La ley del talión
Capítulo 09. Decisión cuestionable
—Nada. O este tío tenía menos vida social que yo- —bromeó Isobel.
—¿Cómo? Porque tú quieres —replicó Jubal en el mismo tono.
Isobel notó que se ruborizaba. Sin mirarlo, no reprimió una sonrisa pero no dejó que la interrumpiera.
—...o no sabe lo que es internet. No encuentro nada en redes sociales de Ambrós.
Ella y Jubal habían estado intentando encontrar más información del chófer, y de Isidoro Yáñez, el otro forense.
—Tal vez es muy discreto —sugirió él—. En cambio, Yáñez debe vivir pegado al móvil. No para de postear en muchas plataformas. Mira. Y todo es por el estilo de esto, además.
Le mostró a Isobel un post en la pantalla del portátil: se veía un selfie de la figura algo barrigona de Yáñez en bañador, tumbado en la popa de una estilizada lancha motora que flotaba sobre unas aguas cristalinas color turquesa; tenía a una chica guapa en bikini a cada lado y un cóctel en la mano. Todos lucían piel bronceada y radiantes sonrisas.
—Vaya vidorra, ¿eh? ¿No te da envidia? A mí sí —dijo Jubal.
—¿Lo dices por el caribe, la lancha o por las tías? —lo pinchó Isobel en un arranque de socarrona osadía.
—¿Por todo? —respondió él con una mueca y una sonrisa culpables, logrando hacerla reír. A la hora de visualizarse en la lancha, sin embargo, Jubal no pudo evitar eliminar a las chicas e imaginarse junto a él a Isobel riendo con ojos chispeantes, como ahora. ¿Estaba mal que le gustara tanto hacerla reír...?—. Aunque tal vez —reflexionó en voz alta— escogería otra compañía-
En la puerta de la habitación, los toques que habían acordado entre ellos lo interrumpieron. Isobel comprobó antes de todos modos, y dejó pasar a Darío.
Mientras, Jubal hacía un esfuerzo para borrar de su mente la imagen de Isobel llevando sólo un bikini. No lo consiguió del todo. Carraspeó, algo acalorado.
—¿Qué tal? ¿Qué has averiguado? —le preguntó Isobel a Darío de inmediato, ansiosa.
Su amigo había ido al Registro Civil en busca de información sobre las personas a las que pertenecían los registros dentales. Darío se sentó pesadamente a los pies de una de las camas antes de contestar.
—Aquí Jubal, tenía razón —respondió con una mueca—. Jacinta y Elías fallecieron en mayo del año pasado, ambos de causas naturales.
Fueron necesarios unos segundos para que aquello calara del todo.
—Así que, probablemente —dijo Isobel con voz siniestra y hueca—. Los cadáveres calcinados que aparecieron en el puente eran los suyos. Por eso manipularon los registros dentales; para hacerlos coincidir con los de los cuerpos de la autopsia...
Los tres se miraron consternados. Jubal, sin embargo, intentó poner en marcha su mente de inmediato.
—Pero la hermana de Sofía... —dijo revisando los documentos del expediente del caso—. Hay una declaración jurada de Adriana Fresneda que identifica los cuerpos como los de su hermana y su sobrino. A menos que la declaración también sea falsa, se supone que reconoció algunos de sus efectos personales...
—Entonces que tendremos que hablar con ella también, ¿no? —propuso Darío.
Isobel los oía sólo a medias. Sus temores se habían confirmado y era como si el suelo hubiera finalmente desaparecido bajo sus pies. Se fue hacia la puerta, negando con la cabeza.
—¿Isobel? —la llamó Jubal, preocupado.
Pero ella no contestó; salió de la habitación cerrando la puerta despacio tras de sí.
Darío y Jubal intercambiaron una mirada desconcertada. El hombre más joven hizo un leve gesto interrogativo. Jubal vaciló. Ante su falta de reacción, Darío fue levantarse mirándolo con algo de sorna. Jubal frunció el ceño y se le adelantó, siguiendo a Isobel; hizo como que no oyó al otro hombre suspirar con paciencia.
Para su gran alivio, Jubal la encontró fuera, en el pasillo. No le gustaba la idea de que Isobel anduviera sola por las calles de Acuña en aquellas circunstancias.
Ella estaba con la espalda apoyada contra la pared, la cabeza gacha. Jubal se acercó despacio.
—¿Estás bien? —preguntó con voz queda.
Sin mirarlo, Isobel sacudió la cabeza con fatalidad.
—No, maldita sea. Necesito un culpable —masculló entre dientes.
Y ahora no estoy segura siquiera de que haya uno. Lo necesito y no sé cómo conseguirlo...
Algo no encajaba, pero Jubal se distrajo con el mechón de oscuro cabello que se le había venido a la cara a Isobel. No le fue fácil reprimir un impulso muy inapropiado de retirárselo con delicadeza y ponérselo detrás de la oreja.
—¿No habíamos quedado en que era mejor que Sofía y Carlos pudieran estar vivos...? —preguntó retórica pero muy suavemente.
—Sí... —contestó ella—. Sí, pero no sabemos si lo están. Sólo que alguien —casi exclamó, frustrada— lo manipuló todo para que fuera muy difícil averiguar qué pasó realmente.
Jubal la miró consternado. Intentó encontrar palabras de ánimo, pero seguía sin lograr entender la desazón de Isobel.
A menos que...
Un resplandor infinitesimal iluminó su mente. Y la sangre se le espesó en las venas.
—No pensabas entregar el culpable a la GN. Tu intención es entregárselo a Vargas —declaró con gravedad; no fue una pregunta.
Como si un viento ártico hubiera soplado sobre ella, Isobel se quedó helada de repente.
Por supuesto. Jubal era un hombre inteligente. Isobel debería haber tenido más presente que tarde o temprano lo deduciría. No dejaba de ser un terrible, desgarrador momento. Los segundos de silencio se volvieron agónicos.
—No a cambio de nada —confirmó Isobel por fin, dándose cuenta de que negarlo todo sería mucho peor.
Todavía mirando al suelo, pudo ver los pies de Jubal retroceder un poco hacia atrás sobre el anticuado estampado de la gastada alfombra del hotel.
Envolviéndose el cuerpo con los brazos, levantó la cara y lo miró con ojos desafiantes, retándolo a que la cuestionara, y al tiempo aterrada de haber perdido su respeto y su aprecio... más incluso de que Jubal llegara a atar el último cabo que le faltaba.
—Le voy a ofrecer al culpable a cambio de que deje de atentar contra... —tu vida— ...nuestras vidas —añadió.
La mente de Jubal luchó por aprehender las implicaciones de aquello, el desconcierto mezclándose con una incipiente sensación de horror.
—Pero Isobel... ¿cómo podrías fiarte de él siquiera? —preguntó con la voz ahogada porque le estaba costando respirar.
—Ya nos ha demostrado que puede mantener su parte del trato.
A regañadientes, pero Jubal tuvo que darle la razón en eso. Una vez cerrado un trato con Vargas, éste nunca se había echado atrás. Pero, claro, tenías que tener algo con que negociar. Una vida humana, en este caso.
—¿Y de verdad estarías-? —Jubal tragó con dificultad el nudo que se le hizo en la garganta— ¿Estarías dispuesta a poner la vida de alguien en manos de Vargas para que hiciera con esta persona... lo que quisiera? —logró terminar.
—No. No la de "alguien". La de un asesino de inocentes —puntualizó Isobel con fiereza—. Lo sé, eso da igual —admitió enseguida y bajó los ojos, no pudiendo soportar su vergüenza—. No, no estoy dispuesta... Sin embargo —por ti—, lo haría.
—Pero- —jadeó Jubal—. Pero eso sería como sacrificar... — tu alma.
Aunque él no tuvo coraje para decirlo en voz alta, Isobel lo supo igualmente. Fue como si alguien retorciera un puñal en su corazón, el propio hecho de que él pensara aquello.
De que pensara igual que ella.
—Ya... —admitió Isobel abatida y resignada—. Por eso no quería a implicaros a ninguno. Darío tampoco lo sabe. Esto debe caer únicamente sobre mi conciencia. —Alzó la mirada con valentía—. Sobre la de nadie más.
A Isobel no le sorprendió ver la conmoción en el rostro de Jubal; sabía que él lo desaprobaría, le habría decepcionado si no hubiera sido así, pero al final no pudo soportar lo que ella interpretó como su profunda repulsa. Apartó la cara y volvió a la habitación.
Absolutamente impactado por todo aquello, Jubal tardó algún tiempo en seguirla.
Buscando el modo de contactar con Adriana Fresneda, descubrieron que era una exitosa ingeniero y empresaria. A pesar de su relativa juventud -sólo contaba 35 años- era CEO y CTO de "BaluarTec", su propia compañía ubicada en Monterrey, Nuevo León, dedicada al diseño y fabricación de dispositivos de sistemas de seguridad. Un próspero negocio que facturaba varios millones de dólares al año.
Isobel y Darío dedicaron gran parte de la mañana en intentar contactar con la Srta. Fresneda en su domicilio y en su empresa, pero se toparon con una efectiva pantalla deflectora de asistentes, subordinados y personas a su servicio que les decían que la señorita Fresneda o bien estaba en la oficina trabajando, o bien estaba ocupada, o bien no se encontraba en la oficina, en un círculo sin fin. Todo lo más que ofrecieron fue a tomar datos de contacto para devolver la llamada "cuando pudiera" de un modo que daba a entender que ese "cuando" podría no ser próximamente.
Sabían que Ambrós no había desaparecido durante el incidente, pero parecía igualmente imposible de rastrear. Darío había vuelto a llamar a Caldera, pero esta vez no recibió respuesta.
Por su parte, Jubal había seguido encargándose del ángulo del Dr. Yáñez. No había otros medios de contacto salvo sus redes sociales. Jubal le envió DMs a fb, ig y twtr con cuentas anónimas, pero de momento no había recibido respuesta. Además, hizo saber a Isobel y a Darío que había notado que Yáñez llevaba casi 48 horas sin postear nada. Para alguien con una media de 5 posts a la hora, era bastante extraño. De todos modos, aparte de eso, Jubal había dejado de ser de mucha ayuda. Estaba nada más que mentalmente atascado con lo que Isobel le había confesado. No conseguía salir de aquella asfixiante sensación de zozobra.
Darío no tardó en percatarse de que algo pasaba. Los rostros sombríos de ambos hablaban por sí mismos. Había preguntado varias veces si todo estaba bien, para sólo recibir masculladas respuestas afirmativas. Pero era evidente que Isobel evitaba el contacto visual con Jubal, y Darío empezaba a estar cada vez más inquieto.
Cuando hicieron la pausa del almuerzo, yendo hacia a la cantina de en frente, se acercó a Isobel disimuladamente, dejando que un bastante ensimismado Jubal se adelantara un poco.
—[¿Estás bien?] —le susurró.
Isobel estaba muy lejos de estar bien.
Mientras imaginar lo que Jubal debía estar pensando de ella la desgarraba por dentro, un peso inmanejable hundía su corazón en el lodo de la desesperanza y el temor por él.
Asintió intentando ser convincente, pero se le escapó una mirada de soslayo hacia Jubal. Por desgracia, eso sólo logró que Darío ahora mirara a Jubal con resquemor, como si pensara que era él la causa de la desazón de Isobel.
Cuando en realidad, ella era la única culpable.
—Está bien, pues vayamos a hablar con la señorita Fresneda y ya está —planteó Isobel.
Estaban terminando ya de comer y la hermana de Sofía seguía sin devolverle las llamadas. Isobel se sentía exasperada. Necesitaba hacer algo pronto o iba a perder los estribos.
—¿A cuánto estamos de Monterrey? ¿A cuatro horas en coche?
—A seis, más bien —estimó Darío haciendo una mueca.
—Bueno, ¿y qué propones tú? —preguntó haciendo un gesto impaciente con la mano.
—Yo antes preferiría hablar con Yáñez —contestó razonable Darío, sin dejarse llevar por la urgencia que ella despedía—. Creo que será más fácil sacarle información que a Caldera, y yo juraría que los dos están en el ajo.
—Pero no vamos a ir hasta Veracruz para hablar con Yáñez —protestó Isobel, frustrada—. Está el doble o más de lejos...
—Seguiría intentando hacerlo por teléfono.
—Estoy de acuerdo con Darío —intervino Jubal, sorprendiendo a los otros dos porque había estado callado toda la comida—. Pero, si no me estoy enterando mal, no va a ser posible.
La mirada interrogativa fue idéntica en Isobel y en Darío. Con una expresión casi tétrica, Jubal señaló lo que estaba saliendo por la televisión de la cantina en ese momento.
Un desagradable escalofrío recorrió la espina dorsal de Isobel.
—"Isidoro Carrión Yáñez fue encontrado muerto cerca de su casa de Veracruz esta mañana" —leyó Darío lúgubre el titular en voz alta, traduciendo del español.
No podía ser casual.
La información que había trascendido a los medios era que la vivienda de lujo de Yáñez había sido asaltada y que su dueño había aparecido muerto en las inmediaciones.
Con una sensación de fatalidad, al regresar a la habitación del hotel, Darío decidió arriesgarse y echar un vistazo al expediente que la GN había abierto del caso.
La investigación estaba recién abierta, por supuesto. El informe de la autopsia aún no estaba disponible, pero el resumen del caso mencionaba que el cuerpo lo habían encontrado en el fondo de un barranco. Aunque la causa de la muerte era compatible con la caída que parecía haber sufrido, el cuerpo de Yáñez presentaba otros claros signos de violencia.
—¿Estáis pensando lo mismo que yo? —preguntó Isobel levantándose tras leer eso. Sus piernas no le permitieron permanecer quieta. Caminó por la habitación—. ¿Que alguien estuvo intentando sacarle información por las malas...?
Darío y Jubal asintieron muy serios. A su alrededor, la habitación se sentía oscura y lóbrega, como si la muerte los estuviera rondando.
—Puede haber sido por motivos no relacionados... Pero sería mucha casualidad —estuvo de acuerdo Jubal.
—O sea que —continuó Darío—, quien ha estado investigando también, posiblemente haya podido averiguar lo que sabía Yáñez... Y lo ha callado para siempre.
—Entonces, sólo nos queda Adriana —dijo Isobel desanimada—. E incluso ella es posible que no sepa nada...
Aquella sensación opresiva llegó a obligarla a cerrar los ojos y encorvarse físicamente. Oyó a Jubal y Darío preguntarle preocupados si estaba bien. Ella no contestó. Por un momento pensó que se ahogaba. Jubal empezó a levantarse.
No. No podía rendirse. Sus entrañas siguieron apretadas en un desagradable nudo, pero Isobel sacudió la cabeza e irguió los hombros, recuperando su determinación y provocando sin saberlo una de esas olas de admiración en Jubal que lo dejaban sin aire
—Da igual —dijo Isobel—. Hay que averiguar si sabe algo. Hay que salir para Monterrey de inmediato.
Jubal y Darío asintieron, sin dudar, imbuidos de repente de la arrolladora fuerza de su voluntad. Iban a ponerse en pie, pero Isobel hizo un gesto para detenerlos.
—La situación se está poniendo cada vez más arriesgada —declaró con un tono grave, mirándolos alternativamente—. La muerte de Yáñez confirma que tal vez habrá que lidiar con gente realmente peligrosa. Si no queréis seguir adelante, lo entenderé perfectamente.
Sus ojos parecían más negros de lo habitual.
—Ah, claro, es verdad. Me voy a casa entonces —dijo Darío con un tono abiertamente sarcástico. La miró desde debajo de las cejas—. Venga, vamos.
Se levantó y se puso a recoger sus cuatro cosas.
Isobel se volvió hacia Jubal con una expresión resignada. Parecía decir: "sabiendo lo que sabes ahora..."
El torbellino que tenía dentro hizo que Jubal tardara en contestar, aunque en realidad no había vacilado ni un segundo en tomar la decisión.
—Cuenta conmigo —dijo llanamente.
Isobel le dedicó una leve sonrisa atormentada que alcanzó a Jubal muy dentro.
Algo molesto, Darío los vio mirarse en silencio. Chasqueó los dedos con impaciencia.
—[Vamos]. Vosotros dos. Que no tenemos todo el día.
—Vamos, Elise. Tienes que hacer una pausa. Comer algo —le insistió Kelly.
—O vas a desfallecer... —añadió Stuart preocupado.
—Uno más y lo dejo —respondió Elise.
Llevaban horas llamando a todos los alojamientos de Ciudad Acuña que habían podido encontrar.
—Buenas tardes, por favor, me puede pasar con la habitación del Sr. Valentine —repitió por enésima vez.
Pedir que le pasaran directamente era la mejor manera de contactar sin tener que dar explicaciones, pero de momento no había habido suerte. Todos los hoteles y hostales donde habían llamado habían contestado que ninguno de sus huéspedes se llamaba así. Ni tampoco Sra. Castille. Todos en el JOC empezaban a temerse que Jubal e Isobel hubieran utilizado otros nombres y que no fuera posible encontrarlos de esa manera.
Pero esta vez...
—Mmm... Sí, un momento, por favor —contestó una educada voz masculina con sólo un poco de acento.
A Elise casi se le cayó el auricular de la mano. Hizo gestos frenéticos a los demás para visarles de que tenía algo. Todos se movieron rápidamente para reunirse a su alrededor, ansiosos.
—Lo lamento —regresó la voz de antes—, no puedo ponerle con él.
—Y... aaam, ¿podría dejarle un mensaje?
—No, lo siento. El Sr. Valentine se alojaba con nosotros, pero ya no se encuentra en el hotel. Abonó su estancia y se marchó hace menos de 1 hora.
Elise se despidió educadamente y colgó el teléfono. Sólo entonces se permitió soltar una palabrota que era la primera que sus compañeros le oían.
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