Disclaimer: Spy x Family no me pertenece, como tampoco la foto empleada en este capítulo.
Aclaraciones: | Universo Original - 11 años después | Romance/Comedia | DamiAnya Fic | Cada capítulo está conectado con el anterior | 17 años | Anya tiene la misma edad que todos sus compañeros de clase | La Operación Strix finalizó |
Este fic participa en la DamiAnya Week 2022.
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Día 1: Winter
Efectos
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Anya Forger resopló con fuerza hacia arriba, moviendo graciosamente un mechón de su flequillo que usa desde hace unos años, además de sus infaltables moñitos cubiertos por los usuales adornos cónicos que lleva en su cabellera. De inmediato, notó que el frío se había acrecentado ese día, para su mala suerte, y justo ese día de invierno tenía que haberse hecho tarde y perder el autobús de regreso a casa. Se preguntó internamente si debía llamar y alarmar a sus padres a que la recojan, pero descartó la idea en el acto. Probablemente estén ocupados, sea con sus reales ocupaciones o con sus labores de mentira, especialmente hoy, un viernes.
Soltó una risita traviesa con esa referencia, antes de soportar un titiriteo por la ventisca que golpeó en su dirección. No sabía por qué llevaba esos quince minutos sentada en la banca del paradero donde suele tomar el bus, quedó tan impactada de verlo irse sin ella que solo atinó a tomar asiento y soportar el frío. Había cosas a las que se tenía que acostumbrar, sobre todo ya teniendo casi trece años estudiando en Edén, y a sabiendas de que no era la primera vez que el bus escolar la dejaba. Se molestó consigo misma por no haber actuado rápidamente como la señorita de casi diecisiete años que es, tal vez emprender su camino a casa o regresar a Edén para llamar a su papá. Encontró la respuesta en seguida: estaba cansada debido a su práctica de balonmano que se extendió tantas horas, no iba a caminar hasta su casa con ese frío que le hacía temblar y tampoco iba a encontrar a Becky, su única y mejor amiga hasta ahora, en el salón, pues ella salió muchas horas antes rumbo a su hogar.
Pensar en Becky le hizo rememorar ciertos puntos. Suspiró al solo considerar a Becky como su gran (y única) amiga de confianza como para pedirle efectivo o, en su defecto, que la lleve hasta su casa. Sí, su reputación y relacionamiento con sus compañeros en Edén no mejoró con los años, hasta diría que empeoró. Continuar recibiendo stellas (siete hasta ahora), mejorar en sus calificaciones, resaltar en literatura clásica y en deportes, y pertenecer a una clase social media seguían siendo sus puntos en contra, si se hablaba de sociabilizar con personas esnob, pudientes y, como la misma Becky dijo, envidiosos. Definitivamente no se podía lidiar contra ello, pero así estaba bien, esos únicos motivos había y a ella le bastaba y sobraba con Becky como su leal amiga, aunque también había otro trío con quienes había limado asperezas.
Ah, claro.
Sonrió al añadir otro elemento a su lista de por qué no le agradaba a la mayoría de los chicos de Edén: Damian Desmond.
Podía jactarse de ser la única persona (la única chica, si se focalizaba en el grupo que más la desdeñaba) capaz de tratar con tanta ligereza al segundo hijo de los Desmond. Debía reconocer que, después del éxito de la Operación Strix y de los esfuerzos de WISE por salvaguardar la paz este-oeste, paz que realmente no estaba tan peligrada o resquebrajada por ciertos malentendidos que no llegaron a mayores (por fortuna, tanto para la acaudalada familia y la misma humanidad), su relación con Damian fue mejorando hasta el punto en que podía decir que no lo detestaba. Antes era odioso, sí, seguía siéndolo, pero con ciertos matices propios de su madurez. Hasta podía llamarlo un buen compañero, si era muy buena. Y Anya Forger era una muy buena persona que brindaba su amistad a seres poco agradables como Desmond y sus sirvientes, como seguía llamándolos solo para fastidiar y no perder la costumbre. Rio sola por sus pensamientos, recordando de buena gana que ese trío esnob no era tan odioso como el 92 % de gente en la escuela.
—¿Forger?
Detuvo su risa de golpe al escuchar ese llamado a su lado. Viró su rostro hacia su interlocutor, yendo desde el pulcro negro saco que vestía, pasando por los galones dorados que sostenían la capa de escolar imperial que portaba, hasta detenerse en esos amplios orbes avellana rodeados por gruesas y largas pestañas que la observaban como un bicho raro en ese momento.
—¿Ahora acostumbras a reírte bajo la lluvia?
—¿Lluvia?
La chica giró hacia el frente, percatándose de la profusa llovizna de la que no había entrado en cuenta, probablemente por haber estado protegida por el pequeño techo de la banca del paradero y estar sumida en sus pensamientos. Maldijo en un susurro, pues ahora la caminata a casa estaba aún más impedida al no tener un paraguas, a diferencia del que su compañero tenía.
—Hola a ti también, Segundo. ¿Ya te vas? —sonrió al escucharlo chasquear la lengua.
—Obviamente, pero me detuve al ver que había alguien tan tonto como para mantenerse bajo la lluvia, con este frío y sin suficiente abrigo.
—Son placeres mundanos que a veces disfruto —lo vio entornar los ojos con fastidio.
—Tonta, te vas a resfriar.
—Oh, ¿te preocupa mi integridad, Segundo? Qué amable de tu parte, acompáñame entonces.
Adoptó su típica mueca burlona mirándolo fijamente, con esa sonrisa de oreja a oreja que estira también sus ojos verdes, esperando ese efecto inmediato que descubrió con los años en Damian. Su usual rojez invadió la faz del joven, quien viró su rostro hacia la pista, siendo inevitable que ella vea su sonrojo extendido también hasta sus orejas. Anya no entendía por qué, pero era habitual que sus frases picosas (o cualquiera que la involucraba, en realidad) tengan ese efecto en él, sobre todo cuando implican preocupación o amistad hacia su persona. Aunque también había otro efecto que no solía ignorar.
—Ni muerto, mi chofer llegará en cualquier momento. Por mí te puedes congelar si a ti te place.
"Maldición, demórate, Jeeves. ¿Cómo se le ocurre quedarse aquí? Le puede pasar algo. Y está tan desabrigada, su falda es muy corta. Qué hago, qué hago…".
Sí, el segundo efecto no tardó en llegar. Anya contuvo su sonrisa enternecida. Quizá solo por eso es por lo que empezó a agradarle Damian, y es que desde sus diez años notaba cierta contradicción entre las malcriadeces que el entonces niño decía, con lo que verdaderamente pensaba. Era como un "te detesto" de la boca hacia afuera, pero un "hey, quédate" en el interior de Desmond. La confundía, sí, pero más le enternecía. Sobre todo, porque, desde hace unos meses, notaba que la halagaba mucho en interno, pese a cómo se mostraba externamente.
—No te preocupes, Segundo. Igual quizá camine un poco hasta el puesto de mi tío Franky, él ya llamará a mi pa y me recogerán.
—¿Y quién está preocupado, enana? —Anya rio nuevamente, hasta que lo vio acercarse más—. Dame espacio, también me quiero sentar.
—¿Eh? —el chico lo hizo, no dejando de ver a un lado, evitándola y contrayendo su paraguas—. Y… ¿Qué hacías hasta tan tarde en la escuela?
—Reunión de académicos imperiales, se alargó un poco. Avisé que me recojan más tarde.
Ella sonrió, asintiendo. Hace unos cuatro años él ostentaba ese título, después de tanto esfuerzo, aunque tratando de tomárselo con más calma, después de un cuadro fuerte de estrés que le había aquejado a sus jóvenes doce años. Sabía, gracias a su habilidad para leer mentes, que ya no le daba tanta importancia a competir contra su hermano, después de darse cuenta de que su padre no iba a cambiar como él deseaba. Empero, sí había logrado una cierta cercanía con su progenitor, después de todo, él aprobó a que su segundo hijo pueda regresar a su casa los fines de semana, justo como estaba haciendo ahora, desde que alcanzó el grado de académico imperial. Ello le permitía equilibrar mejor su vida personal y académica, como una vez le comentó el mismo Damian, teniendo tiempo que disfrutar en su hogar, a pesar de la marcada distancia que aún tenía con sus familiares, pero igual no evitaba dedicarse a otras actividades.
—¿Y… tú? Pensé que tus entrenamientos de balonmano eran fijos y terminaban justo antes de la última salida del bus escolar.
—¿Uh? No sabía que estabas al tanto de mis entrenamientos, Segundo —"Segundo sonrojo a la vista" pensó, divertida.
—¡N-no me malinterpretes! Es obvio que tus entrenamientos son los lunes, miércoles y viernes. Justo esos días traes una maleta más grande y usas coleta alta.
—Qué observador.
"Maldita sea, me estoy exhibiendo yo solo". Anya aguantó su risa ante aquel pensamiento y el sonrojo pasando a ser una rojez total. Sin embargo, no pudo negar que ese descubrimiento le pareció adorable, pues sus horarios varían cada mes y fue curioso saber que él se haya dado cuenta de su horario justo de ese mes, sin que ella se lo haya dicho antes. Frunció el labio, recriminándose por pensar que algo del segundo era lindo. "Diablos. Descubrirá que ella me…".
—¿Yo qué? —murmuró la de cabellos rosas.
—¿Ah? —el sonrojo se convirtió en palidez de parte del Desmond—. ¿D-de qué hablas?
—Tú… —la chica se mordió la lengua, estaba metiendo la pata. Respondió como si él hubiese hablado en voz alta, cuando no fue así—. Nada, Segundo. Divagaciones mías.
—No es novedad, siempre pareces pensar en maní.
—Oh, es que siempre pienso en maní, Segundo. Y en Bondman, claro —bromeó, ganándose la sonrisa burlona de este.
"Si tan solo pensaras en mí estaría mejor".
Los ojos verdes se expandieron al máximo al escuchar esa voz interna, sin poder evitar la coloración de sus mejillas. Hasta ahora, los pensamientos de Damian nunca habían sido tan directos, se quedaban en halagos hacia ella, comentarios buenos o en frases acortadas como la anterior, pero no algo así. Su corazón latió presuroso, no porque le haya desagradado, sino por la extraña sensación de calidez que estaba expandiéndose en su cuerpo. ¿Será posible que…?
—Forger. Hey, tierra llamando a Forger —la muchacha espabiló al ver la varonil mano en frente de su cara, moviéndose frenéticamente—. Estás rara, muchas divagaciones por hoy.
—Debe ser el cansancio…
—¿Fue muy extenuante tu práctica? —ella notó de inmediato la ligera variación en su tono de voz, un tinte más preocupado—. ¿No pasó algo malo?
—¡N-no! Para nada, descuida. Bueno, Bill siempre es una máquina y es difícil seguirle el ritmo, pero ahora que somos un dúo y competimos contra otros chicos pues tenemos que entrenar más. Igual yo le pedí extendernos un poco… ya sabes, mejorar aún más mi puntería. Él dice que la fuerza y agilidad ya la tengo, solo que para mayores retos debo…
Se calló al escuchar un claxon en su dirección. Estaba tan concentrada en los ojos fijos e interesados de Damian que definitivamente hasta había hablado de más, y le gustó, pues casi nunca tenían una conversación así sobre un pasatiempo que había adoptado y le gustaba mucho, sobre todo porque pocas veces se encontraban solos y en ese nivel de ensimismamiento. Estiró su cuello para ver sobre el hombro de su compañero y notó el ostentoso vehículo de la familia Desmond estacionado muy cerca de ellos. Calló de repente.
—¿Entonces debes…? Continúa.
—Segundo, tu carro llegó —señaló en la dirección y lo vio bufar frustrado. Trató de sonreír—. Mañana te cuento, hace frío y ya debes ir a casa, está lloviendo.
—Precisamente eso. Hace mucho frío y no deberías estar aquí sola —el pelinegro vio su finísimo Rolex en la muñeca, regalo de su padre por su sexagésimo cumpleaños—, son casi las cinco de la tarde y ni paraguas tienes, enana. En verdad que eres una descuidada.
—Okidoki, ahora ve a tu limosina, Segundo. ¡Nos vemos mañana!
"Hasta en su necedad se ve linda. Tan linda". Anya entreabrió los labios, aún más al sentir la mano masculina rodeando su muñeca y levantarla, para luego extender hábilmente su paraguas y cubrirlos a ambos, antes de emprender rumbo hacia el automóvil. La Forger se sorprendió al ser halada sin mucho esfuerzo.
—Te dejo en tu casa, me indicas tu dirección.
—O-oye, no es necesario, qué pensará tu chofer o siquiera tu familia con que llegues tarde…
—Nadie dirá nada, a excepción de tus padres si te pasa algo o si te resfrías, tonta —llegaron a la puerta trasera del auto, la cual fue abierta por él mismo, quien la instó a ingresar con un gesto amable. Al verla inmóvil, entornó sus ojos avellana—. Sube, Anya. Será rápido. Además… —él carraspeó su garganta—, así podrás terminar de contarme sobre tu práctica de hoy.
No sabía si fue su caballerosidad, que la llamara por su nombre, esa última frase o su fuerte mirada de vetas verduzcas lo que hizo que subiese al auto sin replicar, con un ligero sonroso imborrable, su corazón taladrándole el pecho y la extraña calidez en su interior que la hacía imperturbable ante el frío de la ciudad. Él se posicionó a su lado.
—Buenas tardes, Jeeves. Primero daremos una parada en la casa de la señorita Forger, ella nos indicará el camino.
El carro arrancó luego de una respuesta afable de parte del conductor del vehículo. Anya, en su sitio, arrugando el borde de su vestido escolar, solo se recriminaba internamente por no tener mejores modales para comportarse en esas circunstancias y también por sorprenderse de la caballerosidad de Damian, si él ya lo era desde la entrada de su adolescencia. Solo que, en definitiva, presenciarlo y recibir ese trato era muy diferente. Además, el filtro automático con el cual solo lo presenciaba como un chico común de ojos grandes y no tan atractivo como muchos lo consideraban, hacía un tiempo que había desaparecido, notándolo tan guapo como la mayor parte de personas opinaban y ella ahora compartía. Lo miró por unos breves segundos: sus varoniles maneras, su soltura, trato e interacción, quedándose embelesada sin querer. Apenas abrió la boca para decirle rápidamente la dirección ante su pregunta.
—Y bien, ¿en qué estábamos? —la sonrisa ladeada del Desmond solo hizo que la calidez incrementara. Esa extraña calidez. Se preguntó desde cuándo él se había vuelto atractivo.
—Ah, sí. Bueno, como la competencia viene, yo…
Sintió hablar en automático y tratar de recobrar su compostura. Como tenía que ser, ella debía dominar la conversación. Ella no era así. Ella era Anya Forger, la chica más envalentonada, corajuda, de rápida respuesta, hábil y esper. No podía quedarse anonadada por mucho, por lo que decidió enfocarse en la charla en esos momentos y no en los pensamientos del pelinegro.
Pero la esper ignoraba que no era la única que causaba dos efectos en Damian Desmond. Él también los causaba en ella.
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¡Hola! Muchas gracias por haber leído hasta aquí. Quisiera agradecer a PireBh por comentarme sobre la actividad, por lo que me animé a escribir sobre esta parejita que me está quitando el aliento.
Como aclaré al inicio, es una historia más lineal, es decir, serán 5 capítulos en total que conformarán toda la historia de principio a fin, no son one-shots aislados. Por tanto, los invito a continuar leyendo los siguientes capítulos y descubrir cómo es que ambos pueden, por fiiin, abrir los ojos (más Anya) y darse cuenta del amor que se tienen.
Me encantaría saber qué opinan de este primer capítulo, espero que les haya gustado. ¡Saludos!
