Es otoño, una estación donde hace frío pero no del tipo congelante, sino del tipo que acaricia el alma y causa cosquillas en las puntas de los dedos. Un frío al que está sumamente familiarizado y que no le molesta.

O mejor dicho, no le molestaría.

En su corazón se acentúa una pesadez que le incomoda pero que prefiere no externar, porque es una molestia y porque es un desastre expresándose. No por nada ha tenido discusiones con Enzo o con los demás, aparte de que sus facciones sempiternamente serias no le ayudan en absoluto.

Pero la realidad es esta, se siente triste y desganado.

A Isuke no le gusta el otoño porque la brisa fresca de esta, le recuerda la tragedia que presenció en su niñez. El trauma con el que todavía carga y le lastima pero que anestesia para olvidar; para olvidar a la persona que amó y que no pudo salvar, incluso queriéndola.

Isuke odió los árboles de sauce por ello también, aunque su rostro no demuestre esto.

Nunca le ha gustado sentirse débil y sobre todo, mostrarlo. Pero parece que ya no es tan bueno ocultándolo.

– ¿Y ahora qué tienes? – parpadea, saliendo de sus pensamientos mientras disimula no haberse sorprendido por no haberlo sentido acercarse. Lo mira de reojo, antes de voltear el rostro en otra dirección para no responder; obviamente, esto molesta a Enzo quien parece tener un tic en la ceja izquierda –. Cuando te están hablando, contesta, idiota…

Isuke dirige su mirada al pequeño jardín, pensativo. Su mirada rubí suavizándose en ligera tristeza que el castaño nota y le hace abrir los ojos con sorpresa, captando de inmediato la razón de su comportamiento más taciturno que de costumbre.

Se siente idiota por unos segundos.

Se sumen en un silencio donde ambos se pierden en sus propias líneas de pensamiento, uno sintiéndose avasallado por la melancolía y el otro preguntándose cómo sacarlo de su estado lánguido (aunque nunca ha sido muy bueno con los sentimientos y menos la persona a su lado).

–… Ummm, ¿quieres beber?

– ¿En serio esa es tu única solución para todo? – sabe que está portándose como un imbécil cuando su esposo está tratando de animarlo, y realmente no tiene excusa para ponerse así. Sólo, se siente sensible en estos momentos; suspira, decidiendo no decir más para empeorar las cosas.

Enzo lo mira ofendido pero no le reprocha –para sorpresa de ambos–, y sólo suspira, mirando las flores. Hasta que se aburre y le viene una mejor idea.

Se levanta del banco donde ambos están y le extiende una mano a su compañero, quien le dedica una mirada interrogante. Enzo rueda los ojos con fastidio antes de decir –: No te voy a dejar acá deprimiéndote con tus pensamientos; ven conmigo.

Tienes el impulso de negarse y pedirle que lo deje solo, pero Enzo no le deja decir nada y sólo toma su mano para caminar con él a donde sea que lo quiera llevar. Ambos ignoran las miradas curiosas de la servidumbre; Isuke termina entrelazando sus dedos con los de Enzo en el trayecto, hasta que llegan a la habitación que comparten.

Ninguno dice nada al entrar ni cuando es Enzo quien cierra la puerta antes de dirigirse a la cama, donde él toma asiento en la orilla, suspirar y mirarlo a los ojos. El sureño le sonríe con algo de burla.

– Eres muy malo para pedir un abrazo, ¿lo sabías?

– Yo nunca lo pedí – respondió frunciendo ligeramente el ceño, aunque eso sólo acrecienta la sonrisa del menor.

– ¿Entonces… por qué pareces a punto de llorar?

A Isuke nunca la ha gustado mostrarse vulnerable y esta no es la excepción, pero no puede hacer nada. O mejor dicho, no quiere hacer nada en estos momentos; la garganta comienza a dolerle y los ojos a humedecerse, haciendo que baje la mirada al suelo.

En ningún momento han soltado la mano del otro.

Enzo no suelta la mano de Isuke, la cual tiembla ligeramente. Sólo lo hace cuando el paladín lo hace para abrazarlo por la cintura y ocultar su rostro en su regazo, mientras siente las cálidas lágrimas humedecer su pantalón.

Y aunque se sienta un poco incómodo por ello, no lo aparta y solamente se dedica a pasar sus dedos por los cabellos platinados. Por un instante, se siente contagiado por su tristeza y dolor mientras peina sus cabellos en caricias de consuelo; se le escapan un par de lágrimas en el proceso, las cuales limpia de inmediato.

A Enzo no le gusta admitirlo –para sí y para todos– que se preocupa y le importa lo que le pase o suceda a su estoico marido. Por un momento, prefiere ser él el que llore y no Isuke. Aunque probablemente a Isuke tampoco le guste verlo llorar.

(Son un desastre pero así se quieren).

Cuando las lágrimas han parado y sólo queda el cansancio, los dos se recuestan en la espaciosa cama. Donde se abrazan en silencio, con Isuke acurrucando su rostro en su pecho mientras Enzo sigue peinando sus cabellos.

Y el beso que Isuke deposita en su pecho dice "Gracias". Y el que Enzo le da la coronilla dice "No hay de qué".

No hacen nada más que tenerse el uno al otro el resto del día.