Percy Jackson, pertenece a Rick Riordan.
Advertencia: Esta es una historia de viaje en el tiempo, con una Fem-Percy OP y Harem lésbico. Si desean leer, háganlo bajo su propio riesgo.
13: Un Dios nos Invita Hamburguesas.
De algún modo, conseguimos regresar a la estación del Amtrak sin que nos vieran, luego del ajetreo allá arriba, con Equidna y Quimera.
La tarde siguiente, el 14 de junio, siete días antes del solsticio, nuestro tren llegó a Denver. No habíamos comido desde la noche en el coche restaurante, en algún lugar de Kansas. Y no nos duchábamos desde la colina Mestiza. —Desde luego tenía que notarse —pensé.
Nos bajamos en la estación, y caminamos sin ser vistos. Clarisse suspiró, —Desearía que pudiéramos encontrar unas duchas, y algo de ropa —me dijo con añoranza, mientras me pasaba la mano por la cintura.
—Algo me dice, que Tique nos verá con buenos ojos pronto, estoy segura... —le dije, justo cuando veía algo, al otro lado de la calle, y sonreía, mientras apuntaba.
—Wow, esto sí que es tener suerte —dijo Owen. Del otro lado de la calle, había un almacén, en el cual dos camiones con letreros de una beneficencia, estaban descargando un montón de cajas. — ¿Vamos ahora? —Clarisse y yo, le dimos cada una, un golpe en la cabeza. — ¡Auch! Eso me dolió.
—No vamos simplemente a cruzar la calle, entrar en un almacén actualmente vigilado por los trabajadores, y agarrar la ropa, ante sus narices, para después salir de allí, como si nada —le regañó Clarisse. Esperamos por varios minutos, los cuales se iban alargando cada vez más, hasta que, finalmente, cerraron la puerta y le colocaron candados. —Ahora sí. —Miramos antes de cruzar la calle, y dimos vuelta en el callejón, hasta la parte trasera del almacén.
—Está cerrado —dijo Owen enfurruñado, mientras intentaba abrir las ventanas, inútilmente, antes de suspirar. — ¡Y las ventanas también!
Lo miré, fijamente — ¿Luke "El Hijo de Hermes" Castellan, no te enseñó como forzar una ventana o una cerradura? —pregunté con incredulidad. Él negó con la cabeza. Yo suspiré y sacándome el broche de cabello, lo retorcí, hasta apoyar un extremo en el marco, y comenzar a agitarlo, lo saqué y gruñí, mientras le daba forma de espada, y volvía a intentarlo, hasta que la logré abrir. Entramos, y desactivé las cámaras, simplemente desconectando todos los cables, mientras que Clarisse y Owen, agarraban la ropa.
Fuimos al baño, y dejamos que Owen lo usará primero. Lo hizo enfurruñado, diciendo que nosotras deberíamos de haber entrado primero, pero salió aseado y con ropa nueva. Entramos nosotras, y con algo de pena, nos bañamos al mismo tiempo, bajo el agua de la ducha. Terminamos tan rápido como pudimos, nos vestimos, salimos del baño y luego volvimos a salir por las ventanas, mientras que yo, reconectaba las cámaras que desenchufé yo misma.
Caminamos, buscando qué comer y contenido nuestros dólares, hasta escuchar una motocicleta, la cual se frenó junto a nosotros.
—Parecen un poco perdidos, niños —dijo el motociclista, muy musculoso, de cabello negro, llevando un corte militar, una camiseta sin mangas roja, una chaqueta negra y un pantalón negro.
Clarisse tenía los ojos muy abiertos. Abiertos de incredulidad, como si no pudiera creer a quien tenía en frente. Pero obviamente, lo conocía. — ¿Papá?
—Hay un McDonald's, espero que no les moleste comer allí —nos dijo y siguió en su motocicleta. Clarisse se puso nerviosa, por la aparición de su padre. Yo ya sabía (por labios de Clarisse), que su padre solía despreciar a sus hijas, y exaltar a sus hijos. Llegamos y nos sentamos en la misma mesa que Ares. —Supe que estarían en esta ciudad. Yo también estuve por aquí, hace muy poco. Así que les propongo, que me demuestren de lo que están hechos —me miró y me sonrió. ¡El muy cabrón, se me quedó mirando los pechos! —Coman. Luego, les explicaré todo. —Dos camareras llegaron. —Tres combos 4 y un combo 6, malteada de vainilla para mí.
—Gaseosa para mí —dijo Clarisse.
—También gaseosa, por favor —pidió Owen.
—Una malteada de chocolate para mí —pedí —Y cambia uno del combo 4, por una McBacon. —Lo miré —Entonces, ¿De qué se trata este trabajo?
—Encontrarán un parque acuático ya cerrado, a unos cincuenta y ochenta minutos a pie, hacía el este —nos dijo. —Me dejé mi escudo allí.
— ¿Y por qué no vas por él, en lugar de pedirnos esto a nosotros? —preguntó Owen, frunciendo el ceño. —Ya tenemos una misión, ¿Sabe?
—Estás hablando con un dios, idiota —le dije, bastante enfadada. —Lo que sea. Dar con el escudo, dar con el Rayo.
Me enseñó una sonrisa. —Me alegra ver, que tienes un freno, mocoso —se alegró el dios. —Esta chica, podría salvarte la vida, algún día.
—Por ahora, termina de comer —le dije a Owen. —Cuando estemos satisfechos, vamos por el escudo.
Cuando estuvimos satisfechos, nos marchamos.
El sol ya se estaba escondiendo tras las ventanas para cuando llegamos al parque. Juzgando por el cartel que alguna vez se llamó WATERLAND, pero algunas de las letras fueron destruidas con el tiempo, y se leía WAT R A D. La puerta principal estaba cerrada con candado y alambre de púas. En el interior, enormes toboganes de agua seca y los tubos rizados en todas partes, llegando a unas piscinas vacías. Viejas taquilleras y anuncios revoloteaban alrededor del asfalto.
—Si Ares trajo a su novia aquí para una cita, —Dijo Owen mirando los alambres de púas, —odiaría ver lo que ella parece.
—Owen, —advirtió Clarisse. —Se más respetuoso.
Yo suspiré. —Sigue siendo un dios, Owen, y su... amante, es muy temperamental. Si es quien creo que es, según los mitos.
— ¿Quién es ella? —preguntó Owen, con una sonrisa, intentando imaginársela. —¿Equidna?
—No, es Afrodita, —dijo Grover con tono soñador —la diosa del amor.
—Pensé que estaba casada con alguien, —dijo Owen.
—Así es: con Hefesto —afirmé. —A ella, solo le importa la pasión y el buen sexo. No le importa nada más, ni cuan listo es su esposo. —Y con esas palabras dichas, convoqué el viento a mi alrededor, me giré hacía ellos, y los rodeé de viento, para que este nos alzara del suelo, y nos hiciera cruzar hasta el otro lado, sin engancharnos en el alambre de púas.
Las sombras crecían mientras caminábamos por el parque, comprobando las atracciones. Había «La Isla del Calzador del Tobillo», «Los calzoncillos sobre la cabeza», y «Tío, ¿Dónde está mi bañador?»
Ningún monstruo se acercó a nosotros. No había nada más que silencio.
Encontramos una tienda de recuerdos que habían dejado abierta. Las mercancías seguían ordenadas en sus estantes: globos de nieve, lápices, tarjetas, y percheros de ropa. Continúanos nuestra búsqueda del Túnel del Amor. Me dio la impresión del que el parque entero aguantaba la respiración.
—Entonces, Ares y Afrodita, —dijo Owen, manteniendo mi mente lejos del hecho de que la oscuridad crecía, — ¿Ellos tienen algo?
—Eso es chisme viejo, Owen, —dijo Clarisse. —Un chisme de tres mil años.
— ¿Y que hay con el esposo de Afrodita? —preguntó Owen.
—Bueno, ya sabes, Hefesto. El heredero. —Le expliqué yo. —Era inválido cuando bebe, arrojado fuera del Monte Olimpo por Zeus. Así que no es exactamente guapo. Hábil con sus manos, y todo, pero Afrodita no se fija en el cerebro y el talento, ¿sabes? —mientras hablábamos, caminábamos sin rumbo, o más bien, inconscientemente.
—Eh, lo encontramos —dijo Clarisse. En frente de nosotros se encontraba una piscina vacía que hubiese sido un gran lugar para una pista de patinaje. Era por lo menos de cincuenta metros de ancho y tenía la forma de un tazón. Perfecto para practicar Skate. Y abandonado en el fondo de la piscina había algo rosado y blanco, un barco de dos plazas con un dosel por arriba con pequeños corazones. En el asiento izquierdo, brillando en la penumbra de la tarde, estaba el escudo de Ares, un círculo de bronce pulido.
Alrededor del borde, había una docena de estatuas con forma de Cupido que montaban guardia con las alas extendidas y arcos listos para disparar. En el lado opuesto se encontraba un túnel abierto, probablemente, por donde salía el agua cuando la piscina estaba llena. El cartel de arriba decía: «ESTREMEZCASE CON EL PASEO DEL AMOR: ¡ESTE NO ES EL TÚNEL DEL AMOR DE TUS PADRES!»
—Esto fue muy fácil, —dijo Owen, sonriendo arrogantemente, ante la misión tan simple que tenía delante de sí. Pero yo ya recordaba esto. — ¿Entonces podemos simplemente bajar y conseguirlo? Voy a bajar.
Llegando al bote. El escudo estaba apoyado en un asiento y al lado había una bufanda de seda para mujer. Desde mi perspectiva, y con lo mucho que se demoraba Owen, claramente él también trataba de imaginar a Ares y Afrodita aquí, una pareja de dioses en una chatarra de parque de diversiones. Entonces se dio cuenta de que no había mirado hacia arriba; había espejos por todos los lados de la piscina, apuntando a este punto.
Levantó la bufanda. Era la misma de la última vez: rosada, y tenía un perfume indescriptible, rosas o laurel de montaña, que nos llegaba a nosotros. Algo bueno, sonreí algo soñador. Al igual que yo, Owen estaba a punto de pasármela por la mejilla cuando Clarisse se la arrebató de las manos, usando su lanza para alcanzarla, la trajo hasta ella y la guardó en su bolsillo. —Oh, no lo harás. Aléjate de esa magia del amor.
Ayudé a Owen a salir de allí, con una cuerda atada a una flecha, que disparé. — ¡Apresúrate en salir de allí, ayudándote de la cuerda, Cerebro de Alga! —le pedí, él fue subiendo, ayudándose de la cuerda, y le tendí la mano, para ayudarlo al final. Y le señalé los cupidos. —Todos los cupidos, tienen el símbolo Eta, la firma de Hefesto. —Me acerqué a uno y le da una patada a la base, activando la trampa: los cupidos dispararon flechas de cuerda, formando una red. —Era una trampa de Hefesto, para atrapar a Afrodita y a Ares.
—Mi padre lo descubrió de alguna forma. Quizás tomó la bufanda de Afrodita y su escudo, y los dejó aquí, para...
— ¿Humillarnos a nosotros? —opinó Grover. Nosotras asentimos, y nos marchamos de allí.
El dios de la guerra nos esperaba en el aparcamiento del restaurante. —Bueno, bueno —dijo. —No os han matado. —Le arrojé el escudo, como lo hacía el Capitán América, y él lo atrapó al vuelo. —Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a unos críos estúpidos. Das el pego en la tele, chaval.
Clarisse sonrió. —Mi bella novia, descubrió las trampas, e hizo a Owen descender, y luego, lo ayudó a volver a subir. No caímos en la trampa, Papi.
Ares suspiró. Agarró el escudo y lo hizo girar en el aire como una masa de pizza. Cambió de forma y se convirtió en un chaleco antibalas. Se lo colocó por la espalda. — ¿Ven ese camión de ahí? —Señaló un tráiler de dieciocho ruedas en la calle junto al restaurante. —Es vuestro vehículo. Os conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas. —El camión llevaba un cartel en la parte trasera, que pude leer sólo porque estaba impreso al revés en blanco sobre negro, una buena combinación para la dislexia:
AMABILIDAD INTERNACIONAL: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS. PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS.
—Estás de broma —dijo Owen.
Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió. —Billete gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por hacer el trabajo. —Sacó una mochila de nailon azul y me la lanzó. Contenía ropa limpia para todos, veinte pavos en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una bolsa de galletas Oreo con relleno doble.
—No quiero tus cutres... —empezó Owen.
—Gracias, señor Ares —salté, dedicándole mi mejor mirada de alerta roja. —Muchísimas gracias. —Un segundo después, Ares desapareció. —Si vamos a tomar el expreso del zoo. —Proseguí —debemos darnos prisa. —Cruzamos la calle corriendo, subimos a la parte trasera del camión y cerramos las puertas.
El interior del camión estaba oscuro, hasta que desenfundé mi espada. La cual arrojó una débil luz broncínea sobre una escena muy triste. En una fila de jaulas asquerosas había tres de los animales del zoológico más patéticos que había visto jamás: una cebra, un león albino y un antílope.
Intercambié la comida de la cebra y el antílope, por la comida del león y viceversa. Llené los cuencos con agua y se los dejé.
Decidimos dormirnos, pues sería un viaje muy largo. Me preguntaba, si tendría el sueño con Cronos y Luke, o si acaso lo tendría Owen, debido a que yo era ahora una nórdica.
