Un hombre pelirrojo y con el rostro enfurecido huía de la mansión Vegelbud sin mirar atrás. Los presentes se apartaban de su camino con temor. Como si aquel hombre misterioso pudiera aún tener algún poder sobre ellos. A su paso se oían murmullos.
¿Qué harán ahora los von Everec? Se lo tiene merecido. Una auténtica pena. Iris Bilewitz. Dicen que ya no están prometidos. ¿Y Úrsula? Pronto irán a por ella los cazadores.
A Geralt de Rivia no le interesaban demasiado las intrigas entre nobles, pero ese hombre había acaparado toda su atención. Se preguntó qué le había sucedido para estar tan enfadado y por qué tenía la cara al descubierto en un baile de máscaras. Le dedicó un breve pensamiento tras el cual volvió a concentrarse en su misión: salvar a los magos de Novigrado.
Cuando Geralt había llegado hacía apenas unas semanas a Novigrado, se había encontrado con un escenario macabro y cruel. En la ciudad neutral a la guerra dominaba una fuerza todavía más temible. La caza de brujas había quemado ya un par de decenas de magos en piras, en la plaza del pueblo. A Geralt eso le atemorizaba, pero no porque él corriera peligro, sino por su vieja amiga Triss Merigold.
La pelirroja bebía vino mientras pasaba la vista por los presentes distraída. Estaban en ese lugar porque Ingrid Vegelburd quería que le hicieran un favor personal a cambio de haber financiado todo el plan de escape a Kovir. Su misión era sencilla; encontrar a Albert, meterlo en el barco como el resto y escapar, o lo hubiera sido si Ingrid Vegelburd no llevará media hora desaparecida.
Geralt hizo un gruñido al comprobar que la luna estaba empezando a caer en el horizonte.
—Rélajate. Aparecerá en cualquier momento. —Intentó tranquilizarle Triss.
—Espero que tenga un buen motivo para hacer esperar a cincuenta personas en las alcantarillas.
—No hables tan alto. —Algunos de los presentes se giraron a mirar al brujo. Triss le cogió del brazo para que se acercara más a ella. —Se trata de su hijo —susurró—. Esto le importa más a ella que a nosotros.
—Le doy 20 minutos más, si no…
—Perdonad la tardanza —dijo una voz detrás de ellos—. La compradora de truchas supongo. —Triss asintió con la cabeza y Geralt captó de inmediato que era alguna clase de código. —Acompañadme. Así podemos hablar en un lugar privado.
Ingrid Vegelburd iba atraviada con un vestido de color púrpura y una máscara de pájaro que solo dejaba ver su boca. Mientras les acompañaba a un lugar apartado, justo al inicio del laberinto de hierba, no abrió la boca ni una sola vez. Parecía que estaba absorta en sus pensamientos.
—Necesito que salvéis a mi hijo. Pero también necesito preguntaros una cosa, ¿a dónde lo llevaréis?
—Es mejor que su madre no lo sepa. Podría ser peligroso tanto para ti como para él —dijo Geralt con su voz ronca. Ingrid suspiró.
—Cuidad de Albert, ¿vale? Tengo miedo de que alguien intente raptarlo. Hasta ahora he conseguido mantener a los cazadores contentos con mi sobornos y además la familia von Everec… —Miró al suelo—. Cuidadlo mucho. Es un culo inquieto como su padre. Lo mató un arachas.
—¿Un arachas? ¿Tanto viajó? —preguntó Geralt.
—Los criaba en el jardín trasero. Albert ha sacado su interés por la alquimia, su curiosidad y su imprudencia… sobre todo su imprudencia. Veréis él tiene una… una amiga, con la que me da miedo que se fugue. Mantenedlo vigilado.
—Soy un brujo, no un casamentero.
—Cuidaré de él lo mejor que pueda. También en Kovir —dijo Triss con seguridad.
—Mi hijo lleva una máscara de pantera negra y suele pasar las fiestas en la parte sur del laberinto. Buscadlo ahí y luego llevadlo a los establos. Me encargaré de ensillar tres…
—Dos. Yo tengo a Sardinilla.
—Dos caballos, que así sea. Os esperaré en el establo, para despedirme de mi hijo.
A Geralt le pareció que Ingrid estaba muy triste por la partida de su hijo, aunque era consciente de que era lo mejor para él. En opinión de Geralt, cualquier mago que quisiera quedarse en Novigrado era un imprudente y no tardaría en morir, salvo quizá Triss Merigold. Ella era muy astuta y sabía cuidar de sí misma.
Justo antes de entrar al laberinto, Triss volvió a coger una copa de vino. Geralt frunció el ceño detrás de su máscara de lobo. No quiso decirle nada pero beber justo antes de hacer el viaje más arriesgado de su vida no era la mejor idea. Aún con todo, Geralt quería disfrutar la última noche que pasaría con Triss al menos en mucho tiempo. Ella huiría a Kovir junto al resto en unas horas y Geralt todavía tenía asuntos pendientes en Novigrado. También en Skelligue, donde le esperaba…
—¡Maldita sea! —gritó Geralt cuando una de las ramas del laberinto le pegó en la cara. Triss soltó una risa angelical.
—Pensaba que no había nada capaz de derrotar a Geralt de Rivia —se burló ella.
—Oh sí. Los grifos hambrientos no son rival para mí, pero las siestas de más de dos horas, el hedor de los pies de Vesemir y las burlas de Triss Merigold van a acabar conmigo. —Geralt también pensó en la indiferencia de Yennefer de Vengerberg, pero no lo dijo en voz alta. —Y ahora parece que los laberintos más altos que una kikimora. —La hechicera volvió a reír.
Tras cinco minutos deambulando, Geralt empezó a estar mareado. Al izquierda, derecha y otra vez izquierda. De repente, la pared. Deshacer camino y otra pared verde. Esta vez con flores moradas. ¿No las habían visto cientos de veces?
—Maldita sea.
—Si quieres puedo usar un portal.
—Ni se te ocurra. Esa es la sexta cosa que puede terminar conmigo. Los odio.
—Lo sé. —Triss se quedó pensativa un momento. —¿Cuál es la quinta cosa?
—¿De qué?
—Siestas, pies de Vesemir, mis burlas, laberintos y portales. Has dicho que hay seis cosas que pueden matar a Geralt de Rivia. Falta una.
Geralt ignoró aquella pregunta por el bien de ambos. Entonces empezó a escuchar voces al otro lado de una pared. Quizá podría tratarse del joven alquimista a quien debían salvar.
—¿Tú no estabas comprometido con Úrsula von Everec? —dijo una muchacha.
—Ya no. Mi madre anuló el compromiso cuando el inútil de su hermano deshonró a la familia y se quedó sin fortuna.
Geralt de Rivia se dio cuenta del tono de desprecio de su voz. Todavía había rencor hacia esa tal Úrsula von Everec. Entonces el brujo recordó que era ese apellido sobre el que Ingrid les había advertido. Debía de tratarse sin duda de Albert.
Cogió de inmediato la mano de Triss y la llevó corriendo hacia la derecha. Sus sentidos de brujo nunca le habían fallado y aquella vez no iba a ser la primera. Así que giro sobre la izquierda y… pared. Tris no pudo evitar una tímida risita. Geralt, frustrado, no pudo evitar oír otra vez la voz. Albert debía estar al otro lado de aquella masa horrible de enredaderas. Ojalá tener su espada para cortarla. En su lugar, siguió a Triss.
—Llevaba un mes sin responder mis cartas —seguía diciendo Albert—. Supongo que temía contarme su desgracia antes. Sabía que no podría casarme con ella. —El rencor apareció esta vez sin ninguna duda.
—Ya tendrá a otro de su misma categoría. Recuerdas los rumores.
—¿Cómo olvidarlos?
Al fin Geralt y Triss doblaron la esquina y consiguieron salir de aquel laberinto. Vieron como una joven con máscara de gato pegaba el pecho al hombro del muchacho con la máscara de pantera negra. Debía de ser Albert.
—Si yo hubiera sido ella, nunca hubiese ido a la universidad. Y te habría escrito todos los días —dijo la muchacha. Geralt carraspeó.
—¿Albert? —dijo Triss.
—Sí. —El muchacho parecía nervioso. Se giró hacia su acompañante. —Luego te busco, cielo. —La joven se dio la vuelta y desapareció en la maleta reprimiendo una risita. Geralt de Rivia se cruzó de brazos.
—¿Una vida amorosa divertida? —Albert no contestó.
—¡Geralt! Pensaba que no hacías de casamentero.
—Pero no puedo resistirme a un buen cotilleo. —Triss resopló.
—Hablaremos al final del laberinto. Tengo… eh…un asunto pendiente —balbuceó Albert. Geralt asintió divertido. —No debemos dejar que nos vean juntos demasiado tiempo.
Triss y Geralt volvieron a quedarse a solas. El brujo no sabía cómo sentirse al respecto, así que siguió sin quejas a la hechicera cuando sugirió buscar un lugar tranquilo para charlar. A ella se le daba mucho mejor guiarse por ese camino enrevesado.
Llegaron a un pequeño banco oculto por las ramas del laberinto y allí se sentaron. Era un lugar íntimo para hablar después de haber tenido que soportar a aquellas nobles que habían intentado ligar con Geralt. No tenía dudas de que la faceta de rompecorazones de Albert era hereditaria.
Geralt ocupó un sitio al lado de Triss, que volvió a tener una copa de vino en la mano. El brujo no sabía de dónde la había sacado. Cuando fue a preguntar, Triss le puso el dedo índice en la boca. Estaba tan cerca que por un momento pensó que lo iba a besar.
Sin embargo, una mujer con un traje largo y negro se paseo delante del hueco en el que ellos estaban. Tenía una máscara demasiado parecida a la de Albert. Aquello perturbó un poco a Geralt. Triss lo tranquilizó en cuanto la misteriosa mujer desapareció.
—Sería una invitada perdida.
—O la amante de Albert que ha venido para matarle. —Triss rió.
—Relájate, Geralt. Estamos aquí. Tú y yo…
—En una misión, Triss. —La hechicera se acercó todavía más.
—Si estamos en una misión, ¿por qué no atacas a esa mujer? Está claro que es el fantasma de Úrsula von Everec, que viene a reclamar a su prometido y a llevarlo al reino de los muertos.
—Claro, por eso no ha podido contestar a las cartas. —Triss soltó una carcajada. Estaba claro que se había emborrachado con el vino. —Esto es serio. —Por mucho que lo intentara, Geralt no podía enfadarse con la hechicera. Especialmente, cuando la luz de los rayos que se alejaban iluminaban sus ojos verdes, que estaban brillantes por el alcohol.
Geralt pensó que Triss y él podían haberlo sido todo. Durante un breve período de tiempo, cuando él había perdido la memoria, realmente lo fueron. El deber lo habían vuelto a separar. También el amor hacía otra persona con la que estaba unida por el destino. Para una relación con Triss nunca era el tiempo ni el lugar. Sin embargo, no podía evitar encontrarse con Yennefer allá donde fuera. Siempre era su tiempo, y nunca importaba el lugar.
—¡Vamos! —gritó Triss antes de levantarse de un salto—. A ver si me pillas.
Y después echó a correr. Geralt la persiguió con ganas al principio, pero en cuanto vio lo bella que estaba riéndose y bailando entre la lluvia se relajó. No quería que ese espectáculo acabara nunca. Si Albert había retrasado su conversación por sus problemas amorosos, él podía hacer lo mismo.
La escarcha de la mañana empezaba a brotar en las hojas de las paredes del laberinto. Geralt ya no encontraba el lugar asfixiante. Las flores que lo adornaban hacían un paisaje perfecto para mirar a Triss reír y bailar. Ojalá quedarse en ese momento para siempre.
Triss encontró una fuente y de un salto se subió al borde. Por un momento, Geralt pensó que caería al agua. Sin embargo, siguió con su baile sin perturbarse. Observándola desde abajo, Geralt todavía tenía una visión más hermosa de su cara y su pelo, que se movía al son del viento.
Embelasado, se acercó poco a poco a la fuente. Triss saltó a sus brazos. Lo que sucedió a continuación duró tan solo un segundo, pero Geralt se quedó atrapado en él durante milenios.
El rozo de sus labios contra los del brujo. El sabor de su boca. El tacto de sus brazos que aferraban con fuerza sus hombros. El cosquilleo de su pelo en la cara. Y un nombre.
Yennefer de Vengerberg.
Geralt se apartó un poco sobresaltado y la dejó en el suelo con un poco de brusquedad. Se giró sobre sí mismo cuando escuchó unos pasos detrás de él, entre la maleza. Agudizó la vista pero no consiguió ver nada.
—Lo siento —dijo Triss sonrojada. Parecía que la emoción del beso le había quitado la borrachera.
—¿Interrumpo algo?
El muchacho esbozó una sonrisa de medio lado. Era irónico. Parecía mucho más feliz y aliviado que hacía media hora. A Geralt no le costó imaginarse por qué. Albert terminó de bajar las escaleras y recorrió el espacio que le separaba de la pareja.
—Podemos marcharnos ya si has terminado tus asuntos —dijo Geralt.
—Solo si habéis terminado los vuestros —replicó Albert.
—Intercambiad las máscaras —ordenó Triss. —Tú y yo nos vamos al establo —le dijo a Albert. —Y tú, Geralt —pronunció su nombre con dulzura—, si quieres despedirte ya sabes dónde encontrarme.
Olgried esbozó una sonrisa por primera vez desde que había entrado en la casa de subastas Borsodi. Se había mantenido lejos de todos los asistentes, derramando lágrimas silenciosas en una esquina. En aquel momento reía, porque esos cabrones habían confundido una vulgar espada con la espada de plata viperina que llevaba generaciones en su familia. Un patán la había comprado por nada menos que 5.000 coronas. Sin embargo, la auténtica, y a la que había llamado Iris, descansaba en el lugar más seguro del mundo. El cinto de Olgried.
—Damas y caballeros, tomémonos un descanso antes de seguir. A continuación, vamos a subastar un amuleto de esmeralda que perteneció a la hermosa Kristina von Everec. Después, por último, la mansión von Everec. Qué disfruten de este pequeño descanso.
A Olgried se le borró la sonrisa, como era de esperar. No pensaba que fuera capaz de ver cómo el amuleto y su hogar caían en manos de sus enemigos. Comenzó a derramar lágrimas de nuevo al tiempo que fuera de la casa de subastas empezaba a diluviar. Este hecho no le impidió salir corriendo a la entrada principal. Los nobles de Novigrado se habían levantado de sus asientos y Olgried no quería de ningún modo que lo vieran llorar. Algunos insensibles incluso se habían lamentado por no poder asistir al baile de Vegelbud solo por conseguir alguna ganga. Para ellos los recuerdos de Olgried eran gangas.
La lluvia resultaba refrescante para Olgried. Su yegua seguía en el mismo sitio de siempre y le saludó con un relincho. Olgried se acercó para calmarla. Él no era el único que lo estaba pasando mal aquella noche. No pudo evitar pensar en sus hermanos.
—A veces la vida es injusta.
Olgried se sobresaltó al escuchar una voz que no procedía de sus propios pensamientos. Un hombre vestido con una simple túnica estaba sentado frente a él. Se levantó con cuidado y en la oscuridad pudo ver su cabeza sin un solo pelo y sus ojos intimidantes.
—Una noche dura, Olgried. Eres valiente. Otra persona no hubiera venido aquí.
—¿Quién eres y por qué osas hablar conmigo? —Por instinto, se llevó la mano a la empuñadura de Iris.
—Voy desarmado, Olgried. Solo quiero hablar. Yo no soy como esos desalmados. Soy un simple mercader de espejos. A mí muchos de ellos me desprecian, otros hacen tratos conmigo. Mi nombre en Gaunter O'Dim. —Olgried estrechó la mano que O'Dim le tendía con fuerza—. Puedo percibir tu enfado.
—Borsodi es un cabrón. Y todos los que se aprovechan de la miseria de sus vecinos. Antes… me temían. —La voz de Olgried estaba apunto de quebrarse.
—Y pronto volverán a hacerlo. Quizá haya algo en lo que puedo ayudarte.
—¿Acaso tienes poderes mágicos? Desearía tener un corazón endurecido, de piedra incluso, para no sentir las puñaladas que aquellos me dan, para no sentir todo este dolor. Todo este amor frustrado. Para vivir mil años y tener tiempo para vengarme de todos los que han jodido a mi familia.
Gaunter O'Dim dio dos palmadas que sobresaltaron a Olgried. Estaba tan absorto en sus pensamientos que se había olvidado que tenía público. Olgried hablaba desde lo más profundo de su alma, desde el corazón roto por la certeza de que nunca conseguiría casarse con Iris. Miró al horizonte intentando contener las lágrimas.
—Pero tú solo eres un mercader de espejos. Un mercader de espejos que probablemente tenga más dinero que yo. —Olgried esbozó una sonrisa irónica—. Si un humilde extranjero pudiera comprar ese amuleto y dármelo. Y si incluso con tus buenas intenciones podrías parar la venta de mi hogar. Pero tú solo eres un mercader de espejos.
Olgried oyó dos palmadas detrás de él, pero al girarse comprobó que no había rastro de Gaunter O'Dim. Suspiró al pensar en su peculiar amigo. Incluso se sintió aliviado al ver que había gente que se compadecía de su dolor. Aquello le hizo recuperar un poco la fé en el mundo que la guerra y la pobreza le había quitado.
Se despidió de su yegua y volvió dentro. La subasta acaba de empezar y ya habían pujado 1.000 coronas. Olgried sabía que esto iba a doler, también que necesitaba saber quién compraba ese amuleto para poder recuperarlo.
¿A quién quería engañar? Olgried era tan solo un hombre insignificante sin su riqueza. Daba igual que la gente en silencio le siguiera temiendo y admirando. Estaba arruinado.
—¿Alguien da 1.500? —Mano levantada—. ¿2.000? —Tres manos levantadas. —Vaya, vaya, todo el mundo quiere esta reliquia. —¿Alguien da 5.000?
Los asistentes se miran entre todos. Olgried pensó en levantar la mano. No tenía ni siquiera 500 coronas, pero le gustaba la idea de encarecer la compra a aquellos gilipollas. Al final, la duquesa La Valette levantó la mano.
—Y parece que tenemos ganadora. ¿Alguien da 7.000?
Olgried oyó una palmada a su lado. Se giró para esperar encontrar los ojos de Gaunter O'Dim. No había nadie.
—¡7.000 para el caballero! ¿Alguien da 10.000? —Hubo murmullos de indignación. —Calma, calma. Esta es una subasta justa.
Olgried miró al caballero que había comprado la joya de su madre. Era calvo, de ojos penetrantes y una túnica tan humilde que nadie se hubiera imaginado que fuese un mercader de espejos rico.
Tras recoger su nueva adquisición, Gaunter se agachó humildemente ante Olgried y le tendió el amuleto.
—Si lo quieres, es tuyo.
Olgried lo cogió con lágrimas en los ojos. Casi no creía que nadie fuera capaz de compadecerse así por él. Saltó de su sitio abrazó a Gaunter O'Dim.
—Gracias, gracias. ¿Qué puedo hacer para compensarlo? —Gaunter se zafó de sus brazos.
—Puede que algún día yo necesite un favor.
La sala estalló en aplausos. Olgried se sintió más furioso que nunca. Si tanto les gustaba que alguien se hubiese apidiado de él, que devolvieran lo que habían comprado.
—Qué bonito —dijo el encargado de las subastas—. Ahora, como broche final, subastaremos la casa de Olgried von Everec. Esperemos que alguien quiera regalarsela también.
Cuando Gaunter O'Dim se fue de aquella casa de subastas, supo que ningún otro gastaría ni siquiera una corona en hacerle un favor.
Triss y Geralt se abrazaron. El brujo tenía los brazos un poco entumecidos de luchar contra los monstruos de las cloacas. Había merecido la pena porque todos los hechiceros de la ciudad se hallaban dentro del barco para marchar a Kovir. Geralt solo deseaba que Triss no se fuese.
Por un instante, pensó en pedirle que se quedará. Las dudas le asolaron. Ella no le había hablado de Yennefer cuando perdió la memoria. Pero Triss era tan dulce. Geralt se sentía tan calmado entre sus brazos. No había peleas ni malas contestaciones. Eran solamente ellos.
Los labios de Geralt pronunciaron una última palabra.
—Cuídate.
—Geralt, ven conmigo —dijo Triss.
—No puedo. Ciri…
—Pídeme que me quede entonces.
Geralt se sumergió en ese ojos verdes y quiso quedarse allí para siempre. Después de todo eso podría sumergirse en los brazos de Triss durante una eternidad, pero una parte muy profunda de él chillaba que no, aunque todo su cuerpo dijese que sí.
—No puedo.
—Yennefer… –terminó Triss.
El brujo asintió. Daba igual lo separados que estuvieran, incluso por un episodio de amnesia. Para Yennefer siempre había tiempo y lugar. Triss era una complicación. Era fácil estar en su compañía. Sin embargo cuando se separaban ambos dejaban de pensar el uno en el otro. Geralt no podía sacarse de la cabeza a Yennefer y en cada aventurar miraba las esquinas buscando sus ojos violetas.
—Lo siento.
Triss se enjugó las lágrimas y subió al barco sin mirar atrás. Geralt vio como el barco se marchaba lentamente hasta desaparecer en el horizonte. Escuchó los pasos de Dijkstra detrás de él, quien también había ayudado en la evacuación de los magos.
—Eres tonto. –Geralt se giró hacia el espía.
—¿Qué hacías escuchando?
—Espiar. Es lo que hago. Estúpido.
—Tengo mis motivos, ¿sabes? ¿Cuáles son los tuyos para meter en mi vida?
—Lo sé. Pero quiero verte feliz. Triss hace eso. —Geralt enarcó una ceja—. Y que tu otra amante se ha aliado con Nilfgaard.
—Si tengo que lavarle los pies a Emhyr para encontrar a Ciri lo haré, Djikstra, y él quiere lo mismo que yo.
—Así que es cierto. Los brujos no se meten en política y no son buenos para las conspiraciones. —El espía parecía meditativo.
—Eso dice Vesemir.
De pronto, un sonido atronador hizo retumbar el suelo de toda la ciudad. Geralt se dio cuenta al instante que no había sido provocado por la tormenta, sino de una explosión.
—Viene de la casa de subastas Borsodi. —Djikstra señaló a una humareda gris y a una casa que parecía empezar a hundirse. Geralt salió corriendo en ese dirección. —¡Espera! ¡Aún estamos hablando!
Geralt no era un héroe. Hacía muchos años que había abandonado su sentido del deber y solamente cazaba monstruos. Por ello, repasaba mentalmente los monstruos que podrían crear algo como eso. Demasiados. Entonces, también pensó en todos los explosivos que mal utilizados podrían acabar en algo así. Demasiados también. Estaba claro que Geralt tenía que investigar, llevar la delantera a cualquier otro brujo que se encontrara por Novigrado y conseguir así el contrato en cuanto lo hubiera.
Al llegar a la casa de subastas, vio como un jinete pelirrojo huía de ahí montado en su caballo. Un posible culpable. El resto de la gente salía tosiendo de la casa, que cada vez echaba más humo y cada vez se hundía más. Un incendio. Por suerte a Geralt no le afectaba demasiado el fuego.
—¿Un brujo? Tienes que salvarnos. Una explosión en las cloacas —dijo una señora con un bonito vestido manchado de hollín.
—¿Quién huye?
—Olgried von Everec, pero ese no ha sido. Ese patán no puede crear una bomba y no le quitaba el ojo cuando sucedió. Tiene que ser un monstruo. En las alcantarillas.
—Mi especialidad —dijo Geralt.
Sin pensarlo, se bebió una de sus pociones y entró en el local. Con la señal de Ard consiguió apartar el fuego del camino y ver un agujero enorme en el suelo. Al intentar alcanzarlo el edificio crujió. Estaba derrumbándose sin que nada pudiera detenerlo.
Geralt fue rápido y consiguió inmiscuirse en las alcantarillas. Con su olfato de brujo distinguió el olor de una bomba dimerita. Quien fuera había sido muy temerario de usarla aquí abajo. La ciudad entera podría haberse derrumbado.
Siguió examinando y vio huellas humanas. Pesadas y claras. Estaba huyendo. Ningún monstruo. Su medallón no se había activado. Era hora de abandonar la misión. Geralt era un brujo, no un mercenario y mucho menos un guarda.
Como no quería arriesgarse a atravesar de nuevo la casa, siguió su camino por las alcantarillas. El olor le hizo acordarse de su expedición con Triss hasta el barco. Enseguida se puso triste. Iba a echarla de menos.
Geralt sintió un olor químico muy fuerte y la cara terrosa. Alguien le había echado algo, pero no podía escuchar ni ver nada. Cuando más o menos recuperó sus sentidos, empezó a correr detrás de los pasos que escuchaba. Cuando estaba cerca, alguien le volvió a tirar arena en la cara. Pero era una arena peculiar, de las que te dejan sin sentido.
—Maldita sea —farfulló Geralt.
Otra vez aquella cosa le atacó. El brujo tanteó su espada y empezó a atacar al aire. Casi era incapaz de percibir nada. Enseguida se le pasaría el efecto, lo notaba, pero hasta entonces necesitaba ganar tiempo. Desgraciadamente, su rival era rápido y sabía colarse entre los huecos de su defensa.
Otro ataque. Un segundo y un tercero. Al cuarto, Geralt dejó de sentir los brazos y sus manos. No sabía dónde había ido a parar su espada. Al quinto sus rodillas fallaron y cayó al suelo. El sexto le dejó sin olfato. Y, por último, el séptimo introdujo su conciencia en la oscuridad.
