Prólogo

Cuando desperté, lo hice en una habitación estéril. No había ventanas ni aditamentos, ni nada que pudiese considerarse decoración. Estaba acostada sobre una cama de hospital, vestida con una pulcra bata azul. Las paredes que me rodeaban eran blancas y el silencio en la habitación era tanto que podía escuchar cada uno de mis latidos y respiraciones.

Mi cabeza dolía y me costaba concentrarme. Los recuerdos venían a mí a un ritmo tan rápido que no me era posible detenerme en ninguno. Algunas veces pude ver destellos, pero eran inexactos. Había memorias que se reproducían en mi mente de cosas que yo jamás había hecho.

Traté de recordar lo que me había pasado antes de quedarme dormida, pero tenía tanto en la cabeza que fue inútil. Estaba tan adolorida que no podía ni siquiera mover los músculos del cuerpo más allá de los ojos. Fue una sensación extraña, como si estuviera ahogándome debajo de agua salada. Mi mirada vagaba por toda la habitación, sin poder levantarme.

Un ruido atrajo mi atención. La puerta de madera que estaba a unos pasos de mí se abrió. Entró un hombre desconocido. A pesar de que mi mente en este momento era más que nada inconexa, estaba segura de que nunca en mi vida lo había visto.

El hombre en cuestión era alto, muy alto. Debía rondar por el metro noventa. Su rubio cabello platinado estaba peinado hacia atrás y sus ojos azules eran serios y profesionales. Estaba vestido con una bata de hospital y por un momento breve pasó por mi cabeza la idea de que había perdido la razón y estaba en un psiquiátrico, hasta que vi el gafete que colgaba en su cuello. Corporación Beluga. A pesar de la bruma que pregonaba en mi mente, pude distinguir ese pequeño detalle y comprenderlo lo suficiente como para abrir muchísimo más mis ojos, en un completo signo de terror y angustia. Estaba en las instalaciones de la empresa en la que trabajaba.

El hombre-doctor se acercó hacia mí, tomando el historial clínico que había en una de las esquinas de la cama. Caminó alrededor de la habitación por unos minutos sin hacer comentario alguno. Se detuvo a leer cuidosamente toda la información que había ahí.

—Bien, señorita Swan— habló por primera vez—. Parece que todo está correctamente amoldado. Tu transición está realizándose y en unas cuantas horas estarás como nueva.

¿Transición?

Quise gritar y escapar, pero mi cuerpo no se movió. No fue hasta entonces que me di cuenta de que no solo se trataba de alguna rara droga que estaba puesta en mi sistema, sino que también estaba atada por todas mis extremidades. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba? ¿Quién me había secuestrado?

Mi cabeza estaba a punto de explotar y necesitaba respuestas, pero el hombre se acercó a mi intravenosa y le inyectó algo. No pude evitarlo y caí en un profundo sueño.


Así que sí, algo diferente. Veré qué puedo hacer con esto que ha estado rondando en mi mente desde hace meses ya. Ojalá les guste.