¡Hola, hola! Yo de nuevo con una nueva locura... pero es que debía, era una necesidad. ¡No me arrepiento de nada!

Disclaimer: Los personajes no son míos, son de Naoko Takeuchi y yo solo los uso para desahogar los traumas de mi infancia... (Ok, de nuevo aquí no aplica)

Despertar.

Su mano estaba fría y eso le preocupaba, aunque de igual manera se atrevió a posar la punta de sus dedos sobre la tibia piel de la mujer frente a él. Bajó desde lo alto de su pecho y delineó, en una caricia suave y delicada, el contorno de la redondez de uno de sus senos, aquel que se alcanzaba a ver a través de la abertura de la camisa. Temblaba, estaba nervioso y expectante, quería detenerse y no.

Jedite alzó la vista y se encontró de nuevo aquel par de esmeraldas que lo miraban fijamente. En el rostro de Makoto también había temor, pero se notaba mucho más tranquila que él, incluso curiosa por su próximo movimiento. Le sonrió dulcemente y él respondió el gesto casi en automático.

¿Qué tenía esa mujer que lo hacía sentir como un adolescente?

-Tranquilo-susurró ella mientras acortaba la distancia. Posó sus manos sobre el pecho del rubio general y este simplemente enloqueció.

El tacto de Makoto era tibio, como una taza de té en la temperatura perfecta. Y su aroma era más que glorioso, a flores, ¡A rosas!

Sus manos traidoras abandonaron el escote y decidieron envolver aquella pequeña cintura y atraerla a él. Estaba tan nervioso y ciertamente quería evitar que ella notara lo mucho que su cuerpo deseaba sentirla, pero era tarde, el bulto entre sus piernas había hablado de más.

El sabor de la traición se agolpó en su boca y le secó el aliento de inmediato. ¡No podía hacerle esto a él! ¿Cómo podría traicionar a un hermano?

-Mako, cariño...-susurró suavemente mientras se inclinaba y agotaba la poca distancia entre ambos-. Si no quieres que te bese, dímelo ahora.

Pero ella no respondió, simplemente lo miró a los ojos y luego a los labios, un permiso más que evidente.

Y aunque la distancia era una burla y el beso estaba más que anunciado, el shitennou debía romper antes sus propios tabús y atreverse a cruzar una barrera que no tenía vuelta atrás. ¡Vaya que era mucha su agonía!

¿Por qué tenía que ser ella? ¿Por qué no alguien más?

Seguía peleando internamente, una guerra perdida e inútil, hasta que sintió que sus labios se estrellaron en el beso más dulce que cualquiera de los dos hubiese dado o recibido en su vida y aun así, tan intenso como para provocar un choque que los recorrió por completo.

Jedite se retiró unos segundos después y la miró de vuelta a los ojos, ella seguía expectante atrapada entre sus brazos.

-No le cuentes a nadie, ¿De acuerdo? -preguntó y sonrió. Makoto asintió con una sonrisa igual de brillante.

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Tiempo atrás...

Había pasado un año desde que abrió sus ojos por primera vez. Ese par de orbes color zafiro habían encontrado con horror un mundo suspendido ante él. Un mundo que dormía y que lo había abandonado a su suerte, con una misión solitaria pero necesaria.

Jedite recorría los alrededores del palacio todos los días, una visión de blanco hielo hasta donde la vista le alcanzaba, hasta donde podía ir dentro de los confines del planeta Tierra. No había más que hielo y silencio.

Nadie en todo el mundo, solo él.

Maldijo a su noble corazón que se había ofrecido para la primera parte del descongelamiento, en lugar de la pequeña regente de Mercurio que ya había hecho suficiente con planear todo el proceso.

Pero, ¿Qué podía hacer? Él era todo un caballero. Y aquello más que una tortura era un honor, aunque nunca imaginó lo aplastante de la soledad.

El resto de los habitantes del mundo entero estaban en esa etapa de sueño profundo que debería acabar en nueve años a la fecha. Jedite, que tenía el poder de controlar el hielo, estaba encargado de ir descongelando dentro de sus posibilidades, el mundo a su alrededor. Aunque el ser humano era lo único que no podría reanimar de ninguna manera.

De a poco comenzó con los mares y los desiertos, los bastos campos y las altas montañas. El hielo se hizo agua y ésta nutrió la tierra, pero en todo el tiempo que había estado trabajando, no vio un solo brote de vida de ella. ¿Estaría haciendo algo mal?

Esa pregunta la hacía constantemente al cuerpo aparentemente inerte de su amada sacerdotisa, que reposaba plácidamente en su alcoba. Se veía tan hermosa y en paz, lo primero siempre lo fue, lo último solo dormida. Jedite sonrió por sus propios pensamientos.

Le gustaba pararse en el portal y observarla desde ahí. A final de cuentas era un hombre con necesidades y reconocía sus debilidades. Animarse a entrar y tocarla era poner a prueba su prudencia y recato. Mejor no arriesgarse.

De vez en cuando visitaba al resto, cada uno en su propia alcoba sumidos en su letargo. Había molestado un poco a Zoicite y a Nephrite los primeros meses, pero hasta eso le resultó aburrido con el pasar del tiempo. Jedite sabía que tenía que buscar la manera de ocuparse o empezaría a perder la razón muy pronto.

Y entonces una mañana de lo que debió ser el primer día de primavera, el milagro sucedió.

Caminaba por los jardines cuando notó un pequeño brote de color verde entre las jardineras. Corrió como un niño en la mañana de Navidad y se inclinó cerca para apreciarlo mejor. ¡La naturaleza había despertado! ¡No lo había hecho tan mal!

Lo contempló por un tiempo que se le antojaron minutos, pero fueron horas. Al final el hambre lo había traído de vuelta a la realidad y enfiló al palacio, en busca de esa desabrida ración de proteína almacenada solo para él.

Fue ahí que la vio y todo hizo click en su cabeza.

Makoto Kino estaba parada en medio de la cocina, con sus pies descalzos y su largo cabello amarrado en una coleta por debajo de su nuca. Jedite respingó de alegría y corrió hacia ella para alzarla en sus brazos, completamente extasiado de ver otra alma después de poco más de un año de soledad.

Su cuerpo tibio y su aroma a flores devolvieron la vida al deprimido general.

-¡Jedite! -pronunció con la voz quebrada, todavía rasposa por el sueño-. También me da gusto verte, pero dime ¿Dónde están los demás?

Así fue su primer encuentro, el contacto humano que le devolvió la vida a un corazón solitario.

Jedite miraba con gracia como la poderosa senshi de la tormenta parecía un pequeño becerro recién nacido. Le costaba trabajo ponerse en pie ya que sus piernas temblaban y la fuerza le faltaba. Era cuestión de tiempo para que su cuerpo volviera a la normalidad, después de todo, había estado dormida por más de dos mil años.

-¿Por qué despertamos ahora? -le preguntó mientras era cobijada cerca de la chimenea, en un mullido sillón que siempre había sido su favorito.

-Bueno, estaba programado que yo lo hiciera, pero desconozco que te trajo aquí ahora.

-Seguro es para vigilarte—dijo sonriente-, ¿Cuánto tiempo hay que esperar al resto?

-Nueve años.

-¿Cómo dices?

A partir de ese momento el mundo tomó color y aroma. La senshi de la naturaleza había despertado sin razón aparente, pero su presencia trajo de vuelta la vida escondida debajo del hielo, tanto del que estaba en la tierra como del que cubría el corazón de Jedite.

Makoto siempre fue la guardiana más cercana al general, quizá por su afinidad con el mismo Nephrite o con Rei, un estrecho lazo de cuatro personas que parecían embonar de una forma extraña pero funcional. A Jedite le gustaba sacar de sus casillas a su castaño compañero, diciendo que de vez en cuando cambiar de parejas sería divertido. ¿Qué pensaría él de eso ahora?

Los primeros meses fueron una grata experiencia. Pronto el rubio comprendió que quizá la presencia de ella se debiera a su influencia con la naturaleza. Lo dedujo al ver los primeros brotes verdes emerger en los campos, los árboles e incluso bajo el mar. ¡Vaya encantador poder el suyo!

Y lo mejor era que ella no había hecho ni siquiera el intento.

Con la flora llegó la fauna y el shitennou pudo jactarse de traer a la nueva vida a los animales. Primero los pequeños insectos y los peces, luego a algunos mamíferos un poco más grandes. Estaba feliz y ansioso por ver al resto del mundo maravillarse igual que él del milagro del descongelamiento.

Pero había algo con lo que Jedite no contaba, la parte de la naturaleza de la que había tratado de escapar y que ahora parecía infranqueable.

La primera vez que la notó, Makoto caminaba descalza por el jardín. Desde que despertó se había rehusado a ponerse zapatos, decía que así se sentía más en contacto con el mundo. Eventualmente lo convenció de hacer lo mismo. La senshi se movía libremente por el verde pasto, tenía la gracia de una ninfa y sus cabellos movidos por el viento parecían olas cobrizas. Incluso había un par de mariposas que seguían su andar. Era hermosa, divertida, dulce... y también intocable.

Su intención era salir y pasear con ella. Se descubrió pensando en ofrecerle el brazo para sentir su piel y también en llenarse los pulmones con su embriagante perfume, con un poco de astucia escucharla reír. Pero en cuanto sintió que aquello no era correcto, se obligó a sí mismo a volver a su alcoba hasta que los pensamientos impropios desaparecieran. ¿Le estaba jugando su mente una mala pasada? ¿Por qué de pronto ella parecía mucho más bella que ayer?

Logró tranquilizarse, aquello debía ser algo pasajero, solo un instinto del cual se podría ocupar el solo. Al menos eso pensó e intentó sin éxito alguno. Ella seguía sonriendo por ahí, provocándole sin saberlo.

Jedite era sensato, sabía que su cuerpo le pedía un desahogo, después de todo era solo un hombre y lo que sentía era normal, una necesidad como comer y dormir, ¿Acaso debía castigarse por ello? No había necesidad siempre que mantuviera su distancia y no incomodara a la amable guardiana.

Pero su despertar sexual le trajo muchos más problemas de los que creyó tener. Estar tan cerca era una tortura y alejarse otra clase de agonía igual de terrible, pero tenía que hacerlo. Así que empezó a ausentarse del palacio cuanto tiempo pudiera, alegando revisar rincones del mundo que poca importancia le tenían, pero lejos, muy lejos.

Y eso logró apaciguar un poco su deseo, aunque no lo suficiente.

-¡Jedite! ¡Qué bueno que has vuelto! -gritó la castaña la tarde que regresó de un viaje de cuatro días, mismo que tuvo que hacer en virtud de haber soñado con ella por demasiadas noches consecutivas, pero la gota que derramó el vaso fue verla bañarse en una cascada durante una excursión a la que se empeñó en acompañarlo. ¿Acaso lo había hecho a propósito? Jedite meneó su cabeza con ímpetu, tratando de librarse de esos pensamientos-. Creí que te había sucedido algo.

-No, solo necesitaba un poco de espacio-respondió un tanto seco, después de todo ella lo había abrazado y el volvía a sentir que se incendiaba por dentro.

-¿Algo anda mal? ¿Te he molestado acaso?

Esa voz dulce y temerosa lo derritió. Jedite se vio obligado a soltarse del tierno abrazo y alejarse un poco, incapaz de soportar su cercanía por más tiempo. Tenía que sacarlo, tenía que decirle que lo que le pasaba no era su culpa, sino de él y sus instintos.

-Mako, cariño. Hay algo de lo que debemos hablar.

Jedite se sintió como un adolescente frente a una hermosa mujer. Tuvo que hacer muchas pausas y hablar rebuscadamente para explicarle a la ojiverde que estaba nervioso por el deseo reprimido de estar con una mujer.

Cierto era que el brillante estratega siempre había sido jovial al extremo y un bromista conocido, pero hablar con sinceridad sobre sus necesidades lo habían convertido en un puberto pidiendo a una chica que lo acompañara al baile. Makoto lo miró inexpresiva cuando terminó su diatriba y enarcando una ceja, sonrió.

-¿Y eso es lo que te tiene así? ¡Por un momento creí que era porque te quise dar de comer carne!

-¿Acaso escuchaste una palabra de lo que te dije? -preguntó molesto e irritado. Makoto le sonrió.

-¡Vamos, no es tan malo! ¿No sería acaso normal? Me sentiría mal si no te provocase algo.

Esa noche de nuevo no pudo conciliar el sueño. No dejaba de darle vueltas en la cabeza el rostro de ángel y el cuerpo perfecto que debía estar tan cálido a dos habitaciones de distancia. ¿Por qué Makoto no se había molestado con su confesión? ¡Hubiese sido más sencillo! ¿Cómo iba a expiar él su culpa?

Por su mente pasaban miles de ideas casi al mismo tiempo. Quizá si encontraba la manera de despertar a Rei y a Nephrite todo volvería a la normalidad. La terrible tentación lo abandonaría de una vez y todo tomaría su curso, aunque pensándolo bien, la última vez que habló con Rei ella no estaba muy contenta, incluso había actuado distante poco antes de la congelación. ¿O acaso lo había inventado todo?

Ofuscado se levantó de su cama y caminó por el desierto palacio, dispuesto a tener una charla unilateral con la hermosa mujer del fuego, solo que casi al llegar, notó la puerta abierta de la alcoba del general del norte, un pequeño murmullo dentro llamó su atención.

Jedite miró a través de una abertura como la regente del trueno estaba recostada en la cama de su amado, apenas una ligera bata cubría su esbelto cuerpo. Estaba abrazada a él, una pierna encima que caía delicadamente, mostrando un poco más allá de lo que él se había atrevido a ver, su mano recorría aquel pecho que no subía ni bajaba mientras parecía susurrarle algo al oído.

Verlos ahí encendió de nueva cuenta el fuego en su interior, la llama de la envidia que amenazaba con propagarse.

Fue necesario que transcurrieran unos minutos antes que el rubio se diera cuenta que la sangre no circulaba a su mano. Tenía los nudillos blancos y el agarre tan apretado, los dientes rechinaban y su corazón latía frenético. ¿Celos? ¿Desesperación? Sí y sí... ¿Por qué la vida tenía que ser tan cruel?

Decidió alejarse en cuanto entendió que no debería estar haciendo aquello y por primera vez, movido por su estado, entró en la habitación de Rei, aunque no fue tan lejos como para subirse a la cama. Simplemente la rodeó hasta llegar lo más cerca posible y la miró. Parecía muerta a esa distancia, aunque él sabía que no.

Tomó su mano fría e inerte y la acunó entre las propias. El contacto era bueno, lo calmaba, pero no lo suficiente. Los recuerdos de la última noche se agolparon en su mente como una película en cámara rápida. Rei había estado molesta con él por ninguna razón aparente. Él la aguardaba en la alcoba deseoso de tenerla la última noche, pero ella se rehúso. Jedite no recordaba porqué.

-Me ahogo sin ti-susurró a una mano que no tenía pulso, por más que apretaba no lograba retener un poco de calor para devolverle la caricia que él tanto anhelaba-. Pero soy un caballero, seré tu esposo y tú serás mi mujer. Resistiré.

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Pasó casi un año entero y la conversación sobre el instinto del general pareció quedar olvidada. Después de todo, él había hecho una promesa a un cuerpo dormido y pese a que ella no lo escuchara, no había razón para no cumplirla.

Aunque era tan agobiante ver a la personificación de Zeus, con todos aquellos atributos que saltaban a la vista y que habían sido tema de discusión entre los hombres del palacio, por supuesto, a espaldas de Nephrite.

Jedite se había convertido en una bomba de tiempo, y estaba a punto de estallar.

Para desahogar la tensión que ahora no lo dejaba continuar el proceso de descongelamiento, encontró que el trabajo rudo lo dejaba exhausto y sin ganas de nada. Así que hizo propio un proyecto con lo que había soñado desde que era joven, algo que lo mantenía alejado del palacio por el día y que, cuando volvía en las noches, apenas le dejaba energía para cenar y dormir.

Su cuerpo comenzó a desgastarse, su espíritu también.

Makoto lo notó.

Jedite era el típico chico que le hubiese roto el corazón de joven. Un encantador rubio de mirada castigadora, pero sonrisa dulce, que la hacía reír en los momentos más inoportunos. Quizá por ello se llevaban tan bien. Era una versión masculina de Minako, pero con un toque más rudo, que siempre la mantenía interesada. Además, era el mejor amigo de Nephrite y Makoto quería complacerlo incluso en eso, siendo cercana con los suyos.

Quizá fue por eso que cuando el shitennou le dijo que se sentía inquieto por ella, Makoto lo tomó muy a la ligera, Jedite era así de bromista e inoportuno. ¿Cómo podrían ellos dos atreverse?

Pero ella también se sentía sola, ¿Por qué le estaba pasando aquello?

Al principio había rehuido a visitar a Nephrite en su descanso. Cuando lo hizo por primera vez, una sensación de ahogo se presentó en su pecho de una forma alarmante. ¡Parecía muerto! Técnicamente lo estaba y, sin embargo, no sintió nada al respecto.

¿Atendía aquello al vago recuerdo de la última noche? Quizá solo había sido un mal sueño.

Pero había momentos en que necesitaba sentirlo, aunque fuera tan frío e inerte. Entonces Makoto andaba a su habitación, descalza para no ser escuchada por Jedite y no tener que dar explicaciones sobre sus extrañas aficiones. Subía a la cama y se abrazaba a él, en un mal intento de sentirse cobijada.

Lo extrañaba, se lo susurraba al oído, y le platicaba todo aquello que hacía durante el día, que no era gran cosa. Era casi un confidente, uno al que podía decirle todo lo que pensaba sin tapujo alguno. Pero al final de la noche volvía a su habitación, también de puntillas, brevemente se asomaba a la de Jedite, quien siempre dejaba la puerta abierta y por la rendija lo observaba dormir. Tenía que ver un pecho subiendo y bajando, un indicio de vida aparte de ella para no tener temor. Porque sí, ella tenía miedo de un mundo tan solo como ese.

¿Se burlaría el rubio bromista de ella si se lo contaba? No, mejor no arriesgarse.

Pero pronto su resistencia comenzó a ponerse a prueba. Jedite salía del palacio muy seguido, apenas asomaba el sol y él se iba, volvía de noche, exhausto y hambriento. Makoto lo observaba cabecear mientras cenaba, incluso comenzó a contar las veces que lo hacía, solo por diversión. El rubio no le hablaba, solo agradecía la comida, lavaba su plato y se iba a su habitación, donde después de bañarse se tendía sobre la cama y básicamente moría hasta la mañana siguiente, luego todo comenzaba otra vez.

Incluso había ocasiones en las que se iba por días, y fue ahí cuando una noche después de casi una semana de ausencia ella no soportó más.

-Jedite, ¿Podemos hablar? -Jedite alzó la mirada de su tazón de comida, unos ojos azules y fríos, inundados de cansancio. La vio levemente y asintió con la cabeza-. Te ves muy cansado y me preocupa, ¿Por qué no te quedas unos días aquí y dejas que cuide de ti? Las cosas han empezado a reverdecer y todo parece ir bien, deberías descansar.

-¿Cuidar de mí? -murmuró con una voz pastosa y un tono tan frío que Makoto se sintió mal de solo sugerirlo-. ¿Qué tratas de decir con eso?

-Pues... -balbuceó mientras se acercaba a él. Retorcía su mandil con ambas manos, algo que solía hacer cuando se ponía nerviosa-. Te prepararé comida deliciosa, te arreglaré un buen baño, incluso te puedo dar un masaje o lo que tú quieras. Veo que estás muy cansado y estresado, ya no eres el mismo que eras antes.

-¿Qué tiene de malo con no ser el mismo? La gente cambia Makoto, tenemos que adaptarnos. La soledad cambia a todos.

-Pero no estamos solos, nos tenemos el uno al otro...

Makoto iba a continuar su frase, pero Jedite se puso en pie tan repentinamente que ella se calló. Él tenía la mirada descompuesta, el rostro ensombrecido y un aura molesta a su alrededor-. ¡No! No nos tenemos, tu estas por tu lado y yo por el mío.

-No es así, yo estoy contigo.

-¡No quiero que estes conmigo! ¡Nadie te ha pedido que lo estes! ¡Ni siquiera sé qué haces aquí! -gritó con fuerza. Era tal su enojo que con la mano tiró el plato del cual comía. Este cayó al suelo y se partió en varios pedazos, derramando su contenido.

Makoto brincó asustada y se recogió en sí misma. Jedite la vio retroceder, luego observó sus ojos verdes tintinear de desconcierto mientras observaban el plato en el suelo y la comida que ella había preparado para él.

Cuando las esmeraldas cruzaron con sus ojos él salió de su shock. Avergonzado, pero todavía molesto decidió salir de la cocina sin decir nada más, se fue directo a su cuarto donde cerró la puerta al entrar.

Se metió a la ducha casi de inmediato, dejó que el agua lavara su cuerpo agotado. Pero el agua no retiraría la suciedad en su alma, en su corazón. Sabía que había hecho mal, no debió comportarse así con ella. Makoto solo estaba siendo gentil con él, estaba preocupado por su bienestar y nada más. ¡Pero él era un monstruo! Él la miraba y solo pensaba en como arrancarle la ropa y hacerla suya ahí en la cocina, en la sala, en el suelo del salón. Su cuerpo exhausto todavía se excitaba con su aroma, con la visión de su belleza y con el sonido de su voz. ¿Por qué? Y lo más importante, ¿Cómo evitaría la tentación por ocho años más?

¡No iba a poder! Mientras estaba pensando en qué hacer, con el rostro bajo la ducha y una mano en la pared, su virilidad estaba pensando en ella. Sintió sus ansias hincharse y palpitar solamente con recordarla. Sería una noche de esas en las que intentaría saciarse solo, con solo esos ojos verdes viviendo en su memoria. ¡Que Rei lo perdonara! ¡Que Nephrite tuviera piedad de él! Pero es que aquello era insostenible.

Comenzó a acariciarse, a buscar el placer que no conseguiría de otra manera, aunque esa forma hacía mucho que no lo apaciguaba igual. Su mano lo recorría con el toque apropiado mientras en su mente vagaba la imagen de esa mujer de ensueño que estaba a unos metros, en la cocina... donde la había dejado casi al borde del llanto, asustada y confundida.

Asustada.

Su excitación se bajó en el acto.

-¡Soy un maldito idiota! -se dijo a sí mismo mientras comenzaba a tallar su rostro con ganas. Ya no había más deseo, solo frustración. Él había vuelto después de una semana y ella tenía una cena lista y aun caliente, lo que significaba que probablemente había estado preparando comida para ambos por todo ese tiempo. Se sintió tan miserable, mucho más que cuando soñaba con desnudarla.

Makoto terminó de levantar los destrozos y de secar el suelo. En su cabeza daba vueltas la conversación que había sostenido con Jedite. Estaba preocupada, buscando que había dicho mal o inapropiado, que había provocado su ira. Lo que menos necesitaba en ese momento es que él estuviera molesto con ella y se alejara más, ya no podía con tanta soledad, se ahogaba sin él en el palacio.

Salió de la cocina rumbo a su dormitorio, llevaba el corazón entristecido y unas terribles ganas de llorar. Al final decidió pasar de largo y entrar primero a ver a Nephrite, que seguía dormido en la misma posición de siempre.

-Creo que lo molesté-dijo con tristeza-, no entiendo porque está así conmigo. Pero lo que menos entiendo es porque me afecta tanto. Jedite siempre ha sido muy impulsivo, es como tú en ese aspecto, pero ahora solo quiero... yo... no sé lo que quiero.

Pero si sabía lo que quería. Quería ir a buscarlo y hablar con él. Quería abrazarlo y decirle, que pasara lo que pasara, podía hablarlo con ella y juntos encontrarían una solución. ¡Estaban solos en todo el mundo! Tenían que estar bien el uno con el otro.

También ansiaba que él la abrazara. Ella tenía mucha necesidad de sentir un poco de confort después de tantos años.

Pero en lugar de buscarlo se fue a su alcoba, temerosa de molestarlo si iba hasta él.

Jedite no pudo descansar. Su cuerpo estaba rendido pero su mente daba vueltas una y otra vez al desastre que había ocasionado en la cocina, al monstruo que se había convertido. Ella no tenía la culpa que él no pudiera gobernar sus emociones. Siempre había sido un hombre de guerra y como tal, tenía ciertos gustos e intereses. Disfrutaba de las peleas, pero también añoraba el calor humano, el que un cuerpo de mujer era capaz de darle para sosegar su ímpetu de lucha. Rei era así, lo fue antes. Ella era el fuego donde él se consumía cada noche.

Pero ella no estaba ahí para extinguir sus deseos, y lo que su cuerpo suplicaba era inconcebible... ¿Cierto?

No supo cómo ni de dónde sacó el valor, pero lo hizo. De pronto estaba parado a su puerta en medio de la noche. Su traidora mano, tocó tres veces en forma delicada, no quería despertarla si dormía, estaba rezando porque así fuera.

-Pasa-escuchó desde dentro. Jedite tragó saliva.

Al entrar la habitación estaba en penumbras, apenas la luz de la luna entraba por el enorme ventanal abierto, el viento removía las cortinas de un blanco perfecto. Ella estaba ahí, sentada en el balcón, atraída por la frescura de la noche. Jedite miró la cama y la vio deshecha, ella también había intentado dormir sin conseguirlo.

Se acercó lentamente y se paró en el marco de la puerta del balcón en completo silencio, cautivado por sus cabellos movidos por la brisa. Ninguno de los dos habló por un tiempo, hasta que él logró salir de su ensimismamiento.

-Lamento lo de hace rato. Fui un idiota.

Ella giró a verlo. Sus mejillas rosas y sus ojos cristalinos denotaron la tristeza que había estado sacando a modo de llanto un poco antes que él llegara. El corazón del shitennou se arrugó dentro de su pecho, su alma se rompió. Caminó de nuevo sin tener el control de su propio cuerpo, se paró a su lado y tan cerca que el aroma a rosas lo inundó. Él había tratado por todos los medios no volver a percibir ese infernal y embriagante aroma que enloquecía sus sentidos, pero para su sorpresa no sentía el deseo latente y lujurioso de hace rato, sino una necesidad por abrazarla y calmar su dolor.

-No llores, lo lamento en serio. Esto es más difícil de lo que imaginé.

-¿Ya no me quieres?

Jedite entrecerró los ojos. ¿Quererla? ¿De qué estaba hablando esa mujer? Se giró para darle la espalda completamente desarmado por su triste mirada. No tenía cara para verla a los ojos y decirle que sí, que la quería, pero que por eso mismo había decidido alejarse. Porque el cariño que sentía por ella se estaba viendo opacado por sus deseos carnales, por esas ansias locas de poseerla.

No era amor, no podía voltear y decirle cosas bonitas al oído y convencerla de entrar a la cama con él por amor. No. Él deseaba sentir su piel desnuda, probar sus labios rosas e internarse en su calidez. Había tratado de hacer memoria de las veces que, paseando en el bosque, la había atrapado con Nephrite dando rienda suelta a sus instintos más primitivos. Había intentado recrear en su mente aquellos gemidos que su compañero de armas le hacía emitir con sus caricias, solo para darse placer él. ¿Cómo iba a engañarla hablándole de amor? Estaba convencido que todavía quedaba un nivel más abajo en el hoyo de su deshonor, y no pensaba poner un pie ahí a base de mentiras.

-No digas eso-susurró con voz ronca, tratando de calmar sus emociones-, no es tu culpa, es solo que yo...

Pero debió guardar silencio en el instante en que sintió que unos fuertes pero femeninos brazos lo rodearon por la espalda. Su corazón se saltó un latido cuando sintió aquel cuerpo de mujer presionarse contra él con fuerza, con necesidad. Jedite estaba de piedra, temeroso de moverse.

-Dime lo que pasa, podemos arreglarlo. -dijo ella contra la tela de su playera, dejando una cálida sensación en su espalda. Él sintió su piel erizarse por completo.

Lentamente retiró su agarre, pero de nuevo su cuerpo actuaba en contra de los deseos de su consciente. Sostuvo su muñeca mientras se giró a enfrentarla, mientras miraba esos ojos verdes ávidos de ayudar.

-Tienes que saberlo ahora para que tomes una decisión que te haga estar bien. Te lo dije hace cerca de un año. Soy un hombre de guerra, un soldado. Eh acostumbrado a mi cuerpo al trabajo rudo y a la recompensa por mis buenas acciones. Tengo deseos y necesidades que satisfacer y justo ahora siento que tengo una eternidad luchando por desahogarme sexualmente. Contigo.

Makoto abrió los ojos bastante sorprendida, pero no retrocedió. No sintió deseos de escapar ni repulsión alguna por aquellas palabras. Solo sorpresa, a pesar que a su mente llegó el recuerdo de aquella conversación lejana. Luego vino el entendimiento. Jedite no podría estar bromeando con eso, él tenía la actitud típica de la frustración, ella había experimentado eso antes, pero ¿Cuándo?

-¿Dices... dices que quieres... que necesitas... ?

-Soy un maldito cretino, lo sé. -dijo mientras la soltaba y se alejaba rumbo a la puerta-. Puedo entender que no quieras hablarme, pero debo asegurarte que estarás bien y a salvo, no tienes por qué preocuparte que yo intente hacer algo en contra de tus deseos. Decírtelo ya ha ayudado bastante.

-¡Espera! -exigió. Jedite se detuvo en el acto-. ¿Estamos hablando de... de sexo? ¿Quieres... digo... esto se trata sobre acostarnos? ¿Eso te haría sentir mejor?

Jedite hundió sus manos en su espesa cabellera, revolviéndola con frustración. ¡Aquello sonaba aún peor en sus labios! Pero sí, de eso se trataba y sí, quizá se sentiría mejor si lo hacían, pero ¿A que costo? ¿No estaría después hecho un ovillo por la traición? ¿Acaso valía la pena?

-Olvídalo. Este no es tu problema. Me ocuparé.

-Quizá podríamos.

-¿Qué? -El rubio giró malhumorado. ¿Acaso estaría bromeando con él? ¿Se estaría burlando como la última vez?

La visión a contra luz de la ninfa de la naturaleza era magnífica. Su hermosa silueta resaltada por la luna tras de ella le dobló las rodillas y le entrecortó la respiración. Ella no estaba sonriendo, lo miraba con calma, con tranquilidad, como si estuviera contándole un plan más para descongelar el mundo.

-Es solo sexo, una necesidad. Si eso te calma a ti y te ayuda, me ayudará a mí. ¿Por qué no?

-¿Que hay con Nephrite, con Rei?

-Ellos no están aquí ahora.

Jedite sintió su sangre burbujear por sus venas. ¿Quién era esta mujer tan fría? ¿Realmente creía que era solo sexo y que no debería llevar ninguna consecuencia? ¡Pero él quería creer lo mismo! Una parte muy importante de él ya estaba listo para actuar y tomar esas palabras como la única verdad que importaba.

-¿Bromeas?

-Estaremos aquí ocho años más, solos tú y yo. ¿Cómo pretendes resistir tanto tiempo? ¡Yo misma no creo poder!

-¿Tú? ¿Acaso tú?

Makoto se incendió en rubor con la sola pregunta inconclusa. Claro que ella también tenía sentimientos y necesidades. ¿Cómo había pasado eso él por alto? ¡No! No... aquello era inverosímil, una tontería, un error de proporciones bíblicas. Pero lo deseaba tanto.

Y fue donde todo empezó.

CONTINUARÁ...

Muchas gracias por leer, ya saben que los comentarios son siempre bien recibidos.

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