«Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo.»
—Charles Baudelaire.
Acto I: Negación destrozada.
A oscuras; el fondo de aquél abismo se encontraba en su totalidad a oscuras, sin luna, luciérnagas o estrellas que iluminasen la negrura. También estaba silencioso y completamente quieto, imperturbable e incluso aburrido. Muerto como lo estaba la tierra del suelo y las piedras: Sin plantas, sin flores, sin brillo o belleza.
De repente la pesada quietud fue interrumpida por un agudo grito femenino y un cuerpo se estrelló de manera dolorosa contra una de las enormes "paredes" de piedra del abismo haciendo que una porción se derrumbara encima de la persona y causándole más daño a esta. La chica de espeso y puntiagudo cabello oscuro se levantó con torpeza y respirando agitada por el dolor se dispuso a atacar, pero antes de que pudiese reaccionar una nueva figura femenina saltó sobre ella y le azotó la cabeza con una patada circular que la mandó al suelo, pero la felina respondió con un zarpazo que consiguió herir en la mejilla a su atacante. Esta respondió con un puntapié que le asestó en el vientre y la mandó a volar unos metros más.
Los ojos bicolores de Catra chocaron con los de la otra mujer mientras permanecía en posición de ataque, con el cuerpo hacia abajo y las garras a la vista, lista para saltar en cualquier momento encima de su atacante.
—Que extraño, Adora siempre me había dicho que eras más rápida, Catra. Que decepción —fue la mujer la que habló con tal amargura y veneno en su voz que podría dañar un rosal sin problemas.
—Y tú se supone que estás ayudando a las otras princesas, pierdes el tiempo conmigo —contraatacó la hordiana mirándola como su fuese un insecto al que debía aplastar.
La aludida soltó una risita, pero esta estaba llena de acidez. A velocidad cegadora se acercó y le propinó un zarpazo similar al que antes había recibido, que hirió a la felina en el cuello al punto de sangrar, sin embargo no había sido un punto vital... Para la suerte y a la vez desgracia de ambas.
—¿Crees que ahora el tiempo tiene alguna importancia para mí? Ellas son fuertes, no me necesitan —espetó la chica cuyos ojos rasgados ahora destellaban en un demoníaco dorado—. La que sí me necesitaba y a quien yo necesitaba ya no está ¡Ya no está!
La joven de rizada melena negra azulada después de soltar esa dolida exclamación volvió a abalanzarse sobre la de ojos bicolores, lanzó una patada giratoria que le dio en la nuca a Catra quien respondió saltando y esquivando haciendo gala de su felina agilidad. Un tercer intercambio de golpes, rasguños y puñaladas, ni siquiera parecía importarles el que ambas estuviesen ya magulladas, sangrando y con cortes y raspaduras, no parecían tener la intención de parar. Al menos no hasta que una de ellas —o a lo mejor ambas— terminasen cayendo muertas.
—Tú... Me la quitaste —susurró Mei sin aliento y con su voz medio quebrada.
—¿Que yo te la quité? ¡Dices estupideces! —exclamó Catra— ¡Tú me la quitaste a mí! ¡La tenía en mis manos y tú te metiste!
Después de soltar aquello con energía, un escalofrío recorrió la espalda de Catra cuando Mei respondió con una carcajada; sin ninguna gracia real, ni siquiera deseo de ridiculizarla o responder con una ofensa, sólo pura ira y dolor. Como quien se ríe para no romper todo a su alrededor.
—¿Te das cuenta de la ridiculez que has dicho? ¡Fuiste tú quien la mató!
Catra palideció al escuchar esas palabras y brincó acabando sobre una piedra más alta, como un gato asustado.
—Mentirosa —susurró.
—¿En qué? ¡Tú mandaste esa emboscada! ¡Tú la acorralaste! ¡Si no fuera por ti ella no habría tenido que sacrificarse! —la voz de Mei salió chillona, rota, sin rastro de la frialdad y veneno que hace algunos momentos le salía casi al natural, al mismo tiempo, el intimidante brillo dorado de sus ojos desapareció dejando el común (y ahora roto) azul cobalto en su lugar— ¡La mataste! ¡Mataste a Adora!
—¡Cállate, maldita mentirosa! —Catra se cubrió los oídos y negó con la cabeza— ¡No es cierto!
—¡Por tu culpa ninguna de las dos la tiene! —con ese último grito una serie de filos de hielo brotó desde la ubicación de uno de los pies de Mei. Que habrían atravesado a Catra si esta no hubiese brincado, bajando por el brillante hielo para luego huir, tenía que salir de allí— ¡Me arrancaste el corazón! ¡Y como estúpida te lo arrancaste a ti misma también!
La felina no quiso seguir escuchando; por lo que esquivó a saltos los desenfrenados ataques de la hechicera y luego corrió, corrió como si su vida estuviese en peligro, corrió como una niña asustada que huye de los truenos.
No huía de Mei, ni de su hielo, ni de sus golpes o encantamientos, ni siquiera de su Neko-te o su lanza. Catra huía de sus palabras, de aquellas que de una manera un tanto irónica habían sido fáciles de ignorar mientras la mujer ninja estaba por completo en sus sentidos. Pero en esos momentos en los que, en lugar de querer derribarla o apuñalarla con su filosa lengua la joven de ojos felinos le gritaba, le reclamaba incluso cuando Catra ya estaba demasiado lejos para oírla, echándole en cara su terrible pecado y metiéndoselo a la fuerza para que fuese incapaz de ignorarlo. Catra sentía como si la negación que le había permitido no hacerse pedazos se rompiese, como si la venda en sus ojos que se colocó esa fatídica noche hubiese caído obligándola a mirar esa horrible y perturbadora realidad.
Todo era cierto.
Sí, fueron sus garras las que dejaron malherida, sangrante y debilitada a Adora antes de acorralarla junto a sus amigas. Se recordaba a sí misma sonriendo con perversa satisfacción y arrogancia, sentía la victoria en la punta de su lengua, reflejada en la desesperación en la mirada de Adora que disfrutaba de una manera muy sádica. Sin embargo, un escalofrío atravesó la espalda de todos al observar como la expresión de Adora cambiaba del profundo temor al fracaso, la desesperanza a luego ser... Resignación, aquella triste sonrisa removió algo nada agradable en la hordiana, un mal presentimiento.
La guerrera dio dos pasos al frente, como si fuera la líder de la rebelión a punto de entregarse a los enemigos y... Luego todo pasó tan rápido que nadie pudo procesarlo, ella misma junto con sus soldados salieron volando lejos de allí, una luz cegadora y momentos después los llantos y gritos guturales por parte de las princesas, los aliados y la propia Mei retumbaban en el aire como si quisiesen que todo se derrumbara con su dolor.
Una luciérnaga usando su tímida luz para dispersar la oscuridad y brindar compañía, haciéndolo con sus últimas fuerzas pese a haber sido aplastada y sus alas arrancadas.
Ella había matado a Adora.
—No —corrió hasta que las piernas le temblaban y dolían.
Había aplastado a su luciérnaga.
—¡No! —no supo en qué momento las lágrimas salían sin más, sin su permiso. Tan sólo haciendo caso a esa agonía silenciosa que se alzaba hasta por encima de su orgullo.
Llevó a Adora al límite, le arrancó las alas, y como última medida esta terminó sacrificándose a sí misma para salvar a sus aliados y gente. Como siempre solía hacerlo.
—¡Nooo! —sus piernas exhaustas le fallaron y contra su voluntad acabó sobre sus rodillas y codos en medio de ninguna parte —no es como si estuviese interesada en dónde estaba—, por el brusco movimiento su tiara característica cayó cerca de ella, pero eso le importó poco o nada mientras apoyaba su frente desnuda contra el suelo rocoso. Como si estuviese frente a una deidad suplicando perdón por sus pecados— ¡No, no, no, no, no!
Sentía que el aire le faltaba, que el color abandonaba su piel, sus pupilas se contrajeron espantadas. Espantadas de su propia mente, de sus recuerdos que, accionados por las desesperadas palabras de Mei se le iban encima cual avalancha, avalancha de la que ella era incapaz de escapar.
«Tú la mataste.»
—Adora... —sollozó Catra, fue un milagro que pudiese hablar con el doloroso nudo en su garganta que era cada vez más difícil soportar. Sentía un nivel de soledad que no había sentido ni siquiera cuando Adora se marchó por primera vez y luego se negó a volver a casa, dejándola a merced de Shadow Weaver— Adora.
«Nos quitaste nuestra luz.»
Las lágrimas rodaban por el puente de su nariz, a veces cayendo por la punta, a veces saliendo directo de sus ojos para luego salpicar en el suelo. Temblorosa, Catra comenzó a sollozar con cada vez más fuerza. De cualquier forma nadie podría oírla. Jamás sería lo suficiente como para que una persona se quedara con ella, y cada vez que la encontraba, su odio, su propio veneno terminaba quemando el vínculo.
«¡La mataste!»
Catra se abrazó a sí misma sin dejar de mirar al suelo, apretando la piel de sus brazos con tal brusquedad que se terminó cortando con sus propias garras. Las lastimaduras comenzaron a sangrar y comenzó a percibir el ardor. Pero no le importó, de hecho, lastimarse a sí misma de alguna manera brindaba una especie de desahogo al fuego que le consumía el pecho.
El fuego que alguna vez había sido amor que, a su retorcida manera le permitía seguir levantándose sin importar cuán mierda fuese su vida, pero que ahora como un incendio forestal la consumía por dentro, creando un infierno especialmente diseñado para castigarla hasta el fin de sus días.
«¡Mataste a Adora! ¡Devuélvemela!»
—La maté —Catra gimió como un gatito herido y el llanto que antes intentaba ser reprimido estalló con toda su fuerza, convirtiéndose en horribles gritos que resonaron por todo el lugar. Poderosos alaridos de puro sufrimiento.
Dicen que aceptar brinda un alivio.
Pero para Catra fue solamente el comienzo de una tortura sin final aparente.
Acto II: Recuerdos cínicos.
Mei encontró a Adora observando a una de las muchas ventanas que el palacio de Luna brillante poseía. Por su expresión ella pudo discernir que no estaba encantada con la belleza de los jardines, sino que la misma era perdida y a la vez concentrada, como una persona que piensa en algo importante y haciéndolo ignora todo lo que pasa a su alrededor, era la expresión que Adora solía tener cada vez que estaban a punto de atacar una tropa de la horda o en una reunión; fiera, severa y enfocada, pero al mismo tiempo y de alguna manera soñadora.
La expresión de Mei se entristeció un poco; era la que Adora ponía cuando estaba preocupada.
Mei reconocía que no podía culpar a Adora por estar preocupada, sabía que aunque soñara con ello no podría entender el nivel de presión que la rubia tenía encima, siendo la imprevista heredera de Mara, la anterior She-ra, y teniendo en su cabecita tantas dudas y lagunas acerca de su origen y su verdadera identidad. Mei no podía culparla por sentirse así, no podía darle consejos vacíos al no tener ni idea de lo que estaba sintiendo.
Tal vez no podía ayudarla a dejar de sentirse así, pero sí podía distraerla un poco de esos sentimientos para que el estrés no la dominara y sufriera un eventual colapso al tener tanto encima.
Aprovechando que la joven de ojos celestes estaba inmersa en su propio mundo Mei se le acercó por detrás hasta quedar parada a su lado, sin recibir ninguna reacción por parte de la rubia que hiciese notar que se daba cuenta de su presencia. Mei no estaba segura de si era porque Adora estaba demasiado perdida en sus pensamientos o si era porque su paso era tan silencioso, pero no le interesaba mucho averiguarlo en esos momentos. Estiró una mano y Adora se sobresaltó al sentir de la nada el dorso de los dedos de Mei acariciando su mejilla —eso respondió la duda anterior si estaba tan distraída como para no notarla—, la más alta giró a verla, con sus mejillas enrojecidas al ser un poco más consciente de la caricia que recibía.
—Mei —susurró—. No te sentí llegar.
—Puedo ver que estás inquieta —contestó la de cabellos rizados—. Es triste ver tu linda cara preocupada, Adora ¿Puedes decirme qué ocurre?
El halago al igual que siempre provocó que la guerrera se sonrojase un poco más al estar tan poco habituada a oír palabras dulces —al menos que fueran sinceras—, apartó el rostro nerviosa, alejándose de la mano de Mei. Pero casi en seguida su rostro decayó un poco más.
—¿Adora? —llamó Mei con ternura.
—Sólo estaba pensando —respondió suavemente Adora—. Pensaba en todo lo que pasó: Glimmer está atendiendo sus deberes de reina, Bow no sé dónde está y Light Hope... Sigue sin darme respuestas directas —el rostro de la rubia se ensombrecía cada vez más—, pensaba en la horda, en Catra...
—¿Por qué sigues pensando en ella? Casi nos mata a todos, casi te mata a ti —Mei la interrumpió con un tono mucho más duro de lo que acostumbraba al hablarle a ella, cosa que hizo que Adora se tensara de manera visible y vacilara. Mei se forzó a sí misma a calmarse, a mandar hacia el fondo la punzada de rencor y celos que le provocaba oír el nombre de la felina de la boca de Adora—. No es sólo eso ¿O sí?
Una vez se recuperó del pequeño... ¿Susto? Que le había provocado el repentino cambio de aire de la Ling Adora volvió a bajar su rostro, con una expresión tan cansada y herida que Mei sintió que un puño le apretaba el corazón, por mero instinto su mano regresó a la mejilla de la rubia. Acariciándola en un intento de transmitirle intimidad para hablar.
—No, no es sólo eso —confesó She-ra.
—¿Me puedes decir qué es entonces? —la hechicera procuró ser lo más suave posible, no pretendía obligar a Adora a contarle algo para lo que no estuviese lista, y para nada quería que la rubia pensase lo contrario.
—Me quedé pensando... Cuando estaba encerrada con Catra en esa realidad rota... —un pesado suspiro— Cuando desperté en mi antigua habitación con ella encima mío, se sintió tan bien —Mei frunció un poco el ceño al oírla, pero se mantuvo callada esta vez. Adora siguió hablando como si no se diese cuenta—. Me sentí bien cuando no recordaba nada de lo que había pasado, cuando no recordaba la espada, ni lo que vi en Thaymor. Por favor no me juzgues...
La rubia miró a la kunoichi con cierta alarma en su rostro, cosa que hizo que Mei dulcificara su expresión y asintiera, dándole a entender que podía continuar, la mano que antes estaba sobre el rostro de la guerrera se movió hacia la espalda contraria para volver a acariciarla en un gesto de apoyo.
—Se sintió lindo ser una soldado relativamente normal, no me arrepiento de haber dejado la zona del terror pero... Todo era más fácil cuando no sabía nada, cuando sólo me dedicaba a fantasear con Catra sobre los traseros que podríamos patear. Oí que uno es más feliz en la ignorancia y puedo decir que es verdad —Adora se abrazó a sí misma y giró su rostro hacia Mei, la chica de cabello oscuro sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver las lágrimas en los ojos de Adora—. Estoy cansada, Mei-Mei —musitó la rubia con la voz quebrada.
Mei ni siquiera esperó una señal más por parte de Adora; cuando esta comenzó a llorar en silencio Mei se acercó y arropó a la otra chica entre sus brazos, esta en respuesta se aferró a su cintura y espalda como si fuese una niña aferrándose a su madre, sintiendo las lágrimas de la joven de ojos celestes empezando a mojar su hombro y su cabello Mei comenzó a darle caricias en la espalda y el cabello —el que tantos complejos le generaba a Adora cuando no estaba transformada en She-ra— mientras por momentos le susurraba palabras dulces.
—Shhhh, ya, bonita. Aquí estoy, llora lo que quieras.
—Estoy cansada, Mei... Cansada —decía Adora comenzando a sollozar.
Siendo consciente de que Adora no le gustaría que alguien más la viese en ese estado Mei la llevó a su habitación para que pudiese desahogarse en completa tranquilidad. Terminaron estando en la cama de la ex-hordiana. Más específicamente Mei sentada en el borde de esta mientras que la rubia, sentada en el suelo lloraba en el regazo de la otra chica, al mismo tiempo Mei le seguía dando mimos en el cabello.
Mei mentiría si dijese que no le dolía ver a su amada Adora en ese estado, sollozando sin control mientras rogaba por la libertad que realmente nunca había conocido, por esa infancia que una vida de guerra y abusos le había arrebatado, por librarse al menos un tiempo de ese "destino" que Light Hope no dejaba de recordarle que debía seguir sin importar sus propios sentimientos. Sencillamente, una vida normal, en la que no tuviese que cargar en sus hombros el resto del mundo.
El impulso de detenerla Mei tuvo que tragárselo varias veces, porque esto era lo que Adora necesitaba y ella lo sabía, era muy poco lo que podía hacer para ayudarla y dolorosamente lo reconocía. Pero lo mínimo que podía hacer era permitirle desahogarse, que llorara, que gritara, incluso que golpeara algo o hiciera un berrinche, si le quitaba un poco de peso de encima Mei estaba dispuesta a contenerla todo lo que necesitara.
Después de un rato largo Adora dejó de llorar, y separó su rostro de los muslos de su compañera para mirarla con sus inmensos ojos humedecidos. Mei sonrió con toda la dulzura que pudo mientras que, limpiaba las mejillas enrojecidas de la rubia con sus delicados dedos.
—¿Sabes? Oí por ahí que cada vez que llora un ángel una flor muere —susurró Mei con suavidad, tomó una de las manos de Adora para ayudarla a levantarse del suelo, y que esta se sentase junto a ella en la cama— ¿Te sientes mejor?
—Sí, un poco —por un momento la chica de ojos más claros se quedó mirando su propia mano entrelazada con las de Mei, pero luego alzó el rostro para cruzar ambas miradas azules y le ofreció una tímida sonrisa—. Muchas gracias, Mei-Mei. En verdad tenía que sacar eso de mi cuerpo.
Mei le devolvió la sonrisa, enternecida. Permitiéndose acariciar con sus pulgares la mano de Adora, algo endurecida por la espada y otras armas.
—Sabes que cuentas conmigo para todo.
Había sido hace apenas unos días: Hace apenas unos días Adora estaba presente, hace apenas unos días Mei escuchaba su risa, se deleitaba con las sonrisas, muecas y pucheros que formaban sus labios durazno, disfrutaba de sus sonrojos cada vez que ella le coqueteaba o jugaba con su cabello rubio... Hace apenas unos días Adora estaba viva, ignorando todo el desastre de más adelante, la batalla de la que no regresaría.
Desde el incidente Glimmer se había refugiado en las reuniones de la rebelión o en todos los trámites que debía cumplir como reina novata de Luna brillante, incluyendo incluso algunos viajes diplomáticos dispuesta a reclutar a incluso más gente a falta de She-ra, la mayoría de las veces Bow iba con ella o sino se quedaba con las otras princesas de la rebelión. Mei reconocía que cada uno lidiaba (en silencio) con su propio duelo por la pérdida de la rubia y en el caso de Glimmer la conmoción de haber perdido a su madre y a su mejor amiga en un periodo de tiempo tan corto. Por eso ella había callado sus propios sentimientos y les había brindado toda la compañía posible —o la que ellos le pudiesen permitir—, entre todos se abrazaban tratando de cauterizar esa lacerante herida que les había causado la muerte de Adora... Pero la misma Mei había decidido separarse de aquél círculo de compasión.
Si bien siempre había sido una persona distante, desde la muerte de Adora a Mei se le había hecho cada vez más insoportable hallarse rodeada de los miembros de la alianza: No porque los culpase de la muerte de Adora o algo parecido sino que ella no soportaba la forma en la que se estaban comportando. Las disimuladas miradas entristecidas, los silencios al ser mencionado el nombre de la última She-ra y los gestos llenos de tristeza. Todo ello le provocaba a Mei ganas de vomitar, le recordaba que su dulce Adora se había ido, que no volvería a verla liderar una ofensiva o incluso calmar sus ataques de pánico cuando esta sentía que iban a fallar.
Por eso mismo creyó como una tonta que lo mejor sería apartarse; apartarse hasta que terminase de digerir lo que había sucedido y pudiese hablar de ello sin que se le llenasen de lágrimas los ojos. Creyó como una tonta que si ignoraba las muestras de dolor de sus pares y hacía como si nada hubiese sucedido sería más fácil sobrellevar el dolor, que sola podría con la agonía que implicaba no sólo un corazón roto, sino la pérdida de esa angelical heroína que le enseñó a pelear, que le enseñó lo que es la voluntad y sobre todo le enseñó a amar.
Se estaba metiendo por su propia voluntad en una dañina negación; se rehusaba a reconocer lo evidente. No dejaba de mentirse a sí misma afirmando que todo era un engaño, que Adora no estaba muerta, que pronto volvería a verla y a disfrutar de su rostro nervioso y apenado cuando se acercaba más de la cuenta.
Y todos saben que callarse los sentimientos y negar lo inevitable implica lastimar severamente la psique.
Mei contempló con una expresión vacía la cama de Adora: Ordenada a la perfección, sin una sola arruga, con la sábanas empezando a acumular polvo debido a los días que llevaba sin haber sido usada e igualmente, vacía. Vacía como su rostro, vacía como lo estaba su corazón desde que ella se fue.
Una mueca se le salió, y no pudo evitar sentir un odio aberrante hacia aquella cama deshabitada, sentía que con el polvo en sus sábanas se burlaba de ella, le echaba en cara lo que perdió sin siquiera haber podido tenerlo. Había perdido antes de que el juego comenzase, y lo peor es que había perdido contra la asesina indirecta de su Adora.
«Siempre se trata de ella, siempre la ha querido a ella.»
Con un grito de por medio Mei terminó dibujando un encantamiento que aventó la cama directo a la pared, con la suficiente fuerza como para agrietar la misma cuando el mueble se estrelló y se partió en dos. El impacto tiró el espejo colgado y este no tardó en hacerse pedazos al tiempo que los cristales del techo, creando un revoltijo de trozos brillantes de distintos colores que reflejaban la luz de la luna.
«La quería a ella, la quería a ella... Y ella... La obligó a sacrificarse.»
La hechicera cayó de rodillas con los brazos flácidos a sus costados en una postura de derrota absoluta, una amarga sonrisa se formó en sus labios rosáceos al mismo tiempo que las lágrimas comenzaban a rodar en silencio por su rostro, calientes como si se tratase de ácido en sí mismo contra su piel. Se limitaba a observar el desastre que había formado sin siquiera verlo en realidad, por la mente sólo se le pasó por un segundo la idea de que el escándalo que había formado en su ataque de rabia había conseguido alertar a los guardias, pero poca o ninguna importancia le dio.
Comenzó a soltar unas risitas, hasta que finalmente empezó a reírse a carcajadas en toda regla, lo perturbador del asunto era que se reía mientras lloraba, su risa se confundía con los sollozos que querían salir. Puesto que al fin lo había reconocido, y por ende el frío y la soledad la atacaban con más fuerza que nunca. Su Adora se había ido para siempre y aunque se aislara en el desierto carmesí para no recordarlo ese recuerdo de Adora en medio del improvisado campo de batalla entregando su vida por el bien mayor la perseguiría cada vez que cerraba los ojos.
Pero también otra cosa llegó a su mente...
«Fue ella... Ahora lo entiendo... Fue culpa de ella.»
Como una retorcida epifanía, aquél pensamiento nació. Y en soledad en aquél vacío cuarto que alguna vez perteneció al amor de su vida, el mismo odio que llevaba guardando y que desquitó contra la cama encontró a la persona perfecta a la cual dirigirse.
—Mei-Mei.
—¿Sí? —contestó ella jugando con la desordenada coleta de Adora, sentada sobre la cama de esta mientras que en su regazo yacía la cabeza de la rubia como si fuese una almohada.
¿La razón? Que Adora le había dicho que no quería estar sola.
—Por casualidad... ¿Crees que soy una buena heroína? —la guerrera la observó expectante desde abajo, con sus hermosos ojos azules algo enrojecidos a causa del llanto anterior.
—¿Por qué lo preguntas ahora, Adora? —preguntó Mei frunciendo un poco el ceño.
—Por favor respóndeme —insistió Adora un poco suplicante.
La hechicera suspiró y como siempre, le sonrió de manera amorosa a Adora haciendo que esta se sonrojara por lo profunda que era su mirada. Su expresión cargado de un afecto extremo hacia ella cuyo límite Adora no conocía... Y jamás lo haría.
—Tú me salvaste la vida, me enseñaste a luchar y usar armas, me ayudaste en más de un sentido —susurró Mei—. Yo personalmente, jamás he conocido una heroína más perfecta que tú.
Acto Ⅲ: Remordimientos que queman.
Catra asistió al siguiente batallón en la zona del terror y el primero que se formaba entre los bandos desde aquél incidente, estaba claro que Hordak no se detendría en su deseo de aplastar la rebelión sólo porque esta lloraba la reciente pérdida de dos importantísimos Pilares —Adora y la reina Angella— y semejante falta de compasión o respeto hacia su duelo era algo que las miembros de dicho ejército no estaban dispuestas a tolerar. Ya habían perdido demasiado, esta vez las princesas y los aliados estaban sedientos de sangre, de sufrimiento, no le tendrían consideración a ningún soldado hordiano ni siquiera aunque estos les suplicasen por sus vidas.
En otras palabras; ahora sería la rebelión la que tomase la ofensiva.
Y esto se podía notar por la manera despiadada en la que las princesas se hacían paso siendo lideradas por Glimmer, quien había mandado al diablo el papeleo y las administraciones en el palacio para ir al campo de batalla. El que ahora fuese gobernante de Luna brillante no era justificación para quedarse sin hacer nada mientras los demás se jugaban la vida, era una reina y moriría como tal si llegase a suceder, moriría protegiendo sus principios y a su gente.
Pero no es relevante lo que está sucediendo a la luz en la arena abierta, sino lo que estaba pasando tras las cortinas. O mejor dicho adentro de uno de los depósitos de bots en la zona del terror, en donde habían recibido la señal de una intrusa y ahora Catra se dirigía personalmente a destrozar a quien sea que estuviese hurgando en lo que no le correspondía.
Pero cuando entró al depósito, que destellaba en una parpadeante luz roja que era la alarma y el molesto sonido de la misma no provocaba más que escándalo. Una sonrisa sarcástica surgió en sus labios por la única persona que estaba ahí metida, sin señales de que su presencia o la alarma la sobresaltaran.
—Mira lo que tenemos aquí, la maga de hielo —espetó con tono ácido la felina, se tomó un minuto para observar a la contraria de pies a cabeza, con sus ojos bicolores tan vacíos como los de Mei—. Aww ¿Te arreglaste para mí? —dijo en un falso tono halagado.
A lo que Catra se refería era al vestido que Mei se hallaba usando: Largo de falda vaporosa, las mangas hinchadas, los hombros y el nacimiento de los pechos a la vista, de tono blanco puro con las pálidas flores plateadas bordadas, la delicada gargantilla. Le daba un aspecto angelical... O quizá el de la paciente de una institución mental, o una persona vestida y preparada para su propio ritual funerario.
—Tú te ves terrible ¿Los remordimientos te han estado comiendo la cabeza? —contraatacó la hechicera también observando a la felina de abajo hacia arriba, fijándose en las garras destrozadas —aunque no menos peligrosas—, los nudillos magullados y sobre todo los remarcados rasguños en el brazo izquierdo desnudo de esta... Demasiado regulares como para haber sido originados por algún accidente.
Y Mei se dio cuenta al verla; de que no era lo único en lo que había cambiado, su ánimo se veía más gris, más desganado. Como una persona que ya no espera absolutamente nada más que borrar, borrarse a sí mismo o borrar el resto del mundo.
Catra estaba tan muerta por dentro como ella.
Cosa que facilitaba bastante lo que planeaba hacer.
Sin más palabra Mei saltó y las garras de hielo —que Adora alguna vez le había enseñado a desplegar sin querer en uno de sus entrenamientos— surgieron en su mano derecha con la intención de abrir el rostro de Catra. Pero esta reaccionó rápido como siempre y la esquivó, la falta de preparación —¿O era el acto impulsivo? ¿Falta de atención? Jamás sabría qué era— provocaron que Mei se terminase estampando contra el metal de una de las cajas —de una manera bastante ridícula y penosa cabe agregar— y sólo consiguió girarse a tiempo para esquivar un zarpazo por parte de Catra, el metal fue dañado de manera superficial por las garras de la hordiana.
Mei hizo surgir hielo para atrapar o cortar a la felina, pero esta saltó y se impulsó sobre las mismas columnas de hielo para abalanzarse sobre Mei con el puño en alto, la joven quiso bloquearlo haciendo surgir su lanza de hielo pero fue demasiado lenta. El puño de Catra le dio en el pómulo derecho con tal fuerza que terminó en el suelo.
—Que pena dañar ese lindo vestido ¿No? —dijo sarcásticamente Catra con sus garras en alto, dispuesta a arañarla, afortunadamente Mei reaccionó a tiempo esta vez y desde el suelo le asestó una patada en el vientre a la felina dejándola sin aire unos momentos, otra patada y consiguió quitársela de encima y ponerse de pie.
Comenzó un intercambio de golpes y ataques que ninguna de las dos supo por cuánto tiempo duró —no es como si de saberlo les hubiese importado—: Volaban hechizos, columnas de hielo surgían del suelo que dañaban las máquinas de metal en el depósito, hechizos que terminaban destruyendo dichas columnas, golpes, rasguños y movimientos en las que la una buscaba abrumar a la otra. Hubo un momento en el que Mei quedó de espaldas contra una especie de interruptor y tuvo que girarse para esquivar un nuevo zarpazo por parte de Catra, las garras de la felina se clavaron en dicho interruptor que al ser atravesado y por ende algún disco dañado soltó chispas y pequeños rayos, y tanto la alarma como las luces del depósito dejaron de funcionar.
Faltaba poco...
Con un salto de por medio Mei comenzó a lanzar una brevísima serie de patadas en el aire con tal velocidad que consiguieron confundir a la hordiana y darle en el pecho, mentón y rostro, derribándola en el proceso. Casi en seguida Mei cortó con sus garras de gato una cadena cercana a ella que sostenía una parte de una jaula arruinada colgada en el techo —al parecer gran parte de las partes metálicas allí eran mera basura destinada a ser reciclada y fundida para brindar alguna utilidad a las futuras máquinas—. El mencionado trozo de jaula no tardó en caer y atrapó cual vil trampa real a la felina, quien ni siquiera fue capaz de ponerse de pie.
Catra sonrió de manera amarga, esta escena se le hacía bastante conocida.
Mei permaneció un momento de pie observando a la de ojos bicolores atrapada frente a ella al mismo tiempo que intentaba ralentizar su respiración y bajar la adrenalina que la pelea le había subido hacia el toque. Por muy tonto que resultase decirlo, ambas admitirían que se había sentido bien, el hecho de lastimarse la una a la otra, golpear y sentir los golpes de la contraria sobre su piel... Se sentían de alguna manera que utilizaban a la otra para aliviar un poco los insoportables sentimientos de frustración, remordimientos y dolor que les quemaban por dentro.
—Te tengo —Mei cortó el silencio con esa frase algo tonta.
—¿Qué quieres? ¿Que te felicite? —respondió Catra con cinismo, ni siquiera atrapada cambiaba su manera de ser— ¿Qué harás? ¿Vas a matarme?
—No negaré que la idea es tentadora —una sonrisita llena del mismo descaro se le escapó a Mei—. Pero... Me dijeron que tengo que atraparte con vida, la reina Glimmer quiere que pagues en carne propia cada uno de tus crímenes.
—¿Brillitos? Parece que el poder se le subió a la cabeza —ahí iba de nuevo, esa maldita sonrisa maliciosa que hacía que la hechicera apretase los dientes de pura rabia.
La dama de hielo estampó un pisotón sobre la improvisada trampa, muy cerca del rostro de Catra buscando intimidarla pero a la vez tratando de calmarse. Si de ella dependiera, le patearía esa estúpida cara una y otra vez hasta cansarse, hasta borrarle de una vez por todas esa maldita mirada de superioridad, para arrancarle esa sonrisa.
Pero no, Mei no pensaba rebajarse al nivel de una basura como ella.
—No estás en posición de hacerte la graciosa —susurró amenazadora Mei, por un segundo sus rasgados ojos azules destellaron en amarillo—. No creas que provocarme ayudará en algo a tu situación, conozco todos tus trucos.
—¿Trucos? ¿A qué te refieres? —la inocencia fingida en la voz de Catra casi hace vomitar a Mei— ¿Quieres castigarme tú misma? ¿Acaso quieres torturarme? ¿Crees que de alguna manera vas a vengarla?
Esta vez Mei sostenía su lanza en la mano con tal fuerza que sólo faltaría un poco más para romperla en dos, la idea de sencillamente acabar con todo y atravesar con su lanza a la mujer que ahora estaba a su merced, la que le había quitado a la persona que amaba en más de un sentido. Pero procuraba contenerse, contar hasta diez, respirar, lo que fuera con tal de apaciguar un poco el impulso de su odio.
—Nunca dije que te torturaría —con su voz reflejando una frialdad que no existía en realidad Mei—. No negaré que si fuera otra persona te haría sufrir hasta que tú misma lamentases haber salido viva aquél día, pero así no son las cosas... Además —Mei sonrió de una manera tan serena que perturbaba—, dudo poder causarte más dolor del que tú misma te provocas.
Catra se estremeció ante aquellas palabras y más aún cuando Mei arrojó con fuerza su lanza en dirección a una luz de emergencia que permanecía prendida cuando las luces originales se dañaron, la carga de magia hizo que el bombillo explotara y se quemara y a su vez las chispas cayeron sobre las máquinas, que comenzaron a incendiarse, el fuego se deslizaba a un ritmo cada vez más alarmante.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —exclamó Catra comenzando a removerse, tratando de salir de allí escandalizada.
—La única razón por la que no sucumbo a mis deseos de torturarte sin piedad es porque ella no lo hubiese querido y porque a la rebelión no le conviene —habló Mei con total frialdad, indiferente al creciente incendio que había provocado—. Por eso nos iremos juntas, yo me deshago de este dolor, te llevaré a ti conmigo y destruiré una buena parte de este lugar, puros beneficios.
—¡Estás jodidamente loca! ¡Estás perdida! —gritó Catra.
Eso sí que hizo que Mei perdiera la compostura, se arrodilló y con su mano que había quedado libre al arrojar la lanza le agarró bruscamente las mejillas a la felina, clavando las uñas hasta casi hacer sangrar el rostro de la hordiana.
—¡Me volví loca por tu culpa! ¡¿Sigues sin entender que tú mataste a Adora?! ¡Literalmente mataste a la única persona que me hizo creer que puedo hacer algo para cambiar mi situación! ¡Los hordianos me quitaron todo! ¡Tú me quitaste todo! —Mei se esforzó al máximo para evitar romper a llorar en ese preciso momento, esbozó una sonrisa irónica con ojos cristalizados, una que de nuevo le provocó un estremecimiento a Catra— Es cierto eso que Adora me dijo una vez, no sabes compartir. Dejaste que tu propio rencor y posesividad te cegara y no te importó desquitarte con la única persona que guardaba afecto por ti.
Esas palabras dejaron a Catra en una especie de trance, al mismo tiempo cosas del techo comenzaron a caer debido al fuego, este impulsado por los cables que explotaban debido al calor excesivo provocaron que fuese casi imposible sacarlas de ahí, el humo no tardó en cubrir la habitación y causó que ambas mujeres comenzasen a toser y Mei cada vez más adormecida y débil terminase cayendo al suelo, mientras que los ojos de Catra amenazaban con cerrarse. Sabía que si se quedaba dormida estaría por completo acabada.
Conscientes de que había muy pocas posibilidades de que ambas saliesen de allí vivas: Los recuerdos de todas sus vidas comenzaron a pasar ante ellas como una película —al parecer era cierto eso que dicen de que uno ve la vida pasar frente a sus ojos—. La familia que una nunca tuvo y la que la otra perdió, cuando eran niñas ignorantes soñando con el más allá, inconscientes de la cantidad de sufrimiento a la que se tendrían que enfrentar.
¿Cuándo fue que las cosas comenzaron a ir tan mal?
Pero principalmente; por los ojos de ambas pasaron los recuerdos de ella; la bella rubia que había significado el mundo para las dos aunque de distinta manera. Sus muecas confundidas, las sonrisas sinceras o las satisfechas cuando conseguía lo que quería, la mirada fiera que dejaba ver que no rendiría con facilidad, su emoción al descubrir una nueva habilidad con la espada de She-ra, su sonrojo y rostro contento al ver a un pueblo entero ovacionándola por haberlos salvado.
Más que una luciérnaga que fue aplastada, una luz cálida que daba color a sus vidas monocromáticas. Adora había sido su heroína, lo más similar a un ángel guardián que nunca te deja, que te protegerá aunque sus alas sean arrancadas en el proceso.
Antes de que ambas cerrasen los ojos para jamás volverlos a abrir; en medio del desastre cada una vio una alta silueta con un aura dorada. La coleta rubia, los amables ojos azules y la chaqueta roja eran irreconocibles en dónde fuera.
—¿A-Adora? —llamaron casi al mismo tiempo.
La mencionada contestó con una dulce sonrisa, se giró y comenzó a alejarse de ellas aún en medio del desastre, y ambas pudieron jurar que sintieron una calidez reconfortante que no tenía que ver con el fuego que las rodeaba. Una luz como de sol fue lo último que vieron.
Y les brindó algún tipo de paz antes de sucumbir a la oscuridad total.
El viejo dicho dice que cada vez que llora un ángel una flor muere.
Pero también existe otro dicho que dice, que cada vez que muere un ángel dos almas se pierden, y los corazones se rompen de una manera casi irremediable.
