Holii! Hoy llego un poco tarde por aquí, pero tan puntual en fecha que hasta me sorprendo! Jaja
Ay pero qué ilusión las dos primeras reviews! Mil gracias a erika20belen y Soledad Manticora, qué ilusión me hizo ver que escribistéis. Me alegro que os esté gustando la historia.
El Kacchaco para mi es complicado. A veces lo amo, y a veces lo odio (también porque a veces es imposible no caer en clichés en esto de 'el chico malo' y 'la chica buena'. Ahí creo que el Izoucha explora cosas menos vistas. Aun así, aquí estoy, shippeando a estos dos tratando de seguir el canon (o al menos intentando que ellos parezcan ellos).
Este capi creo que tiene un poco de todo, ya me contaréis qué os parece.
Nos leemos abajo y respondo reviews por privado! (Si nos llega decídmelo!)
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COMER MANDARINAS
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Katsuki y Ochaco estuvieron una semana entera sin hablarse.
Bakugo estaba castigado, así que no asistió a ninguna clase y las pocas veces que se vieron por la residencia se limitaron a ignorarse. Como si no se conocieran de nada, como si fuesen dos extraños que no tienen ningún interés en coincidir.
Y el ambiente se volvió tenso.
Muy MUY tenso.
Tanto, que Bakugo no salió de su habitación en toda la semana para nada que no fuera ir al baño o bajar a la cocina por comida.
Se supone que estaba castigado sin ir a clase y sin salir de la residencia, pero aun así nada decía que no pudiera comer o hablar con sus compañeros de clase. Así que aquello fue más bien un auto castigo que se impuso, o como un castigo que el rubio le había puesto a ella—o eso pensó Uraraka.
Así pues, cuando por algún casual se cruzaban en la residencia, echaban la vista a otro lado o se cambiaban de pasillo para evitarse.
Uraraka estaba cada día más enfadada con él.
No entendía su actitud ni por qué él estaba ahora molesto con ella. ¡Si había sido él en primero en traicionar su amistad! O al menos la amistad que todo aquel tiempo Ochaco pensó que tenían, ya que según las palabras del propio Katsuki, no era bidireccional. 'No eran amigos'
Aquello le había dolido. Mucho.
Sobre todo porque todos esos meses atrás, después de cenar, Katsuki había ido a su cuarto noche tras las noches a entrenar con ella. Habían pasados días enteros juntos, de manera casi inseparable. Se habían contando secretos e inseguridades, habían compartido risas y penas. Algo que nunca pensó que fuera a suceder entre ellos. No entendía por qué de repente le había dicho algo tan cruel como que no los consideraba amigos. ¿Por qué sino se había ofrecido en ayudarla? ¿Por qué se había esforzado tanto por alguien a quien no consideraba 'su amiga'?
De hecho, pensándolo bien, él había sido el primero en confiar en ella —incluso cuando ella misma no lo hacía—. Había apostado todo en que podía aprobar el examen a cinturón que tanto dolor de cabeza le estaba dando a Uraraka. Y puede que Katsuki no supiera de Kárate, pero se había esforzado y sorprendentemente había sido un gran compañero. Se movía con agilidad, aprendía rápido y trataba a Uraraka sin piedad. Como a una igual. Y eso es lo que ella más había valorado de él, porque siempre la había tomado en serio. En ningún momento había dudado de la posibilidad de que Uraraka era capaz de darle una paliza. Y esa tensión la había ayudado a mejorar sus reflejos, a ganar fuerza y velocidad, pero sobre todo le había ayudado con lo que más le faltaba para aprobar su examen: confianza.
Miró en la mesita de noche el merecido cinturón marrón. Ni siquiera le había contado a Katsuki que efectivamente había aprobado, aun con la muñeca dislocada… Aunque bueno, él también sabía la fecha de su examen y no se había dignado a preguntarle.
Fue el jueves.
Tal vez el único día de la semana del largo castigo de Katsuki que el rubio mostró algún tipo de intención de acercamiento. Sin embargo, cuando se cruzaron, no se dijeron nada. Y Uraraka no iba a hacer una excepción y él mucho menos iba a dar su brazo a torcer.
Así pues, Bakugo estuvo más huraño y desagradable que nunca. De hecho, durante toda la primera semana de castigo sólo se habló con Kirishima y porque éste se había ofrecido a llevarle los deberes.
Y Uraraka obviamente no estaba de mejor humor, sobre todo ahora que la gente rumoreaba a pleno pulmón sobre ellos dos.
¿Han roto? ¿Estaban realmente juntos? ¿Bakugo le pegó a Monoma porque estaba liado con Ochaco? ¿Uraraka le engañaba? ¿Era el rubio explosivo quien la acosaba?
Y por rumores como esos —más la propia tensión con Bakugo— tenía un humor de perros.
—Ochaco-chan… no podéis seguir así—terminó por sentenciar Tsuyu en la cena del sábado, tras una semana de tensión afilada.
Aquella noche estaban cenando solas. El resto habían ido al cine en modo parejitas. Tsuyu y ella no entendían qué tenía de divertido aquello cuando podían salir todos en grupo y ya. Total… ¡Vivían todos juntos!
—¿A qué te refieres? —preguntó decaída y gruñona removiendo el puré de patata. No tenía apetito.
Al fondo, Bakugo había hecho acto de presencia en la cocina, pero sólo para coger algo de la nevera y largarse como alma que lleva el diablo. Sin saludar. Sin mirar atrás. Ignorando su presencia. Para variar.
—Pues a esto…—señaló Tsuyu al chico, que desaparecía escaleras arriba—. ¿Por qué no hablas con él? Se supone que sois amigos.
—No somos amigos—se apresuró a decir Ochaco, llevándose el tenedor a la boca.
Tsuyu la vio con algo de pena.
—Ochaco-chan, eso no es verdad—opinó sincera—. Yo creo que Bakugo-kun y tú sí sois amigos. En los últimos meses erais inseparables.
—Me da igual.
—Yo creo que no—dijo tranquila la chica rana—. Y creo que estáis actuando como dos niños pequeños.
Ochaco se puso a la defensiva.
—Fue él el que no quiso contarme qué había pasado y el que me ignora.
—Tú también lo ignoras a él.
—Sí, pero yo al menos fui a intentar hablar las cosas y él ni siquiera ha venido a pedirme perdón por cerrarme la puerta en las narices.
—Está castigado, se supone que no puede salir mucho.
Las respuestas lógicas de Tsuyu la pusieron nerviosa.
—¡Agg, pero me da rabia! —se expresó Uraraka, angustiada—. Él sabe de sobra cómo me hacen sentir esas cosas. ¿Por qué se tuvo que pegar con Monoma? Ahora la gente no para de hablar de nosotros… hay rumores por todas partes y me siento una tonta.
—Ochaco-chan no deberías hacer caso a lo que dice la gente—opinó comprensiva su amiga—. Y creo que estás siendo muy dura con Katsuki, guero.
—¿Y eso por qué? —apartó el plato, angustiada.
—Yo creo que Bakugo-kun no te defendió porque pensara que eras débil o tuviera que protegerte… te defendió porque es tu amigo.
Aquello hizo que Uraraka la mirara, asimilando aquello.
—Yo, las chicas, Iida o Deku-kun hubiésemos hecho lo mismo si alguien hubiese dicho algo malo de ti—resolvió tranquila la chica rana—. Tal vez no le hubiésemos pegado… pero no nos hubiésemos quedado de brazos cruzados. Eso es lo que hacen los amigos, ¿no?
Ochaco sólo tenía ganas de llorar ante aquel razonamiento.
—Él me dijo que no éramos amigos… —intentó justificar Ochaco.
—No creo que lo dijera en serio. Ya sabes cómo es Bakugo—se encogió de hombros—. Todo lo hace explotar.
Uraraka bufó. Tal vez había sido demasiado dura con él y todo porque en el fondo aquella situación sólo había conseguido desenterrar sentimientos que hubiese preferido reprimirse. Reprimirse como ya hizo una vez, porque estaba cansada de ser una idiota.
Aunque más idiota sería si perdía a un amigo por orgullosa.
—¿Hablarás con él? —pidió comprensiva su amiga.
Ella asintió, abatida.
Estuvo un buen rato dando vueltas en círculos en su habitación pensando en qué decirle a Katsuki o cuándo. Era imposible hacerlo en horario escolar, pero a la vuelta de clase todos estarían pendiente de ella y más raro sería hacerlo cuando el rubio saliera a coger algo de comida. Todos los estarían mirando en la cocina y seguramente Bakugo le soltaría alguna bordería en público que la dejaría en evidencia. Lo último que quería era llamar más la atención. ¿Pero qué más opciones tenía? ¿Esperar a que tuviera que salir al baño y lanzarse a por él? No… la opción de volver a verse en el baño con él estaba más que descartada, sobre todo porque entonces sí que serían la comidilla de todos los rumores. ¿Y de noche después de la cena? No… a esa hora siempre se veían Mina y Kirishima, seguro que alguno de los dos la veía salir de su cuarto. ¿Y cuándo se acabara el castigo? ¿Podría arreglar las cosas con él después de seguir ignorándolo por dos semanas? No… eso no sonaba mejor.
Llegó entonces a una terrible conclusión: era ahora o nunca.
En el fondo era perfecto. Todos estaban fuera y al ser sábado nadie iría a vigilar los pasillos. Además, no era tan tarde como para que se considerase ilegal estar en el cuarto de un compañero, ¿no? Miró el reloj. Tal vez sí… Y más en el de un chico.
Le temblaban las piernas.
Tomó todo el valor que pudo y con decisión se encaminó con sigilo a los dormitorios masculinos. Se aseguró de no ser vista y con valentía llamó a la puerta de Katsuki. Por que Uraraka podía ser muchas cosas, pero sin duda, valentía no le faltaba.
No obtuvo respuesta.
Volvió a llamar, pero el resultado no fue muy diferente. ¿Tal vez no estaba? ¿Cómo no iba a estar?
—Katsuki… —lo llamó, volviendo a tocar—. ¿Estás ahí? Soy Uraraka.
Nadie respondió. Ochaco suspiró. Se sentía una idiota. ¿Qué se supone que le iba a decir? ¿Pedirle perdón? Encima le había llevado unos mochis de arándanos, como símbolo de paz. ¿Podía ser más patética?
—Katsuki, por favor, abre la puerta—pidió—. Me gustaría… que habláramos.
Katsuki no respondió. No obstante, Ochaco empezó oír pasos y ajetreo al otro lado. Bufó.
La estaba ignorando.
—¿Tanto te molesta contestarme, aunque sea para decirme que me vaya? —dijo molesta, esperando una respuesta al otro lado—. Yo solo quiero arreglar las cosas, que... que hablemos.
Nada. Ni una sola palabra al otro lado.
—Ya veo que a ti te da igual arreglar nada—dijo decaída y algo molesta.
De repente, Ochaco empezó a escuchar barullo. Un grupo de chicos estaba subiendo las escaleras. Se puso blanca.
No, no, no…
Miró a todas partes, acorralada. La habitación de Bakugo era la última del segundo piso, así que estaba en un callejón sin salida. Y no podía volver por las escaleras, porque ya había alguien subiendo por ellas. ¿Flotar contra el techo? Seguramente la verían. Tenía que pensar rápido.
En menos de un minuto, un grupo de chicos de primer curso subió las escaleras armando bastante escándalo. Parecían borrachos después de alguna cena fuera y se reían con ganas abriendo varios cuartos. Luego salieron al pasillo y se sentaron en círculo para seguir la charla tan animada que tenían, mientras compartían una botella de algo que parecía licor.
—¡Tíos qué frío, cerrar la ventana! —dijo uno, acercándose para cerrar.
—Sí, date prisa, que si no se nos va a oír desde fuera.
Maravilloso, pensó Uraraka cuando escuchó que cerraban la ventana, dejándola fuera del edificio.
Había pensado que esa era la mejor opción:
Salir por la ventana, esperar a que se fueran a dormir y luego entrar para largarse lo más rápido posible a su maldito cuarto. Nunca pensó que aquellos chicos quisieran seguir la fiesta en mitad de un pasillo.
¡Cómo había cambiado la UA en apenas tres años! Se notaba que eran tiempos de paz, todo el mundo estaba muy relajado…
¡Encima la habían dejado fuera con el frío que hacía!
En ese momento en la oscuridad, se sintió ridícula. Flotando con un pijama extra-corto en mitad de la noche de noviembre. Porque adentro estaba la calefacción a veinticinco grados, pero afuera hacía menos de la mitad. Se abrazó a sí misma, todavía con la bolsa de mochis en las manos y pensó que lo único que le hacía falta para ser más patética era echarse a llorar en la oscuridad. ¿Y ahora qué hacía?
No podía entrar por la puerta principal. Allí estaba la señora Akido, vigilando, registrando las entradas y las salidas. No tenía ningún sentido que ella entrara a la residencia a las 23:00 en pijama sin haber salido del recinto. No quería que la castigaran. ¿Qué podía hacer? ¿Y si buscaba otra ventana? Miró hacia abajo: todas parecían cerradas. Las de arriba también.
Suspiró, frotándose los brazos. Tal vez si daba la vuelta a la residencia, podía entrar por su propia habitación. ¿Su ventana estaba abierta? Bueno, tal vez Tsuyu seguía despierta…
Un gato, en el árbol de enfrente, empezó a maullar, incómodo en su presencia.
—Shh… tranquilo, bonito—susurró Ochaco, para hacerlo callar. Sin éxito.
Ok. Tenía que irse de allí.
¿Cómo podía hacerlo? Sin su traje era muy difícil desplazarse en la no gravedad.
El gato siguió maullando y Ochaco empezó a agitar las manos, para que se fuera.
—Shh… bonito, tranquilo, que ya me voy…
Se apoyó en la pared y en borde de la cornisa, calculando. ¿Sería mejor subir hasta el techo y desde ahí arrastrase hasta la otra punta del edificio? ¿O sería mejor bajar y bordearlo? No… seguramente la verían desde el salón. ¿Aunque quién, si debían estar todos fuera o dormidos?
El gato empezó a maullar más fuerte, esta vez a la defensiva, como si Ochaco fuera una amenaza.
—Shhh—pidió Ochaco, temiendo que los chicos de primero empezaran a oír algo.
No quería quedar mal delante de los de primer curso.
Se alejó lo más que pudo de la ventana del pasillo, sin saber por qué aquel gato seguía siguiéndola en el árbol de enfrente, echo una furia. Ella también estaba asustada, ¿¡vale!?
—Shhh, por favor… No te voy a hacer nada. Ya me voy—le susurró.
¿Tal vez tenía a sus crías cerca? Bueno, un árbol no es lugar para unos gatos bebés. Lo mismo tenía hambre. ¿Querría comida? Ochaco abrió la bolsa de mochis y le lanzó uno. Tuvo muy mala puntería, porque cayó al vacío. Aunque menos mal, porque en realidad aquello tenía demasiado azúcar para un animal. ¿No?
—¿Se puede saber qué cojones haces ahí? —sonó una voz.
Ochaco gritó del susto y la sorpresa, tapándose la boca inmediatamente y dejando que varios mochis más cayeran al vacío. Luego observó a Bakugo, asomado a su propia ventana, a unos centímetros de ella.
—Qué susto me has dado—dijo por inercia Ochaco, llevándose la mano al pecho, temblorosa.
Luego oyó cómo el grupo de chicos alzaba la voz, acercándose a la ventana que habían cerrado.
—Ay no—dijo para sí Uraraka—. Déjame entrar, corre.
Bakugo bufó, rodó los ojos y puso cara de pocos amigos, pero al final se apartó para que pudiera entrar. Uraraka se sintió fatal, no sólo porque asaltó la habitación de Katsuki, sino porque para hacerlo pasó por encima de su escritorio, pisando todos los cuadernos que el rubio tenía encima de la mesa. Debía estar estudiando.
Al menos entró justo a tiempo, antes de que el resto de chicos se asomaran por la ventana para ver…
…a un gato en un árbol.
Cerraron de nuevo, aunque aquello pareció hacerles bajar la voz.
—Ay dios…—se llevó la mano al pecho Uraraka. La sangre le latía fuerte en los oídos—. Pensé que me pillaban.
—Esos idiotas no se enteran de nada… —resolvió Katsuki, de pie, estático frente a ella.
Ochaco lo miró y se sintió algo avergonzada. Katsuki estaba en pijama, descalzo, algo despeinado y con la nariz todavía hinchada y morada de la pelea. Recovery girl había decidido que se le curara a la vieja usanza como castigo. Luego se fijó en que llevaba además unos cascos colgados de cuello, lo que hizo que Uraraka se sintiera fatal.
Porque Katsuki no la había estado ignorando al otro lado de la puerta.
Más bien debía haber estado haciendo deberes escuchando aquella música del infierno que solía escuchar. Había olvidado ese detalle. Eso, y que le había confesado a Uraraka que solía ponerse el volumen muy alto porque creía que a causa de su don se estaba quedando medio sordo.
—Perdona, no quería asustarte—confesó Uraraka—. ¿Se oía mucho al gato?
Bakugo bufó.
—No, pero tenías tu maldito culo en toda mi ventana—soltó sin rodeos.
Uraraka sintió la cara arder, echándose a temblar. ¡Por qué la vida le hacía ser siempre tan ridícula! Al menos Katsuki tuvo la decencia de seguir hablando para no dejarla tartamudeando cualquier tontería.
—¿Qué hacías ahí afuera a estas horas? —preguntó seco, aunque no enfadado, dirigiéndose al armario para sacar una sudadera que lazó a Uraraka. La chica la cogió al vuelo—. Hace demasiado frío como para salir a pasear con ese pijama.
Ella no podía estar más de acuerdo.
—Gracias—fue lo único que dijo, poniéndose aquella sudadera que le estaba dos tallas más grandes. Era maravilloso volver a entrar en calor. No se había dado cuenta de que tenía tanto frío.
Luego se quedó callada, ordenando sus pensamientos mientras él la miraba.
—Perdona—fue lo único que dijo, incapaz de mirarlo a los ojos.
Él no dijo nada.
Y el silencio fue peor que cualquier reproche. Se sentía muy idiota. Estaba preparada para decirle que se marchaba cuando al final el rubio alzó la voz.
—¿Y por qué cojones tienes una maldita bolsa de mochis?
Ella miró la bolsa algo alicaída y luego sonrió. Se llevó la mano a la cara antes de contestar.
—Era… era una ofrenda de paz… —confesó con timidez.
Alzó la mirada para enfrentarle, sorprendiéndose de que él no parecía enfadado. De hecho, tenía los ojos abiertos de sorpresa y parecía estar luchando por conservar la cara de seriedad. Fue entonces que Uraraka atisbó una curva en su sonrisa, una mezcla entre burla, agradecimiento y vergüenza. Al final Katsuki acabó mirando hacia otro lado, sin ocultar que aquello le había hecho gracia. De hecho, se mordió el labio, posiblemente porque se estaba aguantando las ganas de reírse.
—¿Qué? —atinó a decir ella, sin poder ocultar la sonrisa boba—. Ya sé que me veo ridícula.
Él carraspeó, tal vez para no reírse en su cara y ofenderla, pero ya no pudo ocultar la sonrisa. Esa que pocas veces le mostraba a nadie.
—Sí que te ves algo ridícula… No te lo voy a negar, cara pan—fue lo único que dijo.
Uraraka lo miró y acabó sonriendo ella también como una tonta. Luego empezó a reírse de forma contenida y con cierta vergüenza, dejando escapar toda la tensión. Katsuki acabó imitándola, aunque algo contrariado, sin saber ni cómo comportarse.
Luego se sostuvieron la mirada, sin saber qué decirse.
—¿Y…? —intentó preguntar Katsuki—. ¿Por qué le estabas dando unos mochis como ofrenda de paz a un gato en mitad de la noche?
Ochaco estaba muerta de vergüenza y no ayudaba esa sorna sarcástica de Katsuki.
—Muy gracioso—rebatió—. Los mochis eran para ti, tonto. Lo siento, ¿vale?
Bakugo arrugó el gesto, sorprendido por esa confesión.
—Sabes que podías llamar a la puerta como la gente normal, ¿no? —respondió él, con esa forma tan desagradable que tenía de dar las gracias.
—Tal vez tú podrías hacer los deberes como una persona normal y no a las 23:00 de la noche con death metal a todo lo que te da el volumen de los auriculares—se defendió Uraraka haciéndose la ofendida.
Aunque lo cierto es que ya no estaba enfadada. Se le había pasado todo el cabreo sin saber ni por qué. Katsuki se mordió el labio, divertido, altanero.
—Perdona si no esperaba que a las 23:00 de la noche llamara una chica a mi habitación. O más bien, que pusiera todo el pandero en mi ventana—la pinchó él—. Porque te recuerdo: uno, que estoy castigado; dos, que no puedes estar aquí a estas horas y tres: que es una falta grave con tres semanas de expulsión.
—Me da igual—se plantó Uraraka, cruzándose de brazos, retándole.
—Ambos sabemos que no te da igual, mochi—negó Katsuki.
¡¿La había llamado mochi?!Y ella que quería enterrar el hacha de guerra.
—Sí, me da igual, sino no estaría aquí—argumentó.
—Estás aquí porque casi te pillan medio desnuda siendo atacada por un gato en mitad de la noche—siguió Katsuki—. Que por cierto, de nada.
Se retaron con la mirada un rato, hasta que al final Uraraka se cansó, lanzándole la bolsa de mochis a la cara. Bakugo la atrapó al vuelo.
—Eres insufrible—terminó la chica—. Me voy a mi cuarto, buenas noches.
Uraraka se lanzó con paso ligero a la puerta. No es que estuviera enfadada, pero de repente se sentía rara y no sabía cómo comportarse, así que optó por lo mejor: abortar misión.
—Te recuerdo que los chicos siguen en el pasillo… —puntualizó Bakugo.
Aquello la desesperó. Rodó los ojos y se acercó ahora al balcón, donde se dispuso a salir por la ventana. Abrió el cristal sin mirar atrás y sólo se detuvo un segundo para quitarse la maldita sudadera que le había dejado Bakugo. ¡No quería nada de ese idiota! Se la lanzó a la cara con la misma energía colérica que los mochis, la cual el rubio volvió a atrapar al vuelo. Luego se subió al borde del balcón y se dispuso a flotar cuando escucho la voz del susodicho.
—Espera.
No fueron sus palabras las que la hicieron detenerse, sino el extraño tono derrotado que le dirigió Katsuki, sin ápice de burla. Fue una extraña sensación de deja vu.
—No te vayas, Chaco—siguió él, con la mirada clavada en el suelo—. Yo también quería hablar contigo.
La castaña tomó una gran bocanada de aire nocturno, sintiendo cómo se le formaba una extraña sensación de vértigo en el estómago. Aceptó y bajó del balcón de un salto, abrazándose los brazos sin saber ni qué decir. Katsuki cerró el cristal una vez entró ella y corrió las cortinas, por si alguien había visto algo.
Luego el rubio le entregó de nuevo la sudadera que se acababa de quitar y sin más se sentó en su silla de escritorio, mirando por la ventana pequeña por donde Ochaco había entrado. Ella lo observó meditabunda, comprendiendo que Bakugo realmente tenía problemas para expresarse.
Ya se lo había confesado una vez en su habitación, después de uno de sus entrenamientos nocturnos secretos.
—He empezado incluso a ir al psicólogo—le había confesado aquel día—. Como se lo digas a alguien, te juro que te mato—amenazó justo después.
—Tranquilo, jamás le contaría algo así a nadie—juró Uraraka—. A menos que tú quisieras hacerlo. Hasta entonces seré una tumba, te lo prometo—pactó la chica, con su bonita sonrisa.
—Lo sé, por eso te lo he contado… —se encogió de hombros él—. Se supone que es bueno que se lo cuente a alguien. Que tengo que aprender a gestionar estas mierdas, maldita sea.
Después de eso, nunca más volvieron a sacar el tema, pero Uraraka tenía que confesar que había notado cierta mejoría en Katsuki. Al menos en lo que se refería a gestionar los ataques de ira. Por eso en parte se había sentido tan decepcionada porque le pegara a Monoma. Porque se suponía que había estado trabajando mucho como para no dejarse llevar por aquel tipo de arrebatos.
Cuando vio a aquel Bakugo silencioso sentado en su silla de escritorio con la cabeza enterrada entre los brazos, supo que él también debía sentirse decepcionado consigo mismo.
Ochaco se puso de nuevo la sudadera de Katsuki y se acercó hasta él, sentándose en el borde de la cama del chico, para quedarse en frente.
—¿Problemas con las mates? —fue lo único que se le ocurrió decir, al ver a Bakugo tan serio, con la mirada fija en aquellos papeles.
Obviamente sabía que aquel no era ningún problema. Primero porque, aunque nadie lo destacara a menudo, Bakugo era un genio. Era el segundo mejor de clase después de Momo. No obstante, el rubio pareció agradecer la ayuda silenciosa.
—Kirishima es horrible cogiendo apuntes—bufó Katsuki—. Me pasa los deberes sin darme las fórmulas—resolvió.
Uraraka revisó los apuntes de Kirishima, preguntándose cómo narices Bakugo había entendido su letra. Luego entendió qué quería decir Bakugo. Hasta le sorprendió que hubiera podido hacer los primeros cuatro ejercicios sin la fórmula base. Los había sacado a través de otras fórmulas. Aquello la sorprendió. Eso y que de verdad pudiera estudiar matemáticas con esa música satánica que todavía sonaba muy levemente de fondo por sus auriculares.
—Creo que era así—recordó Uraraka, pidiéndole amablemente el lápiz a Katsuki.
Él se lo dio y ella empezó a escribir con cierta timidez en su cuaderno. Por alguna razón, estar a solas con Katsuki la puso nerviosa. Y no entendió por qué. ¡Porque llevaban semanas pegándose juntos en su habitación con mucho más contacto que aquel! Sin embargo, el ambiente se sintió raro. Tal vez estaba sugestionada por todos los rumores que había entorno a ellos dos.
—Ya está—dijo la chica.
Katsuki miró la fórmula, con el ceño fruncido.
—¿Seguro que la 'X' va aquí y no ahí?
Uraraka revisó la fórmula y se sintió tonta.
—Ay mierda—se apresuró en borrarla para escribirla bien.
Katsuki soltó un bufido parecido a una sonrisa, haciendo que Uraraka sonriera también por inercia.
—¿Desde cuando eres tan mal hablada? —preguntó el chico.
—Eso es tu culpa—se justificó ella, devolviéndole el lápiz.
El rubio examinó el cuaderno y atisbó una leve sonrisa de ojos tristes. Lo cerró sin mucho mimo y se levantó para sentarse en la cama junto a ella.
Notar el peso extra en el colchón la hizo ponerse todavía más nerviosa, moviéndose un poco para alejarse un poco de él.
Restando todas las veces que se habían pegado, nunca antes había estado tan cerca de él en otro tipo de situación o contexto. Bueno, aquella vez en el baño, aunque eso fue bastante violento.
—Lo siento—dijo entonces Katsuki—. No quería pegarle a Monoma ni que te sintieras mal. No pienso que seas débil o no sepas defenderte. No le pegué por eso. Le pegué porque soy idiota y caí en su provocación. Y me siento como la mierda.
Aquella disculpa hizo que a Ochaco se le cortaran todos los nervios o suposiciones tontas. De repente Katsuki se había desnudado emocionalmente para ella y aunque fuera extraño, se sintió cercano y natural.
—Yo también lo siento, Katsuki—se sinceró Ochaco—. Me enfadé contigo sin motivos. Sé que no piensas ninguna de las cosas que te dije. Me sentí vulnerable porque todos dieron por hecho cosas horribles de ti y de mí y me dio vergüenza. Siento haberte ignorado toda esta semana.
—Yo tampoco quería ignorarte—resolvió—. A veces me puede el orgullo.
Fue agradable aquella disculpa, sino fuera por el silencio de después.
Uno que estaba destrozándole los nervios a Ochaco, sobre todo porque volvió la sugestión y se sintió rara teniendo a Katsuki tan cerca, mirándola.
Porque a ver… no era boba.
Tenía ojos en la cara, dieciocho años y las hormonas en piloto automático. Y Katsuki… Katsuki tenía muchos defectos mundanos, MUCHOS, pero en lo físico… en lo físico era un maldito Dios griego caído del cielo que cualquier hombre o mujer querría comerse. Y disculparse le sentaba bien, y el pijama le sentaba bien y hasta el tabique de la nariz morado le sentaba bien. Y olía de maravilla. Toda su piel de nitroglicerina olía genial. Y lo peor es que embutida en su sudadera era imposible sacarse ese olor de la nariz. Así que Uraraka hizo lo que suponía que otras chicas harían. ¿Besarlo? No, obviamente: HUIR.
—Bueno, me alegro que lo hayamos hablado—se levantó de la cama—. Me quedo más tranquila si sé que todo está bien entre nosotros. Por qué lo está ¿no?
Bakugo arrugó el gesto, en una cara inescrutable, confuso y por alguna razón ¿decepcionado? Ni se molestó en levantarse de la cama.
—Oi—fue lo único que dijo.
Ella sonrió.
—Genial—respondió en automático—. Bueno, yo voy a irme…
Se acercó a la puerta, pero luego corrigió sus pasos.
—Por la ventana—recordó Ochaco.
—Por la ventana—asintió Bakugo.
Ochaco abrió levemente, haciendo que entrara el viento nocturno.
—Vaya… sí que hace frío—dijo para evitar el silencio.
Bakugo tomó aire, se levantó de la cama y se acercó a ella. Luego se apoyó contra el cristal, cruzado de brazos, cerca del filo de la ventana.
—Llévate la sudadera si quieres—dijo—. Ya me la darás mañana.
Ella asintió, con ciertas dudas. Iba a marcharse cuando algo la detuvo:
—O… también puedes quedarte—soltó el rubio.
Ochaco agradeció a la vida que su don fuera el de la gravedad, porque estaba segura de que le fallarían las piernas después de esa sugerencia. ¿Bakugo le estaba pidiendo que se quedara con él? ¿En su habitación? ¿Los dos solos? ¿A esas horas de la noche? O peor… ¿¡La estaba invitando a dormir?!
—¿C… có… Cómo?
—Esos idiotas no tardarán en irse a la cama—añadió entonces el rubio, comprendiendo que sus palabras podían malinterpretarse—. Entonces te podrás largar por donde has venido y te ahorras un catarro. Pero vamos, haz lo que quieras, me da igual.
Se alejó de ella lo más rápido que pudo y se puso a recoger su mesa de escritorio como si tal cosa. Ignorándola.
Evidentemente no le daba igual lo que hiciera.
La castaña le había dejado de ser indiferente tiempo atrás, pero era más fácil eso que pedirle que se quedara porque quería estar con ella un rato más.
Y Uraraka siempre había sido una chica modelo con buen juicio. Y siempre elegía con el corazón, con lo que le dictaba la razón y su buen hacer. Tal vez por eso cerró la ventana y se quedó. Aunque la verdad es que su yo adolescente no estaba pensando con el corazón precisamente…
—Esperemos entonces—se apoyó ella en la ventana cerrada—. Y…
Ya que iban a pasar un rato más a solas, al menos Uraraka no quería que fuese raro. Porque después de todo Katsuki era su amigo y no quería que el ambiente fuese tenso. Quería volver a sentirse tranquila en su presencia, como todas las anteriores noches atrás.
—¿Qué hace el gran Bakugo Katsuki para no aburrirse en su habitación cuando le castigan?
No tardó en aparecer la sonrisa de suficiencia en la cara del rubio. No lo admitiría jamás, pero le encantaba cuando Uraraka le vacilaba.
—Muy graciosa… —la miró, con su cara de malas pulgas y la sonrisa escondida.
—¿Los deberes y a la cama? —siguió Uraraka—. ¿Haciendo de niño bueno para expiar tus pecados?
Su rutina de castigado consistía básicamente en eso. También solía hacerse una paja antes de dormir, pero ese detalle se lo iba ahorrar.
—Para tu información, me has interrumpido la cena—dijo.
Uraraka frunció el ceño.
—¿La cena? ¿Qué cena?
Él señaló tres mandarinas que tenía encima del escritorio.
—¿Ibas a cenar tres mandarinas? —preguntó sorprendida.
—¿Qué tienen de malo? —gruñó.
—Pues que es muy poco—opinó Uraraka—. Menos mal que te he traído los mochis.
Bakugo bufó.
—¿Te refieres a esos ultraprocesados cancerígenos llenos azúcar?
—¡Katsuki! —lo regañó la castaña, haciéndose la ofendida—. ¡Que son mi ofrenda de paz! No puedes despreciarlos de esa manera. Eso es de mala educación.
—¡Qué ofrenda de paz ni qué niño muerto! —bramó el rubio en el mismo tono burlón—. Si sabes de sobra que no como esas mierdas. Los dos sabemos que los has traído para ti.
—¿Para mí?
Él se mordió el labio, le encantaba cuando Uraraka ponía esa cara de mosquita muerta. Y su sonrisa de boba, haciéndose la sorprendida.
—Pues claro que sí, cara pan. Déjame analizar tu plan—usó el tono escolar que usaban en sus misiones—. Venías a mi habitación, me pedías perdón, me dabas los mochis, yo te decía que no los quería y te los comías tú—resumió—. Y sin culpas, porque encima dirías que te los comes porque yo no los quería.
—Serás…—se puso roja Uraraka, principalmente de vergüenza—. Déjame decirte, uno: que los mochis que te he traído son los más sanos del mercado. Y dos: no pensaba comérmelos porque estoy a dieta.
—Tsh—gruñó él—. Yo no sé para qué haces dieta, estas perfecta como estás.
Uraraka sintió la cara arder.
—Lo que tienes que hacer es comer mejor—añadió de seguido Katsuki para obviar su comentario anterior—. Y dejar de picar guarradas entre horas.
Acabaron sentándose en el suelo para terminar esa disputa absurda que habían empezado. A la cual le siguió otra y otra más. Luego se acercaron a la puerta para ver si se habían marchado los chicos del pasillo, pero al parecer se les habían unido unos cuantos más.
—Ahhh… no se van a ir nunca—hizo un mohín Uraraka, susurrando, con la oreja pegada a la puerta.
—Son unos pesados, todos los sábados igual…
—¿Todos los sábados? —preguntó sorprendida—. ¿Y cuándo se suelen ir?
—Cuando salgo cabreado a echarles la bronca—resumió Katsuki—. ¿Quieres que salga?
—¡Porque eres tan gruñón!
—Nací así.
Como la cosa iba para largo, acabaron poniéndose cómodos en el suelo, echando una partida de cartas entre cojines mientras compartían una botella de agua con gas. Como una cita de mafiosos, pero muy sano todo. Ganó Uraraka, cosa que puso de mal humor al rubio, que tenía muy mal perder.
—¡Has hecho trampas! —no dudó en decirlo—. Te has escondido cartas.
—¿Qué cartas? —bromeó Uraraka.
Katsuki se abalanzó sobre ella, en busca de esas malditas cartas que sabía que se había escondido Uraraka. El problema es que habían practicado tantas veces luxaciones, agarres y contrataques que aquello se volvió un juego de llaves marciales bastante infinito. Además… era raro hacer eso pijama.
Pararon al rato y terminaron tumbados en el suelo de la habitación compartiendo una playlist y las mandarinas de Katsuki.
—Éste disco siempre me parece un viaje—dijo Ochaco ante los primero ritmos de un tema de Florecen and the machine—. ¿No te encanta esta parte?
—Tsh—dijo Bakugo llevándose un gajo de mandarina a la boca.
Aunque lo cierto es que realmente le gustaba la música que le recomendaba Ochaco.
—Tenías razón, están buenísimas—añadió entonces la chica, en relación a la fruta.
—Te lo dije—se apresuró en añadir el rubio—. Mucho mejor que los mochis.
Luego se quedó pensativo.
—¿Cómo fue? —soltó Bakugo.
—¿El qué?
—Tú examen de Kárate—recordó—. Fue el jueves.
Ochaco se ruborizó. De alguna forma, que se acordara de eso era importante para ella. ¿Por qué? No lo sabía. Pero que Bakugo estuviese atento a eso le calentaba el corazón.
Lo cierto es que Katsuki sí que te tomaba esas cosas muy en serio. De hecho, aunque pudiera parecer lo contrario, Bakugo era alguien extremadamente detallista que sabía escuchar y siempre recordaba lo que se le decía.
—Lo… lo aprobé—se giró en el suelo Ochaco para mirarle, apoyada en su codo, cómplice, con una sonrisa sincera.
Él también se giró, formulando una curva en los labios.
—¡Te lo dije! —clamó como si fuera su propia victoria—. Estaba seguro de que lo conseguirías.
—Fue gracias a ti.
—¡Qué mierdas va a ser gracias a mí! —negó él, volviendo al modo huraño, casi avergonzado de haber bajado la guardia—. No te quites mérito. Siempre haces eso.
—¡Lo sé! Lo he conseguido porque lo he peleado—casi recordó con hastío las palabras que le hacía memorizar el rubio—, pero déjame reconocer que también ha sido gracias a ti. Es justo.
Él gruñó, ruborizado como Ochaco nunca lo había visto, mientras cogía la tercera y última mandarina para pelarla.
—Katsuki… —lo llamó entonces la chica.
—¿Qué? —respondió en tono neutro.
Ochaco lo meditó bien antes de contestar, pero quería respuestas.
—¿Qué te dijo Monoma?
La expresión de Katsuki volvió a cambiar. De repente parecía que se le había pasado todo el malhumor y el sonrojo. Solo quedó la seriedad y una especie de ansiedad.
—¿Por qué tanta insistencia?
—Porque necesito saberlo.
El rubio la miró serio, con sus profundos ojos rojos.
—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó con una extraña inocencia que pocas veces había mostrado con ella—. ¿Por qué?
Uraraka se relajó, alejando cualquier tensión que pudiera generarle aquella conversación.
—Pues porque no quiero que te hagan daño por mi culpa y... Porque no quiero volver a parecer una ilusa.
Aquello lo decía por la conversación que mantuvo con las chicas en el baño. Conversación en la que Uraraka estuvo a punto de abrir su corazón y confesarle a las chicas que tal vez sí que le gustaba un poco Katsuki. Luego sin embargo se había sentido idiota al escuchar lo que realmente todas creían de ella y Bakugo.
—Mina empezó a correr el rumor de que estábamos juntos—explicó Uraraka—. De… de que tú y yo… de que nosotros… nos estábamos… que estábamos… "durmiendo" juntos en secreto—siguió Uraraka.
Katsuki abrió los ojos. Se le paró el corazón. Eso no es lo que le había dicho Kirishima.
—No sé si ella pensaba que era romántico o qué—siguió hablando la chica, notando el calor en las orejas, sin poder sostenerle la mirada al rubio—, pero a mí no me hizo ninguna gracia.
Parpadeó varias veces al notar el escozor en los ojos.
—No quiero que mi vida sea una especie de comedia romántica donde todos están pendientes de lo que hago o digo o con quien estoy—siguió—. No quiero que me conozcan como la novia de alguien, ni que la gente rumoree a mis espaldas ese tipo de cosas cuando me ve por el pasillo. Yo… yo quiero concentrarme en lo que para mí es importante. Quiero mejorar mis notas, desarrollar mejores técnicas y poder ir a una buena agencia. Quiero ganarme la vida como heroína y sé que para hacerlo voy a tener que esforzarme mucho…
—Ya eres una heroína, idiota—la cortó Katsuki—. Debería importante una mierda lo que hablen cuatro extras de pacotilla.
Uraraka apretó los labios, intentando no llorar.
—Es que para ti es fácil—le dijo al rubio—. Nunca te ha importado la opinión de la gente, caer bien, o ligar con chicas… siempre estás, concentrado—quiso explicarse Ochaco—. Y además tienes un don súper poderoso y llamativo. Estoy segura que vas a llegar donde quieras.
—Y tú también—la cortó Bakugo—. Cara pan, tú eres la mejor heroína que conozco. De la clase y de las agencias. Y encima no eres una pretenciosa infumable. Eres buena de verdad.
A Ochaco se le escapó una lágrima al oírle. Por supuesto, se la limpio de inmediato.
—Aunque hagas trampa a las cartas…
—Tonto.
Katsuki sonrió y se limitó a seguir su discurso.
—Siempre estás ayudando a todos con la sonrisa—declaró, con algo de vergüenza—. Y sé de alguien que dice que eso es ser realmente un héroe—. Fue raro, pero Ochaco sabía que Katsuki estaba hablando de Izuku—. Y no deberías compararte conmigo, no soy precisamente el modelo de actitud heroica—dijo algo más relajado para intentar animarla—. Además, eres la tía con más ovarios de esta maldita escuela, que les follen a los extras que hablan a tus espaldas.
—Gracias, Katsuki.
—No me las des—dijo rápidamente, incapaz de sostenerle la mirada.
Esa mirada iluminada de los ojos más bonitos del plantea.
—Y no llores más—añadió—. En mi cuarto está prohibido llorar.
Aquello le sacó una sonrisa a Ochaco.
—¿Cómo que está prohibido llorar? —preguntó—. ¿Ahora me vas a decir que tú no lloras nunca? Como un macho alfa.
—¡Pues claro que lloro, idiota! —relajó la tensión el rubio—. Pero sólo yo puedo hacerlo en mi habitación. Los demás os vais a llorar a vuestro puto cuarto.
—Tomo nota.
Ambos se callaron entonces, escuchando el jaleo y las risas que provenían del pasillo. Uraraka le miró entonces cómplice, diciendo que, si tenía que esperarse a que todos esos se fueran a dormir para poder irse a llorar su cuarto, se le iban a quitar hasta las ganas de llorar.
Se rieron como tontos, sin saber cuándo se habían acercado tanto físicamente al otro. Luego Katsuki se quedó algo meditabundo, pero finalmente habló:
—Monoma te llamó zorra—confesó casi en un susurro, como si le molestase decir aquello en voz alta—. Estuvo de más y fue una falta de respeto.
Uraraka tomó aire y asintió, digiriendo, con la cabeza apoyada en su brazo.
—Gracias por decírmelo—respondió más serena de lo que ella misma se esperaba—. Y por defenderme. Siento haber sido tan dura contigo…
—No le pegué por eso—añadió Katsuki, en una especie de arrebato de sinceridad, con la voz apagada.
Aquello hizo que Uraraka se acerca más.
—¿Y por qué le pegaste entonces? —preguntó curiosa y cercana.
Obviamente Katsuki no era capaz de decírselo.
—Porque soy un imbécil altanero y orgulloso.
Uraraka resopló, con una sonrisa triste.
—Katsuki…—lo llamó, acariciando su nombre con los labios.
Luego le sonrió y con cuidado de ser delicada llevó una mano a su rostro, delineando con suavidad su nariz morada. Lo cierto es que tan de cerca podía distinguir varios matices de rojos y violáceos que parecían distribuirse por escalas de dolor.
—Dijera lo que te dijese… —dijo con su bonita voz, en un susurro, sólo para él—. No valía la pena—declaró—. No quiero que te hagan daño.
Aquello, aunque se lo estuviera diciendo mientras contorneaba su nariz inflamada, Bakugo sintió que Uraraka le estaba tocando el corazón. Porque de repente ella no parecía estar hablando del plano físico. Y entonces agarró su muñeca para apartarla de su cara, porque quería mirarla a los ojos.
Mirarla de verdad, porque sólo ella lo miraba de aquella manera. Desde dentro, hacia lo profundo, con el corazón.
—No soy tan buena persona como piensas—expresó con un nudo en el estómago.
—No te he dicho que piense eso—sonrió Uraraka, con un tono alegre—. Para tu suerte, ya nos conocemos. ¿Sabes qué me haría pensar que eres mejor persona? Compartir esa última mandarina riquísima que tienes ahí escondida.
Bakugo también ensanchó la sonrisa, aceptando aquella complicidad burlona de ella. Lo cierto es que Uraraka realmente lo hacía sentir cómodo. Sobre todo consigo mismo y con todas esas emociones que no sabía gestionar.
—Toma, anda—partió entonces Katsuki por la mitad la última mandarina que llevaba teniendo un buen rato en la mano.
Ochaco se lo agradeció con la mirada.
—Está riquísima—dijo en cuanto se llevó un trozo a la boca, hablando con la boca llena—. ¿Quién las ha comprado?
—La UA—habló también Bakugo mientras comía—. Siempre compran bazofia, pero estas están realmente buenas.
—¿Y por qué nunca las había probado antes?
—Porque sólo comes mochis y basura—se burló el rubio.
—¡Katsuki! —le golpeó el brazo.
Se rieron y luego se quedaron en silencio en la oscuridad del suelo. Observando al otro. A los ojos rojos de depredador y a los carnosos labios de caramelo. Comiendo uno a uno los trozos de aquella fruta dulce y ácida, tersa y jugosa. Gajo a gajo hasta que no quedó ninguno. Sólo entonces, decidieron que se habían quedado con hambre. Así que, tácita y mutuamente, decidieron lo siguiente:
Comerse entre ellos.
Uraraka abrió los labios y con gusto recibió los de Katsuki, sorprendiéndose de lo húmedos y suaves que eran o de lo bien que sabían aquellas mandarinas en ellos.
Eran sin duda la fruta más maravillosa que había probado en toda su vida.
Siendo sinceros, era una tontería señalar quién de los dos había dado pie a eso. En un instante se habían mirado y se habían reconocido y ya daba igual quien se había acercado antes al otro o quien llevaba más tiempo con esa idea en la cabeza. Poco importó cuando se encontraron en la oscuridad y se abrazaron en ese beso húmedo, experimental y sin sentido. Ese que sabía a mandarina y que despertó con una voracidad repentina.
Uraraka nunca se había besado con nadie y obviaba si también era o no la primera vez de Katsuki, pero en ese momento tampoco lo pensó demasiado. De alguna forma, todo parecía predispuesto al ensayo y error. A la torpeza y a la confusión. A probarse y a ser probado. A lamerse, a besarse, a comerse. A respirar entrecortados y buscar el aire en boca ajena.
Fue raro. Como todos los primeros besos. Porque era húmedo y cálido y de alguna forma primitivo. No obstante, se sintió como la sensación más agradable del mundo. Tan natural como la gravedad en la tierra.
Encajaron rápido y sus labios enseguida entraron en sintonía. Y era maravilloso. Electrificante y delirante. Sofocante y refrescante. Como la primera vez que se prueba un licor que abrasa la garganta y calienta el estómago, pero que luego embriaga la piel, entumece los sentidos y hormiguea el cuerpo. Y se pierde la gravedad y las manos encuentran un cuerpo ajeno al que aferrarse con uñas y dientes.
Hubo un momento en que el beso creció y se abrazaron con más necesidad. Hay que decir que ponerse de acuerdo con la lengua fue tal vez fue lo más difícil, pero no se cuestionaron si lo estaban haciendo bien o mal —y mucho menos iban a hablarlo porque claramente estaban ocupados en otros usos—, así que se dejaron explorar.
Ochaco nunca pensó que fuera una chica muy atrevida como para hacer lo que estaban haciendo. Primero, porque no imaginó que sería tan fácil besar a Bakugo; y segundo, porque no pensó que su primera vez sería con un chico que ni siquiera era su novio o cuya amistad había dudado horas atrás. No obstante, allí, en aquel momento, aceptó que estaba haciendo lo que quería hacer y con quien quería hacerlo. ¡Dios cuánto lo había querido! Quería besarse con Katsuki hasta que le dolieran los labios, hasta que se le cansase la lengua y le faltara el aire. Hasta que se acabara el mundo. Y no parecía que él quisiera algo diferente, porque la tomó de la nuca con una clara intención de no dejarla escapar.
¡Ja! Como si ella quisiera alejarse de los besos de Katsuki o de la calidez de la piel de su espalda. Esa que había debajo de su camiseta. ¿Qué cuándo había metido las manos ahí? Ya querría saberlo ella. Sin duda era una licencia que se había tomado en algún momento de ese beso infinito. Y por supuesto, dejó que el rubio hiciera lo mismo, porque ella también quería notar sus dedos en la piel. Estaban tan embriagada de él, que se sintió abrumada. Todo su cuerpo temblaba de vértigo y de una emoción adolescente que no pensó que tuviera cavidad en su vida.
A ratos parecía que alguno de los dos quería separarse y decir algo, pero las palabras se atoraban en sus bocas y decidían tácitamente que 'ya hablaría luego'. Así que volvían a besarse antes de que tuvieran tiempo de arrepentirse.
En algún momento, la ternura se les subió de tono y se apretaron con fuerza contra el cuerpo del otro, reclamando un calor que claramente no estaban encontrando en el suelo de la habitación de Katsuki. Fue entonces que a Uraraka la invadió una oleada abrasadora en el vientre.
Hasta ahora no había reparado en que Katsuki estaba excitado con todo aquello.
O peor… que ella también lo estaba.
Ser conscientes de aquello tal vez debió alejarlos, pero contra todo pronóstico, se apretaron con fuerza.
Siendo sincera consigo misma, a Uraraka le daba algo de vergüenza sentir la erección de Katsuki contra ella, pero sin duda le podía más las ganas de estar entre sus brazos. La curiosidad de sentirle de esa manera. De respirar la nitroglicerina de su piel. De experimental la propia satisfacción egoísta de que eso era obra suya. Sin dudarlo, lo agarró del cuello y lo atrajo hacia ella con más ahínco. Se sentía tan poderosa de repente. Jamás se había sentido deseada de esa manera. Tan libre de sí misma como en aquel momento.
No obstante, antes de que la cosa llegara a más, algo los interrumpió.
O más bien alguien.
—¡Ey Bakubro, estás despierto! —llamaron a la puerta.
Uraraka quiso literalmente morirse.
Ambos dejaron huérfano el beso y se quedaron completamente quietos, mirando en dirección a la puerta. Luego Katsuki miró a Uraraka, le hizo un gesto de silencio y sin querer perder el tiempo, la tomó de la cara volvió a besarla casi desesperado.
No iban a interrumpirlo unos extras. No en el mejor momento de toda su maldita vida.
O tal vez sí.
—¡Ey tío! ¡Sal un rato! —se oyó llamar ahora a Kaminari—. Venimos a rescatarte del castigo.
Castigo era que hubiesen ido a buscarlo justamente en ese momento. Rompieron de nuevo el beso. Katsuki podría hacer destruido la puerta con una sola mirada.
—¡No me obligues a echar la puerta abajo, que sabemos que tienes el sueño ligero! —bromeó entonces Kirishima.
Aquello hizo que Uraraka diera casi un salto en el sitio. Se apretó más a Katsuki, que seguía mirando de manera asesina a la puerta. Quería susurrarle algo en el oído cuando este se giró y casi se da un cabezazo con ella.
—Joder, mi nariz—gritó en susurros, llevándose las manos a la nariz.
—Perdona, lo siento, lo siento… —se disculpó Uraraka.
No había sido para tanto, aunque claro, tal y como se veía aquel tabique abultado y casi negro, tenía pinta de dolerle hasta un poco de brisa.
—Joder…—siguió maldiciendo, con las lágrimas saltadas.
—Perdona Katsuki—siguió disculpándose Ochaco.
—¡Venga Bakubro abre que te estamos escuchando! —gritó un Kaminari bastante borracho.
—¡Te está sangrando! —se contuvo entonces Uraraka al ver que aquel leve golpe había desencadenado una riada de sangre que ya le llegaba a Katsuki a la barbilla.
—¡Maldita sea!
Evidentemente se separaron y se acabó con ello cualquier tipo de tensión sexual o romántica que hubiera habido entre ellos. Ochaco buscó con rapidez unos pañuelos en el cajón de su mesita de noche y se lo tendió para que Bakugo se limpiara la sangre. Luego éste le dijo que se escondiera entre las cortinas, que pensaba salir a patear el trasero de esos dos tocapelotas.
—¡Oi! —dijo al abrir la puerta, de muy MUY mal humor.
Kirishima y Denki, que estaban eufóricos y borrachos, cambiaron su expresión al verle. Bakugo estaba rojo, con la barbilla manchada de sangre, la nariz tan morada como hace días y una cara de mala leche que podría haber hecho llorar a un bebé.
—¡¿Qué coño queréis?!
Ambos se miraron. Bueno… tampoco era tan raro enfrentar el mal humor de Bakugo.
—¡Tío, hemos venido para que salgas un rato! —resolvió Denki—. Llevas toda la semana ahí encerrado, es bueno que te dé el aire. No hay profes de guardia esta noche y hemos comprado… ¡Cerveza!
La expresión de Bakugo no cambió, simplemente se limitó a cerrarles la puerta en las narices.
No obstante, Kirishima metió la mano —que por suerte puso dura antes de que se la partiera con la puerta—.
—Aparta, pelo mierda—dijo Bakugo—. Me voy a dormir.
—Espera tío—pidió el pelirrojo.
—¿Qué quieres?
Kirishima miró a Denki y luego suspiró. A Bakugo empezó a chorrearle la sangre del pañuelo que ya tenía completamente empapado.
—Tío, queríamos pedirte perdón—dijo Eijirou con toda la bondad de su corazón—. Si estás castigado es porque no supe callarme. Te pregunté lo que no debía dónde no debía. Es mi culpa que Monoma te dijera lo que te dijo... Lo siento.
Bakugo rodó los ojos.
—Disculpas aceptadas—quiso volver a cerrar la puerta.
Sin embargo, no le dejaron.
—Oh, vamos Bakubro. Sal un rato con nosotros—pidió haciendo ojitos Kirishima.
—Venga tío, te prometemos no volver a sacar el tema Uraraka.
Uraraka.
Oír su propio nombre hizo que la chica se pusiera tensa dentro de la habitación de Bakugo. De repente ya no estaban solos, no era algo entre ellos dos. Era algo externo, que acabaría llegando a sus amigos, a su exterior, a su vida… fue como un jarro de agua fría. Despertar de un sueño para descubrir que era eso… sólo un sueño. Algo que dura un instante.
—Eso es, seremos dos tumbas—prometió Kirishima—. Perdona que pensásemos que estabais liados, es que no sé… pasabais tanto tiempo juntos y tú estabas tan raramente alegre con ella.
—No te voy a mentir—soltó Kaminari casi hipando. Estaba bastante borracho—. Yo sinceramente pensaba que te la estabas zumbando.
Bakugo abrió los ojos con espanto.
—¿¡Cómo!? —gritó colérico.
—Que te la estabas, ya sabes… —Denki intentó hacer un gesto bastante obsceno con las manos, pero iba tan pedo que no se salió muy bien—. Vamos, que te la estabas folland…
—Ya sé lo que querías decir, imbécil—lo cortó el rubio.
Bakugo quería morirse. Sobre todo, porque era el único de los tres que sabía que Uraraka estaba escuchando aquello.
—Uraraka es una chica maravillosa—intentó arreglar las cosas Kirishima—. Tampoco sería tan raro que te gustara, nos lo puedes contar. Somos tus amigos, queremos ayudarte.
—No me gusta—se apresuró en decir Bakugo—. Y ahora quiero dormir, así que largaos.
—También es muy guapa y está que te mueres—añadió Denki—. ¡Vamos, que no te desanime lo que te dijo Monoma!
Antes de que siguiera hablando, Bakugo salió de la habitación y cerró la puerta. No quería que Uraraka siguiera escuchando aquello.
Así que la chica se quedó a oscuras sola en aquella habitación, escuchando la voz ininteligible de Bakugo discutiendo afuera con los otros dos.
Se sentía fatal.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Era muy violento escuchar ese tipo de comentarios en sus compañeros de clase, en sus amigos… Que de repente la vieran como un objeto sin sentimientos. Y Katsuki… a lo mejor ella era la única tonta que no se había dado cuenta de que tal vez sólo quería acostarse con ella. Que posiblemente la única que sentía algo era ella. Porque era así de idiota. Había sido igual con Izuku, sólo que éste al menos tuvo la valentía de hacerla a un lado y marcharse.
Se echó a llorar.
Luego se limpió las lágrimas en la sudadera, se recompuso y abrió la ventana para tomar algo de aire.
Cuando Katsuki entró en la habitación, ella lo esperaba con una gran sonrisa.
—Perdona—fue lo primero que dijo Katsuki al cerrar la puerta tras de sí, con toda la barbilla llena de sangre.
Ella negó, quitándole importancia.
—No pasa nada—mintió.
—¿Estás bien? —preguntó inmediatamente al verla.
En todo aquel tiempo, había aprendido a leer a Uraraka muy bien. Más de lo que ella creía.
—Perfectamente—dijo ella—. Tienes… sangre.
Él se tocó la barbilla y corrió a limpiarse.
—Katsuki creo que voy a retomar el plan inicial y voy a marcharme por la ventana—señaló ella—. Estos tienen pinta de querer estar de fiesta hasta tarde.
Él no dijo nada, simplemente asintió. De repente se sintió demasiado raro como para pedirle que se quedara.
—Vale.
Se acercó a ella a trompicones y sin saber muy bien ni cómo comportarse, la ayudó a abrir más la ventana del balcón.
—Quédatela—dijo entonces refiriéndose a la sudadera—. Ya me la das mañana.
De nuevo, la sensación de deja vu.
—Gracias…
Se miraron, sin saber qué hacer. Se cruzaron de brazos casi al mismo tiempo, conscientes de que el otro no parecía querer despedirse precisamente con un beso. Uno como los tantos que se habían dado en aquel arrebato adolescente. A veces hasta se le olvidaba que eran eso: adolescentes.
—Katsuki… lo que ha pasado antes—intentó decir Uraraka—. ¿Te parece si lo olvidamos?
Bakugo alzó la mirada rápidamente, es una mezcla de emociones tan confusa que Ochaco no supo leer. Como si hubiese levantado un muro entre los dos.
—Bien—dijo seco—. Es una distracción. Para los dos. Lo siento, no volverá a pasar.
—Yo también lo siento—respondió ella—. Procuraré que así sea.
—Ha sido un error.
Ella asintió, con un nudo terrible en el pecho.
—Ha sido un error—concordó—. Buenas noches, Katsu.
—Buenas noches, Chaco.
Y sin más, la chica se lanzó de lleno al aire nocturno de la noche y a su oscuridad hermética. Y eso la reconfortó, porque de alguna forma, se sintió similar a su corazón.
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Siento dejaros así! Son gente complicada. Adolescentes reprimidos con problemas jajaja
Espero que os haya gustado el capi ^^ Ya me contaréis qué tal. Como siempre, me haría ilusión que me dejaseis un comentario. A erika20belen y Soledad Manticora os contesto por privado.
¡Sin más, nos leemos el próximo viernes!
Un abrazo.
03-09-22
