—Intente no moverse, por favor. —Sakura escuchó la voz, distorsionada a través del micro como si le hablasen desde el interior de una lata. Aunque la que estaba dentro de una era ella. Odiaba esos aparatos, y no porque tuviese experiencia previa con ellos, de forma incomprensible, debido a su torpeza innata, se había librado hasta el momento. Pero es que cualquier situación que la obligase a permanecer en algo parecido a un ataúd le parecía espantosa.
Tener que estar completamente quieta era otra de las torturas, mucho más cuando cada hueso y músculo del cuerpo le dolía como si se los hubiesen sacado, apaleado y vuelto a meter, formando un puzle que no terminaba de cuadrar por faltar alguna pieza. Si a eso sumaba el zumbido que le abotargaba la mente por el golpe y los calmantes, aquel aparato del demonio reproducía uno aún mayor que el que sentía en su cabeza, llenando sus oídos de un ruido redundante, metálico y atronador. La sala también estaba a una temperatura ártica. No lo entendía, le castañeaban los dientes, pero la adrenalina que le provocaba el miedo la mantenía alerta, tensa, pendiente de cada soniquete, y contando los segundos que debía durar esa tortura.
Cuando por fin oyó de nuevo la voz del técnico de imagen que le dijo que habían terminado, llenó los pulmones para suspirar con alivio, olvidándose de que el solo ejercicio de respirar le dolía horrores. Aún le quedaba esperar a que abrieran el cuarto y se la volvieran a llevar, atravesando los pasillos, sin saber a dónde. Es lo que había sentido desde que recobró el conocimiento; incertidumbre, confusión y soledad. Lo último que recordaba era querer marcharse de la casa de Konan Stone, mientras dejaba su fugaz trabajo como ayudante de Itachi Uchiha. Cada vez que recordaba al hombre que le había crispado los nervios hasta el punto de querer renunciar a ficharlo como cliente, cuando había sido este su mayor objetivo los últimos años, se ponía de los nervios. No quería volver a verlo. Era grosero, inflexible, terco, rudo, severo, maniático… desconcertante, inquietante, insólito, imprevisible, increíble… No, increíble no. Eso sonaba a fascinante y eso había dejado de serlo al comportarse como un neandertal. Aun así, habría podido con él. No era el primer cliente insufrible al que tenía que enfrentarse, solo hacía falta más tiempo para diseñar una estrategia de cómo trabajar con él. Pero Itachi Uchiha era mucho más que insufrible, era… peligroso. Lo supo en cuanto le ofreció su mano para salir del interior de su Mini. En ese momento quiso obviar o confundir el aturdimiento que le provocó con los nervios de verse frente a su autor más admirado. Pero cuando se aferró a sus brazos, cuando posó una mano al final de su espalda, supo que no eran nervios solo lo que le provocaba. Despertaba cosas en ella. Cosas que no eran buenas, porque además de las dichosas descargas que nublaban sus sentidos, también aturdía su buen juicio y su saber estar. Cualidades que Tsunade siempre había valorado en ella. Y que junto a Itachi Uchiha desaparecían. Se había visto como una persona diferente, una beligerante, reaccionaria, una de esas personas que perdían el control y terminaban actuando como si no hubiera reglas.
No, no pensaba convertirse en una de esas personas. Por eso había salido corriendo de allí, huyendo de las respuestas que le provocaba, evitando a la Sakura a la que se le paralizaba el corazón y olvidaba respirar cuando la tocaban. ¿Qué clase de profesional era si balbuceaba y se portaba como una estúpida adolescente en presencia de su cliente?
Ella no. Renunciaba a su sueño, al gran fichaje que la había catapultado al puesto de agente/socia de Tsunade. Por lo visto no estaba preparada, tendría que asumirlo, por doloroso que fuera. Tendría que volver a revisar su lista de autores con potencial, y saltarse la primera fila. Trabajar duro con ellos al menos un par de años más, hasta conseguir convertirlos en grandes figuras. Podía hacerlo. Era trabajo de hormiguita, su especialidad. Verse como una fracasada hizo que tuviese ganas de llorar, su pecho se encogió, pero le dolía tanto que evitó dejarse llevar por el tumulto de emociones que hacía vibrar su caja torácica. Lo que sí se liberó sin control fue una pequeña lágrima que sintió en el rabillo del ojo, a punto de precipitarse hacia su mejilla. Cuando percibió la mirada curiosa de la celadora que empujaba su camilla, intentó girar el rostro, pero se dio cuenta entonces de que llevaba un collarín que se lo impedía.
—¿A dónde me llevan ahora? —preguntó en un hilo de voz.
—A la habitación. Los médicos irán allí con los resultados de las pruebas, en cuanto estén disponibles —le dijo la mujer, con gesto anodino.
Volvió a sentirse sola. Y durante los siguientes minutos se dedicó a regodearse en ese hecho. Sus padres estaban de crucero y no había podido llamar a Tenten. No contaba con muchos amigos, al menos de esos tan íntimos como para querer que la viesen en ese estado deplorable. No de los que necesitaría para que la ayudasen a levantarse para ir al baño.
La celadora dio la vuelta a su camilla para hacerla entrar de espaldas en la habitación. Necesitaba llamar a su amiga, pensó durante la maniobra. Y ese fue el momento en el que cayó en la cuenta de que no tenía el bolso. Ni siquiera sabía cómo había llegado al hospital, aunque imaginaba que Uchiha habría llamado a una ambulancia. ¿Y él? ¿Dónde estaría él? No lo había visto por los pasillos, muy probablemente se habría quedado en la casa.
Ese pensamiento se fue al traste nada más entrar en la habitación. Porque en cuanto giraron la camilla para apoyarla en la pared se encontró de frente con la mayor de sus pesadillas. Contuvo el aire por instinto e hizo una mueca al recibir como respuesta el dolor agudo de esa zona de su tórax.
—Estás aquí… —dijo atónita, sin percatarse de que lo tuteaba. Tal vez porque le parecía una alucinación. Él tenía el gesto mortificado e inmutable. La miraba de una forma extraña, prudente.
—Claro, no iba a dejarte sola… —Le dio la sensación de que dejaba la frase a medias cuando entró la enfermera, tras la camilla. Esperó paciente a que le colocase una vía con el suero y la medicación, sin moverse de la pared del fondo, a distancia, pero sin dejar de clavar su mirada en ella, en su rostro, como si quisiera registrar cada uno de sus gestos. Se sintió incómoda y desvió el semblante hacia la enfermera. No le gustaban las agujas, pero ver que la pinchaban era menos molesto que su escrutinio.
—Ya está. En cuanto estén los resultados, el doctor se acercará a informarles. —Sakura se sorprendió al ver que no solo lo incluía, sino que, le dedicaba una sonrisa encantada a él. No a ella que estaba en una camilla con el cuerpo roto, sino a él, que aún parecía el adonis recién salido de la contraportada de un libro. Con sus vaqueros, su suéter azul, el abrigo oscuro colgado del brazo y el cabello peinado despeinado de una forma tan sexi que daban ganas de recolocarle el mechón que caía como una perfecta onda sobre su frente. Tenía que haber sido un niño guapísimo, un bebé de esos de anuncio que parecen pintados, como un querubín dulce y pícaro.
—¿Qué clase de drogas me están metiendo? —consiguió balbucear al darse cuenta de los extraños derroteros que tomaban sus pensamientos.
Uchiha miró hacia la puerta por la que acababa de salir la enfermera, con duda, porque la mujer ya no estaba. Resopló con lentitud y se acercó a la camilla para mirar las bolsas de medicación colgadas en una especie de perchero que habían puesto a su lado, intentando satisfacer su curiosidad. Tuvo que estirar el brazo para girar las bolsitas transparentes con la medicación. Le pareció que lo hacía incluso de puntillas, para no acercarse demasiado.
—No… no sé lo que es. Será mejor que esperemos a que venga el doctor—repuso él y regresó al que parecía su sitio, en la pared del fondo.
Uno, dos, tres incómodos minutos de tortuoso silencio se instalaron entre los dos.
—No hace falta que… —empezó a decir Sakura, deseando que se marchase de allí, a pesar de estar asustada y no querer quedarse sola. No necesitaba que la viese así. Ya había pasado por suficientes momentos bochornosos en su presencia en las últimas horas.
Pero no pudo terminar la frase porque él había decidido romper el silencio al tiempo que ella.
—No he podido localizar a Chiyo para contarle lo de la caída…
¿Chiyo? Por qué iba a llamar a Chiyo. Su mente embotada tardó un par de segundos en recordar que él creía que era su tía y por lo tanto un familiar cercano al que avisar.
—No es necesario molestarla durante su viaje. Llamaré a… ¡Oh! Mis padres también están de viaje, solo me queda Tenten. La llamaré a ella y se quedará conmigo. No es necesario que se moleste.
—No es una molestia —repuso él rápidamente. Y en sus ojos vio una sombra, una atormentada y angustiosa, que por un momento le hizo preguntarse si se sentía responsable de ella.
Eso era ridículo.
Se había caído ella sola, con ayuda de su estúpida torpeza. Tenía que haber esperado a que bajase el ascensor, pero cuando vio que él llegaba a su lado y este aún no estaba abajo, temió que entrase con ella en el diminuto espacio, y lo último que quería era verse respirando el mismo aire que él, a tan escasos centímetros como para correr el riesgo de que alguna parte de sus cuerpos volviese a entrar en contacto.
—De veras, no es necesario. En cuanto pueda la llamaré, ella se encargará de todo, recogerá mis maletas de su casa y será como si nunca hubiese estado allí.
Su declaración hecha con una mueca de dolor hizo que él tragara saliva y cambiara el peso de pierna. Finalmente negó con la cabeza. No pudo preguntarle con qué parte de su declaración no estaba de acuerdo, porque un médico entró en la habitación.
—Buenas noticias, ha sufrido un politraumatismo bastante aparatoso. Tiene hematomas en espalda, extremidades, tórax…
—En todo el cuerpo —interrumpió Uchiha, instándolo a decir algo que no supiera. Sabía cada uno de los golpes que se había dado el menudo cuerpecillo que había sobre la camilla. Todo el tiempo que llevaba allí había estado repasando la caída en su mente, intentando convencerse de que no había sido tan grave, pero lo había sido. Aún alucinaba con el hecho de que ella estuviese allí, hablándole, despierta.
—Claro… tal y como esperamos, lo de las costillas es solo una contusión. Con medicación y antiinflamatorios mejorará en unos días, como el resto de golpes. No hay daños en órganos ni en la columna, que habría sido lo más grave. Aun así, vamos a dejarla veinticuatro horas en observación, porque estas caídas pueden dar sorpresas, haber derrames posteriores… —Cuando vio el tono ceniciento que adquiría la piel de Sakura, se detuvo—. El problema principal es la pierna, aunque podría haber sido mucho peor. Tiene una fractura en la diáfisis debido al impacto directo que ha sufrido durante la caída el peroné.
Aquello sonaba a algo serio, pensó Sakura, y sin poder evitarlo miró a Uchiha, en busca de un rostro familiar que la reconfortara, él dio un paso hacia delante y aquel pequeño gesto le supo a aire fresco.
—En principio no necesitará cirugía, si hace bien el reposo y no realiza esfuerzos.
Sakura suspiró con alivio a pesar del dolor que le provocó llenar los pulmones. En un gesto espontáneo sonrió a Itachi y él sorprendido parpadeó un par de veces, confuso. El alivio desapareció y se sintió tonta al instante.
¿Qué había pensado, que estaba allí porque eran amigos?
—Le pondremos una escayola y tendrá que estar inmovilizada y tomarse las cosas con calma las próximas seis, ocho semanas. Iremos viendo, según la evolución.
—¿Ocho se… ma… nas…? —Sus ojos se abrieron con espanto. No podía estar en reposo tanto tiempo, tenía muchas cosas que hacer, trabajo al que enfrentarse, asuntos que tratar… No era cierto, no tenía tanto que hacer esos días, estaban a poco más de una semana de las fiestas navideñas y ya poco o nada de trabajo le estaba esperando en la oficina. Aunque ella hubiese tenido en mente contactar con su lista de autores con potencial, sabía que todo el mundo tenía sus planes para esas fechas y que, hasta después de año nuevo, cualquier gestión sería eso, un mero trámite, un nimio movimiento en la larga partida que se tardaba en jugar para conseguir un buen fichaje. Se dio cuenta en ese momento de lo absurdo que había sido meterse en ese loco plan de fichar a Itachi Uchiha, al hombre que en poco más de veinticuatro horas la había visto en bragas y rodando por la escalera como una bola de nieve.
—¿No es más cómoda una férula? Para el aseo y demás… —volvió a intervenir Uchiha como si realmente el tema le preocupara. Que estuviera pensando en qué podía ser más cómodo para que se diese la ducha le caldeó las mejillas, por lo íntimo de la imagen.
—Sí, lo es…
—Pues póngansela —ordenó como el general a sus tropas.
Sakura vio asentir al doctor, no le extrañaba porque el gesto petrificado de Itachi Uchiha no daba lugar a réplicas.
—En breve nos ocuparemos de ella. Cuando quitemos la férula definitivamente, con total seguridad tendrá que hacer rehabilitación —siguió informándolo, como si ella hubiese desaparecido.
Sabía que no tenía una gran presencia, no una imponente que la convirtiese en el centro de atención, pero era la paciente. Una paciente adulta que tomaba sus propias decisiones. Y él se comportaba como si fuera su padre o algo así. La sola idea la hizo soltar un gimoteo de protesta. El patético sonido llamó la atención de ambos hombres, que giraron los rostros para observarla. Uchiha con una ceja alzada, de forma interrogativa. Hundió los hombros en el colchón, y desvió la mirada. No tardaron en perder el interés en ella y seguir con su charla.
No importaba, estaba agotada y dolorida, respirar era una labor titánica y no podía mover un solo músculo de su cuerpo. No tenía fuerzas para discutir con él, no en ese momento en el que solo quería dormir lo suficiente para que, al despertar, le pareciese que ya había pasado la pesadilla. Cerró los ojos y sus párpados cedieron con tanta facilidad, que se dejó llevar por el sopor que la cobijó al instante. Allí, en la oscuridad, no había miradas inquisitivas, momentos de tensión y semanas por delante de auténtica tortura.
Las voces masculinas se fueron alejando y agradeció que se convirtiesen en tan solo un murmullo.
—Tengo que llamar a Tenten —farfulló, pero no llegó a saber si lo hacía ya en sueños.
Itachi la vio abandonarse en los brazos de Morfeo y, tomando al doctor por el codo, lo instó a que continuasen la conversación fuera de la habitación, para no molestarla. Estaba tan pálida que parecía que su piel fuera de porcelana. Hasta las preciosas pecas habían palidecido contrastando con las manchas carmesí que habían empezado a aflorar en su mejilla, en su mentón, e imaginó que en muchas otras partes de su cuerpo. Un escalofrío recorrió su espalda. No quería ni imaginar lo dolorida que debía estar, por eso quería hacer todo lo posible por ella y que no tuviese que preocuparse por nada. Una vez fuera de la habitación pidió al doctor que le explicase con más detalle el alcance de sus lesiones, el uso de la férula y la medicación que le estaban administrando y que debía seguir tomando a su marcha. Después estuvo hablando con la enfermera y haciéndole unas cuantas preguntas más a ella. Esta le respondió con bastante más predisposición, quizás porque era fan de sus libros, y lo había reconocido de una entrevista para la televisión que había concedido al principio de la promoción de ese año, pero aquella amable mujer no solo le amplió la información, sino que le aseguró que la vigilaría mientras él estuviera fuera.
Necesitaba volver a la casa para recoger algunas de sus cosas, entre ellas su bolso y el móvil que debía haber perdido durante la caída, porque no lo había llevado en la ambulancia. Chiyo no le había devuelto la llamada ni contestado al mensaje y lo único que se le ocurría era conseguir sus datos de contacto y resto de datos personales de la documentación que debía llevar en la cartera, o pronto se encontraría fallando en su tapadera de amante prometido. Echó un último vistazo al interior de la habitación y, tras comprobar que seguía descansando, se marchó con rapidez no queriendo tardar demasiado.
La luz brillante de un nuevo día se filtraba por la ventana, cuando despertó Sakura del mayor letargo de su vida. Desde niña, había sido muy madrugadora. Sus padres bromeaban con el hecho de que jamás les había pedido dormir cinco minutos más. Siempre con la sensación de que si dormía demasiado se perdería algo importante, algún descubrimiento, algo que podría hacer que ese día se convirtiera en un hito en su historia. Naturalmente eso no solía pasar, pero su hábito de despertar al alba no había cambiado. Jamás se le habían pegado las sábanas, pero ese día se sentía como si acabase de despertar de una larga y pesada hibernación. ¿Había dormido horas, días, semanas? ¿Las necesarias como para que hubiese pasado el tiempo y sus heridas hubiesen sanado? Recordó las máquinas de regeneración del mundo futurista de la saga de Uchiha y frunció los labios, pensando una vez más que le gustaría mucho más vivir en esa realidad que en la suya. Allí, en Zeta Horizon, sería una temible guerrera, con un apodo exótico y temible como…
—Buenos días, piruleta. —Al oír la forma en la que se dirigió a ella, dejó salir el aire lentamente por su nariz al tiempo que la arrugaba, molesta.
Él seguía allí, ¿por qué no se había ido? Bajó el rostro justo a tiempo de verlo levantarse. La noche anterior no se había dado cuenta, pero aquella habitación era bastante amplia y acogedora para ser la de un hospital. Ella solo había estado en la habitación de un hospital, con anterioridad, una vez; cuando operaron a su padre de una hernia de hiato, y no recordaba que se pareciese en nada a esa. El color de las paredes, de un crema casi vainilla, hacía juego con el mobiliario de madera oscura. Había hasta cuadros con relajantes marinas colgados de las paredes y un enorme ramo de flores frescas en una mesa redonda, flanqueada por un par de butacas. De una de estas se levantó él y con paso lento se dirigió a la cama. Inmediatamente ella quiso enderezarse, pero el dolor de cada músculo de su cuerpo le avisó de que no era buena idea.
—No hagas esfuerzos. Si quieres incorporarte, yo te levanto la cama — añadió él, con gesto afable. Lo vio tomar el mando que había colgado en un lateral de la camilla, pulsar un botón y la parte superior comenzó a moverse con la lentitud de un perezoso—. Dime cuándo quieres que pare —añadió y esta vez casi esbozó una sonrisa sincera que la dejó atónita. Había visto el gesto en fotografías, en reportajes, en entrevistas, pero era la primera vez que la presenciaba en directo y fue como darse cuenta de que los unicornios existen.
Durante un segundo se quedó mirándolo, confusa. Sin poder decir nada, hasta que la postura casi vertical de su torso le proporcionó una punzada tan fuerte en la espalda que de sus labios escapó un quejido.
—Tienes que avisarme antes, o de lo contrario te convertiré en un burrito—le dijo él cambiando rápidamente de botón para volver a tumbarla un poco.
¿Eso había sido una broma? Sakura empezó a parpadear confusa. Pero la sensación de haber despertado en una realidad alternativa en la que Itachi Uchiha se pareciese realmente al hombre que ella había imaginado durante años, mientras lo admiraba, estalló en su mente cuando escuchó la alegre voz de la enfermera al entrar en su cuarto.
—¡Ya ha despertado! ¡Fantástico! El buen descanso es garantía de recuperación —dijo con la resolución de una Mary Poppins con pijama blanco—. ¿Ha visto, Itachi? Ya le dije que confiara en mí —añadió tras llamarlo por su nombre de pila y por si eso no fuera suficiente, le guiñó un ojo con picardía—. Su prometido estaba muy preocupado por usted. Tiene mucha suerte, señorita Haruno, porque un hombre tan atento y cariñoso no se encuentra todos los días, se lo digo yo que aquí veo cada cosa… —Esta vez se dirigió a ella, con una mirada tan edulcorada como su gesto. Y en ese mismo momento, tras escuchar aquella última declaración, Sakura supo que había muerto, aunque aquello no parecía el cielo, en absoluto.
