22

LAS TRIBUS

Cuando llega la mañana, Titus ya se ha marchado. Sobre su silla está el estandarte. Es una barra de hierro de unos treinta centímetros de largo coronada con el aullante lobo de Marte; una serpiente repta a los pies del lobo y debajo de ella está la pirámide con estrellas en la punta de la Sociedad. Unido al extremo de hierro va un mástil de roble de metro y medio. Si el castillo es nuestro hogar, el estandarte es nuestro honor. Con él podemos convertir a los enemigos en nuestros esclavos, apretándolo contra su frente. Allí les aparecerá el emblema de un lobo hasta que les toquen con otro estandarte. Los esclavos deben obedecer nuestros expresos deseos o ser deshonrados para siempre. Me siento frente al estandarte en la oscuridad del alba, mordisqueando los restos de Apolo. Un lobo aúlla en la niebla. Su aullido entra por la ventana más alta del torreón. La espigada Echo es la primera en unirse a mí. Se mueve tan sigilosa como una torre solitaria o una bella araña dorada. No he decidido hacia cuál de ellas se inclina más su personalidad. Intercambiamos miradas, pero no saludos.

Ella quiere ser primus.

Bellamy y Pólux el de la voz ronca entran después, con calma. Pólux refunfuña sobre tener que irse a la cama sin tener a unas rosas que le arropen.

—Un estandarte realmente espantoso, ¿no creéis? —se lamenta Echo—. Al menos podrían haberle puesto un toque de color. Creo que tendría que estar adornado con el rojo de la furia y la sangre.

—No pesa mucho. —Bellamy lo levanta por el poste—. Creí que sería de oro. —Admira la mano dorada de primus que está en el bloque de piedra negra. Él también quiere serlo—. Y nos han dado un mapa. Genial.

Un nuevo mapa de piedra domina uno de los muros. Los detalles alrededor de nuestro castillo son excelentes. El resto algo menos. La niebla de la guerra. Bellamy me da una palmadita en la espalda y se une a la comida. No sabe que volví a oírle llorar por la noche. Compartimos una nueva litera en un cuartel de la torre alta de la fortaleza. Muchos otros siguen durmiendo en la torre principal. Wells y sus amigos han cogido la torre baja aunque no tienen suficientes hombres para llenarla. La mayor parte de la casa se ha levantado cuando Raven arrastra un lobo muerto por las patas. Ya lo ha despellejado y destripado.

—¡La Trasgo ha traído viandas! —aplaude Bellamy con delicadeza—. Humm. Nos hará falta leña. ¿Alguien sabe hacer fuego? —Raven sabe. Bellamy sonríe—. Claro que sabes, Trasgo.

—¿Te pareció que los corderos eran demasiado fáciles de matar? —pregunto—. ¿De dónde sacaste el arma?

—Nací con ellas.

Tiene las uñas ensangrentadas.

Echo arruga la nariz.

—¿Dónde demonios te criaste?

Raven le enseña el dedo medio.

—Ah —dice Echo, olisqueando el aire—. En el infierno.

—Y bien, como ya os habréis dado cuenta, pasará algo de tiempo antes de que alguien haya reunido suficientes barras para ser primus —dice Bellamy cuando todos nos hemos reunido alrededor de la mesa—. Por supuesto, estaba pensando que nos hace falta un líder antes de que se proceda a la elección de primus. —Se pone de pie y se aparta de Raven para apoyar los dedos en el extremo del estandarte—. Para que podamos funcionar, debemos tomar decisiones inmediatas y de manera coordinada.

—¿Y quién de vosotros dos, estúpidos, crees que debería ser? —pregunta Echo, con tono cortante. Sus enormes ojos lanzan una mirada fugaz primero a Bellamy y después a mí. Se vuelve para observar a los demás, con la voz melosa como el sirope espeso—. En este momento, ¿quién está más capacitado que los demás para liderar?

—Ellos nos trajeron la cena… y el desayuno —dice Zoe con mansedumbre, al lado de Monty.

Señala con un gesto los restos del picnic.

—Y nos llevaron directos a una trampa… —recuerda Monty.

Echo asiente con prudencia.

—Sí. Sí. Un apunte acertado. La temeridad puede perjudicarnos.

—… pero es cierto que ganaron la lucha —termina Monty, quien se hace acreedor de una furibunda mirada de Echo.

—Con las patas de una mesa contra armas de verdad —retumba la voz de Wells para dar su aprobación, con una reserva—. Pero después huyeron y dejaron atrás la comida. Así que fue Titus quien nos la dio. Ellos se la habrían dado al enemigo, y la habrían repartido como marrones.

—Sí, claro, eso es tergiversar lo que pasó —se defiende Bellamy.

Wells se encoge de hombros.

—Yo solo os vi corriendo como dos florecillas.

Bellamy se vuelve de hielo.

—Vigila esos modales, buen hombre.

Wells levanta las manos.

—Solo es un comentario. ¿Por qué te enfadas tanto, principito?

—Vigila tus modales, amigo, o tendremos que cambiar las palabras por filos. —Bellamy empuña la horqueta y apunta con ella a Wells—. ¿Me oyes, Wells au Ladros?

Wells le sostiene la mirada, y después me la sostiene a mí. Me está equiparando con Bellamy. De repente, Bellamy y yo formamos una tribu a ojos de los demás. El paradigma cambia así de rápido. Política. Me tomo mi tiempo dándole vueltas al cuchillo que he saqueado. Toda la mesa mira el cuchillo. En especial, Raven. Mi mano derecha de rojo ha recogido un millón de toneladas de helio-3 con su destreza. La izquierda, medio millón. La destreza de un rojo inferior cualquiera sorprendería a estos dorados. Los deslumbro. El cuchillo parece un colibrí entre mis ágiles dedos. Parece que estoy tranquila, pero mi cabeza va a cien por hora. Todos nosotros hemos matado. Ese era el reto. ¿Y ahora? Wells ha dejado claro que quiere matar. Podría detenerlo ahora, supongo. Clavarle el cuchillo en el cuello. Pero ese pensamiento casi hace que se me caiga el arma. Siento en las manos la muerte de Costia. Oigo el golpe húmedo y sordo de Julian al morir. No puedo soportar la sangre, sobre todo cuando su derramamiento no me parece necesario.

Puedo hacer que este gigantesco cachorro se eche atrás.

Pongo los ojos a la misma altura de los de Wells, a sangre fría. Sonríe con lentitud, con un desprecio apenas perceptible. Me está desafiando. Creo que tendré que pelearme con él o algo así si no aparta la mirada. Por lo que tengo entendido, eso es lo que hacen los lobos. El cuchillo da vueltas y vueltas. Y, de repente, Wells se ríe. Aparta la mirada. Mi corazón late más despacio. He ganado. Odio la política. Sobre todo, en una habitación llena de alfas.

—Claro que te oigo, Bellamy. Estás a unos metros de distancia —suelta Wells con una risita.

Wells no cree que sea lo bastante fuerte como para desafiarnos de manera abierta a Bellamy y a mí. Ni siquiera con su cuadrilla. Vio lo que hicimos con los chicos de Ceres. Sin embargo, en un abrir y cerrar los ojos, las líneas se han trazado. Me levanto de repente, lo que confirma que estoy al lado de Bellamy.

Eso le resta a Wells el ímpetu inicial.

—¿Hay alguien que no quiera que alguno de los dos sea el líder? —pregunto.

—A mí no me gustaría que Echo fuera la líder. Es una zorra —protesta Raven.

Echo esboza un gesto de indiferencia, pero ladea la cabeza.

—Pero Bellamy, ¿a qué viene tanta prisa para que tengamos líder? —pregunta.

—Si no lo tenemos, nos dividiremos y cada uno hará lo que mejor le parezca —responde Bellamy—. Y de esa forma perdemos.

—En lugar de lo que a ti te parezca mejor —dice Echo con una leve sonrisa y una inclinación de cabeza—. Ya veo.

—No te pongas condescendiente conmigo, Echo. Incluso Príamo estaba de acuerdo en que necesitábamos un líder.

—¿Quién es Príamo? —se carcajea Wells.

Está intentando ser el centro de atención otra vez. Todos los chicos dorados del planeta conocían a Príamo. Ahora Wells pretende dejar claro quién lo mató, y los demás toman nota. Ha recuperado el protagonismo. Excepto que yo sé que Wells no mató a Príamo. No pondrían a alguien como él con Príamo. Lo emparejarían con algún enclenque. Así que Wells es un mentiroso, además de un matón.

—Ah, entiendo. Como conspiraste con Príamo, ya sabes lo que hay que hacer, ¿verdad, Bellamy? —Echo señala con la mano a toda la mesa—. ¿Nos estás diciendo que estamos desamparados sin tu

ayuda?

Lo ha pillado, y a mí también.

—Escuchad, chicos, sé que estáis ansiosos de ser los líderes —prosigue—. Lo entiendo. Todos somos líderes por naturaleza. Cada uno de los presentes de esta habitación es un genio de nacimiento, un capitán de nacimiento. Pero por eso existe el sistema de mérito del primus. Cuando alguien se haya ganado cinco dedos de mérito y esté preparado para ser primus, entonces tendremos líder.

»Hasta entonces, lo que digo es que esperemos. Si Bellamy o Lexa se lo ganan, pues que así sea. Haré cualquier cosa que manden, sumisa como una rosa, sin dobleces como un rojo. —Se dirige a los demás con un gesto—. Hasta entonces, creo que vosotros también deberíais tener una oportunidad de ganároslo… Al fin y al cabo, ¡puede decidir vuestra carrera!

Es lista. Y nos ha hundido. Sin duda, cada uno de los mocosos presentes en la habitación estaba deseando haber sido más asertivo desde el principio, deseando haber gozado de otra oportunidad de que la gente se fijara en ellos. Ahora Echo se la da. Esta va a ser un caos. Y ella será primus.

Definitivamente, más como una araña.

—¡Mirad! —dice Zoe junto a Monty.

Un cuerno ruge más allá del castillo.

El estandarte elige ese momento para relucir. La serpiente y el lobo mudan el hierro por el oro

brillante. Y no solo eso: además, el mapa de piedra de la pared cobra vida. Nuestra bandera del lobo ondea sobre una miniatura de nuestro castillo. La bandera de Ceres hace lo mismo. El mapa no señala más castillos, pero las banderas de las casas cuyos paraderos desconocemos se agitan en la leyenda del mapa. Seguro que encontrarán un hogar tan pronto como exploremos el territorio que nos rodea. El juego ha comenzado. Y ahora todos quieren ser primus. Ahora entiendo por qué la demokracia es ilegal. Primero vienen los gritos. Después, la frustración. La indecisión. Los desacuerdos. Las ideas. Explorar. Fortificar. Recolectar alimentos. Poner trampas. Combatir, asaltar, defender, atacar. Pólux escupe. Wells lo deja fuera de combate. Echo se marcha. Raven le hace algún comentario insidioso a Wells y se lleva a rastras su lobo hacia Dios sabe dónde, sin haber encendido un fuego. Es como mi equipo de perforación de Lambda cada vez que un locutor jefe se ponía enfermo durante una hora. Así fue como aprendí que era capaz de perforar. Barlow se escabullía para fumar y yo saltaba a la torre de perforación y hacía lo que me parecía oportuno. Ahora hago lo mismo, mientras los niños se pelean. Bellamy, Monty y Zoe —que sigue a Monty a todas partes— vienen conmigo, aunque el primero seguramente piense que lo seguimos a él. Estamos de acuerdo en que los demás no sabrán qué hacer y, por tanto, es inevitable que hoy no hagan nada. Vigilarán el castillo o saldrán en busca de leña para el fuego o se apiñarán en torno al estandarte por miedo a que se escape andando.

No sé lo que hacer. No sé si nuestros enemigos están avanzando por las montañas hacia nosotros.

No sé si están formando alguna alianza contra Marte. Ni siquiera sé cómo se juega a este maldito juego.

Pero por alguna razón, doy por sentado que no todas las otras casas caerán en la discordia como ha caído esta. Nosotros los de Marte parecemos más propensos a la disputa.

Le pregunto a Bellamy qué cree que deberíamos hacer.

—Una vez desafié a un inepto saltimbanqui a un duelo por faltarle el respeto a mi familia, un petimetre de Augusto. Él era muy metódico: se ajustó los guantes, se recogió su bonito cabello, e hizo silbar su navaja igual que hacía en cada condenada práctica de lucha que hacíamos en el Club Militar Agea.

—¿Y?

—Le enganché y le atravesé la rótula mientras él seguía preparándose, agitando la navaja. —Se da cuenta de que Zoe lo desaprueba—. ¿Qué? El duelo ya había empezado. Soy astuto como un zorro, pero no tan animal. Gano, eso es todo.

—Me da la sensación de que todos os sentís igual —expongo—. Que todos nosotros nos sentimos igual, quiero decir.

No se han dado cuenta de mi metedura de pata.

Su razonamiento se mantiene. Nuestra casa no puede hacer frente a un enemigo en nuestro estado, pero un enemigo podría atacarnos mientras estamos preparándonos, y echar a perder así mis esperanzas de ascender en la Sociedad. Así pues, necesitamos información. Necesitamos saber si nuestros enemigos están en una cañada, medio kilómetro al norte o si están a quince kilómetros al sur. Y nosotros ¿estamos en una esquina del campo de juego o en el centro? Los enemigos ¿están en las montañas? ¿Al norte de las montañas?

Bellamy y yo estamos de acuerdo. Tenemos que explorar.

Nos separamos. Bellamy y yo nos dirigimos a Fobos y después nos movemos en dirección contraria a las agujas del reloj. Zoe y Monty marchan hacia Deimos y exploran en el sentido de las agujas del reloj.

Nos encontraremos al anochecer.

No vemos ni un alma desde la cima de Fobos. En las tierras bajas no se ven ni caballos ni guerreros de Ceres, y la cordillera de las tierras altas del sur está llena de lagos y cabras. Al sureste, encima de un monte alto, echamos un vistazo a parte de los Grandes Bosques al sur y al sureste. Por lo que sabemos, podría haber un ejército de gigantes allí escondido, y no podemos investigar; tardaríamos medio día en cubrir la distancia y apenas habríamos llegado a la linde del bosque. A unos diez kilómetros del castillo encontramos una fortaleza de piedra desmoronada por el tiempo sobre una colina baja que vigila un paso. Dentro hay una rústica caja de supervivencia con yodo, comida, una brújula, una cuerda, seis durobolsas, un cepillo de dientes, cerillas de sulfuro y vendas normales. Guardamos las cosas en una durobolsa vacía. Así que han escondido suministros por todo el valle. Algo me dice que hay cosas más importantes escondidas en el campo que pequeños equipos de supervivencia. ¿Armas? ¿Métodos de transporte? ¿Armaduras? ¿Tecnología? No pretenderán que vayamos a la guerra con palos, piedras y herramientas de metal. Y si no quieren que nos matemos unos a otros, los aturdidores pronto tendrán que sustituir a las armas de metal que llevamos.

Nos ganamos unas feas quemaduras de sol ese día. La niebla las enfría. Wells y su grupo, que ahora consta de seis miembros, acaba de regresar de una infructuosa incursión en la llanura. Han matado dos cabras, pero no tienen fuego para cocinar porque Raven se ha marchado a saber dónde. Bellamy y yo estamos de acuerdo en que, si Wells quiere hacerse el machote, al menos debería ser capaz de dominar el fuego. Seguro que Raven, dondequiera que se encuentre, también está de acuerdo. Los chicos de Wells golpean piezas de metal sobre la piedra intentando hacer chispas, pero las piedras del castillo no echan chispas. Qué listos son los próctores. La cuadrilla de Wells manda a la morralla, los de clase inferior, a traer leña a pesar de que no tienen ningún fuego. Todos se marchan hambrientos esa noche. Todos, salvo Zoe y Monty. Ellos llevaban algunas de nuestras barritas de supervivencia. Ambos me caen bien, aunque sean dorados, y justifico esa amistad diciéndome que lo hago para erigir mi propia tribu. Bellamy parece pensar que una chica rápida de la clase intermedia, Harper, puede ser útil. Pero él puede pensar eso de la mayor parte de las chicas guapas.

Las tribus crecen y la primera lección ya está en marcha.

Echo se hace amiga de un tío rechoncho, avinagrado y con rizos llamado Cipio; y consigue enviar grupos armados con las palas y las hachas que encontraron en el castillo para guarnecer Fobos y Deimos. Puede que la chica sea una bruja consentida, pero estúpida no es. Después, la cuadrilla de Wells se las roba mientras duermen y reconsidero mi opinión. Bellamy y yo exploramos juntos. Al tercer día, vemos humo levantarse a lo lejos, puede que a unos treinta kilómetros al este. Es como un faro al anochecer. Los grupos de rastreadores enemigos estarán fuera como nosotros. Si estuviera más cerca o dispusiéramos de caballos, investigaríamos. O si tuviéramos más hombres, podríamos partir de noche y planear una batida en busca de esclavos. La distancia y nuestra falta de cohesión marcan la diferencia. Entre nosotros y el fuego hay desfiladeros y barrancos que podrían cobijar grupos enemigos. Después hay muchos kilómetros de llanura por donde habría que caminar expuesto. No conseguiremos caminar esa distancia. No cuando otras Casas tienen caballos. No se lo digo a Bellamy, pero tengo miedo. Las montañas parecen seguras; pero justo ahí fuera hay grupos errantes de doraditos psicóticos. Doraditos con los que aún no tengo muchas ganas de encontrarme. La idea de encontrarme con otras casas se vuelve más terrorífica cuando pienso que ni mi hogar es seguro. Es lo que Abby au Lune dice siempre: ningún hombre puede perseguir una empresa en medio de las luchas tribales. No podemos permitirnos que Wells vaya por su cuenta durante mucho tiempo. Ya ha robado bayas que Zoe y Harper habían recolectado. Y esta mañana intentó usar el estandarte con Harper para ver si podía hacer esclavos a los miembros de su propia casa para sus avanzadillas. No podía.

—Tenemos que unir a la casa de alguna forma —me dice Bellamy mientras exploramos las montañas septentrionales—. El Instituto sigue con nosotros durante el resto de nuestras vidas. Si perdemos, puede que no volvamos a gozar nunca de una buena posición.

—¿Y si nos esclavizan durante el juego? —pregunto.

Me mira preocupado.

—¿Qué mayor desgracia podría haber?

Como si necesitara más motivación.

—Apuesto a que tu padre ganó en su año. ¿Fue el primus? —pregunto.

Para ser emperador, tuvo que haber ganado en su año.

—Sí. Siempre supe que ganó su año, aunque no tenía ni cochina idea de lo que eso significaba hasta que llegamos aquí.

Los dos estamos de acuerdo en que, para que la casa vuelva a estar unida, Wells tiene que irse. Pero es inútil que nos enfrentemos a él de manera abierta. Perdimos la oportunidad el primer día. Su tribu ya es demasiado numerosa.

—Yo digo que lo matemos en sueños —sugiere Bellamy—. Tú y yo podríamos hacerlo.

Me quedo de piedra al oírlo. No tomamos ninguna decisión, pero la propuesta me ayuda a recordar que él y yo no somos el mismo tipo de gente. ¿De verdad no lo somos? Su ira es salvaje y fría. Pero no vuelvo a ver la rabia de nuevo, ni siquiera cerca de Wells. Es todo sonrisas y carcajadas, y desafía a los miembros de la cuadrilla de Wells a luchas y carreras cuando no están de batida: igual que hago yo entre mis enemigos. Sin embargo, mientras que los demás me guardan un respeto receloso, a Bellamy lo quieren todos excepto la pandilla de Wells. Incluso ha empezado a escabullirse con Harper. Ella me cae bien. Mató un ciervo con una trampa, y luego contó una historia acerca de cómo lo mató con sus dientes. Incluso nos enseñó las pruebas: pelo entre los dientes y las encías, además de marcas de mordida en el ciervo. Todos pensamos que teníamos con nosotros a una Raven más guapa hasta que ella rompió a reír tanto que no podía seguir con el embuste. Bellamy le ayudó a quitarse el pelo de ciervo de los dientes. Me gustan las mentirosas comprometidas.

Las condiciones empeoran en los primeros días. La gente sigue teniendo hambre porque aún no hemos encendido un fuego en el castillo y, por desgracia, la higiene se olvida rápidamente cuando unos jinetes de Ceres raptan a dos de nuestras chicas mientras se bañan en el río justo debajo de la entrada. Los dorados se sienten confusos cuando empiezan a obstruírseles los poros y les salen granos.

—¡Parece una picadura de abeja! —Monty se ríe de Bellamy y de mí—. ¡O un sol radial y distante!

Finjo estar fascinada por ellos, como si no los hubiera tenido cuando era roja.

Bellamy se inclina para inspeccionarlo.

—Compañero, esto es…

Entonces Monty explota el grano justo en la cara de Bellamy, lo que hace que se tambalee hacia atrás y le entren arcadas del asco. Harper se cae al suelo de la risa.

—A veces me pregunto —empieza a decir Monty cuando Bellamy se recupera— cuál es el propósito de todo esto. ¿Cómo va a ser este el mejor método de evaluar nuestras cualidades, de convertirnos en seres capaces de gobernar la Sociedad?

—¿Y llegas a alguna conclusión? —pregunta Bellamy con cautela. Ahora mantiene las distancias. —Los poetas nunca llegan a ninguna —respondo yo.

Monty suelta una risita.

—A diferencia de la mayoría de los poetas, yo a veces sí lo consigo. Y tengo nuestra respuesta para

esto.

—Desembucha —le apremia Bellamy.

—Como si no fuera a hacerlo sin las instrucciones de nuestra diva residente —dice Monty, con un suspiro—. Nos han traído hasta aquí porque este valle era la humanidad antes de que gobernaran los

dorados. Fragmentados. Desunidos incluso en nuestra propia tribu. Quieren que pasemos por lo mismo que sufrieron nuestros abuelos. Paso a paso, este juego irá evolucionando para enseñarnos nuevas lecciones. Cambiarán las jerarquías sociales. Tendremos rojos, dorados y cobres.

—¿Y rosas? —pregunta Bellamy, esperanzado.

—Tiene sentido —digo.

—Pero eso sería de lo más extraño —se ríe Bellamy, y hace girar el anillo de lobo en el dedo—. Los padres armarían un escándalo si eso siguiera. Probablemente por eso echa Wells esas miradas lascivas a las chicas. Querrá un juguetito. Hablando de juguetitos, ¿adónde ha enviado a Vixus?

Me río. Vixus, seguramente el más peligroso de los seguidores de Wells, y los demás partieron hace casi dos horas por órdenes de Wells para explorar la llanura desde la posición privilegiada que ofrece la torre de Fobos, como parte de los preparativos para realizar una incursión en la Casa de Ceres.

—Haríamos mejor en tener a Vixus de nuestra parte si queremos hacer una jugada —digo—. Es la

mano derecha de Wells.

Monty sigue una línea de pensamiento distinta.

—No… no estoy seguro de lo de los rosas.

La idea de que un dorado sea un rosa le ofende. Pero… lo demás resulta sencillo. Esto es un microcosmos del Sistema Solar.

—Parece como jugar al pañuelo, si os acordáis de eso, pero con espadas —contesto.

Nunca he jugado a eso, pero Matteo en sus clases me puso rápidamente al día en los juegos con los

que estos se divertían de pequeños en los jardines de sus padres.

—Pues… —dice Bellamy. Le clava a Monty en el pecho un dedo de fingida seriedad—. Sí. Así que puedes coger tu palabrería y metértela por donde el sol no se atreve a brillar, Monty. Estas dos mentes maravillosas lo han decidido. Es el juego del pañuelo.

Monty se ríe.

—No todos los hombres pueden entender la sutileza y la metáfora como yo. Pero no temáis, amigos musculosos, yo estaré aquí para guiaros por los vericuetos más alucinantes. Por ejemplo, puedo deciros que la primera prueba será volver a unir la casa antes de que un enemigo llame a la puerta.

—Mierda —murmuro, mientras observo por el límite del parapeto.

—¿Tienes algo en el culo? —pregunta Bellamy.

—Parece que el juego ya ha empezado.

Señalo hacia abajo.

Al otro lado del valle, justo donde el bosque se encuentra con la llanura verde, Vixus está arrastrando a una chica por el pelo. El primer esclavo de la Casa de Marte. Y lejos de que me repugne, me siento celosa. Celosa de no haberla capturado yo. Fue el esbirro de Wells, y eso significa que ahora Wells se ha ganado credibilidad.