Por supuesto, tras aquella inquietante declaración, se quedó petrificada. Miró a Uchiha y este volvió a sonreírle, ella en respuesta negó con la cabeza. Movimientos cortos y rápidos que la hacían parecer sufridora de algún tic, porque sus cejas se alzaron incrédulas, al tiempo que sus ojos se encogían desconfiados. Empezó a pensar en todas aquellas películas y libros en los que el protagonista despertaba en un mundo cambiado e idílico, para después descubrir que algo muy malo se estaba cociendo, pues eran controladores de mentes, algún tipo de secta. Incluso una realidad falsa creada para dominar a la humanidad, después de una invasión alienígena, justificaba más dos sonrisas de Itachi Uchiha en un solo minuto.
El susodicho y la enfermera, que se dieron cuenta de su expresión contradictoria, se miraron entre ellos con complicidad, lo que no hizo más que alimentar su loca teoría.
—Debe estar hambrienta —repuso la enfermera, buscando rápidamente una explicación a su extraño comportamiento. Como si fuese ella la loca, y no aquellos dos que actuaban de forma extraña.
Con inquietud la vio marcharse por la puerta, dejándola a solas con Uchiha, que no dejó de sonreír a la mujer, encantado.
—Bien, ya se ha marchado —comenzó él cambiando radicalmente el gesto—. Es una mujer agradable y comprometida con su trabajo, pero un poco…
—¿Intensa? —terminó por él—. Y con una imaginación aún mayor que la mía, porque mira que pensar que tú y yo… —Empezó a señalarlos alternativa y repetidamente con un dedo.
—Bueno, eso tengo que explicártelo antes de que vuelva —se apresuró él a interrumpirla, acercándose a la cama, e inclinándose sobre ella en tono confidente. De repente se vio envuelta por su cuerpo masculino, que estaba tan cerca como para dejarla apreciar de nuevo esa combinación de jabón y colonia del día anterior. No había toques de lasaña esta vez, y los echó de menos, con el hambre que tenía. Aun así, cerró los párpados para inhalar aquel delicioso aroma masculino, que la terminó de despertar, haciéndola muy consciente de todo lo que estaba sucediendo.
—He tenido que hacerme pasar por tu prometido.
El momentazo terminó en ese instante y ella lo miró con ojos apabullantemente grandes.
—¿Por qué? —dejó que la pregunta escapara de sus labios, como si aquella fuera la más loca e inverosímil de las ideas.
—Es un poco insultante que la suposición te parezca tan terrorífica, ¿sabes? Pero, en fin, era la única solución. No sé prácticamente nada sobre ti. Llamé a Chiyo como el único familiar tuyo con el que podía contactar, pero no me cogió el teléfono. —Ese hecho pareció molestarle, porque lo vio apretar las mandíbulas—. Y cuando llegamos aquí tenían muchas preguntas que hacerme. También había que firmar formularios de consentimiento, tomar decisiones, dar los datos del seguro y cosas así —dijo sacudiendo la mano—. Además, no me habrían dejado quedarme contigo si les llego a decir que hacía dos horas que te conocía, y que te caíste de las escaleras huyendo de mí, ¿verdad?
Ladeando la cabeza, Sakura tuvo que conceder que, dicho de esa forma, su mentira tenía algo de sentido.
—¿Qué decisiones has tomado? —preguntó ella rápidamente.
Él volvió a sonreír ante su preocupación y la repetición de ese gesto la hizo desviar la mirada, turbada.
—Tranquila, que no he donado tus órganos. —La frase vino acompañada de un ligero gorgojeo que salió de su garganta, grave y redondo, parecido a una risa. Un sonido que la aturdió más y le aceleró inexplicablemente el latido—. Han sido cosas como el tipo de habitación, el especialista… Mi seguro se ha ocupado de todo.
Ella se limitó a asentir.
—Por eso tendrás que seguirme la corriente hasta que salgamos de aquí. — Clavó su mirada en ella, buscando su respuesta. Y Sakura volvió a mover la cabeza afirmativamente, a tan solo unos centímetros de su rostro.
Escucharon las ruedas de un carrito y la vivaracha voz de la enfermera aproximarse canturreando. En el momento en el que puso un pie en la habitación, Itachi terminó de inclinarse sobre ella y depositó de improviso un beso sobre su frente, antes de separarse de la cama.
—¡Oh! ¡Hacen ustedes una pareja tan… tan bonita! —dijo la mujer con entusiasmo.
Ella sin embargo no pudo prestar atención a ni una sola más de sus palabras, concentrada como estaba en sentir el calor que habían dejado esos labios sobre su piel. En su vida un hombre, salvo su padre, le había dado un beso en la frente. Uno de esos besos castos, indulgentes, clementes. Pero el efecto de la presión de aquellos labios llenos, firmes, presionándose contra su piel, marcándola con una huella invisible pero incandescente, provocó ascuas en su vientre.
—¿Has oído, cariño? Un desayuno completo —repitió él las palabras de la enfermera, como si se hubiese percatado de su estado de embobamiento. Esa posibilidad la ruborizó e hizo que forzara una sonrisa complaciente hacia la enfermera, que esperaba algo más de entusiasmo.
—Seguro que está buenísimo —dijo con sinceridad cuando le acercó el carrito y la bandeja por el lateral de la cama. Pero, aunque no mentía, toda el hambre que había sentido hacía unos minutos cuando echó de menos el olor de la lasaña en el cuerpo de Uchiha había desaparecido. Ahora tenía el estómago cerrado a cal y canto, por los nervios.
—Gracias, Shisune, es usted muy amable. No se preocupe, ya me ocupo yo de ayudarla.
La mujer exhaló un suspiro, complacida.
—Lo que yo le decía, atento y cariñoso. No lo deje escapar, señorita Haruno, o se lo quitarán de las manos. —La risita que acompañó al comentario rebotó cantarina por las paredes de la habitación, hasta que se fue con ella por la puerta.
En cuanto la mujer se marchó, la sonrisa de anuncio de su exjefe se difuminó de sus labios devolviéndole parte de su rudeza habitual. Y ella, para su sorpresa, suspiró aliviada. Prefería saber a qué se atenía con él. Porque cuando fingía tanta amabilidad y cortesía la confundía demasiado.
—Bien —dijo Uchiha resolutivo, en apariencia tan aliviado como ella—. ¿Quieres que te levante el respaldo o vemos si puedes incorporarte sin la ayuda de la cama? El doctor dijo que de este tipo de cosas dependía que pudieses salir antes del hospital.
Ella quería marcharse lo antes posible de allí, por lujosa que fuese la habitación y lo amable que fuera el personal, prefería verse en su cama. Y respondió rápidamente.
—Quiero ver si puedo incorporarme.
—Perfecto. Pues vamos a ello —le dijo, y antes de que pudiese intuir su siguiente movimiento, posó una mano en su espalda y le ofreció el otro brazo para que se aferrase a él—. Agárrate con fuerza para tirar, pero no temas si no puedes, yo te estoy sujetando.
Y tanto que la estaba sujetando, sentía cada uno de sus dedos largos, y la palma, clavándose en su piel, sosteniéndola con firmeza y haciendo que se sintiera más segura que nunca. Lo que la llevó a cogerse del brazo que le ofrecía y, tras rodearlo con sus manos pequeñas, tirar de su cuerpo para levantarlo de la cama. El esfuerzo fue titánico, doloroso y agotador, pero se sintió tan satisfecha de haberlo conseguido que sonrió de oreja a oreja.
—Lo has hecho genial, piruleta —le dijo él imitando su gesto. Pero en cuanto la oyó llamarla así, Sakura frunció el ceño y los labios.
—¿Por qué… me llamas… así?
Ver de nuevo el fuego centelleante en sus ojos, fue para Itachi sencillamente revitalizador. En las últimas horas la había visto pasar de un color amarillento y mortecino a ese melocotón, más saludable y alentador. Salvo por las marcas ya moradas de su rostro que eran la prueba alarmante de lo cerca que había estado de no superar la estrepitosa caída. Solo de pensarlo se ponía enfermo. La impotencia y la culpa se abrían en su pecho, desgarrándolo. La vio allí, esperando una respuesta, impacientándose y enfadándose hasta el punto de colorear sus mejillas con aquellas tonalidades de rojo que tanto le gustaban y se limitó a sonreír, para no satisfacerla.
—Está bien, no vas a decírmelo —dijo ella alzando la barbilla, muy digna.
—De momento, no. —Su respuesta pareció confundirla, e imaginaba por qué. Supuso que ella creía que en cuanto saliera del hospital se despedirían, pero él tenía otros planes.
Ignorando su mirada inquisitiva, levantó la tapa de su bandeja y dejó que el aroma de los huevos revueltos, las tostadas, el jamón y el café inundaran la habitación. Volvió a sonreír al escuchar el ruido de sus tripas, en respuesta. Sakura se llevó una mano al estómago, avergonzada, pero como él no hizo ningún comentario, se encogió de hombros y, cogiendo el tenedor, pinchó un pequeño pedazo de huevo. Tras introducirlo en su boca, cerró los ojos con éxtasis y gimió con la cadencia de una gatita ronroneando.
—Mm… —dijo suspirando—. Está delicioso —añadió, tapándose la boca. Itachi dio un par de pasos hacia atrás, buscando la butaca que había ocupado toda la noche y se sentó, consternado con la creciente excitación de su cuerpo. Mientras ella, a punto de la embriaguez culinaria, le narraba el sabor y textura de los huevos, él se recriminó mentalmente estar pensando en ella de esa forma, después de lo que había pasado. Pero cuando Sakura volvió a gemir, tras introducir una segunda porción en su boca, no le quedó más remedio que frotarse el rostro y cambiar de postura cruzando las piernas, mortificado.
¡Maldita sea! ¿Qué demonios le estaba pasando? No era un estúpido adolescente, ni ella la animadora de faldita corta que se contoneaba frente a él en el comedor de la escuela. Era su piruleta de colores. La chica que lo sacaba de quicio con sus juicios precipitados y su necesidad persistente de llevarle la contraria. La que se había colado en su vida, invitada por Chiyo, y aún no sabía con qué fin. Empezó a repetirse las cosas que le molestaban de ella. No quiso recordar lo que había sentido a lo largo de la noche mientras la observaba, ese sentimiento creciente de protección que había anidado en su pecho. Tampoco que había buscado su contacto, tomándole la mano, o cómo había usado la excusa del prometido perfecto para besar su piel, aunque fuese con un beso casto sobre su frente, que le había sabido a tan poco que estuvo tentado de repetir la operación sobre sus labios.
No, no iba a pensar en esas cosas, porque con verla gemir, enardecida, con unos simples huevos revueltos, ya tenía bastante tortura para lo que le restaba de día.
—Deberías probarlos, juraría que tienen una pizca de nata y nuez moscada.—La vio fruncir el ceño—. ¿Tienen nuez moscada en un hospital? — preguntó sin dejar de mirar el plato, imaginó que más para sí misma que para él.
—En esta planta, sí —repuso él con voz más grave de lo normal, solo para hacer que ella lo mirara de nuevo.
Y lo hizo. Enlazó su mirada de color indescifrable con la suya, aderezándola con una sonrisa encantada en los labios que le provocó un pellizco en el estómago.
—Claro, la planta vip —dijo ella asintiendo—. Si este es el desayuno que te sirven, no quiero ni imaginar la comida. Tiene que ser un espectáculo.
—Supongo, pero con suerte te darán el alta antes.
Itachi se sorprendió al ver que aquel comentario mermaba su gesto de felicidad de hacía un momento. Y se preguntó qué le preocuparía.
—He traído tu bolso y tus cosas, mientras dormías. El móvil se había caído al suelo. No sé si funcionará, pero si no lo hace y quieres llamar a alguien, puedes usar el mío —le dijo registrando sus gestos.
—Sí, gracias. Debería llamar a mis padres, aunque no quiero preocuparlos. Están de crucero de aniversario. Llevan años esperando este viaje… —Las últimas palabras las pronunció en un susurro dubitativo.
Itachi no dijo una palabra, solo analizó la sucesión de expresiones de su rostro. Se la veía debatirse entre la necesidad de contar a sus padres lo que le había pasado y la preocupación por estropearles un viaje que con total seguridad finalizarían prematuramente para atenderla.
—¿Y Tenten? —la interrogó recordando la última frase que dijo antes de dormirse.
—¿Tenten?
—Sí, dijiste anoche que tenías que llamarla. ¿Es tu amiga, tu hermana, tu… novia?
Tuvo ganas de golpearse a sí mismo en la frente al pronunciar la última pregunta. ¡Muy bien, Uchiha, eso es sutileza!, se recriminó. Pero ¿qué otra cosa podía hacer para averiguar algo más sobre ella? Tenía que ser alguien importante si había sido la persona que había pensado avisar en una situación de emergencia.
—¡No… no! —se apresuró ella a contestar con los ojos muy abiertos y él, por ridículo que fuera, respiró con alivio—. Bueno, sí —añadió ella inmediatamente, sacudiendo la cabeza. Y él, frunció el ceño—. Que no es mi novia. Es mi amiga, casi mi hermana —terminó por aclarar, tras pasearlo por aquella montaña rusa de incertidumbres.
—Una hermana… —repitió él para cerciorarse.
—Sí, la hermana que nunca tuve y siempre quise tener. Soy hija única — añadió sin saber por qué, pues no veía necesario que compartiesen más información sobre ellos, cuando a lo sumo en unas horas se despedirían.
—Yo también soy hijo único —reveló él, sorprendiéndola. Parpadeó varias veces antes de contestar.
—Entonces me entiendes. Cuando creces solo te das cuenta de la importancia de crear lazos fuertes e inquebrantables con otras personas.
Uchiha resopló cambiando el gesto a otro más sombrío y ácido. Después apoyó las manos en los brazos de la butaca y se levantó para darle la espalda.
—Bueno, eso no siempre funciona. Pero me alegro de que tengas a tu amiga. —Fue hasta el armario de la pared y sacó su bolso de piel. Morado, con flores bordadas en varios tipos de naranja, teja, rojo y amarillo. Lo puso a su lado, en la cama, y tras sacar su teléfono móvil, se lo ofreció—. Se ha rajado la pantalla, pero parece que enciende.
Sakura tomó el aparato y tras poner la yema en el lector vio cómo este se desbloqueaba.
—Sí, funciona —exclamó con una sonrisa.
—Perfecto, te dejaré unos minutos para que puedas hablar con calma.
Estaré fuera por si necesitas algo.
—Claro, gracias —repuso viéndolo ya marchar.
Durante los segundos que duraron los tonos estuvo mirando hacia la puerta, desconcertada, preguntándose si aquel era el mismo hombre del día anterior. ¿Se habría precipitado en sus conclusiones, dándolo por imposible? No pudo encontrar una respuesta porque en ese momento la voz somnolienta de Tenten respondió al teléfono.
—¿Saku? Es muy temprano, ¿estás bien? —preguntó en tono espeso. Para su amiga, que no se regía según el horario oficial, las tres de la tarde podrían ser igualmente horas tempranas, y puso los ojos en blanco.
—No, bueno, ahora sí estoy mejor, pero… —No pudo terminar la frase, porque otra voz femenina entró en escena.
—Tenten, cariño, ¿pasa algo?
Sakura abrió los ojos de par en par. Oyó a su amiga chistar a alguien y luego unas risitas, antes de que esta volviese a la línea tras carraspear.
—¿Cariño? —repitió el inesperado apelativo amoroso—. ¿Estás acompañada? —le preguntó sorprendida. Tenten le había dicho que se iba a pasar el fin de semana en casa, tirada en el sofá, viendo reposiciones de Friends.
—Mm… sí. ¿Recuerdas a Ino?
—¿La enfermera de la feria? ¿La chica que me ayudó cuando me desmayé?
—La misma. La cosa es que la llamé cuando te fuiste. Quedamos para tomar una copa y… Bueno… Una cosa llevó a la otra y ahora vamos en tren de camino a Las Vegas.
—¡Las Vegas! ¡Te has ido a Las Vegas! ¿Con Ino? —las frases salieron de su boca una tras otra, cada vez más alucinada.
Sakura no necesitó ver el rostro de Tenten para saber la mueca jocosa que hacían sus ojos y su boca en ese momento. Así le gustaba vivir la vida a ella, al límite, sin límites. Solo su amiga era capaz de conocer a alguien y a las pocas horas irse con ella de viaje, para disfrutar de una tórrida aventura.
—¡Estás loca! —le dijo sin reproche, tan solo alucinada con su forma de comerse el mundo.
—Lo sé —añadió esta riendo—. Pero, dime, ¿por qué me llamabas? ¿Ya te has cansado de don perfecto? ¿O quieres contarme algún detalle jugoso? Sorpréndeme y dime que te lo has folla…
Sakura sabía cómo terminaba esa frase y dejando caer el teléfono sobre su regazo se tapó los oídos con las manos. Segundos después los destapó.
—¿Has terminado ya de decir cochinadas? —le preguntó.
—No son cochinadas, es la sal de la vida. Yo llevo haciéndolo, no sé… ¿las últimas… doce horas? —la oyó preguntar, con total seguridad a Ino, y cuando la chica rio, supo que no exageraba un ápice.
Resopló.
—No, yo no he estado haciendo eso. —Cerró los ojos con fuerza y se pasó la mano por la frente antes de seguir contestando. No le gustaba mentir, pero tampoco le gustaba ser una carga, y si le decía a Tenten que se había caído por unas escaleras, que la habían escayolado y que no podía moverse, volvería como un rayo y fastidiaría su aventura—. No te llamaba por nada importante, solo quería saber cómo estabas. Ahora que veo que bien, te dejo. Ya hablamos a tu vuelta.
—Como quieras, pelirosa. Y disfruta un poco de estas semanas, que no sea todo trabajo.
—Claro, claro. Un beso —farfulló antes de colgar.
Se quedó unos segundos mirando la habitación vacía. Luego apartó la sábana para ver su pierna inmovilizada de la rodilla para abajo. No sabía en qué estado estaba el resto de su cuerpo, pero al menos en brazos y piernas comprobó bajo el camisón que tenía varios cardenales de aspecto bastante lamentable, tanto como se sentía ella; dolorida, cansada y sin saber cómo se las iba a apañar las siguientes semanas, metida en su piso, un tercero sin ascensor tan pequeño como una caja de zapatos. Y volvió a resoplar con la perspectiva en mente de las peores navidades de su vida.
