Estaban los tres en la mesa, con todo el día por delante. Desayunando juntos. Para Jessie, la expectativa de pasar la mitad de su día dentro del centro comercial no resultaba ilusionante. Pero estaba viviendo de nuevo cómo eran parte de una misma unidad. Tenían un objetivo común. Merecía la pena.

James estaba contento. Parecía que por fin las cosas funcionaban. Después de todo podían tener una vida normal.

Jessie fue la primera en salir. Meowth tardó un poco más en prepararse, como el día anterior. Y James iba a limpiar antes de salir a hacer los recados.

Quizá era una casualidad o sugestión, pero parecía que el cielo estaba más azul.


Daba gusto ver la casa así. Nunca apetece hacer las tareas del hogar, pero una vez están bien hechas uno llega hasta a sentir orgullo. Sí. Qué narices. Sentía orgullo. James era bueno en esto y se forzó a reconocerlo antes de salir.

—Soy bueno —lo dijo en voz baja, para no molestar a los vecinos —. Sí, ¡soy bueno! —elevó la voz, ¡en realidad quería que lo escucharan! —. ¡Soy bueno!

James se sintió un poco idiota. Quizá lo era. Daba igual.


Meowth llegó al casino. Sólo quedaban unos pocos clientes. No sabían ni la hora que era. ¡Clac! ¡Piribiribiribiribi! ¡Clin-clin-clin! Quien necesitaba volver a casa cuando podía escuchar eso. ¡Clac! ¡Piribiribiribiribi! ¡Clin-clin-clin! Era un día de semana pero aún así: ¡Clac! ¡Piribiribiribiribi! ¡Clin-clin-clin!

Se fue directo a la escalera oculta. En las oficinas no había ni un solo trabajador. Ni la mayoría de las luces estaban a esas horas. Para el Team Rocket ese era el final de la noche. El final de la jornada laboral. Solo aquellas en el camino más corto hasta el jefe seguían encendidas. Era de agradecer. Esas oficinas eran un maldito laberinto.

Desde la entrada podía olerse el café. Era tan fuerte que ponía los pelos de punta. Pero era la única manera de estar despierto y espabilado noches enteras. Dormir de día no es suficiente. Falta la luz solar y el cuerpo pregunta: ¿es hora de ir a la cama? La respuesta se da con varias tazas de café cada noche. A Meowth le seguía dando asco.

Jonas y Giovanni hablaban con la puerta abierta. Esperaban a Meowth. La carta de algún restaurante podría ser del gusto del jefe. Las patas de un gato rara vez hacen ruido. No sabían cuándo llegaría. Por eso los postres nosequé. ¡Ah!, ¡y el vino!

Meowth sabía que fuera del despacho de Giovanni, con la puerta cerrada, no se hablaba de nada importante. Quien lo hacía se llevaba una bronca, un castigo o una expulsión. Pero no era grave. La información sensible solo la sabía gente como Jonas. Nadie tenía una visión global de las operaciones en los niveles bajos. Podía intentar atar cabos, pero nunca estaba seguro. Él mismo no sabía mucho más que las tareas concretas que le habían asignado. Pero ahora iba a cambiar.

—Venga, no te quedes mirando —dijo Giovanni.

Lo invitó a sentarse con un gesto. En el centro del despacho había una mesa de cristal con las últimas dos tazas de café. Alrededor, unos sillones servían para convertir el lugar en una pequeña sala de reuniones. Ya tenía uno asignado, marcado por una carpeta. En ella estaba todo lo que necesitaba saber sobre la operación.

—Como entenderás, no puedes sacar los documentos de aquí —dijo Jonas —. Pero puedes leerlos todas las veces que quieras. Tu nuevo cargo te permite acceder al archivo, subcapitán.

—Trabajarás con Jonas en la fase final de la operación Moon. Estaréis en el punto más delicado de la operación: os encargaréis de la extracción de los fósiles y el transporte a Canela.

»Cuando tú trabajabas como soldado en la zona, sólo os ocupabais de robar Pokémon, aunque tus amigos se fueran de la lengua comentando que había fósiles en el interior de la montaña —Giovanni suspiró —. Por suerte, no sabíais por qué son tan importantes estos fósiles. No se trata de Pokémon normales, como Nidoran o Zubat. Los fósiles que se encuentran en ese lugar son únicos. Pertenecen a especies extintas y que casi nadie recuerda. Por eso estamos raptando a todos estos paleontólogos, ellos son los únicos que saben qué es lo que vamos a encontrar. Nadie más en este mundo conoce los poderes que podemos liberar de esos Pokémon. Y por eso nadie podrá plantarnos cara si los emboscamos y luchamos contra ellos con criaturas de las que jamás habían oído hablar. No es tan solo la cantidad ridícula de dinero que podemos llegar a conseguir vendiendo uno solo de esos ejemplares. Su poder oculto nos hará indestructibles. ¿Entiendes la importancia de esto, Meowth?

—Sí, jefe, bien dicho. Pero… son fósiles, ¿no? ¿Cómo…?

Giovanni se rió.

—Isla Canela no es tan solo una mansión en ruinas, Meowth. En ella hay un laboratorio. ¿Por qué?, ¿a quién le interesa un laboratorio en una isla tan insignificante?, es tan irrelevante que ni siquiera el gimnasio está abierto la mayor parte del tiempo —Giovanni rió otra vez, ahora por la ironía de sus palabras —. El laboratorio de Canela pertenece al Team Rocket. Han desarrollado la tecnología para crear Pokémon a partir de sus fósiles. Por eso toda esta operación. Esa tecnología, y los fósiles del Monte Moon, nos llevarán a dominar Kanto. Y después, solo es cuestión de tiempo que Johto también sea nuestra. El Team Rocket está a punto de convertirse en la mayor fuerza a nivel mundial y unirá a todos los pueblos en una sola nación.

Meowth no se dió cuenta de que en medio del discurso Jonas había abierto la carpeta. Le estaba mostrando los resultados de los experimentos. En el laboratorio de Isla Canela había una ciencia tan avanzada que parecía magia. Todo era verdad.

—Sin embargo —continuó el jefe —, aún queda una persona que sabe sobre la existencia de los Pokémon fosilizados en el Monte Moon: Samuel Oak. Hemos tenido que dejarlo para el final porque no solo es conocido en Kanto, también es muy famoso por su programa de radio en Johto —y por eso lo aborrecía—. Nos haremos con él al mismo tiempo que transportamos los fósiles. Generaremos un ejército de Pokémon fósiles y harán imposible que puedan rescatarlo. Yo mismo seré quien se encargue de convencer al profesor para que venga a nuestras instalaciones y que colabore con la organización.

»Y cuando todo haya pasado, el Team Rocket estará listo para despegar a la velocidad de la luz.

—¡Meowth! ¡Bien dicho!

Podía ver como sus jefes se alegraban de tenerlo en su bando. Si le habían confiado toda esa información, no había dudas: estaba actuando de la manera correcta. De la misma manera que Giovanni, se veía cerca de cumplir su gran objetivo.

Ya era hora de marcharse, así que los jefes se despidieron de Meowth. Él fue al archivo para estudiar el plan y todos los documentos que se referenciaban. Conseguiría perfeccionar hasta el mínimo detalle. Verían cuánto valor tiene su ingenio. Pero nada de eso importará en el momento crítico. Nada de eso importará cuando él desgarre las aspiraciones megalómanas de Giovanni.


En el casino había ruido a todas horas. A veces un poco más, a veces un poco menos, pero las máquinas tenían música y «piribiribiribiribi» hasta cuando estaban paradas. Por la tarde, en un día de semana, solo los más ludópatas se encerraban ahí. Lo hacían durante más horas de las que jamás reconocerán a sus seres queridos. Con el tiempo hasta los soldados más empáticos aprendían a ignorarlos al entrar o salir de las oficinas. Por no hablar de quien realmente trabajaba en el casino. Esa gente estaba totalmente insensibilizada. A Meowth nunca le afectó. Nunca pensó en cómo afectaba a las personas gastar dinero todos los días en esas máquinas. Seguramente era por ser un Pokémon. Pero ahora, después de haber estado fuera del Team Rocket, al pasar por ahí empezaba a sentir algo diferente. No sabía muy bien que era. Pero sentía algo.

Una vez fuera sus sentimientos tuvieron un choque brusco. James miraba al lugar al que una vez perteneció cuando sus patas pisaron la calle. Aún con gente yendo de un lado para otro, parecía que de repente no había nadie más en el mundo que ellos dos. Y un instante se alargó más de lo que debería haber durado.

Meowth podía ver el dolor a través de su compañero. Antes de siquiera explicarle por qué estaba allí sintió la urgencia por alejarlo de ese lugar.

—Vamos —dijo Meowth —. Ahora te explico todo. Todo tiene explicación.

James no dijo nada. Solo siguió a Meowth. Sentía como si su estómago se hubiera llenado de repente con agua gélida y se extendía por todo su interior. No se daba cuenta por estar sujetando las bolsas de la compra, pero el frío que le había invadido por dentro ya estaba teniendo reacciones en su cuerpo haciendo que le temblaran las manos. Un paso. Otro paso. También se sentía extraño andando. Como al montar en una bicicleta después de muchos años sin usar una. Claro que sabía andar, pero… ¿Lo estaba haciendo bien?

Mientras tanto, Meowth, en silencio, dirigió la marcha hasta casa.

Ninguno de los dos dijo nada. Meowth pensaba en cómo contar lo que estaba haciendo a sus amigos sin arriesgarse ni arriesgarlos. James se aferraba a las bolsas de la compra como si de ellas dependiera seguir en la realidad porque en ese momento no era capaz de nada más.

Llegaron a casa y ya podían hablar.

Meowth sabía qué quería decir y seguramente también sabía como decirlo pero hacerlo iba a ser complicado.

—James, sí, estaba saliendo del casino por lo que tú crees. Sí. Pero he vuelto por un motivo. No he vuelto al Team Rocket por Giovanni —en la cara de su amigo no había nada. Le escuchaba porque no podía no hacerlo. Ni siquiera le miraba a la cara—. ¡Jamás! ¡Estoy trabajando en el Team Rocket por vosotros! Es como si estuviera infiltrado, James. ¡Voy a destruirlos desde dentro!

No hubo respuesta.

—James, quiero hacer esto por vosotros. ¡Quiero vengarme del Team Rocket por lo que os ha hecho!

—S-Sí —respondió con una voz que apenas podía hacer pasar por su garganta —. Supongo…

—Oye, hemos sido compañeros desde que entramos en el Team Rocket. Somos amigos desde casi el momento en que nos conocimos. Siempre hemos trabajado juntos, nunca nos hemos fallado. ¿Puedes confiar en mí?

James no quería responder. No sabía qué decir. Hiciera lo que hiciera se iba a equivocar. Como siempre. El silencio entre los dos sirvió de respuesta. Meowth lo dejó. Después, con Jessie, quizá pueda tener un diálogo con el que convencerles de verdad.


«Nosotros no necesitamos una venganza, Meowth».

Las palabras de Jessie pesaban a base de realidad. Todos estos días se había justificado pensando que hacía lo que hacía por sus amigos. Todo lo que estaba haciendo era solo por sí mismo. Él sentía la necesidad de venganza y se había obsesionado con destruir los planes de Giovanni. No era un justiciero que lucha por sus amigos.

Aún así, había decidido hacerlo. No le importaba cual fuera el coste de su venganza. Sabía que cuanto más perdiese, más daño podría hacer.

Había guardado todas sus cosas en una mochila. Tras probar en varios lugares, encontró un bar en el que no insistieran en servirle «una platito con leche, como mucho». No podía evitar que la gente le mirase raro. Para muchos solo era una mascota o un gallo de pelea. Un hombre se acercó con una pokéball en la mano. Claramente era un borracho al que le habían convencido de hacer una tontería. Una pena para él.


El tiempo pasaba despacio en el calabozo de Azulona. A pesar de ser una de las ciudades más pobladas de Kanto no tenían mucho más espacio que en cualquier otra ciudad. Ya había sido detenido varias veces. No había sucedido mucho, pero si le había sucedido muchas más veces que a una persona normal. Y seguramente habría sido el único Pokémon en un lugar como ese.

La cama era incómoda pero no le impidió echarse a dormir. Mañana sería otro día y tenía trabajo. Ya podía estar descansado.

Buenas noches.

O eso creía.

El ruido de una porra contra los barrotes sacó de golpe a Meowth del mundo de los sueños. Ahí estaba la agente Mara, otra vez. ¿Ya era de día? Había luz, pero solo venía de los fluorescentes. ¿Qué estaba pasando?

—Te han venido a buscar.

Meowth cogió sus cosas para irse de vuelta a casa. Se sentía un poco aturdido por haberse despertado de aquella manera. Planeaba dormir la noche entera en el calabozo por incómodo que fuera, pero si le habían ido a buscar se marcharía.

Cuando salió a la oficina de la comisaría se encontró con Jonas. Eran las cuatro de la madrugada.


Cuando Meowth volvió a despertar ya era una hora normal. No había dormido mucho ni bien, pero había dormido. La casa de Jonas era grande, elegante y limpia. Después de vagar un poco se encontró con la cocina.

Estaba en la mesa, con todo el día por delante. Desayunando.