34.- Deus Ex Machina
Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse
"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"
De Isthisselfcare
Beteado por Bet
Nota de la autora: Como un regalo, a las monjas se les permite ser desquiciadas.
Disfruta el homenaje a Orgullo y prejuicio (2005) en la última parte del capítulo.
El cielo se oscureció con el torbellino de túnicas negras.
—¿Qué carajo? —preguntó un hombre lobo.
—¿Quiénes son esas? —preguntó otro.
—... ¿Monjas? —dijo el primero.
—¿Estás bromeando? —dijo Greyback.
Los hombres lobo miraron hacia arriba confundidos.
Entonces empezaron a reírse de nuevo.
Las monjas se movían juntas por el aire con una fluidez en conjunto que podría haber sido una advertencia para Greyback, si no hubiera estado tan ocupado riendo a carcajadas.
Algunos hombres lobo enviaron hechizos. Se encontraron con despiadadas contra maldiciones que dejaron a los lanzadores desfigurados en el suelo, sin la mayoría de sus rostros.
Hubo un poco de conmoción, un poco de disonancia cognitiva con la que luchar. Algunos de los hombres lobo comenzaron a gritar y reagruparse. Greyback seguía jadeando de burla.
Las monjas se alinearon sobre ellos y, con las varitas apuntando hacia abajo, lanzaron en grupo una especie de Petrificus Totalus con efecto de área que congeló a todos donde estaban.
Draco sintió que sus extremidades se tensaban más allá de la maldición. Granger se quedó extrañamente quieta. La risa de Greyback se congeló en su rostro ensangrentado.
Se hizo el silencio.
Una pequeña monja de cabello blanco, que volaba por encima del resto, lanzó un hechizo de detección en el campo.
Greyback estaba iluminado en rojo.
La monja chasqueó la lengua en el silencio. Con un movimiento de su varita, el cuerpo rígido de Greyback flotó hacia el centro del campo y cayó con un crujido entre la sangre y el lodo cerca de la roca.
—Saquen a los inocentes —dijo en francés, agitando la mano.
Había imperiosidad en el gesto: estaba acostumbrada a mandar; ella era la Priora.
Un contingente de monjas voló y levitó figuras fuera del campo de batalla. Por las insignias en sus capas, eran los Aurores y los agentes del DALM. Draco vio las formas rígidas de Tonks-Granger, Buckley y Goggin ser levitadas.
Entonces él mismo fue levitado, empujando contra Granger, Potter y Weasley, y fueron depositados en la parte superior de la colina.
Cuando los inocentes fueron despejados y solo los hombres de Greyback permanecieron en el campo, la priora voló más alto.
—¿Deberíamos tener un ritual de invocación? —preguntó ella.
Las monjas, cacareando de nuevo, giraron sobre sus escobas por el campo de batalla. Hilos de magia violeta brillaron entre ellos hasta que formaron un pentagrama flotante.
La priora levantó su varita, al igual que sus hermanas. Empezaron a cantar en voz baja en latín. Choques de magia oculta surcaron el aire: oscuros, prohibidos, peligrosos.
Una forma osificada cobró existencia donde las corrientes de magia se concentraron en el centro del campo: era el sonriente cráneo de una cabra, silencioso e inerte.
—¿Quién será el cordero del sacrificio? —preguntó la priora.
Una monja hizo flotar a un mago con la cara ensangrentada, uno de los que había comenzado el ataque contra las monjas.
—Tengo un pecador.
El pecador fue levitado hacia el cráneo de la cabra.
Sus gritos, amortiguados por su lengua petrificada y su mandíbula apretada, resonaron en el silencioso campo.
La monja voló por encima de él y lo acercó, hasta que su frente se presionó contra la parte posterior del cráneo.
Hubo un destello de luz roja. El hombre se aflojó. Ahora parecía grotesco, una marioneta colgante con una cabeza con cuernos de gran tamaño.
La monja volvió a ocupar su lugar en el pentagrama aéreo.
El cráneo tembló, luego se estremeció, luego se sacudió.
Las cuencas de sus ojos, que habían estado envueltas en sombras, estaban iluminadas por dos llamas rojas.
El cuerpo del hombre se alargó y desgarró. Desde dentro suyo, una forma se retorció y nació: un ser de Fuego Maldito y oscuridad, rasgando el tejido entre los mundos.
Granger había abierto las puertas del infierno.
Mientras se abría camino hacia la existencia, la cosa vomitó un sonido del cráneo de la cabra que era mitad risa profana, mitad dolor. Estaba sufriendo, pero había una horrible anticipación en ello.
Los miembros tomaron forma. La cosa era alta. El cráneo colgaba al final de un largo cuello. Había alas fibrosas, negras y empapadas de abominables placentas, desplegadas.
Dos pezuñas hendidas tocaron la tierra y convirtieron aquel lugar en terreno profano.
No había señales de conciencia en aquellos llameantes ojos de la cosa; sólo una terrible sed de muerte.
Las monjas, rompiendo en carcajadas, deshicieron su hechizo de parálisis dentro de los límites del pentagrama.
No era para darles una oportunidad a los hombres lobo.
Era por deporte.
La risa desgarradora del alma del demonio se unió a la de las monjas. Con el infierno en sus ojos, se abalanzó contra los hombres lobo.
La mitad de ellos intentaron correr, la mitad lanzaron hechizos. Una garra enroscada golpeó a cinco de ellos y dejó cadáveres a su paso. Se arrojó fuego líquido y quemó una docena donde estaban. El golpe abrasador de un ala dejó a un grupo de hombres de pie sin el frente: sin rostro, sin piel, sólo tripas y huesos. Cayeron con un sonido húmedo.
Aquellos que intentaban huir se vieron atrapados por el pentagrama, repelidos y arrojados hacia las pezuñas hendidas del demonio.
Hubo un crujido de cráneos siendo aplastados y el cacareo ronco y sobrenatural de la criatura.
Diez maldiciones asesinas brillaron en verde y golpearon al demonio al mismo tiempo. No hicieron nada. La cosa no estaba viva, era el príncipe de algún inframundo, y simplemente estaban avivando su fuego.
Los lanzadores de maleficios fueron destruidos.
Las monjas sostenían su pentagrama. El demonio no se atrevía o no podía ir más allá, pero no importaba: encontró su placer dentro de esos impíos confines.
Su alboroto fue enfermizo, espantoso, perfecto. Los gritos y sus risas se mezclaron en un espantoso coro. Los chillidos disminuyeron más y más a medida que el demonio se abría paso a través de su festín. Ahora sólo se oía el sonido de su terrible placer y la rotura de los huesos.
Dejó a Greyback para el final.
Greyback huyó de un extremo al otro del pentagrama, golpeándolo desesperadamente con maldiciones. Las monjas se rieron. Apuntó maldiciones asesinas hacia ellas que esquivaron y se rieron todavía más.
El demonio vio a su última víctima. El cráneo de cabra se inclinó. Una columna de llamas emergió de las fosas nasales negras.
Greyback estaba entrando en pánico, luchando. Se abrió paso hacia el pentagrama y fue repelido hacia atrás.
Aterrizó a los pies del demonio. Plantó un casco hendido en el centro del pecho de Greyback.
Draco tuvo el gran placer de ver a Greyback desgarrado, miembro por miembro, y siendo comido.
La masacre estaba completa.
Había doscientos de los hombres de Greyback en ese pentagrama. Ahora, nada dentro se movió, excepto el demonio. El aire estaba fétido por el azufre y la sangre cuajada por el calor.
Las monjas comenzaron otro canto en voz alta y prístina... Era el Padre nuestro.
Pater noster, qui es in caelis,
Sanctificetur Nomen Tuum;
Adveniat Regnum Tuum;
Fiat voluntas Tua,
Sicut in caelo, et in terra.
A medida que avanzaba la oración, las monjas se acercaron en sus escobas; el pentagrama se encogió.
Ahora, un halo celestial brillaba sobre la cabeza de cada monja. Sus crucifijos se elevaron fuera de sus cuellos y brillaron con una luz piadosa.
El demonio siseó y escupió penachos de fuego infernal cuando los límites del pentagrama se acercaron a él. El campo tembló con sus gritos discordantes e infernales cuando fue retraído hacia adentro, y nuevamente más adentro, hasta que se convirtió en una sombría bola.
... perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
Todo lo que quedó del demonio fue el cráneo de la cabra, luego también desapareció en un destello rojo.
Las auras sagradas que rodeaban a las monjas se desvanecieron. Rompieron el pentagrama y comenzaron a sobrevolar tranquilamente el campo de batalla, maldiciendo a cualquier miembro de la manada de Greyback que todavía se estremeciera.
La priora voló sobre Draco y Granger, con su varita en alto. Observó su insignia de Auror y la bata de laboratorio de Granger y siguió adelante.
Draco, petrificado por ella tanto en el sentido físico como metafórico, nunca había estado más feliz de ser irrelevante.
Las monjas quedaron satisfechas con su victoria total. Conjuraron una lluvia torrencial, algo de agua bendita, algo del diluvio del Génesis, que apagó los incendios dejados por el demonio y limpió aquella impía tierra.
Liberaron su parálisis sobre el resto del campo de batalla.
Mientras las brujas y los magos comenzaban a sentarse con jadeos y gemidos, una de las monjas arrojó una lata entera de polvos flu al fuego de Granger.
Se encendió verde. Las monjas volaron hacia las llamas y desaparecieron.
Las secuelas de la batalla fueron un desastre de porquería, sangre y confusión. La protección Anti-Aparición cayó. Alguien convocó a las medibrujas, que se aparecieron por el campo y distribuyeron pociones y curaciones a quienes más lo necesitaban.
Un par de ellas trabajaron con Draco y Granger hasta que estuvieron satisfechas de que estaban estables. Continuaron con Potter y Weasley, quienes gemían lo suficiente como para confirmar que estaban vivos y bien.
Draco y Granger se miraron: sucios, cortados, magullados y maltratados. A través de la cara de Granger había un gran rocío de sangre. Gotas de eso decoraban sus mejillas en una fina niebla, corriendo en riachuelos, ahora, mientras la lluvia se lo llevaba. Draco sintió la humedad en su rostro y supo que estaba adornado de manera similar; algunas suyas, otras de los demás.
Se sentaron y se tocaron las manos, la cara, los hombros, soltando una ráfaga de preguntas... «¿Estás herido? Maldita sea, te dieron... ¿Estás bien? ¿Puedes ponerte de pie? ¿Estás seguro de que estás bien? Vi que te golpearon, ¿puedes caminar? ¡Oh! Gracias a dios, estás bien, estás sana y salva, casi te matan, tan estúpida... Maldito idiota...
Se pusieron de pie. Él sostenía su tan adorado y mallugado rostro entre sus manos y ella sostenía el suyo entre las suyas.
La besó, suavemente, bajo el diluvio, suavemente, contra su labio partido, suavemente, entre lágrimas, lluvia y sangre.
Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, y se puso de puntillas, y le devolvió el beso. Entonces Draco encontró la felicidad. La felicidad era ella: viva. Sus ojos anegados de lágrimas comenzaron a derramarse, el latido de su corazón golpeaba contra su pecho. También era felicidad saber que su mayor amenaza estaba muerta y se había ido, era la belleza de los días venideros que apenas se atrevía a imaginar, era la sensación de los dedos en su cabello, era el estremecimiento de ella, medio llorando, medio riendo, fue su susurro de «absoluto idiota» contra su boca.
Ella empujó su cara contra su pecho y sollozó de alivio y alegría.
Había movimiento a su alrededor. Potter y Weasley estaban de pie. Tonks, que volvió a parecerse a sí misma, cojeó hacia ellos, al igual que Goggin y Buckley.
Mientras sostenía a Granger contra su corazón, a Draco, francamente, no le importaba ni un carajo las opiniones de sus colegas. Él sólo se preocupaba por ella, por esto, esta catástrofe exquisita, este hermoso y estúpido desastre.
Hubo jadeos, luego sonrisas, luego Weasley se rio y dijo: «Tranquilo, amigo», y Potter se echó a reír salvajemente y exclamó: «Te lo dije, maldita sea, sí te lo dije».
Granger escondió su rostro en la capa de Draco, temblando con algo que bordeaba la risa histérica.
Tonks, con un ojo cerrado por la hinchazón, puso un puño en su cadera y los observó con los labios fruncidos.
—Supongo que esto era sobre lo que querías «hablar».
—Sí —dijo Draco—. Yo... Eh... Ya no puedo ser objetivo...
—Curiosamente, me di cuenta de eso hace un momento, cuando te vi tomar una maldición por ella —dijo Tonks—. Estás oficialmente fuera de la asignación de Granger, Malfoy.
—Estupendo —dijo Draco, con una amplia sonrisa en su rostro.
Tonks negó con la cabeza, pero también había una sonrisa en su rostro.
—Lamento interrumpir el amoroso episodio, pero ¿alguien puede explicar lo de las malditas monjas? —preguntó Goggin con un gesto hacia el cielo.
Todos los ojos estaban ahora en Granger.
—Ellas... Hum... Me debían un favor —dijo Granger.
—¿Un favor? —preguntó Potter, mirándola con asombro—. Llamaste a la caballería correcta, Hermione.
—Estoy inspirada —dijo Tonks—. Creo que ese demonio sería un buen Auror.
El grupo deambuló por el fangoso campo de batalla en busca de colegas, varitas o, en el caso de Draco, piezas de joyería familiar.
La varita de Draco estaba ubicada cerca del fuego de Granger. La de Granger estaba en una pila pegajosa de lo que sospechosamente parecía carne humana masticada por un demonio cerca de la roca.
Ella lo arrancó con una mueca.
—Creo que eso es todo lo que queda de Fenrir Greyback.
Draco apuntó su varita a la pila de carne picada carbonizada y dijo:
—Accio anillo Malfoy.
Una pieza de plata deformada silbó hacia él, no desde la pila, sino desde un lugar a unos pocos metros de distancia.
Granger hizo una mueca.
—Ay, no, me lo arrancó y lo hizo añicos, tan pronto como me vio girarlo...
—Es reparable —dijo Draco, guardándose el dañado anillo—. Todo lo es.
Ella lo miró con una rápida sonrisa.
—Todo lo es.
—¿Nos vamos a casa?
—Sí, por favor, vámonos.
En la Mansión, se ducharon y se encontraron en el pequeño salón de la parte trasera de la casa.
Granger bajó con su pijama más espantoso.
Henriette y Tupey recibieron una versión redactada de los eventos del día, para que no se pusieran histéricos. Opimum se elaboró para paliar el impacto y suavizar la carga emocional del día.
Granger explicó su secuestro, tal como fue.
—Alguien manipuló el flu en el laboratorio.
—¡¿Qué?!
—Sí, lo sé. Estaba destinado a tener solo dos conexiones entre el laboratorio y la mansión. Entré para venir hacia aquí, y les prometo que dije «mansión Malfoy», y lo siguiente que supe era que estaba dando vueltas en un campo, y ese monstruo estaba frente a mí. Me desarmaron en el momento en que aterricé. Greyback me vio torcer el anillo y me lo arrancó; pensé que me iba a arrancar los dedos, fue tan rudo... Me golpeó por tratar de pedir ayuda. Un cáncer total de hombre. Y, por supuesto, Fernsby no me había seguido hasta la red flu; yo venía directamente aquí, no tenía motivos para...
Draco caminó.
—¿Quién manipuló el puto flu? Voy a… ni siquiera voy a usar mi varita, los estrangularé con mis propias manos. ¿Y las malditas monjas?
Granger, que estaba acurrucada en un sofá con los brazos alrededor de las piernas, metió la cara entre las rodillas y se rio.
—Todavía no puedo creer que funcionó.
—¿Cómo?
—Después de haber visto un poco de lo que eran capaces de hacer en el convento, cuando devolví el cráneo, pensé que podría ser útil, hem… Aprovechar a las monjas para nuestro beneficio, si pudiera.
—Por supuesto que sí.
—Cuando devolví el cráneo, fingí ser un coleccionista que se lo había comprado a una banda de ladrones. Les dije a las buenas hermanas que se lo devolvía porque era un ser consciente y merecía estar en su propia casa; me parecía mal quedármelo. Dije que, si querían vengarse de la pandilla, podría ayudarlas. Les dije qué hechizo de seguimiento debían tener en cuenta: que lo activaría cuando fuera el momento adecuado para que ejercieran su venganza.
Granger tragó saliva.
—No esperaba que la ejercitaran tan a fondo… De todos modos, he estado practicando ese maldito hechizo flu durante semanas y semanas, por fin lo pude reducir a tres minutos. Es tan difícil como Portus, probablemente peor, lo odio y nunca lo volveré a lanzar. El especialista de Flu que vino a mi laboratorio me dio un tutorial decente y estudié el resto. Sabía que las monjas no podrían Aparecerse al otro lado del Canal, pero si tuviera una conexión flu abierta dondequiera que estuviera cuando activase el hechizo de rastreo, entonces tendríamos una oportunidad…
Draco estaba demasiado atónito para hacer algún tipo de comentario articulado. Simplemente dijo:
—Maldita sea, Granger. —Y se frotó la frente con la palma de la mano.
—Lo sé —dijo Granger—. Puedo ser el peor demonio oportunista entre nosotros.
Él la miró fijamente. Ella se rio entre rodillas de nuevo.
—Pero, hablando de rastrear… ¿Cómo me encontraste? —preguntó ella—. Cuando Greyback destruyó el anillo, estaba convencida de que sería mi fin, simplemente no había forma de que hubieras tenido tiempo de siquiera intentar una Aparición ante mí.
—Tus horquillas —dijo Draco.
—¿Mis... horquillas? —Parpadeó Granger.
Draco hizo un gesto general hacia su cabello.
—Están por todas partes y siempre las llevas contigo. Lo he estado haciendo desde nuestro primer encuentro; han sido útiles un par de veces.
Granger sacó una horquilla de sus rizos y lanzó un hechizo de revelación; hubo un brillo verde.
—Por supuesto —continuó Draco—, al lado de la Señorita Traigo a las Malditas Monjas por Flu, se siente poco prominente ahora...
—Creo que es brillante —dijo Granger, sonriendo a la horquilla—. Las ideas más simples a menudo lo son.
—Correcto.
—Eso explica lo de Uffington.
—Sí.
—Eres astuto.
—Tú también.
Henriette Apareció.
—Pardonnez-moi, Monsieur, Mademoiselle… Madame Tonks está viajando por red flu. Le gustaría entrar, si este es un momento conveniente. Viene acompañada de Mademoiselle Brimble.
—Envíalas adentro —dijo Draco.
Un momento después, la voz de Tonks resonó por el pasillo mientras preguntaba a Henriette.
—No estoy interrumpiendo, ¿verdad? ¿No traman nada? ¿Un poco de jugueteo previo?
—Euh… non, Madame…
Granger tenía las mejillas rosadas.
Tonks irrumpió en la habitación con una cantidad ridícula de vigor, considerando lo que acababan de pasar apenas hacía unas horas.
—Hermione, qué atuendo —la halagó, viendo el pijama de Granger—. No es de extrañar que Draco no pudiera quitarte las manos de encima.
Granger se puso todavía más rosada.
—¡Tonks!
—¿Qué? ¿No es verdad?
Brimble siguió dócilmente a Tonks, agarrando una pila de pergaminos.
Distrajo a Tonks del pijama.
—Entonces, Brimble tiene noticias. Cuéntanos lo que has encontrado para que podamos estar debidamente indignados juntos.
Henriette reapareció.
—Lo siento mucho, Monsieurs Potter y Weasley están en la red flu y ellos…
Monsieurs Potter y Weasley no habían esperado a ser invitados a pasar. Sus pisadas y gritos de «¿Hermione? Malfoy? ¿Dónde están?» resonaron a través de la mansión hasta que Tonks asomó la cabeza fuera del salón y les hizo señas para que entraran.
La visión de Draco de una noche tranquila de descanso y recuperación (y besándose con Granger) se desvaneció rápidamente.
Henriette sirvió Opimum a los recién llegados mientras se acomodaban en los sofás.
Brimble les informó sobre sus hallazgos. Al final, la Oficina de Aurores realmente había hecho todo lo que podía. Granger había sido traicionada por dos relativamente desconocidos que habrían sido difíciles de anticipar.
—Primera noticia: ha habido un arresto —dijo Brimble—. Un tal señor Terris acaba de entregarse; técnico del flu del Departamento de Transporte Mágico. Dice que él es el responsable de manipular la chimenea en el laboratorio de la Sanadora Granger. Greyback secuestró a su esposa e hijos ayer y le dio doce horas para hacerlo, o los asesinaba.
—¡No! —jadeó Granger.
—La familia está bien, fueron encontrados atados y amordazados, pero por lo demás, ilesos. El señor Terris está cooperando, parece que estaba bastante arrepentido, en realidad, estaba llorando.
Granger miró a Draco.
—Sin estrangulamiento.
—Sí, con estrangulamiento —dijo Draco, quien no encontró en esto una excusa adecuada para lo que había hecho el hombre.
Tonks los observó con los labios fruncidos.
—Tengan la amabilidad de discutir los planes de su dormitorio en otro momento: Brimble está hablando.
Granger se sonrojó. Weasley soltó una carcajada. Uno de los ojos de Potter se contrajo.
—En cuanto a mi segunda noticia —dijo Brimble, sacando un largo rollo de pergamino—. Esta es una lista de los muertos, por lo menos, sólo de aquellos cuyos restos pudimos identificar.
Levantó la lista. Un nombre estaba encerrado en un círculo.
Una tal señorita Clotilde Fiddlewood.
—¿Quién? —preguntó Granger.
—¿Qué? —exclamó Potter.
—No —dijo Weasley.
—La asistente de Shacklebolt —dijo Tonks, con los labios apretados en una mueca infeliz.
—¿Esa vieja cascarrabias? —preguntó Draco.
Esa había sido la bruja que les había parecido familiar en el campo, la que había estado remendando la protección, impidiendo su escape.
Brimble asintió.
—No podemos interrogarla, obviamente, pero estamos especulando que puede haber escuchado fragmentos de la primera conversación de la sanadora Granger con el ministro; la que desencadenó su solicitud de protección. Informar a Greyback le habría llevado meses, él estaba profundamente escondido en ese momento. Investigaremos lo que podamos y es posible que nunca lo sepamos con certeza, pero ella fue una de las pocas personas que podría haber sabido algo. Y, por supuesto, encontrarla corriendo con la manada de Greyback, después, es una evidencia bastante condenatoria…
Se sentaron en silencio. Granger parecía sorprendida. Draco negó con la cabeza.
Luego, en silencio, Potter dijo:
—Greyback está muerto.
Decirlo lo hizo real.
Las manos de Granger encontraron sus mejillas. Greyback está muerto.
—Greyback está malditamente muerto —repitieron Draco y Tonks.
—¡El idiota está muerto! —exclamó Weasley.
Tocaron juntos sus copas de Opimum.
—Bueno —dijo Weasley después de beber el suyo. Juntó las manos—. ¿Qué tiene que hacer un tipo para conseguir una bebida de verdad por aquí?
Decidieron hacer una fiesta adecuada. Se enviaron patronus y Notas. Pronto, el salón se llenó de familiares y amigos: Lupin y sus niños, la esposa y los niños de Potter, Luna Lovegood vagando soñadoramente, los colegas de Granger y sus estudiantes estrella, Shacklebolt (soportando muchas recriminaciones por su elección de asistente), Aurores y sus familias, una hueste de Sanadores. Se corrió la voz de la victoria y la fiesta y comenzó a llegar más gente, muchos en ropa de dormir debido a lo tarde de la hora: Longbottom y Pansy, Zabini y Patil, todo el clan Weasley (los dioses ayuden a Draco), Macmillan y otros colegas del Ministerio, y, finalmente, Theo, en un conjunto de pijamas de hombre ridículamente transparentes.
Henriette, Tupey y los elfos de las cocinas estaban encantados de ayudar en la diversión. Tupey acosó particularmente a Weasley con las cosas más fuertes de sus bodegas.
En algún momento durante las festividades, Potter y Weasley asaltaron a Draco mientras se dirigía hacia Granger. Draco se encontró arrinconado por sus colegas favoritos.
Todos estaban debidamente borrachos.
—¿Qué? —dijo Draco.
—Lo sabía. Sabía que estabas tramando algo —dijo Potter, inclinándose tanto que su aliento ebrio subió por la nariz de Draco—. Vi cómo la mirabas.
Draco lo empujó lejos.
—Retrocede, maldito acosador.
—¿Cuáles son tus intenciones con Hermione?
—¿Mis intenciones? ¿Hemos vuelto a la época victoriana? ¿Eres su padre?
—Responde a la pr-prr-pregunta, Malfoy —dijo Weasley, con lo que presumiblemente pretendía ser una fachada amenazadora. (Fue menos que intimidante cuando terminó el movimiento apoyando su cabeza en el hombro de Draco).
—No tengo ninguna intención —dijo Draco—. Quítate de encima.
Sostuvo a Weasley con el brazo extendido.
—Hueles bien —dijo Weasley—. Huele bien —le repitió a Potter.
—¿Sí?
Potter lo olfateó.
—Aléjate —dijo Draco, también sosteniendo a Potter con el brazo extendido.
—¿Le hiciste algo a ella? —preguntó Weasley, con un ojo entrecerrado en sospecha (el otro ya estaba cerrado y tomando una siesta)—. ¿La dosificaste con una pócima de amor?
—Por supuesto que no, las mujeres se enamoran de mí todo el tiempo, sé que es un concepto novedoso para ti…
—¿Qué hay de ti? —preguntó Potter—. ¿Estás enamorado de ella?
—Yo… Eso no es de tu incumbencia, ¿y por qué no me preguntas si ella me drogó?
—Porque ella no es una... una sinvergüenza como tú —dijo Potter.
—Un g-gr-granuja —dijo Weasley.
Draco intentó decir «Bah», pero estaba tan mareado que le salió como una trompetilla.
—Ambos están bajo la ilusión de que ella es un perfecto angelito, pero ella es… di-diez veces la sinvergüenza que yo soy y es por eso que yo la…
—¿Tú qué? —preguntó Potter.
—...Me gusta.
—Ella te gusta.
—Sí.
—Eres su Auror, lo sabes —dijo Potter, apuntando un dedo vagamente en dirección a Draco—. Eso no es profesional. No está permitido.
—Po-Po… Poco Profi-pasessi… ¡poco profesional! —repitió Weasley.
—Era su Auror. Y yo nunca… no cruzamos la línea… O si lo hicimos, en realidad nunca sucedió.
Potter parpadeó con ojos desenfocados.
—¿Pasó o no pasó?
—Ensoñaciones; en el alféizar de una ventana. Fantasías. En España… Nada real. Ya sabes, fue Samhain. Nos emborrachamos con la cosa de fuego… En serio… Hay que admirar a los españoles, sí que saben preparar un trago… ¿O eran celtas? Como sea, todas fueron… Fantasías… Preciosas fantasías
—Deja de hablarnos de tus fantasías —dijo Weasley, alarmado.
—Son excelentes, sin embargo. Por cierto, mi favorita es cuando ella…
—No —dijo Potter, presionando su mano en la boca de Draco—. No lo digas.
Draco apartó su mano de un golpe.
—¿Por qué tienes los dedos pegajosos?
Potter miró sus dedos con un intenso enfoque.
—Tarta de melaza —declaró con un firme asentimiento.
—No hay tarta de melaza.
Weasley, tratando de ayudar, derramó su whisky de fuego en la mano de Potter y en los zapatos de Draco.
—Gracias —dijo Potter gravemente a Weasley mientras se limpiaba la mano en la túnica—. Eres un verdadero amigo…
—Idiota. Ahora mis dedos de los pies están húmedos —escupió Draco.
—…A diferencia de Malfoy, que es un idiota. Escucha, Malfoy, si haces algo para he-herrarla...
—¿Herrarla?
—…Herirla, te mataremos; te asesinaremos.
—M-matarte a sangre fría —dijo Weasley—. Prender fuego a tu casa. Liberar a tus elfos.
—Yo nunca haría nada para herrarla —dijo Draco en una extraña y ebria zambullida en la genuina sinceridad.
—¿No lo harías?
—No. Ella es… Yo… Cierto, no es asunto suyo, como acabo de decirles…
Weasley agarró el cuello de Draco y, con una especie de lastimera desesperación, dijo:
—¿Prometes que nunca harías nada para lastimarla?
—Sí.
Weasley presionó su frente contra la de Draco y lo miró a los ojos.
—Creo que está diciendo la verdad.
—Detente, aléjate de mí, no eres un Legeremante…
—¿Le damos nuestra bendición? —preguntó Potter, frunciendo el ceño.
—No necesito tu puta bendición —dijo Draco.
—Le importaría a Hermione —dijo Weasley.
—Ella tampoco la necesita —replicó Draco.
—Dile que lo mataremos si la lastima —dijo Potter.
—Ya lo hicimos —contestó Weasley—. Creo…
—Ajá.
—¿Crees que deberíamos simplemente matarlo ahora? —preguntó Weasley.
—¿Preventivamente? —preguntó Potter.
—Sí. Creo que eso sería muy proactivo de nuestra parte.
—Me gusta.
Draco apartó a Weasley de un empujón.
—Por el carajo, deja de respirarme, Weasley, iugh, ¿por qué estás tan húmedo? ¿Por qué está todo húmedo y pegajoso? Aléjate. Como sea... Nunca la lastimaría. Ella es realmente importante para mí; me preocupo por ella muchísimo, demasiado, de verdad. Hasta un grado tonto. Desearía no haberlo hecho. Pero lo hago y, de todos modos, esta no es una conversación que desee tener con ustedes, imbéciles babosos. Pueden matarme si la lastimo, pero no lo haré… Nunca lo haría… Ella será la que me lastime, en todo caso, ese es mi miedo, mi maldito Boggart, ¿de acuerdo? ¿Ya terminamos?
Potter y Weasley entrecerraron los ojos, pero no estaba claro si estaban procesando la diatriba de Draco o simplemente se estaban quedando dormidos.
—Creo que está bien —dijo Weasley.
Potter asintió y dijo:
—Estoy satisfecho.
—¿Sí? —preguntó Draco—. ¿En serio? Bueno, ahora váyanse a la mierda. Necesito cambiarme los zapatos porque eres literalmente incapaz de sostener un vaso en posición vertical. ¡Tupey! Zapatos y calcetines limpios, por favor, Weasley tuvo un accidente.
Se reincorporaron a la fiesta, se emborracharon mucho más y pasaron la noche muy animados.
Draco se había quedado dormido en uno de los sofás. Se despertó al amanecer con el cuello rígido y un punzante dolor de cabeza.
Se levantó y pasó por encima de cuerpos en varios estados de conciencia. Granger no estaba por ningún lado.
Henriette se abría paso por el salón, colocando un croissant y una pócima para la resaca al lado de cada invitado que roncaba.
—¿Dónde está Mademoiselle? —preguntó Draco.
—Creo que fue a tomar un poco de aire, Monsieur —dijo Henriette—. ¿La llamo?
—No, no, yo la buscaré.
Draco bebió una de las pócimas para la resaca. Luego se paró en la ventana y suspiró con un susurro melodramático.
—¿Todo está bien? —preguntó Henrriette.
Draco presionó su frente contra la fría ventana.
—No.
Henriette se acercó.
—¿Cuál es el problema?
—¿Henriette?
—Oui?
—Je suis… Je suis ensorcelé.
—Ah!
—Je l'aime de tout mon cœur, Henriette. De tout mon être.
Henriette dejó su plato de croissants y se retorció las manos.
—No te pongas contenta todavía —murmuró Draco.
—¿No?
—No, no le he dicho nada, pero se lo diré. Desnudaré mi alma, Henriette.
Henriette lo vio irse con lágrimas en los ojos y las manos cruzadas sobre el pecho.
—Bon courage, Monsieur —dijo ella en un susurro.
El amanecer de diciembre iluminó el cielo del este.
Draco encontró a Granger entre abedules plateados y niebla creciente, recorriendo lentamente a través los árboles. Hacía frío, había brisa.
Parecía pálida y cansada mientras caminaba por el sendero. Se había envuelto en una especie de chal que se parecía sospechosamente a uno de los pañuelos Transformados de Draco. Su cabello sólo estaba recogido a medias y le caía por la espalda.
Ella lo vio en la distancia. Hizo una pausa y lo vio acercarse a ella entre las aulagas y los juncos helados.
Todo en ella parecía distinto y nítido, asombrosamente. Aliento nebuloso entre los labios entreabiertos. Dedos agarrando el chal. Pestañas oscuras alrededor de sus brillantes ojos.
—Te levantaste temprano —dijo ella, con una especie de suave sorpresa.
Cuando Draco continuó mirándola como un cretino enamorado, ella preguntó.
—¿Estás bien? ¿Pasa algo?
Un coraje enloquecido lo invadió; el coraje de un idiota.
Fue coraje verdadero al poner en práctica su decisión. Después de aquello, las cosas nunca volverían a ser las mismas.
—Sí, algo sucede —dijo Draco.
—¿En serio?
—Algo está muy mal. Necesito… Necesito decirte algo. Es estúpido, y probablemente una mala decisión, pero parece que me va a matar si no lo hago, así que…
Granger lo miraba con curiosidad, con algo serio, con su mirada de resolver rompecabezas. Se ciñó más el chal a su alrededor.
Bueno, él iba a resolver su maldito rompecabezas para ella, justo ahora.
—En vano he luchado y no puedo contenerme más. No quiero mantener el equilibrio —dijo Draco—. No quiero Reprimir ni un momento más.
—¿El... equilibrio? —repitió Granger—. ¿Reprimir?
—El… el constante ir y venir… El no atreverse a hacer más… El no cruzar la línea. Culpar a la bebida de mis lapsus. Pretender que no me importas, que no moriría por ti… Supongo que ese barco ya zarpó, de todos modos. Negar… Reprimir, sofocar lentamente mi corazón… todo eso.
Draco se tomó un momento para recuperar la compostura.
Para nada sereno, prosiguió:
—Eres… malditamente brillante y hermosa más allá de… cualquier cosa. De hecho, es bastante injusto que una persona tenga todos esos atributos con los cuales burlarse de mí. Y quiero ser más que tu Auror, y quiero que tú seas más que mi Principal, o Sanadora, o cualquiera de tus muchos y diversos títulos. Estoy… Me he enamorado de ti a pesar de lo que ha sido, te lo juro, un sincere negación de mi parte. Sé que estuvo mal, que fue inapropiado, contravino todos los protocolos… Toda esa podredumbre. Hice todo lo que un hombre puede hacer para Reprimir estas cosas, pero fracasé. Eres demasiado. No puedo soportarte. Encontraste fisuras en mis defensas y las rompiste en grandes y malditas rasgaduras, y luego viniste a habitar mi corazón, como una especie de luz en un lugar oscuro. Y lo peor es que sé que no lo hiciste a propósito; sé que no lo pediste; sé que solo estabas siendo tú… Tu yo estúpido, brillante y bienhechor. Pero tú eres, como resulta, todo lo que quiero.
Se atrevió a mirarla. Había lágrimas en sus ojos.
—Genial, ahora te he hecho llorar, estupendo.
—¿Y-yo? —dijo Granger con voz temblorosa—. ¿Soy yo la que está encontrando fisuras? No puedo soportarte.
—¿Qué?
Granger tomó aire, confusa.
—Sigo tratando de controlarlo, pero es… Más fuerte que yo. No lo deseo, no lo quiero… No sé lo que quiero. Sí, yo sé… yo quiero una maldita noche sin pensar en ti. Quiero estar en la misma habitación que tú sin sentir que moriré si no te toco, si te toco. Quiero que mi cabeza vuelva a ser mía, y mi corazón. Pero estás en los dos, idiota, me estás enloqueciendo.
Ella se secó una lágrima.
—Solo quiero tener… Un maldito momento de paz, sin ti en mi cerebro, pero eso, aparentemente, es pedir demasiado.
—¿Qué hay de mí? No puedo… no puedo sacar el pensamiento de ti de mi mente. Tu… tu sonrisa… tú resolviendo aritmética… maldita España…
—¿Sabes a qué huele mi Amortentia?
—¿Sabes cuánto persigues mis noches?
—Odio esto —resopló Granger—. Es una basura. Odio no… No tener el control… No debería tener ningún tipo de sentimientos por ti, esto es tu culpa…
—¿Mi culpa?
—¿Por qué tenías que ser tan…?
—¿Tan qué?
Granger lanzó sus manos al aire.
—¡Todo! ¡Estabas predestinado a ser un Auror arrogante y moderadamente competente! No estabas hecho para ser divertido, entrañable, heroico y... caballeroso cuando realmente importó. No estabas destinado a, literalmente, hechizarme las bragas y, peor aún, abrirte paso hasta mi corazón.
—Habla por ti misma —dijo Draco, indignado—. Tú eres el gusano; tenías que ser una sabelotodo insufrible cuya presencia no podía soportar, no alguien cuya compañía, risas, besos, todo, terminé deseando como un tonto hechizado y enamorado. ¿Sabes cuántas malditas citas tuve para sacarte de mi cabeza?
—¡Tuve una cita con ese estúpido jardinero!
—¿Qué?
—Tú me la pusiste.
—Dioses.
—¿Cómo puedo estar enamorada de ti? Eres Draco Malfoy.
—¿Y yo? ¿Enamorado de Hermione Granger? ¿Locamente? Yo no hago el amor. Ni siquiera puedo decir la palabra, se siente horrible en mi boca.
—Nunca debí haber aceptado este arreglo —dijo Granger, dirigiéndose al cielo—. Debería haber insistido en alguien más, en el momento en que vi tu estúpido nombre en esa estúpida carta diciéndome que te habían asignado.
— Lo intenté —dijo Draco—. Me dijeron que no tuviera complejos con Granger, bueno, pues aquí estamos...
—¿Un complejo?
—…Y ahora tengo uno, sí, un complejo, un gran maldito complejo por Granger, más allá de las expectativas más salvajes.
—No quiero tu complejo.
—Bueno, lo tienes, y mucho más, además.
Se hizo el silencio. Granger se secó una lágrima. Draco dio un paso más cerca de ella. Sus manos se alcanzaron la una a la otra.
—Siento como si te hubiera dado una parte de mí que podrías romper —dijo Granger—. Por favor, no lo rompas…
—No lo romperé… nunca. Potter y Weasley me han informado que me matarán si te lastimo, aunque sus amenazas no cuentan para nada. Y tú tienes una parte de mí. Estoy harto de esto… será mejor que tú no lo rompas…
—Nunca lo haría.
—… ¿Y por qué debes ser tan hermosa, incluso cuando estás llorando?
—¿Cómo haces que parecer un vampiro con resaca sea tan atractivo?
—Voy a besarte hasta la muerte.
Su sonrisa se abrió paso entre las lágrimas como un destello de sol.
Ella era felicidad brillando en sus venas. Ella tenía la totalidad de su negro corazoncito.
Cerró la distancia entre ellos. Él sostuvo su rostro entre sus manos. Su aliento se empañó en el gélido aire.
El sol se elevó finalmente e iluminó la nieve y reverdeció la hierba y los envolvió en su luz.
La besó.
Y fue la cosa más dulce, más abrasadora, más maravillosa, finalmente poder hacerlo, sin interrupción, sin excusas, sin alejarse. Hacerlo sabiendo que su tormento era compartido y, por lo tanto, se había convertido en otra cosa… Un alivio, una atronadora alegría.
Él tenía una parte de ella y ella tenía una parte de él y sería… sería algo hermoso. ¿Podría haber algo más dulce, podría haber más dicha que esto?
Arte de este capítulo:
Vámonos a casa, por Anastraa:
post / 679996634899365888/draco-malfoy-and-the-mortifying-ordeal-of-being-in
Beso al amanecer por Nikita Jobson:
instragram p/ CbsxXljqsRq/
¿Listos para el final con doble capítulo el próximo sábado 10 de septiembre?
Besos,
Paola
