Unas horas antes…
Una tarde de tormenta, Eve se había sentido más desprotegida que nunca, por ello había ido a casa de su fiel amiga Shani. También estaba preocupada porque hacía más de un mes que no recibía una carta de Albert. Era un comportamiento típico de él cuando se enfadaba, pero esta vez estaba durando demasiado tiempo. Eve decidió vengarse de él como mejor sabía hacerlo. Recordando a Lambert.
Las risas de las muchachas resonaron por toda la habitación Shani. Era una casa modesta, lo máximo que una casi doctora en medicina podía permitirse en Oxenfurt. En la parte de abajo a menudo se agolpaban los pacientes. Las tos y las quejas por el dolor eran la banda sonora de esa casa. Ese día nadie había acudido a la clínica por el mal tiempo a menos que fuera una urgencia.
—De verdad, Shani, nos traen por la calle de la amargura los brujos. Pero y lo buenos que están… ¿Recuerdas lo mal que lo pasé cuando Lambert se fue a Kaer Morhen?
—"El deber y el destino se han llevado una parte de mi alma" —dijo Shani imitando la voz grave de Eve—. Dos días duró. Después Albert volvió a tu vida.
—Ilusa de mí pensaba que iba a vivir con el brujo para siempre.
Y eso era verdad. Eve no había creído las advertencias de Lambert cuando le decía que aquello no podía durar para siempre. Entonces la idea de encontrar la piedra filosofal y convertirse en inmortal empezó a rondar su muerte. Si la conseguía, podría vivir con Lambert para siempre. Sin embargo, no había visto a Lamber desde que se marchó, hacía ya cinco años, y la idea de tener una vida eterna junto a Albert estaba cobrando fuerzas.
—¿Y qué hay de tu brujo? —preguntó Eve. Ella no era la única con historias que contar.
—Oh, Geralt de Rivia. El brujo con los mejores sentidos. Pelo blanco, ojos amarillos y unos buenos brazos. —Eve suspiró.
—También se tuvo que marchar.
—Como todos los brujos. Yo creo que lo que más nos gusta de ellos es que son efímeros. Tan pronto vienen como se marchan. Aunque ojalá volver a verlos. —Eve frunció el ceño.
—No creo que me apetezca volver a ver a Lambert. Estoy prometida.
—Cierto. Y recuerda que yo aún no conozco a Albert. ¿Cómo es?
—Una belleza clásica. Rubio de ojos azules. Es tan apuesto. Y cuando esboza esa sonrisa irónica me vuelve loca. —Eve había empezado a sonreír sin darse cuenta. Contagio a Shani de su felicidad.
—Me alegra de que estéis enamorados. Tan distinto del malvado Albert cuando nos conocimos.
—¿He dicho ya que también es un enfadica? —Ambas rieron. Hacía un par de meses Albert había estado sin mandar cartas porque Eve le había ganado en la final de un torneo de gwent. Él pensó que hacía trampas—. Cuando te conocí, Albert rompió nuestro compromiso porque yo había entrado en la universidad y él no. Además, pensaba que había sido él quien propagó todos aquellos rumores sobre mí.
—¿Y quién fue? —Eve se encogió de hombros.
—Ni idea. Creo que se trató de algo más colectivo. Alguien que pensaba que me había acostado con Albert. Otra que además creía que si lo había hecho con él lo había hecho por todo. La fama de promiscuos de los von Everec. Un cúmulo de casualidades. Menos mal en esa época me marché a la universidad.
—Y sobre todo conociste a Lambert. —Eve le cogió de la mano a su amiga.
—Y a ti, Shani.
La miró intensamente. Su estancia en la universidad no hubiera sido lo mismo sin Shani. El resto de sus amigas se había ido de la ciudad para casarse o para trabajar en Nilfgaard. Solo Shani se había quedado a hacer el doctorado al igual que Eve, solo que una en medicina y otra en alquimia. La amistad que había entre ellas hacía que Eve se preguntase por qué no había más historias de amor entre amigas. Shani había entrado en su vida justo cuando Albert la repudió. Ella no creyó los rumores y apoyó a Eve desde el principio. También vivió el amor y el desamor por Lambert. Shani nunca se había movido de su lado ni le había juzgado y Eve esperaba que siempre fuera así.
Alguien llamó a la puerta y ambas se sobresaltaron.
—Creo que tienes clientes.
—¿Quién se arriesgaría a empeorar su resfriado en un día lluvioso como este?
Shani fue a abrir la puerta molesta por la interrupción de la charla. No tardó en volver con un muchacho detrás de ella. El príncipe ofiri era un fornido joven de pelo negro. A pesar de su tamaño no era ni la mitad de grande que los hermanos de Eve. Había llegado a la universidad hacía un año y más que en sus estudios se centraba en encontrar una esposa.
—La he encontrado al fin —dijo con su acento cerrado.
—Es la tercera vez esta semana y estamos a martes —replicó irónica Eve. El príncipe estaba tan obsesionado con revivir los cuentos de hadas que a la joven de los von Everec le entraban arcadas. A pesar de eso, cuando no hablaba de sus amoríos resultaba bastante agradable.
—Es mi princesa. Al fin lo sé. Su padre me ha dado su mano. —Eve encarnó una ceja.
—¿Sabes que para conseguir a tu princesa tendrás que convertirte en sapo?
—Y conseguir que ella te bese siendo asqueroso —terminó Shani con una carcajada. El príncipe ofiri las miró confundido.
—¿Sapo?
—Un animal parecido a una rana macho, pero más grande y asquerosa —le explicó Eve.
—¿Un rano? Costumbres curiosas. —Las dos amigas se echaron a reír a carcajadas. El joven ofiri se unió a ellas un poco incómodo.
—¿Y cómo se llama tu princesa? —preguntó Shani.
—No recuerdo.
—¿No sabes ni su nombre? —se burló Eve.
—Sólo sé que es cómo un arco iris negro. —Eve enarcó una ceja—. Que pertenece a otro hombre, pero a su padre no le gusta. El señor Walbis.
—¿Iris Bilewitz?
—Ella es.
A Eve le cambió el semblante. Iris llevaba años prometida con Olgierd y al fin su padre había autorizado el matrimonio para ese mismo verano, después de la cosecha. Entonces Eve entendió porque su hermano llevaba tanto tiempo sin responder a sus cartas. Algo iba terriblemente mal.
Eve llevaba muchas semanas frustrada porque solo recibía el correo de Shani que le pedía que fuera a su casa. Ni Albert ni Olgried. Incluso escribió a Vlodimir, que tenía una letra horrible y un gusto por las cartas larguísimas, para comprobar que el cartero no se confundía de ruta. Solamente recibió una línea: "le diré a Olgried que te escriba pronto. Te quiero, hermanita". Aquellos solo preocupó más a Eve. ¿Era posible que la guerra hubiera llegado también a las tierras que rodeaban Novigrado? Ella tenía entendido que seguía siendo una ciudad neutral, con cierta inclinación hacía las piras de hechiceros.
Eve se levantó repentinamente de su asiento y salió de la casa de Shani sin decir nada. A su espalda escuchó las preguntas del príncipe que ya se encantaría su amiga de contestar. Ahora tenía que llegar a su casa, coger un caballo e ir a la mansión.
Un trueno la paralizó en medio de la calle. Desde que era pequeña siempre le habían asustado las tormentas.
—Vamos, Eve, en casa estarás a salvo —murmuró para sí misma.
Eve cruzó corriendo el puente que separaba la ciudad de la universidad. Los guardias le abrieron la puerta en cuanto la reconocieron. Tardó tan solo cinco segundos en recorrer el gran patio que la separaba de las habitaciones de los profesores. Cerró la puerta tras de sí con un largo suspiro.
Sin embargo, su paz no duró demasiado. Apenas tuvo tiempo de volver a coger aire cuando la profesora Ludivicka aporreó la puerta mientras gritaba su nombre. Eve no tuvo más remedio que abrirle. Cuando vio que la mujer alta y rubia sostenía en sus manos unas cartas dirigidas a ellas, no dudó en abalanzarse hacia ellas. La profesora la miró con lástima.
—Aún no sabes nada, supongo.
—Solo que el señor Bilewitz está apunto de romper el compromiso de mi hermano. Nada más. ¿Qué ha pasado?
—Lee las cartas. Te esperaré en la plaza. El profesor Quitatrabas quiere verte.
Eve frunció el ceño cuando la profesora se alejó. Normalmente era super amable y cariñosa con ella. Sin embargo, aquel día estaba seria y se notaba que no tenía ganas de hablar. Algo serio debía de haber pasado.
Eve se metió en su habitación. Una de las cartas llevaba el nombre de Olgried y la otra no tenía remitente, lo cual la hizo estremecerse. Abrió primero la de su hermano.
Querida Eve:
Echo de menos los tiempos de infancia en los que te perseguíamos por la mansión. Llorabas cada vez que decidíamos molestarte hasta que aprendiste a esconderte. Entonces éramos nosotros los que llorábamos al pensar que nuestra hermana pequeña se había perdido para siempre. Pero aparecías, porque a ti siempre se te ha dado bien resolver los problemas. Especialmente cuando tienen que ver con la ciencia y la alquimia.
Espero que puedas perdonarme, yo no he sabido resolver los problemas matemáticos y eso nos ha llevado a muchos problemas económicos. He estado ocupado, por ello no he respondido a tus cartas. También tenía miedo de tu furia. Desde pequeña la has tenido, no sé si te acordarás. Cuando te escondías y estábamos a punto de encontrarte, saltabas sobre nosotros y nos tirabas al suelo.
Echo de menos cuando nuestras vidas eran mucho más fáciles y Madre todavía vivía. Ojalá poder volver atrás.
Te quiere.
Olgried.
A Eve le recorrió un escalofrío por la espalda. ¿Qué significaba esa carta? Olgried siempre había tenido problemas para enfrentarse a todo lo que tuviera que ver con lo emocional. Tardó al menos tres meses en admitir que estaba enamorado de Iris después de prometerse. Las malas noticias las solía adornar con aquellas anécdotas. La carta que acababa de leer era tan enrevesada que Eve seguía sin darse cuenta de lo que había sucedido.
¿Problemas económicos? Eve sabía que el mal tiempo había estropeado las cosechas durante dos años seguidos, pero que esta temporada iba a ser buena como las cuatro anteriores juntas. Olgried se habría vuelto a liar con los cálculos. Lo suyo eran las artes, no la economía. Eve se tranquilizó un poco, pero decidió que en cuanto amainase la tormenta cogería su caballo y visitaría a su hermanos. Solo por si acaso.
Abrió la segunda carta, deseando que no fuera una amenaza de muerte por sus investigaciones. No sería la primera vez, ni la quinta. Lo que encontró fue un mensaje encriptado que no tardó en reconocer. Era el alfabeto que Albert y ella utilizaban de pequeños para enviarse notas sin que sus hermanos se enterasen. Eve la leyó con ansias.
Hola, amor mío:
Pensaba que ya no me querías y que por eso no mandabas cartas. Ahora me duele pensar que tú creías lo mismo sobre mí. Mi madre está interceptando la correspondencia que compartimos. Nuestros temores se han hecho realidad. Nuestro compromiso está a punto de romperse.
Desde que tu familia ha caído en desgracia, a mi madre ya no le interesa unir sus tierras a las de los von Everec. Quiere mandarme lejos, Eve. Las cosas no están bien en Novigrado. Han empezado a matar alquimistas y nuestros sobornos ya no son bien recibidos. No salgas de Oxenfurt, amor. Por nada del mundo. No vayas a ver a tus hermanos o correrás peligro.
No. No puedo marcharme y abandonar la posibilidad de casarnos. Cuando toda esta maldita guerra pase, volveré. Encontraré la forma de ponerme en contacto contigo. Ven esta noche a mi casa. Mi madre ha organizado un baile de máscaras para ayudarme a escapar. Nadie te reconocerá.
Qué horror. Ya no nos casaremos después de estos tres últimos meses de tu doctorado. Aunque ya no soy iluso. Sé que no ibas a dejar la universidad por mí. Nunca lo has hecho. Me has abandonado cientos de veces por ella. Tienes que prometerme que si consigo volver algún día lo dejarás todo por unirte a mí.
No me gusta hablar de culpas, Eve, pero íbamos a casarnos justo cuando terminases la carrera. Lo has pospuesto una y otra vez durante tres años por tus ideas sobre la piedra filosofal que nunca dan sus frutos. Necesitábamos la inmortalidad hace cinco años. Antes de que la guerra estallara y el mundo se volviera más violento. Eve, date prisa. Solo tenemos una oportunidad.
Dejaré un rastro tras de mí.
Búscame.
Albert.
Eve leyó la carta con lágrimas en los ojos. ¿Cómo había podido estar tan aislada del mundo? Las palabras de Albert le rompían el corazón. Odiaba cuando se enfadaba con ella y le exigía que se casaran de inmediato. Estaba trabajando para los dos, para estar siempre juntos.
Dos malas noticias en tanto solo dos cartas. Además, todavía tenía que escuchar las palabras del profesor Quitatrabas. Se armó de valor y salió de las habitaciones.
En frente de la casa del profesor, dos guardias nilfgaardianos vigilaban que nadie entrase. La saludaron con la cabeza al pasar. A pesar de que el profesor Quitatrabas era quien le guiaba en la escritura de su tesis, casi nunca lo veía. La profesora Ludivicka era quien más le ayudaba y le recomendaba libros. También hacía de mensajera entre ella y Quitatrabas.
Eve pensaba que el emperador Emhyr era demasiado exquisito. Quitatrabas no podía salir de su casa por muchos deseos que tuviera. En cuanto la profesora abrió la puerta, vio al pobre viejo sentado en su pentagrama de protección. Llevaba encerrado allí más de 20 años, mucho más de los que Nilfgaard llevaba conquistando los reinos del norte. A veces Eve tenía la sospecha de que a quien la vigilaban era a ella. Se había corrido el rumor de que sus investigaciones iban por buen camino. Seguro que alguien como Emhyr quería ser inmortal y convertir el plomo en oro. Eve a veces tenía miedo.
La profesora Ludivicka tenía el rostro desencajado. El profesor Quitatrabas la miraba con aire ausente. Cuando llevas tantas décadas viviendo en tres metros cuadrados, supongo que la vida te resulta insulsa. Quitatrabas estaba convencido de que al salir del círculo moriría, pero Eve nunca había descubierto por qué, aunque había preguntado en múltiples ocasiones. Tenía la sospecha de que Quitatraba la ayudaba con sus investigaciones por la posibilidad de conseguir salir de ahí.
—¿Has leído las cartas? —preguntó la profesora.
—Sí. Mi hermano se halla en apuros económicos hasta la próxima cosecha.
—No habrá próxima cosecha, Úrsula —dijo el profesor Quitatrabas—. Borsodi ha comprado la deuda de la familia von Everec y ha exigido el pago inmediatamente.
—Entonces…
—Ni cosecha, ni mansión. Solo os queda el título nobiliario y eso no da de comer. Ni pagar la universidad.
Eve miró al profesor sin creer lo que estaba escuchando. Su mundo se acaba de partir en dos. Veía cómo su sueño se alejaba mientras ella se quedaba atrapada en una jaula de cristal. Todo por lo que había luchado se estaba desvaneciendo. Temía lo que se venía ahora. En tres meses iba a concluir sus estudios y tenía una plaza reservada como profesora para seguir con sus investigaciones. Incluso compartía espacio con la gente más importante de la universidad. Además, estaba tan cerca de conseguir la fórmula de la piedra filosofal.
—Olgried no ha pagado —dijo el profesor.
—Lo que quiere decir es que te tienes que marchar. —Ludivicka estaba visiblemente afectada por la situación. —Olgried nos ha dicho que no puede pagar ni tu alojamiento ni tus últimos exámenes. Lo siento, Eve.
La muchacha sintió que se hacía muy pequeña. La profesora nunca la había llamado por su apodo. Ya no era Úrsula von Everec, la joven promesa que estaba a punto de vencer a la muerte. Ahora tan solo era Eve, la pequeña de una familia noble que había sido despojada de su riqueza y de su posición social.
—Tiene que haber algo que pueda hacer. Daré clases antes de tiempo. —Quitatrabas negó con la cabeza.
—La alquimia ha debido enseñarte que el orden es lo más importante. No se puede. —A Eve se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Discúlpame.
Eve salió corriendo de la habitación. Ludivicka miró a su maestro con semblante serio. En los últimos años todo rayo de esperanza se había agotado en él desde que esos estúpidos guardias vigilaban su puerta. Ya ni siquiera las investigaciones de Eve, tan cerca de conseguirlo, podían salvarlo.
—Profesor Quitatraba, con el debido permiso, hay una solución. La universidad de Oxenfurt hace préstamos a sus alumnos más brillantes y luego se devuelven cuando se convierten en profesores.
—Lo sé. —Ludivicka estuvo esperando otra respuesta durante unos largos segundos. A veces los pensamientos del profesor solo tenían sentido en su propia cabeza.
—¿Por qué no quiere darle la oportunidad? Ella es brillante. Ha descubierto cosas que yo en cinco años como profesora ni siquiera había imaginado.
—No quiero que acabe como yo, Ludivicka. Tú también deberías irte.
—Es mi decisión. Ya se lo he dicho muchas veces. Voy a sacarle de ahí. Voy a vencer a la muerte.
—Eso pensaba ya con tu edad. ¡Y mírame, Ludivicka! ¿Para qué quería yo la inmoralidad? Para estar en este pentagrama para siempre. No hay forma de salir.
—Si no muere al salir del círculo…
—Si no me mata el diablo, lo hará Emhyr. Os tengo cariño, aunque no lo demuestre. No quiero que Úrsula termine como yo.
—Es su decisión.
—Y la mía es no ser responsable de más vidas perdidas. El sitio de Úrsula siempre ha estado con sus hermanos.
—Lo siento, profesor. Hay cosas que se escapan de su poder.
Quitatraba la miró impotente de su círculo. Ludivicka salió de la cabaña y se alejó de allí a paso rápido. Los nilfgaardianos se habían alejado un momento de su sitio para jugar al gwent. O tal vez para escuchar la conversación.
Eran tiempos difíciles para los magos y alquimistas. Lo sabían bien en Novigrado. Sin la protección de la universidad, Eve corría aún más peligro que con sus investigaciones. Un hombre que vivía encerrado no podía saber de política. Por ello Ludivicka debía conseguir sacar a Eve del continente para que estuviera a salvo, ganara dinero e incluso siguiera con sus investigaciones. Si tan solo pudiera mandarla a Kovir. O a Skellige.
