Capítulo 2: Rehén

¿Asakura?

Anna se esforzó por volver a conectarse a la realidad. Yoh continuaba observándola, esperando a que ella le volviera a dirigir la palabra. Pero era inútil; ella apenas lograba organizar los pensamientos que se formaban en su mente. Entablar una conversación con su secuestrador aún estaba fuera de sus capacidades.

El apellido del muchacho seguía dando vueltas en su cabeza. Lo había oído antes. No había conocido a nadie con ese nombre, sin embargo, recordó haberlo escuchado en la televisión. En los noticieros, específicamente. Su estómago se revolvió.

No podía creerlo. Tenía que ser una pesadilla.

Yoh notó que la rubia parecía palidecer, observándolo directamente a los ojos, con evidente disgusto. Ahí está. Él suspiró, y sonrió casi con vergüenza.

—Nuestra reputación nos precede, ¿eh?

Anna notó que, a pesar de la situación, él se mantenía tranquilo. Odiaba que se encontrara tan sereno, ya que, para Anna, indicaba que no era su primera vez secuestrando a alguien. Al contrario, su sonrisa despreocupada delataba que eso era casi una entretención para él. Aun así, había algo especial en su mirada. Sus ojos decididos evidenciaban que en esta ocasión algo importante estaba en juego.

Anna observó hacia la ventana. Desconocía a qué velocidad iban, pero las imágenes del exterior eran difíciles de identificar. Presionó sus párpados con fuerza, esperando que lo siguiente que vería sería el techo blanco de su habitación, despertando de su sueño. Abrió los ojos, enormemente decepcionada; permanecía sentada en ese auto, mirando a través del vidrio. Apuntada por un arma.

—Horo —escuchó a Yoh hablar, y Anna sintió una presión en el pecho.

Su voz era como veneno.

Había confiado en él. Había sido tan estúpida como para caer directo en su trampa.

—En diez minutos cambiamos de vehículo, en la carretera. ¿Trajiste lo que te pedí?

—Sí, jefe —contestó el conductor.

El chico, "Horo", según lo que Anna habia oído, también era joven, tal vez escasos años mayor que ella. ¿Dos chiquillos insignificantes la habían secuestrado? No. Ella sabía que no. Porque un Asakura jamás podría ser insignificante, al contrario, lo único asociado a ese apellido era el peligro, y la muerte certera a cualquiera que se enfrentara a ellos.

—Muy bien —contestó satisfecho Yoh, sin dejar de mirar a la rubia—. Anna...

Ella no quería voltear a verlo. Era un asqueroso traidor.

—¿Estás bien? —preguntó él preocupado, inclinándose sobre el respaldo de la silla del copiloto.

El conductor comenzó a reír.

—La estás apuntando con un revólver. Claro que no está bien.

—Luce enferma —susurró Yoh, dejando descansar su mentón sobre el asiento—. Creo que va a vomitar.

—Siempre me ha dado asco cuando hacen eso —contestó el otro muchacho, haciendo una mueca de disgusto—. Deberíamos tener bolsas de papel.

—Esto no es un avión, Horo —respondió el castaño, divertido.

Anna tomó el bolso que había llevado desde su hogar, y lo abrazó. Efectivamente, tenía el estómago revuelto. Lo que empeoraba su estado era la ligereza con la cual sus indeseados acompañantes se tomaban el asunto. Para ella no era un chiste. Quería mantener la mente en blanco, para no pensar en lo que podía pasarle en un futuro cercano. Golpes. Violaciones. Torturas. Muerte. Esas eran sus opciones. ¿Debería llorar? No era capaz. Ya se había humillado demasiado al cavar su propia tumba, subiéndose feliz al vehículo de esos criminales. Si esas eran sus últimas horas con vida, tendría que morir con dignidad.

Yoh contempló a la rubia, y leyó con facilidad sus pensamientos. Tenía que sentirse estúpida. Temerosa. Furiosa. Pero si ella supiera que no había tenido elección. Si alguien le hubiese dicho que ella no tenía la culpa y que su suerte había cambiado hace varios días, podría sentir algún tipo de consuelo.

—Suelta ese bolso, y extiende tus manos —le ordenó él, inexpresivo.

La rubia hizo caso y lentamente extendió sus brazos al castaño. Se esforzaba por hacer que sus manos dejaran de temblar, aunque era una tarea muy difícil cuando una bala podía atravesar su cabeza en cualquier minuto. Yoh suspiró, y bajó la pistola con cautela. Al dejar de ser apuntada por el arma, él notó el brillo en los ojos de Anna. Esperanza. ¿En serio pensaba que tendría una oportunidad? Yoh suspiró y, con seriedad, le advirtió:

—Intenta hacer cualquier cosa, y te mato.

La severidad en su voz la hizo sentir más enferma.

Yoh se acercó a ella y, con esposas metálicas en una mano, aprisionó sus muñecas.

—No pareces ser alguien que disfrute recibiendo órdenes —le dijo—, pero si quieres que todo salga bien, tendrás que obedecerme —explicó, encogiendo los hombros.

El sonido de las sirenas de autos policiales que surgió espontáneamente fue ensordecedor. El conductor miró con una amplia sonrisa al castaño.

—Qué bien Yoh, te iba a pedir que pusieras un poco de música.

—Estaba demasiado silencioso ¿no? —rio el castaño, quitando la vista de Anna por primera vez en todo el viaje—. Llegaron justo a tiempo.

El muchacho giró y apoyó su espalda contra el respaldo. Con las esposas puestas, ya no sería necesario vigilar a la rubia.

Anna miró por el vidrio trasero que varias patrullas los seguían. Suspiró aliviada, todo estaba a punto de terminar. Sus secuestradores parecían muy confiados, pero ella sabía que, por mucho que el conductor fuera un experto, nunca podrían quitarse a tantos policías de encima.

Casi desafiando ese pensamiento, notó que la camioneta aceleraba aún más, esquivando los escasos autos que se encontraban en la carretera con brusquedad. Con cada maniobra, Anna se tambaleaba en su asiento, de un lado a otro. Si los nervios le habían dado náuseas, ese paseo interminable no mejoraba la situación.

—Horo —llamó Yoh, señalando un punto más adelante en la carretera que Anna no lograba ver.

—Sí, jefecito.

Ya alcanzando la velocidad máxima, el conductor frenó súbitamente. Anna logró escuchar entre las sirenas un chillido proveniente del vehículo, que derrapaba en el pavimento, dando una vuelta. La rubia chocó con una de las puertas del auto, cerrando los ojos, esperando la muerte que el volcamiento de la camioneta ocasionaría. Sin embargo, cuando el vehículo no se volcó, y ella seguía con vida, no supo si agradecer o maldecir su suerte.

—¡Andando! —exclamó Yoh, mientras él y Horo se bajaban del auto.

La puerta contra la que Anna se había estrellado se abrió. El castaño la tomó desde los brazos, empujándola hasta otro auto que estaba al lado de la carretera. La rubia luchaba inútilmente contra su agarre. Pataleaba, gritaba, agitaba los brazos. Nada surtía efecto.

Ella vio que las patrullas estaban cada vez más cerca. Rogó a los cielos que pudieran intervenir luego. Yoh la forzó a entrar al auto, sentándose con ella en el asiento trasero. Se cerró la puerta, y sintió su corazón agitado latiendo en su pecho con fuerza.

Por favor… pidió, mirando al personal de policía casi encima de ellos.

Observó que, cerca de donde estaba la camioneta en la que había sido trasladada, el antiguo conductor del vehículo corría a través de la carretera, posicionando distintas cajas. Lo vio subirse apresurado a otro auto, idéntico al cual ella había subido.

—Ryu —escuchó decir al castaño, que no la había soltado desde que habían bajado de la camioneta.

—Sí, don Yoh.

Anna había estado demasiado distraída para darse cuenta de que en el asiento del conductor había otro hombre. Mayor que ella, barba incipiente y cabello negro, con un particular peinado.

Pisó el acelerador a fondo. El impulso hizo que la rubia volviera a tambalearse, pero ahora Yoh había actuado como cinturón de seguridad.

—Tápate los oídos —le dijo. Anna lo miró confundida, y él se cubrió el rostro con una mano, sonriendo—. Disculpa, olvidé que estabas esposada.

El muchacho acercó sus manos hacia la cabeza de la chica. Cubrió sus orejas, y miró hacia atrás.

Aún con los oídos tapados, la rubia escuchó una estruendosa explosión. Al igual que Yoh, observó por el vidrio trasero la carretera arder. Entre las llamas, se encontraban las patrullas policiales. No quería ver más. Sacudió la cabeza, logrando que el castaño la soltara, y se inclinó, poniendo su cabeza contra el respaldo del asiento que se encontraba delante de ella.

—No sufra, señorita —el tal Ryu la observaba conmovido, a través del espejo retrovisor—. Si todo sale bien, estará en su casa en pocos días.

—No te distraigas, Ryu —dijo Yoh, llevando una mano al hombro del conductor—. Vista hacia al frente. Podrás platicar todo lo que quieras con Annita si llegamos vivos al avión.

Anna levantó levemente la cabeza, posando sus ojos sobre los suyos.

—¿Dijiste avión?

—Tenemos un largo camino por recorrer —explicó él, suspirando.

Yoh cerró sus ojos, y respiró profundamente. Quería relajarse, y encontrar tranquilidad en medio de ese caos. Como si no estuviese secuestrando a una de las chicas más ricas del país. Como si el auto en el que iba no avanzara a trescientos veinte kilómetros por hora.

Como si su hermano estuviese a salvo.

No podía darse ese lujo. No hasta que Hao no estuviese con él.

Suspiró nuevamente. Anna aún lo miraba, con un desprecio que ya había reconocido en la expresión de otras personas. Lamentó que las cosas no hubiesen resultado como ella deseaba, pero no podía ser de otra forma.

—Escucha… —le dijo, rascándose la cabeza.

De pronto, Yoh notó que aún tenía el cabello sujeto en una coleta, parte de su disfraz como guardaespaldas. Se quitó la liga, dejando caer sus desordenados mechones castaños. Jugueteó con la liga un poco, tratando de ordenar los pensamientos en su mente. ¿Qué le diría a Anna? ¿Encontraría un consuelo para ella?

Mordió en interior de su mejilla. Podría comenzar siendo honesto,

—Lamento haberte engañado —confesó, mirándola por fin a los ojos.

—Creí en ti, Asakura —siseó su apellido, como si fuera el peor insulto que pudiera decirle.

Y era repugnante, la verdad. Las imágenes que había visto en la televisión alguna vez florecieron en su memoria. Una familia rica, y mafiosa. El crimen corría en sus venas. Los miembros de dicha estirpe aprendían a usar un arma antes de caminar. No había oído ese apellido en años, no desde que uno de sus líderes murió.

—Tienes que creer en mí cuando te digo que estés tranquila —Yoh se inclinó levemente, alcanzando la altura de la muchacha—. Puedo mantenerte a salvo, pero tienes que cooperar.

—¡Me secuestraste! —exclamó ella, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas—. ¡Dijiste que me ibas a ayudar, pero me mentiste!

—No soy el único que te ha engañado, Anna —dijo él, soltando un suspiro— De hecho, creo que seré el único que se digne a decirte la verdad, si estás lista para aceptarla.

—No quiero escuchar nada de ti —respondió, moviéndose con dificultad hacia el otro extremo del auto.

La distancia entre ellos seguía siendo escasa, y deseaba alejarse del castaño todo lo que fuera posible. Yoh se atrevió a tomar una mano en el hombro de la rubia, tratando de reconfortarla. Ella, obviamente, la sacudió bruscamente.

—No me toques.

El Asakura negó con la cabeza. ¿Qué podía esperar? Vio que Ryu lo observaba muy interesado por el espejo retrovisor. Cuando el mayor notó que lo habían descubierto, fijó su mirada al frente. Yoh sonrió sutilmente.

—Si no me vas a escuchar, no te importará si converso con Ryu —Yoh miró por el rabillo de ojo a Anna, mientras giraba su cuerpo hacia la ventana de la puerta contraria a la rubia.

—Jefe, usted sabe que siempre es un gusto conversar en medio de una persecución —respondió el conductor, sin quitar la mirada del camino—. Ayuda a romper la tensión en el aire.

—Nada mejor que hablar con los amigos para olvidar los problemas —concordó Yoh, apoyando su mentón en una mano—. Oye Ryu, ¿has escuchado sobre los Kyoyama?

—Muy poco, don Yoh —confesó el hombre, mirando de soslayo a la rubia a través del espejo—. Sé que son multimillonarios, pero no son una familia muy mediática.

—Han logrado mantener un bajo perfil —comentó el castaño, mirando por la ventana—. ¿Te has preguntado cómo lograron adquirir tanto dinero?

—Esfuerzo y trabajo honesto —dijo él.

Segundo después, tanto él como el joven comenzaron a reír. Anna alzó la mirada, ofendida. ¿Qué estaban tratando de hacer?

—Se hacen pasar por hombres de negocios, cuando han obtenido todo a través del tráfico de drogas, armas, sobornos y…

—Basta… —interrumpió la joven, con ojos furiosos.

—Disculpa, Anna —dijo Yoh, aún contemplando la carretera por el vidrio—. No te hablaba a ti.

La rubia sintió su sangre hervir. Sus manos se empuñaron. Nunca la habían tratado así.

—Como te decía, Ryu… Son personas de lo peor. Tuvieron una alianza con la familia Asakura hace muchos años, pero hicieron un trato con las autoridades para que sus propios crímenes quedaran impunes, y los traicionaron.

—¿Qué hicieron, don Yoh?

—Delataron la ubicación del líder del clan Asakura —el muchacho suspiró.

Anhelaba que su propio relato fuese una simple y fantástica historia, pero la realidad era otra.

—Intervinieron su auto, así que, cuando iba camino a un evento social, falleció en un accidente automovilístico. Bueno, eso es lo que intentaron hacerle creer al mundo. Pero lo asesinaron, de eso no hay duda.

—Lo recuerdo —dijo Ryu, dedicándole una breve mirada—. Pobre Mikihisa Asakura.

—Pobre Miki… —susurró Yoh, cuyas palabras estaban llenas de melancolía—. ¿Sabes qué es lo que desprecio de los Kyoyama? —sus ojos viajaron hasta los de la rubia, que lo observaba con incredulidad—. Dieron vuelta la página, como si nada. Disfrutaron de su dinero manchado con sangre, con su falsa e intachable reputación intacta. Amparados por un gobierno corrupto, siguen haciendo sus "negocios" como si nada.

¿De eso se trataba? pensó Anna. ¿La secuestraban por venganza? Era absurdo. Mentiras, se dijo a sí misma, mirando fijamente al castaño. Era un truco para desquiciarla. Para hacerla creer que todo era karma, y que merecía todo lo que le fuese a ocurrir. Su familia era honesta, y había obtenido todo con el sudor de su frente. Reconocía que Yoh había logrado engañarla con facilidad, pero Anna aprendía de sus errores. Él no podría jugar con su mente.

—Ay, jefe. No hay nada peor que las personas ruines que intentan hacerse pasar por gente buena.

—No sólo le mienten a su entorno, sino que también a su propia familia —Yoh enfatizó esa última frase, con una aversión extraña en él—. Cuando no hay nada más importante que la familia.

—Señor Yoh, en tres minutos llegaremos al nuevo punto de encuentro.

—Gracias, Ryu —dijo el castaño, mirando al hombre por el espejo—. Estaba tan concentrado en nuestra conversación que había olvidado nuestro viaje.

Anna sintió que la sangre abandonaba su rostro. Estaban por llegar al avión que Yoh había mencionado anteriormente. ¿A dónde la llevarían? No tenía idea. ¿Qué le harían? Tampoco lo sabía. Los minutos pasaron rápidamente. Se habían alejado de la carretera, encontrándose en una pequeña pista aérea. Aún con la oscuridad, logró identificar algunas avionetas pequeñas y dos aviones privados. Había estado en lugares similares junto a sus tíos y sus padres, pero no reconocía esa pista en específico.

—Vamos a dar otra vuelta —susurró Yoh, ayudándola a bajar del auto.

Cada vez que Anna sentía sus manos sobre ella, le daban ganas de golpearlo. Aun así, sabía que eso no solucionaría nada. Era gente peligrosa y estaban armados. ¿Qué era una bofetada comparada a una bala? Yoh la sujetó desde el antebrazo, justo sobre las esposas, y caminaron juntos hacia uno de los aviones. Anna vio que a su alrededor había otras personas más, conversando entre ellas, paseándose por el lugar con normalidad. Nadie parecía sorprendido de que la llevaran esposada hacia un avión privado, en medio de la noche. Trabajarían con el muchacho, supuso.

Ante los pies de la escalera metálica que conducía hasta el interior del avión, Anna se detuvo. Con la violencia no obtendría nada más que un disparo en la cabeza. Trataría de razonar con el Asakura antes de que el vuelo comenzara, porque en ese momento ya estaría perdida.

—Yoh… —susurró ella, con ojos vidriosos que brillaban en la noche—. Por lo que más quieras, te pido que detengas esta estupidez…

Sin soltarla, miró al suelo. Él era fuerte, no obstante, algo en Anna le hacía sentir vulnerable. Ya había tenido otros prisioneros, pero era la primera vez que trataba de hacerse pasar por el amigo de alguien con el fin de secuestrarlo. Era un maldito. A pesar de que siempre siguió los malos pasos de su familia, la lealtad era muy importante para él, incluso cuando las circunstancias lo habían forzado a recurrir al engaño.

Lo que empeoraba las cosas, es que su rehén no era un enemigo peligroso, listo a dar la vida por sus propios ideales. A quien tenía en frente era una chica asustada, dolida y traicionada.

—No puedo hacerlo —confesó él, sonriendo tristemente—. Si fuera por mí, tú estarías en alguna fiesta en la ciudad, disfrutando de tu noche de libertad. Si fuera por mí, ni siquiera me habría cruzado en tu camino. Pero no es por mí.

Es por él.

Sujetó con más fuerza el brazo de Anna, arrastrándola por las escaleras mientras ella se movía e imploraba que se detuviera.

—¡Basta, Yoh! Mis padres tienen una fortuna, te pagarán lo que quieras. No me hagas esto, por favor…

Subieron al avión, y una muchacha rubia de cabellos largos cerró la puerta.

—Tanto escándalo —dijo, poniendo los ojos en blanco.

—Marion, ¿me harías el favor de llevarla al sector de atrás? —pidió Yoh, peinando con la mano libre su cabello —Voy a contactarme con Ren. Necesito estar solo.

—A tus órdenes, corazón —dijo irónica, agarrando bruscamente del brazo a Anna—. Andado, dulzura.

Yoh le dirigió una mirada seria.

—Recuerda lo que hablamos.

La rubia de ojos verdes bufó molesta.

—Perdón, jefe —siguió sujetando a Anna, ahora con más delicadeza.

Ambas rubias caminaron por el pasillo del avión. Marion corrió unas cortinas y llegaron hasta unos cómodos asientos. Anna nunca había estado tan triste de subir a un avión.

—¿Baño? —preguntó la de ojos verdes. Anna negó con la cabeza—. Muy bien. Tendría que entrar contigo, menos mal que no quieres usarlo.

Anna estudió por un momento a la joven. Era delgada, pocos centímetros más alta que ella. Podría derribarla si tenía suerte. Sintió la lisa y helada textura del metal rozándole un costado.

—No intentes nada —le susurró en el oído.

Obviamente, también tenía un arma. Permitió ser empujada por Marion hacia uno de los asientos, esposándola ahora al apoyabrazos. Los ojos verdes la examinaron por unos segundos.

—Bonita —comentó, sin una pizca de emoción en su voz— Sé buena y estarás en los brazos de tu prometido. Sé traviesa y usaré esa linda carita tuya como máscara.

Marion dejó a Anna, corriendo nuevamente las cortinas que separaban ese sector del avión. Cuando supo que estaba sola, no logró contenerse más. Anna permitió que las lágrimas contenidas brotaran, cayendo por sus mejillas sin control alguno. Sollozaba como no lo había hecho desde que era pequeña. No entendía nada, y tampoco quería entender. No podía creer su mala suerte, ni mucho menos en las palabras de Yoh en su pequeño relato. Habían nombrado a un Ren, además, y a su supuesto prometido. ¿Estarían hablando de Ren Tao? Era imposible. Él venía de una familia poderosa. Su riqueza provenía de múltiples herencias y trabajo honesto, al igual que… al igual que los Kyoyama.

Recordó la risa de Yoh y Ryu, burlándose ante la idea de que su familia fuera honesta. Sabía que no debía creerles, pero de pronto todo cobraba sentido. Sus relaciones tan cercanas a las autoridades. El inagotable dinero. Los misteriosos negocios. Pero simplemente era increíble. Sus padres eran buenas personas. Sus tíos también. ¿Cómo podía haber sido tan ciega? Su cabeza daba vueltas.

Lo más importante, ¿por qué la habían secuestrado? ¿En serio se estaban vengando por lo ocurrido con ese tal Mikihisa? Ella no tenía nada que ver. Era inocente. Ese tipo había sido un criminal, y merecía la muerte que había recibido. Anna sólo era una estudiante, que no tenía idea de cómo funcionaba ese bajo mundo que la había atrapado.

Quería a sus padres. Quería a sus tíos. Su casa. Sus amigos.

Continuó llorando, con rabia, con miedo y con pena. Nunca más confiaría en la sonrisa de un extraño. En una mano extendida. En una mirada profunda. Había aprendido esa lección demasiado tarde.

Las lágrimas se detuvieron. No podía rendirse. Tenía que ser fuerte, y luchar por su vida. Tal vez, si ella le pagaba con la misma moneda a Yoh, recuperaría su libertad. Si era más dócil, y le hacía creer que podía confiar en ella, la dejaría ir. Era un hombre, después de todo. Todos tenían una debilidad fácil de explotar. Y aunque ese pequeño plan podría costarle caro, daría más beneficios que llorar como la tonta que había sido.


Mientras Anna pensaba en los siguientes pasos a seguir, Yoh estaba en otro sector del avión. Respiró profundamente. Era hora de hablar con un viejo amigo.

Le entristecía la forma en la que había cambiado todo entre ellos, pero así es cuando existe una rivalidad familiar de por medio. El Asakura siempre había tenido una facilidad para llevarse bien con la gente, incluso si los padres de dicha persona lo querían muerto. Ren había sido su amigo por varios años, pero a medida que ambos se hacían mayores también crecían las diferencias entre ellos. La situación no se hacía más fácil teniendo a Hao como hermano. Porque, por muy gemelos que fueran, pensaban de una manera muy distinta. Por eso mismo, uno estaba libre, y el otro estaba preso.

Presionó el botón de encendido de la pantalla que tenía frente a él, bebiendo un poco de whisky. Nunca había sido amante del alcohol, pero necesitaría un poco para la conversación que tendría a continuación. Suspiró y se sentó frente a la pantalla, esperando una respuesta. En pocos segundos apareció el rostro de Ren Tao, un joven apuesto, de cabello azul violáceo y mirada penetrante. Vestía con una elegante camisa, y estaba sentado en un sillón aterciopelado con bordes dorados. Al ver a Yoh, sonrió burlonamente.

—Esperaba una llamada tuya, Asakura —dijo él, sonriendo divertido.

—Ya sabes, soy una persona ocupada —contestó Yoh devolviéndole una leve sonrisa, sin embargo, su tono de voz era serio. Tenía que recordar que ya no eran amigos.

—Tu hermano también ha estado ocupado.

El Tao pareció disfrutar al notar que el Asakura reaccionó ante sus palabras, frunciendo los labios brevemente. Continuó hablando, sonriendo aún más.

—Nos ha dado algunos problemas, pero no hay nada que mi equipo no pueda solucionar.

—Yo también tengo a una amiga tuya —dijo el castaño, mientras se dejaba caer en el respaldo de su asiento.

—Curioso, no tengo muchas amigas. —contestó Ren, sin ocultar su interés—. ¿Quién sería esta persona misteriosa?

—Anna Kyoyama, ¿te suena familiar?

El Asakura vio que la expresión presumida del muchacho desaparecía. Yoh esbozó una leve sonrisa, y apoyó su rostro sobre una mano.

—Está conmigo, y muere de ganas por ver a su prometido.

—¿Ella es tu as bajo la manga, Yoh? —preguntó el chino.

El castaño se sintió aún más confiado cuando notó las manos empuñadas de Ren. Su cara de póquer siempre había sido convincente, pero su cuerpo delataba de alguna u otra forma su verdadero sentir.

—Ambos sabemos lo desafortunado que sería si la única heredera de los Kyoyama falleciera —dijo Yoh, llevando a sus labios el vaso con alcohol—. Sobre todo, cuando los Tao son dueños de la compañía de seguridad que su familia ha utilizado desde hace varios años.

El castaño se fijó en que la tensión en los hombros de Ren aumentaba progresivamente con cada palabra. Yoh bebió otro sorbo antes de continuar hablando.

—Si Anna muere, la alianza entre tu clan y los Kyoyama se haría cenizas. Y, como eres responsable de su seguridad, el panorama no sería muy favorable para ti.

—Si le haces algo, tu hermano está muerto —amenazó el de mirada dorada.

—Si le haces algo a mi hermano, ella muere —contestó Yoh, como si fuera lo más lógico del mundo.

Ambos se miraban desafiantes. Ren tenía a su hermano, la persona más importante para Yoh en ese momento. Yoh tenía a Anna, la pieza faltante para el ascenso de los Tao como el clan más poderoso.

—Te he subestimado, Yoh —admitió Ren, cruzando los brazos—. Creí que tendría que cuidar mis espaldas de Hao, pero tú no te quedas atrás. Sin embargo, sabes que si algo le ocurre a Anna te buscarán hasta matarte. ¿Arriesgas tanto por el imbécil de tu hermano?

—Harías lo mismo por Jun —dijo Yoh, bebiendo otro sorbo de alcohol—. Es decir, capturaste a mi hermano sólo por tener sexo con ella…

—¡TE CALLAS O LO MATO AHORA MISMO!

—Tan efusivo como siempre, Ren —rio Yoh, mirando el vaso de vidrio que tenía en sus manos. Comenzó a balancearlo levemente, viendo los hielos en él moverse de un lado a otro—. Dime, ¿sabes dónde está Jun? —no necesitó observar al chico para saber que su rostro expresaba incredulidad—. ¿Te digo dónde está?

—No le harías nada —dijo entre dientes.

—Puedo hacerlo —Yoh dejó de lado el vaso, para enviarle una mirada desinteresada al muchacho—. Tú te llevaste a mi hermano primero.

—Basta de sandeces —Ren se inclinó sobre su silla, juntando sus dos manos. —El domingo. En territorio neutro.

—Los Diethel están en su base de Kioto —contestó el castaño.

—Bien. Iremos a saludarlo —contestó el chino, cruzando los brazos—. No le hagas daño a mi prometida y yo no seguiré jugando con tu hermano.

—Me alegra haber llegado a un acuerdo, Ren.

—Puedes irte al demonio, Yoh.

La imagen del chino desapareció. El castaño suspiró, y masajeó su sien. Odiaba involucrarse en conflictos tan innecesarios, pero haría cualquier cosa por su gemelo.

Como lo había previsto, ese sería un fin de semana muy interesante.


¡Hola a todos! Les agradezco muchísimo por leer mi historia. Estaba entusiasmada por actualizar luego, así que aproveché la inspiración para escribir otro capítulo. Este es un territorio completamente nuevo para mí, hasta ahora sólo he publicado dos dramas adolescentes, por lo cual espero que les agrade el resultado. Muchísimas gracias por sus comentarios y sus palabras de aliento. Me motivan montones para seguir escribiendo. Les deseo una hermosísima semana.

Gracias especiales a Sanabi, Chica Agaporni, Giropenki, Tuinevitableanto, Muyr, Wino4ever y la visita anónima por sus comentarios. Me alegra saber que les ha gustado hasta ahora.

¡Saludos!