10

Sin opciones buenas

Aden yacía en el suelo frío y duro de la celda, intentando no escuchar la respiración anhelosa de la esclava.

«Ni siquiera sé cómo se llama —pensó. Como mínimo debería saber cómo se llamaba la mujer que tanto dolor estaba sufriendo por su causa—. Y por la causa de los Traidores», se recordó a sí mismo. Pero no logró reunir el valor suficiente para preguntárselo, ahora que estaba conteniendo deliberadamente el impulso de sanarla.

Si la sanaba, el interrogador volvería a hacerle daño. Si no, tal vez moriría, y el interrogador encontraría algún otro esclavo al que torturar. Al principio, Aden se había guiado por el razonamiento de que lo mejor era que el menor número posible de personas resultaran heridas o muertas, pero ella le había dicho entre dientes que no se acercara cuando se había dirigido hacia ella, y luego otra vez cuando él había intentado explicarle que al menos podía aliviar el dolor. Aunque ella no habría podido evitar que Aden la sanara, si quería morir para huir de aquella espantosa situación, él decidió que debía respetar sus deseos. Quizá el dolor acabaría por ser tan insoportable que ella le pediría ayuda. Había sido un día largo. Los momentos terribles se sucedían de forma continua. Aden perdió toda noción del tiempo, que se alargaba indefinidamente. En ocasiones Aden se sentía atrapado en una pesadilla que no cesaría nunca. El interrogador no parecía cansarse de su trabajo, ni dejaban de ocurrírsele maneras de causar a un ser humano el mayor dolor posible sin acabar con su vida. Aden había visto cosas que jamás olvidaría. Había oído sonidos que lo atormentarían durante el resto de su vida. Había percibido olores que ninguna persona civilizada debía percibir. Aunque sabía que dormir le resultaría imposible, lo intentó. Cuando desistió, fingió que dormía. La esclava emitió un siseo entrecortado, y al instante Aden se puso alerta, con el corazón latiéndole a toda prisa. Trató de convencerse de que ella solo estaba expresando su dolor, no llamando su atención, pero entonces oyó de nuevo la misma serie de sonidos. Despacio, lleno de aprensión, se volvió hacia ella. Estaba tendida de costado, hecha un ovillo y sujetándose el brazo roto con la otra mano. Tenía los ojos desorbitados y clavados en él. Cuando él la miró a la cara, sus labios se movieron y, aunque de ellos no salió sonido alguno, las palabras eran claras, como si las hubiera transmitido a la mente de Aden. Se le heló la sangre cuando comprendió lo que ella le pedía.

«Mátame».

Fijó la vista en la esclava con incredulidad. «No, incredulidad no. La muerte es su única salida. Si me dejara, podría librarla del dolor, pero eso solo representa la parte física de la tortura. No puedo librarla del horror, la humillación o el miedo».

Aun así…

Se le retorcieron las entrañas.

«No puedo matarla. —Apartó los ojos, embargado por el sentimiento de culpa—. Todo es culpa mía. —Sacudió la cabeza—. No, no lo es. Pero no puedo fingir que no soy responsable en parte de lo que le está pasando. Si hay algo que pueda hacer…».

¿Algo? «Pero nunca he matado a nadie. No me lo pensaría dos veces si tuviera que defender a otra persona o a mí mismo, pero matar a alguien que no pretende hacer daño a nadie está mal».

Los labios de la mujer articularon la súplica de nuevo. Aden recordó algo que le había dicho su madre hacía mucho tiempo: «Como sanadores podemos hacer muchas cosas para evitar la muerte, pero los límites de nuestro poder a veces entran en conflicto con lo que debemos hacer. Cuando una persona ya no tiene posibilidad de curarse y lo único que desea es morir, mantenerla con vida es una forma de crueldad».

Al escuchar el resuello de la esclava, supo que sería una crueldad dejar que sufriera sin la menor esperanza de salvarse.

«Pero ¿cómo lo hago?». El celador ashaki estaba sentado fuera de la celda, vigilándolos. Aden tendría que actuar de forma sigilosa y sutil para no atraer su atención.

«No puedo creer que esté planteándomelo siquiera».

Acabarían por descubrir la muerte de la esclava. ¿Qué harían cuando supieran que Aden la había matado? Un alivio traicionero se apoderó de él cuando la respuesta le vino a la mente. «Es propiedad del rey…, o de alguna otra persona. No sé si destruir la propiedad de alguien se considera un delito muy grave, pero no cabe duda de que lo utilizarían en mi contra».

Tal vez estaban deseando que la matara. Quizá eso les proporcionaría la excusa que necesitaban para leerle la mente, o tomar alguna medida peor. En cuanto lo declararan oficialmente un delincuente, podrían hacerle cualquier cosa. Cuantas más vueltas daba al asunto, más convencido estaba de que ese era su plan. ¿Por qué si no la encerraban en la celda con él todas las noches? Si continuaba sanándola, acabaría por agotar la energía que Madi le había cedido. Pero ese no podía ser su único objetivo. Había muchas otras maneras de debilitarlo, si eso era lo que querían. Si solo pretendían minar su determinación torturando a otras personas, ¿por qué dejaban a la esclava en su celda? Podían encerrarla cerca de allí, fuera de su alcance, para que presenciara su sufrimiento sin poder ayudarla.

De pronto, le entraron ganas de matarla solo para fastidiarlos.

«No, de eso nada», se apresuró a decirse, estremeciéndose ante la idea de convertirse en un asesino con tanta facilidad.

—Mátame —le pidió el susurro de nuevo, ocasionando que un escalofrío le recorriera la columna.

¿Había algún modo de matarla sin dejar pruebas que lo señalaran a él como el responsable? «Si las heridas inferidas por el interrogador fueran lo bastante graves… No, sin duda se ha asegurado de que no lo sean». No obstante, a juzgar por el sonido de su respiración, tenía alguna lesión en el pecho. Tal vez una costilla astillada o rota. Si pudiera manipularla…

Pero eso supondría usar su poder de sanación para matar. El cometido de los sanadores era sanar, no hacer daño.

«Bueno, siempre ha sido una filosofía complicada. Abrir un cuerpo para extirpar un tumor implica hacer daño para sanar. Por otro lado, está el argumento a favor de dejar morir a la gente. Y mi madre se valió de la sanación como arma defensiva, para matar a algunos de los invasores ichanis».

—Aaaa…

El sonido suave y áspero procedía de la joven. Aden volvió la cabeza hacia ella de mala gana. Tenía el brazo extendido hacia él.

«No —se corrigió—, hacia mis piernas».

—Aaaagua —gimió.

Se sintió aliviado al comprender que ahora solo le pedía algo de beber. Se apoyó en las manos para incorporarse. El esclavo que los atendía les había llevado comida. Aden había intentado compartirla con la esclava, pero esta se había negado a comer. Se dispuso a coger la jarra de agua pero se quedó paralizado al recordar los jeroglíficos que advertían que era peligroso.

«Me pregunto hasta qué punto…».

Ahuyentó este pensamiento de su mente, pero lo asaltó de nuevo. Si el agua estaba envenenada y la esclava bebía de ella, quizá conseguiría la muerte que deseaba sin que nadie supiera que el culpable era él. «Bueno, nadie salvo los Traidores que dejaron la advertencia». Un repeluzno le subió por la espalda.

Si la esclava era una Traidora, debía de estar informada sobre las advertencias. Quizá era consciente de que el agua la mataría. Se volvió para mirarla. Ella le sostuvo la mirada, con unos ojos que parecían implorarle: «Sí, libérame».

Si era una Traidora, ellos debían de saber que estaba allí. ¿Le habían proporcionado un medio para suicidarse?

Pero ¿la mataría el agua? Dejó caer el brazo. El ashaki debía de ser quien adulteraba la comida de Aden. Le costaba creer que estuvieran intentando matarlo. Muerto no les serviría de nada. Lo más probable era que el propósito del veneno del agua fuera provocarle malestar u obligarlo a gastar más energía para sanarse. Por otro lado, podían haber concluido que cuanto más fuerte fuera el tóxico, más magia tendría que utilizar. Quizá fuera una dosis letal. La mujer soltó un quejido bajo y extendió su brazo sano hacia la botella. Fuera de la celda, el celador los observaba.

«Mátame. Libérame».

Aden trasladó la vista de ella al agua. Tenía que tomar una decisión. Y ninguna era acertada. Decidiera lo que decidiese, las consecuencias serían espeluznantes. Decidiera lo que decidiese, jamás volvería a ser la misma persona.

Por el modo en que Harper había reconocido haberle contado a la tía de Lexa que Raven, Gol y Ontari vivían debajo del Gremio, era evidente que temía que ellos se enfadaran. «Lo que resulta divertido y entrañable, considerando que ella es maga y nosotros personas comunes y corrientes», pensó Raven. Ella había caminado de un lado a otro mientras explicaba que la sirvienta la había seguido y la discusión que se había producido después. Ahora se mostraba sorprendida de que nadie estuviera preocupado por la noticia.

—Si tiene que saberlo alguien de allá arriba, mejor que sea Anya —comentó Ontari—. De hecho, podría sernos útil.

—Nunca le caí bien a Anya —les dijo Raven—, pero aquello fue en la época en que yo era joven y ella creía que estaba llevando a Lexa por mal camino. Aunque sabe que he estado colándome en la habitación de Lexa de vez en cuando durante los últimos veinte años, nunca le ha hablado a nadie de ello. Lo más seguro es que sea de fiar.

—Si Lexa se fía de ella, supongo —convino Gol.

Los ojos de Harper se habían iluminado con un brillo extraño.

—¿Has estado viendo a Lexa durante los últimos veinte años? —le preguntó a Raven.

Ella se encogió de hombros.

—Claro. ¿O creías que esa norma que prohíbe tratarse con delincuentes le impediría hablar con sus viejos amigos?

—No, no me imagino que una cosa así pudiera disuadiros a ninguna de los dos. Me pregunto qué diría la gente si se enterara. Apuesto a que se armaría un escándalo. —Harper sonrió y se sentó junto a Ontari—. También entenderían por fin por qué Lexa jamás se ha casado.

Raven arrugó el entrecejo al percatarse de que ella había supuesto que las visitas eran de carácter romántico.

—Un momento. Yo no… No era por eso por lo que la visitaba.

Gol rompió a reír.

—Tal como lo has dicho, ha dado toda la impresión de que lo era. Por un momento, he pensado que habías conseguido ocultarme algo durante todo este tiempo.

Ontari agitó el dedo, mirando a Harper.

—Mi madre estuvo felizmente casada durante la mayor parte de los últimos veinte años —dijo con indignación. Luego torció el gesto—. Bueno, al menos durante su segundo matrimonio. Antes de eso estuvo casada con mi madre, aunque no fue precisamente lo que se dice un matrimonio feliz.

—Lo siento. No pretendía insinuar que fuera infiel —se disculpó Harper.

Gol soltó una risita de complicidad.

Raven decidió que había llegado el momento de cambiar de tema.

—He estado meditando sobre lo que debemos hacer a continuación —dijo. Todos los ojos se posaron en ella de inmediato. Ontari parecía impaciente, Harper aliviada y Gol, que entornó los párpados, sin duda se preparaba para encontrar cualquier fallo que pudiera tener el plan de Raven—. La solución obvia me vino a la cabeza en cuanto dejé de pensar tanto en lo incómodos que estamos aquí y empecé a pensar más en cómo sacar partido del hecho de estar aquí.

Ahora el rostro de Harper reflejó una ligera preocupación.

—Estamos a salvo en este sitio, no porque Skellin no haya adivinado que hemos buscado la protección del Gremio, sino porque no se arriesgará a venir —prosiguió—. Dará por sentado que si estamos aquí, nos hemos instalado en uno de los edificios del Gremio, bajo protección mágica. Si descubriera que estamos debajo del Gremio y de que los magos no lo saben, vendría con sigilo y nos mataría a todos. Y se sentiría muy ufano por haberlo conseguido sin que se enterara el Gremio.

—Pero el Gremio sí que se enteraría —señaló Ontari—. Harper sabe que estamos aquí y se lo impediría, o si no pudiera buscaría ayuda.

—Sí, pero eso Skellin no lo sabe —replicó Raven.

Gol emitió un gruñido bajo.

—No —dijo.

Raven se volvió hacia su amigo, divertido ante su reparo monosilábico.

—¿Por qué no?

—Este es nuestro último y único refugio seguro —dijo Gol—. No podemos correr el riesgo de perderlo.

—Tenemos otro refugio. —Raven apuntó hacia arriba con el dedo—. La protección de la que Skellin cree que disfrutamos. —Hizo un gesto amplio alrededor—. También es nuestra última y única oportunidad de atraerlo hacia una trampa.

—Una trampa que, si sale mal, será tu fin —declaró Gol.

—Harper lo protegerá —aseveró Ontari, con los ojos centelleantes ante la perspectiva de hacer algo por fin.

Harper asintió.

—También Jasper. Planeas decírselo a Jasper, ¿verdad?

—Sí —respondió Raven—. Sería pedirle demasiado a Harper que cargara con todo el peso de la protección mágica con vistas a un enfrentamiento con dos magos renegados, si Skellin se presenta con su madre.

Ontari se frotó las manos, entusiasmada.

—Bueno, ¿qué usaremos como cebo?

Gol soltó un resoplido.

—Es evidente. Tu madre pretende atraer aquí a Skellin con algo que desea más que cualquier otra cosa.

Harper palideció un poco.

—¿Magia negra?

—No —respondió Gol—. Skellin quiere saber que tiene el control absoluto de los bajos fondos. Si se entera de que Raven vive, sabrá que existe el peligro de que este quiera recuperarlo, con la ayuda del Gremio. Se jugará el todo por el todo para matarla.

La sonrisa ansiosa de Ontari se desvaneció. Fijó la vista en Raven y escrutó su rostro en busca de alguna señal de que estuviera bromeando. Cuando Raven asintió, ella puso mala cara y cruzó los brazos.

—Gol tiene razón. Es demasiado peligroso.

—¿Se te ocurre alguna otra propuesta? ¿Qué otra cosa lo tentaría a correr el riesgo de acercarse tanto al Gremio?

Ontari miró a Harper.

—La magia negra…

—No se atreverá a intentar capturarla. Ella podría ser muchas veces más poderosa que él. De hecho, para que esto dé resultado, tiene que ser obvio que Harper no está aquí. Tal vez él suponga que el Gremio no sabe que estoy aquí, pero no se creerá tan fácilmente que ella tampoco lo sabe. Para que Skellin venga a buscarme, es importante que Harper sea vista en algún otro sitio.

—Pero necesitaréis contar con un mago aquí —objetó Harper—, o no podréis evitar que os mate a todos.

Ella asintió.

—Sí. Con Jasper. Dile que tenemos un plan para atrapar a Skellin y pregúntale cómo debemos comunicarnos con él cuando estemos preparados. Naturalmente, no debes revelarle dónde tenderemos la trampa. Tengo la sensación de que mantener a la gente alejada de estos pasadizos sería más importante para él que echarle el guante a Skellin.

Harper movió la cabeza afirmativamente. Ontari sacudió la suya.

—No me gusta —declaró.

Raven cruzó los brazos.

—¿Por qué?

—Me… —Apartó la vista, ceñuda. De repente, se puso de pie, agarró un farol y salió de la habitación a grandes zancadas.

El silencio se impuso por unos instantes. Después de echar una mirada a Raven y a Gol, Harper salió tras ella a toda prisa. Raven contempló en vano de la puerta por donde las dos habían desaparecido. Le oprimía el corazón una sensación dolorosa y a la vez agradable. No quería poner en peligro la vida de nadie, empezando por la suya propia, pero no podían quedarse allí eternamente. Al recordar otra época, le vino a la memoria la joven airada y rebelde con la que había intentado mantener el contacto después de separarse de su madre. Ontari la había odiado por ello, o al menos se había comportado como si la odiara. Saber que había conseguido ganarse su afecto le producía un placer agridulce. El precio había sido la seguridad de Ontari. Por otro lado, ella llevaba una vida de riesgo por el mero hecho de estar emparentada con ella, sobre todo mientras un ladrón y mago renegado que detestaba a Raven controlara los bajos fondos.

—Por una vez, tu hija y yo estamos de acuerdo —murmuró Gol—. Es demasiado peligroso.

—Veamos qué opina Jasper —contestó Raven.

Unos pasos más adelante, Ontari aflojó la marcha para dejar que Harper la alcanzara, pero no se detuvo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Harper.

Ontari negó con la cabeza.

—No. Sí. Necesito… necesito pensar.

Su tono daba a entender que no estaba de humor para conversar, así que Harper guardó silencio. Invocó magia para crear un globo de luz, y, sin decir una palabra, Ontari redujo la intensidad de la llama de su farol para ahorrar aceite. No avanzaron mucho. Después de unos centenares de pasos, Ontari empezó a andar con aire más resuelto, y pronto quedó de manifiesto que estaba guiando a Harper a unas cámaras más próximas a la universidad que había descubierto hacía poco. Eligió un cuarto al azar y, como no había sillas, se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Harper se sentó a su lado y se percató de que allí había un plato roto y cubierto de polvo. Limpió la superficie con los dedos, dejando al descubierto un símbolo del Gremio grabado en la parte de abajo. «No es muy antiguo. Me pregunto cómo llegó hasta aquí».

—No debería importarme —dijo Ontari.

Harper se volvió hacia ella.

—Claro que debería importarte. Es tu madre.

Los labios de Ontari se torcieron en una sonrisa amarga.

—Menuda madre. No me hizo ningún caso durante casi toda mi vida. Solo empezó a prestarme atención cuando asesinaron a su otra familia.

Como no estaba muy segura de qué decir, Harper se quedó callada.

—Bueno, eso no es del todo justo —añadió Ontari en voz más suave y baja—. Mi madre la dejó. Decía que no estaría a salvo mientras fuera la esposa de una ladrona, y que no soportaba vivir escondida. Creo que no se debe obligar a dos personas a estar juntas si ellas no quieren.

—¿Cómo fue que Raven se casó por segunda vez? —preguntó Harper. Solo el rey poseía la autoridad para conceder divorcios. Ella no era capaz de imaginar a una ladrona pidiéndole al rey que pusiese fin a su matrimonio.

Ontari se encogió de hombros.

—Ocurrió sin más.

—Pero eso es…

—¿Bigamia? —Ontari miró a Harper y volvió a encogerse de hombros—. En realidad, no. Nadie en los bajos fondos puede permitirse una boda legal. Supongo que Raven podría, pero ¿por qué acatar una de las leyes del rey cuando se hace caso omiso de todas las demás? Tenemos nuestras propias maneras de declararnos casados… o descasados.

Harper meneó la cabeza, admirada.

—Es otro mundo. —Hizo un gesto dubitativo—. Aunque podría decir lo mismo de la familia para la que trabajaban mis padres. Tal vez formábamos parte de su mundo, pero no vivíamos en ese mundo. Habría estado bien ser tan ricos, poder dar órdenes a la gente, pero a veces ellos tenían incluso menos libertad sobre su vida que nosotros. No pueden decidir con quién se casan, y ellos sí tienen que pedir permiso al rey para divorciarse…, cosa que no consiguen siempre.

—Tal vez por eso Lexa nunca se ha casado. Como no es miembro de las Casas, no está obligada a aceptar por esposo al hombre que elija su familia, pero si decidiera casarse tendría que celebrar una boda legal, y para acabar con su matrimonio estaría a merced del rey.

Harper rio entre dientes.

—No la imagino obedeciendo las órdenes de un hombre.

Ontari desplegó una gran sonrisa.

—No. Seguramente ocurriría justo lo contrario. —Pero cuando miró a Harper a los ojos se puso seria de nuevo. Desvió la vista y suspiró—. Va a conseguir que la maten. Ahora que por fin me ha introducido en su mundo, voy a perderla.

—Solo si las cosas salen mal, y nos aseguraremos de que no sea así.

Ontari le lanzó una mirada acusadora.

—Crees que tiene razón.

—No. —Harper sacudió la cabeza—. Pero me temo que nuestra opinión no cuenta demasiado en esto.

La otra chica frunció el entrecejo, antes de quedarse meditabunda.

—Podrías decirle que Jasper no quiere participar en el plan. Eso desanimaría a Raven durante un tiempo.

Harper asintió.

—Podría, pero ella es capaz de intentarlo sin Jasper. —Reflexionó sobre las palabras de Raven—. Tengo que reconocer que está en lo cierto respecto a una cosa: Skellin deducirá que estáis todos aquí abajo. ¿Adónde más podríais ir? Probablemente sabe que hay túneles; no es un secreto en el Gremio, así que dudo que lo sea fuera. Tarde o temprano vendrá a echar una ojeada. Cuando lo haga, es evidente que os encontrará. Y si en ese momento estoy en clase, no podré impedir que os mate a todos.

Ontari clavó la vista en Harper, con el entrecejo arrugado por la preocupación.

—Tal vez solo estaréis seguros bajo la protección del Gremio —prosiguió Harper—. Sé que a ninguno de vosotros os seduce la idea, pero si el ardid de Raven fracasa, tendréis que recurrir a ella de todos modos. Algo me dice que al Gremio tampoco le hará gracia, pero estarán más dispuestos a protegeros si hay pruebas de que Skellin ha entrado en los pasadizos subterráneos del Gremio.

Ontari soltó un gruñido y se frotó la cara con las manos.

—Lo que dices tiene sentido, y no me gusta.

—A mí tampoco —admitió Harper—. Sin embargo, sé que no puedo ser la protectora que necesitáis, sobre todo porque no paso mucho tiempo aquí, pero también porque ignoro cuán poderoso es Skellin. Si baja aquí con Lorandra, dudo que pueda defenderme, y mucho menos defender a los demás. Y, aunque no la traiga consigo, ¿cómo me avisaréis cuando necesitéis mi ayuda? ¿Y si no llego a tiempo?

—Usaremos una ruta de huida.

—¿Y si no lográis escapar? Aunque lo consiguierais, saldríais a los terrenos del Gremio y, si él aún os sigue, tendríais que pedir ayuda al Gremio de todas maneras. —Harper exhaló un suspiro y notó que la frustración y la inquietud que había acumulado durante las últimas semanas estallaban—. No estáis a salvo aquí abajo, podríais vivir con más comodidades, y es muy difícil conseguiros comida y… te echo de menos.

Con esta confesión, el torrente de palabras que brotaba de sus labios se secó. Se percató de que tenía el rostro encendido y miró a Ontari con timidez. La otra chica tenía una expresión extraña y sorprendida.

—Quiero decir que echo de menos estar a solas contigo. Tal vez eso sea un poco egoísta por mi parte —dijo—. Lo…

Pero no llegó a disculparse, porque Ontari se inclinó hacia delante, la sujetó de la barbilla y la besó.

—Yo también te echo de menos —afirmó en voz baja pero con vehemencia.

Luego estrechó a Harper contra sí. Permanecieron un rato abrazadas, disfrutando simplemente de la calidez física y la proximidad de la otra. Antes de lo que Harper habría deseado, Ontari suspiró y se apartó.

—Raven estará preguntándose dónde nos hemos metido —murmuró.

Se puso de pie y tendió una mano a Harper. Esta la tomó y Ontari tiró de ella para ayudarla a levantarse, pero con el mismo movimiento la atrajo hacia sí y la besó de nuevo. Fue un beso prolongado, como si hubiera olvidado sus últimas palabras.

El sonido de un paso seguido de un grito ahogado devolvió bruscamente a Harper a la realidad. Las dos se separaron de golpe y se volvieron con rapidez hacia la puerta, Ontari en postura de combate. Harper había invocado magia para crear un escudo antes de advertir que era Raven quien estaba en la puerta. Tenía el rostro paralizado por la estupefacción. Cuando Ontari profirió una palabrota, la expresión de Raven reflejó una mezcla de vergüenza y socarronería.

—No era mi intención interrumpir —dijo, retrocediendo un paso—. Volved cuando terminéis.

Conteniendo a duras penas una sonrisa, dio media vuelta y se alejó a toda prisa. Ontari se cubrió la cara con las manos y soltó un lamento. Harper le posó una mano en el hombro en un gesto de solidaridad. «Por nada del mundo querría que mi madre me sorprendiera besando a otra mujer». Cuando Ontari empezó a sacudir los hombros y a emitir sonidos entrecortados, se le encogió el corazón, hasta que vio que su amiga se llevaba las manos a la boca y cayó en la cuenta de que estaba riéndose.

—En fin —dijo Harper mientras esperaba a que Ontari callara—. No es la reacción que yo esperaba.

Ontari sacudió la cabeza.

—No. Me lo imagino. —Respiró hondo dos veces, y solo se le escapó la risa en una ocasión—. Llevo meses cavilando sobre cómo decírselo. Ahora ya no hace falta.

—¿Ibas a contarle lo nuestro?

—Claro.

—Pero… ¿no estará enfadada?

—No. Un poco consternada, quizá. ¿Te he comentado alguna vez dónde nació y se crio?

Harper negó con la cabeza.

—Bueno, en realidad es ella quien debería contarte la historia. Varias historias, de hecho. Era un lugar donde uno se encontraba con personas que tenían gustos e ideas de todo tipo. —Tomó a Harper de la mano—. Vamos. Deberíamos volver, o creerá que estamos demasiado molestas o avergonzadas para regresar. Y quiero asegurarme de que el plan de esta tonta sea lo más a prueba de tontos posible.