Capítulo 1 – Donde no quiero estar.

Punzadas continuas sentía en su cabeza, como si múltiples agujas estuvieran siendo insertadas una tras otra sin parar, sensación que lo despertó al no poderlo soportar llevando de inmediato sus manos a su cabeza para presionarla en un intento por apaciguar su agonía. Por suerte esto le ayudó, calmando su malestar poco a poco hasta que pudo aguantarlo logrando así abrir sus ojos para ver a su alrededor.

El sitio donde estaba se hallaba completamente a oscuras, sintiéndose un lugar fresco con un tenue olor a guardado y, de no ser por las tenues luces de múltiples colores que parpadeaban al otro lado de la habitación hubiera creído que había perdido la vista.

Estaba acostado en una superficie plana, lisa y muy fría, donde solo la zona que su cuerpo había descansado se mantenía tibia, siendo su primera reacción el tratar de incorporarse, apoyando su mano en el suelo y a continuación su pie, siendo el momento en que sintió un gran dolor en su tobillo que le impidió levantarse, obligándolo a caer de costado para sujetarla sin saber qué era lo que le había ocurrido. Era agudo, fuerte y corría por su pierna, siendo mucho peor al que sufría en su cabeza obligándolo a mantenerse acostado retirándole toda intención de volverlo a intentar.

No sabía dónde estaba ni cómo había llegado ahí, sus pensamientos eran difusos costándole pensar, solo recordando que se encontraba en una expedición con sus amigos, y el querer concentrarse solo hacía que las punzadas en su cabeza empeoraran de nuevo sin poder formar la imagen completa.

Se mantuvo recostado un momento, sintiendo cómo el dolor en su pierna y cabeza cesaban poco a poco, logrando en esta ocasión sentarse para quedarse en esa posición, respirando agitado por el esfuerzo que le llevó.

—¿Diana? ¿Kenta? —dijo en voz alta con la esperanza de ser escuchado —¿Están ahí?

Los segundos pasaron sin alguna respuesta, sintiendo una gran presión en su pecho por la desesperación que le daba el no tener alguna respuesta, el desconocer dónde se encontraba ni qué había pasado con sus amigos.

—¡¿Diana?! ¡¿Kenta?! ¡¿Brian?! —volvió a decir ahora casi gritando, escuchando cómo su propia voz casi se rompía—. Alguien, el que sea…

Y, como si sus plegarias hubiesen sido escuchadas, las luces de la habitación se encendieron con un gran destello blanco, siendo encandilado y obligado a cerrar sus ojos sintiendo de nuevo que las punzadas en su cabeza aumentaron. Cuando por fin se adaptó a la iluminación pudo abrir sus ojos, apreciando por primera vez aquel lugar.

Una habitación grande de paredes, techo blanco y un suelo gris pulido. Aquí había mesas de metal de diferentes tamaños, al parecer diseñadas para soportar a Pokémon de diferentes tayas y pesos, él encontrándose sobre una del doble de su tamaño, suspendido apenas un metro sobre el suelo. Las luces que podía ver en la oscuridad ahora se habían convertido en un computador que cubría toda la pared, teniendo múltiples bombillas que se encendían y apagaban en señal de estar operando.

Con tristeza corroboró que estaba completamente solo en aquel sitio, no había ningún otro Pokémon que lo acompañara y no parecía haber alguna pista de sus amigos. Y, para empeorar las cosas, descubrió cómo su tobillo estaba completamente inflamado, notando cómo su piel grisácea se había vuelto morada en dicha zona; no recordaba qué había pasado, pero estaba muy mal herido.

Ahí escuchó pisadas, viendo cómo tres Pokémon habían entrado a la habitación y se dirigían a él. Uno tenía una mirada cansada y desinteresada como si estuviera a punto de caer dormido, otro lo miraba fijamente sin parpadear con sus múltiples ojos, y el tercero le dedicó una expresión de desprecio con su cabeza en alto. Al mantener la vista con este Pokémon se paralizó, su corazón comenzó a latir con mayor fuerza y algo dentro de él le gritaba que huyera lo antes posible de aquel Pokémon, porque si no lo hacía estaba seguro de que perdería la vida.