Y después de haber terminado de ducharte y limpiarte los fluidos que ambos habían dejado en ti secaste tu cabello y te colocaste aquella bata de baño.
No recordabas cómo había el primer encuentro pero algo sí sabías y eso era que no te arrepentías de nada.
Al principio pensaron que se trataría de otra vil amenaza con relación al dios serpiente pero cuando te escucharon hablar todo cambio para ambos.
Los encuentros fueron cada vez más casuales; cada vez que alguien conocido en Japón los veía no podían evitar preguntar sobre el Orochi o temas relacionados pero no podían ni podías culparlos porque no existía otra cosa en qué pensar cuando los tres estaban juntos.
Bien que mal llegaste incluso a drenar la ira en la que Yagami y Kusanagi se mantenían pero descubriste algo más allá que nunca imaginaste, así lo fue… descubriste que lo suyo no era ira en su totalidad sino otra cosa que escondían con los arrebatos de furia en cada pelea y tensión. Comprendiste que… después de todo no eran tan diferentes el uno del otro y que fue Yagami quien por ser incomprendido le costaba demostrar lo que sentía.
Nunca supiste que pasó con aquella jovencita castaña con la que Kusanagi estaba saliendo o siquiera aún lo hacía cuando estuvieron por primera vez los tres juntos pero ya no importaba.
Te colocaste un poco más de lápiz labial y juntaste tus labios para terminar con un beso y presumirte a ti misma el perfecto contorno que habías creado. Al salir de aquella habitación te topaste con los dos erguidos en la cama mientras te lanzaban una cara de molestia como preguntándose el motivo por el cual los habías abandonado mientras ellos dormían en aquella cama.
Te fuiste acercando a la cama y después al rostro de cada uno para tomarlos por la mejilla y sonreírles. Ninguno de ellos quitó esa mirada seria y fría, sabías perfectamente lo que querían, lo que necesitaban así que una vez más te desnudaste en frente de ellos quitándote lo única prenda que cubría tu perfecto cuerpo de diosa. Apenas viste que una sonrisa se asomó por la boca de ambos; sin pensarlo te uniste a ellos dándole la espalda a uno mientras mirabas al otro, fue ahí cuando te arrepentiste de haberlo hecho pues empezaron a devorarte como dos fieras salvajes en ayunas, Yagami te clavaba sus dientes en tus hombros y Kusanagi no te dejaba respirar siquiera a gusto para mantenerles el ritmo.
Pasados unos minutos así te recargaste sobre tus manos y tus rosillas sobre las camas. Ahora si no existía la posibilidad de renunciar a la lujuria. Solo podías rezar que ellos fueran quienes se cansaran antes que tú o si no estarías en un verdadero peligro.
