga común ahora que Príamo no está cerca.
—Qué va.
—Bah, seguro que está intentando pelear con suavidad. Nuestro padre nos enseñó el Arte Silencioso, el Kravat. Julian es un prodigio. Cree que yo soy mejor. —Frunce el ceño—. Él cree que soy mejor en todo, lo que resulta comprensible. Y yo le sigo el juego. Hablando de lo cual, ¿a quién te has cargado?
Se me encoge el estómago.
Me invento una mentira, y se me da bien. Es imprecisa y aburrida. De todos modos, ahora solo quiere hablar de sí mismo. Al fin y al cabo, a Bellamy lo criaron justo para esto. Hay unos quince chicos más o menos que tienen ese mismo brillo en la mirada. No es maldad. Solo excitación. Y es de esos de quienes hay que cuidarse, porque son los que han nacido para matar. Miro alrededor. Es fácil ver que Monty tenía razón. No ha habido muchas peleas difíciles. Esto ha sido una selección natural forzada. Los mejores han masacrado a los peores del montón. Casi no hay heridos graves, salvo un par de pequeños de clase inferior. La selección natural a veces da sorpresas. La pelea de Bellamy fue fácil, según dice. Lo hizo bien, rápido y fácil. Le destrozó la tráquea con un golpe de filo diez segundos después de cuadrarse. Aunque la manera en que le crujieron los dedos fue un poco rara. De primera. He convertido en cadáver al hermano del mejor asesino. El pavor se va apoderando de mí. Bellamy refrena la lengua cuando Titus entra con parsimonia y ordena que nos sentemos a la mesa. Uno a uno, se llenan los cincuenta sitios. Y poco a poco, su rostro se va ensombreciendo a medida que la esperanza de que Julian tome uno de ellos desaparece. Cuando se ocupa el último sitio, se queda inmóvil. Irradia una ira fría. No es caliente, como pensé que sería. Echo se sienta en el extremo opuesto, frente a mí, y lo observa. Mueve los labios, pero no dice nada. No consuelas a los de su clase. Ni tampoco pensé que ella fuera de las que lo intentan. Julian no es el único que falta. Arria, todo rizos y hoyuelos, está tendida en alguna parte sobre un suelo frío. Y Príamo ha desaparecido. El perfecto y excelente Príamo, heredero de las lunas de Marte. Oí que fue primera espada en el Sistema Solar el año de su nacimiento. Un duelista sin par. Supongo que no era igual de letal con los puños. Busco entre las caras exhaustas. ¿Quién cojones lo ha matado?
El Consejo la ha cagado con él, y me apuesto a que su madre va a montarla porque él, desde luego, no estaba destinado a morir.
—Estamos perdiendo a los mejores —murmura Bellamy con moderación.
—Hola, pequeños comemierdas. —Titus bosteza y pone los pies encima de la mesa—. Bueno, puede que ya hayáis caído en la cuenta de que el Paso podría haberse llamado la Criba. —Se rasca la ingle con la empuñadura de su filo. Sus modales son peores que los míos—. Y podéis pensar que es una pérdida de dorados valiosos, pero sois idiotas si pensáis que cincuenta chicos pueden hacer mella en nuestros números. Hay más de un millón de dorados en Marte. Más de cien millones en el Sistema Solar. Pero no todos llegan a ser Marcados como Únicos, ¿verdad?
»Si seguís pensando que ha sido cruel, plantearos que los espartanos mataban a más del diez por ciento de los niños que nacían; la naturaleza se cargaba a otro treinta por ciento. Somos unos condenados filántropos en comparación. De los seiscientos alumnos que quedan, la mayor parte está entre el uno por ciento mejor de los candidatos. De los seiscientos alumnos que han muerto, la mayoría estaban en el uno por ciento peor de los candidatos. No ha habido ninguna pérdida. —Suelta una risita y recorre la mesa con la mirada en una actitud sorprendentemente orgullosa—. Salvo por ese idiota, Príamo. Ese sí que os debe servir de lección. Era un chico brillante: hermoso, fuerte y rápido, un genio que estudiaba día y noche con una docena de tutores. Pero lo criaron entre algodones. Y alguien, no diré quién, porque eso le quitaría diversión a nuestro plan de estudios, alguien lo pisoteó y le rompió la tráquea hasta que murió.
Se pone las manos detrás de la cabeza.
—¡Bueno! Esta es vuestra nueva familia. La Casa de Marte, una de las doce casas. No, no sois especiales por el hecho de vivir en Marte y pertenecer a la Casa de Marte. Los de la Casa de Venus que viven en Venus no son especiales. Lo que pasa es que encajan en esa casa. Ya me seguís. Después del Instituto esperáis recibir un aprendizaje; con suerte, con las familias de Belona, Augusto o Arcos. Los anteriores graduados de la Casa de Marte pueden ayudaros a encontrar esos aprendizajes, pueden ofreceros los suyos propios, o quizá tengáis tanto éxito que no os haga falta la ayuda de nadie.
»Pero dejémoslo claro. Ahora sois unos críos. Unos estúpidos niños pequeños. Vuestros padres os lo han dado todo. Otros os han limpiado el culito. Os han preparado la comida. Han luchado vuestras guerras. Os han arropado vuestras brillantes naricitas por las noches. Los roñosos ya cavaban antes de que tuvieran la oportunidad de meterla; edifican vuestras ciudades, encuentran vuestro combustible y recogen vuestra mierda. Los rosas aprenden a ponerse cachondos antes de que necesiten siquiera afeitarse. Los obsidianos tienen la peor condenada vida que podáis imaginar: nada más que hielo, acero y dolor. Los criaron para su trabajo, los entrenaron desde pequeños para ello. Lo único que vosotros, principitos y princesitas, habéis tenido que hacer es parecer pequeñas copias de papá y mamá, aprender modales, tocar el piano, montar a caballo y practicar deportes. Pero ahora pertenecéis al Instituto, a la Casa de Marte, a la prefectura de Marte, a vuestro color, a la Sociedad. Bla, bla, bla.
Titus esboza su despectiva sonrisa con parsimonia. Se apoya una mano venosa en la barriga.
—Esta noche por fin habéis hecho algo por vosotros mismos. Le habéis dado una paliza a otro crío igual que vosotros. Pero eso vale lo mismo que un pedo de una furcia rosa. Nuestra pequeña Sociedad se mantiene en equilibrio sobre la punta de una aguja. Los demás colores os arrancarían el condenado corazón si tuvieran la oportunidad. Y luego están los plateados. Los cobrizos. Los azules. ¿Creéis que les iban a ser fieles a una panda de mocosos? ¿Creéis que los obsidianos iban a seguir a unos mierdas como vosotros? Esos estranguladores de niños os destruirían si vieran alguna debilidad. Así que no tenéis que mostrar ninguna.
—¿Y qué? ¿Se supone que el Instituto nos va a hacer fuertes? —gruñe el gigantesco Wells.
—No, zoquete colosal. Se supone que tiene que haceros listos, despiadados, sabios y duros. Se supone que tiene que hacerte envejecer cincuenta años en diez meses y enseñarte lo que tus antepasados hicieron para legarte este imperio. ¿Puedo continuar?
Hace explotar un globo de chicle.
—Pues bien, Casa de Marte. —Se rasca la tripa con su mano delgada—. Sí. Tenemos una casa orgullosa que incluso podría igualarse con algunas de las Antiguas Familias. Tenemos políticos, pretores y juristas. Los actuales archigobernadores de Mercurio y Europa, un tribuno, docenas de pretores, dos togados y el emperador de una flota. Incluso Charles au Arcos de la familia Arcos, la tercera familia más poderosa de Marte, mantiene vínculos con nosotros.
»Todos esos mandamases están buscando un nuevo talento. Os escogieron entre otros candidatos para completar la lista. Impresionad a esos hombres y mujeres importantes, y recibiréis un aprendizaje después de esto. Ganad y podréis escoger entre los aprendizajes dentro de la casa o de una de las Antiguas Familias; puede que incluso el propio Arcos os quiera. Si eso sucede, estaréis en el buen camino para obtener la posición social, la fama y el poder por la vía rápida.
Me inclino hacia delante.
—Pero ¿ganar? —pregunto—. ¿Ganar qué?
Sonríe.
—En este momento, estáis en un remoto valle terraformado en el extremo meridional del Valles Marineris. En este valle, hay doce casas en doce castillos. Después de la orientación de mañana, iréis a la guerra con vuestros compañeros para dominar el valle con todos los medios que tengáis a vuestra disposición. Consideradlo como un caso práctico de cómo conquistar y gobernar un imperio.
Murmullos de excitación. Es un juego. Y yo que pensaba que se trataría de estudiar cosas en una clase.
—¿Y si eres el primus de la casa ganadora? —pregunta Echo. Un dedo juguetea con sus rizos dorados.
—Entonces le das la bienvenida a la gloria, cariño. La bienvenida a la fama y el poder.
Así que tengo que ser primus.
Tomamos una cena sencilla. Cuando Titus se marcha, Bellamy se revuelve, la voz fría y llena de un humor sombrío.
—Juguemos a un juego, amigos míos. Cada uno de nosotros dirá a quién ha matado. Empezaré yo. Nexus au Cilentus. Lo conocí cuando éramos niños, igual que a algunos de vosotros. Le rompí la tráquea con los dedos. —Nadie habla—. Venga, vamos. Las familias no deberían tener secretos.
Todos siguen sin hablar.
Raven es la primera en marcharse. Se mofa a las claras del juego de Bellamy. La primera en comer y la primera en irse a dormir. Yo quiero ser la siguiente. En lugar de eso, tengo una breve y apacible charla con Monty y el enorme Wells después de que Bellamy se dé por vencido con su juego y se retire también. Es imposible que Wells caiga bien. No es gracioso, pero para él todo es una broma. Parece que se burla de mí, de todos, aunque esté sonriendo. Quiero propinarle una paliza, pero no me da ninguna razón. Todo cuanto dice es perfectamente inocuo. Y sin embargo, lo odio. Es como si no me viese como a un humano. En vez de eso soy una pieza de ajedrez y él está esperando para ponerme en algún sitio. No. Empujarme a algún sitio. De alguna forma ha olvidado que tiene diecisiete o dieciocho años, como el resto. Es un hombre. Puede que mida más de dos metros. Quizás esté cerca de los dos metros y medio. El ágil y flexible Monty, en cambio, me recuerda mucho a mi hermano Nyko, si este fuera capaz de matar. Sus sonrisas son cálidas. Sus palabras están llenas de paciencia, reflexiva nostalgia y sabiduría, igual que lo estuvieron antes. Zoe, la chica que parece una renqueante cría de ciervo, lo sigue a todas partes. Él se muestra paciente con ella. Avanzada ya la noche, busco los sitios en los que murieron los estudiantes. No logro encontrarlos. Las escaleras ya no están. El castillo se las ha tragado. Encuentro reposo en un largo dormitorio lleno de colchones delgados. Los lobos aúllan desde las cambiantes nieblas que ocultan las regiones montañosas más allá de nuestro castillo. Me quedo dormida enseguida.
