Disclamer: Todos los personajes y parte de la trama pertenecen a Thomas Astruc y Jeremy Zag. Este fic solo busca divertir a los posibles lectores que le den una oportunidad.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

~Tres Noches de Vendaval~

.

.

.

El viento lo disipa todo.

E. Hemingway

.

.

.

.

.

1.

Los padres de Marinette se marcharon escasas horas antes de que el vendaval empezara.

Ella estuvo preocupada, pegada al móvil, hasta que recibió la llamada que informaba de que habían llegado bien. Asistían a un congreso anual para dueños de pequeñas empresas en Montmorency, en la región de Isla de Francia. Se reunirían con otros empresarios y aprenderían nuevas estrategias de marketing enfocadas a negocios pequeños y familiares como lo era su panadería.

El congreso duraba cinco días. Por supuesto, al enterarse de lo que estaba ocurriendo en París no dudaron en dejarlo todo y volver antes.

—¿Cómo vas a estar sola? —Le preguntó su madre aquella noche, la primera, cuando el viento empezó a aullar como si el mundo fuese a desaparecer bajo sus rugidos—. ¡Ya habrá otra ocasión!

—Pero si solo es un poco de viento… —replicó Marinette a su vez. Usó un tono de voz desenfadado, relajado e incluso divertido. Todo eso, a pesar de que en realidad no le gustaba estar sola en su casa—. No os preocupéis por mí.

. Si pasa algo avisaré a los abuelos.

Sus padres ya habían vacilado sobre la idea de asistir a un congreso que los tendría lejos de su hija cinco largos días. No era una cuestión de confianza, aunque por ahí fue por donde ella los atacó para terminar de convencerlos. Cosa que logró a tan solo unas pocas horas de que se cerrara el plazo para inscribirse.

Recordaba que su madre y su padre habían intercambiado una mirada temerosa antes de confirmar su asistencia. Miraron al cielo, a través de la ventana del salón, como si pudieran prever lo que se avecinaba.

No era por el vendaval, nadie pudo anticipar eso porque los vendavales son imprevisibles por naturaleza.

Sus padres, al igual que muchos otros en Paris, estaban preocupados por Monarca, por esa nueva situación en la que el villano parecía ser más poderoso que los héroes. No valía la pena negar la atmosfera de tensión e incertidumbre que pesaba sobre la ciudad desde que su enemigo hizo el terrible anuncio. Y era comprensible. Marinette entendía el miedo de la gente y escuchaba a Tikki cuando esta la decía que miedo no es lo mismo que desconfianza.

Los ciudadanos le habían demostrado que no desconfiaban de ella, pese a lo que había ocurrido, pero no se podía hacer nada contra el miedo. Y lo sabía bien porque ella también estaba asustada.

Esa primera noche, cuando el vendaval furioso cayó sobre los barrios dormidos de la ciudad, arrasando sus calles y obligando a la gente a refugiarse a sus casas, Marinette no salió. Se quedó en su cuarto, en silencio, y contempló como temblaban las paredes, como daba la sensación de que el mundo al otro lado de su ventana saldría volando sin remedio.

La continua vibración de las persianas parecía el castañeteo de los dientes de alguien aterrorizado, los cristales se agitaban con violencia, los toldos de las casas vecinas aleteaban con una furia que acabarían por ser arrancados para perderse en el cielo. Y los árboles… el viento tiró de sus ramas hasta dejarlas desnudas; las hojas se elevaron en un remolino de suciedad que siguió girando sin descanso hasta que se le cerraron los ojos y se quedó dormida.

.

.

Al día siguiente, cuando despertó, se encontró con que el alcalde Bourgoise había decretado la alerta naranja por las fuertes ráfagas de viento que seguían soplando. Las cámaras de los reporteros que salieron a dar la noticia captaron calles desiertas y parques cerrados, la recomendación era que nadie saliera de su casa a no ser que fuera imprescindible.

Marinette, encogida en el sofá del salón, con la taza del desayuno en sus manos contempló en la pantalla de televisión árboles retorcidos y con las raíces asomando por encima de la tierra reseca, aceras atestadas de objetos arrancados de las terrazas, coches abollados por el impacto de algo del mobiliario urbano, sombrillas que rodaban por el suelo, contenedores de basura volcados.

Las clases se suspendieron y al final del día, la alerta había subido a nivel rojo. Que la gente trabajara desde casa, que no usaran los coches para desplazarse si podían evitarlo.

—Nunca se ha visto un vendaval como este en Francia —decían los meteorólogos, consternados. Marinette no se perdió ni uno solo de aquellos programas. A parte de hablar con sus padres una vez al día y mensajearse con Alya a todas horas, no tenía nada mejor que hacer y necesitaba saber cuánto duraría aquello—. Es imposible saber cuándo acabará.

. Les recomendamos que no salgan de sus casas. Tengan mucho cuidado.

La segunda noche, Marinette tampoco salió.

Después de comer, el cielo se oscureció como si una tormenta terrible fuera a unirse al vendaval. La ciudad fue cubierta por las sombras a pesar de que faltaban horas para que anocheciera, resultaba inquietante asomarse al exterior. Marinette sentía que las tinieblas la perseguían según se movía de una habitación a otra, de modo que se atrincheró en su cuarto.

Acomodó como pudo todo lo que había recogido de su balcón para que el viento no se lo llevara; la mesita de madera, las macetas, la tumbona. El piso inferior de su cuarto jamás había tenido un aspecto tan extraño. Aseguró la trampilla que daba afuera. Llamó a sus padres para tranquilizarles. Habló con Alya hasta que se hizo de noche e incluso recibió un sorpresivo mensaje de Adrien preguntándola cómo se encontraba y deseándole buenas noches al que no respondió, porque no supo cómo hacerlo.

Por fin, se echó sobre su cama, con la cabeza aturdida por el continuo sonido del viento y el malestar por llevar dos días encerrada.

—Procura dormir, Marinette —Le aconsejó Tikki—. Seguro que mañana habrá pasado.

Quizás su Kwami tuviera razón, quiso creerlo con todas sus fuerzas pero el ruido de los constantes golpeteos de las ráfagas de aire contra la madera no le dejaba dormir. De madrugada, un poco histérica de dar vueltas sobre el colchón, tuvo que coger su almohada y una manta y bajar a su diván. Se golpeó el pie con algo que no quiso identificar y al fin, se quedó dormida.

.

.

Al día siguiente, la espalda le dolía a horrores y tenía los pies congelados. Despertó en un aparente silencio, y en ese mismo se arrastró como pudo, con la manta sobre los hombros, hasta la ventana para echar un vistazo fuera con un anhelo más hondo que nunca en su pecho.

Por desgracia, un violento golpe de viento contra el cristal le dio los buenos días.

Marinette resopló, haciendo una mueca más triste de lo que habría querido cuando notó a Tikki flotando por encima de su hombro. La pequeña también parecía preocupada y frustrada.

—¿Es que no va a parar nunca? —Le preguntó.

La chica se encogió de hombros y fue sincera.

—Ahora mismo parece que vaya a durar para siempre…

.

2.

La tercera noche el vendaval golpeó con más fuerza que nunca en las calles pero ella decidió a salir.

Lo hizo a pesar de que el miedo, ese miedo que husmeaba por todas partes, no se había ido, a pesar de que no tenía, en realidad, una razón auténtica para salir, a pesar de que Tikki le suplicó que no lo hiciera. Marinette estaba decidida. Llegó un punto en el que le pesaba más el agobio por el encierro y el silencio ensordecedor que palpitaba entre las paredes de su habitación.

Se transformó y salió sin mirar atrás, para embestir al viento antes de que él lo hiciera con ella. Lo hizo con valentía o, algo que se le parecía mucho. Se sentía temeraria y eso quizás no era del todo bueno, porque la temeridad ya le había causado bastantes problemas en el pasado. No obstante, y eso fue lo más curioso, acogió ese sentimiento porque no tenía más a lo que agarrarse y se lanzó a la noche.

En seguida se dio cuenta de que ni ella misma sabía por qué necesitaba tanto salir cuando más peligroso era. O no lo supo al principio. Solo quería salir, moverse por la ciudad, vigilar, hacer cualquier otra cosa que la hiciera sentir que estaba actuando. Que no se quedaba en su cuarto arropada por su manta y mirando al cielo, a la espera.

Era un deber… o quizás una deuda. Estaba en deuda con muchas personas.

Con los habitantes de Paris que no la habían dado de lado pese a su metedura de pata, con sus amigos, a los que había convertido en héroes y cargado de responsabilidades para después fallarles perdiendo los prodigios, con Alix, que andaba por algún lugar del tiempo protegiéndoles de Monarca, con quince criaturas encantadoras que ahora estaban en manos de un demente que a saber cómo los estaría tratando (¿Y si no les da de comer? ¡¿Y si ni siquiera sabe que necesitan comer?!).

Y, por supuesto, con Chat Noir. ¡Cielos… su deuda era tan grande con él!

Debía ser por arrastrar todo eso consigo que se sentía tan entumecida y pesada. Puede que, además, alguna parte ridícula de su mente confiara en que el viento no sería capaz de entorpecer su camino con semejante peso en su conciencia. Pensó que podría con él. Era Ladybug, ya había perdido contra un fanfarrón y egoísta embustero que la había engañado de la manera más tonta; de ningún modo dejaría que un poco de viento la venciera también.

Por desgracia, se equivocó. Ni siquiera Ladybug podía contra los elementos de la naturaleza.

La primera ráfaga que la dio de lleno fue tan violenta que le arrancó un chillido de pánico. Se vio impulsada hacia atrás y perdió, solo un instante, el control absoluto de su cuerpo.

La cuerda de su yo-yo se volvió flácida en pleno vuelo y ella resbaló. Fue arrojada entre dos edificios como si fuera una minúscula mota de polvo. Minúscula e inútil mota de polvo. Golpeó contra un lado magullándose la cadera, contra el otro lado, directo en su costado. Consiguió evitar el tercer rebote dejándose caer al suelo. Cayó a pocos milímetros de distancia de un contenedor y el hedor terrible fue sacudido contra su rostro, provocándole una arcada.

Se ocultó tras él, a pesar de todo, para recuperar la respiración. El corazón le palpitaba como si en lugar de volar, hubiese estado corriendo y no le gustó. Le recordó al modo angustiante en que su corazón se disparó en el cuarto de Adrien, al descubrir que había perdido los prodigios.

—Tranquila —Se susurró. Posó la mano en su pecho y se dijo que no, en realidad, no iba tan deprisa. No como aquel día. Ralentizó su respiración, usando la nariz y no la boca. Apretó el yo-yo en su mano y casi, casi pudo oír la voz de Tikki en su cabeza suplicándole que volviera a casa—. Aún es pronto —Le respondió. Alzó su mirada hacia la desembocadura de aquel callejón.

La calle que se abría al otro lado estaba vacía, la luz de las farolas temblaba como una vela olvidada frente a una ventana abierta.

No sudaba, pero se pasó el dorso de la mano por la frente.

—No pasa nada —se dijo. Solo tenía que procurar mantenerse a una distancia baja, asegurar bien los saltos en lugar de balancearse de un lado a otro, vigilar donde ponía sus pies—. No pasa nada.

Se subió a la tapa del contenedor que aún apestaba y lanzó su yo-yo hacia el edificio. Aseguró el agarre, respiró hondo y saltó.

.

.

—¡Auch!

Gritó al oír el chasquido de su pie, y después llegó el dolor.

El viento la había estado bamboleando, agitando y mareando durante la última hora y media; finalmente, la empujó contra un edificio y ella trató de esquivarlo dando un quiebro en el último minuto, pero uno de los pies se le quedó atrás. El pie que ya se había golpeado la noche anterior, por eso le dolió tanto a pesar de que el traje la protegía.

Perdió el equilibrio, por suerte su yo-yo evitó que cayera al suelo. Estaba a una altura considerable. Apretó los ojos y al abrirlos, notó que colgaba sobre la fachada como una mosca atrapada al final de la tela de una araña. Tenía la garganta seca por el esfuerzo y los ojos llenos de la suciedad que arrastraba el aire, le costaba ver y por eso creyó, con desesperación, que no tenía nada a lo que agarrarse. Le dolían los brazos por la fuerza con que se había tenido que sujetar a la cuerda todo el tiempo.

¿Y si ya no podía sostenerse más?

¡No sabía dónde estaba! ¡No oía nada a su alrededor a causa del rugido del vendaval!

Cálmate se urgió a sí misma. Ya sabes que si no te calmas, no resolverás nada.

Mantuvo los ojos cerrados. El escozor activó las lágrimas que, por suerte, ayudaron a aclararle la visión. Volvió a mirar, registró el espacio y a escasos metros por encima de su cabeza vislumbró un saliente en el tejado del edificio que dibujaba una forma cóncava del revés y creyó que había espacio para que se refugiara debajo, escapando de las embestidas de ese furioso huracán que la perseguía desde hacía una hora y media.

Sólo tenía que trepar por la cuerda y alcanzarlo.

Apretó los dientes y estiró la mano derecha, después la otra, arrastrando su cuerpo. Trató de ayudarse con el pie derecho, escalando la pared aunque teniendo cuidado de rechazar las sacudidas que trataban de aplastarla contra ella. Siguió despacio, con calma, susurrándose a sí misma que lo conseguiría.

Si tan solo pudiera usar ambos pies…

De pronto, oyó un crujido por encima de su cabeza. Se atrevió a mirar y vio que una pequeña parte del relieve que decoraba la cornisa se había desprendido; no es que fuera un proyectil lo bastante grande como para herirla si le llegaba a golpear, pero Ladybug supo que la haría perder el equilibrio y en ese caso, se caería.

Trató de esquivarlo pero comenzó a balancearse como el péndulo de un reloj averiado. Se mareó, esta vez mucho más deprisa que antes, y una vez más, su pie herido golpeó contra la pared. Quiso contener el dolor pero fue demasiado y chilló. Perdió las fuerzas. Sus manos resbalaron sin remedio y se soltó.

Abrió los ojos al sentir el vértigo de la caída en su estómago y al intentar moverse para sujetarse a algo, sufrió un golpe en el cuello que la desconcertó del todo. Creyó que flotaba y que todo se oscurecía más a su alrededor, mucho más que por la noche y la tormenta. En algún momento captó los atisbos de un sueño agradable y tranquilo que hizo que dejara de sentir miedo.

Sabía que estaba a punto de desmayarse; ese calor recorriendo su cuerpo tan diferente del frescor del sudor en su cuello y sus mejillas. Apenas le importó…

Pero justo antes de perder el conocimiento, notó un parón súbito que le revolvió el estómago. Se le cerraron los ojos antes de ver nada y sin embargo, alcanzó a oír algo.

—Ya te tengo, mi lady.

.

3.

El viento seguía ahí cuando Ladybug volvió en sí, al menos su rugido seguía dejándose oír. Le llevó un par de segundos darse cuenta de que su cuerpo ya no era azotado por esa fuerza furiosa y que aparte de un ligero quemazón en su pie izquierdo, no le dolía nada más.

Extraño, teniendo en cuenta la altura desde la que había caído.

¿O no llegó a caer?

Gruñó, no obstante, revolviéndose un poco. La sensibilidad estaba regresando a su cuerpo y ahí fue que notó que estaba echada sobre un suelo de piedra, al menos la parte que iba desde su cintura a la punta de sus pies. La mitad superior estaba… reposaba sobre algo mucho más cómodo; no blandito como su cama o su diván, pero lo suficiente agradable como para que su espalda dolorida aún de la noche anterior, no se quejara. Su cabeza estaba un poco alzada, apoyada sobre algo que tenía la forma perfecta para que ella se recostara, aunque algo frío le rozaba la mejilla y eso ya no le gustó tanto.

Algo la sujetaba, eso fue lo siguiente que su cerebro, amodorrado, captó. No, sujetar no era la palabra, podía moverse, no había fuerza. Alguien la sostenía con suavidad aunque con firmeza para que no se escurriera y era, lo supo al instante, un tacto que conocía y no sintió miedo.

Entonces, recordó.

¡Ya te tengo, mi lady!

—¿Chat Noir? —murmuró, abriendo los ojos por fin. Frente a ella se alzaron un sinfín de borrones que hicieron que se encogiera.

—Tranquila, mi lady —La voz de su compañero surgió desde atrás. Sus brazos se enroscaron un poco más a la altura de sus costillas—. Todo está bien —dijo él—. Menos mal que te has despertado.

La chica parpadeó cuantas veces hicieron falta para que su vista se aclarara. Vio frente a sus ojos una verja negra y dorada, no muy alta, aunque lo parecía porque ellos estaban en el suelo, apoyados en la piedra grisácea de un arco alto y liso. Justo al otro lado de este había una enorme farola de metal negro con varias luces encendidas, eran redondas y arrojaban una luz intensa, aunque de un color más tenue que el anaranjado del resto de farolas de Paris.

Aun así servía para iluminar la verja y sus formas, el interior de aquella cueva majestuosa donde Chat Noir la había llevado para refugiarla del vendaval y aunque solo tenía una ligera vista de la calle que se abría al otro lado de aquella puerta, supo exactamente donde se encontraban.

—El Palacio de las Hadas… —murmuró.

—¿Lo conoces?

—He estado aquí muchas veces.

Incluso había llegado a entrar.

En realidad, se trataba del Palacio de la Ópera de Paris, Palais Garnier, una construcción tan exquisitamente decorada y bella que cuando los parisinos entraron allí por primera vez, creyeron haber penetrado en el País de las Hadas. Su abuela Gina la había llevado en innumerables ocasiones y le había contado cientos de historias sobre él. Cuando hablaban entre ellas siempre lo llamaban El Palacio de las Hadas, a su abuela le encantaba todo lo que tuviera que ver con esos pequeños seres.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó.

—Me pareció que este palacio era lo único que no saldría volando.

—¿Hay algo que no vaya a salir volando?

Chat Noir se agitó con una risita escueta y siguió sosteniéndola. Ladybug estaba demasiado cansada como para pensar en moverse, así que siguió contemplando el paisaje que se extendía más allá del arco, de la verja, de la escalinata que conectaba con el mundo exterior y que seguía siendo golpeado por el viento.

Por supuesto, el interior del edificio estaba cerrado y ellos se encontraban en un pequeño espacio techado del piso inferior. La entrada al palacio se encontraba a la derecha, rematando una escalerilla de piedra que se doblaba sobre sí misma. Era una de las dos torres de aquel palacio, pero ellos estaban en el cuerpo principal de la fachada, formado por 7 puertas flanqueadas por hermosas esculturas y coronadas por los retratos esculpidos de los grandes compositores de otras épocas. Sobre sus cabezas se acoplaba la Planta de los Nobles

Nosotros solo somos héroes, pensó ella, aún un poco mareada. Por eso estamos aquí abajo…

Ladybug recordaba que su abuela le había hablado de aquellas estatuas tan bonitas. Todas flaqueaban una de las entradas y tenían su propio nombre… ¿Los recordaba? Intentó hacerlo y se le escapó una sonrisa cansada cuando cayó en la cuenta de que la escultura que había al lado de la puerta que Chat había escogido era la de El idilio.

¿Ese gato descarado lo sabía? No se imaginaba a su compañero asistiendo a la ópera, pero quién sabe.

—¿Qué hacías por ahí fuera en una noche como esta, bichito? —Le preguntó después de un rato. Chat Noir se movió un poco, quizás buscando algo de comodidad. Eso frío volvió a rozarle la mejilla y se dio cuenta, entonces, de que era el cascabel de su compañero. Ladybug se formó la imagen mental de sí misma acurrucada contra el pecho del chico, con sus brazos rodeándola, los dos cobijados en la entrada al Palacio de las Hadas mientras el resto de esa ciudad observaba con cautela los estragos del vendaval desde sus casas.

—¿Y qué hacías tú? —preguntó a su vez. La imagen se resistía a abandonar su mente, pero estaba enfocada, igual que el objetivo de una cámara, en ellos dos. La ciudad desierta y el resto de la gente ya no le interesaban.

—Buscaba algo —respondió él.

—Ah… Bueno, pues yo también buscaba algo —Lo dijo por decir, en realidad, seguía sin estar segura de porqué había salido. Chat Noir chasqueó la lengua.

—Es una noche horrible —reconoció, aunque su voz sonó animada—. ¿Y sabes? No hacía falta que salieras hoy.

. Por más que quieras encontrarlos cuanto antes, puede que no sea esta noche cuando ocurra.

Ladybug separó los labios, sorprendida. Solo cuando él lo dijo se dio cuenta. Claro que había salido en busca de los Kwamis, porque no pensaba en otra cosa desde que se marcharon y después de dos días encerrada en su cuarto, a solas, su ausencia se había hecho tan insoportable que había necesitado salir. Salir y hacer algo, a pesar de que sabía que no los encontraría de esa manera.

Se sintió triste de nuevo, pero se reprimió antes si quiera de sentir la humedad en sus ojos. Prefirió no mencionarlo puesto que los dos sabían de lo que hablaban.

—Quizás tú tampoco deberías haber salido —dijo. Y entonces sintió los brazos del chico, alargándose a su alrededor, sus dedos presionando solo un poco en su cadera.

—Pero yo sí te he encontrado —repuso él.

Ladybug se tragó los nervios que le produjeran ese gesto.

—Como si tú supieras que iba a salir…

—Soy un gato más sabio de lo que piensas, mi lady.

Se removió un poco porque sentía con demasiada claridad la calidez del aliento de Chat Noir sobre su pelo al hablar. El aleteo de su corazón, solo un poco agitado, pegado a su espalda. Se dijo que ese serían el tipo el cosas que una sentía en el país de las hadas, algo así le habría dicho su abuela, pero no la consoló. Si al menos se hubiera sentido un poco incómoda… pero estaba demasiado acostumbrada a la cercanía de ese cuerpo, puede que más que a ninguno otro en el mundo.

Nunca había pensado en ello hasta ahora.

—¿Qué tal si hablamos de otra cosa? —propuso ella. Su mirada se dirigió a las lucecitas de aquella lámpara, chisporroteantes, dibujando la superficie de los adoquines del suelo, y la pequeña escalera que bajaba hasta la calle.

Más allá de esos escalones estrechos estaba la carretera, una rotonda donde confluían varias calzadas, con un par de calles repletas de tiendas, cafés de moda y más allá, los edificios altos y de tejados de pizarra, con esa forma redondeada y sus ventanitas de diseño; balcones, con toldos, con contraventas… Eso no tenía nada de especial, era algo tan familiar y seguro.

Pero desde la lámpara hacia donde ella estaba era distinto.

Cada centímetro de piedra databa de una época antigua que hablaba de romance, de largos vestidos, de carruajes con caballos. Noches de Ópera en Paris. La gente no iba a ver las representaciones, querían entrar al país de las hadas y explorar.

Esos pensamientos, no obstante, no lograron distraerla lo suficiente como para no percibir la tensión que se adueñó del cuerpo de su compañero. Notó como este se endurecía, después se llenaba de aire su pecho para desinflarse muy poco a poco, a medida que los latidos de su corazón se aceleraban.

Así de cerca estamos pensó ella. Podía sentirlo y adivinar que Chat Noir se preparaba para decirle algo importante.

—Creo que me gusta una chica.

No se refiere a mí lo supo de inmediato. Y también supo que esta vez no era un truco para ponerla celosa. Tragó saliva sin entender el nudo que se formó en su garganta.

—¿Ah, sí?

—Es una chica de mi clase… en realidad, es una gran amiga —explicó él. Su voz sonaba vacilante, pero excitada—. Siempre ha estado a mi lado y es alguien muy especial.

—¿Especial? —repitió, sin saber por qué—. Y… ¿tú también le gustas a ella?

—Pues… no sé —reconoció, sus brazos se estrecharon en torno a ella, quizás en un gesto inconsciente—. Espero gustarle.

Le sonó raro tanta inseguridad. Le pareció extraño que no alardeara de su encanto gatuno o algo parecido, que no se lo tomara a broma, que hablara en ese tono tan asustadizo. Puede que el chico tras la máscara no fuera tan seguro como el héroe que ella conocía, o quizás Chat Noir no tenía ganas de fingir porque se trataba de algo importante para él.

.

4.

Empezó a llover.

No fue una lluvia tranquila y reconfortante, esa no es la clase de lluvia que acompaña a un vendaval. Era un aguacero de gotas finas, afiladas, que no caían de arriba abajo sino que volaban como flechas invisibles salpicándolo todo de lado a lado, dejando marcas sobre la piedra del pavimento.

Ladybug la observó y la frialdad del agua no tardó en pegársele a la piel del rostro. Ningún programa de los que había visto anunció agua. Nadie lo esperaba, igual que al vendaval. Pero ella sí esperaba que algún día Chat Noir pondría sus ojos en otra.

¡Era lo más lógico!

Y ella se alegraba, aunque tal vez se habría alegrado más de haberse enterado en otras circunstancias. Quizás si no hubiese sido después de perder su equipo de héroes, a los Kwamis, su confianza en sí misma… Cuando volvía a pensar en Chat y en ella como…

Tú y yo contra el mundo

No en una noche como esa, en el Palacio de las Hadas, con la mirada de todos esos seres mágicos rodeándoles y el eco de la música de una orquesta imaginaria presente aún en ese silencio.

Ladybug sabía que era muy infantil por querer que todo siguiera igual solo porque era lo más cómodo, lo más seguro. Y era inútil, además. Pues todo estaba cambiando, incluso en su vida normal como Marinette parecía que las cosas se estaban transformando, tomando la forma que ella siempre había esperado y con todo, se encontraba con que también la preocupaba cómo enfrentar eso.

—Una amiga cree que el chico que me gusta… puede estar fijándose en mí por fin —reveló, casi sin pensar. El rostro de Adrien había aparecido de pronto en su mente, atraído por las hadas y el temblor de la luz de las lámparas. Su rostro se ruborizó solo por mencionarlo—. Estos días ha estado actuando de un modo extraño…

—¿Es el chico del que me hablaste aquella vez?

—Sí, el mismo.

—¡¿Aún no se había fijado en ti?! —El tonillo guasón de Chat Noir resultó encantador porque también fue de genuina sorpresa. Calló unos instantes y lo que dijo después, fue aún mejor—. Vaya… Pues estoy celoso.

A ella se le escapó una carcajada tan espontánea y liberadora que se oyó como un graznido.

—¿Cómo vas a estar celoso? —replicó de buen humor—. ¡Acabas de decir que te gusta otra chica!

—Y es por ella que ya no me pone triste o me frustra hablar del chico del que estás enamorada —contestó él, resolutivo—. Ahora pienso en esa chica y me siento… feliz y tranquilo —Y justo así percibió ella su voz—. Pero tú eres mi lady, y siempre serás importante para mí.

. Y sentiré celos cuando hables de él.

Parecía algo sencillo cuando él lo dijo. Chat Noir era el tipo de persona que no juzgaba sus propios sentimientos y eso le gustaba de él, porque le daba la posibilidad de ser más sincero consigo mismo y los demás. Ella siempre juzgaba, siempre reflexiona durante horas sobre todo tipo de cosas… ¿Conocía realmente a Adrien? ¿Su amor por él era real o no lo era? ¿Se lo merecía? ¿Había hecho todo lo posible por ser una buena guardiana?

Algunas veces pensaba tanto que se aburría de sí misma, los pensamientos eran tan repetitivos que dejaban de parecerle reales.

Pero su compañero no era así. Lo que sentía, lo decía. No se preguntaba si estaba bien, si era correcto, si estaba equivocado… Y aunque a simple vista eso pareciera un modo de pensar simple, era justo lo contrario. Puede ser mucho más difícil aceptar las cosas como son sin caer en la tentación de juzgarlas.

—Debes estar muy contenta —continuó él—. Si tú aún lo quieres y ahora él también te quiere a ti, podéis ser felices.

—Eso cree también Al… mi amiga —rectificó y después, sacudió la cabeza—. Yo… no lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿Por qué?

—Porque no creo que sea el mejor momento —respondió, apesadumbrada—. Debería centrarme en mi lucha contra Monarca, ¿no crees? En recuperar los prodigios y… —Respiró hondo, la frialdad de la lluvia parecía estar metiéndosele dentro, solo sentía algo de calor en las zonas de su cuerpo en contacto con el chico.

—Pero eso no es justo —protestó él.

—Quizás no me lo merezco.

—No digas eso —Chat Noir resopló—. No puedes esperar a que derrotemos a Monarca para ser feliz, mi lady. Puede que aún quede mucho para eso.

—Pero algún día acabara —insistió ella.

—¿Eso crees?

—Todo se acaba.

Volvieron a callar y por una vez, fue como si el silencio se extendiera más allá de ellos dos y pudiera silenciar al viento y la lluvia. Ladybug se acordó del silencio de su habitación, del resto de su casa ahora que sus padres no estaban y la inquietud de aquellos tres días volvió a azotar su estómago. Se encogió un poco, sin apartar la vista del agua que cruzaba con violencia al otro lado de la verja, haciéndose visible solo ante el resplandor de las farolas.

Como si Chat Noir hubiera adivinado el cariz de las emociones que ella sentía, se irguió sobre la roca, estrechando su abrazo un poco más. Torciendo la cabeza hacia abajo, de manera que su barbilla se posó en su frente y Ladybug no sintió el deseo de apartarse. Sus mejillas se encendieron y sus manos se deslizaron por los brazos de él como si tuviera que asegurarse de que seguían rodeándola.

—¿Tú… aún le quieres? —preguntó él y añadió, aunque no era necesario—. A ese chico.

Ladybug inspiró con fuerza, tanto que el olor de la lluvia llegó hasta su paladar.

—Sí —contestó. Lo hizo en voz baja, no porque dudara… No supo por qué lo hizo, o porque se le encogió el corazón los segundos siguientes, mientras intentaba adivinar qué le diría su compañero.

No podía responder otra cosa más que la verdad.

—Entonces… no esperes —Chat Noir bajó un poco más la cabeza o al menos, a ella le pareció que su voz estaba más cerca que antes de su oído—. Los vendavales como este llegan de improviso y lo arrasan todo, pero no sabemos cuánto tardará en irse.

. En la vida no se puede esperar a que el vendaval pase para hacer las cosas que nos hacen felices.

Ladybug parpadeó, con sorpresa.

—Yo no pienso esperar a que venzamos a Monarca para hablar con Ma… ¡Con la chica que me gusta! —Prosiguió el gatito, un poco más nervioso—. Y tú tampoco deberías.

—¿No decías que estabas celoso?

—Pero siento solidaridad hacia ese chico y no quisiera que le rechazaras como a mí —respondió—. Sobre todo, si a él sí le quieres.

—Yo también siento solidaridad hacia esa chica, sea quien sea, así que espero que vayas un poco más despacio con ella o la asustaras.

—¿Asustarla? ¡Si todo lo que he hecho hasta ahora ha sido darle la mano! —A pesar de todo, se rio—. Está bien, iré despacio.

—¿Nada de flores?

—A todo el mundo le gustan las flores.

—Bueno… ¿Qué tal si pruebas con algo que no sean rosas para empezar? —Opinó Ladybug—. ¿Margaritas, por ejemplo?

—¡¿Un ramo de margaritas?!

—Una margarita, gatito.

El chico bufó y ella sonrió, divertida.

—De acuerdo, una margarita y no bajaré de ahí —aceptó al final—. Pero tú también tienes que prometer que le darás una oportunidad a ese chico.

—En realidad, ni siquiera estoy segura de que sea verdad… ¡Puede que mi amiga se lo haya imaginado todo!

—Ladybug…

—Vale —Apretó los párpados, nerviosa—. ¿Qué tal si empiezo a saludarle con un beso en la mejilla?

Puede que Alya tenga razón se dijo, recordando el extraño comportamiento de Adrien en la entrada del instituto los días antes del vendaval. Tal vez sí se acercaba a ella con la intención de besarla, pero ella siempre le extendía su mano y no se permitía descubrirlo por sí misma.

¿Podía hacerlo? ¿Debía? Las preguntas ya empezaban a amontonarse en su cabeza, a corroer su confianza…

—Esa es una buena idea —opinó Chat Noir. Y entonces, Ladybug sintió que el chico posaba sus labios sobre su cabeza, casi en su frente y la besaba con suavidad—. No es una margarita, pero estará bien para empezar.

La chica se echó a reír y su corazón palpitó con fuerza porque se dio cuenta, con ese leve contacto, que en algún momento de aquellos días, o tal vez en aquellos minutos, había empezado a querer a Chat Noir más que a nada en el mundo. Pero siguió riendo, contenta y relajada, porque descubrió que también quería a Adrien más que a nada.

Y se sintió, además, un poco tonta porque ese absurdo y ensordecedor vendaval le había hecho olvidar todas esas cosas. Llevaba razón, un vendaval arrasa con todo a su paso.

Aunque solo es un poco de viento se dijo a sí misma, así como lo hizo con sus padres días atrás. Sopla, ruge y asusta. Sí, arrasa con todo pero después se va. Y regresa la calma o algo muy parecido que, de todos modos, con algo de suerte puede resultar placentero y consolarte.

.

5.

El vendaval no paró de soplar esa noche, no obstante Marinette estuvo segura de que lo haría al día siguiente. O como mínimo, su fuerza iría desapareciendo y ese viento furioso se convertiría, poco a poco, en una fresca brisa de verano. No podía negar que en el fondo de su corazón esperaba ansiosa a que eso ocurriera, pero lo cierto era que ya no le resultaba tan aterrador.

No después de hablar con Chat Noir.

Se separaron un rato después, cuando los rugidos del cielo seguían sonando desgarradores y atravesaron la ciudad con mucho cuidado, vigilando el paso del otro y deteniéndose a ayudar si era necesario. Se sentía bien tener a alguien cubriendo tu espalda y se sintió absurdamente triste cuando llegaron al punto donde sus caminos se separaron.

Su casa la recibió igual de silenciosa, y ella se escabulló a su cuarto igual que las otras noches aunque sonrió al pensar que ya faltaba menos para que sus padres volvieran del congreso. Marinette se dijo que ella estaría bien mientras tanto.

Todo estaba bien.

Tikki y ella comieron algo para recuperar las fuerzas sobre las sabanas de su cama y después se vendó el tobillo torcido. No era tan grave como le había parecido. Los embistes contra la madera de la trampilla sobre su cabeza aún eran terribles pero los ignoró con voluntad mientras tuvo las manos ocupadas y se tumbó sobre el colchón con un hondo suspiro.

Cogió el teléfono que había dejado junto a la mesilla y releyó el mensaje de Adrien. Ahora no recordaba por qué la había perturbado tanto recibirlo, la verdad.

Hola Marinette, ¿cómo estás?

¡Menudo viento que hace!

Espero que puedas dormir bien.

Adrien.

Allí no había nada romántico, ninguna declaración velada pero se reprimió antes de pensar en que podía ser un gesto amistoso sin más. Era encantador que se hubiera acordado de ella en una noche como esa y la hubiera escrito.

Adrien era encantador. Igual que Chat Noir.

Con un cosquilleo en su estómago movió los pulgares y tecleó una respuesta.

La verdad es que da un poco de miedo, pero solo es… un poco de viento.

Buenas noches, Adrien.

Ya era muy tarde y hacía horas que él había escrito. Quizás mañana lo vería y la respondería. Y si no, tampoco pasaba nada. Porque el vendaval pasaría y ellos volverían a verse en la entrada del instituto, igual que ella volvería a ver a los kwamis.

Adrien y ella se encontrarían, con un poco de suerte él iría hacia ella y se inclinaría para besarla en la mejilla y entonces ella podría…

Adrien apareció en línea y su corazón dio un vuelco. Esperó, histérica, tratando de adivinar lo que él diría y como ella respondería.

Entonces, el mensaje llegó pero no había ninguna palabra. Solo una imagen.

La fotografía de una margarita.

Marinette la miró, con el rostro ruborizado y soltó una risotada. Se llevó el móvil hasta el pecho y, contemplando el vacío de la trampilla sobre su cabeza, se quedó dormida sin que el rugido del viento pudiera impedírselo.

.

.

.

.

.

Fin

.

.

.

Hola de nuevo, miraculers.

Sé que ha pasado un tiempo desde la última vez T.T No he estado escribiendo demasiado porque la S4 me dejó un vacío en mi inspiración y sin ganas de escribir, pero poco a poco he ido motivándome (a rachas) y he escrito algunos fics de Miraculous, aunque no sabía si compartirlos aquí porque tengo la sensación de que mis historias de este fandom nunca han tenido mucho éxito.

Pero supongo que como yo, estaréis echando de menos a Marinette y Adrien desde que salieron los dos primeros capítulos de la S5, por eso os comparto este pequeño oneshot que sigue a esos capítulos.

¿Os ha gustado?

Espero que sí. Si os gustaría que subiera el resto de fics que he estado escribiendo sobre Miraculous me lo podéis decir en una review.

Besotes y ¡hasta pronto!

EroLady