UN SECRETO FAMILIAR
Por Cris Snape
Disclaimer: Kono Oto Tomare! Es una serie escrita e ilustrada por Amyū y publicada en la revista Jump Square.
Este fic participa en la actividad multifandom del foro Alas Negras, Palabras Negras.
Advertencia: Universo Alternativo.
¿Y si el señor Kudō hubiera sido algo más que un padre negligente?
TABLA 2: Lugar. Prompt: Dormitorio.
TABLA 5: Verbo. Prompt: Valioso.
TABLA 7: Personajes. Prompt: Cabello oscuro.
—Si lo haces así es mucho más fácil. Mira.
A Chika no se le dan bien las matemáticas. Tiene el ceño fruncido y pinta de no comprender ni una sola palabra. Tetsuki procura hablar con claridad, consciente de que tarde o temprano captará el truco.
—Entonces, ¿no hace falta saberse esto?
—Tienes que aprendértelo todo. Venga. Vuelve a intentarlo.
Escucha el gruñido de pura frustración. Es obvio que Chika se siente hastiado, aunque no se rendirá. Es tan cabezota que siempre termina lo que empieza. Lo ve apretar el lapicero con todas sus fuerzas y sonríe, satisfecho porque esté en casa. Después de todo, Chika Kudō es su mejor amigo.
Se conocieron a principios de curso y cada vez son más inseparables. A Tetsuki le da igual que la gente diga que es un engreído porque sabe que en realidad sólo es tímido y un poco torpe. No se le dan nada bien las palabras.
Hacen la tarea juntos todas las tardes. De hecho, cuando Chika no come en el colegio, lo hace en la escuela. Siempre vuelve a casa cuando se ha hecho de noche y, en ocasiones, se queda a dormir con Tetsuki. Le gusta mucho la almohada con forma de fantasma que hay en su dormitorio. Suele abrazarse a ella como si le perteneciera.
—¿Sabes que mi hermano se ha hecho un piercing en cada oreja?
Se lo comenta después de terminar los deberes de inglés. Están sentados en la cocina, merendando. Mamá les ha preparado unos onigiris deliciosos. Chika parece fascinado.
—¡Guau! Yūki mola un montón.
Tiene bastante razón. De mayor, a Tetsuki le encantaría ser como su hermano.
—Pues mis padres se han enfadado mucho.
La espalda de Chika se pone un poco tensa.
—¿En serio?
—Le han castigado sin consola hasta fin de mes. Yūki dice que ha merecido la pena.
Chika asiente, todavía alucinado por la osadía del mayor de los hermanos Takaoka. Se come un onigiri de dos bocados.
—Oye, Tetsuki. ¿Tú quieres hacerte un piercing?
La pregunta le sorprende. Suelta una carcajada y mueve la cabeza.
—¡Mis padres me matarían!
Se imagina la cara de sus progenitores y se parte de la risa. Chika, en cambio, está serio. La sonrisa que aparece en su rostro parece un poco forzada.
—Sí. El mío también.
Después de merendar, salen al jardín para jugar un rato al fútbol. Antes de regresar a casa, mamá le pregunta a Chika qué le apetece comer al día siguiente.
—Estofado. Me encanta.
—¿Lo tienes todo, cielo?
A Tetsuki no le gusta que mamá le acaricie la cabeza cuando hay otros niños delante. Chika es la única excepción. Se considera lo bastante mayor como para prescindir de semejante muestra de afecto en público. De todas formas, no puede rehuirla. No merece la pena ni intentarlo.
Ha revisado su mochila un millón de veces. Siguiendo los consejos de papá, hizo una lista con todas las cosas que necesitará durante su excursión a la granja-escuela y no se deja nada. Es muy importante ser organizado. Te facilita mucho la vida.
—Sí, mamá.
—¿Y tú, Chika? ¿Necesitas algo?
Su amigo lleva callado todo el rato. Está sentado en la acera, abrazado a sus rodillas y con la cara medio escondida entre las piernas. Es raro que esté tan alicaído. Cuando la maestra anunció ese viaje, fue el más entusiasmado de la clase. Tetsuki sabe que le pasa algo. Chika niega con la cabeza y mamá, que se da cuenta de que está triste, se acuclilla a su lado y le coloca el pelo detrás de las orejas.
—¿Estás bien, cariño? ¿Te sientes enfermo?
Finalmente alza la cabeza. Tiene los ojos llorosos cuando mira a mamá. Tetsuki no tiene ni idea de lo que le ocurre. Hasta ayer, todo estaba bien.
—Estoy bien. Es que no voy a ir a la excursión.
Chika se encoge sobre sí mismo. Tetsuki da un respingo y alza un poco la voz.
—¿Cómo que no?
—Mi padre no ha firmado la autorización y la maestra dice que tengo que quedarme en el colegio.
Pero… ¿qué?
Eso no puede estar pasando. Llevan una semana entera haciendo planes. Tetsuki quiere presenciar el nacimiento de algún cerdito y Chika comer fresas directamente de la mata. Han planificado hasta las camisetas que llevarán y se han reído un montón de veces imaginándose lo genial del viaje. No es posible que el señor Kudō no haya firmado la autorización. No es justo.
—¿Por qué no?
Suena agresivo, herido, exigente. Incluso mamá le mira como reprochándose su proceder. Chika vuelve a esconder la cara al tiempo que respira hondo.
—No lo sé.
Suena como si estuviera a punto de echarse a llorar. Tetsuki no quiere que lo haga. No delante de niños que le odian. Así pues, se sienta a su lado y le da un golpe en el hombro.
—Seguro que la maestra puede arreglarlo. ¡Mamá! ¿Por qué no hablas con ella y le das permiso a Chika?
Después de todo, está más tiempo en casa que con su padre. Lo mire por donde lo mire, mamá tiene más derecho a tomar esa clase de decisiones. Pero no. No cuela.
—No podemos hacer eso, Tetsuki. Aunque no nos guste, tenemos que acatar la decisión del padre de Chika.
—¡Pero es una mi…!
Está a punto de soltar un exabrupto. Mamá frunce el ceño. Tetsuki se muerde la lengua para tragarse las palabras. Mira a Chika, que está inmóvil y alicaído, y toma una firme determinación.
—Si él no viene, yo también me quedo.
Piensa que mamá pondrá el grito en el cielo, pero se limita a mirarle como si se sintiera muy orgullosa. Chika, en cambio, le mira con espanto.
—No puedes hacer eso.
Se esperaba otra clase de reacción ante su sacrificio.
—No quiero que te quedes solo en el colegio.
Chika se pone en pie, aprieta los puños y se muestra más decidido y seguro de sí mismo que nunca.
—Pero tú quieres ir a la granja. No es tu culpa que a mi padre se le haya olvidado firmarme el papel. Tienes que irte. Estaré bien.
Puede que no se conozcan desde hace demasiado tiempo, pero Tetsuki ha aprendido mucho sobre Chika en los últimos meses. Sabe que cuando tiene esa mirada es imposible hacerle cambiar de opinión. De verdad que quiere quedarse con él, pero tendría que pelearse para lograrlo.
Cuando se sube al autobús, Chika ha vuelto a sentarse en el suelo. Mamá está a su lado, aunque no parece capacitada para ofrecerle consuelo. Tetsuki se va de excursión, pero no disfruta del viaje tanto como le hubiera gustado.
En clase de Educación Física están jugando al baloncesto. Tetsuki es uno de los niños más altos de su clase y se le da bastante bien el deporte en general, así que todo el mundo se pelea para estar en su mismo equipo. Procura ser simpático con sus nuevos compañeros, aunque está un poco preocupado por Chika.
Lleva dos días mucho más callado de lo normal. Se sienta en su pupitre por la mañana temprano y casi no se mueve hasta la hora de volver a casa. Elude responder a las preguntas de Tetsuki y hace todo lo posible para escaquearse de esa lección. El profesor no se lo permite, amenaza con castigarle si no se pone a jugar y Chika arrastra los pies hasta el centro de la pista. Están en equipos contrarios y Tetsuki se le acerca. No sabe si es por la iluminación del pabellón o qué, pero está bastante pálido.
—¿Te encuentras bien? Haces mala cara.
Chika asiente. No le sigue la conversación y Tetsuki se siente confuso. Apenas presta atención al partido, más atento a las reacciones de su amigo. Sabe que le pasa algo por cómo se mueve. Fatigosamente, con los dientes apretados. Cuando un compañero le defiende un poco fuerte desde atrás, cae al suelo y se queda de rodillas, temblando hasta el grado de que todos se dan cuenta. Incluso el profesor le pone una mano en la espalda y se interesa por él, pero Chika no abre la boca. Se repone de inmediato y termina la clase anotando cinco puntos.
Sucede en los vestuarios, mientras se asean y se cambian de ropa para la próxima clase. Chika se ha dejado una zapatilla antes de meterse en uno de los cubículos destinados a los retretes. Tetsuki no se lo piensa mucho. Abre la puerta, distraído con sus propias cosas, y se queda paralizado cuando ve a su amigo. Chika aún no se ha puesto la camiseta. Se está tocando con cuidado el costado derecho. Debe dolerle un montón, ya que tiene un moratón gigante que, demonios, tiene forma de pie.
—¡Chika!
Camina hacia él. Intenta tocarle, pero el otro le rehúye, hablando de manera atropellada.
—¡No me pasa nada! ¡Me he caído! Estoy bien.
¡Y un cuerno! Tetsuki frunce el ceño y le agarra del brazo para tirar de él.
—Tiene que verte el profesor. Seguro que puede darte alguna pomada y…
—¡Qué no! ¡Déjame!
Chika se aparta con brusquedad. Retrocede hasta quedarse sin espacio y le mira, jadeante y con las pupilas dilatadas. Parece realmente enfadado, pero no se dejará amilanar por eso.
—Pero, Chika.
Cree que seguirá gritándole. En vez de eso, hunde la cabeza entre los hombros, gimotea y se palpa la piel herida.
—Estoy bien. No se lo digas a nadie. Por favor.
Una vocecita le grita desde lo más profundo que no le haga ningún caso y corra en busca de algún adulto. Otra, le recuerda que delatar a un amigo es traición, que Chika tendrá motivos sobrados para dejar de hablarle.
Tetsuki se queda callado. Esa misma tarde, agarra una pomada del botiquín de casa y se lo tiende a Chika sin decir nada más.
Es la primera vez que ve heridas en el cuerpo de su amigo, pero no la última.
La marca de una mano en la muñeca, una quemadura en el brazo, moratones en la espalda, laceraciones en el vientre. Chika siempre le dice lo mismo.
Me he caído.
En realidad, no es nada fácil verlas. Chika se esfuerza un montón para que pasen desapercibidas y Tetsuki las encuentra porque las busca. La mayor parte de los días se comporta con normalidad, pero cuando está más taciturno o triste, siempre, siempre, siempre, hay una supuesta caída de por medio.
Tetsuki no sabe qué hacer. En casa, es una norma hablar con papá o con mamá cuando hay problemas. Incluso Yūki sería buena opción. Lo que pasa es que, según Chika, todo está bien. Quiere creer que es así. Su amigo es tranquilo y le encanta la tarta de fresa. Seguro que no va por ahí pegándose con nadie. A lo mejor sí que es un poco torpe. O puede que tenga un hermano mayor que se pasa un poco a la hora de jugar. Yūki nunca le ha golpeado en serio, pero una vez le dio un codazo por accidente y le sangró la nariz.
Es consciente de que el asunto es más grave de lo que parece a simple vista, pero Tetsuki siente que tiene las manos atadas y procura fingir que no pasa nada. Hace los deberes con Chika, juegan a la consola, leen cómics. Se ríen y casi siempre parecen dos niños normales. Los de siempre. Sin embargo, cuando su amigo aparece por el colegió con el pómulo amoratado, es complicado ignorar los hechos.
Chika se sienta en su pupitre y clava los ojos en el tablero de la mesa. Tetsuki se coloca frente a él para asegurarse de que no esquiva su mirada.
—¿Qué te ha pasado?
Nota la tensión en su cuerpo. Al final, se señala la cara y sonríe.
—¿Esto? Me he dado un golpe con la puerta del baño.
Tetsuki entorna los ojos, molesto por una mentira tan obvia.
—¿Seguro?
La maestra interrumpe la conversación. Tetsuki está muy lejos de sentirse satisfecho. Deja que las horas transcurran con normalidad, pero una vez en casa, vuelve a la carga. Y cuenta con la inestimable ayuda de mamá, que se ha dado cuenta del golpe en cuanto lo ha visto. La ve agacharse a su lado y asirle el rostro con cuidado.
—Cielo, ¿y esto?
Chika agacha la cabeza, aprieta los labios. Los ojos se le ponen vidriosos.
—Me he dado con la puerta del baño.
Trolero. Tetsuki da un paso hacia delante, dispuesto a protestar. Quiere soltar todo lo que lleva dentro, pero los ojos de Chika le dejan mudo. Le está suplicando silencio.
—¿Te duele mucho?
Mamá le está acariciando justo donde está el golpe. Chika sisea y parece más desesperado que nunca. Asiente despacio, a punto de sucumbir a las lágrimas. Y, entonces, se aferra al cuello de mamá y la abraza con todas sus fuerzas.
Tetsuki se queda boquiabierto. La verdad es que nunca ha pensado mucho en esas cosas de madre. Sabe que Chika no tiene una, pero nunca habla sobre ello. Se da cuenta de que debe ser duro que no exista una mamá que te abrace cuando estás triste, asustado o te has hecho daño. Por eso no se pone ni un poco celoso. Espera hasta que Chika deja de llorar y ve a mamá frotarle la espalda y susurrarle palabras de consuelo en el oído.
Chika tarda un buen rato en calmarse. Cuando lo hace, se meten en su habitación y comen galletas de chocolate. Están sentados uno junto al otro, en silencio y sin pensar en la tarea. Chika aún tiene los ojos rojos. Su moratón parece más morado que nunca.
—Deberías tener más cuidado con las puertas.
Sea lo que sea lo que está pasando, necesita ser más precavido.
Chika aprieta los labios. No dice nada.
Papá trabaja mucho. Desde que obtuvo el ascenso en el hospital, pasa muchas horas fuera de casa. Sin embargo, Tetsuki apenas nota su ausencia. Cenan juntos casi todas las noches y siempre saca un ratito para hablar con él. Ya no pueden salir de excursión los fines de semana, como hacían cuando era más pequeño y se iban al campo, pero a veces Yūki se encarga de esa parte. Cuando mamá y papá se sienta frente a él, justo antes de que empiece su programa de televisión favorita, Tetsuki se da cuenta de que pasa algo importante. Grave.
—Tetsuki. Quiero que hablemos sobre tu amigo Chika.
Papá siempre es directo, cosa que es muy de agradecer. Se acomoda un poco mejor y nota la mirada cómplice que intercambian los dos adultos. Mamá le agarra una mano.
—Estoy un poco preocupada por él. He notado que últimamente está distinto.
Tetsuki es incapaz de fingir que ignora sus intenciones. Se muerde el labio inferior y agacha la cabeza. Papá le aprieta un hombro.
—Eres un buen amigo, Tetsuki. Sé que crees que guardarle los secretos a Chika es lo correcto, pero a veces es necesario tomar decisiones duras para avanzar.
Puedes traicionar a tu amigo. No pasa nada.
—Chika no me ha dicho nada.
—Pero tú crees que alguien puede estar haciéndole daño, ¿no es así?
¡Demonios! ¿Por qué tienen que ser tan listos?
Mamá no le ha soltado ni un instante.
—Tetsuki, quiero que lo pienses con tranquilidad. ¿Algún niño se está metiendo con Chika? Alguien del colegio o puede que chicos más mayores.
Reflexiona sobre ello. Pasan casi todo el rato juntos. Está bastante convencido cuando responde.
—No. Chika no tiene muchos amigos, pero todos le dejan en paz.
Papá y mamá vuelven a mirarse. Es él quien habla en esa ocasión.
—¿Qué sabes de sus padres?
Tetsuki se pone tenso. Rememora varias conversaciones que han mantenido al respecto y saca una conclusión: en lo que respecta a la familia, Chika es muy misterioso.
—No habla mucho de ellos. Pero no tiene mamá.
—¿No?
—Chika dice que se fue cuando era más pequeño.
Papá asiente despacio. Muy despacio.
—¿Y su padre?
Tetsuki se muerde el labio, lamentando no ser capaz de proporcionar más información.
—Creo que trabaja un montón. No se ven casi nunca.
Otra mirada entre los mayores. Tetsuki comienza a ponerse un poco nervioso. Le perturba dónde pueda terminar todo ese asunto. Papá le da unas palmaditas en la cabeza.
—Está bien. No pasa nada. Tal vez sería conveniente charlar con el señor Kudō.
No sabe por qué lo sabe, pero Tetsuki es una idea terrible.
—¿Por qué? ¿Es que no quieres que Chika venga a casa?
A papá parecen sorprenderle sus palabras.
—Claro que estoy bien con eso, Tetsuki. Tu amigo es un buen niño, pero si alguien le está haciendo daño, tenemos que averiguar de quién se trata.
No le queda más remedio que aceptar sus intenciones. La conversación llega a su fin y papá se prepara para ir al hospital. Mamá anuncia que van a ir al centro comercial a comprar unos pantalones. Tetsuki no puede evitar sentirse inquieto el resto del día.
No ha sido una buena idea. En absoluto. Tetsuki sabe que papá habló con el señor Kudō durante el fin de semana. Ignora en qué términos lo hizo, pero conoce el resultado final: Chika no le dirige la palabra. Lo ha ignorado todo el rato y, cuando llega la hora de irse a casa, no se coloca a su lado como siempre. Puede comprender que esté un poco enfadado con él, pero no dejará que las cosas se queden así. Es su amigo.
—Chika.
Intenta cogerle de la manga. El rechazo es brusco.
—Déjame, chivato.
Acelera el paso, preparado para huir. Tetsuki no se da por vencido.
—Yo no he dicho nada. Mamá te notó raro. Se preocupa mucho por ti.
Un instante de duda que no supone ningún cambio.
—No me hables. Idiota.
Tetsuki se queda quieto en mitad de la calle. Ve a Chika alejándose. Está paralizado por el insulto, pero no se rendirá. No todavía.
Yūki se ha clasificado para la final de los 1.500 metros en el torneo de atletismo de su prefectura. Su tiempo ha sido tan bueno que tiene muchas opciones de llegar a los nacionales. Por ese motivo, cenan hamburguesas y patatas fritas. A mamá le gusta cuidar un poquito más la alimentación familiar, así que los carbohidratos los dejan para las ocasiones especiales.
Tetsuki intenta pasárselo bien. Se alegra un montón por su hermano porque se esfuerza muchísimo y se merece que le pasen cosas buenas, pero está muy preocupado por Chika. Tres días. Lleva tres días enteros sin hablarle y sin querer escucharle y ni siquiera ha podido asegurarse de que no tenga más golpes en el cuerpo. Está tan nervioso que se ha despellejado los labios de tanto mordérselos.
Papá se ha interesado por Chika. Tetsuki no ha podido decirle nada. Y mamá tiene esa cara que significa que dentro de poco, muy poco tiempo, le hará una visita al señor Kudō. En realidad, no deberían entrometerse tanto. Si van a conseguir que todo sea incluso peor, mejor que los dejen tranquilos.
Yūki ha sacado el pastel de calabaza del frigorífico. También forma parte de la celebración, aunque es casero. En la televisión, el presentador de las noticias habla sobre una serie de manifestaciones en contra de la masacre de las focas. Tetsuki suspira, preguntándose si a Chika le interesará ese asunto.
Nadie se espera que llamen a la puerta. Es tarde para visitas. Todos se miran entre ellos, demostrando que no están dispuestos para levantarse, y es Tetsuki el que pringa al final. Le alegra haberlo hecho. O no. Porque, si hubiera sido otra persona la encargada de recibir a Chika Kudō, cabe la posibilidad de que hubiera decidido huir.
Y no tiene que huir.
¡Joder!
—¿Chika?
Es él. Tiene el pelo rubio y los ojos color miel. Es más o menos de su altura y está muy delgado. Viste un pantalón azul marino y una sudadera de rayas blancas y rojas que está manchada de sangre. Se sostiene el brazo derecho y mantiene una mueca de infinito dolor. Tiene el rostro golpeado. Muy golpeado. El ojo derecho está tan hinchado que ni siquiera puede abrirlo. Hay una brecha en la ceja y otra en el labio. La nariz está un poco torcida. Chika se encoge sobre sí mismo y solloza.
—Tetsuki.
No sabe qué hacer. Está paralizado y siente un frío horrible. Las piernas empiezan a temblarle y una alarma estruendosa resuena en su cabeza. Mira a su alrededor buscando el peligro. ¿Y si el que ha hecho daño a Chika está allí? Al final reacciona, tira de él y lo mete en la casa. Llama a gritos a mamá y a papá. Yūki aparece en primer lugar.
Se desata el caos.
Yūki se fue a casa después de sacar una bolsa de golosinas de una de las máquinas del hospital. Tiene un examen muy importante por la mañana y necesita estar descansado. Tetsuki está en la sala de espera, consciente de que no será capaz de ir al colegio al día siguiente. Está muy preocupado. Mamá le acaricia la espalda y procura mantenerse serena, pero hay un brillo especial en sus ojos.
Papá se ha llevado a Chika para curarle. En casa, se quedó pasmado al principio, pero enseguida se comportó como todo un profesional. Examinó a Chika con detenimiento, le instó a quitarse la ropa y sacó un montón de fotografías a un cuerpo repleto de heridas.
Ojalá no lo hubiera visto. Ojalá se hubiera dado cuenta antes. Ojalá la policía haga algo para ayudarle. Porque es lo primero que hizo mamá, incluso antes de acudir al hospital. Llamaron a la policía y consolaron a Chika, que no dijo ni una palabra, pero lloró con desconsuelo.
Tetsuki no puede olvidarse de todas las heridas abiertas, de todas las cicatrices viejas. Quemaduras, golpes, cortes. Es como si le hubieran estado utilizando como saco de boxeo. ¿Podría morirse por algo así? ¿Estará bien?
Mierda, mierda.
—Cariño. Respira con calma. Vamos.
La voz de mamá lo trae de regreso a la realidad. Tetsuki se da cuenta de que está hiperventilando. Procura tragar aire despacio y profundo. Se fija en el policía que da vueltas por el pasillo. Está vestido de paisano y parece un tipo serio. Inspira confianza. Un rato antes, mamá habló con él y le explicó lo ocurrido en casa. A Tetsuki le alegró no ser interrogado. No sabe qué podría decir. Está asustado y preocupado. Quiere que todo termine de una vez.
—¿Es mi culpa?
Lo dice sólo porque no puede aguantarse más. Mamá le acaricia una mejilla y le sonríe.
—Claro que no, mi vida. Tú no eres responsable de nada. Y Chika tampoco.
Tetsuki se muerde el labio inferior, arrepentido por confundir estupidez con lealtad. ¿Acaso había estado solapando a un delincuente?
—Pero yo… Yo había visto… Antes… Él…
Mamá le abraza. Tetsuki siente que no podrá vencer el llanto por más tiempo.
—Has sido un buen amigo. No es tu culpa.
No le agrada la idea de que el policía le vea llorar, pero de todas formas se agarra a mamá y se desahoga. Ella siempre dice que eso está bien, que no es bueno guardarse las emociones hasta ahogarse con ellas. Al cabo de un rato, cuando ya no le quedan más gominolas, ve a papá hablando con el policía. Se muere de ganas por saber qué dicen. Cómo está Chika. Dónde está. Quiere verlo.
Sólo se reúne con ellos después de estrechar la mano de ese hombre. Tiene puesto un pijama de hospital y parece muy seguro de sí mismo. A Tetsuki le gusta que papá sea médico. Inspira mucha confianza. Se sienta a su lado, frente a mamá.
—Chika se pondrá bien. Hemos curado todas sus heridas y ahora mismo está descansando.
—¿De verdad?
—Tiene que quedarse en el hospital esta noche. Si todo va bien, mañana podrá venir a casa.
Tetsuki se pone en pie. Está tan aliviado como inquieto.
—Entonces, me iré con él.
Le buscará por todas las habitaciones sin ayuda. Papá le sostiene por el brazo.
—No puedes hacer eso, hijo. Chika necesita dormir.
—Pero no quiero que esté solo.
Tiene la sensación de que lo ha condenado a la soledad más aterradora durante demasiado tiempo. Se ha equivocado muchísimo y quiere resarcirse. Papá insiste en su negativa.
—No estará solo. Una enfermera lo cuidará todo el tiempo.
—Pero él no la conoce.
—Tetsuki. Le hemos dado muchas medicinas. No se despertará hasta mañana.
No cederá. Papá y mamá son más amigos de las negociaciones que de las prohibiciones, aunque no es fácil hacerles cambiar de opinión cuando toman una determinación. Tetsuki agacha la cabeza y no le queda más remedio que asentir. Vuelve a casa con su familia. No se olvida de que le han prometido que Chika se reunirá con ellos en cuanto se haga de día.
Tetsuki no ha ido al colegio. Chika tampoco.
Papá lo trae poco antes de la hora de comer. Tiene un brazo escayolado y parece más pequeño que nunca. Mamá cogió prestada ropa del propio Tetsuki, aunque le queda un poco grande. Ya no tiene sangre en la cara y alguien le ha lavado el cabello con mimo, pero las señales de la paliza son tan evidentes que Tetsuki se estremece.
Teme que le odie. Está confuso y asustado y no sabe qué esperar. Sin embargo, no le rechaza cuando le ofrece ir a su habitación. Le cede la cama y le entrega la almohada fantasma. Chika se hace un ovillo y cierra los ojos durante un rato. Tetsuki se sienta en el suelo y aguarda hasta que él le habla.
—Tengo el brazo roto.
Le muestra la escayola. Tetsuki se pone de rodillas y busca algo que decir.
—¿Quieres que te la firme?
—Vale. Y haz un dibujo.
Sonríe. Busca un rotulador rojo y se esmera por hacer la letra más bonita del mundo. Chika le observa en silencio. Parece tranquilo.
—¿Te duele mucho?
La respuesta es evidente. Chika asiente.
—¿Quieres que te traiga un batido de fresa?
—Sí.
Tetsuki corre escaleras abajo. Se detiene cuando ve al policía en la sala de estar. Papá está hablando de huesos rotos y patadas en la cara. Está más enfadado que nunca.
—¿Qué haces, Tetsuki?
—¡Mamá!
Chika le dijo una vez que mamá es muy guapa. Ese día, la encuentra fiera.
—Chika quiere batido.
—Pues ve a buscarlo. Venga.
Da tres pasos rápidos hacia la cocina. Se detiene antes de traspasar el umbral.
—Mamá. ¿Quién ha hecho daño a Chika?
Ella aprieta los puños. Le sonríe.
—No te preocupes por eso. Sólo necesitas saber que no volverá a pasar. Te lo prometo.
Tetsuki supone que puede darse por satisfecho. Regresa a su habitación con el batido y un bollito de crema que está blandito y delicioso. Chika come y bebe en silencio, mirando por la ventana de vez en cuando. Por un lado, todo se siente muy incómodo. Por otro, es absolutamente correcto.
—Tetsuki. Tu padre es genial.
Es algo que siempre ha creído saber, aunque nunca ha sido plenamente consciente de ello. Después de verle alzar a Chika en brazos con sumo cuidado, calmando su llanto y preocupándose por su bienestar, no le cabe la menor duda.
—Puedes quedarte en casa todo el tiempo que quieras.
Lo compartiré contigo si hace falta, joder. Y a mamá también. Incluso a Yūki.
Otra vez se quedan callados. La voz de Chika se escucha mucho tiempo después.
—Tetsuki.
—¿Qué?
—Gracias.
El policía parece simpático, pero Chika no termina de fiarse de él.
—Puedes decirnos todo lo que pasó. Vamos a cuidarte.
Mira a la mamá de Tetsuki. Siempre ha sido muy buena con él. Algunas veces hasta le ha dado abrazos. Hace la mejor tarta de fresa del mundo. Es de confianza, pero no se siente más tranquilo cuando la ve asentir.
Se muerde el labio. Agacha la cabeza.
—Pero… No quiero ir a la cárcel.
No sabe por qué su declaración causa tanto estupor. El papá de Tetsuki le pone una mano en la nuca. Aún se acuerda de todo el cuidado que tuvo mientras le curaba los correazos de la espalda.
—No vas a ir a la cárcel, Chika. No has hecho nada malo.
No es verdad. Mamá se fue por su culpa. La vida de papá es un infierno porque tiene que cuidarlo. No tiene a nadie más.
—Pero… Nadie me quiere.
No sabe si le han oído. Es duro reconocerlo. Papá se lo ha dicho muchas veces. Muchas, muchas veces. No le cabe la menor duda. Tetsuki es el único que le ha hecho dudar, aunque no sabe qué significa eso de tener un amigo. ¿De qué le servirá en el futuro?
—Eso no es verdad, cielo. —La mamá de Tetsuki le acaricia la cara. Es tan guapa y tan genial—. Nosotros te queremos muchísimo. No dejaremos que vuelvan a hacerte daño nunca más.
Suena prometedor. Quiere creerla. De verdad que quiere.
—Pero, papá…
Se lo ha dejado muy claro muchas veces.
Estamos solos, pequeño demonio. Si cuentas algo, te quedarás sin padre y te llevarán a una cárcel para niños delincuentes. ¿Quieres eso?
—Tu padre no volverá a ponerte un dedo encima.
El papá de Tetsuki también sabe ser intimidante. A Chika le hace gracia. Seguro que su papá se cagaría en los pantalones si estuviera allí delante. De hecho, por eso le ha pegado tanto, porque el papá de Tetsuki expresó su preocupación y papá se cabreó muchísimo. Por lo visto, desvelar su secreto familiar sería lo peor que podría pasarle nunca. Y Chika no quiere ser mal niño, pero el brazo le duele muchísimo y quiere que a papá le pasen cosas malas.
Abre la boca. Lo cuenta todo.
—¡Kudō! ¿Qué te ha pasado?
Chika ha estado una semana entera sin ir a la escuela. Las niñas de la clase han sido las primeras en firmarle la escayola. Sonríe con malicia antes de responder.
—Me ha atropellado un tren.
—¿De verdad?
—Pero salvé a un gatito que se cayó a las vías.
—¡Oh! ¡Qué genial!
Tetsuki pone los ojos en blanco. No sabe cómo pueden creerse esa patraña. Tampoco le importa. Chika parece tranquilo y es como si volviera a ser el de antes. No está seguro de que eso sea algo bueno. Tiene pesadillas todos los días y mira por encima de su hombro con inquietud. La tragedia estuvo a punto de desatarse cuando una señora de servicios sociales se lo quiso llevar a un centro para menores, pero papá la convenció para que le dejara estar en casa. Al señor Kudō le han prohibido acercarse a Chika hasta que haya un juicio y lo manden a prisión. Todo parece estar bien.
No se concentran demasiado en las lecciones. Vuelven a casa entre risas y bromas y se llevan un buen susto cuando mamá les presenta a ese señor.
—Gen Kudō.
Es un hombre mayor, de pelo negro y sonrisa franca. Se agacha frente a Chika y le tiende una mano.
—Hola, mocoso. Soy tu abuelo.
El papá de su papá. Mala cosa.
Chika nunca ha tenido ocasión de conocer a ningún miembro de su familia. No sabe casi nada de su mamá. Su papá nunca le ha contado que tiene un abuelo y una tía. Tetsuki no se fía de ese señor, pero no puede hacer nada cuando las autoridades determinan que deben vivir juntos.
Lo vigila de cerca. En cuanto vea el primer golpe en su cuerpo, avisará a papá y Chika volverá a casa. Sin embargo, los días y las semanas transcurren y no encuentra nada. Ni una mísera marca. De hecho, Chika da un estirón cuando comienzan el cuarto curso de primaria y comienza a reírse todos los días. Un montón.
—El abuelo Gen hace kotos. Va a enseñarme a tocar. Mira mis nuevos plectros.
Tetsuki no siente demasiado interés por conocer ese instrumento, pero le gusta ver a Chika tan ilusionado. Una tarde, se va a hacer los deberes a casa del abuelo Gen y descubre que es un señor genial. Divertido, simpático. Hace onigiris con forma de animales y siempre sabe qué decir para que la gente esté contenta. Tetsuki deja de estar preocupado casi sin darse cuenta.
—El abuelo Gen me ha dicho que todos los niños somos valiosos, pero que yo lo soy más que ninguno porque soy su nieto.
Lo dice con una sonrisa en la cara. Se está volviendo más hablador, aunque no se le da bien iniciar conversaciones. Poco a poco deja de ser el marginado de la clase. Tetsuki sabe que es feliz. Reparten su tiempo entre ambas casas. Juegan, estudian, se divierten. Tetsuki le escucha tocar el koto y se da cuenta de que es muy bueno.
—Un genio, joven Takaoka. Nuestro Chika es un genio.
El abuelo Gen se lo dice con la voz temblando de emoción. Tetsuki le da la razón.
Cuando llega el verano y las autoridades dicen que el señor Kudō no podrá acercarse a su hijo nunca más, se quita un tremendo peso de encima.
Cuando Chika tiene trece años, el abuelo Gen se sienta frente a él y le habla de su cardiopatía. Dos años más tarde, sufre un infarto y a nadie le pilla por sorpresa. Antes de morir, se asegura de dejar el futuro de su nieto bien atado.
Chika no contiene las lágrimas mientras permanece prostrado ante su altar. El abuelo Gen le ha enseñado a no ocultar sus emociones. Son su mayor fortaleza.
Tienes un corazón tan grande que se convierte en música cuando tocas el koto. Atesora eso por el resto de tu vida. No te avergüences de ti mismo jamás.
Tetsuki y sus padres no se han separado de él durante el funeral. La tía Isaki tampoco. Está triste, eso es evidente, pero al mismo tiempo parece muy sereno.
Me voy en paz, Chika. Estoy muy orgulloso de ti. Te quiero muchísimo.
Sabe que el abuelo Gen nunca se irá del todo. Cada vez que Chika se siente frente al koto que le regaló, se acordará de él. Cuando interprete sus composiciones, expondrá ante el mundo el alma de aquel hombre tan maravilloso. Su héroe. Su abuelo. Su padre.
Tetsuki sabe que Chika una vez tuvo otro padre, uno que desapareció de su vida y del que nadie sabe nada. Mejor así. No necesitan convivir con monstruos. A Chika le ha quedado un legado mucho más valioso, algo que forjará su destino como hombre y que le hará sentirse orgulloso de su apellido. Porque existió un señor Kudō capaz de sumirlos en la deshonra, pero fue la excepción. Chika glorificará a su abuelo y se engrandecerá a sí mismo. A Tetsuki, su mejor amigo, no le cabe la menor duda.
FIN
