13

Ayuda inesperada

—No tengo… mucha experiencia en esto —dijo Aden en tono de disculpa mientras Marcus se sentaba junto a él—. Quizá me lleve un rato.

Marcus se encogió de hombros.

—No hay prisa. Tengo mucho en que pensar. Una manera de sacarte de este lío, por ejemplo.

—Esperemos que nos dé tiempo a hacer las dos cosas. —Aden indicó a uno de los esclavos que se acercara. El hombre se arrojó al suelo. Tras ordenarle que se arrodillara frente a él, Aden posó las manos a cada lado de su cabeza y cerró los ojos.

Marcus examinó a los esclavos que aguardaban su turno. Aparte de algunas cejas arqueadas por la sorpresa, nada en sus semblantes traslucía que alguno de ellos fuera un espía del rey. Dirigió la vista a Lincoln, que estaba sentado al otro lado de Aden. El elyneo miró a Marcus a los ojos y asintió, tal vez para darle a entender que él también los estaba observando. Savi, la Traidora, le había asegurado que había otros espías Traidores entre los esclavos y que prestarían su ayuda si algún impostor reaccionaba con violencia ante su inminente desenmascaramiento. Sin embargo, sería más conveniente que no los obligaran a revelar su identidad. En cuanto al secuestrador frustrado, lo habían encerrado en una bodega con paredes de piedra bajo la cocina, y lo custodiaban Savi y Merria.

«En fin. Es hora de ponerse a pensar —se dijo Marcus—. Si el rey ha organizado todo esto, se enterará de que su plan ha fracasado cuando su esbirro no se presente con Aden. Tal vez ya sepa que ha fallado si esperaba que el hombre le llevara a Aden hace ya un rato. ¿Qué hará, entonces?

»No puede hacer nada a menos que revelemos que ha sucedido algo, o que haya otro espía suyo aquí, a punto de escapar para pedir ayuda. Y aunque lo hiciera, ¿qué pasaría? Si alegamos que Aden leyó la mente del secuestrador y descubrió la verdad, el rey insistirá en llevarse al hombre para comprobarlo. El esbirro sufrirá algún tipo de accidente para que, cuando Amakira afirme que lo engañaron con el fin de que creyera que trabajaba para el rey, nadie pueda demostrar lo contrario. Entonces esgrimirá el intento de secuestro como excusa para llevarse a Aden.

»Si actuamos como si nada hubiera pasado, el monarca sabría que mentimos. El secuestrador puede probarlo. —Marcus no quería matarlo, no solo porque prefería no asesinar a nadie, sino también porque si se hallaban pruebas de que un kyraliano había acabado con la vida de un sachakano, y encima de un sachakano libre, la frágil paz entre ambos países se resentiría aún más—. Y yo acabaría en el calabozo del palacio por destruir propiedad real».

¿Qué otra cosa podía hacer con el hombre? ¿Sacarlo de allí clandestinamente? Ahora que la Casa estaba bajo una vigilancia tan estrecha que incluso una Traidora dudaba que pudiera escabullirse, no creía que tuviera muchas posibilidades de éxito. «Si lo matamos, tendremos que hacer desaparecer el cadáver por completo o encargarnos de que la culpa recaiga sobre otra persona. No estoy seguro de cómo conseguir lo primero, pero seguramente es menos arriesgado que lo segundo. —Sacudió la cabeza—. No puedo creer que esté planteándome algo así».

Un martilleo suave lo arrancó de sus pensamientos. Aden había enviado al primer esclavo al otro extremo de la habitación. Miró a Marcus.

—Me parece que alguien llama a la puerta.

Como todos los esclavos estaban en la sala maestra, no quedaba uno solo fuera que pudiera recibir a nadie.

—Vaya, qué poco han tardado —farfulló Marcus.

—No es demasiado tarde para recibir visitas sociales —señaló Lincoln—, según las costumbres sachakanas.

Con un suspiro, Marcus se puso de pie.

—Voy a ver quién es.

Aden no parecía muy tranquilo al respecto.

—¿Conviene… que despeje la sala?

—Sí, pero… —«¿Qué hacemos con los esclavos?».

—Llévalos a mis aposentos —se ofreció Lincoln—. Puedes continuar leyéndoles la mente allí.

Marcus posó la vista en el único esclavo al que habían leído el pensamiento.

—¿Es de fiar?

Aden se encogió de hombros.

—No es un espía, si te refieres a eso.

—Me conformo con eso. —Marcus le hizo señas al hombre, que se abalanzó hacia delante y se postró en el suelo—. Espera a que todos salgan de la sala menos yo y trae aquí a nuestra visita —ordenó Marcus.

En un lapso sorprendentemente breve, se quedó solo en la sala maestra. Respiró hondo, exhaló despacio y se preparó para ver a una cuadrilla de magos sachakanos entrar por el pasillo. Sin embargo, solo llegaron hasta sus oídos los pasos de un par de pies, y un único hombre apareció y se detuvo en el umbral de la sala, vacilante.

—¡Achati! —El nombre brotó de los labios de Marcus—. Ashaki Achati —se apresuró a añadir, en aras de la formalidad.

Unas arrugas profundas surcaban la frente de Achati. Escudriñó el rostro de Marcus mientras echaba a andar rápidamente hacia él.

«Parece nervioso —pensó Marcus—. Incluso está retorciéndose las manos».

—Embajador… Marcus. —Achati se paró en seco a dos pasos de distancia, y miró de nuevo a Marcus con ojos escrutadores—. Vengo a advertirte de una conspiración. Me imagino que no me creerás, pero al menos debo intentar prevenirte. Hay un espía del rey entre tus esclavos. Seguramente se trata de un hombre, pues tenemos a pocas mujeres magas, y la gente no se fía de ellas. En algún momento de los próximos días, intentará secuestrar a Aden. Para descubrir al espía, quizá podrías desplegar las dotes de interrogador que demostraste cuando buscábamos a Aden.

Marcus contempló a Achati con una mezcla de diversión y suspicacia. «¿Qué se traerá entre manos? ¿Por qué nos avisa de algo que ya ha ocurrido? ¿Pretende engañarnos para que confiemos en él? ¿Lo habrá enviado el rey para averiguar si su secuestrador ha actuado ya? Hum, supongo que tendré que seguirle el juego y ver adónde me lleva todo esto».

—¿Y qué debemos hacer cuando frustremos este secuestro? —preguntó—. ¿Matar al espía?

Achati meneó la cabeza.

—No, eso sería destrucción de la propiedad real.

—Solo si el espía es un esclavo y el rey reconoce que el hombre le pertenece.

—Oh, él no reconocerá nada. Afirmará no tener conocimiento alguno de la trama y que el hombre ha sido sobornado por los Traidores. Cuando se descubra que es un mago y no un esclavo, te acusarán de asesinato.

—¿A pesar de que yo no sabía nada de esto? —Marcus sacudió la cabeza—. Entonces, ¿me ha tendido una trampa?

Achati negó con un gesto.

—No expresamente, pero si fueras lo bastante necio para matar al hombre, le darías la excusa perfecta para enviarte de vuelta a Kyralia.

—Así pues, ¿cuál es el objetivo del rey? Ah: amañar una buena razón para dictaminar que Aden no está a salvo aquí y llevárselo.

La boca de Achati se curvó en una grave sonrisa de aprobación.

—Sabía que comprenderías el peligro.

—Entonces, ¿qué hacemos? No podemos fingir que no ha pasado nada. El espía informará al rey de su fracaso. Lo intentará de nuevo o enviará a otro espía a secuestrar a Aden. Quizá ya haya otros aquí, por si la primera tentativa falla.

Achati hizo una mueca.

—Si existe la posibilidad de llevar a Aden de regreso a Kyralia de forma encubierta, debes hacerlo.

«¿Desobedecer al rey? No es lo que me esperaba».

—¿Cómo?

Achati se pellizcó el labio inferior con dos dedos, frunciendo el ceño.

—Si hay Traidores entre los esclavos, tal vez puedan encargarse de ello.

—¿Ahora que la Casa está tan vigilada? Lo dudo. ¿Se trata de una estratagema para capturar a algunos Traidores?

Achati abrió la boca para responder, pero otra voz lo interrumpió.

—Vaya, vaya. Ashaki Achati. ¿Qué te trae a la Casa del Gremio a altas horas de la noche? —Marcus y Achati se volvieron para ver a Lincoln entrar en la sala con paso tranquilo. El elyneo apretó los labios en señal de disculpa cuando se acercó a Achati. Echó una mirada a Marcus—. Merria está echando una mano —agregó en voz baja para que Marcus supiera que Aden no estaba ocupándose solo de los esclavos.

Achati asintió.

—Me han enviado para que haga otro intento de convencer a Aden de que hable mañana, pero… —Repitió su advertencia sobre el secuestrador—. Este es el auténtico motivo de mi visita.

—¿Crees que Marcus debería interrogar a los esclavos?

—Sí, para averiguar cuál de ellos es el espía.

—¿No sería peligroso? Dices que el espía es mago, ¿no? ¿Hasta dónde llega su poder? ¿Es un mago superior?

—No lo sé —admitió Achati—. Probablemente. Se le ha ordenado que no mate a nadie. Le… —De pronto, dirigió la vista hacia la puerta por la que había entrado Lincoln. Marcus siguió la dirección de su mirada y se llevó una impresión mayúscula al ver a Aden entrar en la habitación.

El joven posó la mirada en Marcus y la apartó. Tenía los ojos muy oscuros y la cara pálida. Enderezando la espalda, dedicó a Achati una sonrisa forzada.

—Ashaki Achati. ¿Qué hace aquí a estas horas? —preguntó Aden en tono jovial pero tenso—. ¿Viene a llevarme de vuelta al calabozo del palacio?

Una extraña expresión de aflicción asomó al rostro de Achati pero se suavizó enseguida.

—No, no. Intento evitar que eso ocurra.

«¿A qué venía esa cara?», se preguntó Marcus. Se estremeció al reconocer lo que acababa de entrever: compasión y pena. Sus dudas recientes sobre Achati se tambalearon ligeramente.

—Achati nos advierte que un espía que se hace pasar por esclavo intentará secuestrarte pronto —dijo Lincoln.

Aden abrió mucho los ojos, desplazando la mirada de Lincoln a Marcus.

—¿En serio?

—Sí —contestó Marcus—. Una de estas noches.

Marcus se sintió aliviado al ver que Aden cavilaba sobre las implicaciones de esto, con los párpados entornados. Se volvió de nuevo hacia Achati.

—¿Por qué nos ayuda? —inquirió sin rodeos.

—Me… —Achati suspiró y bajó la vista antes de erguir la cabeza para mirar sucesivamente a Lincoln, Aden y Marcus—. No me gusta la forma en que te está tratando el rey. Tal vez Sachaka no necesite a Kyralia como aliada, pero tampoco necesita un nuevo enemigo. Hace unos meses recibimos una noticia que ha dividido nuestras opiniones. El… —Achati hizo una pausa, frunció el entrecejo y sacudió la cabeza—. No se me ocurre una manera de explicar esto sin decíroslo: el espía que teníamos entre los dúneos reveló que los Traidores les propusieron que aunaran fuerzas para intentar hacerse con el poder en Sachaka.

Marcus sintió que un escalofrío le recorría la espalda. «Me pregunto si…».

—¿Unh? —preguntó.

Achati sonrió.

—No puedes esperar que te diga quiénes son nuestros espías, Marcus.

—No —convino Marcus—, pero el nombre de Unh suscitó algunas reacciones interesantes entre su gente cuando lo mencioné. Si se trata de él, me temo que saben que es espía.

—Los dúneos rechazaron la oferta de los Traidores. Muchos de los ashakis han llegado a la conclusión de que los Traidores no acudirían a los dúneos salvo en caso de necesidad y confían en que los Traidores no saldrían vencedores de un enfrentamiento con nosotros.

«¿Fue por eso por lo que los Traidores destruyeron las cuevas de gemas de los dúneos? ¿Era un castigo por su negativa a ayudar?», se preguntó Marcus.

—El rey está de acuerdo —prosiguió Achati—. No cree que debamos temer al Gremio. Opina que solo contáis con dos magos. Es más importante librar a Sachaka de la amenaza Traidora antes de que sean lo bastante fuertes para derrotarnos que evitar ofender a Kyralia y las Tierras Aliadas. Solo las voces de los ashakis que, como yo, no quieren perjudicar las relaciones comerciales ni la paz con las Tierras Aliadas impiden que le arranque la información a Aden por la fuerza.

Un silencio incómodo siguió a las palabras de Achati. Aden tenía la vista fija en el suelo. El joven suspiró y miró a Achati achicando los ojos.

—Usted no habría venido si no estuviera dispuesto a actuar en contra de las órdenes y los deseos de su rey —dijo—. ¿Hasta dónde se atreve a llegar?

El sachakano sostuvo la mirada de Aden, con aire dubitativo.

—No lo sé —reconoció—. Hay una gran diferencia entre impedir que mi rey cometa un desatino y traicionarlo. ¿Qué tienes en mente?

Aden abrió la boca para responder, pero no llegó a hablar.

—Llévate al espía —intervino Lincoln—. Hazlo desaparecer.

Marcus frunció el ceño. Aunque esto sería una prueba de la fiabilidad de Achati, podía resultar contraproducente. Si Achati le llevara el espía al monarca, este argüiría de todos modos que Aden corría peligro en la Casa del Gremio y además se enteraría de que Savi era una Traidora.

—No —dijo Aden—. Lléveme a mí.

Marcus parpadeó, atónito. «Tal vez no ha caído en la cuenta de que esto podría ser una trampa para que nos fiemos de Achati».

Lincoln movió la cabeza de lado a lado y posó la mano sobre el brazo de Aden, pero, antes de que alguien pudiera replicar, Aden alzó las manos para atajar sus protestas.

—No soy tonto. Sé que es arriesgado. —Se volvió hacia Achati, impasible—. Él podría entregarme al rey, pero, a juzgar por el número de esclavos impostores que hay aquí, y no me refiero a Traidores infiltrados, pronto daré con mis huesos en el palacio de todos modos.

Esta vez el escalofrío que bajó por la espalda de Marcus le heló todo el cuerpo. «Pero ¿cuántos espías hay? ¿Cuántos de ellos son magos?».

—Solo tiene que sacarme a escondidas de la Casa del Gremio y llevarme a su mansión —le dijo Aden a Achati—. Los Traidores se encargarán del resto. Se asegurarán de que el rey no se entere de su participación en mi huida. A cambio, pero solo cuando tenga garantías de mi seguridad y libertad… —Aden suspiró, y su expresión se endureció—, responderé a la pregunta que más ansía hacerme su rey. Les diré dónde está la base de los Traidores.

Achati clavó la vista en Aden, y su sorpresa dio paso a la reflexión y luego a la aprobación. Asintió.

—Puedo hacer eso. No será fácil meterte en el carruaje sin que alguien te vea, pero…

—Aden —lo cortó Marcus—. No tienes que traicionar la confianza de…

—Deja que se vaya con él —dijo Lincoln. Lanzó a Marcus una mirada intensa y resuelta, y asintió. Este sintió una punzada de rabia que se disipó enseguida.

«Lincoln jamás pondría en peligro la vida de Aden innecesariamente. Debe de pensar que esto funcionará. O que es la única posibilidad que tiene Aden de salir del apuro. —Lo que significaba que Lincoln creía que Achati decía la verdad—. Qué curioso que sea Lincoln quien confía en Achati ahora que yo albergo dudas respecto a él».

A Marcus le parecía creíble que Achati no aprobara las maniobras del rey, pero le costaría mucho convencerse de que estaba dispuesto a contravenir las órdenes de su soberano y a correr el riesgo de que sus operaciones fueran descubiertas y declaradas actos de traición. En este caso, no solo perdería la confianza del monarca, sino su posición social, su reputación y su riqueza. Posiblemente también la vida. Pero a Marcus no se le ocurría una alternativa, así que observó en silencio mientras Achati y Aden sellaban su acuerdo con un juramento. Cuando terminaron, Lincoln les dedicó una gran sonrisa a todos.

—¡Perfecto! Ahora solo nos queda encontrar la manera de que Aden suba al carruaje de Achati sin que esos fastidiosos vigilantes se den cuenta.

Tras apurar su taza de raka, Harper suspiró aliviada. Desde hacía un día, más o menos, había empezado a sentirse un poco desgastada, como la ropa vieja que Anya le había proporcionado para cuando visitara a Ontari, Raven y Gol. Empezaba a acusar los efectos de las horas que había pasado desvelada bajo tierra y las clases de primera hora de la mañana con Jasper. Contuvo un gruñido al pensar que tenía que ver a Jasper esa mañana. Ontari le había hablado de la bodega que Raven, Gol y ella habían encontrado debajo del Gremio, así como de la conversación que habían oído por casualidad. Por las descripciones, infirió que los dos magos eran lady Abby y el sanador encargado de cultivar ingredientes para los remedios. Aunque la noticia de que querían plantar craña la había horrorizado en un principio, tenía sentido. No estaba de acuerdo con la teoría de Raven de que el Gremio planeaba cultivar craña para arruinarle el negocio a Skellin, o por lo menos para que no fuera el único que suministraba droga a los magos. Era mucho más probable que el Gremio necesitara la planta para intentar encontrar una cura para la adicción a su consumo, así como para explorar su potencial como remedio contra otras enfermedades. Al fin y al cabo, con frecuencia los efectos nocivos de una planta podían combatirse con sustancias extraídas de ella. No obstante, la noticia de que el Gremio buscaba semillas de craña había despertado en Harper otras sospechas, y por eso no estaba muy ilusionada ante la perspectiva de reunirse con Jasper. Una parte de ella deseaba encararse con él y exponerle lo que había descubierto. «¿Será esa la causa por la que se niega a ayudar a Raven a tenderle una trampa a Skellin? ¿Los otros magos adictos a la craña y él temen que si apartan a Skellin de las calles se quedarán sin el suministro de la droga?».

Raven le había indicado que se guardara lo que sabía, a menos que tuviera una buena razón para revelarlo. Ella tendría que aparentar ignorancia en presencia de Jasper, y arreglárselas para comportarse como si no sospechara que él se resistía a prestar ayuda a sus amigos por motivos egoístas.

—Te noto muy ensimismada hoy —comentó Anya. Se acercó a la mesa y se agachó para recoger los platos vacíos del desayuno.

En aquel momento, Harper percibió una fragancia extraña pero agradable.

—¿Te has puesto perfume, Anya? —preguntó.

La criada vaciló por unos instantes, con un ligero aire de culpabilidad.

—Sí.

—¿Qué te ocurre? —Harper arrugó el entrecejo—. No acostumbras a ponerte perfume. ¿Es que la servidumbre no lo tiene permitido?

—Oh, nadie es tan quisquilloso. —Anya agitó la mano—. Pero… A Lexa no le gusta este que llevo. Era suyo, pero cuando se enteró de qué estaba hecho me pidió que lo tirara. Me gusta y…, bueno, la planta no tiene la culpa del uso que le dan. No me lo pongo cuando voy a estar cerca de ella, claro.

—Y por eso no te lo había notado antes. —Harper asintió—. Huele muy bien. ¿De qué está hecho?

Anya se mostró avergonzada de nuevo.

—De flores de craña.

Sorprendida, Harper olfateó el aire e intentó encontrar alguna semejanza entre aquella fragancia y el olor a humo de craña.

—Cuesta creer que el aroma provenga de la misma planta. —Entonces la asaltó una duda—. ¿De dónde sacan las flores de craña los perfumistas?

Anya se encogió de hombros.

—Supongo que de las personas que la cultivan para vender la droga.

Harper hizo memoria sobre lo que le habían enseñado en clases de sanación respecto al origen de los remedios del Gremio y repasó mentalmente sus conocimientos sobre plantas. Por lo general, las flores contenían las semillas de la planta. El Gremio buscaba semillas de craña. Según Ontari, las plantas que el Gremio había cultivado no eran de craña. Los habían engañado. Raven no creía que ningún cultivador de craña se atreviera a vender semillas al Gremio, aunque sin duda más de uno estaría dispuesto a timarlos para ganar sumas exorbitantes proporcionándoles semillas de alguna otra planta. Si llegaba a oídos de Skellin que habían vendido semillas de craña a alguien, podían darse por muertos. Raven dudaba que se cultivara craña en ningún lugar de Kyralia. Sospechaba que la plantaban en algún otro sitio, la cosechaban y la secaban antes de enviarla a Imardin. ¿Ocurría lo mismo con el perfume? La mayoría de los perfumistas estaban establecidos en Elyne. ¿Necesitaban plantas frescas, o les servían las secas para elaborar la fragancia?

Harper se puso de pie.

—Será mejor que me vaya. No quiero llegar tarde, pues Jasper se pondría nervioso.

Anya sonrió.

—Nos vemos por la noche.

Mientras caminaba hacia la Arena, Harper reflexionó sobre todo lo que sabía y lo poco que podía revelar a fin de obtener respuestas a sus preguntas. Durante los breves descansos de la clase de Jasper, sopesó los riesgos y las ventajas. «Cuanto antes consiga el Gremio semillas de craña, antes ayudará Jasper a Raven. Solo necesito encontrar una manera de confesarle a Jasper que sé que el Gremio intenta cultivarla sin desvelarle cómo lo sé…».

Ella no se dirigió hacia la universidad en el momento en que Jasper anunció que la clase había terminado. Cuando se acercó a él, el hombre ya tenía un aspecto distante y distraído, y en vez de mirarla a los ojos mantenía la vista fija en algún punto lejano. Al advertir que ella no se marchaba, frunció el ceño y apretó los labios.

—Puedes irte —repitió.

—Lo sé, pero he pensado que le interesaría saber algo: en las calles se rumorea que el Gremio ha intentado comprar semillas de craña. ¿Es cierto?

De inmediato, él clavó la mirada en ella.

—No deberías creerte todo lo que oyes decir a tus amigos —espetó él.

—Pero es verdad, ¿no? —Lo observó con los párpados entornados—. ¿Es por esto por lo que no ayuda a Raven? ¿Teme que se corte el suministro si capturan al suministrador?

Los ojos de Jasper centellearon de rabia, y su mandíbula se tensó.

—No tienes idea de lo afortunada que eres —le dijo.

Ella pestañeó, desconcertada, y de pronto sintió una punzada de ira.

—¿Afortunada? ¿Yo? Mi amiga más íntima me engañó para que aprendiera magia negra con el fin de cargarme con el asesinato de su padre, y luego intentó matarme. Las únicas personas a las que les importo están lejos o en grave riesgo de morir en cualquier momento.

Él abrió mucho los ojos y su expresión se suavizó.

—Te pido disculpas. Me refería… —desvió la vista, con una mueca como de dolor—… a que eres afortunada por haber podido dejar la craña. Muchos, muchos magos desearían tener tu resistencia.

«Entre ellos, tú», pensó ella. Sin embargo, descubrió que no era capaz de seguir indignada con él. Su reputación de hombre siempre íntegro era esencial para su papel de mago negro. Debía de resultarle humillante y devastador para su fe en sí mismo el haber perdido la fuerza de voluntad a causa de una simple droga de placer. El hecho de que fuera un mago negro debía de poner nerviosos a los otros magos que conocían su debilidad. Por otro lado, era igual de aterrador imaginar qué sucedería si Skellin tuviera a su merced a un número elevado de magos comunes.

—¿Cuántos? —preguntó ella, incapaz de disimular la preocupación.

Él frunció el ceño.

—No puedo decírtelo, pero… estamos haciendo algo para ayudarlos.

—¿Intentando cultivarla?

—Al menos para hacernos con el control de la oferta. Y para encontrar una cura o producir una droga menos perjudicial, si podemos. —Jasper suspiró—. En parte tienes razón. Si Skellin muere, es posible que se reduzcan nuestras posibilidades de conseguir semillas. Es demasiado arriesgado intentar aprehenderlo. Por ahora. —Le sostuvo la mirada, impávido, y una determinación fiera asomó a sus ojos—. Te prometo que en cuanto tengamos lo que necesitamos, encontraremos a Skellin y nos encargaremos de él. Eso tal vez incluya aceptar la propuesta de tu amiga, si sigue dispuesta a correr el riesgo.

Harper asintió. Meditó sobre estas palabras. Le parecieron razonables, y no había percibido el menor atisbo de que él estuviera mintiendo. No se le ocurría una buena razón para no comunicarle su idea.

—¿Sabe que hay un perfume nuevo que se vende en la ciudad, elaborado a base de flores de craña?

Jasper arqueó las cejas.

—No.

—De algún sitio sacan las flores. —Sonrió—. Quizá el Gremio debería investigarlo. En fin, más vale que vaya a mi siguiente clase.

—Sí. No llegues tarde… —respondió él con aire absorto.

Ella se marchó, dejándolo allí de pie. Cuando volvió la vista atrás, comprobó que él tenía una mirada ausente, como de costumbre, pero esta vez mezclada con una expresión de asombro ante lo que acababa de comprender.

Dentro de la carreta hacía un calor húmedo y casi insoportable, y Aden había perdido la cuenta de las veces que había tenido que apretarse la nariz para no estornudar. Al igual que los otros esclavos que iban en el vehículo, estaba cubierto de un polvo gris cuyo fin era matar los piojos del cuerpo. Le habían rapado la cabeza por el mismo motivo. Una cadena sujeta a una argolla de metal en el centro del suelo de la carreta le unía los tobillos entre sí. Le picaba y le escocía la espalda a causa de los latigazos, y tenía que luchar contra el impulso constante de sanarse los verdugones con magia. No había habido otra razón para el castigo que el deseo del cochero de dejar claro quién mandaba allí después de que el jefe de esclavos del ashaki Achati le advirtiera que «este da muchos problemas». Se contenía para no contemplar horrorizado a sus compañeros de viaje e intentaba ocultar la rabia que sentía ante el destino que les esperaba. Eran los esclavos de la ciudad desechados porque su avanzada edad, su deterioro físico, su fealdad o su desobediencia les impedía seguir siendo útiles a sus amos. Hasta donde sabían, los habían destinado a trabajar en una mina situada al sur de las montañas del Cinturón de Acero. El regateo había sido rápido y se habían formulado pocas preguntas, para acelerar la venta. Al parecer, algunos sachakanos opinaban que las familias debían cuidar de los esclavos que habían estado a su servicio durante toda la vida si no habían escatimado esfuerzos por sus amos o si habían quedado tullidos trabajando para ellos. A veces seguían a la carreta de la mina durante un trecho, proclamando la ignominia de los amos que vendían a sus esclavos a aquella gente. Ninguno de ellos había perseguido el vehículo hoy. Había avanzado pesadamente hasta las afueras de la ciudad sin atraer la atención. Ahora atravesaba despacio la campiña. Aden cerró los ojos y pensó en su fuga de la Casa del Gremio. Lincoln había ideado una solución para sacar a Aden de allí sin que los vigilantes lo descubrieran. Como sabían que era probable que estos hubieran contado a los esclavos que Achati había traído consigo, él se había acercado al carruaje y le había dicho a uno de ellos que debía quedarse temporalmente en la Casa del Gremio para ayudar a custodiar a Aden, aunque el objetivo real era espiar a los magos. En cuanto los ocupantes de la Casa aceptaron agradecidos al esclavo y lo enviaron a reunirse con los demás, Aden se había puesto la ropa de Achati tras utilizar trapos limpios a modo de relleno para parecer más corpulento. Achati se había vestido con un manto de esclavo. La escena de Lincoln enseñando al digno ashaki a caminar encorvado como un esclavo habría resultado divertida de no ser porque a todos les preocupaba mucho que el plan fallara. Como siempre, el patio de la Casa del Gremio estaba iluminado por una lámpara, y ambos habían mantenido el rostro apartado de ella. Tal como Lincoln había sugerido, habían simplificado al máximo sus movimientos: Aden había salido de la Casa y había ido directo al carruaje; Achati lo había seguido a toda prisa y había subido a la parte posterior del coche. Se habían alejado de la Casa del Gremio sin que nadie intentara impedírselo. Durante todo el trayecto hasta la casa de Achati, Aden había permanecido rígidamente sentado en el carruaje, temiendo que en cualquier momento alguien les ordenara que se detuviesen, pero esto no había sucedido. Una vez que el carruaje cruzó la verja de la mansión del ashaki, este entró en la cabina y se cambió rápidamente el atuendo con Aden. El salvador del joven, tras indicarle que se quedara allí, se había marchado para mantener una conversación con un hombre que, según supo Aden más tarde, era el jefe de esclavos de la casa. Después, Achati había regresado para exponerle su plan. Aden volvería a disfrazarse de esclavo, pero esta vez debía prepararse para recibir un trato mucho más cruel, y esperar que hubiera Traidores entre los esclavos de Achati, todos ellos hombres.

«También debo confiar en que me hayan visto y reconocido, se hayan enterado de que me han subido a la carreta, hayan conseguido transmitir mensajes a otros Traidores y estos puedan alcanzar la carreta, detenerla y liberarme sin revelar su identidad o la mía».

Así planteado, parecía un plan absurdo en el que podían salir mal muchas cosas.

«¿Qué es lo peor que puede pasar? Quizá tenga que llegar hasta la mina. La cordillera del Cinturón de Acero discurre a lo largo de la frontera entre Sachaka y Kyralia. ¿Me resultaría muy difícil liberarme yo solo con magia y recorrer el resto del camino hasta Kyralia?».

El grado de dificultad dependía de si la mina estaba al cargo de magos sachakanos y de si había ichanis merodeando por las montañas.

«Debería bajar de la carreta antes de llegar allí, cuando no haya magos sachakanos alrededor y nos encontremos cerca de las montañas. Ojalá supiera cómo es el sur del territorio sachakano. ¿Se extiende el páramo hasta el mar? ¿Llegan hasta allí los ichanis?».

El vehículo empezó a reducir la velocidad. Aden abrió los ojos y, al mirar en torno a sí, vio miedo y a la vez esperanza en el rostro de los otros esclavos. Oyó el gruñido de un estómago. Tal vez iban a darles comida y agua.

La carreta se detuvo y él oyó unas voces en el exterior.

—Es probable que el pozo se derrumbe. No quiero poner en peligro a uno de los míos. Son esclavos sanos y útiles —dijo alguien en tono altivo.

El cochero respondió en voz baja y zalamera. Aden no alcanzó a distinguir sus palabras.

—Dime cuánto quieres por él —ordenó el altivo.

Tras una pausa, el carro se bamboleó ligeramente, y sonaron pasos de dos personas que lo rodeaban hacia la parte de atrás. Se oyó el ruido de una llave al girar en la cerradura, y las portezuelas se abrieron. Una luz intensa inundó el interior, deslumbrando a Aden.

—Ese me servirá.

—Es revoltoso.

—Entonces te alegrarás de librarte de él. Si sobrevive y me causa problemas, te lo enviaré de vuelta. Toma.

A continuación se oyó el tintineo de unas monedas. Los ojos de Aden habían empezado a acostumbrarse a la luz. Vislumbró a un ashaki sentado junto al cochero, que estaba inclinado hacia el carro para quitarle las cadenas a uno de los esclavos. El corazón de Aden dejó de latir cuando cayó en la cuenta de que las cadenas eran las suyas. Durante un momento de desesperación, estuvo tentado de volar la parte posterior del carro con magia para huir, pero hizo un esfuerzo por contenerse. «Te lleven a donde te lleven, allí habrá Traidores —se dijo—. Te encontrarán y te liberarán».

Aunque el trabajo que el ashaki pretendía asignarle parecía peligroso, Aden podría valerse de la magia para protegerse. «Al menos ninguno de esos pobres esclavos tendrá que jugarse la vida en ese pozo».

—Vamos —dijo el cochero, agarrando a Aden de la pierna y tirando de ella. El joven se puso de pie ayudándose con los brazos y pasó por encima de las piernas de los esclavos que se hallaban entre las portezuelas abiertas y él. Tuvo que dar un salto para bajar, y los grilletes le impidieron mantener el equilibrio. Cayó de bruces al suelo.

«Bueno, al menos esto me ahorra la humillación de postrarme ante mi nuevo amo».

—Quédate allí —dijo la voz altanera.

El hombre aguardó a que la carreta se alejara antes de hablar de nuevo. Para entonces, Aden había lanzado miradas furtivas a ambos lados y había visto a dos esclavos fornidos de pie junto al ashaki y a él.

—En pie. Sígueme.

Aden obedeció. Las cadenas lo obligaban a dar pasos cortos y sus eslabones entrechocaban mientras él seguía al hombre y a sus dos esclavos a través de una verja pequeña hasta llegar a un patio. Otro esclavo los esperaba con una gran maza.

—Quítaselas —ordenó el ashaki.

El esclavo señaló un banco. Aden se sentó y colocó obedientemente las cadenas de sus piernas donde el hombre le indicó. Después de varios golpes espeluznantes pero precisos, los grilletes cayeron de los tobillos de Aden. El ashaki lo observaba todo con aire aburrido. Hizo señas a Aden de que lo siguiera y lo guio al interior del edificio. Un aire húmedo y de aroma fresco los envolvió cuando entraron en unos baños. El ashaki hizo un gesto en dirección a una pila de ropa que había sobre un asiento de madera.

—Lávate y ponte eso. No tardes, no tenemos mucho tiempo.

Aden miró hacia atrás y descubrió que los dos esclavos fornidos no los habían seguido hasta allí. El ashaki sonrió sin el menor rastro de su altivez anterior y salió de la habitación. Aden se quedó mirando la puerta por la que había desaparecido.

«Hay algo en esto que no me cuadra».

Se acercó al asiento y cogió la prenda que estaba encima del montón de ropa. El corazón le dio un vuelco, luego se le aceleró, y a Aden se le escapó una sonrisa.

Era la vestimenta sencilla y cómoda de un Traidor.