Percy Jackson, pertenece a Rick Riordan.
Advertencia: Esta es una historia de viaje en el tiempo, con una Fem-Percy OP y Harem lésbico. Si desean leer, háganlo bajo su propio riesgo.
14: De Cebra hasta Las Vegas.
(Owen)
El interior del camión estaba oscuro, hasta que destapé a Anaklusmos. La espada arrojó una débil luz broncínea sobre una escena muy triste. En una fila de jaulas asquerosas había tres de los animales del zoo más patéticos que había visto jamás: una cebra, un león albino y una especie de antílope raro, que tenía la mayoría del pelaje blanco y unos cuernos largos y rectos.
Alguien le había tirado al león un saco de nabos que claramente no quería comerse. La cebra y el antílope tenían una bandeja de polis pan de carne picada. Las crines de la cebra tenían chicles pegados, como si alguien se hubiera dedicado a escupírselos. Por su parte, el antílope tenía atado a uno de los cuernos un estúpido globo de cumpleaños plateado que ponía: "¡Al otro lado de la colina!"
Justo entonces el camión arrancó y el tráiler empezó a sacudirse, así que nos vimos obligados a sentarnos o caer al suelo. Nos apiñamos en una esquina junto a unos sacos de comida mohosos, intentando hacer caso omiso al hedor, el calor y las moscas. Grover intentó hablar con los animales mediante una serie de balidos, pero se lo quedaron mirando con tristeza.
La Rue y yo, estábamos a favor de abrir las jaulas y liberarlos al instante, entonces Johansson señaló que no serviría de nada hasta que el camión parara. Además, me daba la sensación de que teníamos mucho mejor aspecto para el león que aquellos nabos.
Johansson usó su espada y cambió la hamburguesa para el león y los nabos para el otro animal. Llenó dos platos con agua para cada uno. —Skadi, mi madre. Es... algo así, como la versión nórdica de Artemisa. La caza y los animales salvajes. Pero además de eso, es la señora del invierno —nos contó ella.
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Por otro lado, no tenía ni idea de qué debía esperar. Los dioses no paraban de jugar conmigo. Por lo menos Hefesto había tenido la decencia de ser honesto: había puesto cámaras y me había anunciado como entretenimiento. Pero incluso cuando aquéllas aún no estaban rodando, había tenido la impresión de que mi misión era observada. Yo no era más que una fuente de diversión para los dioses.
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Me terminé quedando dormido, mientras sentía que caía, y escuchaba una voz masculina y malvada. —Owen Jackson —decía. —Sí, veo que el intercambio ha funcionado. — Estaba otra vez en la caverna oscura, los espíritus de los muertos vagaban alrededor. Oculta en el foso, la cosa monstruosa hablaba, pero esta vez no se dirigía a mí. El poder de su voz me provocaba entumecimiento, parecía dirigido hacia otro lugar. —¿Y no sospecha nada? —Preguntaba.
Otra voz, una que me resultaba conocida, respondía a mi espalda: —Nada, mi señor. Está totalmente en la inopia. —Yo miraba, pero no había nadie. El que hablaba era invisible.
—Un engaño tras otro —musitaba la cosa del foso. —Excelente. Poseidón ha jugado su carta más desesperada. Ahora la usaremos contra él. Pronto obtendrás la recompensa que deseas, y tu venganza. En cuanto ambos objetos me sean entregados... Pero espera. Está aquí.
— ¿Qué? —El sirviente invisible de repente parecía tensarse. — ¿Lo habéis invocado, mi señor?
—Maldita sea la sangre de su padre: es demasiado voluble, demasiado impredecible. —Dijo la voz. —El chico ha venido solo. Así que... ¿quieres soñar con tu misión, joven mestizo? Pues te lo concederé... —Una luz plateada, y Johansson estaba a mi lado, con un aura de rayos y nieve.
Miren nada más, a quienes tenemos aquí —dijo ella, antes de desenfundar su espada, la cual se rodeó de relámpagos y viento helado, antes de lanzar un corte, haciendo gritar a la voz del foso de dolor.
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Desperté con un sobresalto, y a mi lado, también estaba Clarisse, despertando a Johansson.
Grover me informó. —El camión ha parado —dijo. —Creemos que vendrán a ver los animales.
— "¡Escondámonos!" —Susurró Clarisse, nos metimos detrás de unos sacos de comida y confiar en parecer nabos.
Las puertas traseras chirriaron al abrirse. La luz del sol y el calor se colaron dentro. — ¡Qué asco! —Rezongó uno de los camioneros mientras sacudía la mano por delante de su fea nariz. —Ojalá transportáramos electrodomésticos. —Subió y echó agua de una jarra en los platos de los animales. — ¿Tienes calor, chaval? —le preguntó al león, y le vació el resto del cubo directamente en la cara. El león rugió, indignado. —Vale, vale, tranquilo —dijo el hombre. A mi lado, bajo los sacos de nabos, Grover se puso tenso. Para ser un herbívoro amante de la paz, parecía bastante mortífero, la verdad. El camionero le lanzó al antílope una bolsa de Happy Meal aplastada. Le dedicó una sonrisita malévola a la cebra. — ¿Qué tal te va, Rayas? Al menos de ti nos deshacemos en esta parada. ¿Te gustan los espectáculos de magia? Éste te va a encantar. ¡Van a serrarte por la mitad!
La cebra, aterrorizada y con los ojos como platos, me miró fijamente. No emitió sonido alguno, pero la oí decir con nitidez, y seguramente Owen, también le escuchaba: «Por favor, señor, señorita, señor libérennos.» Owen se quedó demasiado conmocionado para reaccionar. Se oyeron unos fuertes golpes a un lado del camión.
El camionero gritó: — ¿Qué quieres, Eddie?
Una voz desde fuera sería la de Eddie, gritó: — ¿Maurice? ¿Qué dices?
— ¿Para qué das golpes?
Toc, toc, toc.
Desde fuera, Eddie gritó: — ¿Qué golpes?
Nuestro tipo, Maurice, puso los ojos en blanco y volvió fuera, maldiciendo a Eddie por ser tan imbécil.
Un segundo más tarde, Clarisse apareció, arrastrándose a mi lado, sonriendo. Debía de haber dado los golpes para sacar a Maurice del camión. —Este negocio de transporte no puede ser legal —dijo.
—No me digas —contestamos Grover y yo. Se detuvo, como si estuviera escuchando. — ¡El león dice que estos tíos son contrabandistas de animales!
—Es verdad —nos dijo la cebra en nuestras mentes.
Owen abrió las jaulas, y nosotras nos quedamos con los ojos abiertos, mientras que el león, la cebra y el antílope salieron de allí, y nosotros también nos escabullimos, recorriendo varias calles.
Finalmente, terminamos delante del Hotel Casino Loto. La entrada era una enorme flor de neón cuyos pétalos se encendían y parpadeaban. Nadie salía ni entraba, pero las brillantes puertas cromadas estaban abiertas, y del interior emergía un aire acondicionado con aroma de flores: flores de loto, quizá. —Mierda —pensé, al recordar lo ocurrido, en mi vida pasada, cuando yo era Percy Jackson. —Bienvenidos, a los Comedores de Loto. La patria de los Lotofagos, a modo de Casino/Hotel, en pleno Siglo XXI.
15: Reencuentro.
