Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.

Capítulo 4: Cita

Después de tantos acontecimientos, los días siguientes le parecieron una sucesión de eventos monótonos y tristes: El bucle infinito que incluía el trayecto de casa a la oficina y de la oficina a casa, las largas y tendidas conversaciones telefónicas con su madre, las interminables reuniones de trabajo y las charlas sobre las problemáticas amorosas de sus amigas. Todo convivía dentro una rutina que apenas le dejaba energía para leer las páginas de un libro o ver alguna película por la mitad. Por alguna razón comenzó a fastidiarle de sobremanera el automatismo con el que se estaban dando las cosas.

-Kagome, ¿estás ahí?-

La voz de su amiga la sacó de su trance y la devolvió al presente. La azabache asintió con la cabeza y la muchacha continuó con su historia sin problemas, en medio de la muchedumbre, las luces coloridas y la música fuerte. El interior del establecimiento estaba repleto y compartía muchas de las cualidades que lo volvían uno de sus lugares menos favoritos, pero había ganado por votación de la mayoría. Sus amigas eran clientas regulares, acudían cada fin de semana.

-Es un idiota. Tal vez debería dejarlo. Pero no quiero conseguirme otra pareja a estas alturas de mi vida, sabes? Además… íbamos a ir juntos a la boda de mi hermana.-

Kagome asintió, se volvió a ver su vaso vacío y decidió ir en busca de otro trago para sobrellevar la noche, por lo menos durante algunas horas más.
Ya en la barra, a pocos metros de distancia, pudo distinguir un rostro familiar. Se trataba de aquella chica con la que se reunió en el café, a la que le entregó el disco rígido. No recordaba cómo se llamaba ¿Por qué era tan mala con los nombres?.
La muchacha bebía con otra persona que en un momento determinado se puso de pie y desapareció en medio del gentío. En ese instante, las miradas de ambas se encontraron. La joven la saludó a la distancia y luego caminó hacia ella. Tenía la misma actitud relajada que la última vez. Kagome sintió su rostro arder sin razón alguna.

–Kagome, cierto? Vaya coincidencia.-

Su nombre era Sango. Lo recordó de repente.

-Supongo que Tokio no es tan grande.-

Su interlocutora sonrió y embutió las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero. Luego, clavó sus grandes ojos marrones en ella. -Vienes con compañía?–

-Sí, mi grupo de amigas está por allá. - Le dijo señalando un punto de la lejanía. –También tú?-

-Mi amigo debe estar por allá también, bailando como desaforado.–

La azabache se enderezó un poco y rebuscó entre la multitud con la vista. Sango decodificó el mensaje y añadió. -No es Bankotsu. Vine con Jak, otro amigo.-

Ella se acomodó el flequillo con timidez e hizo una pausa de algunos segundos, preguntándose si debía abrir la boca o no, pero fue Sango quien rompió el silencio.

–Has hablado con él?- Le dijo.

-Para nada. Ni siquiera sé si la información que les conseguí sirvió de algo.-

Estaba en lo cierto, había pasado una semana desde que lo vio. No tenía novedades de él ni de la investigación policial, como si todo se hubiese esfumado. Desconocía qué tipo de jugada estarían tejiendo.

-Así es Bankotsu. Aún debe estar debatiéndose si dejarte entrar o no… Es un tipo obstinado.-

Kagome rodó los ojos. Que la hicieran a un lado la irritaba. Sango sintió un ligero remordimiento por aquello y decidió soltar su porción de información.

-Escucha, lo que conseguiste fue de mucha ayuda, pero no fue suficiente…-

-Por qué no?-

-Necesitamos pruebas que vinculen directamente a Naraku con la malversación de fondos. Gastos descomunales que haya realizado por su cuenta, sumas que no pueda comprobar.. Entiendes? –

-Pero ese tipo de información…-

-Sí, solo alguien muy cercano podría obtenerla.- Completó la muchacha. –Los demás se están devanando los sesos para encontrar un bache por dónde meterse, pero no podemos hacer mucho desde lejos. La policía está investigando y tenemos que andar con cuidado.-

La charla no se extendió mucho más. A los pocos minutos, la pelinegra tuvo que socorrer a su amigo que aparentemente estaba causando disturbios en la pista de baile.

Cuando llegó a su apartamento, Kagome se metió en la bañera para relajarse y despejar la mente, pero fue inútil. Que ese idiota aun estuviera "debatiéndose" dejarla entrar era una estupidez. Luego de encubrirlos, mentirle a la policía y llenarles un disco con información confidencial al parecer aún quedaban dudas sobre sus capacidades?. Y por qué mierda le había enseñado a usar un arma?

Cerró los ojos y se sumergió en el agua. En aquel instante de silencio y vacío absoluto, una idea atravesó su cabeza.

El reloj sonó a la misma hora de siempre, pero ella ya estaba de pie, veinte minutos antes de lo habitual. Se recogió el cabello, se maquilló, eligió un par de zapatos incómodos y se miró al espejo. Llevaba una minifalda ceñida de color negro con un pequeño corte delantero, una camisa blanca y un blazer oscuro haciendo juego. Estaba confiada de que aquella parafernalia tendría éxito.

-Mira y aprende, idiota.- Pronunció al aire mientras pensaba en el moreno.

Cuando llegó a la oficina, desarrolló sus labores de siempre y aguardó al horario del almuerzo. Pasadas las doce, la mayoría de sus compañeros huyeron despavoridos y ella se ofreció a llevar la documentación correspondiente a la oficina de cuentas.
Naraku era el último en el recinto y estaba a punto de salir cuando llegó. Al verla, una ligera sonrisa dejó al descubierto el perfecto blanco de sus dientes.

-Señorita Higurashi, ¿en qué puedo ayudarla?- Le dijo.

La sondeó de arriba abajo sin mucho disimulo. Ella puso su mejor cara de buenos amigos y trató de silenciar sus pensamientos maliciosos. Se había decidido a cumplir con el rol de empleada complaciente para obtener lo que quería.

-Disculpe la intromisión. Le traigo estos documentos de parte de la señora Sakasagami.-

Su jefe se le acercó y recibió el recado. -Gracias por molestarse. – Dejó los papeles en su escritorio y colocó una mano sobre su espalda. –Aún no he almorzado, y usted?-

Ella se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y fingió una sonrisa.

-La verdad es que tengo mucho para redactar. No quiero atrasarme.-

-Por supuesto, trabajo es trabajo.- Lo oyó decir. –Tal vez la próxima...-

Ella asintió, hizo una reverencia y enfiló hacia la salida. Quería hacerlo esperar, pero luego recordó que no contaba con tiempo de sobra. Se dio media vuelta y lo llamó.

–De hecho… hay una cafetería a la que me gusta ir cuando salgo de la oficina.-

Los tres agentes se reunieron alrededor de la mesa y pusieron en común todo lo que tenían hasta el momento. En la superficie había carpetas, fotografías y notas sueltas con información de cada uno de los empleados, gente del personal directivo e incluso algunos familiares cercanos.

-Interrogamos a la señora Sakasagami fuera de la oficina.- Expresó la joven de ojos rojos. –Tenía una coartada comprobable. Además, trabaja en un recinto monitoreado por cámaras junto a otros empleados.-

-Las cámaras pudieron haber sido alteradas. Aún queda material audiovisual por revisar.- Le dijo su jefe mientras revisaba otras cosas. -¿Qué hay del resto de los empleados?-

-Historiales limpios. Ninguno con antecedentes. Tampoco se encontró alguna disputa que haya surgido dentro de la oficina en particular.-

-No todos limpios.- Corrigió Hakudoshi. -Tengo información sobre Kagome Higurashi.-

-La última empleada en la escena?- Preguntó su jefe.

El asintió y Kagura rodó los ojos con desaprobación. Sabía perfectamente a qué se refería.

-Tiene un historial familiar bastante manchado.-

-No podemos aferrarnos a eso. Ella no estuvo involucrada. Ni siquiera era mayor de edad.- Argumentó su compañera.

El joven le extendió un documento un tanto extenso a su jefe, que lo leyó de inmediato.

-Nishio Osawa. Agresión hacia agentes policiales, resistencia a la autoridad, robo con portación de armas…-

-Su padre. La familia se cambió el apellido luego de que su madre se divorciara de él.- Explicó el muchacho. –Un diamante en bruto.-

Kagura suspiró con molestia. No era la primera vez que su compañero operaba a su manera. Casi siempre se salía con la suya y obtenía lo que quería.

-Señor, no es sospechosa por haber tenido un padre delincuente.-

-No descartemos la posibilidad.- Dijo Sesshomaru con seriedad. |

El moreno tomó asiento, dejó su teléfono sobre la mesa y abrió una lata de cerveza. Siempre fantaseaba con que aquellos segundos de relajación duraran para siempre. Bebió un trago en silencio y trató de olvidarse de todos sus pendientes.

-¡Hermano, llegaste antes!- Chilló el dueño de la casa mientras hacía un acto de aparición, con la misma energía de siempre. –¿Cómo entraste?-

-Con la llave que tienes debajo de la alfombra, Jakotsu.- Le dijo de forma cansada.

El muchacho se adentró al departamento junto a Sango y vació las bolsas que traía del mercado. Sacaron otras dos cervezas de la nevera y se sentaron a su lado.
La pelinegra le dio el primer sorbo a su lata y lo miró con desánimo. Hacía tiempo que lo veía así, estresado y abstraído en sus compromisos.

-Sé que no quieres hablar de trabajo a estas horas… pero Renkotsu no paró de preguntar qué vamos a hacer con los Sato.- Comentó.

-Renkotsu es una molestia.-

Sango trató de ignorar su mueca de hastío. Entendía su malhumor, cargaba con mucho peso sobre sus hombros.

–Lo sé, pero quiere saber quién se encargará de recoger...-

-Ya envié a alguien más.- Expresó luego de darle el último trago a su lata.

Ella abrió los ojos. -Alguien más?-

Bankotsu aplastó el recipiente, se puso de pie y fue a la cocina en busca de algo más fuerte para beber.

- Era urgente y ninguno de nosotros podía arriesgarse a ser visto con los Sato.- Dijo mientras abría la nevera.

- Y a quién enviaste?-

La conversación fue interrumpida por el timbre. Jakotsu miró a su amiga con desconcierto, se puso de pie y abrió la puerta. Al otro lado había una chica desconocida que Sango llegó a ver desde lejos.

-Son demasiadas coincidencias o tienes algo que ver con nuestra conversación?- Le dijo la pelinegra curvando los labios. –Jak, ella es Kagome.-

La azabache lo saludó de manera cordial y se adentró en la vivienda. El muchacho frente a ella al sorprendió, estaba bien arreglado, con el cabello recogido y un maquillaje perfecto, que hacía que el suyo se viera insulso. En el antebrazo derecho llevaba el tatuaje de una serpiente.

-Jak, el de los disturbios en la pista de baile?-

-En mi defensa, los hombres de ese lugar son demasiado violentos.- Dijo con aires de inocencia.

Sango revoleó los ojos y la hizo pasar a la sala.

Al llegar y ver al ojiazul allí sentado, el rostro de Kagome cambió. Sus músculos se tensaron y su estómago se revolvió, como si acabase de bajar de una montaña rusa.
Bankotsu la vio entrar en silencio, sacar un sobre de su bolso y dejarlo sobre la mesa con una total falta de delicadeza. Le prestó especial atención a su aspecto; estaba considerablemente arreglada, peinada y maquillada. Parecía otra persona.

-La próxima vez contrata a un cadete, ¿quieres? Tengo mejores cosas que hacer.- Le dijo de forma tajante. Por unos segundos pensó que no lo lograría, estaba a punto de tartamudear.

El moreno sonrió. Hacía rato que no escuchaba sus comentarios llenos de desprecio.

-Gracias, cadete Higurashi.- Le dijo con sarcasmo.

Kagome se colgó el bolso al hombro y dio media vuelta con todas las intenciones de regresar por donde vino, pero Sango la detuvo.

-Espera, por qué no te quedas un rato? Tenemos alcohol de sobra.-

-Si Kagome, hazte amiga.- Alentó Jakotsu. –Beberemos y hablaremos mal de Bank después de algunas copas.-

Ella soltó una ligera risa y se volvió a ver al ojiazul, que parecía ignorarlos. Pensó que un par de copas no le vendrían mal. Cuando aceptó la invitación, la pelinegra fue de inmediato a la cocina para servirle algo.
Jakotsu se preparó un gin tonic tras otro y poco después se dedicó a contar anécdotas ridículas sobre sus citas (que siempre terminaban con alguna pelea o un corazón roto). Sango recapituló sobre todas las veces en las que tuvo que socorrerlo.
El moreno se mantuvo al margen, pero siempre con un oído dentro de la conversación.

-Nadie tiene el historial de citas tan manchado como Jak.-

-No te adelantes Sango! aún no escuchamos el de Kagome.- Expresó el citado mientras recargaba su vaso por tercera vez.

La azabache se enderezó y se acomodó algunos mechones de cabello. –Jamás conocerán historial más limpio que el mío.- Indicó curvando los labios.

Sus interlocutores se echaron a reír. Allí se sintió extrañamente cómoda, como cuando llegaba a una fiesta con pocas expectativas y al final no quería irse.

-Para tener historial primero tendrías que salir con alguien...- Soltó Bankotsu desde el sillón.

Ella lo miró de reojo y suspiró, como si ya lo hubiese pronosticado.

-¿Y tú qué sabes?- Intervino Sango.

-Lo sabe todo sobre mí. Apuesto a que tiene un altar con mi foto en su habitación.- Dijo con saña. El moreno arqueó una ceja. –De hecho, antes de que me llamara como si fuese su secretaria, estaba en una cita.-

Jakotsu saltó de su asiento de forma instantánea. –Una cita? A ciegas? Con alguien de internet? Cuéntanos los detalles sucios!- Su entusiasmo se agudizaba por cada trago que le daba a su bebida.

Ella se acomodó en su silla. - Nada de internet. Fue con alguien del trabajo.-

El ojiazul se puso de pie y sacó una cajetilla de tabaco de su bolsillo. – Felicitaciones, Higurashi. Alguien tuvo las agallas de salir contigo.- Le dijo encarando hacia el balcón.

Sango y Jakotsu huyeron a la cocina para evitar quedar en medio de la batalla. Kagome se dirigió hacia donde estaba con todas las intenciones de iniciar una discusión, pero se volvió al oír un golpe fuerte. Cuando llegó, vio a la pelinegra ayudando a su amigo a levantarse, mientras éste se tambaleaba con el rostro ensangrentado. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.

-¿Que sucedió?-

-Quiso hacer una de sus hazañas y cayó de cara al suelo.- Le dijo Sango mientras utilizaba una servilleta como compresa.

La azabache le pasó algunos paños limpios y corrió al baño en busca de vendas, pero no halló por ninguna parte. Solo encontró una botella de desinfectante de heridas.

-No tienes un botiquín?-

-Olvídalo. No hallaras nada de eso en esta casa.- Le dijo el moreno, recién llegado a la escena. Al parecer, estaban acostumbrados a que aquel tipo de cosas pasaran.

Jakotsu soltó una risa y se quejó del dolor al mismo tiempo.

-Iré a comprar vendas. Tienes que cubrirte eso.- Señaló Kagome.

Sango le dio las llaves del apartamento y le indicó en dónde se encontraba la farmacia más cercana. También le encargó unos analgésicos y una bebida isotónica, para aliviar los síntomas de la borrachera.
La azabache bajó por el ascensor y cuando estaba en la entrada del edificio vio al moreno tras de sí.

-Sé cómo cruzar la calle. No necesito tu ayuda.- Le dijo.

El ojiazul cerró la puerta de entrada y le siguió el paso mientras se enfundaba las manos en los bolsillos.

-Jakotsu es alérgico a ciertos componentes de los analgésicos, no creo que sepas qué comprarle.-

Ella guardó silencio durante el resto del trayecto hasta llegar a la farmacia. Estaba aguantándose las ganas de pelear desde que entró al apartamento por primera vez, pero no era el momento ni el lugar.

Luego de hacer la compra, siguió caminando a una distancia prudencial del moreno, para evitar cualquier molestia y despejar la mente. Aquella noche se sentía más inquieta que nunca con su presencia.
Varios metros más adelante, mientras emprendían la vuelta, un grupo de hombres se le acercó para hacer comentarios desagradables sobre su vestimenta. ¿Era necesario empeorar el escenario de tal forma?
Bankotsu la alcanzó y caminó a su lado antes de que la situación pasara a mayores. Pasó un brazo por su cintura y clavó la mirada en el grupo. Ninguno volvió a decir una palabra.
Ella sintió su corazón acelerarse por unos segundos. No supo si el nerviosismo era a causa del grupo o de la cercanía con él.

-Higurashi, linda falda.- Lo oyó decir en un susurro.

-Ya cállate.-

Él siguió caminando y hablando en tono burlón para hacerla pensar en otra cosa. –Haz de cuenta que soy una de tus citas.-

Aún recargado sobre su hombro, el ojiazul pudo sentir la fragancia dulce que desprendía ella de su cuerpo. Movido por la curiosidad, deslizó la vista por su cuello desnudo y reparó en el collar que traía puesto, que cada tanto tintineaba a causa del movimiento. Sus tacones también resonaban en el asfalto por cada paso que daba. Debía ser una tortura caminar con eso en los pies.

Cuando se desviaron lo suficiente del grupo de idiotas, se apartó unos centímetros y sacó un cigarrillo de su cajetilla. Ella lo atrapó antes de que pudiera encenderlo y lo arrojó a la calle.

–Mis citas no fuman.- Le dijo tajante.

-Vaya tácticas de conquista.-

Kagome revoleó los ojos y se detuvo en medio del camino. -¿Tienes algún problema conmigo… o siempre eres así de molesto con los demás?-

Él se volvió a verla con antipatía. –¿Será porque eres una entrometida? ¿O porque me chantajeaste para que comprara tu silencio?-

-¿Por eso sigues pidiéndome que haga tus recados? Vine hasta aquí porque tú me llamaste.- Se defendió.

–Oh, vamos Higurashi... Quieres formar parte de esto más que nadie.-

-Por lo menos sé lo que quiero.- Le dijo mientras retomaba su camino. -Decídete ya.-

Bankotsu guardó silencio mientras la veía quitarse los zapatos y caminar descalza sobre el pavimento. Su complexión pequeña y frágil no cuadraba en lo absoluto con su actitud feroz. No pudo evitar soltar una risa.

Cuando llegó a la entrada del edificio, Kagome sacó el manojo de llaves del bolsillo del blazer y se las entregó. No recordaba cuál era la indicada.
El lugar estaba en completo silencio. El ojiazul las recibió y trató de disfrutar de aquel mutismo un poco más, mientras su mente procesaba las palabras que le habían pronunciado. Decidir. Eso tenía que hacer.
¿La quería o no dentro del equipo? No supo responder a la preguntaba. Cuando la tenía enfrente se desconcentraba, su mente divagaba hacia cualquier parte. Mientras deliberaba, se quedó viéndole las manos, pequeñas y delicadas. Luego sus hombros, su cabello recogido y su cuello desnudo. También su collar, adornado con el dije de una estrella resplandeciente, que brillaba cada vez que la luz chocaba contra el material.
Se preguntó por qué se había esmerado tanto en arreglarse para su cita.

Kagome lo miró en silencio sin comprender del todo, pero sin hacer preguntas. Parecía encontrarse en medio de algo y no quería interrumpirlo.
Sus ojos azules brillaban bajo la luz de la entrada. Se veían magníficos.

-Qué estás haciendo?- Le dijo finalmente.

-Decidiendo.- Respondió él con total sinceridad.

Kagome tuvo esa sensación de tener un nudo en el estómago una vez más, pero trató de no traducirla en gestos visibles. Tal vez le inquietaba volver a verlo luego de tantos días, porque se desacostumbró. Tal vez había sido una semana difícil. O tal vez había estado molesta, culpando a su trabajo, a su madre y a sus amigas porque en realidad había echado de menos su presencia, porque se lo pasaba bien, porque sentía que su vida era un poco más emocionante, porque le atraía todo el misterio que lo envolvía.
Por unos segundos, imaginó cómo serían las cosas si las diferencias entre ellos no existieran. Sin meditarlo del todo, dio un paso adelante para acortar la distancia que los separaba, se puso en puntas de pie y unió sus labios a los de él. Fueron unos segundos incómodos y extraños hasta que se separó.

-Lo siento, no...-

El moreno, que tardó unos instantes en procesarlo, la besó de vuelta antes de que pudiera terminar de hablar. En esos momentos, la muralla que los dividía se derrumbó.
Se guardó las llaves en el bolsillo y llevó la mano a su nuca, entrelazando su lengua a la de ella, explorando aquello de lo que se había estado perdiendo hasta ahora.
Kagome jaló de su chaleco para atraerlo más hacia su cuerpo. La inquietud y el nudo en el estómago habían desaparecido. Y a decir verdad, le importaba una mierda si la quería fuera del grupo después de eso.

Un celular sonó en ese preciso instante para romper con el ambiente. Bankotsu sacó el aparato de su bolsillo y vio el nombre de su amiga en pantalla. Se había olvidado por completo de Jakotsu.