Capítulo 9: Regreso
La rubia cerró la puerta, poniéndole seguro al instante. Contempló su habitación, tan grande y espaciosa, decorada minuciosamente por un equipo dedicado a eso, siguiendo cada una de sus instrucciones. Inhaló profundamente, percibiendo el aroma del desodorante ambiental. No le sorprendió darse cuenta de que su cama se encontraba estirada, y el resto del cuarto había sido ordenado a la perfección mientras ella estuvo fuera. Caminó lentamente, hasta sentarse sobre el borde del colchón.
Ése era su lugar seguro, y él le había quitado eso. No sólo él, todos eran responsables. Anna solía adorar cada detalle en su alcoba, sin embargo, ahora detestaba cada objeto a su alrededor. Cada rincón de esa mansión fue comprado con dinero sucio.
Sujetó con fuerza el borde de la cama, enterrando las uñas en el edredón.
Dejó el aire salir de sus pulmones, en un eterno y doloroso suspiro. Su mirada se desvió hacia la mesa de noche, en donde la luz de la lámpara era lo único que la mantenía alejada de la oscuridad. Observó su teléfono celular, y rio con ironía al recordar lo fácil que había caído en la trampa de Yoh.
Eso no fue una simple caída, fue un derrumbe.
Su cuerpo, su mente, todo su ser se desplomó contra el asfalto, después de haber saltado desde un rascacielos por cuenta propia. Fue tan ingenua y tan estúpida. Aunque, aprendió la lección. Era momento de recoger cada fracción de Anna Kyoyama, y ponerse de pie. Debía dejar de lamentarse y salir de ese agujero de menosprecio. Tenía que salir adelante, e intentar mantenerse cuerda en el camino.
Al día siguiente, se levantó, con una energía que únicamente le otorgaba la ira, y se preparó rápidamente para enfrentarse a lo que el mundo quisiera ofrecerle. Al fin y al cabo, dudaba que su vida diera otro vuelco inesperado. Bajó a desayunar junto a su familia, no en búsqueda de cariño, sino comida. Mentiría al decir que estaba feliz de verlos, porque despertó furiosa. No obstante, permanecería serena. Después de todo, no se mantuvo contemplando sus opciones hasta la madrugada en vano.
Sentados en el comedor, se encontraban sus padres, y sus tíos. Recordó vagamente la noche de su regreso, ignorando cuando su tía y su madre intentaron de hablarle. Era curioso que su tía Eliza lagrimeara frente a su llegada, mientras que su madre sólo se limitó a suspirar, dedicándole una mirada orgullosa.
"Te dije que estaría bien" fueron las palabras que le dedicó a su cuñada. Anna no se extrañó cuando su madre no se puso a lloriquear, porque sabía que la quería, pero nunca fue muy afectuosa. Aun así, la mujer se acercó a ella, y puso su mano sobre su hombro, pero la hija sacudió el brazo y, sin decir nada, caminó hasta su habitación.
—Anna —saludó su madre, levantándose de la silla, con una amplia sonrisa—. ¿Hoy vas a aceptar un abrazo, o vas a ignorarme de nuevo?
La rubia frunció los labios, y se esforzó por sonreír convincentemente.
—Lo siento —la mujer la miró, arqueando una ceja ante el falso arrepentimiento de su hija—. Estaba cansada, sólo quería ir a dormir.
—Esa mueca que tienes por sonrisa no engaña a nadie —su madre negó con la cabeza, y soltó un largo suspiro—. Hans, querido, ¿qué es lo que te dije sobre mantener a Anna al margen durante tanto tiempo? Ni siquiera puede mentir decentemente.
El rubio resopló. Su esposa nunca le daba un descanso.
—Déjala —le pidió, bebiendo un poco más de café—. Tuvo un fin de semana muy duro.
—Es verdad —susurró la mujer, sonriéndole a Anna, casi conmovida—. Sabes que siento mucho lo que pasó. Pero eres mi hija —agregó, tomando a la muchacha de los hombros—, y espero haberte enseñado a sobreponerte a este tipo de situaciones. No por nada llevas mi apellido.
Anna Kyoyama, I. La primera en portar ese nombre, y una de muchas mujeres afortunadas en llevar ese apellido. Alta, delgada, de cabello rubio oscuro. Confiada, segura de sí misma, y algo descarada. Esos eran rasgos que Anna, su única hija, admiraba de ella. Aun así, nunca logró heredar su personalidad extrovertida, alegre, y despreocupada. Mucho menos su sentido del humor.
Anna observó a su madre con el ceño fruncido. Ninguno de sus padres era experto en dar contención emocional en momentos de crisis, pero su madre definitivamente se llevaba el premio a la peor consolando.
—Nada de lo que me enseñaste me preparó para esto —respondió Anna, notando que sus reales sentimientos se filtraban a través de su voz irritada—. Oh, y por si acaso, vine hasta acá por el desayuno, no para conversar con ustedes.
Anna se sentó frente a su padre, quien dirigió su mirada seria a su esposa. La mujer entrecerró los ojos, y retomó el lugar que ocupaba en la silla, cruzando sus piernas.
—¿De dónde habrá salido ese carácter? —preguntó la madre, sonriendo burlonamente.
Su hija inspiró una buena cantidad de aire, reconsiderando comer junto a su familia. Sus tíos la contemplaban en silencio, con genuina preocupación. Eliza cogió la mano de Anna, y le habló con suavidad.
—¿Cómo te encuentras, cariño?
Anna evaluó sus propias emociones, intentando conseguir una respuesta honesta. Algo le decía que su tía había temido bastante por ella, obviamente mucho más que su madre.
—Bien —agradeció que su voz demostró seguridad al hablar.
Su tía sonrió, con los ojos brillantes, mientras que su madre observaba a la distancia, complacida ante su respuesta.
Fausto dejó de lado su taza de té, e hizo un esfuerzo por mostrarse calmado.
—Todos nosotros hablamos por… los recientes eventos que acontecieron. Tal vez sea demasiado pronto —su tío hizo una breve pausa, buscando las palabras para continuar—, pero llegamos al consenso de que lo mejor será instruirte en lecciones de defensa personal.
Anna miró por el rabillo del ojo a cada uno de los presentes, y cargó su espalda contra en respaldo de la silla.
—Cuando quieran tomar decisiones que me involucren, deberían tener la decencia de incluirme en sus reuniones secretas.
Cruzó los brazos, impacientándose frente al silencio de su familia. La rubia suspiró, y bebió un poco de agua antes de hablar.
—Estoy de acuerdo —les dijo, notando que tanto sus tíos como su padre estaban sorprendidos—. De hecho, entre antes empecemos, mejor.
—¿Cuál es el truco? —preguntó su madre, arqueando una ceja.
Por primera vez desde su retorno a casa, Anna sonrió. Esa suspicacia la conocía demasiado bien. Ella misma era así.
—Aceptaré sus lecciones. Aprenderé todo lo necesario para sobrevivir en… —sintió la repulsión jugándole en contra— su mundo. Nuestro mundo. —corrigió, odiando cada segundo— Bajo una condición.
Le hizo gracia el ambiente tenso en el comedor, y la atención con que su familia la escuchaba. En sus mentes, sería muy bueno para ser verdad que Anna estuviese accediendo a todo eso. No obstante, estaban expectantes ante sus términos.
—No tomarán más decisiones por mí —dijo, cruzando las manos sobre la mesa—. Y si acepto casarme con Ren, deben darme más tiempo.
Hans respiró profundamente, su mirada fija en los desafiantes ojos miel de la muchacha.
—Entiendo y acepto la primera parte de tu propuesta, sin embargo…
—Bien —interrumpió la madre, tomando su mentón. Rio internamente, al percibir la desaprobación de su esposo—. Te daremos cuatro meses.
—Un año —impuso la rubia, su rostro inexpresivo.
—Cinco meses.
—Ocho.
—Seis.
—Bien —Anna notó la sorpresa de su madre, cuando no siguió pidiendo más tiempo—. Seis meses.
Hans y Fausto abrieron ligeramente la boca. El líder de los Kyoyama sacudió la cabeza en negación.
—No podemos posponer la fecha de ese matrimonio —explicó el padre, masajeando su sien— Los Tao…
—Los Tao necesitan tanto este vínculo como nosotros —su esposa se reclinó sobre su asiento, con una expresión aburrida en el rostro—. Entenderán que Anna necesita más tiempo. Si no lo hacen, pide ayuda a tus amiguitos Asakura. Parecen ser buenos manipulando a la gente.
Después de esa bofetada verbal, la mujer llevó un vaso a sus labios, vaciando su contenido con habilidad.
Anna disfrutó interiormente su victoria, aun así, algo llamó su atención. Le trastornaba que sus dulces y amables tíos fuesen criminales. Su padre, tan correcto y formal, tampoco seguía el perfil oscuro que ella le asignaría a un delincuente. Sin embargo, con su madre, sencillamente parecía lógico. Llenaba espléndidamente los tacones de la reina de la mafia.
Se preguntó si ella podría hacer lo mismo algún día.
Lo único visible a través de los vidrios del vehículo era el interminable bosque que protegía la base de los Asakura. Izumo era un lugar poco poblado y casi rural, perfecto para esconder la antigua y generosa edificación, entre árboles y templos sintoístas abandonados. La casa Asakura estaba situada en un área de mala fama, rodeada de leyendas sobre espíritus y demonios que habitaban detrás de cada piedra, tronco y río, manteniendo alejadas a las personas por tanta superstición.
—Llegaremos en cinco minutos —anunció Ryu, después de carraspear su garganta.
Los gemelos se habían mantenido inusualmente silenciosos, mirando cada uno por su ventana. El chófer mantuvo la vista puesta en el espejo retrovisor, a la espera de alguna respuesta. Se estremeció cuando los ojos marrones con tintes rojizos del líder del clan lo observaron fijamente.
—¿Quieres que te felicite, por un dato tan obvio?
Iba a su hogar, y conocía a la perfección que estaban por llegar a su destino.
Ryu tragó saliva, para luego sonreír avergonzado.
—No merezco el honor de una felicitación suya, jefe Hao.
El mayor de los Asakura negó con la cabeza. Su gemelo tenía la costumbre de conseguir empleados con habilidades sorprendentes, pero con un carácter que dejaba bastante que desear.
—Gracias, Ryu —habló el menor, mirando por el rabillo del ojo a su hermano—. No te preocupes por Hao. Está molesto porque quería descansar, pero el trabajo nos siguió hasta Izumo.
—Será mejor así —contestó el de cabello largo, apoyando su mentón sobre una mano—. Finiquitemos cada asunto que haya quedado pendiente cuanto antes. Un líder debe ser eficiente, después de todo.
Yoh sonrió con ironía. Lindas palabras, para alguien que perdió tiempo valioso encerrado en un calabozo. Decidió omitir cualquier comentario, ya que sabía que no valdría la pena molestar a su gemelo cuando ya estaba irritado.
Llegaron a la mansión, una espléndida casa tradicional japonesa. Con cada paso que los Asakura daban, el personal del lugar hacía una reverencia en señal de respeto. Había sido así desde que los gemelos asumieron el mando de su clan, inmediatamente después de la muerte de su padre. Para ese entonces, ambos tenían diecinueve años recién cumplidos, edad más que suficiente para hacerse cargo de la asociación familiar y todos sus negocios.
—Señor Hao —saludó una joven de cabello largo y azul, vestida con un kimono negro —Y joven Yoh —agregó, una sonrisa burlona obvia en el rostro.
El menor puso los ojos en blanco, mientras que Hao sonreía satisfecho.
—Te extrañé en Kyoto, Kanna —comentó el mayor, cruzando sus brazos—. Sabes que Mattise y Phauna se descontrolan si no estás ahí.
—Es lo mismo que le dije a su hermano —explicó ella, dirigiendo el desagrado en su voz a Yoh—, pero él insistió en que necesitaba ojos en la región.
—Y ya comprobamos que fue una buena decisión —recordó el castaño de cabello corto, guardando sus manos en los bolsillos de sus pantalones, complacido cuando la muchacha resopló.
—Ahora mismo arreglaremos ese tema —relató Hao, su semblante serio contrastando con su maliciosa sonrisa.
Ambos continuaron caminando, hasta que llegaron a salón resguardado por más guardias. Yoh alzó una ceja, mirando intrigado a su hermano.
—¿Por qué querrían tanta seguridad de repente? —cuestionó, viendo a su hermano hacerle una señal a los agentes de seguridad para que los dejaran entrar— No es del estilo de la abuela tener tanta gente vigilando.
—Pregúntaselo tú mismo —contestó Hao, adentrándose en la habitación.
Era una sala de estar privada, ligeramente más acogedora que el resto de la casa. Frente a una chimenea, se encontraba una pequeña anciana, sentada tranquilamente disfrutando de una pipa en sus manos. Junto a ella, una mujer de cabello largo, sedoso y negro, quien se levantó de su lugar para recibir a los recién llegados.
—Mis ojos me deben estar engañando —dijo ella, caminando con una amplia sonrisa hacia los gemelos—. No creí que los vería sino hasta el próximo mes.
—Son las ventajas de ser el jefe —contestó el mayor, acercándose a ella para saludarla con un abrazo—. Eres dueño de tu propio tiempo.
Yoh rio, esperando a que su madre soltara a su hermano para abrazarla.
—En realidad hubo un cambio de planes —aclaró, apoyando su mentón sobre el hombro de su madre.
Los tres escucharon la risa de la anciana, quien se mantenía inmóvil en su lugar.
—Presiento que nos deben varias explicaciones —inhaló un poco más de su pipa, exhalando profundamente— ¿Cuál de los dos recibió una paliza?
Keiko Asakura miró con ojos entrecerrados a su madre, para luego esperar alguna respuesta de parte de los gemelos. Examinó sus caras, notando con cuidado algunas marcas y moretones en el rostro de su hijo mayor.
—Hao, ¿qué te pasó? —preguntó, sujetando el rostro del muchacho del mentón para estudiarlo más de cerca.
Yoh sonrió cuando notó el semblante derrotado de su gemelo, cruzando los brazos sobre su pecho con aire victorioso.
—Te dije que ni un montón de maquillaje sería suficiente para engañar a la abuela.
—Esa bruja siempre lo sabe todo —masculló el mayor, escuchando la risa maliciosa de la anciana.
—Si vas a cojear de manera tan obvia, no deberías ni molestarte en ocultar tus heridas.
Detrás de sus oscuras gafas, la mujer sólo pudo asumir que sus nietos la observaban sorprendidos.
—Cuando quedas ciega es esencial fiarte de tus otros sentidos —explicó la anciana, fumando de su pipa con agrado—. Tal vez debería quemarles los ojos a ambos, así dejarían de confiar en lo más superficial de este mundo.
Keiko la miró con reproche, a sabiendas de que su madre nunca se retractaría de sus dichos. Sus ojos oscuros se posaron sobre los de su hijo mayor, quien se enderezó ante la gravedad en la mirada de la mujer.
—Sé que Yoh te ha estado encubriendo. ¿Vas a decirnos por qué desapareciste estas últimas semanas?
—Yoh es el segundo a cargo, mi mano derecha —sentenció el Asakura, poniendo su brazo sobre los hombros de su gemelo—. Lo que él haya dicho que estuve haciendo será la verdad.
La mujer sonrió amargamente, sacudiendo la cabeza en señal de negación. Yoh le dio un codazo en las costillas a Hao, quien le respondió frunciendo el ceño.
—A veces olvido que ya no son mis niños… —susurró, dándoles la espalda para acompañar nuevamente a la anciana frente a la chimenea.
—No odies a los jugadores, Keiko —le recordó Kino, exhalando el humo de su pipa lentamente— Odia al juego.
—No te pongas así, mamá —pidió Yoh, siguiéndola hasta su sillón— Sabes que si te ocultamos cosas es para que no te preocupes. Como ves, Hao está bien. Ya solucionamos el pequeño inconveniente.
La madre dio una media sonrisa, alzando una mano para peinar algunos mechones rebeldes del rostro de su hijo detrás de su oreja.
—Son iguales a su padre —lamentó ella, acariciando la mejilla de Yoh— Piensan que teniendo secretos y sufriendo en silencio protegen a sus seres queridos, pero es imposible que no me preocupe cuando no tengo ni idea de qué es lo que ocurre con ustedes.
Kino rio nuevamente, esta vez dejando caer su cuerpo sobre el cómodo respaldo de su sillón.
—Son adultos, Keiko. Y son los herederos Asakura —respiró profundamente, y dejó su pipa sobre una mesa de té —Ellos llevan años tomando sus propias decisiones y escribiendo sus destinos como se les antoje. Sólo podemos aconsejarlos, y esperar que nos escuchen. Y si no, que no vengan llorando hasta su abuela. Nunca he sido buena consolando a las personas.
Hao mordió su labio, intentando contener la risa ante la actitud tan despreocupada de la anciana. Que ganas de llegar a esa edad y mandar a todos al demonio. Era un ejemplo a seguir.
—Siempre agradeceré su sabiduría, abuela —confesó él, haciendo una reverencia burlona—. De hecho, necesito que, como parte de mi consejo, me acompañes junto a Yoh para enjuiciar a uno de nuestros familiares.
Keiko volteó a verlo sorprendida, uniendo sus cejas en señal de confusión. La anciana, en cambio, no pareció afectada por la petición de su nieto.
—Escuché algunos rumores sobre Yohkyo —dijo Kino, volteándose en dirección a Hao—. Pero no creí que se atrevería a tramar una rebelión.
—Yoh dejó a Kanna Bismarch como informante de la prefectura de Shimane. Ella juntó la evidencia suficiente para juzgarlo por traición.
La mujer de cabello negro masajeó el puente de su nariz. Al parecer la visita esporádica de sus hijos tenía un propósito mucho más sombrío de lo que pudo haber imaginado.
—No me digas que lo traerán hasta aquí…
—Ustedes me sugirieron que en situaciones como estas convoque un consejo familiar —recordó el Asakura, enarcando una ceja—. Si fuera por mí, yo ya lo habría quemado vivo.
—Nadie duda de eso —dijo Yoh, notando que su madre lo miraba reprobatoriamente—, pero es sensato que por fin accedas a considerar nuestras opiniones.
—En efecto —la anciana se levantó de su silla, y sin dificultad ubicó el bastón de madera—. Ya era hora de que dejaras de comportarte como un dictador. Esas mismas conductas totalitarias son las que generan dudas en el resto de los miembros del clan.
Hao frunció los labios, forzándose a no rebatir contra las palabras de su abuela. Observó a su madre suspirar, levantándose también de su puesto.
—Es una pena —dijo Keiko, poniendo una de sus manos sobre el hombro de Yoh—. Pensé que sería un viaje de placer, y les había preparado una pequeña sorpresa.
—¿Es en serio? —preguntó el menor, volteando a ver a su madre.
Ella asintió, y le hizo una señal para que la siguiera. Yoh llamó a Hao, y ambos caminaron por la sala, hasta un alto y delgado librero de madera. Ambos sabían que era la entrada a otra habitación, oculta en caso de que la situación lo ameritara.
—No creo que tengas a una bailarina exótica escondida por aquí —susurró Hao, sintiendo la mano de su madre golpeteándole la nuca.
La mujer descubrió la entrada, y dos pequeños niños saltaron sobre los gemelos.
—¡AL FIN SOMOS LIBRES! —gritó uno de ellos, colgándose inmediatamente del cuello de Yoh.
—¿Redseb? —preguntó él, sujetando muchacho por mero instinto.
El chico rio, poniendo los ojos en blanco —¿Quién más iba a ser?
—Mamá Keiko dijo que guardáramos silencio para sorprenderlos —explicó la niña, que abrazaba las piernas de Hao, impidiéndole caminar.
—Qué lindo —masculló el mayor, escuchando la risa de su madre.
—¿No estás feliz? —preguntó la muchacha, sus ojos tristes posándose sobre los de Hao.
Él tragó saliva, intercambiando una mirada exasperada con su hermano.
—Claro que sí, Seyram —se inclinó sobre la niña para tomarla en sus brazos— Disculpa, es que no me lo esperaba.
—Por supuesto que no —coincidió Redseb, con una sonrisa presumida—. De eso se tratan las sorpresas, tontito.
Hao hizo una mueca de desagrado, pero inspiró profundamente cuando sintió las manos de su hermana adoptiva sobre sus mejillas.
—Nosotros también los extrañábamos —dijo ella, con las mejillas rosadas.
Se abrazó al cuello de Hao, mientras que Yoh sonreía divertido.
—Por eso hay tantos guardias afuera —supuso, sacudiendo el cabello del muchacho que cargaba—. No has crecido ni un centímetro, Redseb.
El chico tiró la oreja de Yoh con enfado, molestándose más cuando se dio cuenta que en vez de quejarse se reía.
Redseb y Seyram Munzer-Asakura, de diez y ocho años, respectivamente. Fueron adoptados por Mikihisa poco antes de morir en un accidente automovilístico. Meses antes, el padre de los Munzer también había muerto en circunstancias misteriosas. No fue el mejor año para los hermanos, no cuando perdieron dos padres con escasas semanas de distancia.
Cuando los gemelos asumieron el control, se determinó que los Munzer serían protegidos del resto de los clanes, cambiando su escondite cada cierto tiempo.
Yoh evitaba las manos de su hermano adoptivo, quien parloteaba constantemente e intentaba jalarle el cabello y las orejas.
—¿Por qué están en Japón? —preguntó con dificultad el Asakura, mientras Redseb se esforzaba por pellizcarle una mejilla.
La sonrisa de la mujer se hizo forzada, y los gemelos supieron con claridad que tendrían que preguntar en la ausencia de sus hermanos menores.
Seyram desapegó su rostro del cuerpo de Hao, formando un puchero.
—No nos fuiste a visitar —le reprochó, sus ojos cristalinos fulminando al líder del clan.
Su hermano menor saltó de golpe, cruzando los brazos al aterrizar en el piso.
—¡Es verdad! Dijiste que Bélgica era genial, y que nos llevarías a una fábrica de chocolate. Pero en realidad, sólo había edificios viejos, y la gente hablaba súper raro.
—Yo sí fui a visitarlos —dijo Yoh, llevando una mano a su pecho.
—Le estoy hablando al hermano Hao, no a ti.
El gemelo abrió la boca, indignado, pero Seyram no tardó en trepar hasta el suelo, y abrazar sus piernas.
—Eres lindo, hermano Yoh.
Redseb puso los ojos en blanco, mientras que Yoh acariciaba la cabeza de su hermana.
—Y tú eres muy dulce, Sey.
Los cuatro detuvieron su conversación cuando escucharon pasos de numerosas personas entrar a la habitación. La anciana Kino se acercó a ellos, apoyándose de su fiel bastón.
—Se requiere la presencia de Hao Asakura —anunció ella, con una sonrisa ladina que alcanzaba sus ojos, enfatizando las arrugas en su rostro.
Él chasqueó la lengua, y cruzó los brazos.
—¿Trajeron al trai… al pariente? —preguntó, ante la mirada curiosa de los niños.
—Sí, y no está contento, así que recomiendo que te apresures, antes de que comience a gritar más fuerte.
La niña parpadeó, abatiendo sus largas pestañas de muñeca.
—¿Quién está gritando? —su voz infantil se llenó de preocupación—. ¿Se siente mal? ¿Está enfermo?
Hao presionó sus labios, mirando con desagrado a su abuela por su falta de tacto. Pensó en qué explicación dar, sin embargo, no fue necesario. Yoh sujetó a los niños del hombro, y le sonrió a su gemelo.
—Iré al bosque a dar un paseo con los chicos —explicó, realzando su agarre cuando Redseb comenzó a quejarse—. Iré con Ryu y Horo, para que nos acompañen.
Era un eufemismo para referirse a sus escoltas armados. Comenzó a caminar junto a sus hermanos, cuando la voz de su gemelo lo detuvo.
—Eres parte del consejo —masculló, observando fugazmente a los niños—. No te puedes ir.
—Mamá puede tomar mi lugar —le dijo, encogiéndose de hombros.
Vio a Hao alzar una ceja, y soltó a sus hermanos momentáneamente. Se acercó a él, para susurrarle en el oído.
—Sé que un consejo no evitará que masacres al tipo. Me llevo a los chicos para que no escuchen ni vean nada… —antes de continuar su camino, volteó a verlo—. No sé si de algo sirva, pero recuerda que Yohkyo tiene dos hijos.
El mayor resopló. Como si eso fuera a cambiar algo.
—Disfruten su paseo —se despidió con severidad, dejando el lugar junto a la anciana y su madre.
Redseb sacudió con una mano el pantalón de Yoh, quien contemplaba al resto de su familia yéndose.
—¿Por qué tantos secretitos? —preguntó intrigado— ¿El hermano Hao está molesto?
—Tiene que hacer muchas cosas desagradables —explicó, vagamente.
Seyram ladeó la cabeza, igual de confundida. Yoh suspiró, y se agachó para cargarla sobre sus hombros, sujetando la mano de Redseb.
—¡Oye, suéltame! —se quejó, mientras los tres avanzaban para salir de la habitación— No soy un niñito, ¡y no quiero ir al bosque!
—¿Por qué no? —preguntó el Asakura, divertido con la energía de su hermano—. ¿Te da miedo encontrarte con un fantasma?
Escuchó a Seyram riendo sobre él, haciendo que Redseb se sonrojara inmediatamente.
—¡Por supuesto que no! Puedo acabar con un fantasma. Con dos fantasmas, si quisiera. Les patearé la cara con ese movimiento que me enseñaste —agregó, haciendo gestos y sonidos de ninja con la mano.
Yoh lo miró entretenido, escuchando cada una de las historias que el pequeño relataba incesantemente. Sonrió melancólico, porque no recordaba si a esa edad le quedaba algún remanente de inocencia.
Ya entre los árboles, se sentó en el pasto, observando a los chicos correteando. Sabía que no estaban solos. Nunca estaban solos.
Ryu y Horokeu paseaban disimuladamente a su alrededor, armados hasta los dientes. Escondidos, otros guardias se mantenían al acecho, vigilando que ninguna amenaza pudiese acercarse a los herederos del clan.
Se recargó sobre sus codos, escuchando las risas de los niños. Agradecía que los gritos y alaridos de dolor de su pariente no alcanzaran el sitio en el que estaban. De pronto, Redseb y Seyram saltaron sobre él, forzándolo a recostarse en el suelo. Los veía sonreír, felices y traviesos. Observó al cielo, cuyo azul se filtraba a través de las copas de los árboles.
¿Algún día su vida sería así? ¿Tranquilo, y sin preocupaciones?
No; esa era la carga de ser un Asakura. Esa era la maldición que Mikihisa le puso a los Munzer, cuando decidió adoptarlos.
Mientras pudiera, prolongaría el momento en que tuviera que corromper su alegre ignorancia. Pensó en la hipocresía de ese anhelo, porque era exactamente lo que aberraba de los Kyoyama. Mantuvieron ajena a su hija de un mundo vicioso, manteniéndola inocente, e indefensa. Y él quería hacer lo mismo con esos niños, que jugueteaban en el césped.
—Mira —le dijo Seyram, mostrándole una flor—. Es para ti, hermano Yoh.
—Gracias, linda.
La pequeña se acercó tímidamente, poniendo la flor entre sus mechones castaños. Redseb comenzó a reír y a señalarlo, burlándose de su nueva apariencia. La niña corrió detrás de él, lanzándole recortes de césped.
Yoh respiró profundamente, mirando nuevamente al cielo. Le esperaban unos difíciles meses, llenos de engaños, trampas y muertes. Si no compartiera el anhelo de su Hao, en alcanzar la paz, nada tendría sentido. Pero las tácticas de Hao eran todo lo contrario. Destruir a sus rivales, uno por uno, era sumamente necesario para él. No debían quedar ni rastros de sus cenizas; así lo habían hecho, desde que ascendieron al poder. Era la única forma viable para conseguir esa soñada paz. ¿Cómo estar en guerra, cuándo no tenías con quien pelear?
Por eso, era fundamental hacer las cosas bien. Ya no podía titubear. Disfrutaría de ese día al máximo, porque después comenzaba lo pesado.
—¡YOH! ¡Redseb me lanzó un caracol!
—¡NO ES CIERTO!
Se levantó, sacudiendo su ropa. Más le valía detener a esos dos. Si bien no se criaron juntos, se había encariñado enormemente con los chicos. Le hacía gracia que Hao le recriminara la facilidad con la que él los aceptó como miembros de su familia. Apostaría que le hería dejar de ser su único hermano, lo cual era ridículo. Eran gemelos, y la conexión que ambos poseían no tenía comparación. Aun así, disfrutar de la compañía de esos niños era enriquecedor y refrescante. Claro, hasta que uno se excedía y hacía llorar al otro.
Dio un paso a la izquierda, instintivamente. Agradeció a sus reflejos, porque logró esquivar un caracol apuntado directamente hacia él. Vio a Redseb silvando, son las manos detrás de su espalda. Seyram se encontraba parada junto a él, apuntándolo insistentemente.
Sonrió.
No hubiese elegido un mejor día para compartirlo con sus hermanos.
La rubia llevaba un par de horas recostada sobre el sofá en la sala de estudio, leyendo la novela que aún no lograba completar. Había planificado terminarla a principios de la semana, pero entre su secuestro y sus clases, se le hizo imposible.
Estaba aburrida de tantos nombres y apellidos, tantos negocios y países. Por eso mismo prefirió distraerse con fantasías, apartando el informe sobre los famosos clanes que habían elaborado para ella. A pesar de sus prejuicios, estudiar sobre las familias mafiosas en Japón era muy interesante, pero le desagradaba cada vez que se cruzaba con el apellido Tao o Asakura. No tenía intenciones de saber más de ellos, no cuando le traían tan malos recuerdos.
Bueno, no todos fueron tan malos, pensó, mordiéndose el labio.
Frunció el ceño, y cubrió su rostro con el libro abierto entre sus manos, ocultando el rubor que nadie podía ver. ¿Cómo podía pensar en ese imbécil?
—Señorita Anna.
Se quitó el libro de encima, y se sentó como correspondía, cuando vio a Amidamaru mirándola extrañado.
—¿Qué quieres? —preguntó, dejando su libro de lado.
—Son las cuatro —recordó él, sus nervios mal disimulados detrás de su sonrisa—. Recuerde que tenemos una lección de defensa personal.
La rubia suspiró, exhausta de esa actitud temerosa. Sin embargo, le justaba molestar al pobre tipo, y le dedicó una mirada llena de malicia.
—¿Por qué tan incómodo? —interrogó, levantándose del sofá—. Te ascendieron, y eres mi maestro. ¿Acaso el poderoso Amidamaru se siente intimidado por mí?
El hombre sudó frío. Tener que darle instrucciones a Anna era lo peor que pudo haberle pasado. Lo atemorizaba, y no poder hacer nada al respecto era peor. Ahora no sólo lo maltrataba por ser un mal guardia, sino que además le repetía que era un asco de profesor.
—Cualquiera se sentiría intimidado ante su grandeza, señorita Anna.
Ella bufó, empujándolo al salir de la habitación.
—Me iré a cambiar de ropa —le avisó, con un tono poco amable.
Amidamaru suspiró, y se dirigió velozmente al patio, en donde practicaban hace cuatro días. Apenas cuatro días, y él ya quería renunciar. Tres años como doble agente no lo doblegaron, sin embargo, darle clases a Anna lo tenía con una ansiedad terrible. Ya había tenido pesadillas que involucraban a la chica, y estaba harto de sus constantes humillaciones.
—Por lo menos vienen refuerzos —se consoló, limpiando lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos.
Siempre estuvo acostumbrada a los vestidos. Eran sencillos, y lindos. La prenda, unos zapatos y listo, nada más práctico. No obstante, no podía practicar defensa personal con esa ropa. Eran sus primeras clases, por ende, eran relativamente suaves. Aun así, estaba forzada a ponerse ropa acorde a la actividad.
Peinó su cabello en una coleta, se puso una camiseta blanca sin mangas y unos pantalones deportivos oscuros. Anudó los cordones de las zapatillas que compró hace meses para hacer ejercicio, que se habían mantenido como muchas otras cosas guardadas sin uso. ¿Para qué hacer actividad física, si se mantenía esbelta?
Anhelaba poder seguir pensando de esa forma tan frívola. Necesitaba aprender a defenderse, y tenía que mejorar su condición de salud. Ahora que conocía su situación, luchar contra alguien sin ser asesinada en el intento era un requerimiento esencial.
Recorrió en pocos minutos la mansión, llegando rápidamente a la salida al patio. Abrió la puerta del exterior, y buscó a Amidamaru con la mirada.
—¿Dónde diablos se metió? —preguntó en voz alta, frustrada e impaciente.
—Te ves bien, Anna.
Dudó si era posible que su corazón se saltara un latido, porque tuvo esa sensación. Se tensó, pidiéndole a cualquier dios presente que fuera una ilusión causada por su mente desquiciada. Él no podía estar ahí, no después de todo lo que ocurrió.
Volteó, lentamente, temiendo confirmar sus sospechas.
Pero ahí estaba, con las manos en los bolsillos, y su sonrisa despreocupada. Su cabello castaño estaba recogido en un medio moño. Vestía con una camisa de manga corta, y pantalones deportivos de color verde. No recordaba haberlo visto tan casual, aun así, no podía quejarse.
Frunció el ceño y cruzó los brazos, molesta por sus estúpidos e infantiles pensamientos, y por la pésima sorpresa que se encontraba frente a ella.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó, ocultando cualquier rastro de asombro.
Él rio, haciéndola enfadar aún más. ¿Qué clase de broma le estaban jugando? Antes de que el Asakura contestara, Amidamaru llegó, casi trotando.
—Disculpe, señorita Anna, pero su familia me indicó que no le dijera nada.
¿Su familia estaba al tanto? ¿Qué demonios estaba pasando?
Yoh le dio una palmada en la espalda al hombre, sonriéndole relajado.
—Tranquilo, eh... Amidamaru, ¿verdad? —el hombre rascó detrás de su cabeza, asintiendo—. Yo puedo explicárselo a la señorita Anna, puedes irte, si quieres.
—¿Disculpa? —preguntó ella, sus ojos miel fulminando a ambos—. Amidamaru es mi empleado, y no se irá a ninguna parte.
Vio que el recién nombrado se tensaba, mirando a Yoh con ojos suplicantes.
—Anna, deberías tratar con más respeto a mi colega.
—¿Colega? —debía haber escuchado mal.
—Así es —confirmó Yoh, cruzando los brazos sobre su pecho— Después de todo, también me haré cargo de tu entrenamiento. Amidamaru te enseñará defensa personal, y yo te enseñaré tipos de combate más ofensivos. No debería sorprenderte; ya te he enseñado otras cosas en el pasado.
Quedó boquiabierta, y muda. Sintió un calor llenarla de pies a cabeza, y comenzó a temblar en silencio.
—Es algo que se acordó en Kyoto, para demostrar mi fidelidad a los Kyoyama —agregó, y expresión se transformó, perdiendo cualquier evidencia de inocencia.
—¡ES EL COLMO! —gritó ella, empujándolo iracunda, con una fuerza desproporcionada para su menuda complexión.
Continuó lanzando insultos, caminando furiosa hacia el interior de su casa.
—Sabía que no lo tomaría muy bien —susurró el Asakura, masajeando la parte posterior de su cuello—. Le advertí a Hao que era una locura, pero insiste en ponerme en estas situaciones.
—Tal vez la señorita Anna no se alegre de verlo —comentó Amidamaru, su voz sólo audible para el castaño—. Pero no sabe la dicha que me da tenerlo conmigo.
—Ay, Amida… —Yoh volvió a palmear su espalda, y dejó que su fachada confiada desapareciera. Preocupado, golpeó su frente con una mano— ¿En qué nos hemos metido?
¡Hola! Ay, los extrañé tanto. Espero que les haya gustado este capítulo. Les cuento que en un principio me costó montones elegir a los miembros de la familia Kyoyama. Pensé que Anna I sería una buena madre para Anna, pero me complicaba usar el mismo nombre para ambas JAJA Culpen a Takei, que recicló ese nombre tres veces. Para los que no están muy familiarizados con ella, la Anna I es muy parecida a nuestra Anna, pero es como su versión feliz jajaja Si no ha quedado muy claro su árbol genealógico, LO SIENTO, pero la cosa va así; Anna I Kyoyama se casó con Hans Reiheit, quien adoptó su apellido y puesto como líder del clan (como en el caso de Mikihisa). Hans es hermano de Eliza, quien está casada con Fausto. Por eso, en capítulos anteriores, se plantea que ambos son cuñados. EN FIN, espero no haberlos confundido más.
Muchísisisisisismas gracias por su constante apoyo, YO VIVO DE MI PÚBLICO (¿Alguien vio KND? ¿No? Ok.) No tienen idea lo feliz que me hacen con sus comentarios, saber que hay alguien ahí, disfrutando lo que escribí, es inigualable. Sólo tengo gratitud y cariño para ustedes; hacen la experiencia de cada escritor súper enriquecedora.
Espero que tengan una bellísima semana, y que estén todos muy bien. ¡Un abrazo a cada uno de ustedes, hasta el próximo capítulo!
p.d: Si Yoh les dio vibra de papá al estar con sus hermanos, es por culpa de mi otro fan fic JAJA Disculpen, pero él hubiese sido un papá genial si Takei no se esforzara tanto por hacerlo infeliz. Así que estoy compensando esa gran frustración en mis historias. Mea culpa, mea culpa.
