Ya una vez escribí un fic basado en una canción del grupo Warcry llamada "Capitán Lawrence" al que titulé "Nuestra sangre en la nieve". Si no lo han leído, se los recomiendo, es de lo poco bueno que encontrarán en mi perfil haha~
Este fanfic será un threeshot y está basado en la canción "Perdido", de la que también tomé el nombre para la historia.
Este primer capítulo está basado en el prompt "Descubrimiento" dado por Enigmatek en una junta por videollamada con Aelilim y Pervertida Yaoista, cuyo fin es ejercitar los dedos en este fandom tan delicioso. Las invito también a leer sus historias.
PERDIDO
Puede que un día
Sepa quién soy;
Saber de dónde vengo
Y saber a dónde voy.
En realidad, ¿qué se de mí...?
Tan solo algunas cosas
Que he acertado a descubrir.
(Perdido, Warcry).
CAPÍTULO 1
Abrió los ojos con fastidio, sin poder ignorar más la potencia del sol. Los luminosos rayos no solo le impedían continuar durmiendo, sino que también le estaban quemando la cara. Se tocó una mejilla con la mano derecha y no le sorprendió que se sintiese ardiendo al tacto. Sin resistir más el calor, abandonó su posición recostada y se sentó. Al hacerlo, registró varios hechos al mismo tiempo. El primero es que la frazada con la que estaba cubierto resbaló hasta sus piernas. El segundo es que estaba durmiendo a la intemperie, sobre un montón de cartones y diarios aplastados. El tercero es que llevaba ropa muy abrigada para soportar esas temperaturas, por lo que procedió a quitarse la gruesa parka azul y el gorro de lana que traía puesto.
Se detuvo un momento a observar las prendas. ¿De quién serían? No recordaba que fueran suyas. De hecho, ahora que lo pensaba, ni siquiera recordaba qué hacía allí.
Frunció el ceño, analizando su alrededor. Estaba en un amplio callejón sin salida, rodeado de carpas e improvisadas casuchas hechas a todas luces con materiales ligeros que bien pudieron salir de la basura. También había otros hombres, en su mayoría viejos, que como él habían elegido dormir, pegados a una de las murallas, sin nada más que lo que traían puesto. Ninguno de ellos lo miraba. Casi no había movimiento, excepto por un joven que barría fuera de su improvisaba vivienda, como si hiciera alguna diferencia limpiar un tramo de esa sucia calle. Le pareció detectar que estaba pendiente de todos, incluso de él.
Dejó de prestar atención y se puso de pie. Un suspiro cansado se le escapó entre los labios ante el esfuerzo que le significó. ¿Por qué se sentía tan agotado? Recogió la frazada, la parka y el gorro y se movió hasta la pared frente a él, justo a un costado de la casucha del joven que le dio una mirada llena de curiosidad cuando pasó por su lado.
—Hola, amigo, hoy hace un lindo día, ¿verdad?
No respondió a su saludo ni le dedicó otra mirada. En cambio, lanzó las cosas al suelo y sin más ceremonias se echó sobre ellas para seguir durmiendo, esta vez a la sombra, lejos de los molestos rayos del sol.
Era de noche cuando se incorporó de golpe, con los párpados abiertos de par en par, presa de un terror inexplicable. Vagas imágenes de lo que estaba soñando se empezaron a filtrar lentamente en su conciencia, como pistas sueltas que debía conectar: Alguien se iba, él no quería que se marchara. Una mirada cálida, casi de disculpa. Un hombre le decía que siguiera viviendo según sus emociones, pero no lograba distinguir su rostro. Lo peor era sentir que debía recordar a esa persona, que era alguien importante para él. Su cerebro se quedó haciendo esfuerzos por llegar a esa información, a quién era y por qué le miraba así.
Aunque quizás lo más importante era por qué eso lo había asustado tanto.
—Menos mal que despertaste —dijo una voz con evidente alivio—. Lo que soñabas no parecía agradable.
Se sobresaltó porque no había notado que alguien estaba arrodillado inmóvil a su lado, ni que todavía tenía una mano en su hombro, la que retiró de inmediato. Por supuesto, las imágenes volaron lejos y ya no pudo retener ninguna para analizarla. Gruñó con molestia ante ese hecho, pero el extraño junto a él lo malinterpretó.
—Lamento haberte despertado, pero antes de que te enojes conmigo, quiero que sepas que tú me despertaste primero.
Esa voz, la había escuchado antes. Por la oscuridad reinante no podía ver ningún rasgo o forma, pero rápidamente la identificó como el chico que lo había saludado cuando había despertado en la mañana.
—¿Te desperté? —repitió sin entender.
—Oh, te aseguro que sí. Te quejabas tan fuerte que pensé que estabas sufriendo un infarto o una apendicitis repentina.
—Mm. —respondió, solo para darle a entender que lo había escuchado. Volvió a recostarse dándole la espalda, ya perdiendo el interés por completo en su presencia.
—Bien, te dejo descansar —dijo el joven entendiendo la indirecta, lo escuchó ponerse de pie—. Te sugiero ponerte esa linda parka que traías antes. En el día es un infierno, pero por muy verano que sea, las noches frescas no están para resistirlas con apenas ese pobre suéter que llevas.
Lo único que quedó en su mente luego de eso, fue la voz que le dictaba vivir según sus emociones. ¿Pero a quién pertenecía? No podía saberlo, es más, no tenía ni la más mínima idea.
A la mañana siguiente, el estómago le rugió nada más se incorporó. No había vuelto a pegar el ojo en toda la noche, no solo preocupado por aquella pesadilla de la que apenas podía recordar algo, sino por lo que había terminado descubriendo tras ella: su mente estaba en blanco. No recordaba a ningún otro ser humano, familiar o amigo, ni a sí mismo. Se le escapaban cosas obvias que debería saber, como su nombre, procedencia o la más mínima información que explicara cómo había terminado viviendo en las calles.
La sensación de no saber nada le resultó aterradora, pero ni eso logró que quisiera moverse. Seguía debilitado, al punto de que era físicamente doloroso y lo llevaba a hacer cada movimiento con lentitud. Además, había pagado cara la porfía de no haberse abrigado con la parka como le habían aconsejado o al menos con la frazada. Cada una de sus extremidades se sentían heladas, incluso en la punta de sus dedos.
La atmósfera del callejón era diferente al día anterior. La mayoría parecía haberse levantado ya y se veían ocupados. Unos amarrando envases de botellas vacías, otro cargaba con latas en un carro y un anciano sucio de pies a cabeza, estaba recogiendo los diarios y cartones sobre los que había despertado el día anterior. Todos parecían saber qué hacer, dónde ir. A diferencia de él que no vislumbraba ningún propósito, no tenía ninguna idea o plan. Lo único que sabía de sí mismo era que se estaba muriendo de hambre.
Una figura dobló para entrar al polvoriento callejón. Lo reconoció de inmediato como el joven que lo había despertado. Por primera vez se detuvo a analizarlo de pies a cabeza mientras se acercaba. Parecía rondar entre los veinte y treinta años. Su rostro era despierto, alegre, con grandes ojos azules y pelo castaño, el que llevaba recogido en una larga trenza que descansaba sobre su hombro izquierdo y caía por su pecho. Vestía mejor que cualquiera de las personas que había visto en ese callejón. No se veía sucio, pero tampoco vestido de etiqueta. Casi parecía una persona normal caminando por la ciudad. Al verlo en otro lugar, jamás habría imaginado que vivía en la calle.
—Vaya, despertaste —dijo al llegar ante él—. Nunca vi un indigente dormir tanto como tú. ¿Hace cuánto no descansabas?
Arrugó el ceño. Ni siquiera podía responder a una pregunta tan básica como esa.
—Entiendo, no eres muy hablador —apreció el joven sonriéndole con comprensión—. Compartes eso con la mayoría de los que habitan aquí. Pero bueno, no quiero molestarte, solo hacerte una sencilla pregunta: ¿te gustaría desayunar conmigo?
Para marcar su invitación, sacudió la bolsa de nylon blanca que cargaba, justo frente a su cara.
—Tengo suficiente para dos.
De esa forma, tras asentir apremiado por el hambre, terminó siguiéndolo a su casucha. No sin antes recibir una recomendación que esta vez no desoyó:
—Trae tus cosas. Si las dejas allí sin tenerle un ojo encima, te las robarán en un santiamén.
El interior del lugar no era muy grande, era bajo, no se podía estar en pie dentro, quizás máximo de rodillas. El ancho apenas permitía que ambos estuvieran sentados frente a frente, separados por no más de medio metro. De largo daba solo para un hombre recostado, ni un centímetro más, tal como demostraba la delgada colchoneta que atravesaba un costado. Estaba construido con palos de madera, recubiertos con latas por el exterior, de modo que las improvisadas vigas quedaban a la vista y servían para dejar uno que otro objeto. Pudo divisar sobre ellas dos tazas, un cepillo de dientes, uno de pelo y un jockey negro sostenido por un solitario clavo. Gracias a la luz del sol que se filtraba por la puerta abierta, el interior estaba limpio. Casi pulcro, si lo comparaba con el pedazo de calle que veía desde allí.
—¿Por qué me ayudas? —preguntó desconfiado, tras observarlo un largo momento en silencio.
—¿Debo tener una razón? —devolvió el joven, quién estaba sacando el contenido de la bolsa y los iba dejando uno a uno en el suelo, en el espacio entre ellos. Eran cuatro sándwiches sellados al vacío y el mismo número de latas de café.
—Nadie ayuda de forma desinteresada —sentenció, haciendo reír al otro.
—Entonces es tu día de suerte porque fui criado por un sacerdote cristiano. Me enseñaron muy bien a dar sin recibir nada a cambio, puedes comer tranquilo —afirmó, extendiéndole uno de cada cosa.
Estaba seguro de que debería seguir recelando de recibir esa ayuda, pero su estómago dolía y lo llevó a tomar el alimento ofrecido manteniendo la boca cerrada. No tenía idea de cuánto llevaba sin comer, pero estaba seguro de que al menos eran unos días.
La lata de café estaba agradablemente caliente al tacto y dejó el sándwich sobre sus piernas cruzadas para abrirla y beber todo el contenido de un largo sorbo que le calentó hasta el alma. Al bajar la lata vacía, no demoró nada en desempacar y devorar el pan.
—Adelante, coge otro —invitó su anfitrión—. Hay más que suficiente.
Obedeció, esta vez sin dejar de verlo. El sujeto mordía su propio sándwich de forma sosegada y le devolvía una mirada cargada de curiosidad.
—Me llamo Mike Howard —se presentó, atendiendo a que no le quitaba la vista de encima—, pero puedes llamarme por mi apellido. ¿Y tú?
—No lo sé.
Sus ojos azules, que ahora que veía más de cerca casi parecían violetas, se abrieron sin comprender.
—¿Cómo que no sabes? —preguntó con humor—. Si no quieres decirme está bien, pero no necesitas ser tan evasivo.
No vio el punto en explicarle que realmente desconocía su nombre. En cambio, comenzó a revisar sus propios bolsillos.
—No tengo dinero para pagarte... creo.
—¿Crees? ¿Qué significa eso?
Tampoco respondió, más interesado estaba en descubrir si traía alguna identificación encima o algo de dinero. Revisó incluso la parka.
—¿Se te perdió algo?
—No —replicó frustrado al no encontrar nada. Había tenido una vaga esperanza de obtener una pista de quién era, pero había sido en vano, seguía en blanco.
—Si se te desapareció algo de efectivo o valor, cuenta con que fuiste registrado mientras dormías, a mí me han robado en más de una ocasión así, ya sabes que somos vulnerables por las noches.
¿Eso habría sucedido? ¿Perdió sus documentos e información personal mientras se recuperaba… de lo que sea que lo había dejado así de cansado? Ahora que por fin había comido, estaba más seguro que antes que estaba resintiendo un brutal esfuerzo físico. Cada músculo de su cuerpo se reportaba resentido.
—De todas formas, por mí no te preocupes —continuó Howard—, ya te he dicho que no tienes que devolverme nada.
—Quiero hacerlo —porfió, aunque todavía no sabía cómo. No se sentía bien ser ayudado por un extraño. Tenía la molesta sensación de que debería ser capaz de valerse por sí mismo y que estaba fallando en ello.
—Bueno, si es así —comenzó Howard lentamente—, hay algo que podrías hacer por mí.
De inmediato pensó que había caído en una trampa. Por supuesto que quería algo de él, sino ¿por qué ayudarlo? Mentalmente se preparó para una petición que anticipaba desproporcionada o ilegal.
—Me falta un compañero.
Definitivamente ilegal.
—¿Para qué? ¿Un robo?
—¿Robo? —repitió Howard echándose a reír con ganas—. ¿En serio tengo cara de delincuente?
Se encogió de hombros. Su cara tampoco acusaba que era un "sin techo", pero así era. Podía ser cualquier cosa y ciertamente advertía algo engañoso en él.
—¿El sacerdote también te enseñó a no robar?
Howard torció su gesto en una expresión de circunstancias.
—Golpe bajo, no soy una blanca paloma —admitió—. Pero me refería a que, como bien debes saber, es mejor tener aliados al vivir en la calle. Como te decía antes, al dormir es cuando somos más vulnerables. Necesito un compañero para realizar turnos y evitar así ataques o robos.
—¿Ataques?
—Te sorprenderías la cantidad de hombres que se sienten con el derecho de maltratar a un vagabundo —comentó, cruzándose de brazos—. Se creen superiores. Más de una vez he visto que queman las cosas de otros, si es que no tratan de quemarlos a ellos. Entonces, ¿qué dices? ¿Te unes a mí?
—No confío en ti.
—Por supuesto —aceptó Howard sin alterarse por su sinceridad—, pero eso se soluciona conociéndome, ¿no? Y para eso necesitamos tiempo juntos. A menos que vayas de paso.
Se encogió de hombros. No tenía noción de si iba de paso, vivía en ese apestoso callejón o en algún otro. No tener ninguna información al respecto le quitaba toda la prisa y le otorgaba todo el tiempo del mundo para perder.
—Recuerda que estamos tratando de sobrevivir en las calles. Es mejor tener aliados.
—Está bien —aceptó. Howard soltó un sonido de júbilo.
Él, en cambio, no se sintió contento. Por un lado, saldaría su deuda con este tipo quedándose a su lado un breve tiempo, pero por otro no tener ningún plan de vida más allá que ese, lo hizo sentir insatisfecho con su propia existencia.
El resto de la jornada fue una introducción en toda regla al mundo de la vagancia. Un comentario casual preguntándole hace cuánto no tomaba una ducha, porque ya comenzaba a apestar, derivó en que salieran juntos a la avenida con la promesa de guiarlo a donde podría asearse.
Bastó que avanzara un par de cuadras hasta que un reflejo llamó su atención en un escaparate. Era su propia figura, reflejada con nitidez, pero por más que se miró a sí mismo, no logró reconocerse. Tenía el cabello café oscuro y corto, desordenado en varios mechones que no parecían fáciles de peinar. Ojos azules intensos. Si tuviera que juzgarse, diría que su edad era similar a la de Howard, rondando entre veinte y treinta, incluso su complexión física era parecida, es decir, era delgado, alrededor de un 1.70 de alto.
—¿Te gusta apreciarte? —La pregunta fue hecha con cierta curiosidad carente de malicia. Howard estaba parado a su lado tratando de entender qué hacía, aunque no preguntó más sobre ello cuando echó a caminar otra vez.
No solo consiguió un buen baño con agua caliente en un local donde se pagaba un par de billetes por acceder a unas duchas personales, sino que su caritativo benefactor también le compró una muda de ropa y lo llevó a una lavandería donde podía limpiar la que había traído hasta entonces. Incluso le consiguió un cepillo de dientes.
—Para vivir en la calle, no parece faltarte el dinero —observó crítico.
—Ah, tengo mis secretos —respondió Howard —, pero si gustas, puedo enseñarte a ganar dinero suficiente para subsistir.
Como su deuda estaba comenzando a aumentar, aceptó su propuesta. Mientras el trenzado le iba explicando cuánto dinero le darían por un kilo de latas o cartón, y le mostraba los lugares donde podía recogerlos y venderlos, aprovechó para acribillarlo a preguntas. El trenzado hablaba por los dos y no pudo evitar que se sucedieran una tras otra: ¿De dónde vienes? ¿Hace cuánto vives en la calle? ¿Siempre eres tan callado?
Esas tres eran las últimas que acababa de recibir. Eso lo llevó a decirle la verdad, después de todo, ¿qué perdería compartiendo su ridícula situación?
—He perdido la memoria —informó desapasionadamente—. No sé nada de mí mismo.
Howard se detuvo en seco.
—Bromeas —dijo incrédulo.
—No —afirmó, deteniéndose también dos pasos por delante y volviéndose hacia él.
—Sí, veo en tus ojos que no bromeas —concluyó pasado el momento de impacto, reinició el avanzar—. ¿Y qué es lo primero que recuerdas?
—Haber despertado en ese callejón.
—Wow, eso es jodido. ¿Nada de tu infancia? ¿De tu familia? ¿Trabajo? ¿Pareja? ¿Amigos?
—Nada —resumió.
Howard hizo un puchero taimado, como si no tener más información lo frustrara también.
—Eso es triste —murmuró, enseguida pareció animarse—. Pero descuida, en todas las películas que he visto los personajes recuperan la memoria.
Bufó. A veces no sabía si estaba bromeando o no. Tal vez simplemente era idiota.
—Además, no pareces haber tenido un accidente, no estás herido o… —se calló al ver su expresión de circunstancias. Por toda explicación, se levantó la playera azul que le había comprado, dejando que apreciara su torso amoratado y rasmillado, como si hubiese sido arrastrado por el suelo una larga distancia.
—¿Qué? —preguntó Howard anonadado—. ¿Pero cómo te hiciste eso?
—No sé —repitió ya sin paciencia, cansado de haber tenido que darse esa misma respuesta decenas de veces—. Las descubrí al ducharme hoy.
—¿No sentías esos golpes? —Se extrañó Howard.
—Sentía cansancio y dolor físico —explicó apático—, pero no me di cuenta de que estaba herido.
Al parecer tampoco era la primera vez que se dañaba, aunque no se lo dijo. Calló describir que su cuerpo estaba salpicado de cicatrices de distintos tamaños y formas. A propósito, había levantado la prenda en el único lugar donde no se veía alguna de ellas para evitar más preguntas que no podría responder.
—¿Tu cabeza no duele? —cuestionó Howard de pronto y sin pedir permiso, se paró ante él y comenzó a tocarle la cabeza, tanteando con los dedos la superficie—. ¿Algún chichón?
—No. —dijo secamente. Por alguna razón dejó de respirar al ver su cara tan cerca, quizás motivado por ese increíble color de ojos violeta que casi no parecía natural. ¿Acaso él llevaba lentillas? Porque a esa distancia supo que no eran azules como había creído antes ni parecían violetas, sino que lo eran.
—Esa es una buena noticia —celebró Howard retirando las manos, ajeno a su turbación—. Si bien claramente te pasó algo, no golpeaste tu cabeza, así que esa no es la causa por la que estás desmemoriado.
—No se me ocurre otra razón para olvidar todo —dijo recomponiéndose.
—Mm, fíjate que a mí sí —contrarió Howard y le envió una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora—, pero no tengo suficiente evidencia todavía, te comentaré mi teoría luego. Ahora será mejor que vayamos por algo de almorzar.
Regresaron al callejón cuando ya comenzaba a anochecer, cargando la cena en bolsas. Howard se detuvo en seco cuando estaban a pasos de su guarida.
—No de nuevo —refunfuñó.
Pronto notó qué lo había hecho reaccionar así. Antes de irse, Howard había cerrado la casucha con un candado que ya no se encontraba en su lugar, sino en el suelo. Ni siquiera se habían molestado en tratar de forzarlo, sino que habían arrancado el portacandado de cuajo.
—Espera aquí —le indicó Howard—, esto puede no ser agradable.
Abrió la puerta de madera de una patada carente de toda amabilidad.
—Usted de nuevo —le escuchó decir—. Señor Nasaka, ¿no habíamos aclarado esto ya?
—Es mi techo —rezongó una voz desconocida.
—Lo será cuando yo me vaya o me muera, ¿recuerda? —indicó Howard elevando la voz con intención.
—Ya, ya, no grites —escuchó una voz rasposa y evidentemente ebria—. Pensé que te habías ido, imbécil, no volviste en muchas horas
Acto seguido un mugroso sujeto salió del lugar tambaleándose con una caja de vino barato abrazada a su pecho. Se paró unos metros más allá y comenzó a gritar insultos de grueso calibre.
—No lo tomes en cuenta, es un pobre sujeto que prefiere adormecer su inteligencia con alcohol —dijo Howard asomándose por la puerta, lo vio alejarse hacia el fondo del callejón con pena—. Al menos esta vez no opuso resistencia —celebró y le hizo una seña invitándolo a entrar—. La mala noticia es que apesta.
Ciertamente, el olor que dejó ese sujeto tras él lo hizo arrugar la nariz. Lo peor es que parecía haberse quedado concentrado en el pequeño lugar.
—Por suerte estoy preparado —dijo Howard, rebuscando en el borde de su colchoneta, sacó un pequeño bote de aerosol que procedió a disparar. La peste no tardó en disminuir—. Dejaré la puerta abierta para que se ventile bien.
Howard empezó a desempacar la cena, que no era otra cosa que una porción de pollo asado con papas fritas y le pasó la suya. De inmediato arrugó el ceño ante el olor a fritura. Gracias a que todavía no se iba del todo la luz solar y de que la puerta continuaba abierta, Howard atrapó su gesto.
—¿No te gusta la comida aceitosa?
—No lo sé —respondió en voz baja.
—Quizás es el olor a pollo —teorizó Howard—, tal vez eras vegetariano o vegano.
—Ni idea, pero comeré de todas maneras —cortó—, gracias.
—No es nada —replicó Howard haciendo un puchero, pero aceptó comer en silencio, lo que agradeció porque le dio tiempo para pensar. Concluyó que haberle dicho la verdad no era del todo desagradable, pues le permitiría hacer algunas preguntas básicas:
—¿Dónde estoy? —preguntó cuando acabaron de comer.
—Dios, ni siquiera sabes eso —exclamó Howard impresionado.
—Sé que estoy en Japón —explicó con una leve corriente de malhumor—, pero desconozco en qué ciudad.
—Estás en Osaka.
Su memoria no reaccionó lo más mínimo ante ese dato.
—Al menos estás en tu país, claramente eres nipón —comentó Howard—. Tus rasgos y el japonés nativo te delatan.
—Tú en cambio no luces japonés —observó.
Howard sonrió, mirándolo con ligera diversión.
—¿Y cómo luzco?
Era fácil de adivinar por su acento. Al parecer, tenía en su memoria información base como para saber algo así.
—Norteamericano —lanzó con seguridad.
—Bingo —dijo Howard—. Me intriga cómo pudiste saberlo. ¿De verdad fue por mis rasgos?
—Por tu acento, al parecer lo reconozco —aclaró—, aunque tu japonés es bueno.
—Es cierto, alguien se dio el tiempo de enseñarme —respondió Howard en inglés, encogiéndose de hombros—. Solo tuve la suerte de tener un buen maestro.
Respondió con un asentimiento.
—¿Pudiste entenderme?
—Sí, lo hice —respondió en inglés.
—Bueno, al menos ya tienes más cosas que anotar de tu pasado —comentó Howard, volviendo al japonés—. Eres de este país, reconoces acentos extranjeros y sabes inglés.
—¿Qué anotar? —repitió sin entender.
—Sí, pensé que esto te sería útil —dijo sacando de su bolsillo una pequeña libreta que traía enganchado un bolígrafo—. Creo que deberías ir tomando nota de todo lo que descubres sobre ti mismo, aunque te parezcan detalles mínimos como que eres naturalmente desconfiado, te molesta tener deudas o que no te gusta la comida grasosa. Quizás pueda ayudarte a recuperar la memoria.
De hecho, era una buena idea. Los aceptó agradeciéndole. Se quedaron en un apacible silencio mientras aprovechaba de anotar todo lo que se le ocurrió hasta que la oscuridad llenó la estancia y fue hora de descansar.
—Oye, si ya no hay mal olor —se quejó Howard sin entender cuando tomó sus pertenencias y le informó lo que iba a hacer—, ¿por qué diablos prefieres dormir fuera?
Calló que no era por el olor. No se sentía cómodo simplemente echándose a dormir al lado de un desconocido, aunque fuera uno en apariencia tan agradable como ese. De hecho, tanta amabilidad despertaba en él alarmas que no podía explicar.
—Así no tiene sentido que hagamos turnos —protestó Howard tras no recibir respuesta.
—Puedes dormir primero —replicó, acostándose atravesado fuera de la puerta—, estaré justo aquí vigilando.
—De acuerdo —se rindió Howard suspirando audiblemente—, pero eres un compañero muy complicado y poco práctico. El calor mutuo nos habría venido bien para dormir mejor.
—Me conoces hace nada y ya quieres abrazarme —se burló.
—¿Quién dijo algo sobre abrazarte? —dijo Howard, su tono crispado—. Con compartir tu frazada hubiera sido suficiente. No sé si te has dado cuenta, pero no tengo ropa de cama porque me fue robada.
—Duérmete ya —cortó lanzándole su frazada hacia el interior.
—Sí, sí, como quieras, ya voy, pero en esta situación la necesitas más que yo, grandísimo idiota —replicó tirándosela encima de vuelta—. Pondré la alarma de mi reloj en cuatro horas si te parece bien y te avisaré.
—De acuerdo.
Escuchó y sintió la vibración de la puerta de madera cerrándose a su espalda. Se puso la parka, el gorro y se echó la frazada encima. Esperó pacientemente su turno para descansar, preguntándose qué clase de indigente llevaba un moderno reloj. Era algo en lo que había reparado antes mientras comían. Era otro detalle sobre ese chico que no terminaba de cerrar.
Despertó siendo zamarreado. Por un momento no entendió por qué lo estaba molestando, si había esperado pacientemente su turno para dormir y había cumplido con su guardia.
—¿Qué sentido tiene que duermas fuera si igual me harás salir a despertarte? —se quejó Howard, sonaba un poco malhumorado—. Si me vas a hacer despertar asustado, al menos ten la gentileza de permanecer al alcance de mi mano para poder zarandearte y poder volver a dormir —siguió reclamando—. Harás que me resfríe saliendo a la intemperie a estas horas.
¿Había estado teniendo otra pesadilla? Esta vez no recordaba nada en absoluto, incluso se sintió inclinado a creer que mentía.
—¿Me estaba quejando?
—¿Cómo la noche anterior? —preguntó Howard— Ya quisiera, estabas gritando. De seguro despertaste a todo el callejón y cinco cuadras a la redonda.
¿Gritando? Entonces se dio cuenta que su garganta se sentía extraña, rasposa, casi herida. Quizás era cierto después de todo.
—No recuerdo nada.
—Sí, bueno, no se escuchaba agradable. No te pierdes de nada —desechó Howard—. Y ahora hazme el favor de entrar, ¿quieres? Prometo no asfixiarte mientras duermes, a menos que grites así de nuevo.
Sin saber por qué, sonrió, aunque en la oscuridad Howard no pudo verlo. Y lo siguió al interior, aunque eligió una posición paralela a la colchoneta, pegándose a la pared contraria, marcando la máxima distancia entre ellos.
—No voy a abrazarte —advirtió, solo por molestarlo.
—Pff —bufó Howard tras recostarse—, ¿tú crees que quiero a alguien gritando "¡no, no, no!" en mi oído? Olvídalo.
—¿Eso hice? —preguntó quedo.
—Sí, anótalo en tu libreta mañana. Ahora, si me disculpas, quiero intentar volver a dormir.
—Howard —suspiró con un presentimiento—, no fue todo lo que dije, ¿verdad?
Hubo un silencio tenso.
—No —la admisión fue hecha en voz baja, contrariada. Claramente no quería decirle.
—Howard. —repitió con intención, de forma terminante. Necesitaba saber cada pista que su cerebro liberaba, aunque fuese mientras estaba inconsciente.
—Dijiste que fue tu culpa —murmuró Howard compadeciéndolo terriblemente, podía decirlo por la entonación de su voz.
—¿Eso es todo?
—Sí.
Hubo un largo silencio después de su respuesta, pero Howard le sorprendió volviendo a hablar.
—¿Quieres que te diga mi teoría ahora?
—¿Cuál es?
—Un shock emocional —señaló y procedió a argumentar con seriedad—, me baso en tus pesadillas. Son violentas, te hacen sufrir. Puedes haber presenciado un hecho horrible y tu deseo inconsciente de reprimirlo, quizás sea la causa de tu vacío de memoria. Eso pensé antes. Ahora le agrego: además sientes culpa. Lo que te hizo olvidar es más de lo que puedes soportar. Así que te daré un consejo que no me has pedido: tómatelo con calma. Si tu cabeza no quiere dejarte acceder a esa información, debe ser por algo. No tenemos sistemas de defensa por nada.
Sonaba lógico. Decidió que no era descabellado y archivó esa hipótesis junto a la obvia de haber recibido un gran golpe en la cabeza, que seguía siendo su teoría favorita, aunque Howard tenía razón de que no había rastros de tal golpe. Quizás existía una explicación obvia: se había curado antes de llegar a ese callejón.
Despertó con un agradable olor a café concentrado justo en su nariz. Al abrir los ojos se encontró con un vaso de cafetería.
—Como lo único que sé de ti es que te gusta el café —empezó Howard sonriendo— hoy te conseguí uno de mejor calidad.
—Gracias.
"Demasiado amable", volvió a recelar. No se le escapaba que ya le debía más de lo que podía conseguir levantando latas o cartones de las calles.
El café no era todo lo que él había conseguido. También unos pasteles que le hicieron girar la cabeza de tanta azúcar que contenían, de hecho, contuvo un par de arcadas.
—Lo lamento —se disculpó Howard riendo al notar su incomodidad al comer—, no tienes que consumirlo si no es de tu agrado.
No era un malagradecido, así que lo engulló completo, pero en la agenda anotó "me gusta el café" y "no me gustan las cosas azucaradas", luego de haber escrito ciertas notas sobre el día anterior y lo que había retenido de su pesadilla de la noche pasada.
Mientras soportaba la tortura de ese desayuno, Howard lo animó a preguntarle lo que quisiera para entrar en confianza. Pensó cuidadosamente. Tenía al menos una decena de preguntas para él y la gran mayoría sonarían acusatorias, así que eligió las que no.
—¿Cómo sabes todo esto?
—¿Qué cosa? —dijo Howard sin entender.
—Vivir en la calle, aunque eres diferente de los otros vagabundos.
Howard ladeó ligeramente la cabeza. Sus llamativos ojos violetas brillaban con diversión.
—¿Diferente cómo?
—Para empezar, te ves limpio, bien vestido —"y tienes más dinero y tecnología de lo que me puedo creer", agregó en su mente.
—Hago un esfuerzo —admitió Howard—. Si te ves mal como ellos, pasas a ser invisible para la sociedad y quedaría vedado para entrar a la gran mayoría de locales. Por ejemplo, no habría podido entrar hoy a esa cafetería —dijo señalando el vaso que todavía tenía en la mano—. Ni a esa pastelería para conseguir ese dulce que casi te mata —agregó con humor.
Su respuesta le pareció razonable.
—Además, si te fijas, la mayoría de ellos son adultos mayores que están a su suerte o gente metida en vicios, por lo que no tienen la energía necesaria para nada. Me refiero a movilizarte grandes distancias para asearse en algún parque porque, dicho sea de paso, es la única opción que tienen, pues tampoco permiten la entrada de indigentes en los lugares con duchas como al que fuimos ayer que están pensadas para viajeros. Que tú y yo no luciéramos así es precisamente la razón para la que podemos contar con esa opción —aclaró—. Menos pueden realizar ciertos trabajos que te permiten obtener algo más de dinero, así que vendiendo basura solo consiguen para pasar el día o dos si tienen suerte.
—¿Haces otro tipo de trabajos? —infirió con habilidad.
—Sí, ocasionalmente, como cortar césped o segar trigo. A veces ofrezco mi ayuda en algunos locales, no siempre la aceptan, pero...
Howard se encogió de hombros.
—¿Podrías conseguirme uno? —interrumpió.
—Sabía que dirías eso.
—Quiero pagarte.
—Y ya te he dicho que no es necesario —replicó poniendo los ojos en blanco—. No sé si te has dado cuenta, pero dinero no me falta.
Sí, lo había notado. Y eso aumentaba su desconfianza.
—¿Por qué no te falta? —expresó en voz alta después de haberlo pensado para sí.
—Aprendí de niño a mantenerme por mi cuenta.
No se le pasó por alto que la respuesta fue más una evasiva que una explicación concreta a su pregunta, pero le permitió seguir por ese rumbo que tan bueno como cualquier otro para indagar sobre él.
—¿Ya vivías en la calle?
—Digamos que mi primer recuerdo de infancia es vivir en un callejón similar a este y robar para comer.
—¿Sobreviviste por tu cuenta? —preguntó extrañado. Estimó que la edad promedio de los primeros recuerdos es de tres o cuatro años, así que no le parecía posible que lo hubiera logrado por él mismo siendo tan pequeño.
—Bueno, no totalmente por mi cuenta... —admitió Howard—. Era parte de un grupo de chicos, una especie de pandilla de niños abandonados.
Howard le contó escuetamente sobre ellos, hablando especialmente del líder llamado Solo, haciendo hincapié que él era mayor y le había enseñado todo lo que sabía de moverse en la calle. Eso hasta que había sido adoptado por una iglesia por un breve tiempo.
Absorbió cada palabra con atención, era agradable escuchar a alguien que, de hecho, tenía claras sus memorias.
—¿Solo? —saboreó las dos sílabas que escaparon de sus labios—. Es un buen nombre. Supongo que puedo tomarlo.
Después de todo, estaba "solo" en el mundo. Howard lució como si fuese a protestar, pero al final suspiró derrotado.
—Si te sientes cómodo con ese nombre —aceptó—, igual ya estaba cansado de decirte "oye", sin referirme a ti de ninguna forma en particular.
Se quedaron en silencio. Por algún motivo desconocido, algo en esa conversación había entristecido a Howard. Soltó lo primero que se le vino a la cabeza para distraerlo.
—Sigo queriendo un trabajo.
Howard reaccionó bufando contrariado.
—Bien, pero no para que me pagues, ¿de acuerdo? Guárdalo para tus propios fines.
Sus fines eran saldar su deuda y no depender como un bebé. Así que lo primero que hizo después de que Howard lo llevó a un restaurant y terminó lavando platos por interminables horas, fue comprar la cena para ambos. Si no quería recibirle el dinero, le devolvería su misma amabilidad hasta que sintiera que no le debía ni un solo peso.
—Oh, por favor. —Fue todo lo que dijo Howard esa noche cuando lo vio acomodarse otra vez en el exterior de la puerta—. ¿Vas a seguir con eso, cierto? Eres un cabezadura.
Enseguida le escuchó soltar un gruñido inconforme.
—Ni siquiera te molestas en responderme —continuó a regañadientes—. Bien, hoy te toca el primer turno, te despertaré en cuatro horas para cambiar.
Sin más ceremonias cerró la puerta con tal estruendo que lo hizo sonreír en la oscuridad. Por alguna razón, le resultaba divertido sacarlo de quicio.
Conciliar el sueño no le resultó difícil, abrigado por las pertenencias que mantenía en su poder desde el primer día, se deslizó en la inconciencia de forma tranquila. De cierto modo supo cuando la pesadilla comenzó, todo su cuerpo se puso alerta ante la sensación de peligro, ¿dónde estaba? No reconoció el lugar, pero escuchaba disparos y explosiones. Sabía que los enemigos podían aparecer en cualquier momento. De pronto reparó en su mano, cargaba un arma. ¿Por qué tenía una? ¿Quiénes eran los enemigos?
Enseguida el arma desapareció. Abrió las palmas y de ellas empezó a brotar tinta roja, como ríos interminables. Tardó en darse cuenta de que no era tinta, sino sangre. Sus piernas perdieron fuerza, cayó de rodillas ante el cuerpo de un hombre sin rostro. Se escuchó a sí mismo diciendo "no me dejes". El cuerpo le respondió: "Ya vienen, tenemos que irnos".
Entonces alguien le atacó. Se defendió derribándolo sin problemas. El desconocido golpeó fuertemente la espalda contra el suelo y aprovechó para inmovilizarlo, enseguida reconoció su voz adolorida maldiciendo.
—¿Howard? —preguntó. Estaba tan oscuro que no podía estar seguro.
—¿Quién más podría ser? —devolvió Howard sentándose apenas lo liberó de su agarre.
De forma incomprensible lo escuchó soltar una carcajada y entrar de regreso a su "guarida", como se refería a cuando hablaba de su casucha.
—¿De qué te ríes? —cuestionó sin entender.
—Mierda que eres fuerte, ¡me hiciste volar como si no pesara nada! —explicó Howard con humor.
Arrugó el ceño extrañado. ¿Lo había atacado y esa era su reacción?
—¿No estás molesto?
—¿Molesto? No, fue entretenido.
Nuevamente no pudo determinar si estaba bromeando o lo decía en serio.
—Pero hazme un favor —continuó Howard—, cierra la puerta y acuéstate cerca, al menos así me tendrás a mano si quieres mandarme a volar otra vez.
En silencio obedeció con cerrar la puerta, dando paso a la oscuridad total, y se mantuvo sin decir nada, todavía ocupado en tratar de entender qué estaba soñando y la extraña actitud de Howard. Eso sí, se sentó en el otro extremo.
—Oye, no es mi incumbencia, pero ¿qué demonios sueñas?
—No recuerdo lo suficiente para explicarlo. Solo me quedo con ideas sueltas, impresiones.
—¿Impresiones?
—Una que otra imagen.
—¿Cómo cuál?
—Creo que perdí a alguien.
—Lamento escuchar eso —dijo Howard con absoluta seriedad—. ¿Te gustaría contarme?
Lo hizo. Le explicó cada detalle de lo que recordaba, no solo de lo que acababa de soñar, sino de lo que con mucho esfuerzo había recuperado de su primera pesadilla.
—Me pregunto: ¿Serán recuerdos o solo malos sueños?
Se encogió de hombros. Se preguntaba lo mismo que Howard acababa de decir. La única diferencia es que había decidido tomárselo como si fuese en serio parte de sus memorias porque, de otra forma, no tendría pista que seguir para descubrir quién diablos era.
Sin darse cuenta, comenzaron un juego de intentar darle sentido a las pocas piezas de información que tenía y se abstrajeron tanto en eso que pasaron todo el resto de la noche conjeturando hipótesis que pudieran explicar esos sueños.
Tras un momento de largo silencio, donde él mismo afirmó que podía ser un hombre peligroso, soltó:
—Tengo miedo.
La confesión quedó flotando en el ambiente.
—¿De qué exactamente? —preguntó Howard con amabilidad.
—De haberlo matado. Recuerdo un cadáver, sangre en mis manos, una víctima que no puedo traer a mi memoria, pero sé que me importaba. De alguna forma sé que perdí el control. ¿Y si le maté?
Howard suspiró pesadamente.
—No adelantes juicios —sugirió—. No tienes toda la información.
—Pero admites que es una posibilidad —tanteó. Necesitaba saber si él creía lo mismo.
—Muy lejana.
—Me escuchaste decir que fue mi culpa.
Howard suspiró audiblemente.
—Pareces no darte cuenta, pero siempre te estás manteniendo a ti mismo en control.
Alerta, se enderezó en la oscuridad sin entender qué quería decir con eso.
—¿A qué te refieres?
—Por darte un ejemplo, si yo no pudiera recordar nada, habría perdido la cabeza. Tu serenidad en esta situación me espanta, me pone los pelos de punta. Quiero decir que no pareces el tipo de persona que pierde la compostura y se vuelve un asesino en un arrebato.
Otra vez, una explicación razonable. Era cierto, no sentía que perdiera el temple con facilidad.
—Me parece que serías más del tipo que se da el tiempo de planear un asesinato perfecto, digo, si fueras un homicida —dijo esta vez en broma—. Así que no seas tan duro contigo mismo, no al menos hasta que recuerdes todo.
Hubo un detalle que llamó su atención.
—¿Por qué estás tan seguro de que recuperaré la memoria?
—Me parece que tus pesadillas son los primeros pasos. Te van dando pistas, dosis que sí puedes tolerar. Quieres recordar.
¿Quiero recordar?, se preguntó. No estaba tan seguro de ello. Sin embargo, una cosa tenía clara para cuando amaneció y la admitió en voz alta:
—El "shock emocional" comienza a tener sentido para mí.
Una mañana cualquiera, tras abrir la puerta para dar paso a la brillante luz solar, se percató de que ya llevaba allí más tiempo del que había pretendido en un inicio, al punto en que ya había desarrollado cierta rutina con Howard. Desayunaban juntos, iban a asearse o por algún trabajo. La economía de esa extraña sociedad se había nivelado, ya no sentía que le debiera nada. Sin embargo, seguía sin planes de marcharse. La comodidad de tener un plan cada día era tentadora y la compañía de ese trenzado de fascinante personalidad era agradable, aunque las dudas sobre él seguían acumulándose una tras otra.
Con el paso de las semanas, sus pesadillas habían disminuido y cada vez era menos frecuente que Howard tuviera que despertarlo en la madrugada. Tampoco era que no soñara, solo que era una imagen de sí mismo encerrado en un lugar oscuro que le provocaba mucha paz y sobre eso no podía analizar nada. El cambio lo preocupaba. ¿Y si de verdad no quería recordar y eso estaba eliminando la voluntad de su cerebro de traer su pasado de vuelta?
Arrodillado en el suelo y ante tales pensamientos, se quitó con frustración la playera azul, pues ya era hora de llevarla a la lavandería. Enseguida captó una pesada mirada en su cuerpo. Incluso la sintió antes de girar la cabeza y verle directamente.
Howard no se intimidó al ser descubierto y no escondió nada, ni siquiera el obvio gusto que le daba apreciarlo con tanto detenimiento. Era claro que le agradaba lo que estaba viendo.
—¿Eres gay? —preguntó extrañado. Hasta entonces no se había cuestionado la orientación sexual de Howard.
—Sí.
Sus pupilas violáceas chispearon con diversión tras dar su respuesta. Por alguna razón, le había hecho mucha gracia que le cuestionara aquello.
—¿Cómo te hiciste todas esas cicatrices? —dijo a continuación, señalando su torso.
Lo miró con cara de circunstancias, quizás el "¿eres idiota?" que pensó se entendió con claridad.
—Ya, sé que es una pregunta tonta —reconoció Howard—. Pero vaya, eso da bastante información.
—¿Lo hace?
No lo había pensado. Con movimientos lentos se colocó el sweater gris que traía desde el primer día.
—Claro, si lo sumas a que sabes defensa personal, debes ser…
—¿Cómo sabes que sé defensa personal? —interrumpió y salió por la puerta. Howard lo siguió de inmediato y lo vio tomar su propia muda de ropa. Hizo una nota mental de que él nunca se desnudaba frente a él, sino que prefería hacerlo tras ducharse o en la misma lavandería, donde por unas monedas le permitían usar el baño.
—No sabes nada de la vida, pequeño —canturreó Howard cerrando el portacandado que había reemplazado recién la noche anterior, ya que el incidente con el señor Nasaka de forzar la entrada había vuelto a suceder en dos ocasiones más, la última vez la tarde pasada—. Te lo demostraré.
En un hecho inédito, Howard, lo guio a un parque cercano.
—Recuéstate de espaldas —ordenó, apuntando el pasto.
No se movió.
—¿Quieres que te muestre o no? —insistió Howard.
Cerró los ojos un momento y luego obedeció con lentitud. Howard se puso en cuclillas a su lado, a la altura de su pecho.
—En esta posición estaba hace algunas semanas, cuando me mandaste a volar —explicó—. Ahora trata de repetir lo que hiciste ese día.
Alzó una ceja con incredulidad.
—¿Quieres que te lance?
—Quiero que lo intentes.
Analizó la situación. Trató de ver dónde poner las manos en el cuerpo de Howard y solo consiguió lanzárselo encima.
—Exacto —dijo Howard, poniendo ambos brazos a cada lado de su cabeza, lo miró desde arriba provocando que un increíble pensamiento cruzara su mente. Frunció el ceño, apartándolo. En cambio, quitó la vista de su boca y se fijó en la cadena que escapó de sus ropas y colgaba de su cuello, la que contenía una cruz de metal y una llave—. No es tan fácil hacerlo. Ahora cambiemos, te mostraré.
Howard se recostó en el piso y él se agachó a su lado. En un rápido movimiento, fue mandado a volar.
—Eso es lo que hiciste ese día. Es un movimiento básico de defensa personal, no es algo que cualquiera pueda hacer solo por instinto. Quiero decir, sí, lo hiciste sin pensarlo, pero fue debido a tu entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —preguntó levantando la cabeza, ya que había quedado boca abajo en el suelo.
—Sí, además me hiciste una llave inmovilizadora, así —señaló Howard con malicia, enganchándole un brazo al cuello y aplastándolo con el peso de su cuerpo, provocando que un repentino calor azotara su cara. Ignoró su propia reacción y se quedó atento sus siguientes palabras—. Dicho de otro modo, nada de tus movimientos fue casualidad.
Howard se levantó y le estiró una mano para ayudarlo a ponerse de pie. La aceptó y cuando estuvo a su altura, siguió mirándolo fijamente, esperando escuchar lo que sabía que vendría: una teoría.
—Así que mi hipótesis de hoy es que perteneces a alguna fuerza policial o militar.
—O soy parte del bajo mundo.
—O un guardaespaldas —enumeró Howard.
—O un mafioso.
—Te gusta pensar lo peor de ti, ¿eh?
Howard le hizo un movimiento con la mano para que lo siguiera.
—¿Que se defensa personal fue una teoría que se te ocurrió ese día?
—Vagamente —admitió Howard—, pero no fue hasta hoy que vi esas cicatrices de disparos y dios sabe qué más que adquirió sentido como para comentártela. Anótala de todas maneras.
Por supuesto que lo haría, pensó, junto a un "Howard sabe defensa personal", parte de la lista de excentricidades que no comprendía del sospechoso trenzado. ¿También le habrían enseñado en la iglesia?, se burló en su mente.
Desayunaron en una cafetería, donde él pidió un pan de miga y un café, a diferencia de Howard que se pidió un café con una torre de crema y uno de esos pasteles dulces con los que casi lo había matado cuando acababa de llegar. Parecía decidido a conseguir diabetes lo antes posible.
Siguió el movimiento de su lengua recorrer sus labios, primero el de abajo, luego el de arriba, retirando por completo los rastros de crema, pero dejándolos en cambio brillantes y apetecibles.
Arrugó el ceño, otra vez, ¿en qué diablos estaba pensando?
Howard, que siempre parecía estar atento a cualquier cambio en su expresión, le preguntó qué sucedía. Se encogió de hombros y se quedó en un terco silencio que el otro respetó, como lo hacía siempre que decidía encerrarse en sí mismo.
¿Por qué pienso de repente en besarlo? —se condenó a sí mismo—. No tiene ningún sentido. Ni siquiera sé si me gustan los hombres.
Su cerebro decidió darle esa respuesta esa misma noche.
Se encontró de lleno afiebrado porque había un cuerpo desnudo moviéndose sobre él mientras un beso salvaje se sucedía. Jadeos ansiosos, suyos y de alguien más, ¿con quién estaba teniendo sexo?
Era un hombre, era lo único que tenía claro. Al parecer Howard no era el único gay bajo ese techo, concluyó obviando su erección, antes de volver a rendirse al sueño.
"Tenía un amante", anotó en su libreta nada más despertar a la mañana siguiente y ni tomó en cuenta que el trenzado salió anunciando que iría por el desayuno, "un hombre", acotó.
¿Sería él quien murió?
De pronto un escalofrío de miedo trepó por su espalda.
—¿Es a él a quien maté? —expresó en voz alta—. ¿Por eso me siento tan culpable?
Estaba tan concentrado en sus pensamientos que ni siquiera reaccionó cuando por la puerta abierta entró un hombre inclinado que no era ni Howard ni el señor Nasaka. Todo a continuación ocurrió con rapidez, fue arrastrado de los pies hacia el exterior.
—¡Este es nuevo! —celebró uno de los tres hombres de pie en torno a él.
—No le hemos dado la bienvenida —agregó el que lo había sacado fuera.
La primera patada dio directo en su abdomen. Por instinto ante el explosivo dolor se dobló sobre sí mismo, pero no hizo nada por defenderse. ¿Acaso tenía derecho a vivir? No tenía idea de a quién había asesinado, pero sabía desde el fondo de su ser que lamentaba su muerte.
Es más, quien quiera que fuese, estaba seguro de que le extrañaba terriblemente.
Las siguientes patadas cayeron al azar en todo su cuerpo, incluyendo en su cabeza. Una piedra dio directo en su frente. Ni un solo sonido de dolor salió de su boca. Entonces lo escuchó:
—Quítenle las manos de encima.
Fueron palabras tan frías en un tono normalmente afable que tuvo que mirar para asegurarse que era Howard quien las había dicho.
La escena que vio a continuación le dejó claro que el trenzado no solo sabía defensa personal, sino que era brutal en una pelea. Prácticamente liquidó a los tres tipos, los hizo suplicar perdón y jurar que, si volvían a aparecer en se callejón, era porque venían buscando abandonar este mundo y él con gusto los despacharía con su creador.
—Lárguense.
Los hombres no se lo hicieron repetir y echaron a correr.
—Bien hecho, maldito usurpador, esos desgraciados no volverán a golpearme.
Ambos miraron al señor Nasaka, sentado unos metros más allá en el callejón, en una ubicación que parecía ser su preferida. Mantenía los dos puños en alto como si él también hubiese estado peleando.
—Ese chico quiere morir —dijo a continuación y empezó a reír audiblemente como si lo que acababa de decir o presenciar fuera lo más divertido de la tierra.
—Ven —ordenó Howard con tono tenso. Ignorando al viejo, lo tomó del brazo y lo ayudó a levantarse. Se tambaleaba ligeramente y veía algo borroso, pero aun en su condición pudo notar en su expresión peligrosa que se estaba arrepintiendo de haber dejado ir vivos a esos tipos. Y eso era por él.
Howard lo ayudó a sentarse dentro de la casucha.
—No te duermas, vuelvo enseguida.
No supo cuánto tiempo se demoró en regresar, pero de pronto sintió un paño contra su cara. Enfocó la expresión concentrada de Howard, arrodillado ante él, con una bolsa de farmacia a su lado que contenía gasa, desinfectante y más implementos para atenderlo.
—¿Por qué te preocupas tanto por mí? —susurró.
Había notado cariño, aprecio, protección, no solo ahora en la forma en que lo curaba ni en cómo lo había defendido, sino mucho antes cuando era muy pronto, demasiado rápido. "Sospechoso", repetía su voz interior con alerta.
—¿Por qué no lo haría? —respondió Howard, sin parar de limpiar su cara.
—¿Por qué nunca me das respuestas directas? —dijo sujetándolo por la muñeca.
—Oye, quédate quieto. Estás sangrando mucho. Era una piedra pequeña, pero te hizo un buen corte en la frente.
El "oye" trajo otro detalle a su mente que giraba, consciente, pero sacudida. Howard nunca lo había llamado "Solo" ni una vez.
—¿Por qué nunca me dices "Solo"? —Hizo una pausa—. ¿Quién era él para ti?
—Me pregunto si antes de perder la memoria eras tan cotilla —murmuró Howard con una sonrisa torcida—. Solo era un amigo que murió injustamente siendo muy niño. Es todo.
—¿No debí tomar su nombre?
—Está bien, yo lo permití.
Dejó ir su muñeca y Howard aprovechó para poner suturas adhesivas en el corte, cuyo sangramiento había logrado controlar mediante la presión, evitando que se volviera abrir. Luego se le quedó mirando.
—Estoy bien —dijo, respondiendo la pregunta no verbalizada por Howard, pero que estaba escrita en sus ojos.
Permitió que lo guiara a recostarse por primera vez sobre la colchoneta. Mientras le aplicaba algo congelado contra la cara, seguro que para evitar que se hinchara algún golpe, aprovechó para bajar los párpados. No supo más.
Lo asaltó una potente sensación de hundirse bruscamente. Sintió un golpe de adrenalina, su sistema nervioso central en completa excitación. Sus párpados estaban cerrados, pero se sentía en completo estado de alerta.
Iba cayendo de cabeza muy rápido.
En la caída libre, los segundos que duró le parecieron eternos, pero su tranquilidad era infinita. Registró la sensación del viento en su cara y cuerpo, silbando en sus oídos, en su camino directo a la muerte.
Abrió los ojos cuando una mujer gritó su nombre. ¿Cuál era su nombre? La visión del horizonte, del mar, del sol se fijaron en su retina mientras terminó de caer. El golpe fue duro contra una saliente de roca en desnivel, que generó que rodara por esa ladera hasta acabar enterrado en arena.
—Ya sé por qué perdí la memoria —le dijo a Howard, saltándose todo saludo cuando él lo despertó, esta vez sin sacudidas, solo con suaves toques en su hombro.
Una expresión de asombro cruzó la cara de Howard.
—¿Cómo?
—Intenté suicidarme.
Se sentó ignorando sus protestas y le narró que se había lanzado de un edificio muy alto. Lamentablemente, no recordaba su nombre. Solo que había aterrizado en una playa.
—Maté a alguien a quien quería e intenté acabar con mi vida —resumió.
Howard se mantuvo en un extraño silencio.
—¿Qué opinas? —presionó, esperando una teoría de su parte que contradijera su creencia.
—Creo que estás asumiendo en exceso. ¿Y si esa caída fue un accidente?
Negó con la cabeza.
—Quería morir. Recuerdo eso.
Howard suspiró como si le hubiese dolido escuchar su afirmación.
—Iba cayendo de cabeza, de seguro caí de la misma forma. Por eso olvidé todo.
Se sintió extrañamente excitado cuando las piezas por fin empezaban a encajar.
—Howard —dijo después de un largo silencio—. Me iré.
Si él sintió alguna sorpresa ante la repentina información, no lo demostró.
—¿Cuál es tu plan? —preguntó en cambio, cruzándose de brazos.
—Salir a buscar elementos que estimulen mis recuerdos. Me he estado estancando en este lugar.
—Estancando… —repitió Howard—. ¿Tiene que ver con ese sueño, que no es una pesadilla, que has estado teniendo repetidamente y del que no quieres comentarme nada?
Clavó una mirada sorprendida en él. ¿Cómo pudo saberlo si no había dicho nada al respecto?
Howard le sonrió, orgulloso de haber obtenido esa reacción.
—De acuerdo, me parece un buen plan que te vayas —aprobó—, pero estás loco si piensas que no iré contigo.
Volvió a sorprenderse. No imaginó ni por un segundo que quisiera acompañarlo. ¿Hasta qué punto se había implicado con él?
—No eres responsable por mí.
—Puede que no, pero tengo curiosidad por saber cómo evoluciona tu memoria —confesó—. Además, te ayudaré a recordar lo que sabes de defensa personal. Quizás hacer algo que manejabas antes pueda ayudar.
—¿Vas a dejar tu vida en la calle por mí?
—Sí, bueno, no te sientas tan importante —desechó Howard—. También tengo otras cosas que hacer.
Durante las siguiente dos horas, se dedicó a convencerlo de partir de inmediato, a lo que Howard se mostró especialmente reticente, aduciendo de que debía descansar para recuperarse en condiciones óptimas.
—Estaré bien —dijo con más firmeza de la necesaria.
Howard levantó ambas palmas en un gesto de disculpa y se rindió con un "será como tú quieres".
Antes de irse "de la calle", se acercó al señor Nasaka que estaba en su ubicación habitual. El hombre siempre alcoholizado había despertado su compasión en su obsesión por habitar la casucha de Howard y decidió regalarle lo poco que poseía. Una vez lo había escuchado decir que tenía frío, que por eso quería entrar "a su casa", la que antes ya lo había escuchado reclamar como "su techo".
Nunca le había comentado nada a Howard sobre que había reparado en ese detalle, pero por alguna razón, había acudido una y otra vez a su cabeza, sin que tuviera idea de por qué era importante.
—¿Quién eres? —preguntó el viejo fijando sus ojos negros en él sin reconocerlo, lo que se le hizo extraño porque había notado que siempre los estaba vigilaban a Howard y él.
—Mi nombre es Solo.
Sintió extraño presentarse de esa forma, le había pasado lo mismo cuando trabajó en el restaurant y en otras breves laboras que había realizado.
—¿Solo? —se burló el señor Nasaka—. Qué nombre más ridículo.
En ese momento agradeció que Howard estuviese en la entrada del callejón, esperándolo.
—Ah, tú eres quien anda siempre con el imbécil usurpador —dijo reconociéndolo por fin, casi escupiendo las palabras. El olor a pestilencia alcohólica alcanzó su nariz.
—Tenga —dijo simplemente. El viejo recibió la parka, la frazada y el gorro de lana con un gesto de solemne seriedad. Se le ocurrió aprovechar que no parecía querer insultarlo para preguntarle sobre Howard, desde hace cuánto lo conocía.
—¿Él? Ni idea, apareció al mismo tiempo que tú. Me pagó para prestarle mi casa por un tiempo.
La sacudida que generó en él esas palabras consumió todo lo demás. Derribó mucho de lo que creía verdadero hasta ahora: que Howard pertenecía a esa comunidad, pues parecía bien integrado en todas sus relaciones, lo había visto saludarse con otros indigentes, con gente que atendía lugares donde pasaban a conseguir comida o trabajo. Todas sus relaciones parecían naturales, no nuevas, no falsas.
Pero ese "apareció al mismo tiempo que tú" siguió dándole vueltas en la cabeza incluso cuando sus pasos lo llevaron lejos de ese callejón.
