Título: Doler y sanar

Autor: Cassis Luna

Rating: T o PG—13

Advertencias: Menciones de trauma psicológico

Resumen: Dicen que todos los que salen de Azkaban vuelven un poco locos. Después de la guerra, Draco Malfoy pasa tres meses en Azkaban. Harry descubre que, inexplicablemente, todavía no puede dejar a Draco en paz.

Nota de la autora: Se suponía que esto iba a ser algo pequeño, pero se convirtió en algo enorme. Se suponía que iba a ser algo rápido. TERMINÓ SIENDO UNA COSA DE DOS MESES. El Drarry es peligroso.

Nota del traductor: Mis muy queridas y queridos amiguis del fandom, ¡su amigo Adigium21 por este lado! Estoy de vuelta con una historia muy hermosa que sé que les va a encantar porque nos encanta sufrir. Cassis Luna dio autorización en su perfil para traducir lo que quisiéramos, en tanto hubiera reconocimiento hacia ella, por lo que les recuerdo que esta historia no es mía, yo solo paso mi tiempo poniéndola en español para aquellos que así lo prefieren leer. Recuerden también que los personajes no son ni míos ni de Cassis, nosotros solo nos divertimos sin recibir ni un céntimo de dólar por esto. Todo se lo quedó JK allá en el UK. *sad face*

Como es costumbre, se va sin beteo adicional… Avisados quedan.

Finalmente, estaba haciendo números, y Adigium21 cumple 11 años este año … ¡Gracias a tod s los que me han acompañado en este viaje! ¡Vamos por otros once! Espero encontrar un fic para el aniversario, tiene que ser uno que esté muy bueno, posiblemente alguna saga… Ya veremos…

Bueno, disfruten…


Doler y sanar

I

—No me mires como si me fueras a extrañar, Potter —es el comentario divertido de Malfoy quince minutos antes de tener que ser llevado a Azkaban.

Hay una sonrisa torcida y casi retadora en sus labios, una que parece tan fuera de lugar en su rostro delgado y pálido que Harry casi quiere darle un puñetazo por la frustración que siente.

Ya ni siquiera está seguro de si está enojado porque los viejos magos del Wizengamot no lo habían escuchado (de nuevo) o si lo está porque Draco Malfoy, en general, tiene el talento de hacer que la gente quiera darle puñetazos, aun cuando está a punto de saltar a los brazos de los dementores.

Aun cuando es obviamente valentía falsa y ego lo que le permiten pararse frente a él.

Sus tensos hombros y sus ojos enrojecidos y hundidos no engañan a nadie en la sala, a pesar de que Harry sospecha que Draco no está tratando realmente de engañar a nadie.

Los únicos presentes para despedirlo son Narcissa Malfoy y Harry, después de todo.

Lucius Malfoy ya había sido enviado a Azkaban desde la batalla de Hogwarts, y fue rápido e inevitable, y nadie discutió el veredicto de cadena perpetua; ni su familia, ni él mismo.

Pero Narcissa y Draco Malfoy… Bueno, Harry había peleado con uñas y dientes por ellos.

Pero al final, todo había sido decidido por la mancha de tinta, esa monstruosidad de la calavera y la serpiente.

Draco Malfoy está marcado. Narcissa Malfoy no.

Tres meses, había dicho el Wizengamot. Tres meses en Azkaban y un bloqueo mágico, a retirarse el 30 de agosto.

Y esa es una sentencia reducida a petición de Harry Potter (Gregory Goyle no había tenido tanta suerte), pero tres meses son tres meses, y tres meses son más que suficiente para estar encerrado en una jaula, rodeado de dementores.

—Malfoy —es lo único que puede decir Harry, con la frustración pesando en su lengua, porque Draco Malfoy, de diecisiete años y siendo el idiota irritante que es, lo salvó…

—El ministerio no puede ir por ahí dejando a mortífagos marcados sin castigo —responde Malfoy, con una expresión de indiferencia cuidadosamente puesta en su rostro—. Simplemente no sería apropiado.

Harry niega con la cabeza.

—Les dijiste que no era yo. Tú… tú me salvaste —comienza a decir antes de quedarse callado, desamparado, sin saber cómo expresar la culpa que siente por no ser capaz de prevenir esto.

Una sonrisa nostálgica cruza los labios de Malfoy.

—Sí que lo hice, ¿verdad? —Y se nota una mirada distante en los ojos, como si estuviera reflexionando algo desde hacía bastante tiempo. Suspira y se arregla la túnica, aunque sea solo para evitar la mirada de Harry—. No puedo creer que lo esté diciendo, pero me da gusto haberlo hecho.

Harry no puede evitar que sus pies avancen cuando el rubio admite eso, pero una mano en su hombro lo detiene antes de que pueda hacer algo estúpido, como tomar a Malfoy de los hombros, sacudirlo y exigir que esté enojado.

Una mirada por encima de su hombro hace que se encuentre con la vacía expresión de Narcissa Malfoy. La mujer niega con la cabeza, con un pequeño gesto hacia el lado, antes de regresar la mirada hacia su hijo.

—Estaré esperando, Draco.

El rubio le hace un gesto, y Harry está seguro de que ya tuvieron ese momento antes de que él hubiera entrado de golpe en la sala para disculparse personalmente. O al menos para intentarlo, pro las palabras no querían salir.

—Cuida de mi madre —dice Malfoy; la sonrisa no llega ya a sus ojos—. Parece que le has caído muy bien. Nos vemos luego, Potter.

Y, mientras se gira y camina hacia las puertas (porque si va a ir al infierno, ciertamente no sería arrastrado hacia él), Harry piensa que, sin importar lo que nadie dijera, Draco Malfoy era sin duda un hombre muy valiente.


La mansión es hermosa por la mañana, con sus prístinas paredes blancas y pisos de mármol. La luz del sol se filtra por los pasillos y el aire es fresco y vigorizante. Definitivamente, Harry cree que hay algo de magia involucrada en esto, pero no deja de sentirse agradecido por todos los esfuerzos para remover los remanentes de la estadía de Voldemort.

El cuarto de Draco no es la excepción, y es como si todo su cuarto estuviera bañado en primavera. Era grande y espacioso, con las paredes verdes y una alfombra beige. Su cama, con su edredón vede y blanco, está situada en un lado, y hay un gran espacio de piso antes de alcanzar el otro lado y llegar al balcón.

Las puertas de cristal y las pesadas cortinas están abiertas, revelando una mesa, dos sillas y un jardín.

El cielo es azul, el aire es refrescantemente frio y, en medio de todo, se notan cabellos rubios moviéndose con el aire.

Harry pasa saliva al mirar. No sabe si la sensación de pesadez en su interior es por ver a Malfoy de nuevo o por ver la silla de ruedas en la que se encuentra.

Malfoy le da la espalda, y no muestra señales de que escuchó que alguien entró a la habitación. Harry piensa que posiblemente está dormido, pero Narcissa se dirige hacia el balcón y Harry la sigue en silencio, y luego ve…

Draco Malfoy. Delgado. Con los pómulos hundidos. Pálido cual fantasma. Y con los ojos abiertos.

—Malfoy —logra decir Harry, pero no hay respuesta.

Malfoy no levanta la cabeza ni se gira para mirarlo. Está viendo hacia el suelo, con la mirada vacía. Lo único que indica que sigue vivo es cómo sube y baja su pecho.

El asco que siente sorprende a Harry y este da un paso atrás antes de poner evitarlo.

La sonrisa que le muestra Narcissa es triste.

—Tal vez quiera volver por la tarde. Está más… presente entonces.

—Presente —repite Harry con voz temblorosa. Mira a Draco y siente cómo la culpa lo carcome por dentro una vez más.

Tres meses en Azkaban. Y él no pudo hacer nada para evitarlo.

Cierra los ojos; tiene que apartar la mirada por un momento. Cuando los abre, Narcissa lo está mirando cuidadosamente, y Harry habla, igual de cuidadoso.

—¿Puedo quedarme hasta entonces?

Narcissa se ve sorprendida, y es obvio que está tratando de evitar que se vea. Alza una ceja y luego se conforma con decir:

—Debe estar escondiéndose de "El Profeta", ¿no es así?

Harry sonríe. Una sonrisa débil, pero es real. Había pasado los últimos tres meses tratando de evitar a cada reportero y cada solicitud para entrevistas que le llega. Piensa que probablemente Kingsley está desesperado con él, pero a Harry en realidad no le importa. Ya hizo su parte. El mundo mágico no tiene el derecho de exigirle nada más ahora.

—Imagino que este sería el último lugar en el que pensarán buscarme.

Narcissa ríe.

—Pienso lo mismo—. Endereza los hombros y mira a su hijo. —Le mandaré una lechuza a Molly Weasley. Quédese el tiempo que guste.

Harry comienza a rehusarse, a insistir que no necesita hacerlo, pero los Weasley saben que ha ido a la mansión hoy. Trataron de todas las formas posibles de que el moreno no lo hiciera, pero, al final, cedieron con la promesa de que se llevaría un traslador en caso de una emergencia. Supone que no sería imposible la idea que los aurores irrumpieran la mansión si él llegaba a ausentarse por un periodo inusual de tiempo.

—Yo… gracias.


La tarde ha avanzado cuando Malfoy comienza a moverse.

Hasta ahora, Harry ha pasado su día platicando cortésmente con Narcissa y, desde que la mujer tuvo que dejarlo por una llamada en la red flú, leyendo el libro de pociones que la mujer había convocado con un Accio del baúl de Draco. Él, Ron y Hermione decidieron regresar a Hogwarts para su último año (Ron se refiere de broma a este como su octavo año) y Hermione los había estado molestando todo el verano con que se actualicen, a menos que quisieran ir por un noveno.

Está medio dormido a la mitad del cuarto capítulo cuando Malfoy se remueve, como si se despertara de una larga siesta, y Harry espera, nerviosamente, mientras Malfoy levanta la cabeza y por fin lo ve.

Sus ojos ya nos von vidriosos, pero el rubio lo mira, entrecerrando los ojos, tratando de recordar quién es.

Harry espera que Malfoy recuerde quién es.

—Potter.

Suelta el aliento que no sabía que había estado conteniendo.

—Hmm —dice, cerrando el libro—. Hola, Malfoy.

El rubio frunce el ceño.

—Correcto. Potter.

Harry asiente con paciencia.

—Sí.

Parpadeando, Malfoy gira la cabeza, mirando a su alrededor.

—¿Estoy…?

—No —responde Harry rápidamente. Niega con la cabeza, tratando de calmarse. Cierto. Se supone que él debe ser el tranquilo en este momento—. Estás fuera. Estás en la mansión.

—Oh. —El rubio frunce más el ceño. Con el rostro arrugado, mientras mira lentamente el piso de mármol, los blancos pilares, el borde pálido del balcón, y el jardín. Mira hacia la mesa, su regazo. Pone los ojos como platos y, a continuación, inspira con nerviosismo—. Oh. De acuerdo.

Y Harry no está preparado para las lágrimas; las repentinas y silenciosas lágrimas que brotan de los ojos de Malfoy.

El rubio abre las manos, mira sus palmas, limpias y prístinas, e inspira nuevamente.

—Merlín…

Harry está perdido.

—Malfoy… —comienza, pero no sabe cómo terminar. Hay algo atorado en su garganta.

—Merlín. Al fin. Pensé… pensé que nunca iba a salir.

Harry pasa saliva para quitar lo que sea que está en su garganta, y siente cómo baja, fuerte.

—Yo… lo siento, Malfoy.

Pero Malfoy no parece escucharlo más, no parece recordar que está ahí.

Está llorando, con la cabeza en el regazo, y todo su cuerpo temblando en la silla de ruedas.

Harry ve la pequeña figura: sus puntiagudos codos enterrándose en sus rodillas y las delgadas muñecas, escondiendo muy poco del río de lágrimas en su rostro, arrugado por la desesperanza y la agonía. Se nota la línea de su espalda arqueada sobre la silla de ruedas, con los omóplatos exponiéndose. Harry está casi temeroso de que rompan su piel.

Se ve terrible, y tiene que cerrar los ojos y apartarse de la escena, de la imagen de Draco Malfoy cayéndose a pedazos.

No sabe qué hacer, no sabe si Malfoy recuerda que está ahí, no cree que Malfoy reciba con gusto un abrazo. No de él.

Así que sale de la habitación, lo más silencioso que puede, y se tambalea hasta llegar a donde Narcissa le dijo que estaba la habitación principal. No sabe realmente cómo llega, pues su visión está nublada y, hasta ese momento, se da cuenta de que son lágrimas. Hay algo muy doloroso en su pecho, como si algo estuviera apretando su corazón, y lo único en lo que puede pensar es "oh, Dios, lo siento, Malfoy."

Alcanza a notar sorpresa mostrándose en el rostro de la mujer cuando lo ve, pero no sabe qué le dice, solo recuerda que el nombre de Malfoy salió de sus labios, y Narcissa corre apresurada. Es entonces, al final de pasillo, al abrir la puerta, escuchar cómo cruje al abrirse y cerrarse, que Harry se derrumba en el suelo, jadeando por aire, y por fin se permite llorar.


No lo entiende. No entiende por qué le afectó tanto.

Cree que está llorando porque no esperaba que fuera… así. Esperaba que algo sucediera, a final de cuentas la gente no salía de Azkaban totalmente cuerdo, o solo no salían, pero no… Ya no sabe siquiera qué pensaba.

¿Pensaba que Malfoy iba a salir de Azkaban bien y que podrían pasar su octavo año en paz y que todo estaría bien y que todos por fin serían felices?

O tal vez, tal vez está llorando por todo lo que no pudo prevenir.

Remus. Tonks. Fred. Snape. Dumbledore. Cedric. Sirius. Dios, Sirius.

Y ahora Draco Malfoy volviéndose loco en Azkaban.

Debería haber podido prevenir al menos eso, ¿no?

La guerra ya terminó. ¿Por qué los que lo rodean siguen sufriendo?

Tal vez está cansado.

Está cansado de tratar de evitar a la prensa, de tratar de evitar al ministro, de tratar de evitar la Madriguera y la insistencia de los Weasley de que él forma parte de la familia, a pesar de que no es así, no en verdad. Se siente como un intruso en su duelo, cada vez que lo ven y deben fingir que no están llorándole a un hijo, a un hermano.

Trata de evitarse a sí mismo, principalmente, porque pasa noches a solas en Grimmauld Place, y esas noches fueron largas, estirándose cada vez más, tan oscuras como el bosque (tan oscuras como la muerte) y tan silenciosas como la vida después de la muerte (como ruido blanco; la vida después de la muerte no es tan pacífica, después de todo), con cada sonido del reloj que hace eco por las paredes, cuenta a todas las personas que perdió.

Pero ver a Draco Malfoy de ese modo se lo recuerda, lo obliga a ver que evitar el problema no lo repara, sino que lo hace más grande y amenazador, y sí, la guerra ya terminó, pero eso no significa que todo esté bien. Todos siguen sufriendo y él sigue sufriendo, y tal vez todavía no ha terminado de perder gente, al final de cuentas.


Consigue levantarse del suelo y se dirige a la chimenea del cuarto principal, tomándose la libertad de usar la red flú para regresar a Grimmauld Place.

La noche sigue siendo larga y sigue siendo oscura y la casa sigue en silencio, insoportable, así que se encierra en su habitación y no sale sino hasta que Ron toca a la puerta al día siguiente.

Una mirada al reloj le indica que ya pasó la hora del almuerzo.

Durante la noche, exhausto y con los ojos hinchados de tanto llorar, de algún modo se había quedado dormido y, por eso, está agradecido. No sabe cómo podría haber sobrevivido toda la noche despierto.

—Harry…— Se oye la voz de Ron desde el otro lado de la puerta, suave y cautelosa, y Harry entiende al instante que Ron sabe algo.

—Estoy despierto —dice Harry, con la voz quebrándose. Pasa saliva para aliviar la resequedad de su garganta y lo intenta de nuevo—. Estoy despierto.

—Mamá te mandó comida. ¿Ya comiste algo?

Tiene un dolor de cabeza, pero de cualquier modo se obliga a salir de la cama. Cree que se ve terrible, el rostro lo siente pegajoso, pero no hay razón para esconderlo. Al menos, no de Ron.

Y está demasiado cansado como para juntar la energía necesaria para buscar su varita.

Abre la puerta y deja que Ron lo vea.

El jadeo de Ron confirma que se ve terrible.

—Amigo…

Harry se frota el rostro con las manos, sintiendo las lágrimas secas en sus dedos. Sus ojos le duelen.

—¿Tan mal me veo?

—Te pareces a Gilderoy Lockhart.

—Así de mal, entonces. —Suspira, girando sobre los talones y acostándose de nuevo. La cabeza le duele mucho—. ¿Cómo supiste?

—La mamá de Malfoy le mandó a mi mamá una lechuza. Decía que estaba preocupada por ti.

—Eso es… bastante amigable.

—Lo sé. Mamá no podía creerlo al principio ayer, se la pasó diciendo al inicio que la señora Malfoy estaba tramando algo, pero, por Merlín, Harry, creo que mamá está planeando hacerle una tarta y mandársela. Una tarta de arándanos. Suena ridículo, pero creo que preocuparse por ti las ha vuelto más cercanas.

—Eso es…. Eso es bueno, creo.

Ron mira el rostro de Harry, antes de sentarse a los pies de la cama.

—Entonces, Malfoy está de vuelta, ¿no?

Harry recuerda la imagen de Malfoy sollozando en su silla de ruedas y mantiene los ojos fijos en el techo.

—Ajá.

—¿Cómo está?

—Nada bien.

—Imagino que no, si te dejó así…

Harry se queda callado. Ron lo conoce mejor que nadie. Conoce mejor que nadie su obsesión con Malfoy, porque fue él quien estaba más en contra, quien tuvo que tomarse el tiempo de tratar de entenderla. Harry no sabe a qué conclusiones llegó Ron al final de ese proceso, pero Ron debe haber llegado a algo para que estuviera tan calmado ahora.

O tal vez es por la guerra.

Los dos están más callados ahora, más introspectivos. Es más obvio en Ron, que suele ser el primero en estallar o sucumbir a sus más explosivas emociones. Han peleado por tantas cosas durante la guerra, que cualquier diferencia que sigan teniendo ya no es lo suficientemente importante para pelear.

Ron lo mira fijamente.

Él es la razón por la cual estás así, ¿verdad? —Toma el silencio de Harry como un sí. Suspira, y mira el piso—. Hombre, sigue sin caerme bien, pero no podría decir que me alegro por lo que le pasó.

Esta vez, Harry cierra los ojos, y deja que los hombros temblorosos de Malfoy aparezcan ante sus párpados.

—Sí…

—¿Crees que regrese a Hogwarts?

—No lo sé. Creo que… depende.

Ron asiente, entiende lo que el otro no dice.

—La señora Malfoy nos escribió para que te dijéramos que puedes regresar.

Harry asiente, sintiendo la vergüenza enrojecer sus mejillas, por la forma en la que escapó de la mansión.

—Gracias, Ron.

—Vas a regresar, ¿verdad?

—Sí.

—De acuerdo. —Parece como si Ron quisiera decir algo, y casi lo hace. Sigue viendo el suelo, con el ceño fruncido, mordiéndose el labio inferior con preocupación, y haciendo un ligero puño con la mano, pero Harry ve el momento exacto en el que decide no hacerlo—. De acuerdo, Harry. Venga. —Ron sonríe, pero su sonrisa no alcanza sus ojos, porque sigue sin estar de acuerdo con la obsesión de Harry por Draco Malfoy, y a Harry mismo tampoco le gusta, pero aun así está agradecido con Ron por intentarlo.

Ron se pone de pie, se estira y le sonríe de lado.

—¿No estás hambriento?

Y no lo está, no realmente, pero va y come como si lo estuviera.


Hermione está en Australia, reuniendo a sus padres con la hija que olvidaron que tenían.

Harry y Ron están preocupados. Sus cartas hablan sobre cosas que están bien (sus padres tienen buena salud y ya saben quién es ella), pero evita hablar de cosas que no lo están (por qué no han regresado a Inglaterra, cuánto saben sus padres, cuántos de sus recuerdos regresaron). Saben que se los está ocultando a propósito, porque todos están pasando por algo, y lo último que quiere es añadir preocupaciones.

Han pasado tres meses desde la última vez que la vieron, y es como si algo faltara cuando no está con ellos. Ambos quieren verla, pero Harry sabe que Ron lo quiere de una forma que es diferente.

Sabe que algo pasó durante… bueno, durante, y eso es de lo que hablan mientras comen el rosbif y el puré de patatas de Molly.

Han pasado tres meses desde el final de la guerra, desde que pasó lo que sea que pasó entre Ron y Hermione, pero es la primera vez que Harry pregunta, principalmente porque en ese entonces no parecía el momento correcto para hablar de esas cosas, con Fred muerto y Remus muerto, teniendo que arreglar todos esos funerales.

Después, cuando Harry está de vuelta en su cama, Ron se ha ido, y Kreacher ha limpiado todos los platos, Harry piensa para sí que tal vez la razón por la que Ron no está enojado con él, por ocuparse tanto con Malfoy, es porque entiende cómo se siente que todos tus pensamientos y atención sean consumidos por una persona.

Todavía no sabe si le gusta esa comparación.

Ron y Hermione.

Él y …

Se rinde al sueño antes de poder terminar de verbalizar esa idea.


Harry lo visita la mañana siguiente.

La mirada de Malfoy está vacía de nuevo, y Harry lo esperaba, pero eso no evita que se forme el pozo de decepción en su estómago.

—Va y viene —dice Narcissa suavemente desde atrás. La mirada hacia su hijo está llena de tristeza—. Es episódico. Los sanadores dicen que es una forma disociación, una manera en la que su mente supera el trauma de Azkaban, y de estar tan cerca de los dementores.

Harry recuerda cómo se siente. La terrible sensación de terror y muerte, el calor dejando su cuerpo por las puntas de sus dedos, como si la sangre en sus venas se convirtiera lentamente en hielo. Contiene la respiración, con temor a preguntar.

—¿Acaso ellos…?

Narcissa niega con la cabeza firmemente.

—No, pero imagino que ha visto a un dementor antes, ¿verdad?

Casi me besa uno, piensa Harry, pero se lo guarda para sí.

—Sí los he visto.

—Entonces, sabe cómo se siente. Y tener que estar pasando por ello una y otra vez, cada día, por tres meses…

Harry se siente enfermo solo de pensarlo.

Soltando un suspiro ligero, Narcissa toma asiento y le hace un gesto a Harry para que tome el otro.

Así lo hace, quedando frente a Draco, quien está despierto, respirando, pero su mirada está de nuevo distante. El cabello rubio platinado se mueve por el aire, y sus manos están puestas una sobre la otra en su regazo. Se ve casi… gentil.

Narcissa sigue su mirada.

—Me disculpo por la otra noche, señor Potter.

—Harry —la interrumpe el moreno. Señor Potter es demasiado formal, y le recuerda demasiado a su vieja relación, en especial en esta casa—. Y no, no tiene que disculparse por eso.

Narcissa lo mira con sorpresa, y es claro que no esperaba eso. Pero una sonrisa aparece lentamente en su rostro, llena de nostalgia.

—Gracias, Harry. —Esta vez, se mueve en su asiento para que su cuerpo le quede de frente por completo, como si le estuviera poniendo completa atención. Su mirada se torna seria—. No puedo decir que entiendo por qué sientes responsabilidad por mi hijo. En realidad, me preocupo por ti.

Harry se endereza, sorprendido por lo que la mujer está insinuando. Palabras de defensa llegan de inmediato a sus labios.

—Yo… no tengo intenciones de lastimarlo —dice, herido.

—No. Me estás malentendiendo —dice Narcissa, apresurándose a tranquilizarlo, mientras niega con la cabeza—. Voldemort… —La forma tan resulta en la que Narcissa dice su nombre hace que Harry se pregunte en dónde esconde esta mujer todo su valor—. Ya no está, y tampoco su reino de terror. Y todo gracias a ti. Eres un héroe, Harry. Puedes tener lo que quieras y se te dará. Puedes escoger vivir como sea. Preocuparte por Draco es, entiendo yo, un… —En este momento, aprieta los labios, y se nota una expresión de dolor recorriendo su rostro—. Un impedimento para ello, ¿no es así?

—No —dice Harry, interrumpiéndola, perturbado por siquiera escuchar esas palabras de ella—. No. Yo… No estaría aquí si no quisiera…

Y Narcissa lo mira, realmente lo mira, como si tratara de adivinar si lo que está diciendo es verdad. Y luego, al conseguir por fin su respuesta, relaja los hombros y su sonrisa se llena de diversión.

—¿Qué es lo que hizo mi hijo para inspirar tal lealtad de tu parte?

—Él… salvó mi vida. Usted salvó mi vida… Quiero… —Salvarlo también, piensa Harry, pero eso no es totalmente correcto. No por completo. ¿Regresarle el favor? Eso tampoco es. No realmente.

Pero Narcissa lo está mirando de una forma suave y compasiva, como si entendiera. Harry tiene que apartar la mirada.

—Tú nos salvaste. Créeme, no estaríamos aquí si no fuera por ti. El ministerio nos habría mandado a todos a Azkaban y se habría olvidado convenientemente de nosotros. —Harry piensa que Kingsley no habría hecho eso, pero el Wizengamot es otro asunto—. Tomamos decisiones. Y ahora estamos afrontando las consecuencias. No estoy orgullosa de ellas. Pero, si tuviera la oportunidad de hacerlo de nuevo, si me dieran a elegir entre salvar al mundo o salvar a mi familia, yo… No creo que habría sido más sabia—. Esta vez, mira hacia su hijo, y continúa lentamente—. Es solo que me duele, cuando miró atrás y lo recuerdo, teniendo que tomar esa decisión por igual.

El día está tranquilo. Brillante y silencio, y aves invisibles trinan suavemente desde diferentes orillas del jardín. En fuerte contraste con la pesadez de su conversación.

Narcissa suelta otro suspiro, suave y triste.

—Espero que entiendas que no estoy tratando de justificar lo que hicimos.

—No, está bien —replica Harry, y es verdad—. Está bien. Si quiere platicar. Yo quiero… —Se detiene, sorprendido por la veracidad de sus siguientes palabras—. Quiero escuchar.

Narcissa sonríe, divertida.

—Eres gentil. Recuerda, Harry. El mundo no es amable con la gente gentil. —Baja la mirada hacia sus manos, en su regazo, con los dedos entrelazados cual si fuera a rezar—. Pero, a pesar de todo lo que dijimos, aun quiero pedirte algo de forma completamente egoísta. —Alza la mirada—. Por favor, cuida de mi hijo.

Harry contiene la respiración, halagado y asustado, pero la respuesta ya está en sus labios.

—Señora Malfoy…

—Narcissa. —Otra sonrisa.

Harry suelta el aire lentamente. Ahora siente la misma sorpresa de la mujer cuando le pidió que lo llamara Harry. Se siente… bien.

—Narcissa. No necesitas pedírmelo. Ya había planeado hacerlo.

Ella estira la mano, toma las de Harry entre las suyas, y con seriedad, dice:

—Gracias.


Se acerca la noche, y Draco no ha mostrado señales de dejar el estupor.

Harry se disculpa, no quiere imponer su presencia quedándose a cenar cuando ya se ha quedado a almorzar. Para ahora, ya conoce mucho más de Draco de lo que el rubio probablemente preferiría, de saberlo. También sabe mucho más de Narcissa, y de Lucius. Es desconcertante sentir esta nueva empatía por esta familia.

Se pregunta. Si hubiera sido yo, ¿qué habría hecho?

Fiel a su palabra, Narcissa no se justifica. Cuenta la historia como es, sin pretender que es una santa. Se disculpa por lo que le dijo entonces, acerca de la muerte de su primo.

Todavía le duele, cuando Harry recuerda, pero la disculpa calma el dolor, aun si es solo un poco. También le cuenta más acerca de Sirius, de cómo fue crecer con él, de las cenas familiares con él y su hermano. Harry piensa que esta es otra forma en la que ella se disculpa, y escucha sus historias, embelesado, aun cuando su corazón le duele, le duele tanto por Sirius y Remus, y oh, Dios, Remus.

Trata de esconderlo, esconder cómo le afectan sus palabras, pero sabe que se refleja en su rostro, tan evidente.

Antes de levantarse, Narcissa lo mira fijamente y pregunta.

—¿Estás bien, Harry?

Y Harry piensa que no solo lo está preguntando por ese momento, está preguntando por ayer, por mañana, y por todos los días. Y no sabe por qué quiere ser honesto en ese momento. Tal vez es porque Narcissa también acaba de desnudar su alma ante él, y le parece… seguro hacer lo mismo. Al final, se permite un poco de honestidad.

—No, no realmente.

Y Narcissa asiente, no le ofrece palabras de consuelo sin sentido, solo le muestra que entiende la realidad de que no está bien.

Harry la mira también, mira los óvalos negros bajo sus ojos.

—¿Tú estás bien?

Narcissa le sonríe de forma irónica.

—No, no realmente.

Y a un tiempo, Harry puede verlo, el peso en sus hombros: su esposo, perdido por siempre en Azkaban, dejándola con una multitud de pecados, un apellido arruinado, una casa mancillada que una vez hospedó a un lunático. Su hijo, el único amor que le queda en la vida, perdido en su propia mente.

Narcissa suspira de forma lenta y pesada.

—Durante el verano hay muchos eventos en los que se reúnen familias y organizaciones de poder. He tratado de estar presente en cada una de ellas, pero ha sido… difícil desde que Draco regresó.

—¿Eventos? —comenta Harry, pensando en las muchas invitaciones elegantes que ha arrojado a la basura en los últimos tres meses—. ¿Quieres decir fiestas?

—Sí —dice Narcissa, riendo al final—. Me parece que a algunos de ellos has decidido no asistir. —Harry sonríe sin arrepentimientos. Narcisa continúa—. Es mi obligación seguir visible ante otras familias sangre pura. Claro que el mundo mágico sabe qué parte tuvo la familia Malfoy en la guerra, pero no podemos permitir que eso nos obligue a escondernos. Existen aquellos que están esperando la oportunidad de ganar todo lo que estamos por perder. —Mira a Draco con melancolía—. Puede que hayamos hecho cosas malas, Harry, pero mi hijo no merece que se le arrebate todo lo que alguna vez fue, o alguna vez tuvo. —Gira para encararlo—. Ha sido agotador atender tantas funciones. Detesto dejar a Draco solo, en especial en su condición actual.

Entonces Harry se imagina las mañanas, con Draco solo en su cuarto, mirando el patio. Yendo y viniendo, pero aun regresando a la misma escena donde hay flores en su jardín, pero nadie con quien hablar.

Y es raro, pensar en cómo Malfoy se ha convertido en Draco en su mente. Tal vez ha estado pasando mucho tiempo con Narcissa, y es raro decirle Malfoy a Draco en su presencia, o tal vez lo que pasó la otra noche hace como que sienta que ha llegado a conocer más a Draco como persona. Ahora parece menos detestable Slytherin de Hogwarts y mucho más humano.

Un poco menos Malfoy, mucho más Draco.

Las palabras abandonan sus labios antes de que su cerebro pueda registrarlas por completo.

—Dime cuándo necesitas ir a esas fiestas. Puedo cuidar de Draco cuando no estés.

Narcissa lo mira, sorprendida.

—Yo… ¿Estás seguro, Harry?

No, pero se convence más cuando lo dice. La decisión es definitiva, y se siente cómoda y correcta.

—Lo estoy. —Luego, agrega con rapidez—. Si no es mucha molestia.

Narcissa le sonríe nuevamente, con alivio; una sonrisa real.

—Tonterías, Harry. Somos nosotros los que estamos molestando.


La siguiente vez que Harry va a la mansión, es una semana después de que Draco fue liberado. Narcissa está en Escocia. Hay panqueques en la mesa, cubiertos por hechizos de temperatura, y dos conjuntos de platos y cubiertos. También hay una nota con la elegante escritura de Narcissa, diciéndole que se sirva.

Son las ocho de la mañana, pero Draco ya está en su silla de ruedas, mirando hacia la distancia de su jardín.

Se ve más lleno ahora, más vivo. Sus mejillas se han llenado y el color está regresando a su piel. Sin poder explicarlo y de forma repentina, Harry se siente muy aliviado de que Draco no esté tan indispuesto como para no comer. Narcissa le ha dicho, en las cartas que han comenzado a intercambiar, que últimamente Draco ha estado más y más tiempo, presente con ella.

Su cabello luce con el brillante sol de la mañana y Harry resiste la urgencia de tocarlo.

Se sienta en la silla frente al rubio y deja que la rareza y la incomodidad de la situación se calme. Es la primera vez que está ahí sin Narcissa para conversar; solo él y Draco, que actualmente está despierto, pero fuera, en algún otro mundo en su cabeza.

Draco Malfoy. De Slytherin.

El que le mintió a los mortífagos para salvarte.

Cuando cierra los ojos, todavía puede recordar el calor de las llamas del fuego maldito, lamiendo sus ropas. Draco gritando "¡NO LO MATEN!", y el fuerte abrazo de Draco en su cintura mientras volaban por encima del infierno, huyendo de él.

Ese no era el abrazo de alguien que quisiera servir a Voldemort.

Era el abrazo de alguien que quería seguir con vida.

Aparta la mirada del suave cabello de Draco y de los recuerdos del fuego.

Levanta el tenedor, toma un panqueque de la bandeja y deja que caiga en su plato.

—Potter.

Tira el tenedor por la sorpresa. Sonrojándose, levanta la mirada.

—Malfoy.

—Estás… —dice el otro hombre, entrecerrando los ojos.

Harry se encoge de hombros, nervioso. Siente como si acabaran de atraparlo haciendo algo que no debía estar haciendo. Supone que sí es raro despertar de pronto y encontrarte a tu viejo enemigo, en tu casa, comiendo tus panqueques.

—Sí.

Harry ve el momento en el que Draco confirma que él es, en verdad, Harry Potter.

Draco mira lentamente hacia el jardín.

—¿Esta es la mansión Malfoy?

—Sí.

—Oh.

De nuevo la conversación. Harry se tensa, preguntándose si lo que pasó antes se repetirá. Narcissa ya no está ahí para ayudarlo y Harry no sabría qué hacer.

Esta vez, Draco parece reconciliar lo que está viendo con lo que sea que está en su cabeza y se relaja, recargándose contra su silla de ruedas.

—Así que, viniste a observarme en mi miseria, ¿no es así?

Y Harry entiende que Draco lo recuerda, recuerda mucho acerca de él, si regresa a sus viejos hábitos y su usual mueca. Se siente increíblemente feliz por ello.

—No, Malfoy. Estoy aquí para comerme tus panqueques.

Draco frunce el ceño y mira fijamente hacia la mesa. Le toma un momento responder, pero sus ojos son claros cuando dice:

—Quita tus asquerosas manos de mis panqueques.

—Bueno, no los estás comiendo.

Draco, como siempre lo ha hecho, responde al reto. Levanta la mano y la estira hacia la mesa. Es lento, pero su palma logra llegar al tenedor. Sus dedos tiemblan y Harry entiende, con otro golpe en el pecho, que probablemente ha pasado un tiempo desde que Draco usó sus extremidades.

No cree que su ayuda sea bien recibida, pero es mejor que ver a Draco luchar de ese modo. Harry alza la mirada, pero las palabras mueren en sus labios cuando ve que la mirada de Draco está vacía de nuevo. Ya no se está moviendo.

De pronto, la familiar sensación de desesperanza lo llena y sus dedos se enfrían. Comienza a sentir calidez en los ojos y parpadea para alejar las lágrimas. Pasa saliva para eliminar el nudo en su garganta y respira profundamente para aliviar el dolor de su pecho, solo un poco.

No se supone que Draco Malfoy se vea así.

No se supone que esté así.

Inhalando de nuevo, Harry se acerca y acomoda a Draco en su silla. Quita su mano del tenedor, con sus dedos largos y suaves al toque, pero están fríos, por lo que Harry frota sus manos con las suyas para regresarles la circulación. No piensa en que es la primera vez que toca la mano de Draco Malfoy desde aquel saludo en primer año. Su mano había sido pequeña en ese entonces. Suave, como si nunca hubiera trabajado un día en su vida.

Su mano es más grande ahora, claro, pero tiene callos, y las uñas están mordidas en el borde, o raspadas, o lo que sea que Draco hizo con ellas en esos tres meses en su celda.

Mira los panqueques intactos y se pregunta si Draco se enojará si los corta por él.

Harry los corta de todas formas, porque quiere ver a Draco enojado.

Verlo enojado es mejor. Lo que sea es mejor que esto.


Cuando Draco regresa de nuevo, las piezas de panqueque en su plato se han enfriado. Harry ya va por el tercero.

—Límpiate el jarabe del rostro, Potter —es como lo saluda el rubio.

Harry lo hace de manera automática, por la sorpresa y la vergüenza.

—Volviste —dice tontamente.

—No me fui —dice Draco entre dientes, mirando su plato con enojo. Harry no sabe si Draco lo mira así por molestia, o si recuerda que no estaban cortados hace treinta minutos y está tratando de recordar cómo llegaron a ese estado. Por fin, Draco alza la mirada y pregunta: —¿Tú cortaste mis panqueques?

Harry se mete más comida en la boca, para evitar la incomodidad de hablar. Asiente mientras mastica.

Draco regresa a mirar su plato con enojo, y Harry se termina el tercero mecánicamente. Una vez que termina, y que ya no hay nada en su plato para que se llene la boca (y ya no tiene excusas para estar callado), comenta.

—¿Quieres que te dé de comer?

Se alista para levantarse y correr, en caso de que un tenedor vuele hacia su cabeza, pero Draco solo bufa y lo mira fijamente.

—La comadreja va a tener un aneurisma por reírse demasiado si se entera de que me estás dando de desayunar.

Levanta el brazo y trata de tomar el tenedor de nuevo.

Va lenta y temblorosamente, pero Draco está ahí y lo está intentando, así que Harry toma otro panqueque y aparta la mirada respetuosamente. En realidad, ya no tiene hambre. De hecho, está lleno, joder, pero le gusta estar así, comiendo panqueques así. Para cuando se termina el cuarto, Draco ha conseguido pasarse tres trozos. Tiene jarabe en el regazo y en su ropa de dormir, y también le escurre un poco en el brazo, pero Harry también aparta la mirada respetuosamente.

Draco consigue acabar la mitad de su plato, antes de que el tenedor se resbale de sus dedos y retumbe contra el suelo de mármol del balcón. Harry alza la mirada, listo para preguntar si debería alcanzárselo, pero Draco se ha ido de nuevo. Tiene la mirada perdida, mirando sin ver hacia su plato.

Harry se levanta antes de que el sofocante dolor en su pecho se detenga, y rodea la mesa para levantar el tenedor cerca de los pies de Draco.

Al subir, mira el rostro de Draco. No lo reconoce, no tiene vida, pero sí hay jarabe en la comisura de su boca.

Harry suspira y toma la servilleta.

deberías limpiarte el jarabe del rostro —dice entre dientes, y limpia con cuidado la mejilla del rubio.

Definitivamente, es raro cuidar de Draco Malfoy.

O, bueno, supone que en realidad no está cuidando de Draco Malfoy. Solo está ahí para hacerle compañía, y aprovecha para evitar a los medios, y comer el desayuno que Malfoy no come.

Pero limpia de todas formas su rostro, y su brazo, y luego busca su varita en el bolsillo para limpiar la ropa de Draco con un hechizo.


—¿Qué quieres decir con que no te fuiste? —pregunta Harry veinte minutos después, cuando Draco está de vuelta y los panqueques y todo el desorden de la mesa se ha desvanecido con un pop. Dos humeantes tazas de té han tomado su lugar.

Draco lo mira con poca energía, como si se preguntara si debía participar en conversación civil con él. Al final, suspira y habla.

—Es… brumoso. Pero todavía sé lo que está pasando. A veces. No creas que no vi cómo me limpiabas el rostro como si fuera un niño, Potter. No lo vuelvas a hacer jamás.

—¿Debí haber dejado el jarabe en tu rostro?

Draco bufa.

—Debiste haberte ido, punto.

—Los panqueques no se iban a comer solos —dice Harry defendiéndose.

—¿No tienes suficientes panqueques con las comadrejas? Estoy seguro que a la comadrejilla le encantaría rendirse a tus pies y darte de comer en la boca.

Es un intento de molestarlo, y funciona, porque todo lo que Draco dice funciona, pero Harry hace su mejor esfuerzo por contener su irritación.

—No les digas así.

—Les voy a decir como yo quiera.

Harry suspira ruidosamente. Se ha olvidado de la forma en la que Draco Malfoy es un idiota irritable. Casi quiere regresarle el comentario.

—Los panqueques eran la comida favorita de Fred. No los han cocinado desde… Bueno, ya sabes.

Alza la mirada hacia Draco, y no está preparado para la vergüenza que es evidente en su rostro.

Tampoco se sorprende cuando, momentos después, la expresión de Draco se relaja y su cuerpo se pone inerte.


—Fred no es tu culpa, ¿sabes? —dice Harry, una hora después, cuando Draco regresa.

Cree que ya lo ha entendido, de alguna forma. Las cosas que provocan que Draco desaparezca. Pero, a pesar de que Draco no parece querer hablar de las cosas que hizo o de las cosas que cree que pasaron por culpa de él, Harry cree que tal vez, Draco necesita hablar de ello.

—Lo sé.

—¿En serio?

Draco no responde. Aparta la mirada.

—Entonces, ¿por eso has estado viniendo aquí? ¿Por la falta de panqueques?

Harry le sonríe.

—Me atrapaste.

Y así pasan el resto de la mañana. Cuando Draco se va, Harry le escribe una carta a Hermione. Le cuenta que estaría orgullosa del hecho de que ha estado estudiando. También le dice, por primera vez, que Draco Malfoy salió de Azkaban y que Harry ha estado cuidando de él.


Al día siguiente, la chica le responde. Al final de la carta, escribe:

No estoy muy segura de que sea bueno que te involucres con Malfoy de nuevo, pero confío en ti como siempre, Harry, y estoy preocupada por él. Espero que te esté ayudando a lidiar con todo. Sé que has tratado de atrincherarte en Grimmauld Place últimamente. Vamos a tener que hablar de todo cuando regrese.

¿Cómo está Malfoy? Salúdalo de mi parte.


Cuatro días más tarde, Harry regresa, y se sorprende cuando abre la puerta y Draco gira la cabeza para verlo.

—Estás aquí —comenta, con los ojos como platos.

Draco alza una ceja.

—Este es mi cuarto, Potter.

—Supongo. —Harry se detiene en la puerta—. ¿Puedo pasar?

—Has estado irrumpiendo aquí por las últimas dos semanas, o al menos eso me dice mi madre. No dejes que algo tan trivial como la falta de mi permiso te detenga ahora…

Harry se sonroja, pero atraviesa el umbral de todas formas.

—Con permiso, entonces. —Cruza el cuarto, consciente de la mirada penetrante de Draco encima de él todo el tiempo. Conforme se acerca, mira la mesa—. ¿Huevos?

Draco sigue su mirada hacia la mesa, donde hay dos desayunos arreglados: pan francés, huevos poco cocidos, rebanadas de fruta, y una taza de café. Suspira.

—Bueno, siéntate, Potter. No puedo objetar mucho cuando hasta mi elfo doméstico te hace de desayunar.

Harry se encoge de hombros y toma la nota doblada encima de la servilleta en su plato. Es de Narcissa, con el usual mensaje de veces anteriores. Se sienta, pasando la saliva que se ha acumulado en su boca por el olor de la comida.

—Tu madre me pidió que viniera hoy.

—Puedes rehusarte, ¿sabes? Ciertamente, no tienes ninguna obligación de hacer de niñera para criminales.

Harry frunce el ceño, pero no sigue el comentario.

—Lo sé. Es solo que quiero hacerlo. Yo fui el que se ofreció.

Draco lo mira fijamente, y hay curiosidad genuina en su siguiente pregunta.

—¿Por qué?

Harry se encoge de hombros.

—Comida gratis. —Comienza a devorar el desayuno. Draco sigue mirándolo fijamente. Se pasa el bocado de huevos y pan tostado—. ¿Cómo te sientes?

Entendiendo que, al parecer no conseguirá una respuesta directa, Draco aparta la vista.

—Terrible. Me duele la espalda.

Harry resiste la urgencia de sonreír. Después de tantas visitas a Draco, con él sentado en estado vegetativo, era refrescante escuchar su sarcasmo.

—Por cierto, Hermione te manda saludos.

—Dile que no tiene que fingir cordialidad solo porque la guerra terminó.

—No está fingiendo. En verdad está preocupada por ti.

Draco bufa.

—¿Y ahora vas a decirme que Weasley también está preocupado por mí?

—Bueno, la mayor parte del tiempo está preocupado por mí. Pero sí pregunta por ti de vez en cuando.

—De seguro solamente para asegurarse de que no estoy escondiendo mortífagos en los calabozos, listos para tender una emboscada al chico dorado para revivir a Ya-Sabes-Quién —dice Draco entre dientes.

Harry detiene el tenedor a medio camino hacia su boca. Algunos trozos de huevo caen al plato.

—Em, no es así, ¿verdad?

Draco lo mira fijamente, molesto.

—Por Merlín, Potter, si quisiera deshacerme de ti, Binky ya habría envenenado tus panqueques.

Harry se relaja. Se alegra de que Binky no haya envenenado sus panqueques. Porque estuvieron deliciosos.

—Vale, de acuerdo. Le diré eso a Ron.

Draco suspira con fastidio.

—Una vez más, ¿por qué estás aquí?

Harry se encoge de hombros.

—¿Sabes? No estoy completamente seguro yo mismo —dice honestamente.

Con eso, Draco se recarga contra su silla, estudiándolo.

Harry resiste la urgencia de meterse otro trozo de huevo en la boca, en un esfuerzo para evitar su mirada.

Después de un rato, Draco mira hacia el jardín, con la voz baja.

—Ya hiciste tu parte. Mi madre escapó de Azkaban, y por ello estoy en deuda contigo. Mi sentencia también se redujo gracias a ti. No soy tan malagradecido como para olvidar eso. Pero esto… —Lo mira nuevamente, con los ojos cansados—. ¿Qué sacas de esto?

Duele ver a Draco Malfoy tan derrotado. En otro momento, Harry cree que habría disfrutado ver a Draco de esa manera, tratando de expiar la culpa por todo lo que hizo. Expiar la culpa por todo lo que hizo para salvar a su familia.

Ese otro momento no es ahora.

—Lo siento —dice el moreno—. No debiste haber ido a Azkaban.

La sonrisa que le brinda el rubio es seca.

—¿Te has olvidado de todas las cosas que he hecho?

—No —dice Harry, negando con la cabeza, y enfoca su mirada en la del otro chico—. No lo he olvidado.

—Entonces, ¿qué es esto? —Su sonrisa se vuelve una mueca—. ¿El chico dorado se siente culpable?

—No me llames así —dice Harry, fulminando al otro con la mirada. Se está volviendo cada vez más difícil mantener la calma cuando Draco está tan decidido en ser un idiota—. Mira, Malfoy, no hay un motivo profundo ni oculto. ¿Podríamos, no sé, ser amigos y ya?

Draco se encoge y aparta la mirada, haciendo una mueca.

—Perdimos esa oportunidad allá por primer año. Ya es demasiado tarde para hacernos brazaletes de la amistad —dice entre dientes. Harry lo recuerda: al Draco de 11 años y la mano que rechazó. Parpadea, sorprendido por la reacción de Draco. Sorprendido de que el rubio aun recordara ese momento, y piensa mucho en ello. Draco suelta un suspiro, sacando a Harry de sus pensamientos—. Además, ¿por qué querrías ser amigo mío?

—Sabrá Merlín, ya que eres un idiota irritante —responde Harry, imitando su gesto. Señala a Draco con el tenedor—. Pero aquí me quedaré, así que deja de tratar de pelear conmigo. No quiero explicarle a Narcissa por qué te tapé la boca con cinta.

Draco alza una ceja.

—Yo solo estoy haciendo preguntas. Tú eres el que está a la defensiva.

Harry se sonroja, porque sabe que eso es precisamente lo que está haciendo. Se come otro trozo de pan tostado.

—Lo siento. Solo quiero hacerlo, ¿vale? ¿No es esa una razón suficiente?

La mirada que Draco le echa le dice que no, no es suficiente. Todavía parece como si quisiera hacer otra pregunta, pero al final toma la servilleta de su plato y la acomoda sobre su regazo.

—Potter…

—¿Hmm?

—Deja de comer como un Neanderthal. Estás haciendo un desastre.

Harry se pasa el bocado y sonríe.

—Lo siento, Malfoy.


—Potter —dice Draco, tres días después. Ya han pasado por el desayuno y el almuerzo, y esta es la primera vez que Draco ha hablado hoy.

Harry alza la mirada de su libro.

Draco lo mira de cerca y luego al libro, tratando de entender lo que estaba viendo. Ladea la cabeza y pasa saliva. Le toma un momento antes de hablar.

—Nuevamente, ¿qué estás haciendo en mi casa?

—¿Leyendo?

Draco parpadea y sus ojos se despejan. Se deja caer contra la silla de ruedas, como si estuviera cansado del esfuerzo de regresar al mundo nuevamente. Aclara la garganta y nuevamente pasa saliva, para calmar la resequedad en su voz.

—Merlín, pensé que me habían mandado a Azkaban, no a otra dimensión donde de hecho tienes la finura de leer un libro de pociones.

—Sí quiero pasar mis EXTASIS este año, Malfoy.

—No apostaría por ti.

—Por eso le pedí a Narcissa que me dejara tomar tus libros prestados.

Draco pone los ojos como platos y lo fulmina con la mirada.

—¡Esos son mis…! Quita tus gérmenes de mis libros.

Harry rueda los ojos.

—¿Por qué me preocupo por ti? Pareces estar bien para ser alguien que acaba de pasar tres meses en Azkaban.

Y de golpe, se nota un gesto herido en el rostro de Draco.

—¿Qué esperabas? Un…

Y luego se va.

Harry está aturdido. La culpa comienza a carcomerlo, rápida y agudamente.


—Lo lamento —dice una hora después, con el libro de pociones guardado cuidadosamente en el baúl de Draco.

El rubio mira el baúl y luego al moreno, con exasperación.

—Bueno, no sientas pena por tomar mis cosas, Potter. Adelante. Merlín sabe que necesitas toda la ayuda que puedas conseguir.

—No, no solo por eso.

—Entonces, ¿por qué?

—Por lo que dije.

—Dices muchas cosas estúpidas.

—Malfoy.

Draco suspira, agitando la mano. Se ve cansado hoy. Como si le costara más trabajo regresar.

—Para tu información, creo que es seguro decir que esperábamos que pasara eso cuando entré a ese lugar dejado de la mano de Dios.

Harry se relaja, ahora que lo ha perdonado. La culpa se vuelve algo menos lacerante.

—Bueno, para ser honesto —replica, tratando de aparentar nostálgico—, esperaba que fueras un poco más amable una vez que salieras.

Draco lo mira sin expresión.

—Fui a Azkaban, Potter, no a una guardería.

Harry se encoge de hombros y, sorprendentemente, el chiste lo hace sonreír.

Draco aparta la mirada y pasa saliva.

—Esperaba que estuvieras nadando en tu horda de fans, mandando a todo el mundo, dando afiches autografiados contigo agarrando la cabeza cercenada de Ya-Sabes-Quién. No aquí merodeando en mi cuarto.

—¿Te gustaría tener uno de esos afiches autografiados?

Con eso, se gana una sonrisa nerviosa.

Harry se siente victorioso.


Y así es como pasan el tiempo juntos. Draco mejora por las mañanas después de eso. Aun le toma un rato para despertar bien y estar presente, pero ya no le toma horas.

Los días pasan en silencio. En paz. Sin exigencias.

Draco desaparece a mitad de las conversaciones a veces, pero retoma el hilo en cuanto regresa.

A veces, le toma más tiempo recordarlo, pero Harry lo espera pacientemente, cada vez.

Los días pasan en una neblina de desayunos y cortas conversaciones.


Tres semanas después de que Draco fuera liberado de Azkaban, Harry entra a su cuarto y mira la comida en la mesa.

—¿Qué hay de desayunar hoy?

—Panqueques de plátano.

Harry sonríe al ver la torre de comida en la bandeja. A su lado, hay un tazón con plátanos rebanados, otro tazón con nueces trozadas, y otro con cubos de mantequilla.

—Oh, pero eso mucho.

—Hice que Binky preparara más. Porque sigues comiéndote lo mío.

Harry ríe con sorpresa. Siente una tibieza en el vientre al pensar en Draco pensando en él.

—Eso es porque tú no te los comes. Es un desperdicio.

—¿Y cómo se supone que los coma cuando tú te los metes en la boca a la primera oportunidad? Tus putos modales, Potter.

Otra ronda de risa.

—Lo siento, lo siento, preguntaré para la siguiente.

Draco rueda los ojos, pero sus labios tiemblan por la risa y se ve más más vivaz y no tan enfermo. Tal vez ayuda que ahora puede mover mejor los brazos y los dedos. Ha acompañado a comer a Harry durante la última semana, y eso es definitivamente mejor que Harry comiendo solo, mientras Draco lo mira con un gesto de disgusto. Y definitivamente es más agradable que comer solo en Grimmauld Place, en la larga mesa con el montón de sillas, pero sin más gente que se pueda sentar.

—Bueno, siéntate. No creo que hayas venido aquí solo para verme comer.

Harry le hace caso.

—No, vine aquí por los panqueques. —Toma dos panqueques del plato (después de tres semanas de comer en la mansión, ha conseguido perder la pena de tomar comida), se sirve tantas rebanadas de plátano como puede con su tenedor, y esparce un poco de nuez en su plato. Toma la botella de jarabe.

—Siempre vienes aquí por los panqueques —replica Draco, tomando su tenedor y estirando el brazo para tomar la bandeja. Frunce la nariz al ver el charco de jarabe en el plato de Harry.

Harry lo ignora.

—Bueno, si te hace sentir mejor, también estoy aquí para preguntar cómo te sientes.

—¿Y para qué diablos lo haces?

—¿Dormiste bien?

—No seas tan cortés conmigo. Es repugnante.

Harry se mete un trozo de panqueque en la boca. Ha aprendido que Draco trata de ser difícil a propósito, y la mejor forma de lidiar con él cuando está siendo un idiota insufrible es ignorar que está siendo un idiota insufrible. Piensa en que debería recibir un premio por el descubrimiento y ser canonizado por su paciencia.

—¿Dormiste bien, con un carajo?

Y luego Draco ríe.

Y justo así, la irritación que podría haber sentido cede hasta volverse una especie de maravilla al ver a Draco Malfoy reír sin preocupaciones. Harry nota que lo está mirando fijamente.

—Sí, dormí bien. Gracias por preguntar.

Harry se pasa el bocado con dificultad.

—Se nota.

—Sí. Puede que de un paseo por el jardín hoy —dice Draco, sonriendo ligeramente cuando gira a ver las flores en botón.

Es preocupante la forma en la que las palabras salen de su boca antes de que pueda detenerlas.

—¿Puedo ir contigo?

La sorpresa cubre el rostro de Draco, haciéndolo ver inocente, con los ojos como platos y las cejas alzadas. Después de un rato, Draco regresa a sus panqueques y dice, sin alzar la mirada:

—Sí, como sea Potter. Haz lo que quieras.

Pero para cuando han terminado de desayunar, se ha ido de nuevo.

Aun así, Harry toma la silla de ruedas y lo empuja hasta el jardín.


Al día siguiente, Harry llega y Draco ya está a la mitad del jardín; la silla de ruedas está olvidada a la distancia, entre arbustos de claveles rosas.

Harry se detiene; el saludo muere en sus labios.

Es un gran jardín, mucho más espacioso que el cuarto de Draco. La flora es exuberante, rica y cuidadosamente recortada. El color brota de cada esquina. Hay rosas, lilas, y no-me-olvides. Claveles y lavanda. A la mitad del jardín hay una fuente; el agua cae de los ojos de mármol de la mujer que se irgue orgullosamente en el centro de ella. Las serpientes en su cabeza le indican a Harry quién es desde el primer momento.

Y ahí, bajo el brillante cielo azul, está Draco Malfoy de pie, con unos pantalones simples y un suéter, mirando las flores con una pequeña sonrisa en el rostro.

Desde el fin de la guerra, Harry ha tenido tiempo para pensar claramente y entender la naturaleza de por qué está tan obsesionado con Draco, verdaderamente. Cree que Ron y Hermione lo entienden también, pero solo están esperando a que él lo entienda por sí mismo. Y de hecho ya lo ha entendido, hace un tiempo. Pero entenderlo y aceptarlo son dos cosas diferentes.

Es un fuerte golpe al pecho cada vez que se encuentra con algo como esto, esos momentos que hacen que se sonroje y que le sea difícil respirar, y mucho más difícil apartar la mirada.

Draco lo ve y se percata de que lo mira fijamente. Se gira para sonreírle de forma sarcástica.

—Puedes caminar —escupe Harry, a modo de saludo.

—Excelentes habilidades de observación, Potter. Todavía tengo mis dos piernas.

Harry se sonroja por el comentario.

—Bueno, quiero decir… Como tu mano.

—No paso el resto de los días pegado a la silla de ruedas, esperando la siguiente vez que San Potter vuelva a salvarme, ¿sabes?

Harry siente una ola de dolor con el comentario.

—No quise decir eso.

—¿Te sorprende que pueda hacerlo sin tu ayuda?

—Malfoy.

—¿O te sientes triste porque no pudiste presumir tu complejo de héroe y contarle al mundo cómo ayudaste a un ex mortífago a caminar de nuevo?

Malfoy.

Draco abre la boca para dar una nueva respuesta mordaz.

Harry lo interrumpe antes de que pueda comenzar.

—Me alegra verte de pie de nuevo.

Draco cierra la boca. Pone los ojos como platos y Harry nota, sorprendido, como Draco se aleja y las puntas de sus orejas cambian de color.

—No pienses tan poco de mí.

—No es así —dice Harry, saliendo del balcón hacia el jardín. Hay mariposas volando a su alrededor. No sabe si son reales o encantadas—. Al menos ahora no tengo que empujarte. Te estabas poniendo pesado.

Draco lo fulmina con la mirada.

—¿Estás diciendo que estoy engordando?

—Bueno, últimamente no has estado haciendo ejercicio.

Draco gira bruscamente.

—Para que lo sepas… —Y entonces sus rodillas se vencen. Harry agradece al dios que esté arriba que aún tiene los reflejos adquiridos por haber peleado en la guerra. Salta y toma a Draco por los hombros, pero pierde el equilibrio por el repentino peso adicional.

Termina tumbado sobre un arbusto de claveles, con la mitad de su cuerpo sobre el pasto, y Draco desparramado sobre su regazo.

Para su sorpresa, Draco comienza a reír.

Los pequeños bordes de las ramas se entierran dolorosamente en su piel, pero la risa de Draco es contagiosa, en especial cuando se ve tan relajado y abierto como ahora.

—Tendrás que ayudarme a levantarme, Potter. Ya no puedo sentir las piernas.

—Pero hace unos minutos estabas diciendo que podías con todo por tu cuenta…

—Sí puedo, pero ya estás aquí, bien podrías servirme de algo.

Harry lo golpea con la rodilla.

—Debería arrojarte a la fuente, Malfoy.

—Mi madre se pondría furiosa contigo.

—Le explicaré que estabas siendo un idiota.

—Potter, ¿me ayudarás a levantarme o no? Es bastante incómodo estar tan cerca de tu entrepierna.

Y Harry ríe nuevamente.

Draco está sonriendo, y el sol es brillante, tanto como su cabello. Nota más color en su rostro ahora que lo que ha notado en semanas.

Así que Harry lo ayuda y Draco sí puede caminar, pero solo se sostiene por algunos minutos, antes de que sus rodillas comiencen a doblarse. Harry lo ayuda a regresar a la silla de ruedas, rodeando su cintura con un brazo y sosteniendo su codo con la otra mano. Draco no se enoja y Harry finge que esto no es raro.


—¿Qué hay para desayunar hoy? —pregunta Harry, mientras empuja la silla de Draco por la rampa que lleva al balcón.

—¿Acaso solo puedes pensar en comida? —dice Draco exasperadamente. Hace un gesto hacia la mesa, donde dos platos han aparecido durante el paseo en el jardín. En cada uno, hay una generosa porción de tarta—. Tarta de moras.

Harry lo reconoce de inmediato, y sus ojos brillan.

—Oh, es de Molly. —Acomoda la silla de Draco en su lado de la mesa y se sienta en la que tiene enfrente.

Draco toma la servilleta sin preocupaciones y la acomoda en su regazo.

—Sí, lo mandó ayer. A mi madre le gusta.

Harry sonríe.

—¿Y qué te parece a ti?

Draco no lo mira; mantiene la vista resueltamente en la servilleta, a pesar de que ya la ha acomodado correctamente. Se aclara la garganta.

—Me gusta. Es deliciosa.

Harry no puede evitar sonreír de nuevo. Molly Weasley horneando una tarta para la familia Malfoy. Draco Malfoy diciendo que la tarta de moras de Molly Weasley es deliciosa. Percibe calidez en el pecho y la misma amenaza con brotar. Piensa que tal vez debería visitar la Madriguera al día siguiente.

—A Molly le encantará escuchar eso.


Al día siguiente, Harry llega a la Madriguera, sin avisar, y toda la casa queda en silencio por algunos segundos después de que llega por la chimenea. Ha pasado un tiempo desde que Harry los visita, a pesar de las numerosas invitaciones que le han hecho todos los miembros de la familia. Pero la Madriguera nunca está en silencio por mucho tiempo, y al unísono, brotan vítores y saludos por todos lados.

—¡Te dije que iba a venir un martes! ¡Dame cinco sickles! —grita George, y Ron mete una mano en el bolsillo del pantalón, gruñendo y a regañadientes.

Llega una ola de cabello rojizo y se encuentra con los brazos ocupados por Ginny y la mano de Arthur palmeando fuertemente su espalda.

Al final de la multitud, Molly se limpia los ojos a escondidas con el mandil, y Harry le sonríe con vergüenza.

Molly bufa, se limpia los ojos de nuevo y lo señala con una cuchara.

—Bueno, pasa, Harry. Llegas a tiempo para el almuerzo.


Ya sentados, y una vez que George le cuenta (con la boca llena de comida) sobre lo malo que es Ron para apostar, Harry le cuenta a Molly que Draco disfrutó su tarta de moras, lo suficiente como para comerlo en la cena y pedirlo para desayunar al siguiente día.

Molly seca sus ojos con el mandil nuevamente. Y de nuevo. Y luego otra vez. Hasta que Arthur se ríe y la jala para darle un abrazo, dejándola llorar en su hombro.


Agosto se acerca, y el venidero año escolar tiene a todos muy ocupados, tanto que las invitaciones para la función que sea han parado. Harry piensa que es por eso que Narcissa ha dejado de pedirle que vaya a la mansión, aun cuando le ha dicho que es bienvenido en el momento que quiera.

Sin embargo, Harry ya no logra hacerlo, porque Hermione ha vuelto y ha estado pasando mucho tiempo en la Madriguera de nuevo, haciendo reparaciones de último momento y compras en el callejón Diagon. Lo hacen utilizando encantamientos de glamour, por supuesto, y Harry se pregunta si Draco se siente lo suficientemente bien como para caminar por el callejón.

No obstante, sabe que Molly y Narcissa se mantienen en constante comunicación por correspondencia, y Molly no menciona nada fuera de lo ordinario, así que Harry no pregunta.

El 1 de septiembre está a la vuelta de la esquina.


La plataforma 9¾ está llena y a punto de reventar para cuando Harry empuja el carrito por el muro. Es tal y como Kingsley le advirtió: tanto la gente común como los paparazzi van a pelear con uñas y dientes para conseguir un vistazo de él.

Se acomoda el gorro hacia abajo para cubrir sus ojos, a pesar de que confía en que el cabello rubio trigueño y mejillas rollizas no atraerán ninguna cámara. Ni siquiera lleva sus lentes, y solo la mano de Hermione en su espalda evita que arroje su carrito a las vías del tren.

Ron, también bajo un encantamiento glamour, ya ha subido al tren antes que ellos, como lo planearon. La gente esperará que lleguen juntos en un grupo de tres, según les había explicado Hermione. Cualquier grupo de tres estudiantes sería, de forma automática, el objetivo de escrutinio, sin importar lo buenos que fueran sus encantamientos.

Hay reporteros gritando "¡Ahí!" y señalando en varias direcciones, pero nunca en la correcta. Harry ignora resueltamente a los vendedores que tratan de darles imperdibles y globos con su rostro plasmado en ellos. Ni siquiera es una foto que le favorezca.

—¡Miren, es Draco Malfoy!

Harry alza la mirada de inmediato, buscando, a pesar de que ve todo borroso. Mira hacia donde una persona está señalando y donde las demás están viendo, y entrecierra los ojos, tratando de enfocar la mirada, y se da cuenta de que lo están mirando a él.

Luego, otra persona dice:

—Nah, ese no es Malfoy. Malfoy es un tipo delgado. Haz bien tu trabajo, ¿vale?

Detrás de él, Harry escucha que alguien dice entre dientes.

—Qué bueno. En verdad no quería ver a esa mierda de mortífago hoy.

Harry casi gira con furia, pero Hermione lo agarra con fuerza del suéter, por detrás.

—Zach —dice Hermione, con la voz alterada para que suene aguda. La chica enfoca sus verdes ojos en él, con una sonrisa en los gruesos labios—. Debemos apurarnos, ¿no crees? No queremos perder el tren.

Harry gruñe, pero le permite dirigirlo.


En cuanto entran al compartimento en el que Ron los está esperando, se dejan caer sobre la banca y de inmediato retiran los encantamientos. Suspiran fuertemente al desparramarse sobre los asientos.

—Es una locura —dice Ginny, incrédula, abriendo la cortina por la orilla para mirar hacia la multitud.

—Están dementes, eso es lo que pasa —dice Ron, negando con la cabeza, con una expresión de molestia—. ¡Estaban vendiendo unas Plumas Pelirrojas! "Muestre su amor por Ron Weasley", y toda esa mierda… ¡Plumas Pelirrojas!

Apartando el cabello de su rostro, Hermione dice con seriedad:

—De hecho, las puntas son bastante cómodas de usar.

Ron la mira con una expresión de horror.

—¿Tú compraste una Pluma Pelirroja?

Hermione sonríe, con los ojos brillando.

—Pasé junto a una tienda que las vendía en el callejón Diagon. Ya sabes, para mostrar mi amor por Ron Weasley, y toda esa mierda.

Ginny estalla en carcajadas y Harry ríe con ella, al ver que el rostro de Ron se ha tornado tan rojo como su cabello. Definitivamente, es una nueva dinámica entre ellos.

Harry y Ginny habían llegado a un acuerdo mutuo, en el que no estaban listos para una relación, con ambos sufriendo por todo lo que habían perdido. Ron y Hermione habían decidido, valientemente, aceptar el reto, y Harry se había mantenido cauteloso al inicio, pensando que esto era algo más que tenía que cambiar. Pero, al final del día, ama a sus amigos y está inmensamente orgullos de ellos y de su relación. Últimamente, ha estado pensando que, tal vez, no será tan diferente entre ellos a final de cuentas.


Este año, el expreso de Hogwarts está ligeramente ocupado, tal cual predijeron.

—No creo que los padres quieran que sus hijos regresen, después de todo lo que pasó el año pasado con los Carrow —dice Ginny en voz baja, frunciendo el ceño al ver sus manos en el regazo, pues recuerda lo que pasó el año escolar anterior. Conforme el silbido del tren suena y comienza a avanzar, la chica mira a Harry con una expresión preocupada—. Además, escuché a algunas personas hablando en el callejón Diagon. Se esparció la noticia de que Malfoy también regresaría.

Harry aprieta los labios. Lo puede imaginar: a las madres cuchicheando la una con la otra, convenciéndose de no mandar a sus hijos e hijas en el expreso de Hogwarts por un ex mortífago. En realidad, no las puede culpar, pero aun así la idea arruina su humor.

—Entonces, solo somos nosotros y Malfoy —dice Ron, frunciendo el ceño—. Goyle y Nott siguen en Azkaban. Tienen condena de seis meses, ¿no?

Hermione asiente

—La sentencia de Malfoy fue reducida solo gracias a la petición de Harry.

—¿Creen que vayan a hacer los EXTASIS este año? —pregunta Ron.

Harry recuerda a Draco y cómo estaba cuando regresó de Azkaban. Solo había pasado tres meses ahí. Tres meses que fueron demasiado. No sabe lo que le pasará a Gregory Goyle y a Theodore Nott después de esos seis meses.

—No lo creo.

—Harry —dice Hermione, girándose hacia él—. Creo que deberías buscar a Malfoy.

El moreno la mira con sorpresa. Había planeado hacerlo, pero no esperaba que Hermione lo sugiriera. Durante la semana anterior, había compartido con sus amigos lo que había pasado durante su tiempo en la mansión y había comentado sobre la condición de Draco. Ron no había estado tan feliz al hablar de ello, pero con su mejor amigo, su novia (¡e incluso su propia madre!) tan involucrados en ello, pronto comenzó a hacer sus propias preguntas. Con el tiempo, lograron tener pláticas acerca de Draco sin que alguien mencionara lo grandísimo idiota que era.

—Bueno, sí planeaba hacerlo —dice Harry.

Hermione niega con la cabeza.

—Ahora. Estoy preocupada. Escuché a algunas personas hablando en la estación. No dudo que los alumnos traigan algo de esa hostilidad aquí.

Harry frunce el ceño y niega con la cabeza, sin poder creerlo, mientras se pone de pie.

—Los alumnos no deberían… —Deja de hablar, y una sensación de terror comienza a crecer en su vientre.

—Estoy con ella, colega —dice Ron con cuidado.

—Igual yo —interviene Ginny. Sus ojos brillan; es obvio que está luchando para contener el llanto—. El año pasado, Harry, Hogwarts ni siquiera era una escuela. La gente tenía autorización para hacer ciertas… cosas.

Hermione toma su mano entre las suyas.

Harry la mira, y trata de no pensar en los peores escenarios. Pasando saliva con dificultad, asiente y gira para salir.

—¿Quieres que alguno de nosotros vaya contigo? —pregunta Hermione suavemente, pero no les causa sorpresa cuando Harry niega con la cabeza.

—No. Creo que se sentirá más cómodo con menos personas. —Mira por encima de su hombro y les sonríe, para tratar de calmarlos—. ¿Para la próxima?

Hermione sonríe.

—Para la próxima.


Cabezas se asoman por las ventanas de los compartimentos y los alumnos susurran mientras pasa, pero Harry agradece que nadie lo ataca ni le pide un autógrafo. Cree que tal vez es porque sus tres meses fuera del ojo público han hecho maravillas para su imagen: el chico dorado no está interesado en codearse con la alta sociedad, solo quiere vivir en paz, inténtenlo el año que viene. Sí hay compartimentos vacíos, pero todos saben que los Slytherin suelen ocupar los vagones del final del tren. Aquí es igual: los alumnos lo miran con curiosidad, pero hay un aire de cautela a su alrededor, como si se estuvieran preguntando qué hace Harry Potter en la guarida de las serpientes.

Conforme avanza, pasa por más compartimentos vacíos. Está más silencioso. El ruido de la gente hablando se pierde en la distancia, y la disminución de alumnos este año es más obvia en esta zona.

Está casi preocupado, pensando que tal vez Draco decidió no regresar a Hogwarts después de todo, pero por fin, después de cinco filas de compartimentos vacíos, Harry lo ve.

Draco Malfoy dentro, recargado contra su asiento con un brazo sobre el alfeizar de la ventana, mirando hacia el paisaje del otro lado del vidrio. Harry nota de inmediato que está presente. Lo nota por la expresión alerta de sus ojos y la tensión de sus hombros.

Se relaja, confiado de que Draco está seguro y ha decidido volver a Hogwarts, después de todo. Golpea en la puerta, pero esa es la única cortesía que está dispuesto a ofrecer, porque abre de inmediato y se mete sin importarle.

Draco brinca en su asiento, sorprendido, y cuando gira la cabeza…

Harry pierde la calma cuando ve el cardenal amoratado en la sien del rubio.

—¿Qué te pasó en el rostro?

Draco se relaja cuando ve que solo es Harry. Frunce el ceño al oír la pregunta.

—Me tropecé.

Harry cierra la puerta más fuerte de lo que quería y fulmina al rubio con la mirada.

—No mientas —dice, apretando los labios cuando vuelve a mirar el cardenal.

Draco imita su mirada.

—No estoy mintiendo.

—Tienes un puto cardenal en el rostro, Malfoy.

—Ya . Puedo sentirlo.

—¿Qué pasó?

—Ya te lo dije, me tropecé.

—Malfoy…

Draco lleva su cuerpo hacia delante y golpea el alfeizar con el puño.

—¡Es una jodida maldición de zancadilla, Potter! ¿Qué esperabas? Que el ex mortífago regresara a Hogwarts y recibiera una ovación de pie por parte del cuerpo estudiantil, ¿acaso?

Harry se sorprende por el repentino comentario, mismo que no ayuda a calmar su molestia.

Draco chasquea la lengua, irritado consigo mismo por perder el control, y aparta la mirada. Se deja caer contra el asiento de nuevo.

Lentamente, Harry se sienta frente a él. Mira fijamente el cardenal.

—¿Quién fue?

—No te preocupes por ello —dice Draco, bufando y despreciando el comentario con un gesto de la mano—. No se vería bien que el salvador del mundo mágico esté tan preocupado por mi como para amenazar a un civil inocente.

—No voy a amenazar a nadie —dice Harry en defensa—. Solo hablaré…

Draco lo mira con una expresión exasperada.

—¿De forma amenazadora?

—De forma gentil.

Draco suspira, cansado, sobando su otra sien con la mano.

—¿Por qué te importa?

—¿No debería importarme?

—No. Ya no estamos en la mansión. Ya no tienes que seguir haciéndole favores a mi madre. Ya hiciste lo que te tocaba.

—No estoy haciendo esto por tu madre.

—¿Entonces por qué lo estás haciendo? ¿Es porque quieres que seamos amigos? —pregunta Draco, riendo de forma severa y burlona. Harry trata de detener el dolor que siente—. Es sofocante, Potter. Ve a molestar a alguien más con tu maldito complejo de héroe. Estoy seguro que hay más personas a las que les encantaría tener tu atención.

No está funcionando. Todo lo que Draco dice sigue doliendo.

Harry aparta la mirada, incapaz de ver la expresión de odio en Draco. No cuando ya se ha acostumbrado a su rostro sin ella.

—Sí, Malfoy, sí quiero que seamos amigos —dice en voz baja. Respira profundamente para calmar el dolor que siente en el pecho—. Yo… pensé que ya lo éramos. —Se levanta, listo para escapar, listo para lamer sus heridas—. Supongo que no.

Y Draco colapsa en el suelo con un ruido sordo.


Cuando Draco regresa en sí, Harry está demasiado cansado por todas las emociones que ha estado sintiendo en el día, como para explicarle por qué están sentados en el suelo del compartimento, con las piernas dobladas en posiciones extrañas (para acomodarse en el apretado espacio) y hombro con hombro.

—Bienvenido de vuelta —dice Harry—. Arreglé tu rostro.

La cabeza de Draco está peligrosamente cerca del hombro de Harry. No la mueve.

—Mi rostro no necesita arreglo. Es impecable.

—Ajá —dice Harry, con una sonrisa notándose en su voz.


Minerva McGonagall, ahora directora, les da la bienvenida a todos. Después de dar un discurso corto pero emotivo, que hace que muchos alumnos enjuguen sus lágrimas con las túnicas, la selección de casas y el festín comienzan. Las clases comienzan de nuevo, con los de octavo año siguiendo el horario de los de séptimo.

Pero muchas cosas son diferentes, incluyendo la inusualmente callada atmósfera de la escuela, causada por la reducida población y los recordatorios físicos de la guerra que había ocurrido en esos mismos pasillos hace apenas unos meses.

Algunas áreas siguen bloqueadas por reparaciones, con la promesa de que las mismas terminarán antes de Halloween.

El primes mes es el más difícil de todos: los alumnos han perdido toda reserva de esperarlos y atacarlos por todos los frentes, pidiendo fotos y autógrafos. Descubre que ni siquiera puede relajarse en la sala común, sin que alguien se siente a su lado y le pregunte cómo "destruyó al Señor Tenebroso". Hermione se ha dedicado a pasar largas horas en la biblioteca solo para poder estudiar en paz, gruñendo ocasionalmente que "la siguiente vez que alguien me perturbe en la sala común, creo que podría quitarle los labios con una maldición".

Lo peor de todo es que, aparte de la creciente molestia, ya no puede acercarse sin que lo bloquee algún embelesado fan. Sin embargo, Harry piensa que probablemente sea algo bueno. Draco nunca se retractó de lo que dijo en el expreso de Hogwarts, y sus palabras han hecho un buen trabajo en convencer a Harry de apretar los dientes e ignorar la urgencia de buscar con intención su rubio cabello y su pálida piel.

De todas formas, por la noche, con una sensación de culpa hurgando por su estómago, no puede evitar regresar a sus viejos hábitos: mirar el mapa del merodeador.


—Hmm —comenta Hermione una linda mañana del fin de semana.

—¿Hmm? —pregunta Ron, apartando la mirada del pastel de carne que había estado devorando—. ¿Qué es "hmm"?

Hermione está jugando con su pluma, con un tomo abierto al lado de su plato a medio comer. Ron y Harry han intentado, y fallado, conseguir que deje de estudiar mientras desayunan. ("¡Es demasiado temprano para que yo vea un libro, Hermione!", había rogado Ron, sin fuerza).

—Hmm —repite Hermione, señalando con su pluma hacia el otro lado de la sala.

Ron mira hacia donde está señalando, fijamente, y luego repite:

—Hmm.

Harry, que está sentado frente a ellos, y por tanto dando la espalda hacia la fuente de su curiosidad, gira por impulso.

—¿Qué están viendo? —Revisa el Gran Salón, pero no hay nada fuera de lo ordinario. Ya no es tan temprano y el Gran Salón no está tan lleno como suele estarlo durante las comidas. Los alumnos se quedan un rato platicando con sus amigos, y se oye el ruido de las voces y las risas. Gira nuevamente hacia sus amigos—. No lo veo.

Ron resopla, para enfocarse luego en su comida.

—Me sorprende. Siempre eres el primero en verlo.

Harry se sonroja lentamente cuando entiende de quién están hablando.

—No lo he… O sea, no últimamente.

Ron rueda los ojos.

—Te veo con el mapa en las noches, Harry.

—¡No lo uso para buscarlo! —dice Harry para defenderse, sonrojándose con fuerza, pero de inmediato sabe que es una patética mentira. Ron y Hermione lo ven, con las cejas alzas—. Bueno, no solo a él.

—Patrañas —dice Ron—. Será mejor que comiences a utilizarlo para buscar a Astoria Greengrass, también. Se están volviendo muy íntimos.

En verdad le está costando todo su autocontrol para no girarse en ese momento. Siente dolor en su corazón, pero ya está acostumbrado a ello, así que lo ignora tercamente.

—Bueno, eso no es asunto mío, ¿o sí?

Hermione le sonríe con simpatía.

—Supongo que no.


Harry comienza a buscar a Astoria Greengrass en el mapa del merodeador.


Se siente abatido al descubrir que, durante el curso de las siguientes semanas, su nombre y el de Draco están juntos más frecuentemente en la sala común de Slytherin.


Pero no es su asunto.

No tiene nada que ver con él.

Nada en absoluto.

Sigue viviendo su vida, estudiando para los exámenes, evitando fotografías, y riendo con sus amigos, resuelto a fingir que no le duele.


—Harry —dice Ginny, rogando, un día después de todas las festividades de Halloween. Ya es algo tarde, y el cielo tiene un tono gris. En una hora, será hora de cenar. Están sentados en una de las bancas de piedra en el patio de la torre del reloj, donde Ginny lo ha acorralado en un último esfuerzo—. Los Ravenclaw nos están acabando. Te necesitamos.

Harry le sonríe con timidez. Ya han tenido esa conversación antes, numerosas veces en la Madriguera, y piensa que Ginny lo sigue intentando solo por hacerlo.

—Lo siento, Ginny. Es solo que ya no tengo ganas de hacerlo. Solo quiero terminar el año escolar en paz.

Ginny suspira exasperadamente, cruzando los brazos como una petulante niña.

—¿No extrañas volar?

—Claro que sí —dice Harry, riendo por su reacción—. Solo no extraño la atención, ¿me explico? Además, lo están haciendo bien. Veo todos los partidos y no has dejado que nadie anote aún.

Ginny se pavonea por el halago. Luego, lo mira con los ojos entrecerrados.

—¿Acaso es por… ya sabes…?

Harry pone los ojos como platos, agita las mando y tiene la negativa en los labios de inmediato.

—¡Oh, no! No, no, no. Está bien, Gin. No te estoy evitando, si es lo que piensas. No es eso para nada.

Ginny sonríe, relajando los hombros.

—De acuerdo, qué bueno. —Luego, mira a su alrededor, sin ver a nadie más, y luego se inclina para susurrar—. Bueno, ¿acaso es por…?

—Por…

—Bueno, emm. —La chica sonríe, a modo de disculpa—. ¿Malfoy?

La expresión patitiesa de su rostro hace que la chica ría de nuevo.

—Lo lamento. Ron me ha estado contando de ello. O sea, no lo hace por malo, solo está preocupado.

Harry siente que su rostro quema. Una cosa es saber que sus amigos saben, y otra muy diferente es hablar de ello con ellos. Se ha acostumbrado a que sea un secreto a voces, algo obvio que se ignora y de lo que nadie tiene permitido hablar (1).

—Sé que se preocupa. Y no, no es por él. Creo. Es solo que estoy muy cansado, ¿sabes? Quiero que todos dejen de, no sé, dejen de tratarme como si fuera… Harry Potter.

Ginny ríe, como lo hacía antes, antes de que todo pasara, como si honestamente lo encontrara adorable. Su rostro es tan brillante como siempre, su lúcido cabello rojizo volando hacia atrás cuando se inclina y ríe con ganas. Harry piensa que podría enamorarse de ella de nuevo, si lo intentara. Piensa que podrían hacer que funcione.

—Vale, te dejaré en paz —dice con una sonrisa, y un brillo en los ojos—. Pero tal vez podrías acompañarnos en más prácticas, ¿no? ¿Meterle algunas habilidades a nuestro buscador a golpes? Es bueno, muy bueno, pero no tiene el mismo sentido para encontrar la snitch que tú tenías.

Harry le regresa la sonrisa.

—¿Por qué no juegas tú como buscadora? Ravenclaw no tendrá oportunidad contra ustedes.

Y luego, como siempre, es el primero en ver el cabello rubio.

Ginny lo mira ver por encima de su hombro, se gira y parpadea.

—Oh. Malfoy.

Al final del patio, Draco está descendiendo por los peldaños de la torre del reloj. Su palidez es más notoria de lo usual, como si aún estuviera enfermo, pero no baja la velocidad. Saluda a ambos con un gesto amable, pasando a su lado sin perder el ritmo.

—Lamento mucho interrumpirlos. Continúen.

Harry se levanta en un instante.

—Malfoy.

No sabe por qué siente como si lo acabaran de descubrir haciendo algo que no debe hacer. Siente que Draco, de algún modo, lo malinterpretó todo. Tampoco sabe por qué importa, ya que Draco y Astoria probablemente están saliendo, así que no sabe por qué siente que necesita dar explicaciones.

Draco, por supuesto, no se detiene. Entra por el puente que lleva al círculo de piedra, sin mirar hacia atrás.

Ginny lo toma de la manga. Harry la mira, sorprendido, y la chica hace un gesto con la cabeza en la dirección del rubio. Para su sorpresa, no se ve molesta por la actitud de Draco, como Harry había esperado que se sintiera. De hecho, se ve preocupada, y el moreno siente alivio y agradecimiento al mismo tiempo.

Piensa que podría enamorarse de ella de nuevo.

Pero sabe que eso no es lo que ella se merece.

Y no es lo que él quiere.


—¡Malfoy! ¡Espera!

Están en el puente, y el frio viento de noviembre los golpea y lastima sus mejillas. Draco no se detiene, pero Harry no había esperado que lo hiciera, por lo que brinca para tomar al rubio de la muñeca.

Draco se gira para encararlo, fulminándolo con la mirada, pero todavía se ve pálido y cansado y, a pesar de que está siendo un completo idiota, Harry no puede evitar estar preocupado.

—¿Qué quieres, Potter?

—Espera, Malfoy. Solo quiero hablar.

—Bueno, yo no, así que ya vete. Regresa con tu novia. Estoy seguro que te está esperando.

Harry lo mira, confundido.

—¿Ginny? Ella no es mi novia.

—Bueno, en verdad no me importa con quién decides coger. Haz lo que te venga en gana.

Harry frunce el ceño. No ha soltado a Draco de la muñeca. Hay muchas cosas que no entiende; por qué Draco se ve como si fuera a desmayarse en cualquier momento, por qué de pronto le está hablando de forma tan brusca. En una parte de su mente, la parte más recóndita, una pequeña voz le susurra que casi parece como si Draco estuviera… celoso.

—No hables de ella de esa forma —dice, tan calmado como puede, tratando de alejar la irritación que comienza a arder bajo su piel.

Draco lo mira con desdén y, de pronto, Harry siente tristeza al notar que ha pasado mucho tiempo desde que ha visto el rostro de Draco tan honesto y abierto, con sus labios formando una sonrisa, con los ojos brillando bajo el sol de la mañana. Odia que Draco esté tan resguardado. De nuevo. Como si el verano nunca hubiera pasado. Como si esos panqueques de plátano que compartieron y los paseos que dieron no existieran.

Odia que sigue aferrándose a ellos, como un idiota enamorado.

—Tú eres el que quería hablar, Potter.

Harry suelta su muñeca, negando con la cabeza. Lo mira de nuevo, molesto.

—Por Merlín, Malfoy, ¿qué mosca te picó? Solo quería preguntarte cómo estás.

—Genial. Espléndido. Vale, ¿eso es todo? —contesta el rubio, girándose, listo para irse.

—No, Malfoy…

Draco gira para encararlo de nuevo, con los ojos brillando por la rabia, y los labios formando un gesto de molestia.

—Déjame en paz. Ya, ve a cogerte a Weasley, si estás tan desesperado por un acostón…

Harry golpea el barandal con el puño. El ruido del metal retumba en el valle, y el puente tiembla con la fuerza de su puño. Escucha cómo la sangre sube a sus oídos y comienza a marearse por la ira, ira hacia Draco por ser tan idiota, y hacia sí mismo por seguir sintiéndose tan afectado por él.

Draco tiene una expresión de sorpresa en el rostro, como si no hubiera esperado que Harry se enojara tanto, pero a Harry ya no le importa. Si Draco quiere ser un imbécil, que así sea.

Tensa la mandíbula y se aleja, antes de poder hacer algo de lo que pueda arrepentirse después.

—Ni siquiera sé por qué sigo intentándolo. Ya me harté, Malfoy. Espero que seas feliz.

Y se va, pisando con fuerza por el puente y de vuelta al patio, con las manos temblando y el corazón latiendo furiosamente en su pecho.

Detrás de él, no ve a Draco caer al suelo, enterrar el rostro en las manos, y murmurar con una risa triste y temblorosa:

—Maldición, Potter. ¿Por qué no solo me diste un puñetazo?


II

Draco flota de un estado de consciencia a otro. Un minuto está ahí, mirando el piso de madera del puente, sabiendo que lo está haciendo, que su cuerpo lo está haciendo, que sus ojos lo están haciendo, y al siguiente momento está en una neblina, como si alguien más estuviera mirando el piso y él estuviera viendo a través de los ojos de ese tercero. Después, todo se vuelve oscuro, y no sabe cuánto tiempo pasa hasta la siguiente vez que vuelve a ver el piso. Ahora, está más oscuro afuera, y una parte de su mente registra que ya es de noche.

Hay una grieta en la madera, y una pequeña araña, tan pequeña que le sorprende que el aire no se la ha llevado, cruza por ella. Se pregunta si él también puede cruzar por ahí.

¿Qué le dijo a Potter? Potter estaba enojado. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vio a Potter tan enojado. No le gusta. Nunca le gustó. Pero lo podía soportar entonces, hacía años, así que, ¿por qué le duele tanto ahora?

Estaban hablando de algo. De una chica. La chica de Potter. Oh, Weasley.

Su visión comienza a reducirse en los bordes.

Supone que será agradable. Harán a la familia más feliz de la vida.

Le duele.

¿Qué le dijo a Potter?


Está oscuro. Más oscuro que Azkaban.

Al menos Azkaban tenía la luz de la luna que atravesaba los barrotes.

Pero esto es más oscuro, como boca de lobo, pues toda la luz es bloqueada por las copas de los árboles. Escucha los murmullos de las hojas, más que poder verlas, y escucha el incesante zumbido de los insectos. Algo encima de él aúlla y Draco se pregunta si es real o si solo está en su cabeza.

Necesita irse. Sabe que tiene que hacerlo. Siempre lo sabe. Pero sin Potter, se ha vuelto cada vez más difícil salir de su propia cabeza. Pensó que ya se estaba volviendo bueno para ello.

Pero no, solo está empeorando, y Potter está enojado, y extraña la mansión, el jardín, los desayunos y a Potter.

Escucha otro aullido que suena y hace eco a su alrededor, y no sabe hacia dónde se dirige. Cree que está caminando, pero no está seguro. Pero está oscuro aquí, y Potter no está cerca.


Draco despierta sintiendo el olor a sudor, tarta de melaza y jabón recién usado. Alguien lo está cargando en la espalda, y sabe de inmediato quién es. Tiene la nariz enterrada en el cabello de Potter y no está seguro de si esto es real, pero siente ganas de llorar. Cree que ya lo está haciendo.

Potter se detiene y Draco se da cuenta de que siguen afuera del castillo. Sigue oscuro, y solo la luna y la luz de las torres iluminan sus pasos. El viento sigue frío y sus túnicas siguen moviéndose por el aire. Potter lo está cargando, y probablemente está pesado, pero el agarre que tiene Potter en sus muslos es firme.

Potter dice:

—Lo siento. No quise decir lo que dije. —Draco está teniendo dificultades para concentrarse. No entiende lo que Potter está diciendo—. No voy a dejar de molestarte, Malfoy. Deja te intentar deshacerte de mí.

Suelta una risa antes de poder evitarlo. Estúpido Potter. Estúpido y molesto Potter que no sabe cuándo rendirse. El infeliz quiere salvar a todos, incluso a aquellos que no lo merecen.

—Estoy loco, Potter.

—Eres insufrible, eso es lo que eres.

Hay diversión en la voz de Potter, y Draco lo extrañaba: el sonido de su voz cuando está feliz. Desearía no extrañarlo.

Potter comienza a caminar de nuevo y Draco cruza los brazos, los enreda alrededor de los hombros del otro para evitar caerse. Entierra la nariz en el cuello de Potter, se permite sentir la calidez de su piel y se permite este minuto de debilidad y egoísmo porque, se promete, esta será la última vez.

Quiere besar a Potter en el cuello.

En lugar de ello, dice:

—Bájame.

Potter gira la cabeza y lo mira por el rabillo del ojo.

—¿Puedes caminar?

—Sí.

Potter se arrodilla y suelta sus piernas, lo deja pisar el suelo por su cuenta y enderezarse. De inmediato, Potter está a su lado y lo mira con preocupación.

—¿Estás bien?

No. Su visión se apaga de nuevo y siente como si su cabeza estuviera a punto de estallar.

—Sí, bien.

—Parece como si estuvieras a punto de vomitar.

—Debe ser tu imaginación.

Potter rueda los ojos y lo toma del brazo, poniéndolo sobre sus hombros. De nuevo están muy juntos, lo que le viene bien, porque sus rodillas se doblan.

La mano de Potter va hacia su cintura de inmediato.

—Por Merlín, Malfoy. Puedes pedir ayuda, ¿sabes? —dice entre dientes.

La visión de Draco se aclara, solo un poco, y trata de estirar las piernas una vez más.

La voz de Potter se oye cerca de su oído, suave.

—Puedes pedirme ayuda a mí.

Y Draco, en su delirio, contesta de igual forma.

—Lo sé.

Porque lo sabe.


Los pasillos del castillo están en silencio cuando pasan por ellos. Ya se han ido los alumnos, y el único ruido es el eco de sus pasos y sus respiraciones. Draco pasa el viaje tratando tanto de enfocarse en mantenerse despierto que le toma un tiempo darse cuenta de que ya están frente a una pared de piedra muy familiar.

Ríe, sin poder creerlo.

—Potter, ¿cómo sabes el camino hacia la sala común de Slytherin?

Potter le sonríe.

—Secreto profesional. —Señala la pared con la barbilla—. Te lo diré cuando entremos. ¿Puedes pararte ahora?

Sí puede. No cree poder hacerlo por mucho tiempo, pero que lo parta un rayo si iba a seguir aferrado a Potter para siempre.

—¿Entremos?

Potter sonríe con más fuerza, y Draco maldice a su corazón por sentir lo que sea que está sintiendo. Debe ser la náusea.

Potter revisa en sus bolsillos, saca la varita de uno y una pequeña pieza de tela del otro. Con un movimiento rápido, la pieza de tela se transforma en una capa enorme, brillante como el cielo nocturno. La arroja sobre sí mismo y Draco trata de no mirar fija y tontamente hacia el punto donde había estado Potter.

Por supuesto que Potter tenía una capa de invisibilidad.

—Pequeño infeliz.

Una risa suena por los calabozos.

—¿Cuál es la contraseña?


Potter está en los calabozos de Slytherin.

Potter está en su cuarto.

Vale, ya ha tenido a Potter en su cuarto antes, pero no… en Slytherin.

La conmoción y completa ridiculez de la situación hace que Draco camine directo a su cama y se recueste, para descansar su dolida cabeza. Hay muchos huecos en su memoria, y tratar de encontrarle sentido a todo lo que los llevó hasta este punto no le estaba haciendo favores.

Hay un ruido de una cama moviéndose, y Draco puede imaginarse que Potter se ha instalado sin miramientos en la otra cama, la más cercana.

La que había sido de Goyle.

Draco suspira, se frota el rostro con la mano y la deja ahí.

—¿Cómo supiste que estaba en el Bosque Prohibido?

La voz de Potter se oye avergonzada.

—Tengo un mapa que me dice dónde están todos en el castillo.

Draco resopla, incrédulo.

—Vaya que tienes muchas cosas, ¿no? —Se quita las botas y, sin importarle lo lodosa que este su túnica, sube los pies a la cama y se acomoda para poder ver a Potter, mientras mantiene la cabeza recostada. Ya luego limpiará con un Fregotego.

—Sí, bueno, uno no vence a Voldemort con las manos vacías.

Potter está apoyado sobre sus antebrazos, manteniendo los pies en sus propias botas sucias, plantados en el suelo.

—¿Te estás regodeando?

Potter rueda los ojos. Draco nota un brillo en sus ojos, como una promesa de algo divertido.

—No, Malfoy. —Se levanta, cruza la habitación y se sienta en el espacio libre arriba de la cabeza del rubio. Busca de nuevo en sus bolsillos y saca un viejo trozo de pergamino doblado, mismo que poner en la cama, frente a su rostro—. Vamos, tócalo aquí con tu varita y di: "Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas".

Ignorando intencionalmente la distancia entre él y Potter (o la completa falta de la misma) Draco mira el pergamino con recelo.

—¿Estás jugando conmigo?

—No, no estoy jugando. Estás siendo difícil a propósito, ¿verdad?

Aun sospechando, Draco saca su varita del bolsillo. Es una nueva, comprada en un rápido viaje a la tienda de Ollivander, el último día de agosto. El mismo día que Kingsley le mandó una lechuza informándole que la restricción sobre su magia había sido retirada. Se había sentido nervioso y avergonzado al volver a ver al anciano, después de lo que los mortífagos le hicieron en los calabozos de su mansión, pero Garrick Ollivander lo había mirado, había desaparecido entre los estantes de cajas, y había regresado con una varita y absolución.

"Veinticinco centímetros, madera de serbal y cabello de unicornio, joven Draco Malfoy. No importa cuán oscuro sea el camino, el valor está en tu persistencia para encontrar la luz" (2).

No es la misma que su varita anterior, claro, pero no sabe dónde está esa (¿Con Potter? ¿En el ministerio?) y tiene demasiado miedo como para preguntar.

Conteniendo la respiración, Draco toca el pergamino con su varita y dice:

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas. — El pergamino se desdobla y la tinta comienza a moverse desde el centro, hacia los lados y las esquinas, para formar…—. Hogwarts —dice, sin aliento. Se acomoda sobre un codo, con los ojos como platos. Mira a Potter, sin poder contener su sorpresa.

Potter le responde con una sonrisa. Toca la esquina inferior derecho, el dormitorio de Slytherin, justo donde sus nombres están uno al lado del otro.

En definitiva, es raro. Ver sus nombres juntos. No se ven bien juntos, de cualquier modo.

—No estuviste en la cena —dice Potter, continuando su conversación—. Revisé el mapa y no te vi por ningún lado. —Draco mira el área indicada como Gran Salón. Está vacío, como es de esperarse. No sabe qué hora es, pero tal vez ya haya pasado el toque de queda. Piensa en lo absurdo que es que Potter esté cenando, que note que no está en el salón, y que se haya distraído revisando su ridículo mapa, solo para buscarlo.

Parpadea y trata de no sentirse feliz por ello.

—Otras personas le llamarían acoso a esto —comenta.

Potter se sonroja.

—Cállate, estaba preocupado.

Vaya que está feliz. Maldito Potter.

—¿Preocupado de que el pequeño Draco se hubiera vuelto demente y se hubiera arrojado al Gran Lago?

—Sí, Malfoy, ¿es tan extraño que me preocupe por ti? Ahora deja de intentar hacerme enojar, estoy tratando de tener una conversación civil.

Draco se aclara la garganta ruidosamente. Espera que la oscuridad esté haciendo su trabajo cubriendo su sonrojado rostro.

—De acuerdo, entonces, no me viste en el mapa, ¿y asumiste que estaba en el bosque?

—Bueno, es uno de los lugares que no se ve en el mapa, así que me guie por una corazonada.

Draco lo mira, incrédulo.

—¿Fuiste al Bosque Prohibido por una corazonada?

Potter se encoge de hombros.

—No es la primera vez que voy al bosque. Y no conseguiste llegar muy lejos.

No es él el loco, Potter es el desquiciado. Piensa en todas las cosas que podrían haber pasado, todas las formas en las que ese día habría terminado horriblemente mal.

—Por Merlín, Potter, ¿estás tratando de decirme que casi hice que el salvador del mundo mágico fuera destrozado por lobos porque fue lo suficientemente estúpido como para ir detrás de un ex mortífago, por una corazonada?

Potter frunce el ceño nuevamente.

—Deja de decirme así. Deja de llamarte así a ti mismo.

—Ambos son verdad, Potter. No te pongas tan sensible por ello.

—Entonces, —dice Potter, interrumpiéndolo, porque es probable que, si siguen hablando de ello, van a discutir de nuevo—, así fue como te encontré.

Draco solo bufa como respuesta. Niega con la cabeza, aun incrédulo, pero el movimiento le recuerda que aún tiene dolor de cabeza, por lo que se acomoda de nuevo sobre el colchón. Todo es ridículo, eso es lo que es.

Potter ahí, siendo tan entrometido con él y su vida, y él disfrutándolo. Disfrutando la atención de Potter, su tiempo, su preocupación, y todas esas malditas sonrisas que le muestra cuando Draco dice algo particularmente divertido.

Quiere que Potter se detenga. No se lo merece.

La marca tenebrosa quema en su antebrazo, ardiente y pesada, bajo su manga. Cubre sus ojos y suelta el aliento lentamente. Agradece a las estrellas y a aquel poder supremo que existe en el cielo que nada le haya pasado a ninguno de los dos hoy, pero no cree poder perdonarse a sí mismo si algo le hubiera pasaba a Potter, solo porque fue lo suficientemente loco para irse a caminar sin sentido (cuando no se supone que debe hacer eso) y porque fue lo suficientemente estúpido para enamorarse del moreno.

—Para la próxima, no lo hagas. Mi vida no vale que arriesgues la tuya.

Hay una pausa, una que dura lo suficiente como para que las lágrimas comiencen a llenar sus ojos, antes de que Potter murmure:

—Eso me toca decidirlo a mí.

Draco ríe, sin energía.

—No puedes salvar a todos, todo el tiempo.

—Lo sé. Pero quería salvarte a ti.


—Se volvió más fácil, entre más lo hacía —dice Draco un poco más tarde, explicándole a Potter.

Sigue recostado de forma vertical en la cama, de lado, viendo los listones de nombres deslizarse sobre el mapa. Potter no regresó a la otra cama, y se ha acomodado para estar acostado de forma horizontal, justo debajo de las almohadas. Su muslo estaba encima de la cabeza de Draco.

El rubio acababa de limpiar sus ropas y su cama con magia, incapaz de aguantar la suciedad, cuando Potter le preguntó si sabía que era el Bosque Prohibido por donde estaba caminando, lo que se volvió en la conversación que están teniendo ahora.

—Siempre he sido bueno para la Oclumancia. Mi tía decía que tenía un talento natural para ello. —Cierra los ojos, sonriendo con tristeza al recordar a Bellatrix Lestrange y sus sesiones nocturnas de entrenamiento en Oclumancia, para prepararlo para su misión. Abre los ojos de nuevo, pues no está dispuesto a repasar los detalles—. Crecer tratando de cumplir con las expectativas de mi padre, de ser ambicioso y… cruel, supongo, me ayudó para poder, en las palabras de mi tía, vaciarme de emociones.

Los recuerdos que tiene ahora son de otro tipo, recuerdos que consisten en pisos de piedra, barrotes de metal, una sensación de frio que penetraba hasta sus huesos, y la decisión que tomó para evitarlo.

—Eso evitó que cediera al terror que los dementores querían hacerme sentir. Pero, entre más lo hacía, más fácil se volvía, y se volvía más difícil regresar.

Mira el mapa nuevamente, en los calabozos, y luego se enfoca en el listón que dice "Harry Potter".

—Recuerdas el estado en el que estaba cuando salí de aquel lugar, ¿no?

La cama se mueve, y Draco puede imaginar a Potter asintiendo.

—Pero al final mejoró, ¿no es así? —comenta Potter—. Se volvió menos frecuente las últimas veces que fui a la mansión.

—Mm —dice Draco, como réplica—. Mi madre dice que podría tener una recaída.

—¿Por qué?

Draco recuerda los días de verano en la mansión. Recuerda la felicidad que sintió, la terrible falta de familiaridad en ella después de todos esos meses: después de que le dieran la Marca, su misión, y el terror paralizante el pensar en lo que el Señor Tenebroso podría hacerle a su familia, si acaso fallaba. Y luego recuerda pensar, en ese entonces, que el mundo no es un lugar tan malo al cual debe despertar, si despierta con panqueques de plátano y ojos verdes y brillantes.

Luego, recuerda las semanas que siguieron.

Potter con sus amigos, siempre a la distancia, siempre en el otro lado del salón. Sus ojos verdes mirando hacia otro lado.

Draco sabe por qué. Pero no va a decirle a Potter eso.

—No tengo idea, Potter.


—Debería irme — dice Potter, enderezándose con un suspiro—. Ron se preocupará.

Draco asiente en silencio, porque no va a hacer algo estúpido como pedirle a Potter que se quede. La palpitación de su cabeza ha parado, hasta sentirse como un latido débil, así que intenta enderezarse de nuevo.

Potter se está arreglando la túnica lo más cuidadosamente que puede, antes de tomar su varita, golpear el mapa y decir "Travesura realizada".

La tinta desaparece en un segundo y el papel se dobla por sí mismo. Potter se lo guarda junto con la varita. Cruza el cuarto para tomar su capa de invisibilidad, sobre la cama de Goyle, y luego se detiene. Gira para ver a Draco, con el ceño fruncido por la preocupación.

—¿Estás bien, Malfoy?

Draco no sabe cómo responder a eso, pero asiente de todas formas. Sí lo estará.

Potter no se ve convencido, pero asiente de vuelta y camina hacia la puerta. Abre la capa, y luego suspira. Voltea hacia el rubio, abre la boca para decir algo, pero luego decide no hacerlo. Cierra la boca de nuevo. En su lugar, sonríe ligeramente.

—Nos vemos mañana, entonces.

Las palabras abandonan sus labios antes de que pueda detenerlas.

—Vuelve.

Potter se ve sorprendido.

Draco ya se odia a sí mismo. No se supone que debe hacer eso…

—Mañana. Quiero decir, vuelve mañana. —Su corazón late fuertemente en su pecho, y pasa saliva, tratando de calmar su voz—. Ya que tienes esa capa tuya.

Y no sabe qué es lo que dijo, pero Potter está sonriendo, y por Dios, odia lo mucho que extraña esa sonrisa. Su cabeza le sigue doliendo, pero se encuentra a sí mismo regresando el gesto.

—De acuerdo. Después de la cena.

Potter se va, y Draco piensa: No. No, no, no, no, no.


III

Durante el desayuno del siguiente día, Harry regresa a buscar sin vergüenza la cabeza rubia. Se siente aliviado al ver a Draco en la mesa de Slytherin, con un buen aspecto y platicando con algunos chicos de séptimo. Está tan absorto que no se da cuenta de la chica detrás de él, no hasta que Ron le da un codazo bastante fuerte en el estómago.

—¡Oof! —exclama, y al mismo tiempo, la chica comenta en un tono plano.

—¿Harry? —El moreno se olvida por completo de fulminar a Ron con la mirada y gira con sorpresa. Una chica alta y con cabello castaño que le llega hasta la cintura, en suaves rulos, lo mira con nerviosismo. A su alrededor, la gente cercana empieza a susurrar, mirándolos con el alma en vilo, y preguntándose por qué una Slytherin le hablaría a Harry Potter—. Hola, soy Astoria.

Harry lo sabe. Fulmina con la mirada a los Ravenclaw de cuarto año en la otra mesa, susurrando algo más ruidosamente. Con un suspiro, se gira hacia Astoria.

—Hola, Astoria. Eres la hermana de Daphne.

Astoria se relaja, sabiendo que no tiene que presentarse después de todo.

—Sí. —Mira hacia el plato de Harry, ya vacío—. Si no te molesta, ¿puedo hablar contigo?

Mira hacia Ron, a su lado, quien se encoge de hombros antes de regresar a su desayuno, y luego a Hermione frente a él, quien le sonríe a Astoria para saludarla y luego le hace un gesto al moreno para que vaya a la puerta.

—Ve. Te apartaremos un lugar en la clase del profesor Slughorn.

Harry le sonríe, agradecido. Se levanta y hace un gesto hacia la puerta. Hay demasiada gente mirándolos aquí. Lo odia.

—¿Te molesta si damos un paseo?


Harry ya sabe de qué van a hablar. Caminan hacia la entrada del patio, pero aún hay alumnos paseando, matando el tiempo antes de su primera clase, así que caminan hacia el cobertizo.

Astoria comienza sin preámbulo.

—Draco me contó acerca de lo que sucedió anoche.

Harry no sabe qué sentir al saber que Draco y Astoria son lo suficientemente cercanos para que ella lo llame por su nombre de pila, y para que él le contara ya sobre lo sucedido la noche anterior.

—Vale.

Astoria sonríe al oír una respuesta tan cuidadosa, y comienza a explicar.

—Quiero decir, yo he tratado de ayudarlo. Nos conocemos desde que somos niños, ¿sabes? Nuestras madres se visitaban mucho. Narcissa me contó lo que le pasó en… —En este momento, frunce el ceño, bajando la mirada hacia sus manos. Con una mirada triste en el rostro, se gira hacia Harry—. Me pidió que le ayudara, pero últimamente, creo que se ha puesto peor. Y no puedo estar ahí para él todo el tiempo. En especial, durante las clases…

Harry recuerda que Astoria está en sexto año.

Le hace sentido ahora, entonces, todo el tiempo que ella y Draco han estado pasando juntos. Hay una parte de él que está herida, de algún modo, porque Narcissa no le había pedido que lo hiciera. Trata desesperadamente de acabar con esos sentimientos, porque es claro que no habría podido ayudarlo, aun cuando Narcissa lo quisiera. A pesar de que él y Draco están en el mismo año, siguen estando en diferentes casas, con diferentes horarios de clases, y no es como que puedan comer juntos o pasar el tiempo juntos después del toque de queda.

Y se supone que debe estar feliz porque Draco tenga más personas con quien hablar y que puedan cuidarlo. Y en verdad lo está. Es solo que se siente un poco… celoso.

Ya están a la mitad del claro, y el cobertizo se ve al horizonte. Las nubes pueblan el cielo, flotando gentilmente con el viento. La luz del sol se filtra a través de los huecos entre ellas, bañando todo con una especie de brillo mágico, como un sueño.

Mira a Astoria, mira sus ojos grandes y grises, sus largas pestañas, y la forma en la que su cabello se riza contra sus altos pómulos. No por primera vez, piensa, Wow, es muy bonita.

Astoria se detiene abruptamente, se gira para encararlo y le dice:

—Pero me contó acerca de lo que hiciste por él.

Harry frunce el ceño, confundido.

—¿Lo que hice?

Astoria asiente.

—El cómo lo ayudaste durante el verano. —Sus mejillas se tiñen de rosa, y niega con la cabeza—. Lo siento, no estábamos chismeando o algo por el estilo…

Harry se apresura a calmarla.

—Oh, no, no pensé en ello.

Nuevamente, es notorio que Astoria se relaja. Harry se pregunta cuán nerviosa estaba antes de acercarse a él.

—De hecho, no quería contarme nada al principio. Yo fui la que insistió. Le hace bien, ¿sabes? Le gusta hablar de ti. —En ese momento, sonríe con una expresión triste. Harry la mira fíjate, sin saber qué pensar de sus palabras y su expresión—. Lo mantiene despierto. Quiero decir, despierto, despierto.

—Yo… no entiendo a lo que quieres llegar, Astoria.

—Ayúdalo. Por favor.

Y entonces entiende todo. El por qué la triste sonrisa de Astoria le parece tan familiar.

Es porque la ha visto en sí mismo.

Sin poder evitarlo, exclama:

—Te gusta Malfoy, ¿verdad?

En cuanto las palabras abandonan su boca, se arrepiente, porque es inapropiado, insensible, y Hermione y Ginny van a matarlo cuando se enteren.

Pero Astoria solo ríe al ver su obvio horror, y aunque sus mejillas están sonrojadas por la vergüenza, la tristeza de su rostro ya no está.

—¿Es tan obvio? —Deja salir una pequeña risa, sin poder contenerse—. Pero está bien. Sé que a él ya le gusta alguien más.

Esta vez, Harry consigue detener el "¿Quién?" antes de que abandone sus labios. Cree que la sorpresa de enterarse que a Draco le gusta alguien más ayuda. Ni siquiera sabe por qué le sigue doliendo, porque hasta hace un minuto, había pensado que ese alguien más era Astoria…

Astoria, que se ha quedado callada y lo está mirando como si estuviera tratando de entender algo.

—Eres muy amable, Harry. Estaba lista para que no quisieras hablar conmigo.

Harry frunce el ceño.

—¿Por qué haría eso? —pregunta, incrédulo, pero ya conoce la respuesta.

—Porque soy una Slytherin.

—No hiciste nada malo —dice el chico con firmeza. Piensa en Draco, en Narcissa, y en Severus Snape—. Los Slytherins son algunas de las personas más valientes que conozco.

Finalmente, sonríe de nuevo, esta vez de forma real y genuina. La sonrisa llega hasta sus ojos.

—Eres amable —dice de nuevo—. Creo que ahora entiendo a Draco un poco más.


Esa noche, cuando ya han terminado de cenar y los alumnos han regresado a sus salas comunes, Harry repasa en su baúl, buscando el mapa y la capa de invisibilidad.

Ron le arroja algo a la cabeza.

—¡Oye! —exclama Harry, fulminándolo con la mirada. Toma el objeto y se sorprende al ver que es una rana de chocolate, acomodada en su brillante caja.

Ron le arroja algo de nuevo.

Gracias a sus reflejos de buscador, logra atraparlo con facilidad, y lo mira sorprendido. Es otra rana de chocolate.

Ron aparta la mirada, con las orejas rojas y dice entre dientes:

—Dale la otra a Malfoy. Merlín sabe que necesita más grasa bajo esas túnicas suyas.

Harry le sonríe de oreja a oreja.


Draco salta y se levanta de la cama cuando entra, y Harry recuerda que, oh, cierto, es invisible. Se quita la capa y le sonríe tímidamente, a modo de saludo.

Draco lo mira en silencio.

—Pensé que no ibas a venir.

Harry deja la capa en la otra cama y mete la mano en su bolsillo.

—Me dijiste que viniera.

—Ya sé. Pero no tenías que hacerlo…

—Quise hacerlo. Ten, atrapa. —Lanza la rana de chocolate y no le sorprende cuando Draco la atrapa con facilidad. Sonríe—. Ron me dijo que te la diera.

Draco mira, confundido, la rana.

—¿Para qué?

—Pues para que te la comas, claro. —Harry resiste la necesidad de rodar los ojos. Comienza a pensar que la actitud bravucona de Draco es solo una farsa para ocultar lo tímido que es. Tímido y Draco Malfoy. Esas son palabras que no van juntas—. También conseguí un poco de tarta de melaza en la cocina.

—¿Hiciste qué?

Toma una bola miniatura de tela de su bolsillo, la pone con cuidado en el escritorio del rubio y la regresa a su tamaño original con un encantamiento. Deshace el nudo de la tela y, de inmediato, un olor a limón llena el cuarto.

—Tarta de melaza. Es mi favorita —dice, buscando en sus bolsillos nuevamente. Saca dos tenedores y le ofrece uno a Draco—. Aunque creo que ya lo sabías.

Draco mira con sospecha el tenedor, pero lo toma a final de cuentas.

—Es muy difícil no verlo.

—Traje extra para ti.

—¿Extra? Te robaste una tarta completa.

—Robar es una palabra muy fuerte.

Draco niega con la cabeza, incrédulo. Aún sigue viendo a Harry y la tarta, como si fuera a saltar encima de él.

—Tú y tu gusto por lo dulce me causarán la muerte algún día, Potter.

Harry sonríe. Extrañaba esto: las conversaciones ligeras y a broma. Jala la silla de Draco y se sienta cómodamente. Le gusta hablar de ti, le había dicho Astoria. Mira la tarta de melaza, y piensa que es momento para una historia.

—De niño, nunca tuve cosas dulces para comer. Lo más que podía conseguir eran las moronas de pastel de chocolate que limpiaba del plato de mi primo al lavarlos. Tal vez eso explique por qué soy tan glotón ahora.

Funciona. La sospecha sigue en el rostro de Draco, como si se preguntara por qué Harry habla tanto de pronto, pero se ve mezclada con una repentina curiosidad.

—¿Por eso sientes la necesidad de enterrar la cara en ranas de chocolate después de cada comida?

—Exacto. Ya me estás entendiendo.

—Eso también explica por qué todo lo que usabas te quedaba muy grande cuando íbamos en primer año.

Harry bufa, tomando un trozo de tarta con el tenedor.

—Alguien a quien las prendas le quedan muy grandes ahora no tiene permitido creerse tanto. —Lleva el trozo de tarta hacia la boca de Draco, esperando que se alejara. Para su sorpresa, el rubio agarra el tenedor, lo limpia y se lo regresa.

Harry ni siquiera se molesta en ocultar su sonrisa.

Draco rueda los ojos y se sienta en el borde de la cama. Acerca el plato hacia sí.

—Entonces, distraerme con historias tristes de tu infancia es una treta para engordarme, ¿no es así?

—Comer porciones adecuadas a intervalos regulares durante el día no te va a engordar. Pero espero que las historias de la infancia estén funcionando.

—De hecho. Cuéntame más acerca de ese primo tuyo.


Y es justo como antes. Tiempo juntos en compañía y conversación sencilla. Se vuelve una rutina nocturna. Harry se mete a escondidas después de la cena, escapando de su habitación antes de la medianoche. Draco le pide que regrese, cada vez, que en realidad no tiene mucho sentido porque Harry va a seguir regresando. Piensa que a Draco le gusta sentir la seguridad de que regresará.

Para entonces, ya se ha apoderado de la cama de Goyle, denominándola suya. Está tan desordenada como su cama en la torre de Gryffindor, con las sábanas arrugadas y las almohadas desacomodadas. A veces, olvida algunas de sus cosas, una pluma por aquí y una tarjeta de Merlín, de las que encuentra en las ranas de chocolate, por allá, y esas son las cosas que ocupan la cama cuando no está.

Durante el verano habían sido desayunos. Ahora, eran comidas por la noche.

Toma lo que puede de las cocinas: panecillos, pasteles de carne, sándwiches. Sus amigos han sido un gran apoyo, también. Ron sigue proveyendo ranas de chocolate, Ginny le da algunas grageas de todos los sabores de vez en cuando, y Hermione le da una lista de tareas semanales, porque "apoyo por completo lo que sea que te haga feliz, Harry, pero espero que ustedes dos no se estén olvidando de sus tareas, ¿verdad?"

Piensa que debería sentirse avergonzado de que sus amigos sepan sobre lo que está pasando entre él y Draco. O que sepan que nada está pasando, pero al fin y al cabo lo ayudan. Y se siente avergonzado, pero también muy, muy agradecido.

Draco acepta las ranas de chocolate cada vez, e incluso prueba algunas grageas. Mira la lista de Hermione, y nunca falla en hacer comentarios totalmente innecesarios:

—¿Todavía no has terminado tu ensayo de Pociones? Potter, yo lo terminé hace días.

Las comidas de noche funcionan. Draco ya no se ve como un cadáver macilento. Astoria le cuenta, con una alegre sonrisa, cuando pasa a su lado por el corredor, que Draco ha estado teniendo buen apetito en el Gran Comedor últimamente. Personalmente, Harry piensa que Draco se comienza a volver demasiado adicto a las ranas.

Hablan de las clases, de sus lecciones, y el chisme ocasional.

(—¿Qué es eso que escuché, acerca de ti y Astoria haciéndolo en el cobertizo?

Oh por Dios, Malfoy, ¡yo no hice nada!

Eso no es lo que los Hufflepuffs dijeron.

Yo… nosotros… ¡solo estábamos hablando!

Relájate, solo bromeo. Si en verdad le hubieras hecho algo, ya te hubiera maldecido. Es como una hermana para mí.

Bueno, tú no eres como un hermano mayor para ella, quiso decir Harry, pero se sentía tan feliz, tan desvergonzadamente feliz por escuchar que ella no le gustaba de esa manera.)

A veces, Harry habla de sí mismo.

Fue incómodo al principio. No está acostumbrado a hablar de sí mismo. Pero Draco es un buen oyente, pone toda su atención y hace gestos en los momentos correctos. Hace preguntas, pero nunca demasiadas. No indaga, pero Harry le cuenta de todas formas, porque le gusta la forma en la que Draco se ve cuando es curioso y está interesado en la historia.

Y a vece, Draco habla de sí mismo, y a veces son historias lindas de su infancia, de su familia, sus amigos. A veces no son tan lindas, y más de una vez Draco terminó perdiéndose en su mente por unos minutos.

Pero esos momentos son los que Harry más ansía tener, porque se siente honrado por la confianza que deposita el rubio en él.


Draco le cuenta acerca de Goyle una vez.

Harry le cuenta la historia de los merodeadores. (En esa llora al contarle. Habla y habla, hasta que se da cuenta de que está llorando y su voz ya no sale. No logra terminar de contarla, pero Draco ya conoce el final).


Durante la última noche de noviembre, Harry está recostado sobre su cama; había dejado de ser "la cama de Goyle" por un rato. Estaba mirando las cortinas verdes, adornando el dosel. Comienza a gustarle el color. Le gusta mucho más junto a la piel pálida.

—Algo que me dijo Astoria me molesta. Dijo que pensaba que yo no querría hablar con ella, solo porque es de Slytherin —comienza, recordando esa conversación en particular.

Draco alza la mirada de su libro de texto e inclina la cabeza por el cambio de tema tan repentino. El también esta recostado sobre su cama, boca abajo, en su uniforme regular habiendo arrojado la túnica sobre su silla. Tiene el cabello desarreglado por rodar tanto sobre el colchón, y Harry ha estado tratando de no mirar, no mirarlo fijamente.

—No somos del agrado de muchos, Potter. Sabes eso mejor que nadie.

Harry sonríe con ironía, recordando el disgusto que solía tener por quien fuera que portara el color verde. Luego, recuerda a Draco en la mansión, Narcissa en el bosque, y a Snape en la Casa de los Gritos.

—Sí, pero ahora entiendo mejor las cosas, y no todo es tan simple como blanco y negro. —Mira de reojo a Draco—. Yo sigo vivo gracias a muchos Slytherins, ¿sabes?

Draco sonríe ligeramente, como si le divirtiera que Harry siguiera poniéndolos en un pedestal.

—Es necesario que exista un villano en la historia. Y para eso estamos nosotros —murmura, bajando la mirada hacia su brazo cubierto—. Así es como funciona el balance.

Harry sigue los ojos del rubio. Deja salir un suspiro.

—El sombrero seleccionador quería ponerme en Slytherin.

De inmediato, Draco alza la cabeza. Lo mira, sin poder creerlo.

—¿Qué?

Harry le sonríe.

—Le dije que no quería que me pusiera aquí.

—¿Puedes elegir?

—Bueno, son nuestras elecciones las que nos hacen ser quienes somos.

—No pretendas ser sabio, Potter. No te sienta bien. —Harry ríe a carcajadas. Draco niega con la cabeza—. No puedo imaginarte en Slytherin.

—¿En serio? Habríamos sido compañeros de cuarto.

—Sí, de hecho.

—Tal vez no habríamos sobrevivido el primer año. Eras un idiota insufrible en ese entonces.

—Yo... —comienza Draco, pero se detiene—. ¿Y ya no lo soy?

Harry escucha la pregunta escondida y le sonríe.

—Menos…

Las mejillas de Draco se tornan rosas. Se levanta, toma su túnica y la desdobla.

—Pruébate mi ropa. —Es una orden, no una petición, y Harry se levanta con ansias. Si es honesto consigo mismo, le gusta la idea que se prueben la ropa del otro. Se quita su túnica y se pone la que le ofrece el rubio lentamente. Huele a Draco. A crema de manos y menta.

Pasa saliva lentamente, y alza la mirada para comentar que están un poco apretadas, pero Draco lo está mirando fijamente, atónico y sin habla.

Harry siente que su rostro comienza a calentarse.

—Se te ve… bien.

—Cuidado, Malfoy. Podría pensar que me estás dando un cumplido. —Está coqueteando y lo sabe, pero Draco parece darse cuenta de lo que acaba de decir y sus mejillas se enrojecen más, por lo que Harry no puede resistirse. Toma su propia túnica, cruza el cuarto, toma a Draco del hombro para girarlo, y no puede evitar sonreír cuando Draco simplemente deja que lo haga—. Pruébate la mía.

Draco hace un gesto de disgusto.

—No puedo imaginarme en Gryffindor —dice, pero levanta los brazos, dándole oportunidad a Harry para ponerle las mangas.

—Yo tampoco.

—Y tampoco puedo imaginarte en Slytherin.

—¿En serio? Soy bastante astuto. —Y gira a Draco de nuevo, completamente consciente de que Draco puede ponerse la túnica por su cuenta, pero el rubio se lo permite, así que Harry aprovecha lo que puede conseguir.

—Astuto es la última palabra con la que pensaría describirte.

Harry se acerca, lo más que puede, para cerrar la prenda. Se siente un poco culpable por el motivo real por el que lo hace.

—No tienes idea, Malfoy. —Por fin da un paso atrás, mira su trabajo y ríe—. El rojo no te queda para nada.

Draco lo mira con desagrado.

—Es un color estridente —dice, caminando hacia el espejo en su armario para mirarse. Frunce la nariz y suspira. Mira a Harry por el espejo, lo estudia de pies a cabeza, y murmura pensativamente: —El verde te queda bien. Combina con tus ojos.

Harry le sonríe.

—¿Ves? Habría sido un excelente Slytherin.

—No perteneces aquí —replica Draco, rodando los ojos—. Eres demasiado bueno. Tenemos una reputación que mantener.

—Hmm, es cierto. Y Snape no habría sabido si quitarme puntos de la casa o darme más.

Mira a Draco reír, deja que la calidez y felicidad del momento los llene, y permite que la sensación lo lleve a la siguiente historia.

La historia de Severus Snape.


IV

Draco no sabe cuándo dejó de intentar hacer que Potter lo dejara en paz.

Se da cuenta que ha dejado de hacerlo un día durante el almuerzo, cuando una lechuza desconocida deja caer una carta inocua en su regazo. No es la primera vez que recibe correo de odio, así que no se sorprende cuando la abre y ve una línea:

Deja en paz a Harry Potter

Lo que lo sorprende es su reacción, su convicción, y piensa para sí con fuerza. No, no quiero hacerlo.

Mira hacia el otro lado de la sala, hacia la mesa de Gryffindor, donde Potter está sentado, riendo por algún chiste sin sentido que Weasley había dicho. Se ve feliz, rodeado de sus amigos, sin el peso de algún Señor Tenebroso sobre los hombros.

Y luego Potter alza la mirada, lo mira a los ojos, y le lanza la más encantadora de las sonrisas, y Draco piensa, sintiendo cómo su corazón cae hacia su estómago y estrujando la nota en la mano.

No. No me quiten esto.


Se vuelve frecuente. Diario, incluso. Desde que llegó a Hogwarts, le había pedido a la directora que bloqueara los vociferadores, pero si la gente le manda lechuzas bajo el disfraz de sobres inocentes, eso definitivamente sería más difícil de detener.

En lugar de ello, Draco deja de leerlas en el Gran Comedor. Se las guarda, como sucios secretos, y las lee por la noche, antes de que Potter venga. Le duele, por supuesto, y al inicio, las había leído con la intención de encontrar de quién provenían, pero al final, entiende que las ha estado leyendo como un acto de penitencia.

Pero durante una noche abre una carta con una maldición punzante oculta, y el dolor de las pústulas en su muñeca hace que se pregunte.

¿Por qué estoy haciendo esto?

En ese momento Potter entra, se tambalea al llegar y se lo encuentra en su cama, con el desastre de cartas abiertas y esparcidas a su alrededor. El rubio está sosteniendo su muñeca y recuerda lo que Potter le había dicho: Puedes pedir ayuda, ¿sabes?

Potter frunce el ceño al entrar, obviamente viendo la escena y tratando de entender qué está pasando. Mira cómo se está sosteniendo la muñeca, cubierta por la manga de su túnica.

—¿Qué sucede?

Y Draco había esperado que decirlo se sintiera como estar acusando, o como estar rindiéndose, pero cuando lo hace, descubre que está solo muy, muy aliviado de finalmente poder compartir lo que sea con este hombre.

—He estado recibiendo cartas.

—Oh —comenta Potter con curiosidad, quitándose la túnica y arrojándola a su cama sin preámbulos, como si viviera ahí.

A Draco le gusta.

Potter mira las cartas, pero todas están dobladas, por lo que Draco le da la más cercana, la primera.

La forma en la que el rostro de Potter se oscurece al ver los mensajes hace que sienta tibio adentro. Suena jodido, pero le gusta saber que puede afectar a Potter de esa manera.

El moreno desdobla otra carta, y luego otra, y otra, hasta que ha terminado de verlas todas, y arruga la última con el puño, con una mueca de disgusto. La arroja al bote de basura y fulmina con la mirada al resto de misivas en la cama.

—¿Hace cuánto que esto ha estado sucediendo? —exige saber.

Draco comienza a reunir las cartas y acomodarlas en una pila ordenada.

—Una semana, tal vez más…

—¿Por qué no me dijiste? —Potter está enojado, y Draco quiere que deje de fruncir el ceño con un beso.

Es difícil cuando Potter es lo suficientemente dulce como para enojarse por él. Draco cierra los ojos e inhala profundamente, antes de hacer algo estúpido como confesar.

Cuando abre los ojos, mira directo a los ojos de Harry y dice:

—Te lo estoy diciendo ahora.

Y sabe, por la forma en que los tensos hombros de Potter se relajan lentamente junto con el ceño fruncido, que Potter entiende la confianza y humildad que le está otorgando en ese singular acto de contarle.

—Dame eso —dice Potter entre dientes, y le quita las cartas de la mano. Regresa su atención a la túnica en la otra cama y las mete en un bolsillo, con un gruñido—. Se las daré a la profesora McGonagall. ¿Las has leído todas?

—Sí.

—Deja de hacerlo —dice Potter con un suspiro, presionando su sien—. ¿Por qué las sigues abriendo?

Draco sonríe ligeramente por la frustrada imagen que ofrece Potter.

—Pensé que me convencería.

—¿De qué?

—De dejarte en paz.

Potter gira la cabeza para verlo, asombrado y dolido por su admisión.

—¿Por qué harías…?

Y Draco lo interrumpe, porque está listo para esto, ha estado listo con estas palabras por mucho tiempo, y solo necesita intentarlo, una última vez.

—No soy alguien de quien debas ser amigo, Potter.

—Malfoy —dice Potter, como una advertencia—. Estás comenzando con esa mierda de nuevo.

—No es mierda —afirma Draco. Puede sentir sus emociones surgiendo de nuevo: la vergüenza, la culpa, y la necesidad de escapar de todo; está causando que su visión se nuble. Respira profundamente y se obliga a mantenerse aquí—. Es… La gente va a hablar, ¿sabes? Esta no va a ser la última vez, y en realidad no hay nada más que puedan decir sobre mí que no haya sido dicho ya, pero tú… Tú vas a recibir lo peor de todo. Harry Potter siendo amigo de un ex mortífago, alguien que está un poco loco…

Una mano se cierra alrededor de sus dedos y los aprieta con fuerza y firmeza. Draco se obliga a regresar; pelea contra la cómoda oscuridad en su cabeza, hacia la calmante y excitante realidad de una mano sosteniendo la suya.

Cuando regresa por completo, Potter está sentado en su cama, aun sosteniendo su mano, y mirándolo fijamente.

—No me importa qué Harry Potter está imaginando la gente —murmura Potter—. Este Harry Potter quiere ser amigo de un ex mortífago, alguien que está un poco loco.

Draco ríe y le sonríe débilmente.

—Por Salazar, Potter, no tenías que estar de acuerdo con la parte de loco.

Potter le regresa la sonrisa.

—Son tus palabras, no las mías. Y mira, ya lo superaste, ¿no es así?

Y así es. No sabe si es porque es la primera vez que consiguió evitar caer en el abismo que su mente hizo, o si es por el orgullo que ve en los ojos de Potter cuando lo mira, o si es porque Potter quiere quedarse con él, pero empieza a sentir que sus ojos se ponen tibios.

—Si —dice, con la voz temblorosa—. Gracias.

Potter no lo ha soltado de la mano.

—Bueno, entonces, ¿ya te convencieron?

Draco está teniendo problemas para concentrarse.

—¿Qué?

—¿Las cartas te convencieron de que me dejes en paz?

Y Potter está demasiado cerca, demasiado próximo, y una traidora esperanza comienza a subir por su vientre y termina expandiéndose en su pecho por la cercanía del otro chico, sus palabras, la forma en la que lo está mirando.

—No.

—Me da gusto. —Se nota una pequeña arruga en la comisura de los ojos de Potter cuando sonríe, y Draco la odia, tanto como odia la forma en la que el pulgar de Potter está trazando círculos lentamente sobre su palma. Se nota un rubor rosado en las mejillas de Potter, y eso también lo odia—. Yo, bueno, supongo que es un buen momento para decirte que no tengo exactamente intenciones inocentes al, emm, ser amigo tuyo.

Y es como un golpe al pecho. Draco ríe, aturdido y sin poder respirar, e inclina la cabeza, tratando de evitar que el mar de llanto brote.

—Detente. Detente —dice, con la voz temblando—. No puedes decirlo primero.

El pulgar se detiene. Hay confusión en la voz de Potter.

—¿Qué?

Draco toma la mano de Potter de nuevo. Se siente bien, la mano de Potter con la suya.

—Dame un momento —dice, y es casi una súplica. No quiere que su primer beso sepa a lágrimas. Respira profundamente, temblando, y reúne valentía—. Dame un momento y luego te besaré.

El otro jadea. Y luego, responde acusadoramente:

—No puedes decir eso y esperar que espere un momento.

Y Draco ríe de nuevo, con gusto y calidez, y se limpia los ojos con la otra mano, la que fue lastimada por la maldición, y le sigue doliendo, pero lo que siente no se compara en nada con tener esto al fin, por fin.

—Maldición, Potter, en verdad no tienes paciencia.

Se olvida de la vacilación y jala a Potter hacia él para besarlo.


Querido Harry,

Considérame sorprendida al ver la fotografía de ti y de mi hijo en un callejón en Hogsmeade.

Te estoy escribiendo para evitarte el sufrimiento de preguntarte mis opiniones al respecto.

Me encantaría que nos acompañaras para las festividades.

Con amor,

Narcissa

Fin


Notas de traductor:

(1) En esta parte se utiliza la expresión "the elephant in the room", que literalmente se traduce como "el elefante en la habitación". Hace referencia a algo tan evidente pero que todos ignoran; me gustó esto que pone la Wikipedia en español: "Se basa en la idea de que sería imposible pasar por alto la presencia de un elefante en una habitación; entonces, las personas en la habitación que fingen que el elefante no está ahí han elegido evitar lidiar con el enorme problema que implica." Según pude investigar, no es común usar esta expresión en español, y no tenemos una equivalente, hasta donde pude hallar.

(2) El serbal, también llamado azarollo, es un árbol de tamaño mediano, perteneciente a la familia de las rosáceas. Se distribuye por toda Europa, de Islandia a Rusia y por la península ibérica. Es tolerante al frío y se puede encontrar en altitudes elevadas (según la Wikipedia). Además, dice la Wikia de Harry Potter en inglés que esta madera es notoria por su "disociación" con la magia oscura: Ollivander no recuerda haber vendido una varita de serbal a algún mago que se haya vuelto malo, por lo que asocia esta madera a magos de corazón puro. Por último, Ollivander dice que aquellos magos que fueron elegidos por varitas de serbal tienden a ser compatibles con aquellos magos escogidos por varitas de saúco (O sea, Ollivander shippea el Drarry en esta historia (?))


Notas finales:

Espero les haya gustado tanto como a mí cuando la leí y luego cuando la volví a leer antes de comenzar a traducir… Y luego una tercera vez ya que la traduje… Y la cuarta vez para dizque betear

Adigium21