Capítulo 3 – Un brillante tesoro.

Dejaban atrás edificios de diferentes alturas y anchuras con cada paso que daban, siendo la gran mayoría tiendas donde se podían encontrar frutas, verduras, ropa y diferentes objetos para la vida cotidiana, negocios que iluminaban la acera por la que transitaban gracias a la luz que se colaban por sus ventanas, dando a relucir cómo la noche ya comenzaba a caer.

Algunos Pokémon iban en sentido contrario a ellos mientras que otros iban en la misma dirección, sobre todo aquellos que decoraban su pecho con una placa plateada que los identificaba como parte de la guardia de la ciudad y quienes parecían tener la mayor prisa.

Yun no apartaba la vista de Celeste, quien iba un par de pasos frente a él esquivando con agilidad a los encargados de los comercios que habían salido para contemplar curiosos el caos que se estaba armando a causa de la gran explosión de hacía un momento. Yun dedicaba tímidas miradas al cielo para apreciar el humo con sus propios ojos, sintiendo que este se hacía más grande con cada paso que daban.

—Celeste, ¿estás segura este es el camino? —preguntó en voz alta, acelerando el paso para alcanzarla.

—Sí, estoy segura —dijo sin mirar atrás.

—Es que parece que nos estamos acercando más que alejando —viendo con temor de nuevo hacia el cielo.

—Ah, eso. Es que quiero echar un vistazo.

—¡¿Qué?! —exclamó Yun dejando de caminar, haciendo que un Hitmonchan casi se tropiece con él.

—¿Qué tiene de malo? Ya sabemos dónde está la posada, podemos regresar en cuanto veamos lo que ocurrió —deteniéndose también, estirando su mano izquierda para ofrecérsela a Yun—. Anda, yo sé que también quieres ir a ver.

—Yo lo que quiero es ir a la posada a descansar —sobando su garra izquierda con la derecha.

Celeste infló sus mejillas para luego dejar salir el aire poco a poco, viendo a Yun y luego de reojo el humo en el cielo.

—Te prometo que cuando vea lo que pasó iremos a la posada, conozco el camino —juntando las palmas de sus manos y acercándolas a su hocico en señal de juramento, sujetando su hueso debajo de su axila—. Por favor.

Yun soltó un pequeño gemido y arrugó su frente al ver cómo su amiga le imploraba, tragando saliva y bajando la mirada al saber que se arrepentiría de su elección.

—Está bien —señalándola con una de sus garras—. Pero en cuanto lo veas nos vamos directo a la posada, sin desvíos.

Celeste dejó ver sus dientes con una gran sonrisa, sabiendo que se había salido con la suya.

—Muy bien, solo tenemos que llegar —dando media vuelta para seguir caminando con paso firme, ignorando el suspiro que Yun soltó cuando este comenzó a seguirla de nuevo.

Aún cuando se encontraba a la vista de todos Yun se sentía más cómodo el encontrarse caminando, muy diferente a la estación donde pasaron mucho tiempo en un solo sitio. Ahora le daba la sensación de que salía de la vista de los otros Pokémon mucho más rápido y podía escapar de ellos en caso de que estos se detuvieran a verlo. Gracias a ello prestaba más atención a sus alrededores, notando cómo las tiendas comenzaban a aparecer con las luces apagadas y con sus puertas cerradas a pesar aún quedaba tiempo para que anocheciera por completo.

Después de varios minutos de trayecto Yun percibió el aroma a quemado y notó cómo el camino comenzó a presentar una delgada capa de hollín que cubría casi cualquier rincón al que mirara, la cual dejaba ver las huellas de los otros Pokémon que ya habían pasado por ese mismo camino.

Sin previo aviso Celeste se detuvo de golpe provocando que Yun chocara contra ella y por poco callera al perder el equilibrio por culpa del impacto. Estuvo a punto de preguntarle qué pasaba cuando notó una gran cantidad de Pokémon en todo lo ancho de la calle, obstruyendo la pasada. Los Pokémon que podían volar se encontraban viendo desde las alturas en el aire, los que no se mantenían a nivel del suelo buscando algún espacio para poder ver, mientras que los ágiles habían logrado encontrar un lugar en los techos de la zona, pero ninguno sin atreverse a pasar de ese punto.

—Bien, creo que ya no podremos avanzar —dijo Yun con una sonrisa nerviosa, esperanzado de que Celeste quisiera regresar.

—No, estoy segura podemos acercarnos más —viendo a lo ancho de la calle, enfocándose en un punto a la orilla de esta a la cual se dirigió de inmediato—. Por aquí.

—¡Espera! —gritó Yun viendo cómo se apartaba de él, intentando alcanzarla con paso rápido.

Ella logró escabullirse en un espacio que se hizo entre un Furret y un Sudowoodo y Yun se quedó congelado viendo cómo ella se perdió entre los Pokémon en cuestión de segundos, apretando su hocico quejándose y cerrando los puños para armarse de valentía y tomar el mismo camino.

Para su mala suerte, en cuanto estuvo a punto de pasar ambos Pokémon se juntaron para al intentar ver mejor aprisionando por accidente a Yun entre ellos, lo cual sintieron y al darse cuenta de lo que quería hacer el Sudowoodo lo empujó hacia atrás con un simple movimiento de su brazo. Yun intentó mantenerse en pie, pero su pata pisó sobre una piedra que le hizo perder el equilibrio y así caer de espaldas, siendo su mochila lo único que amortiguó su caída.

Su primer instinto fue intentar levantarse, pero al intentar incorporarse y mirar al frente cruzó miradas con el Furret y Sudowoodo, notando una pizca de enojo en sus miradas.

—Si quieres pasar busca otro camino —dijo el Sentret arrugando su hocico, mostrando levemente sus colmillos.

—Oye, se ve un poco extraño —dijo el Sudowoodo entrecerrando los ojos para ver mejor al Drilbur, a lo que el pequeño tomó el borde de su gorro para ocultar su rostro en un intento de que no notaran su color.

—¿Es uno de esos Pokémon varia color? —dijo el Sentret, viendo a Yun como si de algo desagradable se tratara.

—Siendo Westice no dudo que haya muchos de esos por aquí —lo acompañó el Pokémon de roca.

Yun tragón saliva y bajó la mirada, intentando soportar aquellos comentarios y deseando que Celeste siguiera a su lado.

—Oye, ¿qué es eso? —volvió a decir el Sentret borrando su cara de disgusto al mirar el cielo.

Los tres se enfocaron en la dirección que señaló, donde vieron cómo un Pokémon pasaba volando a gran velocidad desde el centro de la ciudad hacia la columna de humo. Yun tuvo que entrecerrar los ojos para poder apreciar de qué se trataba por la gran altura se encontraba, apenas pudiendo notar la silueta y el cuerpo naranja que caracterizaba a todo Dragonite.

«Acaso será…» pensó Yun mientras se levantaba y le veía pasar, retrocediendo poco a poco intentando no perderle de vista.

Solo conocía a una Dragonite, quien se trataba de un miembro muy importante en la guardia real de Derland, lo cual tendría sentido que alguien como ella se involucrara en el atentado que acababa de ocurrir.

«Me pregunto qué hará en esta ciudad» volvió a pensar, dando un profundo suspiro, tranquilo que tanto el Sentres como el Sudowoodo habían perdido interés en él, pero nervioso al saber que su amiga ahora estaba perdida entre la multitud.

Con unas palmadas se limpió el hollín de su espalda, mirando entre los Pokémon frente a él con la esperanza de verla de nuevo, pero sin éxito alguno.

«Conociéndola ya debió haber llegado al otro lado. Mejor espero a que vuelva» pensó negando despacio con su cabeza, para luego captar su atención algo en el suelo. Era la piedra con la que se había tropezado, o eso es lo que pensó que era hasta que la levantó y se dio cuenta que en verdad se trataba de un pequeño morral de tela.

Era de un material grueso y resistente de un tono marrón apenas más oscuro que la tierra con la que estaba hecha la calle, encontrándose cerrada por el nudo de un pequeño mecate más claro. Parecía perfecta para guardar el dinero, pero al agitarla sintió un solo bulto dentro de ella, causándole intriga de qué podía haber en su interior.

Yun miró a la multitud para ver si había alguien buscándolo, tal vez el dueño se encontraba entre ellos, pero todos seguían inmersos en saber qué era lo que había ocurrido, por lo que pensó sería buena idea el ver su contenido y así saber si realmente se trataba algo de valor. Sin mirar atrás se apartó de todos regresando varios metros por el camino que había tomado para llegar ahí, escabulléndose un par de metros dentro de un pequeño callejón para recargar su espalda en la pared y dejarse caer al suelo sentándose, deshaciendo el nudo con habilidad y vaciar su contenido en su garra.

Sobre ella cayó una piedra de un profundo color azul, solo igualable por el vivido tono de las aguas del mar, el cual al colocarse contra luz dejaba ver con claridad a través de este como si de un cristal se tratara. No era más grande que una ciruela, y era delgado como un libro de apenas unas decenas de hojas, sorprendiéndole que no se había roto después de haberlo pisado, siendo este uno de los momentos en que se sentía afortunado de no ser un Pokémon grande y pesado. Con la punta de sus garras acarició la gema, sintiendo los huecos que tenía y los cortes que le hicieron, anonadado por el trabajo que habían hecho para darle la forma de un copo de nieve, completamente simétrico.

Por el rabillo del ojo sintió cómo una sombra se movió por el pasillo, pero al voltear no encontró nada a la vista, solo viendo cómo una pequeña pluma marrón caía lentamente, moviéndose con gracia de izquierda a derecha hasta tocar el suelo. Era seguro que se trataba de algún Pokémon, pero el mirar al cielo solo le ayudó a recordar que la noche estaba por caer.

—¡Yun! ¡¿Dónde diablos te habías metido?!

El Drilbur dio un pequeño brinco sentado y cerró sus garras cubriendo el objeto de cualquiera que le hubiese hablado, encontrando a Celeste a un par de pasos con los brazos cruzados y dando un golpeteo en el suelo con su pata derecha.

—¡Te estuve buscando una vez te perdiste! —lo criticó.

—No me hubiera perdido si no hubieras salido corriendo —la acusó con la mirada.

Ella soltó un pequeño gruñido y viró su cabeza, evitando su mirada en señal de derrota. Yun sonrió al notarlo, sumando en su mente un marcador imaginario de cuántos argumentos le había ganado a ella.

—¿Pudiste llegar al otro lado? —le preguntó en un tono más amigable.

—Algo así —desilusionada, al mismo tiempo que se sentaba al lado de su amigo—. Los guardias hicieron una barricada y no dejaban pasar a nadie, solo pude ver puestos quemados y varias llamas muy a la distancia.

—Debió ser una vista horrible —pensó Yun en voz alta.

Celeste guardó un poco de silencio antes de continuar hablando.

—Pude ver a varios Pokémon de agua, así que estoy segura ya están controlando el fuego —frotando el brazo de Yun—. Estás lleno de polvo, ¿qué te pasó?

—Nada importante, solo me tropecé —queriendo ocultar el hecho que fue culpa de aquellos Pokémon y así evitarle otra molestia a su amiga—. Pero mira lo que me encontré.

Yun abrió sus garras para mostrarle la gema a su amiga, viendo cómo sus ojos se abrieron y sus pupilas se dilataron, dejando caer su mandíbula al tiempo que levantaba su mano derecha con intención de tomarla, pero sin atreverse a tocarla. Yun sonrió al ver su expresión al saber de antemano que le gustaría y que, tal vez, podría regalársela para que se la quedara.

—¿Crees que podamos venderla? —pensó Celeste en voz alta sin apartar la vista de la piedra.

—¿Quieres venderlo? —sintiendo el comentario de su amiga como un golpe en el costado—. ¿No te gustó?

—Es hermosa, y estoy segura nos pueden dar mucho dinero por ella.

Yun dio un profundo suspiro para evitar quejarse de ella.

—Creo que lo mejor será entregarlo a la guardia, así pueden dárselo a quien lo reporte como perdido —cerrando sus garras de nuevo para que Celeste dejara de verlo.

—Pero si nadie lo reporta como perdido los mismos guardias se lo van a quedar. Mejor hay que venderlo en una casa de empeño —señalando a Yun con la parte gruesa de su hueso.

—Y si ustedes quieren yo puedo comprarla —escucharon la voz de un desconocido.

Yun y Celeste alzaron la mirada para encontrarse con un Meowth de pelaje marrón claro sobre sus cuatro patas a un par de metros de distancia de ellos, a quien se le unió un Murkrow que descendió del cielo para aterrizar a su lado. El felino les sonreía de forma cándida mientras que el ave mostraba una sonrisa más reservada al tiempo que los analizaba con la mirada.

—Esa gema no es muy rara, un lapislázuli, pero me gusta la forma que le dieron —señalando con su pata las garras de Yun para luego palpar una bolsita que tenía amarrada en su cintura—. Si me permiten les ofrezco mil monedas por ella.

—¿Mil? —repitió Celeste, dibujándose una amplia sonrisa en su rostro.

—Creo que no —dijo Yun, comenzando a guardar la gema dentro de su bolso para luego ponerse en pie—. Quiero llevarlo con los guardias.

—Mi amigo es un poco tacaño, yo les ofrezco dos mil monedas —dijo el Murkrow dando un paso al frente.

—Ah no, yo la vi primero —dijo el Meowth mostrándole los dientes a su amigo, para luego dirigirse de nuevo con una sonrisa a Yun y Celeste—. Cuatro mil monedas por la piedra, es mi última oferta.

Yun negó despacio con su cabeza, sin apartar la vista de ellos mientras intentaba guardar en su mochila la bolsita con la piedra dentro.

—Yun, piénsalo, cuatro mil monedas —le susurró Celeste jalándolo despacio del brazo, un poco desesperada.

—Es que —al tiempo que consideraba la oferta, arrugando la frente y viendo al suelo—. Si fuera una piedra normal, ¿por qué se pelearían por ella? Creo que vale más de lo que dicen.

Tanto el Meowth como el Murkrow dieron un paso atrás al escuchar los pensamientos del Drilbur, borrando el semblante amigable y alegre que tenían en un comienzo.

—Bueno chico, te lo pongo de este modo —dijo el Murkrow sobando su hocico con su ala—: Si no aceptas la propuesta de mi amigo creo que lo único que nos dejas de opción es quitártela por las fuerzas.

Ante el comentario de su amigo el Meowth abrió un poco sus patas y flexionó ligeramente sus rodillas sacando sus garras, esto mostrando sus colmillos al mismo tiempo que gruñía. Celeste dio un paso al frente sujetando su hueso en diagonal con su mano derecha, lista para atacar. En cambio, Yun, dio un paso hacia atrás colocando sus garras al frente para preparase a pelear, sintiendo cómo su corazón palpitaba con fuerzas.

—Bien, creo que ya tomaron una decisión —dijo el ave en tono serio, abriendo sus alas para agitarlas emprendiendo el vuelo.

Yun y Celeste se enfocaron en ver al ave elevarse, lo cual el Meowth lo tomó como una oportunidad para atacar a la Cubone. Ella por muy poco reaccionó sujetando su hueso con ambas manos logrando cubrir el zarpazo que intentó darle, y con Yun ahora preocupado por su amiga el Murkrow decidió caer en picada contra este y atacarlo con sus alas.

Yun, al ver esto, intentó analizar alguna alternativa para evitar el ataque o contra atacarlo, pero se quedó sin ideas a causa de la presión que sentía sabiendo que iba a ser impactado por el ataque. Lo único que le quedó fue cubrirse con sus propias garras y así recibir de lleno el ataque, lo cual lo derribó y aturdió un momento, escuchándose una pequeña risa del Murkrow en lo que este volvía aletear para alzarse y volver a atacar.

La intención de Celeste fue ayudarlo, pero el Meowth soltó un chirrido que le provocó calosfríos dándole apenas tiempo de nuevo para cubrirse la mordida que estuvo a punto recibir, metiendo el hueso entre los dos siendo este el que terminó mordiendo.

Yun apenas se estaba levantando cuando el Murkrow ya venía de nuevo, pero en esta ocasión se puso en guardia con la intención de atacarlo con uno de sus zarpazos, rogando que calculara el momento exacto para realizarlo. Había entrenado miles de veces con Celeste y su mentor, estaba listo para pelear, tenía la experiencia para hacerlo, pero en ese momento se dio cuenta que esas sesiones no se comparaban a enfrentar delincuentes reales. Sintió cómo sus brazos se tensaron y sus piernas temblaban, formándose un par de lágrimas en sus ojos por el temor de a ser golpeado de nuevo por ese Pokémon. Pero debía hacerlo, si algún momento quería convertirse en caballero esta era una prueba, debía ser fuerte.

Lo que Yun no esperaba fue que, un instante antes de que el Murkrow llegara a la distancia deseada, otro Pokémon se metió entre ellos para sujetar con su mano al pájaro de su ala, jalándolo y de un movimiento aventarlo contra el Meowth para también apartarlo de Celeste.

Este nuevo Pokémon era mucho más grande que Yun y Celeste, con brazos largos y fuertes, así como un caparazón que cubría su espalda como si fuera un escudo. Yun tardó en recordar el nombre de la especie: Chesnaught, siendo esta la primera ocasión que veía uno con sus propios ojos, contando solo con vagas enseñanzas sobre dicha especie por parte de su de su mentor. Este no dijo ni una palabra, se mantuvo enfocado en los dos Pokémon que él había atacado, ignorando por completo a Yun y Celeste.

El Meowth y el Murcrow no tardaron en incorporarse, iracundos ante el ataque sorpresa que habían recibido, dedicando miradas matadoras al Chesnaught quien parecía ser ahora su nuevo objetivo. Este no se inmutó, manteniendo la mirada fija en ellos con la frente arrugada y sus manos formando puños, listo para seguir la pelea. Él dio un paso al frente, y los otros dos retrocedieron, lo cual se repitió un par de veces haciéndolos retroceder aún más, notándose cómo la ira y seguridad que ambos tenían desaparecía con cada paso.

—¡Lárguense! —rugió el Chasnaught, dando un pisotón y escuchándose su eco en las paredes.

Yun no supo si fue su imaginación, pero le pareció sentir que el suelo tembló cuando lo hizo, con su instinto diciéndole que también debía cuidarse de ese Pokémon. Pareció que el Meowth y el Murkrow pensaron lo mismo, puesto que de inmediato ambos dieron media vuelta y se marcharon lejos del lugar, con el felino corriendo lo más rápido que en sus cuatro patas y el ave volando a los techos para desaparecer sobre las tiendas.

—¿Estás bien? —dijo Celeste colocándose al lado de Yun, sujetándolo de sus garras—. ¿Te hicieron daño?

—E-estoy bien —respondió tartamudeando, sintiendo cómo sus garras temblaban al ser sujetas por Celeste—. No fue un golpe duro.

—Ustedes —escucharon una voz grave y seca, notando cómo el Chesnaught ahora los veía a ellos con la misma expresión agresiva con la que miró a los otros dos Pokémon.

Yun tragó saliva y Celeste se colocó al frente para protegerlo, viendo cómo este Pokémon levantó su brazo derecho con la palma de su garra hacia arriba, abierta.

—Muéstrenme el zafiro, para ver si es el verdadero —ordenó, quedándose en el mismo lugar sin moverse, como si estuviese hecho de roca.

Yun tragó saliva y apretó su garra izquierda con la derecha, sintiendo de nuevo cómo su corazón palpitaba con fuerza.

—¿Y por qué te lo mostraríamos a ti? ¿Qué diferencia hay entre tu y esos dos que acabas de correr? —lo interrogó Celeste, sujetando su hueso con ambas manos como si una espada se tratase.

Yun notó que los brazos de Celeste temblaban, lo cual se reflejaba en la punta del hueso que no se mantenía firme; estaba seguro ella también temía enfrentarlo.

El Chesnaught soltó un bufido, lo cual tensó aún más a ambos.

—Porque soy el dueño de esa gema —señalando a Yun con uno de sus dedos—. ¿Es una piedra pulida color azul en forma de copo de nieve guardada dentro de un pequeño morral café?

Yun abrió los ojos por completo, sacando de su mochila el pequeño morral que aquel Pokémon acababa de describir.

—Parece ser suya, Celeste —acariciando con sus garras el morral, sintiendo el zafiro en su interior.

—Ese es, eso es mío —dijo el Chesnaught dando un paso al frente, estirando su brazo hacia ellos.

—¿Y cómo sabemos que no trabajas junto esos dos? —preguntó Celeste, levantando un poco más su hueso—. Incluso podríamos pensar que eres peor que ellos.

—Celeste, ya déjalo —susurró Yun desesperado, cuando su verdadera intención fue gritarlo.

El Chesnaght soltó un gruñido acercando su brazo de nuevo a él llevándolo a su cintura, donde portaba un cinturón de cuero que hacía juego con su piel amarillenta, de donde tomó un morralito muy parecido al que Yun se había encontrado y lo abrió vaciando su contenido en su otra garra dejando ver un tenue destello verde. Él observó el objeto por un momento para luego estirar su brazo izquierdo hacia ellos, revelando una placa verde.

—Tómenlo y comparen —les ordeno, hincándose y bajando un poco más su mano para que estuviera a la altura de ellos.

Celeste y Yun se vieron por un momento, siendo ella quien optó por avanzar y acercarse con cautela aun blandiendo su hueso por si algo malo llegaba a ocurrir. Cuando finalmente lo alcanzó lo miró a los ojos y con cuidado tomó la placa con su mano izquierda, escena que a Yun le recordó cómo ese Chesnaught sujetó al Murkrow en pleno ataque y lo lanzó lejos, apretando el morral con temor que lo mismo le ocurriera a su amiga, tragando saliva al ver cómo salió ilesa y regresó a su lado rápido, ambos ahora contemplando lo que les había entregado.

En un principio parecía una placa de un tono verde como las hojas de los árboles, notándose una forma hexagonal que podría ser perfecta, de un lado completamente lisa y del otro parecía que le habían hecho un grabado profundo con una forma que a ambos les resultó familiar. Era el doble de gruesa a la piedra que Yun se había encontrado y un poco más grande en cuestión de diámetro, y dejaba que los escasos rayos del atardecer se filtraran a través de esta revelando ser también una gema.

—Mi nombre es Yorgos y hago trabajos de joyería, puliendo y dándo forma a las piedras preciosas que llegan a mis manos —comenzó a decir el Chesnaught, sin apartar la vista de ambas gemas—. El zafiro que encontraron y la esmeralda que les presté son parte de un mismo juego que yo mismo hice, las esculpí de tal manera que el zafiro encajara a la dentro de la esmeralda, y así formaran un escudo —estrechando su mano izquierda con la derecha, entrelazando sus dedos—. Pueden intentar unirlas.

Yun y Celeste contemplaron las gemas un momento, Celeste colocando la esmeralda con la hendidura hacia arriba y luego Yun colocando el zafiro sobre esta, viendo como después de un leve giro esta cayó dentro de la otra con su mismo peso, embonando a la perfección como si ambas se trataran del mismo objeto, lo cual ocasionó que ambos soltaran un leve grito de asombro.

—Trabajé arduamente en el zafiro, pero tuve un accidente relacionado con la explosión de hace unas horas y lo perdí sin saber dónde había caído —continuó explicando, abriendo y cerrando sus manos—. Por favor, les ruego que me devuelvan el zafiro —poniéndose de rodillas y apoyando ambas manos en el suelo—. Pueden quedarse con la esmeralda como recompensa, pero les ruego que me devuelvan la otra pieza.

Yorgos había abandonado su semblante serio y atemorizante por uno que denotaba temor, ansias y desesperación. Yun ya no sentía miedo de ese Pokémon, más bien era lástima al verlo arrodillado frente a ellos, creyendo en verdad que las piedras que tenían en sus manos eran valiosas para él. No podía creer cómo dicho Pokémon, que se veía imparable hacía un momento, podía ceder por una sola piedra.

—Yo creo que nos quieres estafar —dijo Celeste, tomando por sorpresa tanto a Yorgos como a Yun—. Creo que la esmeralda no vale tanto como el zafiro y por eso quieres el intercambio.

Yorgos pareció haberle dolido dicho comentario, llevando su mano de nuevo a su cinturón para sacar otro morralito.

—Si quieres zafiros puedes quedarte con estos —mostrándoselo a Celeste al mismo tiempo que lo hacía botar, escuchándose un leve tintineo dentro de este—. Son los fragmentos que me quedaron al trabajar la pieza completa.

La expresión seria de Celeste cambió, iluminándose con una sonrisa pícara que a Yun no le gustó, sabiendo que eso lo había dicho ella para sacar provecho de ese Pokémon. Así que Yun tomó tanto el zafiro y la esmeralda y se dirigió con pequeños saltitos hacia Yorgos, escuchando cómo Celeste lo llamó para detenerlo, pero este la ignoró por completo.

—Aquí tienes —entregándole ambas gemas a su dueño—. No necesitamos la esmeralda.

Yorgos las tomó con su mano derecha, parpadeando un par de ocasiones como si no creyera lo que estaba ocurriendo, viendo de forma intercalada el gesto amable de Yun y el irritado de Celeste, como si esperara que algo más ocurriera, que le pidieran otra cosa en su lugar. Cuando finalmente pareció comprender que Yun no buscaba nada a cambio asintió despacio, cerrando su mano para acercarlas a su pecho y no dejarlas ir.

—¿Estás seguro de que tampoco quieren los fragmentos de zafiro? —ofreciendo la bolsita de nuevo a Yun.

—¡Yo sí la quiero! —dijo Celeste acercándose.

—No vamos a tomarla —la corrigió Yun deteniéndola con una mano.

—¡Pero Yun, podemos volvernos ricos con eso!

—¡Pero Celeste! —dijo Yun arremedándola—. Recuerda que no venimos para hacernos ricos.

—No venimos para hacernos ricos —ahora ella lo arremedó, cruzando sus brazos y viendo a otro lado.

—¿Estás seguro de no querer nada de recompensa? —volvió a preguntar Yorgos, una vez notó que ambos habían dejado de discutir—. Puedo ayudarles con lo que quieran. No parecen de aquí, ¿ya tienen dónde pasar la noche? Puedo pagarles el hospedaje en el mejor lugar que conozco.

—Ya tenemos dónde dormir —le respondió Yun—. De hecho, ya tenemos que irnos antes de que anochezca por completo. ¿Verdad, Celeste?

—De hecho, Yun —palpando la nariz de su cráneo con el extremo grueso de su hueso—, creo que no sé cómo llegar a la posada.

—¿A qué te refieres que no sabes cómo llegar? —arrugando su frente y dando un pisotón al suelo, el cual supo que no se pareció en nada a lo que Yorgos había hecho hacía un rato—. ¡Tu dijiste que sabías el camino!

—Pues mentí, ¿está bien? Se me olvidó cómo regresar en cuanto doblamos hacia acá.

—¡Celeste! —llamó su atención, sintiéndose traicionado.

—¿Puedo saber dónde piensan pasar la noche? —preguntó Yorgos interrumpiéndolos.

—En la posada Primarina Lullaby —respondió Celeste, sin atreverse a mirarlo.

—Bueno, es un poco lejos de aquí —metiendo la esmeralda y zafiro en sus respectivos morrales, amarrándolos a su cintura—, pero sé cómo llegar. Puedo llevarlos si me lo permiten.

—¿Hablas en serio? —preguntó Yun, ilusionado.

—Después de devolverme el zafiro creo que es lo menos que puedo hacer por ustedes.

—¡Muchas gracias! —dijo Yun dando un leve salto en su sitio.

Celeste lo miró de reojo para luego apartar la vista.

—Muchas gracias —casi susurrando, pero lo suficiente alto para que Yorgos la escuchara.

—Entonces en marcha —dijo Yorgos, siendo la primera ocasión que lo vieron sonreír.

A pesar de los desvíos y el ataque que recibieron todo terminó de maravilla, ganando la confianza y amistad de un Pokémon amable con el cual Yun se sentía seguro.

Con cada paso que daban se acercaban más a su destino, pero también se alejaban de aquella columna de humo que ya estaba casi extinta. Yun aún podía verla de reojo al mirar hacia atrás, y si bien tenía curiosidad por saber lo que había ocurrido, una parte de él le decía que mientras menos supiera de ello mejor iba a estar.