¡Hola! Espero que estén teniendo una bonita semana. Muchas gracias a todos por leer y por dedicarme sus bonitas palabras. Valoro muchísimo su apoyo, de verdad. Bueno, menos blabla y más acción jajaja
Capítulo 5: Herederos
La tensión lograba sentirse en el ambiente. El tiempo pareció haberse detenido, con todos en el lugar expectantes. El personal del inglés se mantenía estático, esperando recibir alguna orden de su líder. Parecían soldados, formados en fila, decorando las paredes de la primera planta del palacio. Lyserg miraba fijamente a Yoh, con una expresión seria y visible molestia. El Asakura enderezó su postura, y cruzó los brazos, sin decir una palabra.
Ren había llegado.
Anna no sabía cómo sentirse. ¿Debería estar aliviada? La llegada del heredero Tao significaba que, supuestamente, finalizaría su condición de rehén. Como Yoh le había dicho, sería intercambiada por su hermano, dejándola en manos de un nuevo captor. Porque ella comenzaba a comprenderlo, nunca sería libre.
—Dijiste que Ren llegaría mañana —recordó el de ojos verdes, soltando un suspiro—. Aún no hay nada listo para recibirlo.
—¿Te preocupa ser un mal anfitrión? —cuestionó el castaño, con un tono de voz inusualmente neutro.
Anna había escuchado sobre las caras de póquer, pero era la primera vez que notaba a alguien hablar de esa forma. Era más que evidente para ella que el Asakura trataba de enmascarar sus sentimientos. ¿Estaría nervioso por la llegada prematura del muchacho? ¿O sólo calculaba los pasos a seguir a continuación?
Vio a Lyserg negar con la cabeza, en señal de frustración.
—Tiene una caravana de vehículos rodeando su limusina —mencionó el inglés, masajeando su barbilla—. Espero que no quiera acomodar a todo su personal aquí.
—Está claro que llegó antes de lo establecido para tomarnos por sorpresa —concluyó Yoh, rascando detrás de su cuello. Volvió a cruzar los brazos, pero con una postura más relajada—. Cree que lo trajimos a la boca del lobo.
—Que estupidez, él sabe que los Diethel no hacemos eso —dijo Lyserg, ofendido.
—Es Ren, ya lo conoces —contestó Yoh —. Es astuto, y desconfiado. Honestamente, era predecible que hiciera algo así.
El inglés rodó los ojos —Sí, muy predecible.
La rubia observó a Horo caminar hacia Yoh, susurrándole algo al oído. El castaño asintió, y sus ojos se posaron sobre los de Anna. Ella no logró identificar ninguna emoción en su mirada, lo cual fue suficiente para estremecerla. Sintió que su corazón comenzaba a latir cada vez más rápido. No sabía qué esperar, pero tenía que mantenerse tranquila. El muchacho de cabello celeste la alcanzó.
—Señorita Anna —habló Horo, con una mezcla de nervios y emoción—. Será escoltada a la sala de reuniones.
Ella levantó una ceja. —No iré a ningún lado.
Notó que el joven frente a ella se esforzaba por contener su fastidio. No parecía ser una persona muy paciente, ni tampoco alguien a quien le gustaran las formalidades —Señorita Anna —insistió, casi entre dientes—. Primero hay que estar seguros de que los Tao hayan traído con vida a su rehén. Luego…—
—Me quedaré aquí —sentenció ella. Era el colmo que siguieran dándole instrucciones. Además, si era verdad que los Tao buscaban aliarse a su familia, tendrían que protegerla. Los Asakura ya no serían una amenaza para ella. No mientras se encontrase en la mansión de Kioto.
Horo bufó molesto, y giró hacia Yoh, encogiendo los hombros. El Asakura puso los ojos en blanco y se volteó, dando escasos pasos hasta llegar a Anna.
—Tienes que esperar arriba —dijo él, dejando que su máscara inexpresiva desapareciera por unos momentos. Dentro de su seriedad, sus ojos la miraban suplicantes, pero se mantenía estoico.
Parecía extraño que la persona que estaba frente a ella, hablándole fríamente, fuese la misma que estuvo a punto de besarla minutos antes. Pero había comprobado que era tan humano como ella. Había estado a punto de ceder, y, si no los hubiesen interrumpido, ambos se encontrarían en la habitación, envueltos en los brazos del otro.
—Creo que estamos en un punto donde ya no puedes darme más órdenes —respondió Anna, con una sonrisa complacida.
Yoh negó con la cabeza. Era su culpa por haberse mostrado vulnerable a la rubia. Era la primera y última vez que le daba un trato especial a un rehén.
—Horo —habló él, haciendo una señal con la mano al joven que se encontraba cerca de ellos.
—Sí, jefe —contestó con una sonrisa burlona, inquietando a la rubia que lo miraba confundida. El muchacho llevó dos manos a su boca, chiflando agudamente. Anna alzó una ceja, si comprender qué pasaba. Yoh le dio la espalda, e instantáneamente alguien la sujetó de un brazo. La rubia observó a Marion, que se esforzaba por juntar las muñecas de Anna detrás de su espalda mientras ella se sacudía.
—Quieta —masculló la de ojos verdes. Cuando al fin logró mantener ambas manos juntas, Matty se acercó a ellas y esposó a Anna.
Horo las observó, demasiado entretenido, aguantando las ganas de reír —Llévenla a la sala de reuniones.
La pelirroja lo miró incrédula, pero soltó un suspiro y observó a Marion —Tú sujétala de un brazo y yo del otro.
—Serán tres pisos muy largos —dijo la otra chica, mirando divertida a Anna— Pórtese bien, señorita, y no la dejaremos caer por las escaleras.
Sin importar sus protestas, Anna fue llevada por las muchachas a través de los pasillos de la mansión. Antes de perderlos de vista, observó que Lyserg conversaba algo con el Asakura. El chico de ojos verdes lucía menos tenso que cuando lo encontraron, pero se mantenía gravedad en su semblante. Yoh se veía relajado, pero tenía esa expresión indescifrable en su rostro que la desconcertaba. Lo vio alzar una mano, y hacer una señal, juntando su dedo índice con el pulgar, formando un círculo. Instantáneamente, distintas personas emergieron desde las sombras, apuntando sus armas de fuego hacia la gran entrada de la mansión. Lyserg, a su vez, alzó la mano y chasqueó los dedos. Su personal, que se había formado en filas, rodeando el lugar, hizo lo mismo.
Marco, el empleado de Lyserg, caminó hasta su jefe, con quien dialogó brevemente. El muchacho asintió, y el hombre avanzó hasta la puerta principal. Meene se unió a él, y, en perfecta sincronía, abrieron la puerta doble, cada uno de un lado distinto.
Anna no logró ver más. Continuó siendo arrastrada por las muchachas, que iban conversando amenamente y riendo como si estuviesen en un café, poniéndose al día. Subieron hasta un tercer piso, y entraron a una sala con una larga mesa. Notó a dos hombres vestidos de negro de pies a cabeza, parados inmóviles en esquinas de la habitación.
La rubia fue forzada a sentarse en una silla a uno de los extremos de la mesa. Mientras la pelirroja la sujetaba, Marion reacomodaba sus esposas, dejándolas aún más firmes.
—Esto es tan estúpido —dijo Anna, viendo sobre su hombro a la otra rubia continuando con su labor. —¿Creen que soy tan idiota como para intentar de escapar?
Matty rio, apoyando una mano sobre la mesa —El jefe nos advirtió que no nos confiáramos mientras hubiera ventanas en la habitación.
La rubia rodó los ojos. No era como si su plan de huir por la ventana en su propia casa hubiese salido bien.
—Estás lista, Kyoyama —masculló Marion, observándola con los brazos cruzados. —Serás problema de otro, al fin.
—¿Estás emocionada por ver a Hao? —preguntó Matty, dando un pequeño salto para sentarse sobre la mesa. —Espero que no le falta ninguna parte del cuerpo.
—Yo espero que le hayan cortado el miembro —masculló la de ojos verdes, empuñando las manos.
—¡Mari! —exclamó la pelirroja, mirando de reojo al resto de los presentes— No puedes andar diciendo esas cosas de nuestro jefe.
—Se lo merece por andar metido con una Tao— gruñó Marion, sujetando el respaldo de la silla de Anna— Esa escoria china no merece el tiempo de nadie.
—¡Ya cállate! —ordenó la pelirroja, exasperada. Miró a Anna, y se encogió de hombros— Mari no quería faltarle el respeto a su futura familia. Sólo está celosa porque Hao prefirió a Jun. Y no puedo culparlo, tiene un cuerpo envidiable.
—¡No estoy celosa! —gritó Marion, saltando frente a la pelirroja. La muchacha la imitó, brincando hasta bajarse de la mesa.
—Somos empleadas y Hao es nuestro jefe. —explicó la chica, cruzando los brazos— ¡Date cuenta, estúpida!
—¡Cierra la boca! —gritó la de ojos verdes, sacando una pistola de su vestido.
Anna observó a Marion apuntar a la chica con el arma, mientras Matty sacaba un cuchillo y lo llevaba a la garganta de su contrincante de forma amenazante.
—Adelante —le dijo Matty, con una sonrisa en el rostro— Si me disparas, moriré al instante. Si te corto la garganta, me aseguraré de que sea una muerte más lenta de la que te mereces.
—Está bien —masculló la rubia. Dejó la pistola sobre la mesa, al mismo tiempo que la pelirroja dejaba su arma sobre dicha superficie. Ambas se observaron con miradas retadoras por breves segundos, antes de que cada una saltara contra la otra, halándose del cabello.
—Increíble —susurró Anna, viendo a las muchachas arañándose, tironeándose del pelo y lanzándose insultos. ¿Cómo había llegado a parar a manos de esa gente? Parecían unas mocosas malcriadas. Si antes se había sentido tonta por permitir que la secuestraran, conocer a las personas de las cuales su vida dependía empeoraba las cosas.
Vio que las chicas detenían su pelean súbitamente cuando Yoh entró a la habitación. Ambas enderezaron su postura y lo miraron en silencio. Él las miró con sospecha, entrecerrando los ojos.
—¿Todo bien? —preguntó, caminando hacia ellas.
—Excelente, jefe —dijo la pelirroja, viendo a su rival con ojos venenosos.
Él negó con la cabeza, dando una media sonrisa. —Los arañazos en sus rostros dicen otra cosa…
—¡Ella empezó! —exclamó Matty, empujando a Marion.
Yoh soltó un suspiro. Anna podría haber jurado que estaba avergonzado, pero parecía demasiado acostumbrado a las manías de las chicas como para estarlo.
Se sentó junto a Anna y extendió una mano hacia Marion —Las llaves, por favor.
—Como ordenes —dijo la de ojos verdes, entregándole de mala gana un pequeño manojo de llaves—. ¿Algo más, jefe?
—Ren ya viene, ¿serían lindas y harían guardia en la puerta?
Las muchachas intercambiaron miradas despectivas, pero asintieron y caminaron hasta el exterior de la habitación.
—Deberías ponerles un bozal —dijo Anna.
La rubia lo vio frunciendo los labios, intentando no sonreír. El castaño giró en su silla, quedando frente a ella.
—Lyserg está recibiendo a Ren —explicó el muchacho, apoyando su mentón sobre una mano—. Haremos el intercambio aquí.
—No vi a nadie que no portara un arma allá afuera —comentó Anna—, pero dijiste que aquí no podían matarse los unos a los otros.
—Más vale prevenir que curar. —susurró él, desviando la mirada.
Ella lo observó en silencio. Parecía perdido en sus propios pensamientos, demasiado abstraído en su mente.
—Estás muy serio. —dijo ella, haciendo que Yoh sonriera levemente—. Pensé que esto era lo que querías, Asakura.
—Es lo que quiero —afirmó, levantándose de su silla al escuchar pasos aproximándose a la sala en la que estaban.
El castaño se paró detrás de Anna, sujetándola de los brazos, ayudándola a alzarse. —Todo está por terminar —susurró sobre su hombro, erizándole la piel.
Pero Anna tenía la certeza de lo contrario. Este era apenas en inicio.
Entraron dos guardias, vestidos de traje negro y camisas rojas. Al igual que los sujetos que ya se encontraban en la sala, iban armados. Lyserg entró a la habitación, seguido de Ren Tao.
Anna lo reconoció de inmediato. Había visto su rostro en fotografías previamente, pera era muy distinto tenerlo en persona. A pesar de su estatura promedio, era imposible serle indiferente. Desde su cabello azul, peinado de forma particular, hasta su elegante vestimenta y sus anillos decorando sus manos. Todo en él llamaba la atención. Sus ojos ambarinos, casi dorados, se posaron sobre Yoh de forma amenazante. La rubia respiró profundamente. Las fotos no le hacían justicia a ese joven tan imponente. Pero, sabiendo quien era él realmente, no había duda. Era peligroso.
—Yoh Asakura —siseó él, con su mirada fija en el castaño —Lograste arrastrarme a tu estúpido juego. Deberías estar orgulloso de ti mismo.
—Supongo que lo estoy —contestó Yoh, sin soltar a la rubia.
Los ojos de Ren viajaron hacia los de Anna. Caminó hasta ella, con los brazos cruzados detrás de su espalda, inspeccionándola por completo con la vista.
—Así que esta es mi futura esposa —dijo el chino, con una sonrisa satisfecha. —Sabía que eras preciosa, pero verte en persona le quita el aliento a cualquiera.
Anna se esforzó por mantenerse estoica. Pero falló miserablemente. Sonrió con ironía, y alzó una ceja —Lindas palabras, para un asesino.
La sonrisa de Ren desapareció, sobre todo cuando notó que Yoh sonreía complacido.
—Créeme —dijo el de cabello violáceo, irguiéndose altaneramente—. Soy mucho más decente que este imbécil. Yo nunca habría esposado a la futura esposa del líder de otro clan.
—Conoces el protocolo —contestó el castaño, sujetando aún más fuerte a la rubia.
—Mejor que tú—masculló Ren, la vanidad latente en su tono de voz.
Lyserg los observaba a la distancia, con una sonrisa enternecida —Ustedes no cambian.
Los dos lo miraron con cara de pocos amigos. Yoh suspiró, parándose junto a Anna, sus manos firmes sobre sus brazos.
—Por mucho que me gustaría ponerme al día… —dijo, con sus ojos fijándose en Ren—, quiero ver a mi hermano.
El chino sonrió divertido, con malicia obvia en sus dorados ojos. —Me gusta esa actitud, Yoh. Directo al grano, por fin.
Ren chasqueó los dedos, y uno de los guardias de camisa roja hizo un gesto con la mano, observando a través de la puerta abierta. Anna notó a Yoh tensarse a su lado, conteniendo la respiración.
Entró un nuevo guardia, alto, fornido, y ligeramente bronceado. Seguido de él, otro guardia, más joven y delgado, empujaba violentamente a otro chico.
El prisionero tenía una bolsa negra y opaca puesta sobre la cabeza. Vestía con una playera que en algún momento fue blanca. Se encontraba sucia, rasgada y manchada en algunas secciones con lo que parecía ser sangre seca. Sus brazos descubiertos presentaban innumerables moretones. Tenía las muñecas juntas, esposadas detrás de su espalda. Sus pantalones, oscuros y sucios. Descalzo.
A pesar de sus pésimas condiciones, reía histérico.
—Si vas a matarme, Ren…—dijo él, con dificultad. Le faltaba el aire de tanto reírse— Quiero que sepas que valió la pena.
La rubia notó a Yoh exhalar lentamente, relajando los hombros.
Ren, por el contrario, volteó a verlo enfurecido.
—Todo este escándalo por esa basura —masculló, mirándolo con repulsión.
—¡Vamos, Ren! —gritó Hao, de estupendo humor— Antes de morir, quiero que recuerdes que hice a Jun gritar mi nombre.
El chino hizo una señal a los guardias que lo llevaban. El menor le quitó la bolsa de la cabeza al Asakura, dejando caer su largo cabello castaño.
Anna vio su rostro. A pesar del gran moretón que adornaba su ojo izquierdo, y un corte en la mejilla derecha, era idéntico a Yoh.
Es su gemelo pensó, notando al prisionero dejando de reír, observando desconcertado su entorno desconocido. Sus ojos marrones se fijaron en los de su hermano, y luego en los de Anna. Su semblante confundido fue reemplazado por una sonrisa satisfecha, muy distinta a la de Yoh.
Recordó cuando vio por primera vez a Yoh, con su aspecto despreocupado y la gentileza que irradiaba. Había caído fácilmente ante su apariencia bondadosa. Hao era otra historia. Todo en él indicaba que no era una persona de confianza. A pesar de sus heridas, era igual de atractivo que su hermano, pero no había nada de inocencia en él. Su mirada brillaba como fuego.
—Debe ser una broma…—dijo para sí mismo, con incredulidad. Miró a Ren con gracia, y falsa emotividad—. Gracias por la sorpresa. Te besaría, pero no sería apropiado después de haberlo hecho con…—
El Tao chasqueó los dedos, y el guardia más alto de dio un puñetazo en el abdomen al Asakura, provocando que se recogiera sobre sí mismo.
—Acabemos con esto —ordenó Yoh, su voz grave y seria.
Lyserg se acercó a ellos, con una carpeta y una pluma en mano. Le extendió los objetos a Ren, que comenzó a revisar el contenido de la carpeta.
—Es lo mismo de siempre —dijo Lyserg, sonriendo ante la desconfianza del muchacho.
—No nací ayer, Diethel —respondió el Tao, terminando de leer el documento que le había entregado el muchacho. Firmó con la pluma, y le entregó los objetos a Yoh.
El castaño soltó los brazos de la rubia para recibir la carpeta. Apenas echó un vistazo en su interior y firmó rápidamente, devolviéndosela a Lyserg. —Listo.
Su hermano sonrió satisfecho. —¿Y bien? —preguntó, observando a los guardias que lo mantenían bajo su custodia.
Los hombres miraron a Ren, expectantes. El chino puso los ojos en blanco, y asintió con los brazos cruzados. Los guardias se vieron entre sí, con temor marcado en sus semblantes. El más joven sacó unas llaves de su bolsillo, y se puso por detrás de Hao, soltando sus esposas.
—Gracias —dijo él entre dientes, estirando sus brazos. Masajeó sus muñecas, enrojecidas por el uso de los grilletes. Y, suspirando complacido, le dio un puñetazo en la boca a un guardia y una patada al otro. Ambos cayeron al piso adoloridos.
Caminó tranquilamente hasta Yoh, con sangre de uno de los guardias en la mano.
—Un intercambio —comentó, parándose frente a su hermano— Y elegiste a Anna Kyoyama para hacerlo.
—Ren no podría negarse —explicó Yoh, encogiéndose de hombros.
—Fuiste listo —afirmó su gemelo—. Y también muy estúpido. —negó con la cabeza, dando una media sonrisa— ¿Sabes lo que esto significa?
—Sí —respondió a secas.
Ren tiene a alguien preciado para mí. Anna recordó que Yoh había descrito a su hermano de esa forma. El joven había tramado un elaborado plan con tal de salvar a su gemelo. Se había revelado públicamente frente a los Kyoyama. Había raptado a Anna. Había golpeado y eliminado a gente. Todo por él.
Sin embargo, ahí estaban, frente a frente. Sin abrazos, sin lágrimas felices.
Vio a Hao suspirar fastidiado. —Ya entrégale a la chica. —le ordenó, parándose junto a él.
Anna miró a Yoh, que se mantenía a su lado.
—Claro, jefe. —su voz sonaba nuevamente grave, pero denotaba cierto disgusto. Sus ojos se fijaron en los suyos, y sonrió tristemente—. Ven aquí —susurró.
La tomó con suavidad de los brazos, sujetando sus muñecas para abrir sus esposas. Sintió sus manos sobre su piel, recordando el momento en privado que habían pasado juntos previamente. Sabía muy poco de él, y la mayoría de las cosas que conocía sobre Yoh eran negativas. Era un delincuente, un mentiroso. Un asesino.
Pero bastaba con que la tocara para olvidarse de todo.
Cuando Anna sintió que sus manos estaban libres, alzó su mirada al Asakura.
—¿Debería agradecerte? —preguntó ella, masajeando sus muñecas.
—No —respondió él, tomándola del antebrazo.
Ren pareció impacientarse, pisando con un pie rápidamente.
—Ya déjala ir —le ordenó, irritado a más no poder.
La rubia sintió la mano del castaño en su brazo sujetarla con un poco más de fuerza. Por segunda vez en esa misma sala, lo notó contener la respiración. Lo miró, y su semblante serio estaba flaqueando. Como una estrella fugaz, la indecisión lo dominó por breves segundos. Aun así, exhaló y la soltó, dejándola ir hasta su supuesto prometido.
Así nada más, pensó ella, maldiciendo la amargura que crecía en ella. ¿Qué más quería? ¿Un beso de despedida?
Anna se paró junto a Ren, que pasó inmediatamente un brazo sobre sus hombros.
—Me aseguraré de que estés bien —le prometió. Promesas, y promesas.
Ya no valían nada para ella.
Miró a Yoh, que se encontraba frente a ella. La culpa en sus ojos era innegable.
—Bueno… —dijo Hao, abrazando por el cuello a su hermano—, ahora que todos somos amigos, me gustaría comer algo.
Ren bufó molesto —Yo no soy amigo de nadie.
Anna sacudió sus hombros, haciendo que el Tao la soltara. —Tengo que hablar contigo —le dijo, sin una pizca de alegría al conocer finalmente a su futuro esposo—. En privado —agregó, enviándole una mirada venenosa al Asakura que seguía observándola.
—Como desees, querida —contestó Ren, ofreciéndole su brazo caballerosamente. Ella rodó los ojos, pero lo aceptó. Necesitaba salir de ahí rápido.
El Tao hizo una señal, y los cuatro guardias que habían ingresado con él a la sala de reuniones se irguieron. Miró complacido a Anna, cuyos ojos furiosos estaban fijos hacia el frente. No era una chica fácil, eso estaba claro. Caminó junto a su prometida hacia la salida, ansioso por conocer a la futura Tao.
Lyserg suspiró aliviado —Salió bien, ¿no? —preguntó, su gentil sonrisa volviendo a su rostro—. Sólo dos heridos, fue un día glorioso para nosotros.
—Habla por ti —dijo Hao, viendo a los guardias que lo habían custodiado irse junto a Ren y Anna— Esos dos no saben lo que les espera.
—Claro que lo saben —respondió Yoh, cruzando los brazos.
—¿Qué sucede, hermanito? —preguntó su gemelo, divertido. —Sonríe, tu estúpido plan resultó.
Yoh se separó de él, y ya no pudo aguantarlo más.
—Eres un imbécil —le dijo, empujándolo con ambas manos—¿Sabes todo lo que tuve que hacer para que llegaras en una sola pieza?
—¿Disculpa? —preguntó el otro Asakura, riendo con incredulidad— ¡Te pusiste la soga al cuello innecesariamente! Yo lo tenía todo…—
—¿Bajo control? —completó Yoh, señalando el ojo morado en el rostro de su hermano— Perdona si no te creo.
Él inglés los observó con incomodidad. No tenía intenciones de presenciar la escena de los gemelos.
—Me alegra ver esta reunión familiar, pero mejor los dejo para…—
—Alto ahí —ordenó Hao, señalando al de ojos verdes—. Ven aquí, Diethel.
Lyserg suspiró. Sabía que se arrepentiría de obedecer al Asakura, pero había aprendido a que negársele era inútil—. ¿Qué deseas, Hao?
—¿Puedes decirle a Yoh qué ocurrirá gracias a su pequeña hazaña?
—Creo que lo tiene perfectamente claro…
—Anda —dijo Yoh, sentándose agotado en una de las muchas sillas en la sala. —Dale el gusto.
El de ojos verdes suspiró. No hubiese accedido a ser parte del intercambio si hubiese sabido que el drama de los gemelos lo iba a arrastrar consigo.
—Los Kyoyama sabrán de ustedes, y los querrán muertos.
—¿Qué más? —preguntó Hao, mirando con seriedad a su hermano menor.
—La alianza entre los Tao y los Kyoyama se hará más fuerte. Ellos juntos pueden acabar fácilmente con el clan Asakura.
—¿Y eso qué significa?
—Todos los sacrificios que han hecho hasta ahora no habrán valido la pena.
—Exacto, Lyserg —dijo el mayor, observando al inglés con una sonrisa—. Es muy simple, ¿verdad, Yoh?
El aludido miró irritado a su hermano —Hice todo para salvarte el pellejo. Deberías estar agradecido.
—No servirá de nada si terminamos los dos muertos. —dijo Hao, cruzando los brazos sobre su pecho—. Tuviste que haberte olvidado de mí, y hacer lo que te correspondía; ser un líder.
—¿Cómo puedes pedirme eso? —preguntó Yoh, levantándose de su lugar—. Eres mi hermano, no te hubiese dejado a tu suerte.
El mayor llevó una mano a su sien, masajeándola mientras trataba de normalizar su respiración. —Es exactamente por eso que soy yo quien está a cargo. Sigues siendo débil.
—Hubieses hecho lo mismo por mí.
—Pero mucho mejor —afirmó él, sonriendo con sorna. —Hubiese engañado a Ren. Habría raptado a Anna, lo hubiese conducido a una trampa y luego los habría matado a los dos. Pero tú eres incapaz de hacer eso, porque Ren fue tu amigo, y Anna es "inocente".
—Claro que es inocente —contestó Yoh, apoyando sus codos contra la mesa—. Necesitaba un rehén con peso para que Ren accediera al intercambio y te entregara vivo y entero. Anna no tenía idea de que los Kyoyama son mafiosos, ni tampoco sabía que Ren está comprometido con ella.
—Sé por qué la elegiste —respondió su gemelo, volviendo a cruzar sus brazos—. Lo que no entiendo es por qué sigue con vida. No podemos permitir que se case con Ren.
—Lo sé.
Hao observó a su hermano, y vio el conflicto en su mirada. No importaban los años; a pesar de las innumerables lecciones que su familia les había entregado y todo lo aprendido en esa vida del bajo mundo, no lograban cambiar a Yoh. Era irrelevante que se hubiese vuelto un perfecto asesino, carismático y peligroso. Siempre había tenido un punto débil. Su conciencia no le permitía alcanzar su máximo potencial, y eso frustraba enormemente a su gemelo. Porque, sin él, Yoh sería la cabeza de su clan. El mayor de los Asakura suspiró, y haló a su hermano de la camisa, hasta ponerlo de pie frente a él.
—No te daré las gracias —Hao miró a su hermano, y habló con voz grave, pero ojos gentiles—. Sólo porque te demoraste demasiado en sacarme de ahí.
Vio a Yoh sonreír ampliamente, y soltó una breve risa.
—Yo te daría un abrazo —le dijo, dándole una palmada en la espalda—, pero apestas.
Ambos rieron, y notaron a Lyserg carraspear la garganta. Habían olvidado que el chico seguía ahí.
—Si me disculpan —dijo él, divertido ante los rostros iguales que lo miraban con curiosidad—, iré a asegurarme de que todo esté bien allá afuera. Tres clanes en una sola casa generan bastante tensión.
—Y yo necesito un baño —comentó Hao, mirando su atuendo en pésimas condiciones—. No me he aseado ni he comido algo decente en días. Ren fue un pésimo anfitrión.
El menor de los gemelos miró de reojo a su hermano. No entendía muy bien cómo es que caminaba y se desenvolvía con tanta naturalidad. Los golpes y cortes en su cuerpo eran evidencia de no le habían brindado el mejor trato, sin embargo, no le faltaba ninguna extremidad, lo cual era un consuelo. Yoh podría apostar que Hao daba todo de sí para mostrarse fuerte, pero una vez que estuviera sólo esa fachada desaparecería.
—Tendremos que compartir habitación —le dijo Yoh, llevando del hombro a su hermano mientras caminaban hasta el exterior de la sala—. Ren llegó antes de tiempo, así que no tenemos nada listo para ti.
—Tenía la esperanza de pasar una noche a solas con alguna chica linda —se lamentó el mayor, haciendo que su gemelo lo mirara enfadado. Esas mismas costumbres lo habían llevado a ese punto—. ¿Kyoyama, quizás?
—No saldrías vivo de eso —contestó su gemelo, forzando una sonrisa en su rostro.
—Qué lástima que esté con los Tao —dijo el de cabello largo, mirando a su hermano complacido—. Es muy bella, hubiese sido una buena pareja.
—Lo dudo —respondió Yoh, suspirando—. Es terca, mandona y tiene un mal temperamento.
Hao levantó una ceja. —Las más bonitas siempre están locas.
Yoh puso los ojos en blanco. Por supuesto que su hermano sabría de eso.
—No deberíamos quitarle el ojo de encima —sugirió el menor. Su gemelo lo observó con sospecha, con los párpados entreabiertos. Yoh desvió la mirada. Hao lo leía con demasiada facilidad. Tendría que explicarse, para redirigir el pensamiento de su hermano. Era sólo una charla de negocios—. Ella es mucho más lista de lo que parece… Tiene una capacidad para adaptarse muy preocupante.
El mayor suspiró, y dio una media sonrisa.
—Vaya. Si tú, que siempre te tomas todo a la ligera, estás preocupado por una niñata, será cosa seria —se burló Hao, sacudiendo el hombro de su gemelo—. Pero descuida, hermanito, te daré una tarea que terminará con toda esa tensión.
Yoh puso los ojos en blanco. Hao recién había llegado, y ya comenzaba a darle órdenes. Además, tenía esa mala costumbre de tratarlo como si fuera un chiquillo irresponsable. No lo apresaron a él por haber cogido con la hermana de un bando rival, después de todo.
—¿Qué quieres que haga, jefe? —preguntó Yoh, la ironía clara en su voz.
—Es obvio, pequeño —le dijo, sacudiendo el cabello de su hermano. Sus ojos, llenos de malicia, se posaron sobre los de su gemelo—. Necesito que la mates.
