Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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And

then

we

kiss…

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—Creo que estoy borracha —dijo Akane Tendo, alzando la voz para que sus amigas la escucharan por encima del estruendo de la música de la discoteca.

Sayuri se rio y Yuka le dijo:

—No puede ser, solo te tomaste una cerveza.

Pues eso era mucho más de lo que había tomado en toda su vida, pensó Akane. Suspiró y miró a las parejas que se amontonaban en la pista de baile y las que reían y conversaban a su alrededor. No sabía por qué se había dejado convencer para salir a beber con sus amigas. Bah, sí que lo sabía, estaba brindando en silencio por el fin, ¡si Kamisama era bueno!, de su soltería.

De nuevo, se preguntó qué dirían Yuka y Sayuri si les confesara que le había pedido a Kasumi que le organizara un omiai. Para ser honesta, la idea de un «matrimonio concertado» le había sonado muy mal cuando era una jovencita. En la secundaria aborrecía a los chicos, que solo pensaban en una cosa, y se juró nunca casarse. Pero, ahora, casi llegando a los treinta años y después de varios fracasos amorosos, estaba casi desesperada. Anhelaba ser amada, anhelaba a alguien esperándola en casa luego de un duro día de trabajo, anhelaba ser abrazada y consolada cuando lo necesitara y, ¡claro está!, anhelaba un poco de sexo de vez en cuando.

Oh, definitivamente estaba borracha para pensar de esa manera.

Pero, ¿qué diantres? Lo deseaba, con una pasión que la desbordaba y la intimidaba, hasta el punto de que temía que cada noche del resto de su vida fuera tan solitaria como la anterior. Así que decidirse por el omiai y dejarlo todo en manos de su sensata hermana mayor fue la salida más fácil, y la mejor decisión que había tomado en su vida. El día preciso se acercaba y la embargaba la emoción, pero también algo parecido al miedo. Muy parecido al miedo.

¿Y si todo salía mal? ¿Y si nadie la elegía a ella?

¿Y si el hombre indicado no existía?

Suspiró y tomó otro sorbo de cerveza para ahogar esa vocecita en su interior.

—Akane, ese hombre no deja de mirarte —dijo Yuka.

—¿Qué?

Yuka se lo señaló con disimulo y Akane aguzó la mirada. No, definitivamente él no la miraba, en ese instante había desviado los ojos, nada interesado.

—No lo creo.

—Sí —aseguró Yuka—. Sé de lo que hablo. Le gustas.

—Es bastante guapo —intervino Sayuri, acercándose—. Tiene los ojos azules.

Akane se preguntó cómo Sayuri podía ver el color de sus ojos en esa semipenumbra.

—¿Por qué no lo invitas a bailar? —preguntó Yuka alzando una ceja.

—¡Estás loca! Yo no hago esas cosas.

—¿Qué tal si haces algo que nunca harías?, solo por una vez —insistió Sayuri.

«Si ellas supieran», pensó Akane. Ya había hecho algo completamente osado, algo que jamás creyó que haría; pero, por alguna razón, no estaba preparada para contárselo a sus amigas.

—Vamos —dijo Yuka al ver que el hombre de los ojos azules se movía hacia la pista.

Tomó a Akane del brazo y la arrastró para bailar. Se movieron las tres juntas con el ritmo de la música y Akane se dejó llevar. Estaban pasando su canción favorita. Los ritmos cambiantes y las risas de sus amigas la envolvieron y de pronto, estaba segura de que por obra de Yuka, estaba cerca de aquel hombre desconocido.

Sayuri tenía razón, él tenía los ojos azules, lo supo porque las luces se detuvieron apenas un momento cuando comenzó otra canción. Ella se quedó quieta mirándolo, y él hizo lo mismo. Akane tuvo una sensación curiosa, como mariposas revoloteándole en el vientre. Era el alcohol corriendo por sus venas, estaba segura.

Entonces él la tomó de la cintura y ella le echó los brazos al cuello, porque así lo pedía la música que bailaban en ese instante, o eso se dijo Akane. A ella le gustó la extraña trenza que él usaba, y la manera en que ella parecía encajar entre sus brazos. ¿Cuánto tiempo hacía, se preguntó, que no bailaba con un completo desconocido?

El beso no fue inesperado, pero sí devastador. Akane gimió contra los labios de ese hombre, arrastrada por una pasión desconocida y punzante. Sus lenguas se entrelazaron en una lucha de voluntades y todo se disolvió poco a poco, la discoteca, la música ensordecedora y las luces de colores que titilaban detrás de sus párpados cerrados. Todo se convirtió en nada, y la nada solo la ocupó él, con el sabor a sake de su boca y el calor de sus manos en su cintura.

Se separaron a regañadientes, solo porque necesitaban respirar. Akane creyó que estaba a punto de desmayarse. Estaba segura de que aquello era cosa del alcohol porque nunca, en sus veintinueve años de vida, se había sentido de esa manera.

Los dos habían dejado de bailar y se miraban como atontados. Los ojos de él se veían completamente negros a causa de las luces cambiantes.

—Yo… yo… —murmuró ella.

Necesitaba explicarle que ella no era esa clase de chica, las que entablaban relación con un desconocido en una discoteca. Necesitaba, por alguna razón realmente necesitaba, que él supiera que ella era centrada y tenía el sueño de casarse, de formar una familia, de ser amada y deseada por alguien toda la vida, de ser adorada solamente por unas manos y besada por unos únicos labios. Se sabía cursi y tonta, y quería explicárselo, para que él no se hiciera la idea equivocada.

Pero no fue capaz de resistirse a la urgencia de su cuerpo y al atontamiento que provocaba el alcohol en su cerebro, o quizás no podía resistirse a lo que solo él le provocaba. Cuando él estiró la mano no dudó en tomarla y en seguirlo fuera del local. El aire de la noche les refrescó el rostro y Akane se mordió los labios, preguntándose si no estaba cometiendo una locura. Él podría ser un asesino en serie, o algo peor.

Aunque, de inmediato, descartó esos tontos pensamientos. Estaba segura de que alguien que le hacía sentir esas cosas maravillosas no podía ser malo.

¿Qué tal si, por esta vez, haces algo que nunca harías?

Eso había dicho Sayuri, y Akane estaba a punto de cumplirlo al pie de la letra.

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Se besaron en el pasillo del hotel y tardaron un par de minutos en abrir la puerta de la habitación, entre risitas tontas y caricias cada vez más osadas. Él volvió a cubrirla con sus labios al entrar y Akane escuchó el portazo que los alejaba del mundo y de la sensatez en aquella plácida habitación. Se dejó llevar y pronto sintió la cama de estilo occidental detrás de las rodillas, donde cayeron los dos perdiendo el equilibrio. Akane soltó una risita que le sonó realmente tonta. Él la protegió envolviéndola en sus brazos y también se echó a reír.

Después se quedaron en silencio y él se incorporó un poco para mirarle el rostro. Akane entendió de pronto, al enfocar sus ojos azules, que no estaba tan borracha; se le había despejado la cabeza y presentía que a él también, porque dijo de pronto, con tremenda seriedad:

—Ranma… Mi nombre es Ranma.

Ella sonrió. «Qué nombre original», pensó, tan raro como la trenza que usaba y los extraños ojos azules que tenía.

—Yo soy Akane —replicó ella.

Estaba medio abrazada a él, encima de la cama. Con él, que era un completo desconocido, pero no se sentía extraña o cohibida, de alguna manera estaba relajada y feliz, anticipando cada una de las cosas que pasarían. Sonrió.

—Akane —repitió él, con un brillo especial en la mirada. Cada una de las sílabas de su nombre pronunciadas por él le provocaron un extraño cosquilleo en los brazos y el vientre—. Akane, te ves linda cuando sonríes.

Ella se sonrojó, demasiado estupefacta para decir algo. Era el cumplido más dulce y raro que le habían hecho nunca.

—Yo…

—Escucha, Akane —continuó él, separándose otro poco—, creo que estoy borracho…

—Yo también —mintió ella, que ya estaba completamente alerta, pero había encontrado liberador escudarse en la borrachera para actuar como nunca lo había hecho.

—Si no quieres que pase nada…

La decepción la taladró dolorosamente. De pronto, separarse del calor y el aroma de él la entristeció más que una despedida desgarradora.

—Yo quiero —aseguró—. Yo quiero que pase.

Lo había dicho, y no se arrepentía de ninguna de sus palabras, y tampoco se arrepintió después. Rodeó a Ranma por el cuello y lo atrajo hacia ella para besarlo de nuevo y él no se resistió, colaboró encantado y desató toda su pasión. Le desabotonó la blusa y le quitó la falda, lamiendo su cuerpo desde el inicio de las molestas bragas, sobre la piel de gallina del vientre, hasta la sensibilidad del cuello, donde latía un pulso desbocado.

Akane le sacó la camisa y palpó los músculos de sus hombros y sus brazos, pasando las yemas de los dedos por el estómago plano y marcado. Se dio cuenta de que él hacía ejercicio con regularidad, y se sintió de pronto un poco avergonzada de su cuerpo delgaducho y de haber dejado de practicar artes marciales.

—Hermosa —murmuró él.

Y Akane ya no pensó y se relajó, disfrutando de sus caricias y de la manera frenética en que él le quitaba la ropa interior y la besaba y lamía en los lugares precisos. Era como si él quisiera devorarla por completo hasta saciarse de ella, solo que no parecía saciarse en absoluto. Se movía sobre ella, tentándola con la dureza de su erección, pero alejándose en cuanto ella elevaba las caderas, enloquecida. Estaba a punto de llorar de frustración.

—Hermosa —repitió él soltando el aliento.

—Por favor… —rogó ella en un tono que la avergonzó.

¿Qué tenía él que la hacía comportarse así?

Ranma se alejó otro poco para terminar de quitarse los pantalones y Akane se incorporó sobre los codos para no perder detalle. Se mordió los labios al contemplar su masculinidad sin tapujos, aunque él la cubrió de nuevo con su cuerpo demasiado pronto. Quería ver más, quería tocar más.

—Akane… —susurró él, un murmullo cargado de pasión, mientras le separaba los muslos y se detenía en la entrada de su cuerpo con un último resquicio de cordura.

—Sí… Sí, Ranma —dijo ella alzando la pelvis y rodeándole el cuello con los brazos.

Estaba húmeda y caliente, excitada de una manera casi animal, y así pensó que él la tomaría, así fantaseó que lo haría. Pero él fue increíblemente lento y delicado, como si se contuviera a propósito para saborear cada segundo y hacerlo eterno. La penetró de a poco y Akane soltó un jadeo de sorpresa y placer mientras él se quedaba quieto y sus cuerpos se ajustaban y se fundían el uno en el otro.

No era su primera vez, pero así le pareció, tan increíble y diferente era con él. Entonces, Ranma se movió, atrás y de nuevo adelante, y volvió a quedarse quieto. Akane soltó el aliento. Era enloquecedor. Le acarició la espalda y borró las gotitas de sudor que se le habían formado entre los poderosos músculos. De pronto se dio cuenta de que todo su cuerpo estaba en tensión, contenido, como el de un animal al acecho.

—¿Ranma? —llamó ella tentativamente. ¿Qué le ocurría?

Él volvió a moverse lentamente y soltó una maldición. Descansó la frente en el hombro femenino.

—No podré contenerme —avisó en un murmullo que a ella le pareció enfurruñado.

Akane podría haberse echado a reír de puro placer. Qué extraño, nunca se había reído durante el sexo.

—Entonces no te contengas —le susurró en la oreja, sintiéndose osada y sexy, apartándole los mechones húmedos de la frente.

—No quiero que termine nunca —dijo él en un suspiro.

Estaba segura de que eran los restos del sake que hablaban por él, pero a Akane la atravesaron distintas emociones al mismo tiempo, ternura, excitación y algo que rozaba el amor. Pero era imposible que se hubiera enamorado, aunque él fuera único y fascinante, diferente a cualquier hombre que hubiera conocido antes.

Lo rodeó otra vez con los brazos y alzó las piernas para enlazarlas en sus caderas, provocándole a él un gruñido de placer hondo y desinhibido. Entonces Ranma ya no se contuvo, se movió salvajemente con ella, marcando un ritmo acelerado y estrechándola contra su cuerpo. Akane cerró los ojos y comprendió que estaba tan excitada que el orgasmo sería rápido, lo que le hizo fruncir los labios en un mohín de disgusto. El clímax la sacudió pocos momentos después, poderoso e intenso, mientras Ranma se convulsionaba sobre ella sin aliento.

Akane parpadeó despacio, algo somnolienta, mientras él rodaba a un lado y se dejaba caer de espaldas sobre las mantas, que ni siquiera habían apartado. Estaba sudada y arropada por el sopor, pero quería mucho más. Había deseado ver los ojos de Ranma mientras la poseía y se dejaba llevar por el placer, ¿habría cambiado su tono de azul?, ¿se habrían vuelto más oscuros o más brillantes?

Estaba medio dormida cuando sintió la mano de él, grande, caliente y un poco áspera, sobre el hueso de su cadera, atrayéndola hacia su cuerpo y robándole un beso largo y húmedo. Lo dejó hacer cuando la colocó encima, sin dejar de besarla. A ella le encantó quedar a horcajadas, atrapándolo entre sus muslos, y notando que él volvía a estar excitado.

—Oh —suspiró.

Ranma volvió a besarla y Akane comprendió que la noche recién empezaba.

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Akane se alisó el kimono y tomó aire deteniéndose a un par de pasos de la puerta del dojo. Casi llegaba tarde al omiai. Se había despertado plácidamente en el cuarto de hotel, desnuda, pero cubierta por las mantas. Ranma se había ido, pero su aroma seguía entre las sábanas y sobre ella, como recordándole que no había sido un sueño, que había conocido a un hombre increíble y diferente, que la había saciado y estrechado en sus brazos después de hacerle el amor, y le había susurrado cosas que no comprendió mientras se quedaba dormida. Pero ese hombre se le había escapado entre los dedos, ni siquiera sabía su apellido o dónde vivía y probablemente nunca volverían a cruzarse de nuevo.

Entristecida y sola en aquella habitación de hotel, estuvo a punto de llamar a su hermana para cancelar el omiai, porque sabía que era inútil intentar encontrar un marido después de lo que había vivido. Sabía que ningún hombre le haría sentir lo que Ranma le había hecho sentir, y que ningún beso la contentaría nunca si no eran los suyos. Pero Kasumi estaba demasiado emocionada y no quería arruinarle los planes, y también sabía que debía darse una oportunidad. Jamás vería a Ranma de nuevo, pero eso no significaba que no pudiera intentar ser feliz.

«¿Acaso lo conseguirás algún día?», se preguntó, con un tono que le pareció demasiado deprimente y oscuro.

Suspiró de nuevo desalentada y se pasó una mano por su corto cabello. Se lo había peinado lo mejor que podía, también se había maquillado un poco para cubrir las ojeras y darles color a sus labios empalidecidos. Le dolía la cabeza a causa del alcohol de la noche anterior y las mejillas se le teñían de rubor al recordar los detalles de su encuentro con Ranma, pero intentó mantener la compostura. Abrió la puerta y entró.

Kasumi la recibió con la misma sonrisa de siempre.

—Llegas justo a tiempo, hermanita —dijo.

Le rodeó los hombros con un brazo y aprovechó para susurrarle muy bajito mientras la conducía a la sala.

—Ellos ya están aquí.

Los nervios obligaron a Akane a detenerse.

—Kasumi, no estoy segura de que pueda…

—Oh, querida, no te preocupes. —Su sonrisa era cálida, pero no dejaba espacio a réplica.

Kasumi se adelantó y deslizó la puerta de a poco.

—Pasa, por favor —le dijo.

Akane se quedó congelada en su sitio. Porque allí, sentado a la mesita baja con las piernas cruzadas y vistiendo un kimono formal, estaba Ranma. La observaba con el rostro serio, el ceño ligeramente fruncido y los ojos más azules y brillantes que le había visto nunca.

—¿Ranma? —Akane no pudo evitar sonreír.

Pero él no respondió, separó los labios como si fuera a hablar, pero en lugar de eso se sonrojó súbitamente y bajó la mirada. A Akane le pareció de lo más tierno.

—¿Se conocen? —inquirió Kasumi encantada—. Qué maravillosa casualidad.

Akane asintió dando un paso hacia adelante, directa a sentarse frente a Ranma, pero Kasumi le puso una mano en el hombro para detenerla. En ese momento se dio cuenta de que había otro hombre en la habitación, sentado junto a Ranma y usando las mismas prendas tradicionales, era joven y sonreía con timidez, dejando ver sus pronunciados colmillos.

Ranma se puso de pie de pronto y Akane fue consciente de nuevo, con un escalofrío, de lo alto y apuesto que era.

—Este es Ryoga Hibiki… mi primo —presentó al otro haciendo una profunda reverencia.

Entonces, Akane lo entendió.

«El destino tiene un sentido del humor muy retorcido», se dijo. Porque el hombre que su hermana había elegido presentarle como prospecto de marido era ese tal Ryoga Hibiki, no Ranma.

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¿Tenía que ser precisamente ella?, se preguntó Ranma.

Mierda. Mil veces, mierda.

Intentó concentrarse en sus manos empuñadas sobre sus piernas dobladas, pero era inútil. Una y otra vez alzaba la vista y la buscaba a ella con los ojos, y ella estaba mirándolo en ese momento y justo en ese instante rehuía su mirada, y él también apartaba los ojos, avergonzado y sintiéndose un idiota.

Ella se veía tan hermosa, tan arreglada y perfecta. Recordó el tacto de su cuerpo desnudo bajo las sábanas y las palmas de las manos le ardieron. Tenía grabado a fuego en su mente los ruiditos que ella hacía mientras la alcanzaba el placer, y en el paladar todavía sentía el sabor de sus besos.

¡Estúpido Ryoga que lo había metido en ese embrollo! Su primo era un idiota romántico y soñador, demasiado enamoradizo como para estar mucho tiempo con una misma novia. Pero un día llegó con la idea de que quería casarse. Ranma, por supuesto, no albergó ninguna esperanza, y compadeció a la futura novia. Entonces, Ryoga le había contado el plan del omiai, y le rogó que, ya que sus padres habían fallecido, lo acompañara él como representante de su familia. Ranma jamás creyó que Ryoga llegaría tan lejos, estaba seguro de que se olvidaría pronto de esa idea descabellada y volvería a enamorarse de la primera chica que fuera amable con él, como pasaba siempre.

Pero Ryoga era persistente con aquella fantasía y la noche anterior lo había persuadido, a él y a otros amigos, para ir a celebrar una «despedida de soltero», porque estaba convencido de que se casaría con la mujer que conociera en el omiai del día siguiente.

Solo que esa mujer era Akane. Y él no permitiría que se casara con Akane.

El arrebato de posesión que lo embargó llegó a asustarlo. Pero tenía que ser honesto, sentía algo por ella, por más tonto que pudiera parecer, y aunque solo fuera lujuria o deseo. Sin embargo, era demasiado tarde. ¿Qué iba a decirle a su primo?

«Ryoga, lo siento, pero le hice el amor a tu futura esposa, y no fue hace tiempo, fue ayer mismo. Y no puedo permitir que te cases con ella. Akane es mía».

Akane es mía.

Qué estupidez. Por supuesto, Akane no era suya, solo habían compartido una noche de pasión, nada más. Una que deseó que se repitiera, pero que sabía que estaba destinada a no durar más que eso: una sola noche. Por eso intentó aprovechar ese tiempo juntos, viviendo cada segundo de cada hora al máximo. No era algo que acostumbrara hacer, no era el tipo de hombre que estaba cada día con una mujer distinta. Pero con ella todo fue diferente, y se había entregado de una manera que jamás soñó. Tal vez, justamente, porque nunca imaginó que iba a volver a verla.

¿Le habría pasado lo mismo a Akane?

La miró en ese instante. Sus ojos del color del chocolate lo observaban atónitos, con un deje de tristeza que estuvo a punto de desestabilizarlo.

Akane…

El parloteo incesante de Kasumi Tendo le llenó los oídos hasta un punto insoportable. Entonces se puso de pie. Ya nada le importaba, solo salir de allí. ¿Y si Akane no sentía absolutamente nada y para ella la noche anterior no significó gran cosa? ¿Y si estaba dispuesta a seguir adelante con el matrimonio? No podría soportarlo. No podría aguantar verla casada con su primo, tendría que irse de Japón para siempre y no volver.

—Discúlpenme —dijo con una reverencia, y salió del cuarto.

Un dolor agudo lo traspasó al dejar a Akane en aquella habitación, junto a su primo. Vaya, era un idiota.

Y resultó ser igual de enamoradizo que el tonto de Ryoga.

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«De acuerdo, si ella me sigue, entonces quizás también sienta algo», se dijo Ranma de pie en el genkan. Se había quedado allí como un pasmarote y habían pasado por lo menos dos minutos. Se imaginaba que ella iría tras él, impulsada por la pasión o, al menos, la curiosidad, y se decía que, si Akane salía del cuarto tras él, entonces él podría suponer que a ella no le interesaba tener nada con Ryoga. Y que sí le interesaba tener algo con él.

Pero Akane no había salido tras él. Ni siquiera le llegaban voces desde la habitación donde se habían reunido.

Mierda.

Resignado, se puso las zōri y abrió la puerta. El aire de primavera le dio en el rostro y le desordenó el flequillo. Las nubes se habían agolpado sobre el cielo y seguro llovería. Perfecto, lo que le faltaba. Siempre había odiado la lluvia.

Estaba a punto de llegar al portón de entrada cuando la primera gota le mojó el hombro del kimono y la voz de Akane le cortó la respiración.

—¡Ranma!

El corazón comenzó a latirle como loco mientras se daba la vuelta. Ella intentaba llegar hasta él en los pasitos cortos que le permitía su kimono. Tenía las mejillas sonrosadas y el cabello un poco revuelto. El pelo corto se le veía bonito, ¿se lo había dicho la noche anterior?

Sonrió lentamente.

Anduvo en apenas un par de pasos el espacio que los separaba, la tomó de la cintura y la besó. Ella alzó el rostro y cerró los ojos, entreabriendo los labios para recibirlo.

Y comenzó a llover con fuerza, pero ninguno de los dos se dio cuenta.

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FIN

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Nota de autora: ¡Muchas gracias por leer! Quise escribir esta pequeña historia como un regalo a mis seguidores en Facebook (pueden encontrarme ahí como Romy de Torres). Muchas gracias por apoyarme siempre, leerme y dejarme tan lindos comentarios, les agradezco de corazón y me hace muy feliz que les guste lo que hago, tanto como me gusta a mí escribirlo.

Por supuesto, también es un regalo para todos mis lectores y seguidores aquí y en Wattpad, gracias por su cariño constante.

El título de esta historia viene de una canción de Britney Spears. And Then We Kiss se lanzó como un remix, la versión original nunca fue oficial, pero se filtró años después, y es la que los fans de Britney solemos preferir. Esa era la que escuchaba mientras terminaba de escribir esta historia, y la agregué a la lista de reproducción que tengo en Youtube con toda la música que inspiró mis fanfics, pueden buscarme por allí como Randuril.

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Algunos términos en japonés:

Omiai era, en el Japón antiguo, un matrimonio concertado con fines políticos y económicos. En nuestros días, es una reunión a la que asisten un hombre y una mujer que desean contraer matrimonio. Si se gustan y se llevan bien, la pareja puede terminar casándose, pero esto no ocurre siempre, puesto que ninguno de los dos está obligado a aceptar. Se puede encargar la realización del omiai a una madre u otro pariente, pero también hay agencias especializadas (algo así como casamenteros), que preparan incluso un expediente con fotos, datos personales y aspiraciones de cada participante.

Genkan es el espacio en la entrada de las casas japonesas donde se quitan los zapatos antes de ingresar.

Zōri son las sandalias que acompañan la vestimenta tradicional formal.

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Recuerden que estoy en Twitter e Instagram, pueden encontrarme como Randuril.

Si les gustan mis historias, pueden regalarme un café en Ko-fi, y también seguirme para apoyarme, me harían muy feliz. También pueden encontrarme como Randuril.

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Espero que les haya gustado esta historia :)