Título: Tres pasos y un cerrojo.
Personajes: Oldest Dream/Kim Dokja, Secretive Plotter/Yoo Joonghyuk, Lee Sookyung.
Pairings: SP/OD.
Línea de tiempo: AU; No escenarios.
Advertencias: Disclaimer Omniscient Reader's Viewpoint/Lector omnisciente; los personajes no me pertenecen, créditos a Sing-Song. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo Alterno]. Situaciones exageradas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.
Clasificación: T
Categoría: Drama, Suspenso
Nota de autora: gracias a Yukki por leer las weás aburridas q escribo y betearlas por mí pa q no sean tan desagradables a la vista


Summary: El joven asesino que sólo sabe mentir se fuerza a sonreír. Hay lágrimas derramándose por sus mejillas pálidas. Sus dedos cortados y llenos de banditas se sueltan en el aire, rindiéndose ante su destino. «Volvamos a casa, Kim Dokja».


I.

Hijo de asesino. Hijo de asesino. Hijo de asesino.

Kim Dokja siente la sangre cálida alrededor del mango de un cuchillo que no está allí. La mirada helada de su madre viéndolo a él, la mirada vacía de su padre viendo el techo lleno de telarañas, el tic-tac de un reloj roto sonando en la pared de la cocina, la fría habitación desarreglada y llena de trozos de vidrio de una botella a medio terminar, el fuerte aroma a alcohol mezclándose con el hierro natural bajo la piel ajena y, más allá, una oscuridad intentando rasguñar su mente, escondiéndose tras sus ojos; todo el escenario que se desarrolla es algo que se escribe con tinta estelar en los libros de su mente y se guarda en la infinita estantería, dentro de una biblioteca sin llave.

«—Tú fuiste la víctima, Dokja.»

Kim Dokja sabe que no lo fue.

Pero el niño quiere creerle a esa mujer, quiere absolverse de culpas, así que, cuando despierta de su catatonia, lo único que hace es tragar con fuerza la saliva mezclada con sangre («asqueroso, asqueroso, asqueroso») dentro de su boca y mirar con cansancio a quien tiene enfrente.

Los dedos intrusos y malvados le agarran de la ropa.

La voz ajena grita asesino.

Kim Dokja sabe que lo es pero, de nuevo, sólo cierra los ojos mientras recibe su penitencia y se repite que no, que él no mató a nadie.

«Los niños son crueles» se recuerda entonces, cuando el dolor es sólo una picazón oculta tras el velo de su mente cansada, cuando el ataque termina y cuando puede tener esperanza de que esto no ocurrirá la próxima vez. No se pone de pie, pero mira alejarse al matón que le ha tocado esta vez. No lo reconoce, realmente no. Es nuevo. Siempre es nuevo en un lugar nuevo.

Kim Dokja ha olvidado por cuántas manos ha pasado hasta ahora.

Observa su camisa ensangrentada.

Sus familiares se enojarán cuando llegue a casa.


II.

Ellos definitivamente lo hacen en cuanto lo ven.

Sin embargo, esta vez sólo se quejan un momento y luego lo mandan a cambiarse y arreglarse de inmediato (nunca preguntan la razón de su deplorable estado, principalmente porque son adultos y a los adultos no les importan los niños que no sirven, los niños que son como Kim Dokja). No le explican el porqué, pero Dokja no necesita preguntar. Hace lo que le ordenan porque no desea meterse en más problemas por el día.

Mientras desecha una camisa blanca ensangrentada y un abrigo escolar desgastado, piensa en la mejor manera de huir de las miradas malvadas de su familia y leer una novela hasta que oscurezca. Piensa en qué lugar de la casa podría considerarse seguro esta vez, para esconderse de sus primos. Piensa en qué tendrá que hurtar de la cocina para poder calmar su estómago vacío desde el día anterior, pero evitar que alguien lo vuelva a descubrir. Piensa y piensa y piensa.

Hasta que deja de pensar en cuanto lo presentan ante este hombre.

—Yoo Joonghyuk.

Kim Dokja siente que ha escuchado ese nombre antes, pero no se le permite el tiempo suficiente para buscarlo entre los interminables libros de su memoria. Sus familiares le hablan con amabilidad.

—Dokja-yah —le llaman, con la voz patética y asquerosamente dulzona que usan cada vez que hay personas ajenas presentes. Kim Dokja lo odia, le causa repulsión, pero se ha acostumbrado a no responder de ninguna manera—, desde ahora vivirás con Yoo Joonghyuk-ssi.

Dokja puede sentir que su presión sanguínea baja por completo y casi sufre de un desmayo allí mismo.

Yoo Joonghyuk le mira, impasible. El niño nunca ha visto un rostro más hermoso y, sin embargo, eso no mengua el miedo que se instala y crece anormalmente en su pecho.

Nada tienen que ver las cicatrices. Nada tienen que ver los ojos ónices ni la falta de expresión en esa cara preciosa, una belleza que no poseen ni los modelos más famosos que conoce. Tampoco tiene algo que ver el porte adulto y firme bajo un traje de lujo, ni el abrigo blanco que no se siente natural sobre este hombre, no es nada de eso.

Es, más bien, un presentimiento desagradable. Como una araña subiendo por su brazo.

Le gustaría tirarlo lejos.

—Kim Dokja.

Pero sabe que si hace un movimiento, le morderán.

Dokja morirá.

—Vamos.

(Dokja espera la muerte con los brazos abiertos.)


III.

Resulta que no lo matan.

Al menos no en la primera semana de mudanza, pero Kim Dokja está bastante seguro de que su nueva vida es la de alguien que está a punto de ir a la silla eléctrica. Porque resulta que el hombre llamado Yoo Joonghyuk, es alguna especie millonario con demasiado dinero en el banco. Tanto, que sólo podría gastarlo en comprar uno de los apartamentos más caros de la ciudad y, además, agarrar el piso más alto del complejo. Kim Dokja no menciona nada cuando entra por primera vez a su nuevo hogar y le enseñan una habitación diez veces más grande y cómoda que su antiguo dormitorio en casa de sus tíos.

Se muerde los labios cuando está a punto de rechazarlo, se los muerde hasta saborear la sangre, y luego sonríe agradecido hacia Yoo Joonghyuk.

Es una sonrisa falsa, por supuesto, pero ningún adulto lo ha notado jamás. Dokja no cree que alguien que acaba de conocer lo haga tampoco y, aun si Yoo Joonghyuk le mira por unos segundos de más, lo atribuye a que probablemente no está contento con su poca falta de emoción. Pero Kim Dokja realmente nunca ha sido un niño muy efusivo, así que este adulto tendrá que contentarse con sus sonrisas falsas.

Yoo Joonghyuk no le dice mucho por el resto del día. Lo deja acomodar las pocas cosas que ha traído consigo. Lo deja deambular por cada rincón del departamento. Lo deja jugar con las consolas y los videojuegos que Dokja nunca ha visto ni oído hablar antes (pero a Dokja en realidad no le gustan estos juegos, así que los deja después de probar un nivel en cada uno y fallar en todos). Instintivamente, el niño evita rotar cerca de su nuevo tutor, y eso no parece preocupar mucho a éste.

A la hora de la cena, Yoo Joonghyuk le sirve una comida tan perfecta que, incluso si Dokja es adepto a comer más de medio plato de ración cada ocho horas, devora todo hasta que no queda ni un rastro en la mesa. Todo sabe tan bien, incluso los malditos tomates que se ha tenido que llevar a la boca bajo la insistente y helada mirada de Yoo Joonghyuk.

Kim Dokja no pregunta quién cocinó. No pregunta por qué se molesta en esperar a que termine de comer (Yoo Joonghyuk no come con él, sólo lo mira hacerlo). No pregunta nada, en absoluto. Sólo bebe y devora lo que le ofrecen, escucha los recordatorios sobre cepillarse los dientes y darse un baño antes de dormir, y hacer las tareas escolares en la pequeña biblioteca que también tiene el lugar.

Luego, el fin de semana, le anuncia que ha sido cambiado de escuela. Eso es lo único que hace al niño sonreír verdaderamente, por el resto del día, incluso mientras lee una novela web con capítulos tristes.

Pese a todo, Yoo Joonghyuk tampoco hace preguntas hacia él, así que Kim Dokja está muy contento con eso.

Sí, nada de esto es malo en absoluto. De hecho, es tan bueno que la única razón por la que vive este sueño es porque su muerte está próxima, porque sólo los asesinos que están a punto de morir merecen este tipo de vida. Y Kim Dokja nunca olvida que es un asesino, incluso si sonríe hacia el plato de omurice, incluso si Yoo Joonghyuk le compra libros y le deja jugar, incluso si tiene tantos lugares para esconderse en este nuevo hogar.

—No es real... —se dice con amargura y cansancio, sujetando con firmeza su teléfono con la linterna encendida. La luz ilumina las páginas del libro en su regazo, y la sábana que se ha puesto en la cabeza mantiene la luminosidad baja para que no llame la atención a esas horas.

Kim Dokja lee los nombres en el libro, busca en el árbol genealógico de su familia algún indicio, algún parentesco, pero no encuentra nada, ni una pista acerca de Yoo Joonghyuk.

Entonces entra en la cuenta de que él no es familiar suyo.

Que sus tíos probablemente lo habían vendido al mejor postor.

Kim Dokja lo entiende, en realidad. Lo hace. Era cuestión de tiempo, lo era. Lee Sookyung había dejado de mandar dinero para que se hicieran cargo de él, así que no habría razones para conservarlo, no mientras siguiera siendo un niño inútil que no sabe defenderse de los matones y sólo sirve para leer historias ajenas.

No mientras fuera un maldito asesino. Nadie podría querer a un mocoso así. Al menos no una persona normal, así que sería más que sencillo sólo ponerlo en manos de alguien que le interesara hacerse de una vida indefensa. Es un ganar-ganar para las partes negociantes. Kim Dokja puede comprenderlo.

Él lo entiende, realmente lo hace.

Y aun así, es incapaz de evitar que el llanto lo ahogue a mitad de la noche.


IV.

Un golpeteo suave contra la superficie de la isla en la cocina es suficiente para hacer que Dokja sienta que el sabor de la comida es más pesado que de costumbre, pero no dice nada al respecto. Principalmente porque quien está haciendo ese molesto y repetitivo sonido es Joonghyuk.

Joonghyuk, sentado frente a él como tantas veces, mirándolo, callado como tantas veces. Kim Dokja puede lidiar con sus miradas silenciosas y sin sentido que no traen sentimientos descifrables encima, pero no cree poder estar a gusto con este nuevo y ruidoso tic; aun así le da miedo decir algo al respecto así que, como es natural, cierra la boca para las palabras y sólo la abre para terminar el plato de caldo con albóndigas que, por cierto, es celestial incluso entre tanta incomodidad.

Traga un último bocado, pensando en huir inmediatamente en cuanto la cuchara toque el plato vacío. Pero sus planes no se dan como desea.

—¿Piensas que te compré?

La pregunta sale tan directa y seca, que Dokja se atraganta con aire. (Es la primera vez que Yoo Joonghyuk le hace una pregunta). Tose una vez antes de llevarse la mano a la boca y detener todo sonido. (Es la primera pregunta que Yoo Joonghyuk le hace desde que se conocieron). Está lleno y a punto de explotar. (Yoo Joonghyuk le ha preguntado algo por primera vez). No quiere vomitar toda la deliciosa comida que se acaba de terminar.

Yoo Joonghyuk le extiende una taza de té, que bebe lentamente mientras recupera la compostura, cosa que no le dura mucho en cuanto un cuaderno se desliza sobre la mesa.

Las páginas llenas de tinta, con mala caligrafía y borrones y frases tachadas, le dice que es suyo. Es su libreta. Es donde trata de anotar sus pensamientos para convertirlos en algo coherente, cosa que no funciona como debería.

Y ahora está allí, frente a él, delatando el desastre de su mente. La frase «¿Por qué este hombre me ha comprado?» está marcada con círculos y es lo único legible entre el lío de letras en la misma página.

Kim Dokja rápidamente suelta la taza de porcelana y agarra el cuaderno, apretándolo contra su pecho. Ha dejado caer la taza y se ha hecho añicos contra el piso, también ha empujado el plato frente a él y ahora está volcado sobre la mesa, derramando los últimos rastros de caldo y verduras que había dentro. Pero no le presta atención a nada de eso, se centra únicamente en el objeto asegurado entre sus débiles manos.

Ya no mira a Yoo Joonghyuk.

No se pregunta por qué el hombre tiene en su poder un objeto personal suyo ni por qué lo ha revisado, Kim Dokja sabe que probablemente sea su culpa que eso haya acabado así. Después de todo, ha dejado ciertas cosas fuera de su lugar varias veces y su nuevo tutor había estado obligado a señalarlo en algunas ocasiones. Esta podría no ser la excepción. Quizás había dejado su libreta tirada y Joonghyuk lo había leído por accidente, así que no es culpa del hombre. Es culpa de Dokja, siempre es culpa suya.

Baja la cabeza, su expresión delatando el desastre de ideas que cruzan por su mente, un montón de excusas que podría dar si tan sólo pudiera abrir la boca. Pero no lo hace, nada sale de sus labios. Se cierran, mientras que por su lengua sube el sabor de la bilis y hay una picazón desagradable tras sus ojos.

Pasan los segundos. No hay tic-tac en esta cocina para contar el tiempo perdido. Dokja quiere hacer algo, quiere salir corriendo de aquí, pero no puede mover un músculo. La mirada sobre su persona persiste y es tan pesada que lo deja paralizado, y tiene miedo otra vez. Miedo de levantar la cabeza y ver la cara de Joonghyuk, toparse con una expresión de asco que se quedará grabada en sus pupilas no por primera vez. Kim Dokja se dice que, si fuera así, ya debería estar acostumbrado a que le vean con asco.

Sin embargo, no puede. No quiere. Porque este es Yoo Joonghyuk y es literalmente el único adulto que no lo había mirado con asco desde el principio.

—No te compré a ti, Kim Dokja.

La repentina declaración saca a Dokja de su estupor. Antes de darse cuenta está alzando la cabeza otra vez y, oh, resulta que Joonghyuk no lo mira mal.

Hay una sensación suave cuando se topa con esos ojos oscuros. Kim Dokja no es bueno para leer emociones amables, así que no sabe lo que este hombre le está dedicando. Y eso lo asusta más pero, por primera vez, no tiene ganas de huir.

—No te compré a ti —repite Yoo Joonghyuk, con el mismo tono paciente. El chico frente a él traga pesado y abre los labios un par de veces, antes de volverlos a cerrar, como si no supiera qué decir. El hombre apenas hace el ademán de una sonrisa, antes de desviar la vista y volver a golpear la encimera con un dedo, el sonido copioso regresando a inundar la mente de Dokja—. Los compré a ellos.

Al principio, Kim Dokja no entiende a lo que se refiere.

Sin embargo, si se toma un segundo de más, puede comprenderlo.

Es el silencio.

A pesar de estar aclarada parte de la razón de su repentino y tranquilo cambio de vida, el niño todavía tiene muchas preguntas, tal vez más que antes. Principalmente porque no cree que valga la pena todo esto.

Y también es que no se imagina a la gente vendiéndose tan fácilmente a favor (inconsciente) de un ente cómo él.

—Pero... ellos...

—No tienes que idealizarlo mucho, Kim Dokja —Joonghyuk le interrumpe, conociendo el enorme tren de pensamientos en el que probablemente se encuentre ahora mismo el chico. Poniéndose de pie, rodea la mesa y se detiene a un lado de Dokja, quien todavía abraza su cuaderno pero levanta la cabeza para mirarlo. Hay porcelana rota resonando bajo los pies del hombre, pero ninguno presta atención a ese detalle—. Sólo ya no volverás a ver a nadie que te haya hecho daño.

Más que sentirse aliviado por tales palabras que se supone deben ser de consuelo, Kim Dokja siente frío. Un escalofrío recorre su columna. Aprieta más fuerte la libreta y baja la vista, mientras gotas de sudor helado bajan por su frente y mejillas. Observa los trozos de una taza de té ensuciando el piso, se pregunta si podrá volver a armar ese objeto, como un rompecabezas.

(Quizás Yoo Joonghyuk piensa en él como una taza rota que puede ser reparada.)


V.

Hay un desagradable picor y ardor en su mejilla y algo deslizándose por la piel de su cuello. No necesita intentar mirar hacia allí o buscar un espejo para saber que su carne se ha vuelto de distintos colores y que su propia sangre se está derramando por sobre la tela de su uniforme. Ni siquiera quiere mirarlo porque sabe que le darán ganas de vomitar, y ya es suficiente con tener que mantenerse en un estado neutral en vez de dejar salir las lágrimas de dolor que lleva soportando desde hace rato.

Con la cabeza gacha y las manos vueltas puños sobre sus rodillas, escucha lejana la voz del director de la institución. El aroma a nuevo dentro de la oficina del hombre es algo extraño para Kim Dokja. Nunca había entrado a un lugar así en sus otras escuelas, el acoso que sufría no ameritaba la atención de ningún maestro y mucho menos del mismo director, así que toda esta escena es tan inesperada como terrorífica.

Y la presencia a su lado no es exactamente tranquilizadora.

Yoo Joonghyuk, sentado cómodamente en el asiento a su costado izquierdo, no hace más que escuchar las parloterías de uno de los padres de los molestos adolescentes que golpeó a Dokja esta mañana. El hombre no hace expresión alguna mientras la irritante voz de ese otro sujeto sigue y sigue despotricando, soltando excusas y más, sólo para defender al desgraciado que se halla en este momento en detención.

Hay otro tutor en la sala, pero éste no hace comentarios. Dokja lo observa un momento, y el tipo le devuelve la mirada sólo un segundo antes de girar su atención a Joonghyuk. Luego el pobre hombre quita la vista como si hubiera visto un fantasma.

Kim Dokja se siente curioso. Mira también hacia Yoo Joonghyuk, pero no encuentra nada distinto en su expresión de piedra.

Pero su repentino escrutinio definitivamente hace que el hombre le devuelva la atención.

Allí, Kim Dokja de nuevo se sorprende de no tener una sensación de molestia en un momento como este. Yoo Joonghyuk no lo ve como si fuera el culpable de toda la situación que se está desarrollando. Es extraño, extraño y desagradablemente amable. A Dokja no le gusta porque siente que algo se remueve cerca de su pecho y lo hace querer encogerse y llorar. Él no tiene derecho a llorar.

—Además, estoy seguro de ya habrá escuchado por los medios de este chico.

La repentina frase del padre de uno de sus acosadores saca a Kim Dokja de sus pensamientos y hace que todo su cuerpo se tense. Sus dedos se clavan en sus rodillas y baja la cabeza, sintiendo temblorosos los brazos y las piernas. Traga varias veces para aligerar el nudo en su garganta.

Hay una sonrisa en la cara de ese tipo mientras mira a Kim Dokja con asco mal disimulado.

—Un padre alcohólico y violento, y una madre asesina, ¿quién podría dudar de que no es como uno de ellos? Estoy seguro de que–

De pronto, Yoo Joonghyuk se pone de pie, con calma. Pero logra detener la boca del sujeto. Dokja tiene miedo de mirar hacia arriba y ver su cara, así que mantiene su atención sobre sus nudillos rojos (hoy se defendió hoy se defendió hoy se defendió y por eso ha traído problemas sabiendo que debió sólo dejarse ser hasta desmayarse y luego volver a casa y fingir que no le duelen los huesos y) y evita pensar en el dolor que lo corroe desde adentro cada vez que mencionan a su madre.

De pronto hay un toque ligero en su cabeza. Una caricia que no dura más de dos segundos.

—Nos vamos.

Antes de darse cuenta, Dokja se pone de pie y camina con prisas para alcanzar a Joonghyuk, quien ya está en la salida de la habitación.

Decide ignorar las maldiciones que grita el padre de su acosador.

Se recuerda que no es la primera vez que esto ocurre.

Le gustaría que fuera la última.


VI.

Yoo Joonghyuk deja que se quede en casa en vez de ir a la escuela los próximos días, pero la falta de presión hace que Kim Dokja se sienta presionado.

El lunes ya se encuentra frente a las puertas de la institución, otra vez. Ha llegado tarde, como siempre, sólo porque odia estar tiempo de más en este lugar. Aunque esta vez no hay un maestro en la entrada que lo regañe, pero no se molesta en pensar en ello.

Como tampoco se molesta en pensar por qué hay dos niños menos en sus clases.

Finge que nadie existe mientras se hunde en las novelas escritas tras la pantalla de su viejo teléfono. El cristal roto le corta los dedos en la hora del almuerzo, así que va a la enfermería a buscar unas banditas.

Allí lo escucha de otros niños, que hacen poco para ocultar sus chismes.

—... ha sufrido un accidente junto con su padre.

—Sí, y el otro... dicen que no podrá salir del hospital en un rato. ¿Cómo se llamaban esos estudiantes?

—Eran...

Kim Dokja escucha sus nombres y su cara palidece. Son ellos. Son los que le hicieron daño, los que le rompieron el labio y dejaron un moretón en su mejilla y manchas de sangre en el cuello de su camisa.

Inmediatamente termina de cubrirse los dedos cortados y sale huyendo. Desde entonces las letras en su teléfono se vuelven ilegibles, su mente viaja a otro lado, preocupándose insanamente sobre este hecho recién descubierto. Hilando en su mente el final de la situación.

Si son ellos, lo culparán a él. Y si lo culpan a él... van a creerles y Kim Dokja será el culpable verdadero.

Yoo Joonghyuk lo va a odiar.

Cuando las horas de estudio terminan, corre directo a casa— lo que sin querer había comenzado a considerar su hogar. Hay lágrimas no derramadas otra vez, al mismo tiempo que la respiración se le corta, mientras observa desde las ventanas del metro a los edificios pasando y se imagina, se imagina qué cara pondría Yoo Joonghyuk si se entera de toda la verdad, la que sí es verdadera. No quiere que lo sepa.

Kim Dokja sabe mentir, él sabe que sabe mentir, pero incluso si es capaz de mentirse a sí mismo no quiere mentirle a esta única persona. Así que reza, reza a los dioses en los que no cree para que Yoo Joonghyuk no le haga preguntas que requieran una verdad sincera.

Entonces Dokja llega al departamento y busca ir directamente a su habitación a esconderse, pero no lo logra.

Yoo Joonghyuk lo espera en el pasillo de la entrada.

—Kim Dokja.

Kim Dokja se queda quieto en el lugar, como un ratón al que han atrapado comiendo de la alacena en mitad de la madrugada.

Intenta desviar la mirada pero entonces el hombre se le acerca. Sólo escucha tres pasos, aunque son más, antes de que Joonghyuk ponga una mano sobre su cabeza.

El chico continúa de piedra pero su corazón deja de martillear contra su pecho. La calidez de ese toque es amable, no lo abruma, hace que sus músculos tensos dejen de doler y sus pulmones regresen a trabajar y permitirle respirar con normalidad, incluso después de toda la adrenalina que sentía hace menos de medio minuto.

—¿Cómo te fue hoy en la escuela?

Toda la calma de Kim Dokja se derrumba como un castillo de cartas.

Se muerde los labios. Se abre la herida que ya estaba a punto de sanar por completo y el sabor de la sangre inunda su lengua. (Esta es la segunda pregunta que Yoo Joonghyuk le hace desde que se conocieron). Hay sudor frío bajando por su cuello. (Yoo Joonghyuk no preguntaría si supiera la verdad, él no es esa clase de persona, él—). Traga pesado y sonríe forzosamente hacia el hombre.

—Me fue bien.

Se sorprende a sí mismo de mentir tan bien, no esperaba poder hacerlo, no con tanta facilidad.

Es escoria.

Tal vez su necesidad de aceptación y su miedo al abandono son más fuertes de lo que se imaginaba.

Le duele la garganta por la ruda manera en la que ha tragado toda su sangre, pero vuelve a abrir la boca mientras sonríe. El hombre le observa un par de segundos más, como si estuviera buscando los detalles en su mentira.

—Está bien.

Yoo Joonghyuk asiente una vez y aparta su mano. Dokja ignora el sentimiento triste que se queda en su frágil corazón, baja la cabeza y corre a su cuarto.

No se da cuenta de las manchas rojas en las mangas de Joonghyuk. O cómo brilla el dorado en sus ojos oscuros mientras lo ve desaparecer.

Kim Dokja olvida el sabor de la sangre y tira las banditas al basurero. Piensa en que Yoo Joonghyuk no debe enterarse nunca de los accidentes, no lo hará.

Se pierde mucho en la comodidad de un hogar de muñecas y no se da cuenta de la falta de ventanas.


VII.

Los días continúan pasando y Kim Dokja no vuelve a escuchar los nombres de sus compañeros al mes siguiente. Como si se hubieran esfumado. Nadie lo culpa por ello. Nadie lo mira. Él puede volver a sentarse hasta atrás en las clases y leer sus novelas.

Nadie lo odia otra vez.

—Entonces ya no es de mi incumbencia —se alienta, sin sonrisas, sin risas. La gasa sobre su mejilla izquierda oculta lo que queda de una tinta amarillenta, lo que pronto pasará a ser un recuerdo borroso, en tanto él se ahoga en frases y más frases mientras el tren traquetea suavemente.

Está en camino a ver a su madre en la prisión. Había olvidado visitarla el mes pasado, principalmente porque se había adecuado demasiado bien al nuevo ambiente de vida al que le había llevado Yoo Joonghyuk. Se reprocha por ello, por haber sido demasiado tonto como para dejarse caer tan fácilmente, pero no hace planes para cambiar de opinión con respecto a lo dependiente que se ha vuelto de ese hombre tan extrañamente amable. No encuentra la necesidad de buscar una salida a un final desagradable.

Si Yoo Joonghyuk decide tirarlo más tarde...

Sólo se volverá otra historia abandonada.

Termina el nuevo capítulo de la novela y guarda su teléfono. Llega a la estación, baja del vagón, camina por las calles poco transitadas.

Entra a la zona de visitas de la prisión. Allí está Lee Sookyung, esperándole sentada tras un cristal. Dokja no quiere dedicarle una sonrisa vacía así que no lo hace. Se sienta frente a ella y toma el teléfono.

—Hola —saluda primero. La estoica mujer no le devuelve el gesto pero su mirada le asquea; está cargado de familiaridad. Es la familiaridad a la que se ha desacostumbrado en tan sólo dos meses. Pero traga pesado y mantiene su postura antes de decidirse a hablar—. Hay alguien... se llama Yoo Joonghyuk.

Lee Sookyung escucha con atención sobre Yoo Joonghyuk.

Lee Sookyung odia a Yoo Joonghyuk.

(Kim Dokja en realidad ama demasiado a Yoo Joonghyuk.)


VIII.

Kim Dokja deja de contar los días que lleva junto a este hombre. Es así que olvida que cumple años un día de aquellos y, después de observar la ciudad pintarse de rosas rojas y corazones cursis, regresa a casa para toparse con Joonghyuk esperándole en la puerta.

—Regresé —saluda, y el chico no se da cuenta de la propia imagen que regala; su expresión cansada se torna suave y hay una sonrisa ligera tirando de sus labios, pequeña pero sincera, al mismo tiempo que el pozo oscuro y casi interminable en sus ojos se desborda en una calidez ridícula de la que no creería que es suya.

—Bienvenido a casa —le responde el hombre con las cicatrices, estirando la mano para acariciar su cabeza como antes lo ha hecho y como Kim Dokja no quiere que deje de hacer. Su toque suave y amable, sus dedos peinando el pelo negro y lacio del joven, casi causan en Dokja las ganas de devolver el gesto de alguna manera.

Pero Kim Dokja no tiene el valor de devolver nada porque, de todas maneras, su toque nunca sería apreciado y es mejor si finge que es nada más que una mascota innecesaria con la que su dueño se ha encariñado.

Sí, incluso así está bien. Vivir de esa manera no suena mal si es que al menos tendrá cariño y un lugar al que volver. Dokja se ha convencido de que no necesita ser más codicioso que esto.

Yoo Joonghyuk los guía a ambos a la cocina y allí lo espera un pastel sólo para dos personas. No cantan nada pero toman asiento. El chico piensa en cómo el postre le durará un par de días, pero entonces se topa con la imagen de Yoo Joonghyuk sirviendo para ambos.

El hombre come, sentado a su lado en esa amplia cocina.

Kim Dokja olvida cómo se sostiene una cuchara mientras Yoo Joonghyuk prueba el primer bocado. Entonces salta una duda que no puede dejar pasar.

—Creía que... no comías comida hecha por otros...

—No lo hago.

Y esa respuesta deja en claro que el pastel de cumpleaños lo hizo el hombre a su lado.

Dokja observa su pedazo un rato más y, después de tragar saliva un par de veces, decide probarlo mientras ignora el creciente sentimiento de indudable felicidad que empieza a escaparse por sus acciones (la cuchara en su mano tiembla y sus ojos brillan mientras babea en las comisuras sin darse cuenta). Hay un sutil aroma a maní en el aire y él siente el cielo con la primera probada.

Lo devora todo rápidamente mientras Joonghyuk simplemente termina el suyo con calma. Kim Dokja recibe otro pedazo que termina comiendo sin chistar.

Y, mientras todavía está masticando una cereza que estaba tan perfectamente puesta sobre el glaseado, de nuevo hay una caricia sobre su cabello. Se detiene, con la cuchara metida en la boca, mientras mira al hombre con curiosidad.

—Feliz cumpleaños, Dokja.

Kim Dokja olvida que no tiene doce años y, por primera vez, llora frente a Yoo Joonghyuk. El hombre le deja derramar lágrimas y gemir, mientras se acaba el postre y las velas numéricas siguen escondidas en los cajones, el teléfono roto en un bolsillo y la necesidad de consuelo impresa en el aire.

Joonghyuk le limpia las lágrimas y los restos de glaseado de los labios, luego lo abraza y Dokja se duerme entre sus brazos cálidos.

(La seguridad se siente como un somnífero en baja cantidad.)


IX.

Hay una sensación de hormigueo en la punta de sus dedos, y el ardor en su mejilla perdura por debajo de la gasa que se había puesto para no llamar la atención. Traga pesado mientras abre la puerta del departamento y entra, quitándose los zapatos y la mochila para ponerlos en un rincón.

Observa el pequeño corredor de la entrada. Yoo Joonghyuk no está.

Él se ha ido de viaje.

Los ojos apagados de Kim Dokja no lo buscan pero siente una imperiosa necesidad de ir por todo el lugar para encontrarlo, sólo que no lo hace porque, a fin de cuentas, sabe que en su realidad Yoo Joonghyuk no aparecerá solamente porque lo busque desesperadamente. Nunca funcionó así, en primer lugar.

Mordiéndose el labio, camina sin prisa por la sala hasta llegar a la cocina. Tiene que prepararse algo de comer, ya es lo suficientemente mayor como para hacerlo por sí mismo, y dentro de poco cumpliría la mayoría de edad, incluso si su cuerpo todavía se negara a crecer lo suficiente para igualar sus años de vida. No es que eso le moleste, ha dejado de hacerlo luego de darse cuenta de que, con su tamaño, es más fácil ser envuelto por completo por los brazos de ese hombre.

No va a admitir abiertamente que eso es lo que más le gusta sentir. Incluso desvía ese pensamiento inmediatamente, tirándolo al rincón de su mente donde están escondidas sus ideas más tontas e innecesarias. Se centra en no quemar lo que sería su almuerzo de esa tarde.

Sus palmas raspadas queman mientras usa las manos. Hace memoria de la razón de sus heridas; no ha sido de la escuela esta vez, este problema lo causó un reportero desagradable que buscaba una historia luego de que Lee Sookyung decidiera escribir otro libro. Kim Dokja todavía no puede creer la desfachatez de esa mujer, cómo se atreve a meterlo en más problemas. Aunque no es como que la odie por ello. Pero tampoco la adora.

Ya ni siquiera encuentra la necesidad de pensar en ella.

Suspira. Termina su comida, lava los platos, busca su teléfono y se dirige a su cuarto, dispuesto a pasar otro día solitario escondido bajo sus mantas, perdido en historias ajenas hasta que el hambre lo obligue a volver a levantarse y cocinar.

Pero antes de llegar a su propia habitación, se detiene en el corredor y da vuelta en otra dirección. Abre una puerta que no es suya y entra a un cuarto que no le pertenece (nada en esta vida le pertenece, en realidad, pero comerse la cabeza por eso ha dejado de ser necesario), escanea los alrededores oscurecidos por culpa de las luces apagadas y las ventanas cerradas. Se quita los zapatos y camina sobre la alfombra sin hacer ruido. Las plantas de sus pies se sienten cálidas, la mano que no sostiene su teléfono tienta en el aire, aparta partículas invisibles y percibe un picor agradable en los labios.

Se dirige a la cama y hace las mantas a un lado con suavidad. No lo hace apresuradamente, no quiere hacer un desastre, porque sabe que deberá limpiarlo más tarde y hacer como que nunca irrumpió en la habitación de su tutor mientras él no estaba. Kim Dokja se convence de que lo que está haciendo no es malo, no ha tocado nada más que la cama, y ocasionalmente el armario, sólo en busca de consuelo al sentirse solo.

Recordando eso, desvía su mirada al mueble. Deja su teléfono sobre la mesita de noche y se dirige al clóset, de donde saca rápidamente el primer abrigo que siempre se encuentra allí; este es blanco, tan blanco que parece brillar entre la oscuridad. Regresa a la cama mientras se lo pone.

Le queda demasiado grande, se arrastra sobre la alfombra y las mangas esconden sus manos. Dokja mueve los brazos intentando sacar sus dedos pero sus acciones empujan el teléfono en la mesa y lo hacen caer al piso. El aparato se esconde bajo la cama.

Se inclina para recogerlo, y entonces se da cuenta de algo allí abajo.

Con una curiosidad creciente, estira la caja pobremente escondida. Con la linterna de su teléfono recuperado se da cuenta de que es sólo un empaque de cartón, pero no tiene logo y, además, parece tener varios años ya.

Kim Dokja sabe que no debería husmear pero, por primera vez, se pregunta qué estará escondiendo Yoo Joonghyuk. Podría ser algo simple, de todas maneras, con lo fácil que fue encontrar esto.

Y con ese pensamiento simplemente lo abre.

Minutos más tarde, Dokja corre al baño a devolver toda su comida. El teléfono y la caja quedan esparcidos sobre la alfombra.


X.

—Kim Dokja.

El chico sentado en el metro no aparta la vista del piso, o de los zapatos que se han aparecido frente a él. No necesita mirar alrededor para saber que ellos dos son los únicos dentro del vagón, y si lo hiciera igualmente no serviría para nada más que llenarlo de más incertidumbre.

Abraza con más fuerza su libreta. Su celular llega a su vista de pronto, siendo extendido desde la mano enguantada de Yoo Joonghyuk. Dokja se aparta repentinamente, tirándose hacia atrás, mientras mira el objeto con dolor y horror en partes iguales. Se muerde los labios, volviendo a sentir como antaño la sangre espesa goteando sobre su lengua. Ya casi lo había olvidado, el dolor de este acto suyo.

—¿Por qué estás huyendo?

Dokja se pregunta si lo está preguntando porque no sabe o porque quiere que él mismo lo admita en voz alta. De cualquier manera, Dokja no piensa contestar.

—Dokja.

El nombre escapa tan suavemente de los labios de Joonghyuk, con tanta naturalidad y tanto de un sentimiento parecido al cariño, que Kim Dokja casi cae en el truco. Pero no lo hace, se obliga a no hacerlo. Se recuerda a sí mismo que nada de esto es la realidad, es una fachada, es una ilusión creada por algo con más poder que él. Es algo que busca hacerlo trizas desde adentro y Kim Dokja ya no es afín al dolor que eso conlleva, así que no lo dejará ser.

El teléfono desaparece de su vista, pero antes de que pueda suspirar aliviado, hay una mano en su cabeza.

Se remueve agresivamente, soltando su preciado cuaderno y estirando los brazos y dedos para apartar el toque, pero es retenido medio segundo después con un agarre firme en sus muñecas. Queda estupefacto. Este toque, a diferencia de todas las otras veces, es frío y seco, rudo, le lastima. No es nada parecido a lo que tantas veces había tenido y le había consolado, esto lo está dañando de una manera impensable.

Pero incluso si se rompe los huesos de las muñecas, Kim Dokja no piensa ceder.

—¡Suéltame!

—No. Vas a escucharme.

—¡No quiero, y no hay nada que escuchar! ¡Déjame en paz!

A pesar de sus quejas, Yoo Joonghyuk no cede en lo más mínimo. Kim Dokja no es rival para él de ninguna forma, con su cuerpo apenas crecido en los últimos años, contra el de un adulto como él, el adolescente sabe que no hay esperanza en luchar pero tampoco espera quedarse de brazos cruzados ni dejarse arrastrar de vuelta a la prisión de la ignorancia. Antes muerto que dejarlo ser.

—Kim Dokja, tienes que escucharme...

—¡Escuchar qué, exactamente! —Ruge, arañando sobre el abrigo blanco que había usado alguna vez, pero que ahora le asquea solamente observar. Detiene sus forcejeos sólo un momento, para poder hablar claramente y mirar a Joonghyuk con su odio más profundo—. ¡Lo descubrí! ¡Ya lo sé, sé lo que buscabas al tenerme! ¡Sabías quién era yo, así que tú...!

—No sabes nada.

El agarre contra las muñecas de Dokja se vuelve férreo, apretado. El chico cierra la boca con un quejido de dolor. Yoo Joonghyuk le mira en silencio, el rostro de piedra, la expresión severa.

—No sabes nada, Kim Dokja.

Kim Dokja se muerde el interior de las mejillas para sofocar el dolor en sus huesos, pero eso no evita que un par de lágrimas escapen de sus ojos. Joonghyuk lo nota e inmediatamente afloja su agarre, dándole tiempo a Dokja de apartarse inmediatamente e intentar salir corriendo.

Pero eso no le funciona. Antes de que pueda dar dos pasos, las manos con guantes de cuero vuelven a agarrar sus brazos. Las mangas de la camisa blanca, que aún se ve grande sobre su cuerpo delgado, se arrugan y la tela quema su piel, sus pies tropiezan y cae hacia atrás sin poder hacer nada más que marearse y ver a la nada, mientras un brazo rodea su cintura y otro se desliza hasta tomar su mano. El calor abrasador de la otra persona llena su espalda y lo obligan a mantenerse quieto.

Es la calidez que no se atrevía a alcanzar.

No la quiere. No ahora. No es más que el recordatorio de todo lo que no tiene ni se merece. Es nada.

Nada. Nada. Nada.

—¡Suéltame!

No quiere llorar. Está tan cansado de llorar. Está cansado de vivir entre mentiras y telarañas que le cortan las arterias y juegan con sus extremidades como si de un títere se tratara.

Kim Dokja no quiere ser un muñeco roto nunca más.

(No es que se merezca ser algo más que eso, en realidad.)

Pero el toque de Yoo Joonghyuk continúa siendo tan cruelmente amable, incluso mientras el chico entierra sus uñas desafiladas bajo las mangas del abrigo del hombre, o si grita y se retuerce y lo maldice, él no le suelta.

—¡Déjame ir! ¡Déjame!

—No quieres escuchar explicaciones, está bien —Por primera vez desde que se conocieron, la voz de Joonghyuk no es amable, no es plana, parece estar llena de una rabia profunda fuertemente contenida. Kim Dokja siente su sangre helarse ante el tono. Los largos dedos del hombre queman con más fuerza por donde sea que lo toquen—. Pero respóndeme algo, Kim Dokja; ¿A dónde piensas ir?

—... Lejos.

—¿Lejos? ¿A dónde?

—¡Eso no te–!

—¿Con quién?

Dokja aprieta los dientes en cuanto las manos de Yoo Joonghyuk vuelven a hacerle daño al cerrarse sobre su cuerpo débil con demasiada fuerza. Puede sentir el aliento del hombre contra su oreja en cuanto se inclina contra él. El calor regresa con más fuerza.

—Dime, Dokja, ¿a quién acudirás?

Al niño le tiemblan las pupilas. Le duelen las muñecas y los tobillos. El brazo contra su estómago se siente como una serpiente enroscándose, buscando atarlo para devorarlo.

—¿Piensas que eso está bien para ti? ¿Sólo huir, sin un plan? Eres más listo que eso, lo sé.

Los dedos en su delgada cintura tantean sobre el suéter escolar, tocan con suavidad sólo para clavarse con fuerza después. Kim Dokja se muerde los labios y baja la cabeza. Sus ojos oscuros se convierten en un mar tempestuoso dentro de esferas de cristal.

—Dokja-yah...

El calor contra su oído le hace temblar, sólo un segundo antes de que su cuerpo quede hecho de piedra.

—No tienes a donde ir más que a casa.

Kim Dokja nunca ha visto a Yoo Joonghyuk sonreír sin inhibiciones, sin que sea nada más que un atisbo que dure menos de dos segundos o tome más de quince grados.

Pero ahora, incluso sin ver, puede sentir la mueca contra su piel.

—Así que volvamos a casa, Dokja-yah.

El joven asesino que sólo sabe mentir se fuerza a sonreír. Hay lágrimas derramándose por sus mejillas pálidas. Sus dedos cortados y llenos de banditas se sueltan en el aire, rindiéndose ante su destino. Sus piernas no lo sostienen más y se deja manipular por las manos escondidas tras los guantes, pegarse al cuerpo bajo el abrigo blanco, levantar la cabeza para volver a ver ese rostro celestial.

No hay esperanza. No hay dolor. Es una sonrisa cálida que contrasta con sus mentiras piadosas.

(Kim Dokja siempre ha esperado a la muerte con los brazos abiertos.

Pero nunca pensó que la muerte tendría la forma más acogedora y hermosa de todas.)