Ok, juro solemnemente que este es el último capítulo de la semana. Pero he estado demasiado entretenida escribiendo. Decidí que me alejaré un poco de las pantallas (por el aislamiento social he forzado mucho mi vista estos últimos días), espero volver antes del próximo viernes con otro capítulo.
Muchísimas gracias a Sanabi, Chica Agaporni, Giropenki, Tuinevitableanto, Muyr, Wino4ever, Annasak2, Clau Asakura K, Corben 27, Lolipop y a los invitados anónimos que hasta ahora han disfrutado de la historia. Me alegra demasiado saber que les ha gustado, y me halaga mucho que, entre ustedes, varios escritores que admiro me han dado cumplidos. ¡Soy fan de ustedes, en serio! Se los haré saber de forma personal en algún momento jajaja pero me revitaliza el amor en esta comunidad.
Gracias, por supuesto, a todos los lectores. Espero que estén bien con la situación extraña que vivimos a nivel mundial. Cuídense y manténganse a salvo.
Ok, demasiado blablabla. ¡Adiosín!
Capítulo 4: Rabbit hole
Anna despertó. A pesar de la comodidad de la cama y la suavidad de las sábanas que la envolvían, su sueño no había sido conciliador. Había despertado innumerables veces durante la noche, siempre con el pulso acelerado. Cada vez que abría los ojos desconocía la habitación en la que estaba, sufriendo cuando lograba orientarse por fin. Recordar cómo había llegado a ese lugar le daba náuseas.
La luz del día se filtraba por las ventanas, forzándola a sentarse sobre el colchón, indecisa sobré qué hacer a continuación. ¿Tendría la opción de quedarse en la habitación todo el día? No tenía la menor intención de compartir con el resto de las personas que la rodeaban. Mucho menos con su captor.
Suspiró enfadada, pensando en los sucesos de la noche anterior. Él había descubierto sus intenciones, rechazándola con facilidad. No creyó sentirse tan defraudada ante ese resultado insatisfactorio. Anna siempre salía acompañada y protegida, pero eso no impedía las miradas interesadas de otros jóvenes. Sabía que era atractiva, el mismo Asakura le había dicho que era hermosa. Aun así, la dejó parada en la soledad de la habitación, sintiéndose como una estúpida, para variar.
Esa fue la última vez, pensó ella, levantándose de la cama. Caminó por la habitación, observando el exterior a través de la ventana. Se apoyó sobre el marco, pensativa. Los jardines que rodeaban la mansión eran magníficos. Incluso aún más bellos que los de su propio hogar.
Se arrepentía enormemente de haber permitido que la arrastraran hasta Kioto. Extrañaba su propia habitación, su casa, y a sus tíos. ¿Habrían interrumpido su viaje para volver a ella? Los conocía bien, y apostaría que estarían moviendo cielo, mar y tierra para encontrarla.
Giró al sentir a alguien tocando la puerta. Sus latidos se dispararon.
—¿Quién es? —preguntó ella, con desconfianza. Permaneció quieta, sin moverse de su lugar.
—Soy Meene. Le traigo ropa nueva y útiles de aseo. —La rubia suspiró, pero su cuerpo aún se mantenía tenso. —¿Me permite pasar?
—Adelante —dijo Anna, cruzando los brazos. Le llamaba la atención que ser secuestrada incluyera servicio a la habitación.
La mujer, de cabello corto y castaño claro, abrió la puerta con dificultad. Llevaba en sus brazos una gran caja, blanca con diseños dorados, cubierta con un listón.
—Buenos días, señorita Anna. Esperamos que haya pasado una buena noche. Le traigo una cortesía de Lyserg Diethel.
La rubia mordió su labio, conteniendo una pequeña sonrisa. El muchacho de ojos verdes era mucho más considerado que su propio captor.
—Gracias —contestó ella, acercándose con lentitud a la recién llegada. Su voz era seria. —Sus regalos casi me hacen olvidar que estoy prisionera aquí.
Meene la observó con una sonrisa compasiva, dejando la caja sobre el colchón de la cama. —Siento que se sienta de esa forma. El señor Diethel insiste en ofrecerle lo mejor a sus invitados. Él insiste en que tome el desayuno con él.
Invitados, pensó la rubia, con ironía. Sobraba tener grilletes para recordarle su condición.
—¿Y si me niego? —preguntó Anna, levantando una ceja. La mujer pareció meditarlo unos segundos, y observó a la rubia casi temerosa.
—No es buena idea negarse a él. —contestó, casi susurrando. Sonrió conmovida ante la expresión derrotada de la muchacha— Disculpe, tengo que irme.
Anna asintió, observando a la mujer yéndose. Cuando cerró la puerta, la rubia se acercó a examinar el contenido de la caja. Desató el absurdo listón, y rogaba que en verdad hubiese un vestido en su interior, y no alguna cabeza cercenada. Había visto varias películas, y no tenía una buena predisposición frente a las cajas misteriosas. Aliviada, encontró distintos útiles de aseo. Agradeció al ver un perfume, dentro de su caja sellada, un cepillo de dientes y un desodorante. Ese mafioso sí era un ángel. Menos sorprendida, descubrió un vestido largo y negro, con mangas y otros detalles de encaje, a juego con unos tacones negros. Observó el vestuario entrecerrando los ojos. El tal Lyserg tenía un buen gusto, no lo podía negar. Algo dramático, y muy formal. Pero era ropa de calidad, muy hermosa.
Finalmente, sintió su cara tornándose roja. ¿Sería la ira, o la vergüenza? No tenía idea, pero tenía que estar loco si pensaba que usaría esa ropa interior.
Había creído que el hombre era más refinado que Yoh, pero al parecer se había equivocado, nuevamente.
Después de haberse aseado y vestido, bajó furiosa por las escaleras. Escuchaba a algunas personas saludarla y haciendo reverencias por los pasillos, pero ignoraba a cada uno de ellos. Hasta que se encontró con el tal Horo, uno de los muchos desgraciados que habían cooperado con Yoh para llevarla hasta ese lugar. Lo reconoció por su cabello celeste, aspecto juvenil y desgarbado. Empuñó las manos, y antes de que él lograra decir una palabra, ella preguntó irritada —¿Dónde está desayunando Diethel?
—Se…señorita Anna —dijo él con nervios, inclinándose levemente en señal de respeto— Oiga, lamento lo de anoche, pero fue el jefe quien…—
—Eres el segundo en mi lista —interrumpió, disgustada. Él la miró confundido, pero no tenía paciencia para dar explicaciones —Busco al dueño de este lugar, ¿sabes dónde está?
—Es mi primera vez aquí, así que no conozco bien el lugar. —contestó el chico, un poco más calmado. —Sugiero que le pregunte a alguien de su personal.
Anna soltó un gruñido. Recordó al muchacho durante la noche anterior. Con su sonrisa confiada, su cara burlona. Divertido a más no poder mientras ella no entendía qué estaba pasando. Ahora lo veía vacilante, esquivando sus ojos. No era tan rudo estando sólo.
—Conduces del asco. —le dijo ella, antes de seguir su camino.
Escuchó al chico lamentarse, pero no tenía tiempo para él. Yoh, Horo, Ryu, Marion, Matty. Esos eran los nombres de las personas que habían conspirado contra ella. Los anotaría en algún lugar, y entregaría el listado a sus padres, para que buscaran justicia. Esa mañana se había agregado Lyserg.
—Señorita Anna —escuchó. Volteó a ver el dueño de la voz. El rubio del día anterior, Marco, hacia una reverencia. —El señor Lyserg se encuentra aquí. Espera su compañía, para…—
—Sí, sí, ya oí eso. —bufó ella, siguiendo al hombre.
Llegaron hasta un jardín, con una bella terraza. Su alrededor estaba adornado con flores y arbustos de distintos tipos. En el centro, una mesa con demasiada comida. Observó a Lyserg sentado, con las piernas cruzadas, leyendo un periódico mientras bebía un té. Al acercarse a él, el muchacho alzó sus verdes ojos, quitando el periódico de su vista.
—Buenos días, Anna —saludó él, señalando con la mano los alimentos sobre la mesa— Te esperaba para comer. Tuve que beber mi té antes, disculpa ser tan descortés, pero se iba a enfri…—
—¿Qué es esto? —preguntó ella, lanzando sobre la mesa la ropa interior. Un sujetador y unas bragas negras, de encaje y transparencias.
—¿No te gustó mi regalo? —preguntó Lyserg, fingiendo sorpresa. Anna notó que su sonrisa alcanzaba sus ojos. Se estaba burlando de ella— Lo siento, quería algo que combinara con el vestido. Mi personal puede conseguirte otra cosa, si lo deseas.
—Es un regalo de mal gusto. —dijo la rubia, notando que Marco corría una silla junto al muchacho, para que ella se sentara.
—Disculpa, no quería ofenderte —sus ojos verdes expresaban arrepentimiento, pero era obvio que estaba muy entretenido. Extendió el periódico, y una mujer vestida de criada lo retiró velozmente de sus manos.
Anna observó al rubio, que aún la esperaba sujetando el respaldo de la silla. Ella se sentó junto a Lyserg, y pudo jurar oír a Marco suspirar aliviado.
—Déjenos —ordenó Lyserg, manteniendo una gentil sonrisa en el rostro. Sin embargo, su voz denotaba la autoridad que forzó al resto del personal a abandonar el lugar.
Anna notó que las personas a su alrededor se retiraban con rapidez. Recordó la expresión de Meene, asustada.
La rubia también tenía sirvientes, que obedecían cualquier orden que les diera. Pero esto era otra cosa. La gente de Lyserg parecía tenerle genuino temor.
La rubia lo observó, mientras bebía de su té, levantando el dedo meñique. Era educado, cortés y atento. Parecía calcular cada movimiento que hacía, actuando con una perfección nata. Pero sus empleados lucían tensos cada vez que él hablaba.
Yoh, por el contrario, tenía un trato mucho más familiar con quienes le servían. Lo oyó más de una vez refiriéndose a alguno de sus secuaces como "amigo". Reía y bromeaba, como si fueran cercanos. Sin embargo, se percibía una relación mutua de respeto.
Anna dirigió una mirada a la ropa interior que Lyserg le había regalado. ¿Qué perversiones pasarían por esa mente?
—Me tomé la libertad de pedir que te sirvieran un capuchino. —habló el de ojos verdes, sirviéndose un trozo de pastel— Espero que no esté muy helado, pero puedo llamar a alguien para que te lo cambie.
—El capuchino está bien —contestó la rubia, observando la bebida sobre la mesa. Bebió un sorbo, y notó que el líquido aún estaba tibio.
—Escuché que ayer no querías comer porque pensaste que la comida estaría envenenada, pero hoy no pareces muy preocupada.
Anna miró la taza en sus manos, y luego a Lyserg. Él sonreía, sin malicia alguna. Pero sus palabras le habían generado una punzada en el estómago. Aun así, se enderezó con actitud altanera sobre su asiento. Estaba cansada de que todos se mofaran de su situación, mostrándose tan vulnerable.
—No puedes hacerme daño —dijo ella confiada, atrayendo la taza nuevamente a sus labios— Soy la heredera de los Kyoyama, después de todo. Además, estamos en territorio neutral.
Él sonrió, casi con orgullo —Es cierto. Pero lo dices como si supieras qué significa.
—Significa que, si algo me pasa, mi familia cazará al responsable hasta que no respire.
Sonaba segura. Tenía que hacerlo, si quería sobrevivir no podía ser débil. Bebió otro sorbo de capuchino y, sin quitarle la mirada a Lyserg, cogió una manzana de la mesa, y le dio un mordisco.
Sus ojos verdes se posaron sobre ella, sorprendidos. —Sí eres una Kyoyama.
—Perdón por la hora —dijo Yoh, acercándose a la mesa. Se notaba que había tomado una ducha recientemente. Su cabello estaba mojado, y la camisa se le pegaba a la piel. Se sentó, frente a Anna, y junto a Lyserg. —Buenos días —saludó, sin mirar a ninguno de sus acompañantes. Su vista estaba fija en una naranja, que cogió sin ceremonia y comenzó a descascarar.
—Me sorprende que hayas bajado a desayunar —comentó Lyserg, mirándolo mientras levantaba una ceja, ante la falta de modales del castaño— Llamé a Meene a buscarte, pero como sé que duermes hasta tarde…
—Tengo que hacer muchas llamadas, y hablar con mucha gente —respondió Yoh, agobiado. Parecía muy concentrado en su fruta, pelándola con lentitud— Ya no puedo descansar tanto como me gustaría. Apesta estar a cargo.
—Yoh Asakura estresado, quién lo diría. —dijo el de ojos verdes, divertido.
Anna miraba en silencio a Yoh. Parecía demasiado concentrado en su naranja, y sus ojos viajaban a Lyserg de vez en cuando. Pero nunca hacia a ella.
La estaba ignorando a propósito.
—Todo es más fácil cuando está Hao —habló el Asakura, dejando la fruta sobre la mesa.
—¿Es Hao tu hermano? —preguntó Anna, atenta a la reacción de Yoh al hablarle directamente. Además, su curiosidad era genuina, ya que el castaño le había revelado que Ren tenía a su hermano preso, pero nunca le había dado su nombre. Lyserg la miró por el rabillo del ojo, y luego a Yoh.
—Creí que ya te lo había dicho —contestó el castaño, rodando la fruta frente a él con una mano —Sí, él es mi hermano.
Lyserg parecía comenzar a perder la paciencia, observando a Yoh jugando con la naranja. Bebió un sorbo de té, cosa que pareció calmarlo un poco —Hao es el actual líder de la familia Asakura. Es el hermano mayor, por lo cual Yoh es el segundo al mando.
Anna asintió, asimilando la información. Supuso que, con el líder preso, Yoh había asumido el poder de su clan de forma absoluta.
—Ya, detén eso —dijo Lyserg, cogiendo la fruta de las manos del castaño.
—Oye, ¡Me la iba a comer! —respondió él, extendiendo su brazo hacia su acompañante.
—Te deberían haber enseñado a no jugar con la comida. —retó el de ojos verdes, dejando la fruta del lado contrario a Yoh. El castaño suspiró, y se sirvió un vaso de jugo.
—¿Por qué razón Ren capturó a tu hermano? —interrogó la rubia. Por primera vez durante ese día, Yoh la miró.
Y luego, casi al instante, dirigió su mirada hacia su vaso de jugo, bebiendo de él, obviando la pregunta.
—Vamos, Yoh —dijo Lyserg, sonriendo divertido— ¿No le has dicho a Anna por qué apresaron a Hao? Es una fantástica historia.
—Exageras —dijo Yoh, buscando entre la obscena cantidad de comida algo para desayunar —¿Ese es un trifle inglés? No pruebo uno desde esa vez en Londres.
—Creo que Anna tiene derecho a saber por qué partió todo esto. —comentó el muchacho, tomando la mano de la rubia con suavidad —¿No es así, querida?
Yoh alzó la vista, fijando sus ojos nuevamente en los de Anna. La misma sensación eléctrica de la noche anterior recorrió el cuerpo de ambos.
—Cogió con alguien con quien no debía. —respondió, de manera seca.
Lyserg rio con gracia, cubriendo su boca con una servilleta. La rubia miró al castaño, que bebía otro sorbo de jugo. Tragó, y dejó el vaso sobre la mesa.
—Ayer te dije que Ren tiene una hermana, Jun —explicó Yoh, contemplando a la rubia que lo escuchaba atenta— Y bueno, es atractiva. Un poco mayor. Y Hao…
—Hao es Hao —comentó Lyserg, poniendo los ojos en blanco— Tenemos muchas reglas, y una de ellas es no tener ese tipo de... relaciones con miembros de otros clanes. No a menos de que vayas a desposarlo. Además, los Tao y los Asakura son rivales hace años.
—Y el idiota de mi hermano se metió con Jun Tao —dijo el castaño, poniendo los ojos en blanco —¿Por qué, de todas las personas con las que podía enredarse, se metió con la hermana de Ren?
—Me extraña que no te haya llegado su cabeza en la correspondencia…
Anna sonrió. Mordió su labio inferior, pero no tuvo éxito para contener la risa. Lyserg e Yoh la miraron extrañados. La rubia rio aún más fuerte, pero no expresaba alegría, sino ironía.
—Espera, espera —dijo ella, aún entre su risa— ¿Te infiltraste en mi casa, me raptaste, mataste personas y me trajiste hasta Kioto porque…— continuó riendo — porque tu hermano se cogió a alguien?
Yoh la contempló, sin saber qué decir. Lyserg notó esta extraña reacción en el Asakura y decidió intervenir —Hemos matado gente por cosas menores. De hecho, es increíble que Ren no haya matado a Hao inmediatamente. Supongo que aún le tiene respeto a la antigua amistad que hubo entre ustedes. —concluyó finalmente, echándole un vistazo al castaño.
La risa de Anna se apagó gradualmente, hasta que exhaló, sin poder creerle a esa gente— Están enfermos. Los dos.
Lyserg sonrió, con amargura —Tendrás que acostumbrarte a todo esto, querida. Sobre todo si te vas a casar con Ren.
—No me voy a casar con nadie —dijo Anna, dándole otro mordisco a la manzana que tenía a su lado.
Yoh soltó una pequeña risa —Tendrás que decírselo mañana, cuando lo veas en persona.
—Se lo diré —contestó la rubia, con mirada desafiante— Estoy ansiosa por verlo. Y estoy aún más emocionada por ver a tu hermano. Necesito agradecerle por todo esto.
El Asakura sonrió. Que enérgica estaba durante las mañanas. —No hay duda de que les caerás bien.
El castaño notaba que Anna parecía adaptarse rápido a la situación. Supuso que cualquier otra persona en su lugar seguiría en estado de shock, pero había visto la determinación en la mirada de la rubia. Sus ojos calculadores, pensando en qué vendría a continuación. Ya no lucía asustada.
Se estaba volviendo peligrosa, y ella aún no se percataba.
¿Y qué más podría esperar? Era una Kyoyama. Perfectos por fuera. Venenosos por dentro. Era inocente de los crímenes de su familia, pero, uniéndose a los Tao, se convertiría en una gran amenaza. Y sabía que su hermano pensaría lo mismo.
Había que acabar con ella. Antes de que ella acabara con él.
—Permiso —dijo Yoh, levantándose de la mesa— Seguiría charlando, pero tengo asuntos que atender —agregó, de mala gana. —Gracias por el desayuno, Lyserg.
—Nos vemos más tarde, Yoh —se despidió el otro muchacho, reverenciando con la cabeza levemente.
Antes de irse, el Asakura identificó un objeto extraño sobre la mesa —¿Y esto? —preguntó divertido, cogiendo la lencería negra que Anna había dejado anteriormente.
—Es mía —respondió la rubia, cruzando los brazos. Se sintió satisfecha al ver que la sonrisa de Yoh se desvanecía sutilmente. Él observó a Lyserg, quien se encogió de hombros.
—Es linda —dijo el castaño, dejando la prenda en donde la encontró. Una duda pasó por su mente, pero prefirió dejarla para más tarde. Necesitaba salir de ahí en ese preciso instante.
Sin decir nada más, caminó hacia el interior de la mansión. Lyserg sonrió al notar que los ojos de Anna lo seguían, disimuladamente.
—Él es un buen chico —dijo él, bebiendo el último resto de té que quedaba. Anna lo miró con incredulidad.
—¿Buen chico? —preguntó, negando con la cabeza —Se deshizo de todos los guardias de mi mansión en quince minutos. Me raptó. Incendió unas patrullas de policía. Hizo todo eso en menos de veinticuatro horas.
—Cualquier otro ya te hubiese matado —contestó Lyserg, sin sorprenderse al notar que la rubia quedaba sin habla— Aunque es verdad lo que dices, es un delincuente después de todo. Él y Hao juntos son imparables.
—Ayer dijo que pocos sabían sobre él —recordó Anna, mirando su plato vacío. Se sirvió un pedazo de pastel, ignorando a Lyserg, que la observaba fascinado— ¿Cómo es que el líder de un clan de mafia pasa desapercibido?
—Al igual que tu familia, Anna —contestó él. La rubia lo miró molesta, pero desvió sus ojos a su postre. Aclararía todo eso con su familia más adelante. Si se mantenía con vida, claro. —Con engaños, amigos poderosos, ingenio, y mucha suerte. La cara visible de los Asakura en Japón era la señora Kino, abuela de Yoh y Hao. Y los herederos conocidos son sus hermanos adoptivos, dos niños pequeños que viven en otro país.
—¿Y sus nombres son…?
Lyserg rio, nuevamente cubriendo su boca con una servilleta —Alto ahí, detective. Sólo los Asakura conocen sus nombres y el país en donde están escondidos. Incluso yo, que conozco a Yoh hace muchos años, sólo sé que son un niño y una niña…—
—De diez y ocho años —completó Anna.
—Exacto —contestó Lyserg, ocultando su asombro con naturalidad. El asunto de los misteriosos y jóvenes Asakura era delicado. Le extrañaba que Yoh hubiese estado ventilando información privada con alguien que apenas conocía. Pero sabía que el mayor punto débil del muchacho era su corazón. De seguro había estado conversando con Anna para lidiar con el remordimiento de haberla secuestrado, después de todo, había roto su burbuja de una vida perfecta con el fin de solucionar un tema familiar.
Mientras Lyserg estaba inmerso en sus reflexiones, Anna intentaba grabar cada detalle de la conversación en su mente. El conocimiento era una herramienta poderosa, y ella estaba comenzando desde la base. Estaba entrando en un nuevo mundo. En el País de las Maravillas, pero con criminales. El conejo blanco era el Asakura, apuntándola con una pistola.
El día pasó con lentitud. Anna paseaba por los jardines, observando el resto de la arquitectura de Kioto sobre los muros que rodeaban el terreno de Diethel. Caminaba sola, pero sabía que estaba siendo vigilada. Al igual que en su hogar, le daban la falsa sensación de libertad. Pero no cabía duda; si intentaba hacer algo, tendría una gran cantidad de gente armada a su alrededor.
Averiguó un par de cosas más a través de Lyserg. Él era de Inglaterra, y se encontraba en Kioto principalmente de vacaciones. Aun así, tenía asuntos pendientes en Japón. Sus padres se encontraban en su país de origen, y él era en único heredero de su clan. A pesar de ser amigos, no tenía una alianza con los Asakura. Eran cordiales, pero no había nada más de por medio. No tenía preferencia ni rivalidades con ninguna de las otras familias mafiosas en el país del sol naciente, por eso su base en Kioto había sido designada como territorio neutro.
También indagó un poco más sobre los Tao. Su casa principal se encontraba en China. Provenían de una dinastía muy antigua, y estaban relacionados a toda actividad ilícita que se pudiese nombrar. A pesar de su riqueza, su apellido nunca había protagonizado alguna noticia de forma pública. Y era sorprendente que hubiesen pasado desapercibidos, ya que eran reconocidos entre la gente de su oficio como un clan cruel, que disfrutaba causando dolor interminable en sus víctimas. Sus enemigos enfrentaban torturas inimaginables, suplicando sus muertes. Ren Tao era el heredero del clan. Se encontraba expandiendo hace varios años su poder en Japón. Su hermana, Jun Tao, solía encontrarse en China, junto al resto de su familia. Fue en un viaje a visitar a su hermano pequeño, que se encontró con Hao. Y el resto de la historia ya la conocía.
Anna se inclinó sobre unas flores, inhalando su dulce aroma. Necesitaba mantenerse cuerda, y con la mente fría. Respiró profundamente, sintiendo una opresión en el pecho. Su vestido negro combinaba perfectamente con el duelo que estaba haciendo por su inocencia perdida. La Anna con típicas ensoñaciones juveniles que estudiaba en la universidad, cuyo único anhelo era obtener la independencia, había muerto.
Sus padres y sus tíos no eran las personas gentiles en quienes confió ciegamente. Ren Tao ya no era el chico guapo con quien querían casarla, era un maldito psicópata. Yoh Maki dejó de ser su nuevo guardaespaldas y se convirtió en Yoh Asakura, un criminal que no dudaba en matar si la vida de un ser querido estaba en juego.
Y la joven Anna Kyoyama era en realidad heredera de una estirpe de asesinos, estafadores y traidores.
Yoh y Lyserg la contemplaban desde una ventana, a varios pisos del suelo. Se encontraban en una sala utilizada para reuniones, con una larga mesa con espacio para varias personas. En ese momento eran los únicos que estaban en el lugar.
—Me hizo muchas preguntas —dijo Lyserg, sin quitarle la vista a la muchacha— Sin ninguna discreción.
—Y tu obviamente le dijiste la verdad —comentó confiado Yoh, sonriéndole a su acompañante.
El inglés asintió —Necesita sentirse en control. ¿Qué consigo con ocultarle información básica?
—Nada —admitió el castaño, dándole la espalda a la ventana. —La subestimé. Es como si en lugar de haber puesto su mundo de cabeza, le dimos un nuevo propósito en la vida. —dijo Yoh, soltando un largo suspiro.
—A penas se case con Tao eres hombre muerto —Lyserg también giró, mirando al interior de la habitación. Si bien había hablado con seriedad, escuchó a Yoh riendo.
—Si ese matrimonio une a los Kyoyama y a los Tao, estaremos todos muertos. —sonreía como si fuera algo anecdótico. —Ren ha dejado pasar muchas oportunidades para matarme a mí y a Hao. Con Anna a su lado, dudo que tengamos opción.
—Los Kyoyama se vengarán por tu incursión, y los Tao eliminarán a la competencia en Japón. —concluyó el de ojos verdes, llevando una mano al hombro de Yoh— El panorama no es favorable, amigo.
—Lo sé, pero hay que ser optimistas —el castaño sonaba alegre, pero no tan convencido de sus propias palabras. Desde que el clan Asakura supo de la unión entre Ren y Anna, se debatía el curso de acción a seguir.
—Tienes que tomar cartas en el asunto. —sugirió su compañero, mirándolo con preocupación.
—Sí, ella es una amenaza —coincidió Yoh, mirando sobre su hombro a través de la ventana. Dicha amenaza continuaba caminando por el jardín, oliendo flores y de vez en cuando mirando al cielo, pensativa.
Lyserg miró al chico, con una expresión de sospecha marcada en el rostro. Con ojos entrecerrados y una sonrisa inquisitiva, preguntó —¿Seguro que no es ella la que te capturó a ti?
Yoh le devolvió la mirada, sonriendo burlonamente —Muy divertido, Lyserg.
—En la mañana estabas algo tenso. —recordó él. —¿Seguro que es por tanto trabajo o…?
—Ella es atractiva, no lo niego —admitió Yoh, jugueteando el botón en la manga de su camisa— Pero su familia es responsable de la muerte de Miki. Y ella será responsable de mi muerte, si permito que se case.
—Los romances prohibidos siempre son los mejores —comentó el de ojos verdes, divertido al ver que las mejillas del castaño se enrojecían. —Si no me crees, pregúntale a Hao.
—Él y Jun no tienen nada —dijo con total seguridad. Conocía a su hermano, y él no era un buen ejemplo en asuntos del amor. Ni en muchas otras cosas, tampoco. —De seguro lo hizo para irritar a Ren.
—Como sea, tienes que resolver ese problema —Lyserg apuntó a la ventana. Yoh no necesitaba mirar para saber a quién se refería.
—Lo haré, pero después del intercambio —contestó, con un tono de voz más serio.
Teniendo a su hermano con él, Anna dejaba de ser indispensable.
Esos pensamientos seguían persiguiendo a Yoh, quien caminaba por los pasillos de la mansión hacia su habitación. Había estado la mayor parte del día atendiendo los asuntos familiares. Sin su hermano mayor, tenía el triple del trabajo que acostumbraba. No le había dado detalles sobre su repentina desaparición al resto del clan; si bien Hao tenía el apoyo de la familia como líder, cuestionaban sus acciones gran parte del tiempo. Le juraron lealtad por ser el primero en línea para heredar el poder, pero eso no impedía que hubiese disputas por la forma en que lideraba.
Además, el pequeño viaje con Anna había puesto a los Kyoyama como locos. Logró comunicarse con uno de sus agentes infiltrados, Amidamaru, quien le relató los horrores que planeaban hacer con Yoh cuando pudieran ponerle las manos encima.
El castaño se rascó la cabeza. Qué problemático.
Notó que Anna caminaba en su dirección, sin muchos ánimos. Al verlo, alzó una ceja y cruzó los brazos.
—Vaya, si es mi secuestrador favorito —dijo, con evidente molestia.
—De todos los rehenes que he tenido, eres la más impertinente. —contestó él, sonriendo, pero sin intenciones de entablar una conversación con la muchacha. Ya estaba frente a su habitación y necesitaba una siesta antes de la cena.
—¿Yo soy la impertinente? —preguntó, ofendida — Eres demasiado insolente.
Yoh la miró extrañado. ¿De verdad había sentido lástima por ella? Que bobo. Debería amordazarla y volver a ponerle las esposas.
Para la próxima vez, pensó él, removiendo cabello rebelde de su rostro. —Veo que siempre estás lista para discutir, pero yo no tengo ganas. —dijo, sonriendo con suficiencia— ¿Recuerdas a Marion? No le agradas, búscala. Ve a divertirte.
Yoh abrió la puerta de su habitación, pero fue detenido por el agarre de la rubia. Miró sobre su hombro que ella lo miraba fijamente, con una mano sujetándolo del brazo. Sonrió divertido. ¿Qué intentaba ahora?
—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad.
—No me des la espalda cuando te hablo —demandó Anna, soltando su brazo. Él levantó una ceja.
—Se te subieron los humos a la cabeza al saber que eres una princesa de la mafia, ¿no? —Yoh cruzó los brazos, sin creerle a la rubia. Era fácilmente veinte centímetros menor que él, delgada y con un rostro angelical. ¿En serio creía que podría intimidarlo? Era fascinante. En el mal sentido de la palabra, si es que había uno.
—Te pido el respeto mínimo que merezco —respondió ella, condescendiente. —Además, estoy aquí por ti. Tienes que soportarme.
—Anna…— masajeó el puente de su nariz. —No funciona así… Yo te traje hasta aquí y luego tengo que entregarte a Ren. Eso es todo.
—Disculpa, Yoh. —la rubia esbozaba una cara de arrepentimiento evidentemente falsa— Es la primera vez que me secuestran, perdona si no entiendo todo.
—Discúlpame a mí si creíste que ser mi rehén significaba llevarte de la mano a todos lados. —ahora Yoh fingía remordimiento, llevando una mano sobre su pecho— Recordaré darte todos los términos y condiciones para la próxima vez que te rapte.
Anna inhaló y abrió la boca, pensando en cómo responder. Se enfureció al ver que su silencio parecía complacer a Yoh, quien sonreía victorioso.
Con esa misma sonrisa, él entró a su habitación y cerró la puerta.
Debes estar bromeando pensó Anna, frente a dicha humillación. Comenzó a tocar la puerta, iracunda —¡No había terminado contigo!
—¡Yo sí! —la rubia escuchó la voz de Yoh desde el otro lado de la puerta. —Déjame dormir.
Anna dejó de golpear. Ese tipo no podía ser un peligroso mafioso. Era un niñato idiota que tenía el valor de insultarla así. Dio media vuelta, lista para irse. No valía la pena.
Pero en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba al interior de la habitación de Yoh, entre la puerta y él, que tenía un revólver en mano. Ella observó el arma, y luego elevó su mirada hasta él, quien lucía más serio que nunca. Sabía que tenía que estar loca para desafiar a alguien como el Asakura, pero sonrió.
—Así que tu paciencia no es tan eterna como parece —susurró ella, gustosa.
Yoh acercó aún más el revólver hacia ella, poniéndolo sobre su hombro —Sabes que puedo halar del gatillo si quiero.
Anna sintió el metal frío a través del encaje de su vestido. Se estremeció ante la sensación, escuchando una vocecita en su mente gritándole que huyera.
—Sí puedes, pero no vas a hacerlo —dijo segura, con sus ojos fijos en él.
El Asakura utilizó su mano libre para llevarla hasta el antebrazo de la rubia. Su mano bajó, rozando su piel suavemente hasta encontrar su muñeca, explorándola por su cara interna con el dedo índice y el cordial.
—Te ves tan serena —susurró Yoh, sonriendo complacido. Su mano se detuvo en un punto específico sobre la piel de Anna— Pero ¿por qué tienes el pulso tan acelerado, Anna?
La confianza de la rubia flaqueó. Yoh lo notó en su mirada; ella luchaba por mantenerse firme. Él conocía muy bien esa sensación, había aprendido a sonreír y a mostrarse sereno. Si cedías ante la muerte, ella te llevaría sin cavilaciones, y no había segundas oportunidades. Lo confirmó cuando ella se atrevió a alzar la mano hasta el arma, cautelosamente y sin dejar de mirarlo. Trataba de convencerlo de que no estaba asustada.
Los dedos de Anna llegaron sin obstáculos hasta el revólver, compartiéndolo por unos segundos con el castaño. Yoh estudiaba su rostro, sin siquiera reaccionar cuando ella tuvo a su completa disposición el arma. Anna esperó a que él la alejara, que diera un paso atrás y le quitara de las manos el objeto metálico, pero sólo continuó mirándola, con una tranquilidad absoluta. En un lento movimiento, la rubia tomó control completo del revólver, y, al igual que él, lo apuntó, esta vez a la cabeza. Él se mantuvo quieto, sujetándola de una muñeca.
Podría dispararle. No tenía idea de cómo hacerlo, pero podría intentar. Sólo tendría que halar del gatillo, ¿no? También podría golpearlo con la empuñadora. Eso era más factible, pero menos letal. Observó a Yoh inclinarse un poco, haciendo que el cañón del revólver estuviese justo sobre la piel de su frente.
Quería dispararle, pero, estúpidamente, no lo hizo. Dejó caer el arma al suelo, lanzándolo a pocos centímetros de distancia. Acto seguido, atrajo a Yoh hacia ella, desde el cuello de su camisa.
—¿De nuevo con esto? —preguntó él, con satisfacción. Sus rostros estaban a escasos centímetros el uno del otro. A diferencia de su último encuentro, Anna podía ver claramente cada rasgo de Yoh. No sólo sus ojos deseosos, sino que también su sonrisa confiada, y un tenue rubor en sus mejillas.
—Estoy aprendiendo —explicó ella en un susurro. Movió el brazo que Yoh había estado sujetando, y se atrevió a pasar una mano por su cabello castaño. Se mordió el labio, sí era guapo.
—Aprendes rápido —contestó Yoh, atrayéndola desde la cintura. Sintió la suave tela del vestido negro que ella estaba usando, el cual fue difícil de ignorar durante el desayuno. Siguió explorando la textura del vestido con una mano. Contempló los detalles del encaje en las mangas, el cuello, el escote…
—¿Te gusta? —preguntó la rubia, disfrutando excesivamente la atención de su captor.
—No tanto como la ropa de encaje que vi en la mañana —admitió Yoh, sintiendo una sensación de calor recorriendo su cuerpo. Recordó la pregunta que no creyó que le haría a Anna, aun así, se decidió— Si no te pusiste la lencería negra, ¿qué estas…?
La rubia lo miró con gracia —Nada —interrumpió ella, aferrándose a la camisa de Yoh con ambas manos —No estoy usando nada.
Notó que la respiración del Asakura se hacía más agitada. Se inclinó sobre ella, acorralándola contra la puerta.
—Aprendes demasiado rápido —susurró él, haciendo énfasis en la segunda palabra. Ya casi no había distancia entre ellos, y su mirada expresaba claramente sus intenciones.
"Cogió con alguien con quien no debía" recordó ella. Habían sido las propias palabras del muchacho. Debía ser una lección de la cual aprender. No meterse con la gente equivocada. No abrazar a la gente equivocada. No besar a la gente equivocada.
A la mierda.
Como si pensaran lo mismo, Yoh la atrajo aún más desde la cintura, juntando el cuerpo de ambos. Anna sintió que su corazón daba un salto, emocionada al sentir la cercanía.
La empujó en un movimiento apasionado, dejando la espalda de la rubia completamente contra la puerta, y el resto de su cuerpo contra el de Yoh.
Ella no quería pensar. No quería arruinarlo.
Solo quería concentrarse en el encanto de los ojos marrones que la observaban, y en la sensación de tener su cuerpo contra el de ella. Puso una mano detrás del cuello de Yoh, acercándolo hasta rozar sus labios, deteniéndose al instante en que sintieron a alguien golpear la puerta.
—¡Señor Yoh! —llamó una voz masculina— Necesitamos su presencia ahora.
Ambos observaron sorprendidos en dirección a la puerta. Anna notó que Yoh inspiraba profundamente, como si fuera a pegar el grito de su vida. Sin embargo, exhaló lenta y tortuosamente.
—Ese fue Horo —susurró sobre ella, y dando un paso hacia atrás. En un segundo, el encanto se había roto— Cuando habla tan formal es porque algo malo ocurre.
Anna había enmudecido. Estaba loca. Había perdido toda la cordura.
Yoh, por el contrario, parecía haber regresado a la realidad en un instante. Lo vio sonreír levemente al notar su camisa arrugada. La que ella había sujetado con fuerza, tratando de aminorar la distancia entre ellos. Comenzó a arreglar su prenda, extendiéndola con las manos, ignorando cómo había llegado a estar así.
La puerta volvió a ser golpeada.
—¡Yoooh! —lo llamó casi en un canturreo— Te necesitamos ahora.
—Ya voy —contestó él, exasperado. Volteó a ver a Anna que seguía sin decir ninguna palabra —Ven —le dijo, extendiendo una mano.
Ella respiró profundamente y cogió la mano de Yoh, quien soltó una pequeña risa.
—Luego te sigo enseñando —dijo divertido, guiñándole un ojo. Se tomó la libertad de esconder un mechón rubio de Anna detrás de su oreja.
La rubia volvió a abrir la boca, sin decir nada.
¿En qué demonios había estaba pensando?
Yoh salió de la habitación, sujetando la mano de Anna con suavidad.
—Jefe, te buscan en… la…—Horo enmudeció al ver que la rubia y el muchacho estaban juntos. Yoh pareció sorprendido al encontrarse con el muchacho aún afuera de la puerta, lo cual era completamente esperable. Pero no estaba pensando bien, claramente. El chico de cabello celeste aclaró su garganta, sin esconder su sonrisa maliciosa— …en la primera planta. Estaban buscando a la señorita Anna también, pero veo que ya la encontró. —agregó, ahogando una risa.
Yoh soltó la mano de la rubia, y en lugar de eso le ofreció el brazo. Ella lo miró confundida, pero el castaño sonrió confiado. Llevar del brazo a una chica era un acto de caballerosidad. Llevarla de la mano parecía algo más íntimo. Anna lo sujetó del brazo y caminaron con Horo detrás de ellos.
—¿Quién me busca y qué quiere? —preguntó el Asakura, caminando con paso firme junto a Anna.
—El señor Lyserg —contestó él, muy entretenido ante la actitud fría de Yoh. Moría de vergüenza, de seguro— No me dijo qué quiere, pero estaba bastante molesto.
Los tres llegaron al primer piso. Notaron que gran cantidad del personal de la mansión se encontraba en el lugar, ordenados en fila mientras Lyserg caminaba con una expresión seria en medio del lugar.
—¿Por qué esa cara, Lyserg? —preguntó Yoh, avanzando hacia el inglés. Al alejarse, Anna soltó su brazo. Contempló intrigada al de ojos verdes, no había visto ese semblante tan mortificante en él antes.
—¿Sabes que llegar antes del tiempo acordado al hogar de alguien es tan maleducado como llegar tarde a una reunión, cierto?
No, pensó Yoh. —Claro —dijo él, rodeando los hombros del muchacho con un brazo, a modo de reconfortarlo —¿Por qué lo preguntas?
—Porque Ren no parece estar al tanto —contestó Lyserg— Ya llegó.
