Disclamer: Ni los personajes, ni los lugares, ni parte de la trama de esta historia me pertenecen a mí, son obra de Rumiko Takahashi. Yo solo escribo para divertirme, aunque a veces cueste.

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Nota de la autora: Este oneshot participa en la dinámica de agosto de la página de facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" #dinámica_del_mes_de_agosto #Sensual_verano_MFFIYR. Gracias por invitarme a participar. ¡Por los pelos, pero espero que os guste!

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La dificultad de hacer un buen Nudo

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1.

Es un misterio en el que muy pocos piensan, y sin embargo es tan real y verdadero como que en Jusenkyo hay una poza que transforma en cerdito a todo aquel que caiga en ella, que a casi todo el mundo le gusta el verano. ¡Es verdad! Será por los anuncios en televisión sobre tórridos cruceros en el mar o playas paradisíacas de arena blanca en los confines del mundo. Será por las vacaciones que prometen descanso y diversión, lejos de las obligaciones del frío invierno. ¿Será… por poder comer helado a todas horas y hacer la siesta siempre que lo deseas?

Aparentemente hay muchas razones.

Pero alguien avispado de verdad, alguien realmente inteligente sabe que el verano tiene muy poco de bueno. El verano, o más bien el calor, hace infeliz a la gente. Porque es imposible concentrarse cuando te despiertas de buena mañana ya sudado, te asomas a la ventana y no hay ni un atisbo de brisa fresca y sabes, en ese momento lo sabes, que te espera un día largo (porque los días del verano son los más largos) resoplando por el agobio y abanicándote con la mano con la insulsa creencia de que eso te refrescara. Cada minuto del día condenado a notar esa molesta humedad en el cuerpo, en la ropa, en los pelillos que se quedan pegados en tu nuca.

Pocas cosas son más irritantes que esa humedad en el pescuezo.

Ranma Saotome lo sabía bien.

Fruncía los labios por el disgusto cada vez que deslizaba su mano por esa zona mojada de su cuello, entonces su querida trenza pesaba una tonelada sobre su hombro. ¿Y por qué le daba tanto calor?

¡Si solo era pelo!

Ah, pero él era más que astuto y sabía que había algo más: esa falta de energía que te sobreviene cuando las temperaturas rebasan el temible límite de los 30 grados, ese abatimiento sin sentido, pero igual de pegajoso que el sudor. Como si una nube negra se instalara en tu mente impidiéndote realizar con alegría tus actividades cotidianas. Lo olvidas todo. El calor te roba la vitalidad, las ganas, la voluntad. Es casi como si te arrancara una parte de tu personalidad y te transformara en otra persona.

Solo hacía falta prestar un poco de atención al caminar por la calle para ver que las personas que conocías, tus propios vecinos, ya no eran tales. Se habían transformado en una horda de personas hurañas, sin espíritu, que gruñen en lugar de decir "gracias" cuando les ceden el paso en la entrada de una tienda y movían la cabeza (con suerte) en lugar de saludar si es que levantaban la mirada del suelo.

Ranma Saotome había estado observando todo esto desde que aquella primera ola de calor llegara para atormentarles a principios de Junio. ¡Junio! Él era un artista marcial y en su naturaleza estaba la costumbre de observar todo lo que ocurría a su alrededor a fin de estar preparado para cualquier eventualidad. Era algo que le había enseñado su padre siendo solo un niño:

Debes estar siempre alerta, Ranma.

Cierto era que, desde que ambos se establecieron en Nerima, no había tanto interesante que vigilar. Ahora llevaban lo que se podría llamar "una vida acomodada", tenían qué comer, un lugar para dormir y por eso, la mente del joven podía relajarse hasta el punto de que fueran esos hechos tan mundanos y carentes de importancia lo que distrajera sus pensamientos.

Debía admitir, eso sí, que tanta observación le había llevado a darse cuenta de que ni siquiera él, un gran guerrero curtido en las condiciones más difíciles, era inmune a las inclemencias meteorológicas tan extremas que estaban pasando. Su carácter despreocupado y satisfecho había sucumbido a las penalidades del calor como todos los demás.

Él también resoplaba, gruñía, se quejaba. Era imposible no hacerlo. ¡Toda la ciudad se había convertido en un horno del que nadie podía escapar!

Quizás no toda la ciudad reflexionó él, porque no tenía ganas de hacer nada que le supiera mayor esfuerzo que eso. Hay un lugar añadió, con amargura.

Ranma había descubierto que había un único sitio en la ciudad donde la gente parecía revivir, dónde recuperaban su auténtico carácter y volvían a ser felices aunque solo fuera durante un rato. Se despertaran del maligno hechizo del sol. Todos ellos: adultos, niños, ancianos… y los Tendo.

Oh, sí, los Tendo (en especial las chicas) se habían vuelto fanáticas sin remedio de esta solución.

La piscina pública.

Allí volvían a escucharse risas y exclamaciones de júbilo. Solo el exquisito sonido de un chapoteo lograba que el ánimo de los que allí llegaban con sus bañadores y su nevera repleta de comida y refrescos, se alzara como el chorro de una fuente automática. Era ese ambiente festivo, el olor de la crema solar, la frialdad de los azulejos del suelo de los vestuarios… Todo hacía que experimentaras una excitación nerviosa y maravillosa que desterraba la nube negra y el sudor. Después venía el picor de la hierba bajo los pies, la brisa húmeda que recorría el lugar y el frescor…

¡El frescor ansiado, la liberación del yugo del sol!

—¡Venga, poneos el bañador! —Todos sonreían ante esas palabras. Ranma, en cambio, sentía un escalofrío en lo alto de su columna, como si algo dentro de él se replegara a un lugar más cavernoso y asfixiante—. ¡Vamos!

Era sábado por la tarde. Los alegres informativos habían predicho que superarían los 40 grados en Nerima y por la noche, por supuesto, no bajarían de los 25. La casa estaba cerrada a cal y canto en un triste intento de que no se calentara más, cosa que a él le parecía absurda. ¿Podía hacer más calor? ¡Si ya era una tortura permanecer en el piso superior sin tener el ventilador encendido las veinticuatro horas del día!

Se encontraba en el comedor, agazapado en uno de los pocos rincones algo más frescos que había descubierto, cuando Kasumi pasó frente a las puertas abiertas cargando con su cesta repleta de comida y la bolsa con las toallas. Después apareció Nabiki arrastrando la sombrilla sin ningún cuidado, husmeando el aire con su habitual mirada de sabueso.

Ranma no movió un pelo. Se le ocurrió que podía hacer oídos sordos a sus llamadas aunque ya se había puesto el bañador. Aún era posible que se olvidaran de él.

—¿Estamos listas?

—¡¿Dónde está Akane?!

—¡Ya estoy! —Escuchó sus pasitos apresurados sobre la madera del pasillo y supo que estaba emocionada aunque ignoraba el porqué. Ranma aguzó el oído. Los pasos de Akane se acercaron al comedor—. ¿Ranma? —No respondió, pero ella debió verle pues se le acercó rauda y se inclinó sobre él—. ¿Qué estás haciendo?

El chico se encogió de hombros.

—Nada.

—¿Estás listo?

—Pues…

¡Diantres, lo estaba!

—Venga, que nos vamos.

No, hoy no me apetece. Apretó los dientes, frustrado. Ir sin mí.

Alzó el rostro hacia ella para hablar pero, entonces, la vio. Vio su mano extendida hacia él, y su sonrisa nerviosa e ilusionada que no ocultaba nada. Pero más que nada, Ranma vio el modo en que se marcaba el volante del escote del bikini por debajo de la camiseta amarilla que su prometida se había puesto.

—Sí… —resopló, resignado—. Vamos.

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2.

Ranma había descubierto, gracias a ese verano, lo que era el infierno.

El infierno era tener que caminar desde el dojo hasta la parada más próxima de autobús que estaba, como no, al final de una larguísima avenida en la cual no había nada que ofreciera una mísera sombra en la que refugiarse a esas horas de la tarde. Algunos días el aire era tan seco que los ojos le escocían, otros soplaba un engañoso aire tan caliente y abrasador que te cortaba la respiración cuando chocaba contra el rostro.

El infierno era, también, subir a un autobús ruinoso, recalentado y aromatizado con los olores corporales del resto de viajeros del día. El aire acondicionado se había roto hacía unas horas (¡Pues abra las ventanillas, señor!) No, las ventanillas no podían abrirse por seguridad. Aquel día solo había asientos libres en el lado donde daba el sol, el plástico que rodeaba al asiento era puro fuego.

Llegaron rodando hasta un enorme parking atestado de coches de los cuales bajaban familias felices y sudorosas. Los padres sacaban de sus sillitas a los niños que antes habían sido embutidos en raquíticos bañadores y embadurnados en crema solar, Ranma observó (nunca dejaba de hacerlo) malas caras y narices pálidas por todas partes. Cruzaban el asfalto que rezumaba un aire árido que les quemó los tobillos para hacer cola en la entrada.

Esto sí que es el infierno se dijo, entonces.

Solía ser una cola de no menos de quince minutos, la espera estaba amenizada por las quejas de los niños que volvían a sudar al sol y las discusiones de la gente con el tipo que cobraba las entradas (¿Cómo que no hay descuento para mi abuelo? ¡Si tiene 97 años, oiga!). Se quejaban por la tensión acumulada, sabían que llevaban las de perder porque aquel tipo tenía la llave al paraíso; habrían acabado pagando lo que fuera, empujando al pobre abuelo para meterle dentro con sus calcetines bajo de las chanclas y su sombrerito de paja (¡Vamos, abuelo! ¡Que hay gente esperando!).

—Cuatro entradas, por favor.

El tipo afortunado, pues atendía a la gente desde un cubículo que le protegía de los rayos del sol, ya los conocía. Ranma lo sabía por el modo en que sonreía a Kasumi cuando solicitaba los tickets. Aun así, no había día en que no repasara a las tres con los ojos antes de añadir la misma broma.

—Las chicas tan guapas como vosotras no deberían pagar dinero.

Me pregunto con qué quieres que te paguen, entonces…

—¿Nos harás descuento? —Nabiki nunca dejaba pasar la oportunidad.

—Si después venís a verme…

—¿De cuánto sería el descuento?

—¡Nabiki! —la regañó Akane.

—Aquí tiene —Kasumi pagó el precio completo, indicando al tipo que no, ninguna de ellas iría a hacerle compañía más tarde, ni siquiera para saludar.

Será cerdo pensó Ranma. Se contentó con fulminarle con la mirada porque no querían más problemas en ese lugar. Kasumi agarró las entradas y empujó a su hermana al interior antes de que volviera a iniciar el regateo. Ranma se aseguró de pasar a la vez que Akane, tapándola con su cuerpo de los ojos del idiota del cubículo.

El infierno.

Al otro lado de la entrada había un pequeño jardín reseco con dos puertas que daban a un mismo edificio, pero que no se cruzaban. El túnel de vestuarios. Ranma odiaba pasar ese tramo. Las chicas se fueron por la derecha y él, por la izquierda, junto al resto de los hombres.

Se trataba, propiamente, de un túnel de piedra por el que avanzaba entre tinieblas pues la mayoría de los alógenos del techo estaban fundidos. Hacía algo de frescor dentro pero le resultaba inquietante caminar entre esos desconocidos y el sonido acuoso de sus chanclas sobre los baldosines del suelo. Entonces llegaban hasta un cuartucho revestido de azulejos hasta el techo que ofrecía una luminosidad no menos sucia que la que dejaban atrás. Los vestuarios masculinos. También tenían algo de siniestro, tal vez por el silencio.

Los otros hombres colgaban sus mochilas en los ganchos de la pared y se desnudaban sin pronunciar palabra. Ranma oía el roce de la ropa como si ese sonido se amplificara en sus orejas: las cremalleras bajando, el chirrido de los bancos cuando alguien se sentaba a doblar la ropa antes de guardarla. Él procuraba quitarse la camiseta y los zapatos a toda prisa y salir cuanto antes.

Aún tenía que atravesar un tramo más de oscuridad antes de salir a la luz, a un nuevo jardín vallado. Por alguna razón respiraba hondo cuando al fin estaba fuera y se quedaba quieto, esperando a que las chicas salieran por su lado del túnel.

—Oh, Ranma, qué rápido —murmuró Nabiki, como todas las tardes. Aún no sabía si se estaba burlando de él o no.

Kasumi y Nabiki ataviadas con sus bonitos bikinis pasaron delante, llevando todos los trastos y aun así caminando estiradas, con un particular orgullo que él no entendía del todo. Ranma dejó que se adelantaran. Akane se colocó a su lado, llevaba una de las toallas sobre los hombros, cosa que le extrañó, aunque no hizo ningún comentario.

—Sí que tardáis —apuntó él, por decir algo.

—Es que nosotras somos tres y tú, solo uno —Cruzaron la verja y Akane hizo una mueca, también como cada tarde, la primera vez que su pie aplastaba la hierba. Ranma esperaba con ganas ese instante, le parecía muy graciosa la cara que ponía—. Como nuestros padres ya no vienen.

—El socorrista les prohibió la entrada a principios de verano —recordó él—. No se puede hacer nada.

—Mira que echarles toda la temporada…

—¿Y te parece raro después de la que armaron?

Akane guardó silencio, incluso agachó la cabeza. Ranma, que aunque no lo admitiera en voz alta la conocía mejor que nadie, supo lo que la chica estaba pensando. Y también supo lo que quería decirle y la razón por la que no debía hacerlo. Luchó contra sus impulsos naturales y en lugar de eso, acercó el brazo para darle un ligero codazo de ánimo.

—Da igual —dijo sin más.

Ella también le conocía (¡Aunque no tan bien como él a ella, por supuesto!) pues entendió al instante y le sonrió.

Cuando Akane le sonreía de ese modo, es decir, con dulzura, con cariño, sin una sola arruguita en su frente que pudiera estar ocultando enfado o ira, Ranma sentía un fuerte acelerón en su corazón que pintaba su rostro de rojo y su reacción a eso era apartar la mirada, estirándose como un orgulloso pavo para simular que aquello no le importaba en absoluto. Pero quién sabía si no sería cosa del calor, el agobio o la falta de energía, que lo que experimentó ese día fue un agradable bienestar recorriéndole de los pies a la cabeza. Algo que le relajaba de golpe y le gustó, claro, aunque logró distraerle por un segundo. Su constante y necesario estado de alerta quiso adormecerse.

Pero eso no estaba bien, no en ese lugar.

—¡Eh, chicos! ¡Por aquí!

Kasumi los llamaba desde el lugar libre que habían encontrado, que era, por cierto, el mismo lugar que escogían de cada día. Cerca de la piscina pero también de la fila de tumbonas que, desde primera hora de la mañana, eran ocupadas por otros usuarios y, al menos ellos, nunca habían podido disfrutar. Las toallas habían sido extendidas y la sombrilla abierta.

—¡Akane, ven a ponerte crema!

Su prometida salvó los últimos metros con un ligero trote y al instante, Ranma oyó las risitas. Las conocía. Así como ya le iban resultando familiares los rostros que, desde justamente la fila de tumbonas, observaban a las hermanas Tendo.

Ahí están… como cada tarde.

Chicos. Jóvenes que levantaban la cabeza de la toalla para mirar a las hermanas, que las seguían con sus pupilas invisibles tras los cristales de las gafas de sol, que no perdían detalle cada vez que alguna hacía un gesto o caminaba hacia el agua. Unos chicos que, además, llevaban riéndose de él desde aquel primer día, cuando su padre y su tío fueron expulsados por el socorrista.

La piscina pública de Nerima se había convertido en un refugio para todos aquellos que no soportaban el calor. Un oasis en el infierno del verano, pero no era solo eso. Ranma sabía la verdad porque observaba.

Aquella piscina era también territorio enemigo.

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3.

La piscina era fantástica, eso no podía negarlo nadie.

Era de las más grandes que hubiese visto nunca. Con zonas profundas para bucear, tenía más metros de longitud que una simple piscina olímpica. Se doblaba sobre sí misma, se agrandaba y en el centro tenía una pequeña isla de piedra con algo parecido a un tobogán.

El agua siempre estaba fresca, a pesar del sol y de toda la gente que se bañaba. La luz se reflejaba en ella, en ese azul tan inmenso que lo parecía más todavía cuando respirabas el olor del cloro. Había una valla metálica rodeándola y duchas en las entradas en las que el agua caía de manera suave y deliciosa.

A un lado, los bañistas felices y al otro, los que descansaban al sol sobre el césped. Un rompecabezas de toallas separadas por diminutos huecos de un verdor que ofrecía esperanza. Al mirar el agua, el chico rememoró la dulce sensación que te recorre el cuerpo cuando entras poco a poco y ese vuelco en el estómago cuando el agua te llega a la altura del pecho bajándote la temperatura corporal, por fin, a niveles aceptables.

Valía la pena adentrarse en el infierno por esa sensación… lástima que hiciera tanto que él no la sentía.

—¿Tampoco te bañarás hoy, Ranma?

Como seguía el ritual de todos los días, las hermanas Tendo y él se habían "acomodado" sobre las toallas para untarse de crema protectora, y esperado un rato a que esta se adhiriera a la piel. Habían observado el lugar como si no lo conocieran de sobra y ellos mismos habían sido observados.

Se habían lanzado sonrisas descaradas, incluso algún que otro saludo con la mano.

Él había dedicado gran parte de ese tiempo a buscar una postura cómoda que le permitiera, además, mantener la mayor parte de su cuerpo bajo la protección de la sombrilla. No obstante, la concentración que exigía tal tarea no logró que se le escapara una mueca cuando alzó sus ojos hacia Kasumi.

—No.

La chica puso cara de circunstancias.

—Al final te va a dar una insolación —apuntó Nabiki, casi pareció que eso la preocupara. Se colocó junto a su hermana mayor, ambas se habían quitado las chanclas y las gafas de sol lo cual indicaba que se disponían a bañarse.

—Estoy bien.

—Deberías haberte traído un bañador —insistió Kasumi.

—Ya llevo uno.

—Me refiero a uno de chica —Y él ya lo sabía, pero de nuevo disimuló—. ¿Qué fue de ese que solías usar cuando íbamos a la playa? —Ranma intentó a hacerse el tonto pero no le sirvió de nada—. Aquel con la palabra boy escrita a la altura del pecho.

—Se perdió —respondió, encogiéndose de hombros—. Desapareció.

. Quizás el Maestro Happosai lo robó, no lo sé.

—Ya —musitó Nabiki, achicando los ojos al tiempo que sonreía.

Supuso que ella sabía la verdad, aunque no podía imaginar cómo lo había descubierto. Había sido muy cuidadoso al deshacerse de él.

—Es una lástima —añadió la mediana, como si nada.

Le tanteaba, o quizás la advertía que más tarde tendría que pagar por su silencio en ese asunto.

Fantástico pensó Ranma y ya no se molestó en disimular su mala cara. ¡Cómo odio el verano, las piscinas y los estúpidos bañadores!

Hacía ya bastante tiempo que Ranma convivía con su maldición. Y aunque transformarse en chica al contacto con el agua no era algo fácil de soportar, incluso diría que se había acostumbrado a la mayoría de inconvenientes que eso suponía para él. Había sabido adaptarse y tomar medidas al respecto cuando le hacía falta. Siempre había un leve disgusto de fondo, pero se podía decir que ya no le molestaba tanto como antes. Sin embargo, había límites que no estaba dispuesto a cruzar y uno de ellos era que jamás llevaba ropa interior femenina. Nunca. Eso era impensable para él. Nada de sujetadores, incluso cuando se veía obligado a usar falda llevaba puestos sus calzoncillos.

Un bañador era un equivalente a la ropa interior femenina que, por desgracia, no siempre podía evitar. Los rigores del verano anterior le habían hecho claudicar y había utilizado uno para bañarse en el mar. En su opinión, el bañador al que Kasumi había hecho alusión era lo suficiente varonil como para que pudiera tolerarlo.

Desafortunadamente el susodicho bañador se le había quedado pequeño. Le apretaba demasiado en la zona de los senos y le tiraba del trasero… Le avergonzó, por alguna razón, que algo así hubiera pasado de modo que lo hizo trizas y lo tiró en un contenedor de basura alejado del dojo para que nadie lo descubriera. Y aunque una parte de él disfrutó rompiéndolo, otra lamentaba perderlo. En especial cuando el calor empezó a apretar y comenzaron las visitas a la piscina.

No tenía traje de baño y se negaba en redondo a pedirle otro a Akane o alguna de sus hermanas. ¿Ir a comprar uno? ¡Era una alternativa aún peor! Y mucha más cuando las Tendo dejaron de lado los bañadores para pasarse al bikini.

Nunca, jamás en mi vida, me pondré un bikini.

Por todo ello, Ranma había dejado de bañarse. No podía meterse en el agua con su bañador masculino, transformarse en chica y mostrar sus pechos a todo el mundo. No le quedaba más remedio que pasar calor en la toalla.

—Bueno, así Akane no estará sola —Kasumi utilizó un inconfundible tono de consuelo que Ranma no supo a quién iba dirigido—. Parece que ella tampoco quiere bañarse más.

Normal pensó el chico. Después de lo que pasó la última vez.

Echó un rápido vistazo a la otra toalla pero Akane se mantuvo en silencio. Estaba tumbada, con el rostro girado hacia otro lado y fingía dormir.

—Así os hacéis compañía —Nabiki le guiñó un ojo, sacudiéndose la melena con una mano—. Al fin y al cabo, sois tal para cual.

Kasumi, incapaz de advertir la mordaz burla que impregnó esas palabras, soltó una risita que balanceó su cuerpo más alto y curvilíneo que el de su hermana. Su bikini blanco era más grande, abarcaba bien sus formas redondeadas y le confería un tipo de esbeltez ligera que solía estar escondida por los vestidos, las amplias faldas y los delantales con volantes que a la chica tanto gustaban.

Por el contrario Nabiki llevaba un agresivo bikini sin tirantes de color naranja, mucho más fino y escaso, aunque poco importaba. Parecía que su función fuera más la de señalar las zonas atractivas de ese cuerpo espigado, que se perdían por la falta de formas y lo afilado de su figura.

Ranma se fijó en que, a pesar de las diferencias entre una y otra, los chicos que se fueron cruzando en su camino hacia el borde de la piscina devoraron con la mirada a ambas por igual. Sin ningún tipo de disimulo o apuro. Algunos incluso le daban un codazo al amigo despistado para que no se perdiera el espectáculo.

Patético pensó él. Nunca comprendería a ese tipo de chicos a los que se les caía la baba ante la contemplación del cuerpo semidesnudo de una mujer. En realidad sí, podía comprender porque, en fin, eran cuerpos bonitos y despertaban cosquilleos en su propio cuerpo que resultaban agradables pero… ¿era algo tan importante como para que se comportaran de esa forma tan estúpida?

Él creía que no y se sentía bien consigo mismo por no caer en comportamientos tan ridículos.

—¿Te vas a dormir de verdad? —preguntó, cuando las Tendo ya se habían ido. Akane no se inmutó—. A mí no me puedes engañar.

—Estoy cansada —se quejó la pequeña sin abrir los ojos—. Hace demasiado calor para dormir por la noche.

Eso era verdad, aunque Ranma sabía (siempre sabía) que no era solo por eso que Akane prefería cerrar los ojos y fingir que no estaba allí, aunque fuera durante un rato. Lo sabía porque él podía ver el modo en que sus cejas se fruncían en ese instante, seguramente sin que ella misma se diera cuenta, y podía captar esa vibración secreta en su tono de voz que hablaba de culpa o vergüenza.

—No las hagas caso —probó a decir.

—Déjalo.

El chico bufó, estirándose para tumbarse también en su toalla. Entre ambos estaba el palo de la sombrilla y la cesta con la comida, como una barrera invisible aunque imposible de franquear.

—¡Fue mucho más humillante para mí que para ti!

—¡Ah! —Se quejó Akane, y se giró para darle la espalda—. ¡Déjalo, ya! —insistió, molesta. Después cabeceó y suavizó el tono de voz—. Fuiste el único que intentó ayudarme, así que no quiero enfadarme contigo.

—¡Qué novedad!

—¡Pero cállate de una vez!

Sí, será mejor decidió él. Guardó silencio y clavó los ojos en el interior de la sombrilla. Con su campo visual concentrado en las varillas de metal y en la tirantez con que la tela se extendía hacia las puntas, sus oídos amplificaron los sonidos que había a su alrededor. Las voces de los desconocidos y el golpeteo de los pies de los niños corriendo alrededor del agua crearon una suerte de túnel en su mente a través del cual podía escuchar con más claridad su respiración, el golpeteo de su corazón, pero también la calmosa respiración de Akane a su lado.

Torció un poco la cabeza pero se negó a mirar. Solo un fugaz avistamiento de la blancura que nacía en sus hombros y descendía por su espalda, por sus costados retorcidos sobre la toalla… El cuerpo de Akane no era tan exuberante como el de Kasumi, pero tampoco tenía esa forma picuda como el de Nabiki. Se estrechaba y redondeaba, muy ligeramente, en zonas diferentes. Sin embargo, Ranma pensaba (solo para sí mismo y no muy a menudo) que sus proporciones eran las más acertadas. ¿Acertadas? Quería decir que eran las más lógicas…

Bueno… ¡Las más bonitas, qué diablos!

Akane tenía la estatura adecuada, una delicada estrechez en su cintura y además, ese bikini de tonos amarillos suaves con los volantes flotando con cada movimiento sobre sus pechos y su vientre era… era…

¡Basta! Se dijo y regresó su vista a las varillas. Solo estaba pensando esas tonterías porque se aburría, porque el calor era insoportable y porque estando allí, rodeado de bikinis y bañadores por todas partes, ¿en qué otra cosa podía pensar?

Además Akane está más cariñosa últimamente. La palabra "cariñosa" quizás fuera demasiado generosa, pero al menos no era tan bruta como solía ser. Eso podía ser lo que estuviera afectando a su cerebro.

Akane había estado diferente desde aquel primer día que acudieron a la piscina.

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4.

El primer día en que abrieron la piscina pública de Nerima la familia al completo acudió. Ranma recordaba la expectación que incluso él, que sabía que no podría disfrutar del agua por el asuntillo del bañador, sentía mientras iban hacia allí.

Akane también estaba contenta y eso que cuando le preguntó si había aprendido a nadar, de una vez por todas, la chica se sonrojó con fastidio y negó con la cabeza.

—No te preocupes Akane, nos bañaremos contigo un rato donde no cubre —Le había prometido Kasumi—. A no ser que Ranma quiera encargarse de ti.

Lo dijo Kasumi, quien nunca tenía mala intención ni hablaba con dobles sentidos. Sin embargo esa palabra: encargarse le hizo sentir una rápida y letal vergüenza. Quizás era por lo del bañador, o quizás era por lo de siempre.

—¿Yo? —espetó, por consiguiente él, con evidente rechazo—. No, no.

. Yo no quiero saber nada de ese asunto.

Akane debía estar muy contenta ese día porque apenas me miró mal cuando dije eso recordó. Echado como estaba, tratando de recordar los acontecimientos de ese entonces, Ranma también notó que la somnolencia empezaba a apoderarse de él. Se sentía a gusto en aquella sombra amiga, con el olor de la hierba flotando hasta su nariz. Los sonidos que le envolvían se habían fundido en un masa uniforme de ruidos que ya no molestaban.

Aquel día, las tres hermanas se metieron en el agua dispuestas a pasarlo bien y, tal vez, durante un rato incluso lo lograron. Rieron, chapotearon, Kasumi intentó enseñar a la pequeña como mover las piernas y los brazos para no hundirse. También intentó mostrarle la posición en que hay que dejar el cuerpo para flotar.

Ni siquiera era capaz de flotar recordó el chico.

Lo extraño era que todo parecía estar bien y sin embargo, Ranma no era capaz de apartar sus ojos de Akane. ¡Y no era por el asunto del bikini!

No solo era por eso admitió, con pesar, para sí mismo. Sabía que algo ocurriría.

Él sabía, como siempre, que debía estar alerta.

Vigiló a su prometida sin descanso y vio, antes que nadie, lo mucho que se iba acercando a la zona profunda de la piscina. Kasumi estaba con ella en todo momento, pero Nabiki se había alejado para tontear con el socorrista.

El maldito socorrista pensó con fastidio. Ese imbécil que no solo no vio a la chica que se hundió, como un peso muerto, hasta el fondo de la piscina, sino que fue el que echó a su padre y a su tío de allí para el resto del verano. Por su culpa, estoy aquí solo.

Ranma no estaba seguro de qué pasó con Kasumi, qué fue lo que la distrajo o la apartó de su hermanita, pero no estaba cerca cuando Akane se hundió. De repente, su cabeza desapareció de la superficie y él lo vio, claro que lo vio. Y sintió que algo le golpeaba, un latigazo en lo alto de la espalda. Se puso en pie y caminó hasta la valla, a la espera de que la cabeza de Akane volviera a emerger de las aguas.

No lo hizo.

Ranma buscó al socorrista y trató de alertarle pero este charlaba con Nabiki sin despegar los ojos de su escote. Buscó a Kasumi, pero esta estaba ya muy lejos sonriendo a un niño que chapoteaba y se reía. Buscó al tío Soun que movía los pies en el agua sobre el bordillo, le gritó, su tío le miró y le saludó con la mano. Akane no subía. ¿Cuánto hacía que había desaparecido? El pánico empezó a correr por su cuerpo y sin pensar, saltó la valla y se lanzó en bomba al agua.

Su prometida estaba en la parte más honda, no se movía. Así que se lanzó hacia ella, pataleando a toda velocidad, moviendo sus brazos con más fuerza de la que jamás se había sentido capaz de usar. Los pulmones le ardieron pues olvidó respirar hondo antes de sumergirse, pero le dio igual; logró alcanzarla, tomarla en sus brazos y subir con ella a la superficie.

—¡Akane! —gritó en cuanto el aire volvió a su pecho—. ¡Akane, despierta!

Tiró de ella hasta el borde y la sacó del agua. La tumbó en el bordillo y se inclinó hasta su boca para ver si respiraba, le pareció que sí.

—¡Esas chicas se están besando! —gritó alguien.

—¿Qué?—Ranma se incorporó y notó entonces sus pechos femeninos al aire, y también, que ahora sí todos les miraban. El socorrista, su familia, el niño que chapoteaba y también un grupo de chicos que, además, las habían rodeado con gran interés.

Entonces, oyó la voz del responsable de la seguridad.

—¡Eh! ¡Eso no podéis hacerlo aquí!

Se acercaba a ellos, con cara de enfado.

—¡No estamos haciendo nada! —replicó Ranma, exaltado—. ¡Esta chica casi se ahoga!

—¡Es obligatorio el uso de la parte superior del bikini!

—¡Pero, ¿qué está diciendo?!

—¡Akane! —Soun Tendo, que por fin había entendido lo que estaba pasando, corrió hacia ellos seguido por Genma, ambos por la orilla del bordillo, cosa que enfadó aún más al socorrista.

—¡No se corre alrededor de la piscina, señores!

—¡Cállese, mi niña está en peligro! —Soun le empujó con un brazo haciendo que el chico trastabillara sobre un pie.

Ranma estaba convencido de que el socorrista habría podido mantener el equilibrio de no ser porque, justo después, su padre se precipitó sobre él tras resbalar. Ambos cayeron al agua y ocurrió lo peor posible; un enorme panda empapado aplastó al chico y llenó la piscina de pelos.

Menudo desastre recordó, acomodando sus brazos bajo su cabeza y entrecerrando los ojos. Después todo fue de mal a peor.

Akane se recuperó, que era lo importante, pero el socorrista (que más tarde supieron que se había roto dos dedos y una costilla por el aplastamiento y al que no volvieron a ver por allí) expulsó a Soun por correr por el bordillo y por agresión a un trabajador (¡Agresión!), y a Genma por saltarse la norma que prohíbe el paso de animales de cualquier tipo a las instalaciones de la piscina. Y también por agresión, claro.

—¡Expulsados de la piscina todo lo que queda de verano!

No hubo modo de hacerle cambiar de opinión. Por suerte, consiguieron que no le expulsara a él también por el asunto de mostrar los pechos a todo el mundo. En realidad, no fue por sus pechos, sino porque las normas decían que las mujeres debían ir con bañador o bikini completo en las instalaciones. Ranma solo tuvo que recuperar su aspecto masculino para demostrar que él sí llevaba la indumentaria adecuada, a regañadientes del socorrista, pudo esquivar la expulsión.

Eso significaba que, tanto las Tendo como él, podían seguir disfrutando de la piscina, aunque Nabiki ya le había advertido que debía ir con mucho cuidado.

—Te lo advierto, Ranma —Le había dicho en repetidas ocasiones (¡Ni que fuera tonto!)—. Si haces algo, lo que sea, y por tu culpa nos echan también a nosotros, lo pagarás muy caro.

Pero la verdad era que después de aquel nefasto día lo que menos le apetecía era regresar.

Todos los chicos que le habían visto transformarse en chica se burlaban de él desde entones y encima, no podía plantar cara porque eso les podía traer problemas. Con el tiempo había aprendido que las amenazas de Nabiki eran de las pocas que valía la pena tomar en serio.

Pensó en negarse, pero…

—¡¿Qué estás diciendo, Ranma-kun?! ¡Claro que debes seguir yendo! —Para colmo, tanto su padre como su tío le acorralaron al día siguiente y se lo dejaron muy claro—. Eres el único hombre de la familia al que se le permite ir.

—¿Y eso qué?

—¿No te has fijado en todos esos gamberros? ¿En cómo miran a mis hijas?

Sí, por supuesto que se había fijado.

—¡Como mínimo debes ir por Akane! —Argumentó su padre—. ¡Es tu responsabilidad como prometido!

—Akane y sus hermanas son libres de hacer lo que les venga en gana —protestó él—. No necesitan un guardaespaldas.

—¿Y qué pasa si Akane vuelve a meterse en la piscina?

Ranma resopló, dejando que su cabeza resbalara sobre la toalla, notando las tiernas puntas de la hierba luchar contra su peso.

Eso era, en realidad, lo que atormentaba al chico y lo que le obligaba a acudir a ese infierno cada tarde. El recuerdo de la cabeza de la chica desapareciendo bajo el agua, la pasividad del resto de la gente… ¡Nadie acudió en su ayuda!

Si no hubiese sido por él… ¿qué le habría pasado?

Esas preguntas le revolvían el estómago y aun así no conseguía que abandonaran su mente a la espera, quizás, de que se le ocurriera una respuesta que pudiera tranquilizar su alma. Desde aquel día, Ranma tenía un nudo en su estómago que no se iba. Y que, por supuesto, no le dejaba desentenderse de Akane. Su presencia sí era necesaria allí, aunque no por los estúpidos motivos que su padre y su tío querían hacerle ver.

Lo único positivo era que no había vuelto a haber ningún susto parecido porque Akane no había intentado bañarse de nuevo. Él sospechaba que no era por una simple cuestión de miedo provocado por la mala experiencia del primer día, más bien creía que la chica se sentía culpable por el revuelo que había armado, porque hubieran echado a su padre y a su tío el resto del verano y porque él fuera ahora el blanco de las burlas de los bañistas. La conocía bien. Su prometida creía que debía pagar por todo eso, como mínimo, no estaba dispuesta a que algo así pasara de nuevo y por eso se mantenía lejos del agua.

Soportaba aquel infierno del mismo modo que él, sin obtener el alivio del que todos los demás disfrutaban.

Marimacho tonta…

¡Si al menos quisiera hablar del tema, él podría decirle que era una tontería sentirse mal por lo que pasó!

Lo de su maldición no tenía remedio; además fue él quien se negó a comprarse un nuevo bañador y el que se lanzó al agua sin pensar en lo que hacía. Por otro lado, ¿acaso sus padres no se metían en problemas constantemente y sin necesitar ayuda de nadie?

Si no quiere bañarse está bien. Podríamos quedarnos los dos en casa, donde nadie se burla de mí.

Sí, eso habría sido mucho mejor.

Cuando Ranma volvió el rostro para mirarla de nuevo, Akane dormitaba (ahora de verdad) boca abajo, con la cara enrojecida por el calor, apoyando la cabeza sobre sus brazos. Parecía tan apacible y relajada, esos sentimientos de culpa y reproches internos que él intuía en ella no podían alcanzarla durante el sueño. La contempló durante varios minutos y admitió que le gustaba verla así. De ese modo, su prometida estaba escandalosamente adorable (adorable, un adjetivo que él nunca usaría para describirla en voz alta y menos si ella podía oírle).

Adorable le parecía una buena palabra, expresaba ese calor trémulo que circulaba por su cuerpo al mirarla, ese deseo pegajoso en sus dedos por tocarle la frente, el cabello, puede que los labios por alguna razón que Ranma aún no se explicaba. Por ahora, no había nada más que eso. Deseos pobres, de los que otros se reirían, pero para él eran intensos, le inquietaban y le abochornaban. También le obligaban a apartar la mirada, cosa que le hacía sentir como un niño tonto, pero que no podía evitar.

Y de hecho, al hacerlo, se encontró con que él no era el único que miraba a su adorable prometida transitar el dulce camino del sueño. Por supuesto que no. Eran ellos. Esos chicos que se burlaban de él desde aquel día y que cada tarde ocupaban las tumbonas, tan cerca que podían devorar con lentitud e impunidad cada palmo de piel descubierta de Akane y sus hermanas. Sin vergüenza, sin reparos. Incluso a pesar de las gafas de sol Ranma observaba, podía verles repasando el cuerpo de Akane y sabía que la palabra que acudía a sus mentes no era, precisamente, adorable.

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5.

Eran cuatro, siempre los mismos.

Al principio, su piel excesivamente bronceada y esos bañadores de marca a juego con las gafas de sol le indujeron a pensar que eran algo mayores, pero después de observarlos bien (vigilarles) aquellas tardes bajo la sombrilla, se había dado cuenta de que eran unos críos cuyas edades debían oscilar entre los catorce y los quince años. Gafas de sol relucientes, dientes blancos, incluso sus pechos lampiños reflejaban los rayos del fatídico sol de un modo que a él le molestaba. Captaba algo en ellos que no le gustaba, no era solo porque fueran unos mirones; le llevó un tiempo darse cuenta de que esos chicos, aunque del todo opuestos a él, compartían ciertos rasgos de niños ricos con Kuno.

Ese aire arrogante, la mirada displicente con que observaban a todo el mundo. Ese tipo de personas tenían algo que no se captaba a simple vista, era como un reflejo que coloreaba sus gestos, su tono al hablar, el modo en que miraban a su alrededor; como si estuvieran seguros de que todo, en cualquier momento, estaba a su disposición.

Ranma detestaba a la gente que miraba así el mundo. Más aún si esas miradas ansiosas se dirigían tan a menudo a su prometida. Y en esos momentos lo hacían, cuatro pares de ojos que se habían clavado en la espalda de Akane, que bajaban por sus piernas hasta sus tobillos y después ascendían hasta un punto que no podía ser otro más que su trasero. Lo supo cuando los cuatro, a la vez, esbozaron una estúpida sonrisa.

Por primera vez se preguntó si ese cuarteto de mamarrachos habría estado mirando a Akane chapotear en el agua justo antes de que se hundiera. ¿La vieron desaparecer? ¿Siguieron mirando a la espera de que saliera del agua para seguir espiándola o cuando se dieron cuenta de que no lo haría pasaron a otra sin más?

No pidieron ayuda, eso sí lo sabía. Si la vieron hundirse les dio igual. Pero ahí estaban de nuevo, empapándose de su imagen ahora que ella dormía y no podía descubrirlos. Pero él sí lo hizo. Y una furia salvaje empezó a brotar de su estómago que, quizás de no haber sido por el calor, no habría sido tan brutal, ni tan veloz.

Se van a enterar pensó. Y desterró de su consciencia las amenazas de Nabiki.

Extendió una mano hacia la bolsa de Kasumi y sin dejar de mirar a esos idiotas, rebuscó en el interior, palpando los objetos que guardaba para escoger el más pesado y duro. Solo encontró el bote de crema para el sol. Estaba casi entero y era de buen tamaño.

Servirá se dijo. Calculó la distancia a la que estaban esos tipos y también el efecto que debía dar al lanzamiento para que la botella dibujara un arco por encima de las sombrillas y les cayera en la cabeza. Si lo hago bien puede que ni se den cuenta de dónde les ha venido. Por si acaso, echó un rápido vistazo a la esquina donde se sentaba el socorrista y constató que este no estaba en su puesto. Parecía muy ocupado al otro lado de la piscina curando a un niño que se había caído de boca contra el bordillo.

Perfecto.

Estiró y movió el brazo para prepararse, para ajustar la fuerza al peso del bote y a la distancia. Se le escapó una sonrisilla de anticipación breve, pues se dio cuenta de que uno de esos idiotas estaba haciendo un gesto obsceno con sus manos sobre su propio pecho y los demás reían. ¿Estarían probando quien adivinaba el tamaño de los pechos de Akane? ¿O quizás se burlaban de él una vez más aludiendo a su lado femenino?

¡¿Qué importaba una cosa u otra?!

Solo se concentró en dar de lleno a ese niñato.

Allá voy…

—Ranma.

El sonido de su nombre hizo que el bote de crema resbalara. El tapón se abrió y el contenido viscoso salió disparado sobre sus manos. No encontró nada mejor que la toalla con que limpiarse, aunque debió pensárselo un segundo, pues solo consiguió empeorar semejante estropicio. No supo si lo oyó o si lo imaginó, pero un coro de risas le taladró los oídos.

Estúpidos críos.

—Ranma.

—¡No iba a hacer nada! —exclamó él, ocultando la toalla llena de crema con la bolsa. Inclinó la cabeza y se dio cuenta de que Akane le miraba, aun un poco somnolienta, pero casi sin parpadear—. ¿Qué pasa?

—Necesito que me hagas un favor.

—Ya te he dicho que es imposible enseñarte a nadar —replicó él, meneando la cabeza.

—No es eso —respondió ella. Seguía tumbada boca abajo, de hecho no se había movido un ápice, aunque sus mejillas estaban ahora más encendidas que cuando dormía—. Creo que… se me ha desatado el bikini.

—¿El…? —Ranma cambió la dirección de su mirada y confirmó que sí, el lazo que reposaba en su espalda lucía casi desecho, se había aflojado al moverse dormida sobre la toalla—. ¡Ah! —soltó, de una manera un poco absurda—. Pues, vuelve a anudarlo.

—No puedo —Akane apretó los labios—. Tendría que incorporarme para poder hacerlo y en cuanto lo haga el cordón se soltará del todo y el bikini… —Dejó la frase inconclusa suponiendo que Ranma comprendería, pero él no dio muestras de hacerlo, así que añadió con fastidio—. ¡Se caerá!

—¡Ah! —Exclamó, ahora sí, de manera justificada.

Porque si el bikini se caía…

—Además se me han dormido las manos después de tenerlas bajo la cabeza tanto rato —Se quejó también, aunque el chico ya no escuchaba.

Si el bikini se caía, eso quería decir que los senos de Akane…

—¡Ah! —Esta vez, incluso dio un respingo sobre el suelo.

¡Todo el mundo los vería! ¡Incluidos esos idiotas de las tumbonas que no la perdían de vista!

Incluido él que estaba allí mismo.

—¿Puedes anudarlo tú?

—¿Qué?

Ranma regresó su mirada al rostro de la chica, le parecía que volvía a estar más rojo que antes, si es que era posible. Entrecerraba los ojos como si estuviera enfadada con él, pero la línea de sus labios era temblorosa y frágil.

—¿Puedes rehacer el nudo? —repitió, afectada—. Por favor.

¿Yo? Sintió que la saliva se le atascaba en la boca. ¿Me está pidiendo a mí, a mí de verdad, que le anude la tira del bikini?

Lo primero que se le ocurrió fue que aquello debía ser una trampa, aunque la expresión de la chica parecía de auténtico auxilio.

—¿De verdad?

—¡¿Por qué preguntas eso?! ¡¿Crees que es una broma?! —estalló ella. Debía estar nerviosa por encontrarse en una posición vulnerable, puede que incluso dolorida por haber estado tanto rato en la misma posición—. ¿No vas a ayudarme?

—Sí, pero… —Ranma observó de nuevo el nudo casi desecho, o más bien la finura y aparente fragilidad de ese cordón, casi un hilo—. Espera, avisaré a una de tus hermanas para que… —Llegó a levantarse con la intención de ir en busca de las mayores pero nada más hacer ese movimiento, sus ojos captaron otro.

El grupito de críos se había incorporado sobre las tumbonas y los observaban, ahora a ambos, con mucha más atención. ¿Podía ser posible que hubiesen adivinado lo que pasaba?

Si dejo a Akane sola, meditó, ¿qué impedirá que esos niñatos se acerquen a ella para molestarla?

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó ella. Se movió, y él pensó que se levantaría olvidando su problema, de modo que en un impulso arriesgado, plantó las manos sobre la espalda de ella y la empujó contra la toalla—. ¡Ranma, ¿qué haces?!

Al darse cuenta de la estupidez que acababa de hacer, apartó las manos tan deprisa que se tambaleó hacia atrás. Evitó rodar hacia atrás pero aquella nefasta maniobra solo sirvió para llamar aún más la atención de esos chicos.

—¡Ranma!

—¡Lo siento!

—¿Es que te da miedo hacer un simple nudo?

El chico se estiró, sentado sobre la toalla, irguiendo bien los hombros.

—¿Cómo va a darme miedo algo tan tonto? ¿Te has vuelto loca?

—¿Pues, entonces, a qué esperas?

—¡A nada! ¡Puedo hacerlo! —exclamó—. ¡Lo haré!

—Bien.

Pero, ¿qué se ha creído? Ranma estuvo a punto de remangarse, un gesto que hacía siempre que se disponía a demostrar algo a los demás, pero se quedó un poco confundido al recordar que no llevaba camisa alguna que le permitiera hacerlo. Sacudió la cabeza y clavó la mirada en el nudo. Las tiras estaban del todo desligadas, uno de los extremos reposaba sobre la espalda de Akane y el otro se perdía por el borde de su cintura.

Lo que tengo que hacer es deshacerlo del todo… ¡Y volver a hacerlo! Sí, hacer un buen nudo, uno firme, sólido y que asegurara que el bikini se quedaría en su lugar hasta que regresaran a casa. ¡Era fácil!

¡Qué absurdo pensar que algo así podría asustarle!

Un tonto nudo… Un nudo como el que él aún tenía en su estómago. Tragó saliva y borró esa idea de su mente. Después, extendió una mano para alcanzar el extremo del cordón y antes de hacerlo se dio cuenta, con asombro, de que los dedos le temblaban.

Qué raro. No solo eran los dedos, la mano entera le temblaba. Debo tener hambre.

Cogió los extremos con cuidado, sin rozar un solo milímetro de piel. Aunque Akane le había pedido ayuda no quería darle excusas para que le arreara un golpe. Tiró con suavidad de uno de ellos y no solo el nudo desapareció, sino que el bikini se abrió de golpe y los bordes cayeron hacia abajo con suma facilidad.

Demasiada facilidad. Era de esperar que una prenda como esa fuera más difícil de quitar…

Oyó algo a lo lejos, ajeno a él y sus pensamientos. Los mirones habían cambiado sus sonrisillas socarronas por expresiones de leve desconcierto y fastidio. Ranma no supo que estarían pensando que hacía, pero se alegró de haber borrado la burla de sus caras. De hecho, le hizo sentir tan bien que tal vez no fuera necesario estamparles el bote de la crema en la cabeza después de todo.

Segunda parte.

Bajó los ojos de nuevo hacia su tarea pero de pronto, sintió un tirón en lo más profundo de su ser, de un lugar indeterminado de su bajo vientre que, no obstante, recorrió todo su cuerpo hasta que un nuevo latigazo le golpeó la cabeza. Ver la espalda inmaculada de Akane sin nada cubriéndola le afectó de una manera extraña, porque era la primera vez que la veía. ¿Siempre había sido tan blanca? ¿Con ese aspecto de absoluta suavidad? Los hombros tan pequeños y redondeados, los delgados huesos de la clavícula asomando con timidez y el torso que se iba estrechando hacia abajo. Ranma repasó todos esos detalles con gran interés, como si hubiera perdido el control de sus propios ojos.

Oh… Su mente enmudeció con esa frágil palabra cuando vio parte de sus senos, al descubierto, sobresalir entre el hueco de la axila, aprisionados contra la toalla.

Estaban ahí.

—¿Qué haces? —preguntó la chica. Ranma pegó un bote, apartando los ojos. Las tiras del bikini se le escurrieron de entre los dedos—. ¡Date prisa!

—Sí, sí…

Vamos, céntrate se ordenó a sí mismo. No hagas tonterías.

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6.

Ranma se enfrentó a la situación flexionando una y otra vez los dedos, intentando así recuperar el dominio de las falanges. Aquella iba a ser una maniobra muy compleja y que requeriría una gran delicadeza.

Tragó saliva y esperó a que los latidos de su corazón se apaciguaran un poco. Era lo mismo que hacía antes de un combate; es necesario calmarse antes de empezar porque solo cuando estás calmado tienes auténtico dominio de ti mismo. Respiró hondo, exhaló con fuerza y rechazó todas las ideas de peligro que se le vinieron a la mente y fueron muchas las cosas que acudieron a él.

Las risas de los mirones.

Las voces de su padre y su tío repitiéndole que debía hacerse responsable (¿Responsable, de qué? ¿Del bikini?).

Los chillidos de los niños en el agua, las salpicaduras, los pitidos del silbato del socorrista (¡Eso no puede hacerse aquí!).

—¡Ranma! —Akane le miraba ahora furiosa. Sus brazos estarían dormidos ahora, pero en algún momento despertarían.

Mejor no hacerla enfadar.

—¡Sí, sí! —Se arrastró sobre la toalla para acercarse más y cogió el extremo del cordón que estaba más cerca. Después se estiró un poco para atrapar el segundo, al otro lado del cuerpo de ella. Logró cogerlo aunque sentía los dedos viscosos por la crema y notó que sus nudillos rozaron algo cuando levantaba el brazo—. ¡Perdón!

—¿Qué? ¡Hazlo de una vez!

Bien, tenía los extremos. Los juntó y cruzó sobre la espalda y pasó un por debajo del otro, formando un nudo endeble porque le daba miedo apretar demasiado. Repitió la lazada y sonrió.

—¡Aprieta más, tonto! —Se quejó ella—. ¡¿O es quieres que se caiga de todos modos?!

—¡No! —Ranma corrió a deshacerlo de nuevo y esta vez, sus manos temblaron de veras al sostener los cordones. Los soltó y al recogerlos sus manos rozaron la espalda de la chica. Era suave, tersa, casi tenía el tacto del agua. Sintió que el rostro se le encendía a toda velocidad, de modo que repitió la lazada a toda prisa.

—¡Ay! ¡Pero no tanto!

—¡Lo siento!

Aflojó los extremos, la frente le sudaba a mares.

¿Cómo es que no sabía hacer un maldito nudo?

—¿Te echamos una mano? —Ranma alzó el rostro de inmediato. Uno de los críos se había levantado, apoyaba una pierna sobre la tumbona y le sonreía de lado—. ¿Tienes algún problemilla, guapa?

Quizás se refería a Akane y no a él, pero Ranma se lo tomó como una terrible ofensa y volvió a agarrar el bote de crema, por desgracia estaba vacío.

—¡Metete en tus cosas! —Le gritó, frustrado.

—Puedo acercarme y ayudar…

—¡Ni se te ocurra dar un paso!

Vamos… ¡Solo es un maldito nudo! Bajó los ojos y agarró los cordones una vez más. Hizo la lazada, sus manos se contraían como un corazón palpitante pero se cuidó de no apretar de más. Hizo la segunda lazada y cuando iba a suspirar, esta se deshizo sin más. Por sí misma. Incrédulo, se tragó las maldiciones cuando escuchó las risas delante de él.

—Ranma, ¿qué…?

—¡Ya está casi!

¡Pero no lo estaba! Cada nuevo nudo que hacía se deshacía entre sus dedos temblorosos, todo el cuerpo le sudaba y la espalda le ardía por estar encorvado sobre Akane. Percibía la impaciencia de la chica, ¿qué estaría pensando de él?

Que era un inútil, quizás un aprovechado… ¿qué era peor?

—Venga, vamos.

Esas palabras congelaron sus latidos un instante.

Rehusó mirar pero supo que esos idiotas se habían puesto en pie e iban hacia ellos. No sabía bien con qué intenciones pero supo que no los quería cerca de ellos. No quería que se burlaran de él frente a Akane llamándole guapa o cualquier otra cosa y fue entonces, en ese instante crucial, cuando descubrió la verdadera razón por la cual no había querido comprarse otro bañador.

No quería seguir usando ese tipo de ropa delante de Akane.

Y tampoco quería que ellos se acercaran y vieran a su prometida en esa posición, que vieran su espalda acuática, esa pequeña porción secreta de sus pechos contra la toalla. ¡No quería si quiera que le vieran la cara y se fijaran en sus labios que él ansiaba tocar por alguna razón!

Venga, Ranma, puedes hacer un maldito nudo.

Apretó los dientes y concentró su atención con más precisión que nunca en sus manos. Realizó la doble lazada, despacio, pero sin titubear. No se deshizo. Respiró hondo. Oía los pasos cada vez más cerca, los chascarrillos que se dedicaban los unos a los otros aunque no los entendió. Dobló un extremo, pasó el otro por encima, luego por debajo, dibujó el lazo y tiró con mucho cuidado, afianzándolo.

Soltó los extremos.

Lo había logrado.

—Ya está… ¡Ya está! —exclamó. Le embargó una estúpida alegría que fue aún mayor cuando Akane pudo incorporarse, por fin. Los volantes amarillos flotaron con suavidad sobre la blancura de su pecho, como si le hicieran una reverencia. Era absurdo pero sentía el mismo alivio que aquel día cuando Akane volvió en sí sobre el bordillo, escupió el agua y le miró.

Solo a él. Ella sabía que la había salvado.

Y del mismo modo tonto y sin razón aparente que aquel día, Ranma la atrapó en sus brazos y la empujó contra su pecho, estrechándola. Porque lo había logrado. Porque Akane siempre estaría a salvo mientras él anduviera cerca de ella.

Y siempre lo estaría.

En su excitación y alivio dejó de sentir calor y el pringue de sus manos, lo que sí sintió y con abundante claridad fueron los pechos de Akane contra su torso, dos formas definidas que empujaban contra él con una frescura imposible. También sintió sus labios, un poco húmedos, contra su hombro, la forma de estos sobre su piel. Y por muy agradables que pudieran ser ambas sensaciones, todo pareció enfriarse cuando sintió que el cuerpo de la chica se tensaba de golpe.

Oh, oh…

Aquel día Akane no le pegó por su atrevimiento, pero lo cierto era que (y Ranma no fue consciente de ello hasta ese instante, cuando los receptores nerviosos de su piel enviaron la señal de peligro a su cerebro) lo que acababa de pasar no era igual que lo que pasó entonces.

Porque salvar a Akane de que se ahogara no era lo mismo que hacer un nudo, pese a la dificultad que eso le había supuesto.

¡Ah, pero la he salvado de esos tipos que pretendían…!

¿Dónde se habían metido?

Ranma miró a su alrededor y descubrió a ese grupito de idiotas arremolinados como hienas en torno a un par de chicas que les sonreían desde el agua.

¡Serán imbéciles!

Ahora ni siquiera podía usarlos a ellos como excusa para…

—Ranma —La voz de Akane sonó demasiado ahogada como para saber si estaba furiosa o no porque aún la apretaba contra él—. Como no me sueltes ahora mismo te voy a…

Él ya sabía que mentía y por eso, no fue ninguna sorpresa, a pesar de soltarla en ese mismo instante, recibir un soberano tortazo en la cara de su escandalosamente adorable prometida.

Marimacho… ¡Después de lo que he hecho!

.

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7.

El sol, por fin, caía rendido entre las sombras del final del día. Aunque un observador avispado como lo era él no se dejaría engañar, aún quedaba un buen rato de luz antes de que el cielo se oscureciera del todo y las estrellas asomaran en el horizonte. Los días de verano tienen esa particularidad, la de alargarse como si nunca fueran a terminar de verdad. Como si un día surgiera de las mismas entrañas del anterior, de manera ininterrumpida, uno tras otro. Verano infinito. El cielo estaba rojizo, y un poco purpura en los bordes en los que acababa, seguía sin haber una sola nube y las cigarras aún entonaban su melodía estival.

—¿Qué te ha pasado en la cara, Ranma?

Habían atravesado el árido aparcamiento hasta el exterior, donde estaba la parada del autobús que les llevaría al centro de Nerima. La cara le ardía. Había cargado con todo: con la bolsa, la sombrilla, la cesta y esa molesta sensación de humillación; lo hizo en silencio con la esperanza de que nadie le importunara con preguntas.

—Nada —respondió desde el borde de la acera, el punto más alejado del resto del grupo que había encontrado para esperar al vehículo. El aire caliente del asfalto flotaba hasta sus rodillas y ya había empezado a sudar la camiseta con que se había cubierto el torso. Aún llevaba el bañador.

¿Para qué cambiarse en el oscuro y mohoso vestuario?

No se había mojado.

—¿Akane? —preguntó Kasumi a su espalda.

—Ha sido su culpa —se justificó, rauda, la pequeña—. Es un pervertido.

—¡Y tú eres una bruta! —soltó él, volviendo la vista un instante. Akane también llevaba el bañador seco por debajo de la ropa, podía ver la forma de los volantes pero esta vez no les prestó atención—. ¡Es la última vez que te ayudo!

—¡Yo no te pedí que me toquetearas, guarro!

—¡Pero, Ranma! —exclamó la mayor, sorprendida.

—¡Está mintiendo! —Agitó las manos y eso acentuó la sensación de calor, también la humedad extendiéndose por su espalda—. Más quisieras, marimacho.

—¡Imbécil!

—¿Queréis dejarlo de una vez? —intervino Nabiki, aburrida. Se abanicaba con una mano—. ¡Qué aburridos! —Se cruzó de brazos, buscando la fina línea de sombra que ofrecía la alargada parada del autobús—. Tal para cual.

¡¿Tal para cual?! Pensó Ranma, furibundo. Se dio la vuelta y clavó sus ojos de nuevo en la lejanía, esperando que el autobús apareciera por la cuesta de la calle, renqueando con sus olores encapsulados y su falta de ventilación. Solo quería subirse a él, llegar al dojo cuanto antes y darse una ducha fría que aliviara el condenado calor que llevaba todo el día soportando.

El olor de la crema para el sol comenzaba a marearle.

Estúpida Akane. Encima de que la había ayudado con el estúpido bikini, que había vigilado a los estúpidos mirones para que no se le acercaran… ¡Ella va y le arrea un estúpido tortazo! Si ella supiera… Tantas tardes soportando el calor y las burlas por ella, para asegurarse de que esa niña tonta no se ahogaba en caso de que se le ocurriera la genial idea de meterse de nuevo en el agua.

Claro que no. Ella no sabía. ¡Nunca entendía nada de lo que él hacía! Y aunque pretendiera explicárselo, tampoco le creería. ¡Nunca lo hacía! Seguramente le acusaría de un montón más de tonterías. Ella no comprendía su preocupación ni su miedo, claro, ella no se vio a sí misma desapareciendo bajo el agua, no tuvo que esperar para ver si regresaba con él.

Ranma se preguntó por qué estaba soportando tanto por alguien que no le entendía en absoluto.

¡Pues se acabó!

Lo decidió en ese mismo instante, mientras se pasaba la mano por el cuello y la notaba empapada en sudor. No volvería a pisar esa maldita piscina. ¡Nunca más!

Si Akane quiere seguir viniendo a tostarse bajo el sol, ¡que lo haga! ¿Qué le importaba a él lo que ella hiciera? ¡Por más que su padre y su tío lo dijeran, no era su responsabilidad! Y si a la muy tonta se le ocurría volver a meterse en el agua… ¡Pues no era cosa suya! Sus hermanas podían encargarse de vigilarla, o el socorrista.

¡Vaya, alguien se daría cuenta!

No tenía que ser él. No podía ser tan tonto como para prestarse a soportar ese infierno día tras día, para después recibir como pago un bofetón.

Se acabó. Resopló y aireó su camiseta por si, por casualidad, algún tipo de brisa mágica entraba y le rozaba la piel. Hacía un calor horrible, pero él estaba decidido y no cambiaría de opinión. Te quedas sola, tonta.

—¡Ahí viene, por fin! —Nabiki se adelantó de un salto, colocándose a su lado e incluso levantó la mano con energía como si temiera que el autobús fuera a pasar de largo.

Paró ante ellos rugiendo con maldad y expulsando una enorme cantidad de humo por el tubo de escape. Ranma dio un paso hacia delante justo cuando las puertas se abrían y entonces una bocanada de aire fresco salió disparada del exterior y le dio en la cara.

Es la gloria…

—Ah…

—¡Tiene aire acondicionado! —Chilló Nabiki, muy emocionada. Pasó por delante de Ranma y subió tan contenta que incluso saludó al conductor, cosa que no solía molestarse en hacer nunca.

Kasumi pasó después, cogiendo una de las bolsas. Esbozó una media sonrisa que mostró al chico, como dándole ánimos.

¡Ja! Ella no sabía que no los necesitaba porque ya se había decidido. Y por eso mismo, Ranma cogió los trastos que quedaban en el suelo y subió al autobús sin preocuparse por esperar a Akane. Caminó por el estrecho pasillo y notó el chorro de aire frío dándole sobre la cabeza, aunque no suspiró aliviado, pues estaba enfadado y no renunciaría a esa sensación tan rápido.

Escogió un asiento al lado de la ventanilla y cuando hubo acomodado la bolsa restante y la sombrilla a sus pies, alzó la mirada. Akane caminaba por el pasillo y por supuesto, cuando llegó a su altura frunció el ceño, estiró el rostro de esa manera suya tan orgullosa y pasó de largo. Siguió caminando hasta los asientos vacíos del final y se sentó.

Ranma apretó los dientes y sin dejarse amilanar, cogió la bolsa y la sombrilla para colocarlas en el asiento de al lado al suyo.

Tampoco te quiero a mi lado pensó, fastidiado.

A pesar de que el ambiente fresco del transporte le hizo sentir mejor casi de inmediato, notó que aún tenía un nudo en el estómago. Puede que por lo furioso que estaba, al menos esperaba que este desapareciera pronto. Quiso creer que la preocupación también desaparecería en cuanto dejara de ir a la piscina. Aunque supiera que Akane estaba allí, si no la veía, tal vez…

El autobús se movió cuando (¡Maldición!) el grupo de mirones se subió también. Casi se había olvidado de ellos, pues no los había visto en la parada. Los cuatro críos se habían cambiado los bañadores por unos pantaloncitos secos pero aún llevaban puestas las gafas de sol. Torció la cabeza hacia el cristal cuando pasaron por su lado y clavó los dedos en el cojín del asiento cuando escuchó sus risas aunque… ¿Estaba del todo seguro de que se burlaban de él? Ahora que lo pensaba con calma, en realidad no podía estar seguro de si esos tipos no se iban riendo de otra cosa.

Se sorprendió ante esa idea y también, al no sentir el picor del enfado recorriendo sus extremidades, este se había ido con el calor.

—Hola, guapa… ¿estás tú sola?

Ranma se irguió de golpe.

—Mis hermanas están ahí delante —oyó la voz de Akane respondiendo y se irguió un poco más.

—¿Y cómo es que estás aquí tan solita?

—Eso, eso.

—¿Y a vosotros qué os importa?

Ranma aguzó el oído, porque de ningún modo pensaba asomarse para ver lo que estaba pasando. ¿No había decidido ya que Akane no era su responsabilidad?

—¿Podemos sentarnos contigo, bonita?

—Me da igual lo que hagáis.

Ella sabrá pensó él, apoyando la cabeza en el respaldo y exhalando hondo para relajarse. ¿No había sido ella la que escogió sentarse sola, atrás del todo?

Las puertas del autobús se cerraron y el motor rugió de nuevo. Se puso en marcha despacio y dibujó una semicircunferencia para alejarse de la parada, rumbo a la carreta principal. Ese movimiento sosegado, sin cambios bruscos ni giros feroces solía relajar a Ranma y con la temperatura tan maravillosa que hacía allí dentro, podría haberse quedado dormido de inmediato. No obstante, se dio cuenta de que estar allí encerrado le inquietaba, aunque nunca antes le había pasado.

—Todavía no te has quitado el bañador… ¿eh? —Oyó que preguntaba uno de los chicos, supuso que a su prometida.

—El bikini —corrigió otro de ellos—. Lleva un bikini verde muy bonito, que yo lo he visto.

Es amarillo pensó Ranma. Apretó la cabeza con fuerza en el respaldo para no girarla. Volvió a clavar las manos en el asiento y entrecerró los ojos, concentrándose. No pienso ir a ayudarla.

—¿Qué tal si te vienes con nosotros, guapa?

—¿Ir a dónde?

—Vamos a darnos el último baño a la piscina de un amigo —explicó uno de los chicos—. Es privada.

Ranma plantó con fuerza los pies en el suelo y mantuvo las piernas rígidas. No, no, no iba a hacer nada. Además, Akane no se iría con esos tontos.

—¿Privada? —preguntó ella y casi sonó como si se lo pensara—. No, gracias.

—Nos hemos dado cuenta de que no te bañas mucho… ¿es que no sabes?

—¡Claro que sé!

Ranma se tapó la mano ante la imperiosa necesidad de soltar una carcajada.

—Nosotros podemos enseñarte a nadar si quieres…

¡Buena suerte!

—No me hace falta —replicó Akane. Su voz empezaba a sonar molesta—. Sé nadar perfectamente.

—Pero si hace unas semanas casi te ahogas.

¡Sabía que lo habían visto!

Al oír esas palabras estuvo a punto de saltar de su asiento, pero se recordó a tiempo que ese asunto ya no le importaba. Respiró hondo y se quedó quieto.

—Vamos, guapa, nosotros te sujetaremos para que no te ahogues.

—Dejarme tranquila.

—¡Jo, qué borde!

—¿No quieres ser simpática con nosotros?

—Eso, eso.

—¿Y qué tal si eres un poquito más cariñosa?

¿Cariñosa?

—¡He dicho que me dejéis tranquila, idiotas!

¡Se acabó! Justo antes de que se levantara para poner en su sitio a esa panda de cretinos, Ranma escuchó el inconfundible sonido de un golpe y el chillido, más agudo e infantil, de uno de esos tipos. Se encogió en el asiento y asomó los ojos por el borde; Akane estaba de pie, con el puño en alto frente a uno de los chicos que se sujetaba la cabeza mientras se quejaba. Los otros tres parecían haberse quedado mudos de la impresión, echando hacia atrás sus cuerpos por precaución.

Akane bufó con fuerza y se dio la vuelta, por lo que él tuvo que girarse también y fingir que no había presenciado nada. Escuchó, eso sí, con mucho interés, los pasos de la chica acercándose y por el rabillo del ojo vio su figura junto al asiento libre. La miró y ella le devolvió la mirada, una que todavía no decía demasiado. Pero él sabía, así que apartó el bolso y la sombrilla en silencio.

Su prometida se sentó junto a él, también sin decir nada.

El autobús siguió deslizándose por el asfalto derretido y el sol arrastró sus últimos atisbos de vida sobre el cristal.

No se dijeron nada durante los siguientes minutos, pero Ranma notó como la tensión abandonaba, poco a poco, el cuerpo de ella. Sin mirarle de frente pudo captar como Akane dejaba caer su peso sobre el asiento, como su respiración se iba haciendo más lenta y en un momento dado, sus rasgos se suavizaron. No adoptó una expresión tranquila, fue más bien un gesto melancólico que hizo vibrar el corazón del chico.

Esto no cambia nada, se dijo de todos modos.

Miró en otra dirección, con los hombros alzados. Intentó calcular cuánto tiempo quedaba para llegar a su parada pero, por alguna razón, no reconocía nada de lo que veía al otro lado de la ventana. Entonces, sintió que la cabeza de Akane se apoyaba en su hombro y al mirarla, que esta había vuelto a dormirse.

Igual que sobre la toalla. Y el corazón de Ranma se expandió y se contrajo con dolor, intentó mantener la dureza de su semblante pero la piel cálida de Akane estaba sobre su brazo y no lo consiguió.

Era una orgullosa, como él. Pero al final siempre acababan juntos.

Tal para cual recordó. Suspiró. Y supo, porque él siempre sabía aunque no le gustara, que el enfado se le habría pasado al llegar a la parada. Y también supo que al día siguiente volvería a ponerse su bañador de hombre y a soportar el sol bajo la sombrilla, las risas, la tentación prohibida del agua fresca… Quizás fuera por el frescor del autobús que le ofrecía cierta claridad mental.

O simplemente lo sabía, igual que sabía que jamás dejaría a Akane en una situación donde su vida pudiera estar en riesgo.

Se palpó el estómago, el nudo seguía ahí, apretando con fuerza, advirtiéndole de algo que quizás no fuera del todo real, pero que podía serlo. Siempre hay que estar alerta.

Puede que no me deshaga de él hasta que este condenado verano acabe pensó. Con suavidad, apoyó la cabeza sobre la de la chica y volvió a adormecerse. O quizás se quede conmigo para siempre.

Con lo difícil que le había resultado hacer el nudo de un tonto bikini, deshacerlo podía ser igual de complicado.

Tal vez nunca pudiera deshacer el nudo que le unía a Akane.

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Fin—

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Hola Ranmaniatics ^^

¿Qué tal habéis estado? Hacía mucho tiempo que no compartía un nuevo fic de Ranma, y con nuevo quiero decir un fanfic que haya escrito recientemente. Este terminé de escribirlo justo ayer O.O y estoy muy contenta de llegar justo a tiempo para participar (¡Por fin!) en una dinámica del fandom *_*

Sé que es una historia sencilla y espero que no tenga muy fallos, porque solo he podido revisarla una vez. Mi intención es que fuera lo más graciosa posible y que reflejara lo bien que estoy llevando este verano tan terriblemente caluroso.

¿Qué os ha parecido? ¿Os ha hecho sonreír?

En lo que llevamos de año esta es la primera dinámica en la que puedo participar aunque no miento si digo que he tratado de participar en todas a las que he sido invitado por las amables administradoras de las páginas de Facebook. Pero llevo ya un tiempo con problemas en mi ordenador, más el hecho de haber vuelto a estudiar y que en estos últimos meses he estado lidiando con problemas familiares que han activado mis problemas de ansiedad; vamos, que mi inspiración se ha ido alejando de mí y aunque yo intentaba agarrarla, era muy complicado.

¡Estoy mejor! Jejeje, o al menos me voy haciendo a ello. Por eso me animé a participar y volver a escribir sobre Ranma y Akane siempre me relaja y me hace feliz.

A pesar de lo cortito y simple que es este fic, os diré que no sabía si lograría acabarlo a tiempo. Lo he ido escribiendo a ratitos tan cortos que a veces me parecían historias distintas, jeje. ¡Espero que os guste a pesar de todo!

Quiero agradecer a la página Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por invitarme a esta dinámica ^^ Y a todas las páginas de este bonito fandom que me siguen invitando a participar aunque casi nunca pueda. También os doy las gracias a todos y a todas las que os paséis a leer este fic veraniego. Y a todas las personas buenas y encantadoras de twitter, wattpad, Facebook, instagram, etc que siempre me animáis cuando me da el bajón y escribo mensajes dramáticos quejándome de mi ansiedad T.T ¡Gracias a todos y a todas por estar ahí y acordaros de mí! Aunque ande un poco desaparecida de twitter, sabéis que podéis contar conmigo para lo que queráis.

Y ya no me enrollo más, jaja. Espero que no tardemos tanto en vernos de nuevo por aquí.

¡Besotes para todos y todas!

EroLady.