26
MUSTANG
Una parte de Bellamy ha desaparecido. El chico invencible a quien conocí es ahora algo diferente. La humillación le ha cambiado. Aunque, mientras le enderezo los dedos y le recoloco el hombro, no termino de decidir cómo. Se derrumba por el dolor.
—Gracias, hermans —me dice, y se sujeta a mi cuello para ayudarse a levantar. Es la primera vez que lo dice—. He fallado la prueba. —No le llevo la contraria—. Fui allí como un perfecto imbécil. Si esto hubiera pasado en cualquier otro lugar, me habrían matado.
—Al menos no te ha costado la vida —lo animo.
Bellamy suelta una risita.
—Solo mi orgullo.
—Bien. De eso tienes en abundancia —replica Monty con una sonrisa.
—Tenemos que rescatarla. —La mueca de Bellamy se desvanece cuando nos mira a Monty y a mí—. A Harper. Tenemos que rescatarla antes de que se la lleve a la torre.
—Lo haremos.
Lo haremos, maldita sea.
Bellamy y yo avanzamos hacia el este según mi plan, más lejos de lo que hayamos ido hasta ahora. Nos quedamos en las tierras altas del norte, pero nos aseguramos de caminar sobre las cumbres que se ven desde las llanuras abiertas de abajo. Al este y más al este, nuestras largas piernas nos llevan más y más lejos.
—Jinete al sureste —digo. Bellamy no mira.
Atravesamos una húmeda cañada donde un oscuro lago nos ofrece la posibilidad de beber entre una familia de ciervos. El barro cubre nuestras piernas. Los insectos revolotean encima de la fría agua. Me inclino a beber y el tacto de la tierra entre mis dedos es agradable. Me mojo la cabeza y me pongo a comer con Bellamy un poco de nuestro añejo cordero. Le hace falta sal. Toda esta proteína me hace sentir retortijones.
—¿Cómo de al este del castillo crees que estamos? —le pregunto a Bellamy, y señalo detrás de él.
—Puede que a veinte kilómetros. Es difícil de establecer. Parece más lejos, pero tengo las piernas
cansadas. —Se endereza y mira donde estoy señalando—. Ah. Ya lo veo.
Una chica montada en un caballo mustang moteado nos mira desde el margen de la cañada. Lleva una vara larga cubierta y atada a la silla de montar. No logro distinguir de qué casa es, pero la he visto antes. La recuerdo como si fuera ayer. Es la chica que me llamó florecilla cuando me caí de aquel poni al que me subió Matteo.
—Quiero que su caballo vuelva por donde ha venido —me dice Bellamy. No puede ver por el ojo izquierdo, pero ha recuperado la fanfarronería de siempre, aunque algo forzada—. ¡Oye, cariño! —grita—. Mierda, qué daño en las costillas —dice más bajito—. ¡Cabalgas de primera! ¿De qué casa eres?
Esto me preocupa.
La chica se acerca trotando unos diez metros, pero lleva los emblemas del cuello y de la manga cubiertos con dos trozos de tela cosida. Tiene la cara manchada con tres rayas diagonales de jugo azul de baya mezclado con grasa animal. No sabemos si es de Ceres. Espero que no. Podría ser de los bosques del sur, o del este, o incluso de las tierras altas del nordeste.
—¡Eh, Marte! —saluda con petulancia, fijándose en el emblema de nuestras chaquetas.
Bellamy hace una patética reverencia. Yo no me molesto.
—Vaya, cuánta elegancia. —Le doy un golpe a una piedra con el zapato—. Eh… Mustang. Bonito emblema. Y bonito caballo.
Le doy a entender que tener un caballo es algo poco frecuente.
La chica es bajita y delicada. Su sonrisa, no: se burla de nosotros.
—Y vosotros, chicos, ¿qué hacéis en las tierras del interior? ¿Cosechando cereales?
Le doy un golpecito a mi falce.
—Ya tenemos bastante en casa.
Señalo al sur de nuestro castillo.
Reprime una risa ante mi endeble mentira.
—Seguro que sí.
—Voy a ser claro contigo. —Bellamy fuerza una sonrisa con su maltrecha cara—. Eres increíblemente preciosa. Solo puedes ser de Venus. Pégame con lo que sea que lleves debajo de esa tela y llévame a tu fortaleza. Seré tu rosa si prometes no compartirme y mantenerme caliente por las noches. —Da un paso inestable hacia delante—. Y por las mañanas.
Su mesteño retrocede hasta que él deja de intentar robarle el caballo.
—Pero qué encantador eres, guapo. Y a juzgar por la horqueta que llevas, también debes de ser un luchador de primera.
Aletea las pestañas.
Bellamy hincha el pecho en señal de confirmación.
Ella espera hasta que lo entienda.
Entonces Bellamy frunce el ceño.
—Eso. Ajá. Bueno, no teníamos más herramientas en la fortaleza que las que pertenecen a nuestra deidad. Así que… ya os habéis tenido que topar con la Casa de Ceres. —Se inclina con sarcasmo sobre su silla de montar—. No tenéis cultivos. Habéis peleado con los que sí los tienen, y está claro que no disponéis de mejores armas, o de lo contrario las llevaríais encima. Así que Ceres anda por aquí. Probablemente en las llanuras cerca del bosque, por las cosechas. O cerca de ese gran río del que todo el mundo está hablando.
Ella es toda ojos risueños y una boca que sonríe con suficiencia enmarcada en una cara con forma de corazón. Por la espalda le caen trenzas de largos cabellos tan dorados que refulgen con el sol.
—¿Así que estáis en los bosques? —pregunta—. Al norte de las montañas, probablemente. Pero ¡qué divertido es esto! ¿De verdad son tan patéticas vuestras armas? Está claro que no tenéis caballos. Qué casa tan pobretona.
—Escoria —dice Bellamy con énfasis.
—Se te ve muy orgullosa de ti misma.
Me coloco la falce en el hombro.
Levanta una mano y la balancea hacia delante y hacia atrás.
—Más o menos. Más o menos. Más orgullosa de lo que el Cara Guapa aquí debería de estar. Menudo fantasma. —Pongo el peso de mi cuerpo sobre los dedos de los pies para ver si se da cuenta. Echa el caballo hacia atrás—. Vamos, vamos, Segadora, ¿también estás tratando de subirte a mi silla de montar?
—Solo quiero tirarte de ella, mesteña.
—Te apetece que nos revolquemos por el barro, ¿eh? Bueno, ¿y si prometo que os dejaré que subáis aquí a cambio de más pistas de dónde se oculta vuestro castillo? ¿O acaso se levanta? ¿Tal vez se expande? Puedo ser amable como patrona.
Me mira de arriba abajo, juguetona. Los ojos le centellean como harían los de un zorro. Esto aún es un juego para ella, lo que significa que su casa es un lugar cívico. Siento envidia cuando la examino como ella a mí. Bellamy no ha mentido, ella es algo digno de admirar. Pero preferiría tirarla de su caballo. Tengo los pies cansados y este es un juego peligroso.
—¿En qué lugar te escogieron? —pregunto, pensando que ojalá hubiera prestado más atención.
—Antes que a ti, Segadors. Me acuerdo de que Mercurio te quería a toda costa en su casa, pero sus seleccionadores no le dejaron cogerte en la primera ronda. Algo sobre tus niveles de ira.
—¿Así que te escogieron antes que a mí? Entonces no estás en Mercurio, porque se llevaron a otro chico antes que a mí y no estás en Júpiter porque se llevaron a un chico monstruoso. —Trato de recordar a quién escogieron antes que a mí, pero me resulta imposible, así que sonrío—. Quizá no deberías ser tan vanidosa. Así no podría saber en qué clasificación entraste.
Me percato de que lleva un cuchillo debajo de la túnica negra, pero sigo sin recordarla de la clasificación. No estaba atents. Bellamy debería acordarse de ella por la forma en la que mira a las chicas, pero quizá solo pueda pensar en Harper y en la oreja que le falta. Nuestro trabajo ha terminado. Podemos dejar a Mustang. Es lo bastante lista como para averiguar el resto. Pero marcharnos sin un caballo puede ser un problema, y no creo que Mustang necesite el suyo en realidad. Finjo aburrimiento. Bellamy controla las colinas que nos rodean. Entonces me sobresalto como si hubiera visto algo. Susurro «serpiente», mientras miro las patas delanteras del caballo. Él mira también, y en ese momento el movimiento de la chica es involuntario. Aunque se da cuenta de que es una trampa, se inclina para mirar a las pezuñas de refilón. Me abalanzo para cubrir los diez metros de distancia. Soy rápida. Ella también, pero le falta un poco de equilibrio y tiene que echarse hacia atrás para tirar de las riendas y alejar al caballo. Retrocede a toda prisa en el barro. Me arrojo hacia ella y, con mi fuerte mano derecha, le agarro las largas trenzas justo cuando el caballo se aleja como un relámpago. Intento derribarla de su montura pero es muy rápida. Me quedo con un bucle de oro ensortijado. El caballo se ha ido, y la chica se ríe y maldice por lo de su pelo. Entonces la horqueta de Bellamy se bambolea en el aire y hace tropezar al caballo. Bestia y chica caen al fangoso suelo.
—¡Maldita sea, Bellamy! —grito.
—¡Lo siento!
—¡Puedes haberla matado!
—¡Lo sé! ¡Lo sé! ¡Lo siento!
Corro para ver si se ha roto el cuello. Eso lo estropearía todo. No se mueve. Me inclino para comprobarle el pulso y noto que un cuchillo me presiona la ingle. Mi mano ya está allí para retorcerle la muñeca. Le quito el cuchillo y la inmovilizo en el suelo.
—Ya sabía yo que querías revolcarme en el barro.
Sus labios esbozan una sonrisa altiva. Después los frunce como si quisiera un beso. Retrocedo. Entonces ella silba y el plan se vuelve un poco más complicado.
Oigo cascos de caballo.
Todo el mundo tiene malditos caballos menos nosotros.
La chica guiña un ojo y yo le quito a la fuerza la tela que cubre su emblema. Casa de Minerva. Los griegos la llamaban Atenea. No podía ser otra. Diecisiete caballos bajan en estampida por la cañada desde la cima de la colina. Los jinetes tienen picas eléctricas. ¿De dónde demonios han sacado las picas eléctricas?
—Es hora de correr, Segadora —se burla Mustang—. Llega mi ejército.
No hay carrera. Bellamy se zambulle en el lago. Me alejo de Mustang de un salto, corro detrás de él por el barro y me tiro desde la ribera para unirme a él en el agua. No sé nadar, pero aprendo rápido. Los jinetes de la Casa de Minerva se mofan de nosotros cuando tratamos de no hundirnos en el centro del pequeño lago. Pese al verano, el agua es profunda y está fría. Está cayendo la noche. No siento las extremidades. Los guerreros de Minerva aún están rodeando el lago, esperando a que nos cansemos. No lo haremos. Llevaba tres durobolsas en el bolsillo. Las lleno de aire. Le doy dos a Bellamy, y guardo una para mí. Nos ayudan a flotar y, como ninguno de los de Minerva parece tener intención de nadar para venir a nuestro encuentro, por ahora estamos a salvo.
—Monty ya tendría que haberla encendido —le digo a Bellamy después de algunas horas en el agua.
Él no está en buena forma debido a las heridas y el frío.
—Monty la encenderá. Fe… buen hombre… fe.
—También se supone que ya tendríamos que haber vuelto.
—Bueno. Aun así está yendo mejor de lo que me fue con mi plan.
—¡Mustang, parece que te aburres! —grito con un castañetear de dientes—. Ven aquí y date un chapuzón.
—¿Y sufrir hipotermia? No soy estúpida. Estoy en Minerva, no en Marte, ¿recuerdas? —se ríe desde la orilla—. Prefiero calentarme junto a la chimenea de tu castillo. ¿Lo veis?
Señala detrás de nosotros y habla en voz baja con tres chicos altos, uno de los cuales es tan alto como un obsidiano, los hombros tan anchos como una nube de tormenta gigantesca.
Una densa columna de humo se alza a lo lejos.
Al fin.
—¿Cómo puñetas pasaron la prueba esos imbéciles? —pregunto en voz alta—. Han regalado nuestro castillo.
—Si regresamos, pienso ahogarlos en sus propios meados —contesta Bellamy más alto aún—. Menos a Echo. Ella es demasiado bonita para eso.
Nos castañetean los dientes.
Los dieciocho asaltantes creen que la Casa de Marte es estúpida, que no tiene caballos y que está desprevenida.
—Segadora, Cara Guapa, ¡ahora tengo que dejaros! —nos grita Mustang—. Intentad no ahogaros hasta que regrese con vuestro estandarte. Podéis ser mis atractivos guardaespaldas. ¡Y podéis llevar sombreros a juego! ¡Pero tendremos que enseñaros a que penséis mejor!
Se aleja al galope con quince jinetes con el dorado gigantesco junto a ella a las riendas de su caballo como una sombra colosal. Sus seguidores gritan de alegría mientras cabalgan. También nos deja compañía. Dos jinetes con picas eléctricas. Las herramientas de labranza están sobre el barro de la orilla.
—Mustang es una chica-ca se-se-se-xi —consigue decir Bellamy, temblando.
—Da mi-mi-mi-miedo.
—Me re-cu-cu-cuerda a mi-mi-mi madre.
—Estás fa-fa-fa-fatal.
Asiente para decirme que está de acuerdo.
—Así que el plan está más o menos fu-fu-fu-funcionando.
Si logramos salir del lago sin que nos capturen.
La noche cae de lleno y con la oscuridad llegan los aullidos de los lobos en las montañas brumosas. Empezamos a hundirnos porque se escapa el aire de las durobolsas de pequeños agujeros producidos por la presión. Podríamos haber tenido alguna oportunidad de escabullirnos de noche, pero los que quedan de Minerva no están holgazaneando alrededor de un fuego. Acechan en la oscuridad de forma que nunca sabemos dónde están. ¿Por qué no pueden estar sentados como estúpidos en el castillo, disputando entre ellos como nuestros compañeros?
Volveré a ser una esclava. Puede que no una esclava de verdad, pero no importa. No voy a perder. No puedo perder. Costia habrá muerto para nada si me dejo hundir aquí, si permito que fracase mi plan. Pero aún no sé cómo vencer a mis enemigos. Son listos, y las probabilidades no están en absoluto de mi parte. El sueño de Costia se hunde conmigo en la profundidad del lago y estoy a punto de nadar hasta la orilla, con independencia de lo que pase después, cuando algo asusta a los caballos.
Entonces un grito atraviesa el agua.
El miedo me recorre la espalda cuando algo aúlla. No es un lobo. No puede ser lo que creo que es.
Un fulgor azul resplandece cuando un bastón eléctrico se agita en el aire. El chico grita otra maldición. Lo han sorprendido con un cuchillo. Alguien corre en su ayuda y la electricidad brilla de azul otra vez.
Veo un lobo negro de pie sobre un cuerpo mientras otro cae. La oscuridad de nuevo. Silencio, después el quejumbroso gemido de las medibots que bajan del Olimpo.
Oigo una voz conocida.
—Despejado. Salid del agua, pescaditos.
Chapoteamos hasta la orilla y resollamos en el fango. Sufrimos de una considerable hipotermia. No nos matará, pero siento los dedos torpes mientras el barro se escurre entre ellos, chapoteante. Mi cuerpo tiembla como una chica de perforaciones cuando trabaja.
—Trasgo, pedazo de psicópata. ¿Eres tú? —pregunto en voz alta.
La cuarta tribu se levanta en la oscuridad. Lleva la piel del lobo que mató. Le cubre desde la cabeza a las espinillas. Vaya con la pequeñaja. El dorado de su traje está cubierto de barro. También su rostro.
Bellamy se arrastra sobre las rodillas para abrazar a Raven.
—Ay, ay, eres pre-preciosa, Trasgo. Una chi-chica pre-preciosa. Y maloliente.
—¿Le ha estado dando a las setas? —pregunta Trasgo desde detrás de Bellamy—. Deja de tocarme,
florecilla.
Aparta a Bellamy de un empujón, con pinta de avergonzada.
—¿Has ma-ma-matado a esos dos? —pregunto, temblando.
Me inclino sobre ellos y les quito la ropa seca para cambiársela por la mía. Siento palpitaciones.
—No. —Raven ladea la cabeza hacia mí—. ¿Tendría que haberlo hecho?
—¿Po-po-por qué me preguntas como si fuera tu pre-pretor? —le pregunto, riéndome—. Lo sabes de sobra.
Raven se encoge de hombros.
—Eres como yo. —Mira a Bellamy con gesto desdeñoso—. E incluso un poco como él. Así pues, ¿debería matarlos? —pregunta como si nada.
Bellamy y yo intercambiamos de reojo unas miradas sorprendidas.
—N-n-no —respondemos los dos justo cuando los medibots llegan para llevarse a los de Minerva.
Les ha hecho el daño suficiente para que su participación en el juego se haya terminado.
—Bu-bu-bueno. Y hablando de to-to-todo un po-po-poco, te ru-ru-ruego que me expliques por qué has esta-ta-tado va-va-vagabundeando metido en una pi-pi-piel de lobo todo el camino hasta aquí —
inquiere Bellamy.
—Monty dijo que estaríais por el este —responde Raven secamente—. El plan sigue en marcha, dice.
—¿Han lle-lle-llegado los de Minerva al castillo? —pregunto.
Raven escupe en el suelo. Las lunas gemelas cubren su cara en la oscuridad de sombras inquietantes.
—¿Y cómo mierda voy a saberlo? Me pasaron de largo. Pero no tienes oportunidad, lo sabes. Como
plan es un callejón sin salida. —¿Está Raven ayudándonos de verdad? Por supuesto la ayuda empieza por enumerar nuestras incompetencias—. Si los de Minerva llegan a la fortaleza, destruirán a Wells y tomarán nuestro territorio.
—Sí. De eso se trata —le digo.
—También cogerán nuestro estandarte…
—Ese es un ri-riesgo que debemos correr.
—Así que lo robé de la fortaleza y lo enterré en el bosque.
Se me tendría que haber ocurrido eso.
—Tú lo robaste. Tan simple como eso. —Bellamy rompe a reír—. Menuda canalla chiflada. Eres una loca de primera. La centésima en la clasificación. Loca de primera.
Raven parece molesta. Satisfecha. Pero molesta.
—Incluso así no podemos garantizar que vayan a abandonar nuestro territorio.
—¿Y tú su-su-su-sugieres? —pregunto, temblando aún, pero impaciente. Podría habernos ayudado
antes.
—Obtener ventaja para expulsarlos después de que cumplan con lo de derribar a Wells, obviamente.
—Sí, sí, eso lo en-ti-ti-tiendo. —Me sacudo de encima el último de mis escalofríos—. Pero ¿cómo?
Raven se encoge de hombros.
—Nos llevaremos el estandarte de Minerva.
—Espe-pe-pera —dice Bellamy con un tiritera—. ¿Sabes cómo hacerlo?
Raven resopla.
—¿Qué crees que he estado haciendo todo este tiempo, tordo de seda? ¿Masturbarme en los arbustos?
Bellamy y yo nos miramos.
—Algo así —admito.
—La verdad es que sí —asiente Bellamy.
Cabalgamos en los caballos de Minerva al este de la región montañosa. No soy una buena jinete. Bellamy sí, por supuesto, así que aprendo muy bien cómo agarrarme a sus magulladas costillas. Llevamos la cara pintada de barro. Parecerá una sombra en la noche, así que verán los caballos, los bastones, los emblemas y creerán que somos de los suyos. El castillo de Minerva se encuentra sobre una tierra ondulada cubierta con un manto de flores silvestres y olivos. Las lunas emiten un débil brillo sobre el inclinado paisaje. Los búhos ululan en las retorcidas ramas sobre nuestras cabezas. Cuando nos acercamos a su dispersa fortaleza de arenisca, una voz nos desafía desde la muralla sobre la puerta. Raven no está muy presentable con su capa de lobo, así que se ocupa de vigilar nuestra huida.
—Hemos encontrado a Marte —digo hacia arriba en voz alta—. ¡Eh! Abrid la maldita puerta.
—Contraseña —exige el centinela con pereza desde las almenas.
—¡Tonto del culo del alma! —grito desde abajo.
Raven la escuchó la última vez que estuvo aquí.
—Excelente. ¿Dónde están Clarke y los saqueadores? —pregunta desde arriba el centinela.
¿Mustang?
—¡Cogieron su estandarte, tío! Los muy imbéciles no tenían ni caballos. ¡Puede que aún podamos tomar su castillo!
El centinela muerde el anzuelo.
—¡Son unas noticias de primera! Clarke es un lince. June ha hecho la cena. Coged un poco en la cocina y después reuniros conmigo, si queréis. Me aburro y necesito compañía.
La puerta se abre chirriante muy, muy despacio. Me río cuando al fin se abre lo suficiente para que podamos entrar a caballo uno junto a otro. Ni un solo guardia sale a recibirnos a Bellamy y a mí. Su castillo es distinto, más seco, más limpio y menos opresivo. Tienen jardines y olivos alineados entre las columnas de arenisca en el nivel inferior. Nos ocultamos entre las sombras cuando dos chicas pasan con tazas de leche. No tienen antorchas ni fuegos que un enemigo pueda avistar desde lejos, solo pequeñas velas. Hace que sea fácil escabullirse. Por lo visto, las chicas son guapas, porque Bellamy hace una mueca y finge que las sigue por las escaleras. Después de mostrarme una sonrisa radiante se escabulle en dirección a los ruidos de la cocina mientras yo busco su sala de mando. La encuentro en el tercer nivel. Las ventanas dan a la llanura en sombras. Frente a las ventanas se encuentra el atlas de Minerva. Una bandera en llamas ondea sobre el nombre de mi casa. No sé lo que significa, pero no puede ser bueno. Otra fortaleza, la de la Casa de Diana, se encuentra al sur de Minerva, en los Grandes Bosques. Esas son todas las que han descubierto. Tienen sus propias hojas de puntuaciones para hacer un seguimiento de sus logros. Alguien que se llama Lincoln parece ser una maldita pesadilla. Ha capturado a ocho esclavos él solo y ha provocado que nueve medibots tuvieran que bajar a recoger estudiantes, por lo que imagino que es aquel tan alto como un obsidiano. No encuentro su estandarte por ningún sitio. Como nosotros, no eran tan estúpidos como para dejarlo por ahí tirado. No pasa nada, lo encontraremos a nuestra manera. En ese preciso momento, me llega el olor del humo de los incendios que ha iniciado Bellamy. Se está filtrando por las ventanas. Qué bonita es su sala de guerra. Mucho más bonita que la de Marte.
Lo rompo todo.
Y cuando he terminado de destrozarles el mapa y de desfigurar una estatua de Minerva, uso el hacha que he encontrado para grabar el nombre de Marte sobre su preciosa y alargada mesa de estrategia. Me siento tentada de tallar el nombre de otra casa entre los restos para confundirlos, pero quiero que sepan quién hizo esto. La casa está demasiado organizada, es demasiado ordenada y racional. Tienen una líder, saqueadores, centinelas (ingenuos), cocineros, olivos, leche caliente, picas eléctricas, caballos, miel y estrategia. Minervanos. Cerdos orgullosos. Que se sientan un poco como la Casa de Marte. Que sientan la ira. El caos.
Llegan los gritos. El fuego de Bellamy se extiende. Una chica entra corriendo en la sala de guerra. Casi consigo que se desmaye cuando levanto el hacha. No tiene sentido hacerle daño. No podemos hacer prisioneros; al menos, no con facilidad. Así que saco tanto la falce como el bastón eléctrico. La cara manchada de barro. El pelo dorado revuelto. Soy la viva imagen del terror.
—¿Eres June? —gruño.
—N-no. ¿Por qué?
—¿Sabes cocinar?
Se ríe a pesar del miedo. Aparecen tres chicos que dan la vuelta a la esquina. Dos de ellos son más anchos que yo, pero más bajos. Grito como un dios de la furia. Oh, cómo corren.
—¡Enemigos! —gritan—. ¡Enemigos!
—¡Están en las torres! —rujo una y otra vez para confundirlos mientras bajo las escaleras—. ¡En los niveles superiores! ¡Por todas partes! ¡Demasiados! ¡Montones! ¡Montones! ¡Marte está aquí! ¡Ha llegado Marte!
El humo se extiende. También sus gritos.
—¡Marte! —repiten—. ¡Ha llegado Marte!
Un chico joven pasa a mi lado como un rayo. Le agarro por el cuello de su camisa y lo tiro al patio de abajo por la ventana, dispersando a los minervanos que se aglomeran allí. Voy a la cocina. El fuego de Bellamy no es muy grave. Grasa y maleza. Una chica intenta apagarlo entre aullidos.
—¡June! —grito.
Se gira y se topa con mi bastón eléctrico y se estremece cuando la electricidad le entumece los músculos. Así es como rapto a su cocinera. Bellamy me descubre corriendo con June sobre los hombros a través de los jardines.
—Pero ¿qué demonios?
—¡Es cocinera! —le explico.
Se ríe tan fuerte que apenas puede respirar.
El caos envuelve a los minervanos, que corren entre los barracones. Creen que el enemigo está en las torres. Creen que su ciudadela se está consumiendo entre las llamas. Creen que la Casa de Marte ha entrado con todos sus hombres. Bellamy me lleva hasta los establos. Han dejado siete caballos. Robamos seis después de tirar una vela en los almacenes de heno y salimos cabalgando por la entrada principal mientras el humo y el pánico consumen la fortaleza. Yo no llevo el estandarte. Tal y como lo planeamos. Raven dijo que había una puerta trasera escondida para entrar en la fortaleza. Apostamos a que alguien que estuviera muy desesperado por huir de una fortaleza que se desmorona la usaría para escapar, alguien que tratase de proteger el estandarte. Teníamos razón.
Raven se une a nosotros un par de minutos después. Aúlla debajo de su capa de lobo mientras se acerca. Mucho más atrás el enemigo lo persigue a pie con picas eléctricas. Ahora son ellos los que no tienen caballos. Y no tienen ninguna posibilidad de recuperar el estandarte de lechuza que brilla entre sus fangosas manos. Con la cocinera inconsciente sobre mi montura, cabalgamos bajo la noche estrellada de vuelta a nuestras montañas desgarradas por las batallas, nosotros tres y la cocinera inconsciente, riéndonos, festejándolo, aullando.
