¡Hola! Disculpen la demora, pero les traigo al fin otro capítulo. Me excedí con las páginas, para variar jajaja Confieso que cuando terminé de escribirlo, me reí, porque el final es súper troll jajaja En fin, muchísimas gracias a todos los lectores, y como siempre, agradezco enormemente sus comentarios. Sé que tal vez me enfoqué mucho en el lado de la mafia en este capi, así que les prometo romance para el próximo jajajaja ¡Saludos a todos, que tengas una espléndida semana!

p.d: a Muyr; TEAM YOH. JAJA es broma, es broma.


Capítulo 10: Amenaza

Hao Asakura sabía que tenía un montón de gente dispuesta a hacer lo que fuera por él. Con el chasquido de sus dedos, sus súbditos cumplirían con cualquier tarea que les asignara. Aun así, él prefería ocuparse de gran parte de sus labores. Aprendió a una corta edad a desconfiar, por eso, dudaba de la capacidad del resto. Su recelo se hizo peor con el tiempo, cuando vio a su padre morir por creer en las personas equivocadas. Lamentablemente, le daba la impresión de que su gemelo correría la misma suerte, reprendiéndolo de manera constante por ser demasiado abierto ocasionalmente. Yoh hacía oídos sordos a gran parte de los consejos que Hao gentilmente le entregaba, así que el mayor prefería que su hermano aprendiera a golpes, literal y figurativamente.

Esta misión era de Hao; no creía en nadie más para cumplirla.

El líder de los Asakura caminó entre la oscuridad de la mansión, acompañado de una rubia de cabello largo y vestido negro. Eran dos sombras, que no se separaban a más de un metro la una de la otra. Con cada paso que daban, la muerte danzaba emocionada, ansiosa de recolectar más almas.

Marion Phauna lo acompañaba, porque él era hábil y no dudaba de sí mismo, sin embargo, no era estúpido. El lugar estaba lleno de guardias, de quienes se habían encargado en su mayoría. Pudo haber ido solo, pero ser descubierto tendría un alto costo, y no correría el riesgo de ser apresado dos veces en un mismo mes. Claro, tenía una relación especial con la rubia, sin embargo, eso no evitaría que él la asesinara si ella o una de las personas involucradas revelaba su plan. Porque, en los negocios, no existían los amigos.

El castaño llegó a la esquina de uno de los pasillos, mirando por breves segundos para verificar si había otra víctima ilusa acechándolo. Notó que estaba vacío, y le hizo una señal a Marion para que lo siguiera. Rápidamente, corrió por el pasillo junto a la rubia. Justo al llegar al final, un hombre saltó sobre ellos con una katana en mano, listo para impedir que la pareja continuara avanzando. Hao mentiría al decir que no se lo esperaba. No titubeó ni un segundo, alzando su revólver. Una media sonrisa, y un disparo, fueron lo último que el pobre distinguió en su vida. El hombre cayó sobre el piso de madera, y al mismo tiempo que su corazón se detenía, el del Asakura latía desenfrenadamente. Aun así, se mostraba tranquilo.

Marion resopló molesta, caminando encima el cadáver que obstaculizaba el pasillo. Igual de serena, sus ojos verdes y venenosos se clavaron sobre los de su jefe.

—Me dijiste que no usara mi pistola por el ruido, pero tú vienes y delatas nuestra posición.

—No sea impertinente, señorita Phauna. Recuerde con quien habla —complacido por sus reflejos y su propia habilidad, Hao se inclinó hacia el cuerpo inerte— Además, ya estamos cerca, da lo mismo si nos escuchan.

Ella inhaló irritada, continuando su recorrido a través de la oscura mansión, dejando a Hao solo en la oscuridad. Contempló por breves segundos a quien yacía en el suelo, sus ojos marrones y muertos aún abiertos. Con una mano, Hao cerró sus párpados, y se levantó, retirando la espada que el hombre mantenía empuñada.

El castaño alzó el arma, admirando su hoja y su maravillosa composición.

—Buen arma, mal guerrero—susurró, leyendo en la inscripción de la espada su propio apellido.

Suspiró al saber que esa pésima excusa de espadachín fue pariente suyo, aunque lo sospechó cuando vio algunos similares a los propios en el hombre muerto.

—Descuida, primo. Le daré un buen uso.

Lanzó su revólver al suelo, cargando como única protección la katana. Caminó por el hogar, encontrándose a Marion parada frente a una puerta. Vio dos cuerpos más en regados por el piso, y la rubia con los brazos cruzados, su semblante neutro intacto. Hao no escuchó nada de ese enfrentamiento, asumiendo que ella se deshizo de los guardias a través del combate físico, sin hacer ni un poco de ruido.

—Que eficiencia —dijo con orgullo, pasando sobre una de las víctimas de la muchacha—. Hice bien al traerte conmigo.

Llegó hasta ella, mirándola bajo la escasa luz lunar que se filtraba a través de las ventanas. Sus ojos verdes y su piel lucían mágicos con ese brillo blanco adornándola. Hao sonrió complacido; era una secuaz con muchas competencias y su belleza era imposible de ignorar. Se acercó, llevando una mano hasta el rostro pálido de su acompañante. Ella tembló, y frunció los labios, alejándose molesta.

—Aburrida —reprochó el Asakura, la travesura alcanzando su sonrisa y sus ojos.

La rubia se mantenía distante desde que supo de la aventura del joven con Jun. Él aprovechaba cada ocasión para provocarla al respecto, seguro de que no tardaría mucho en ceder.

Sería otro día. Debía dejar de divagar en banalidades, ya que lo que venía a continuación sería la parte más fácil, y la más difícil. Su sonrisa desapareció, y se paró junto a la puerta cerrada junto a él, preparando su nueva arma.

Marion mantuvo su posición, sacando entre sus prendas su pistola favorita. La sujetó con firmeza, e inhaló una gran bocanada de aire.

—¿Estás seguro de esto? —su voz apenas era audible, lo suficiente para alcanzar los oídos del Asakura.

El rostro de Hao se ensombreció, volteándose hacia la puerta, con ojos inexpresivos. Tener tanto poder lleno su vida de decisiones complicadas. No tenía escape; era su responsabilidad. Años de tradición recaían sobre sus hombros, y cada una de sus elecciones se basaban en qué sería lo mejor para el futuro de su clan. A veces actuaba de forma extremista, pero se había convertido rápidamente en uno de los líderes más exitosos de su familia, infiltrándose sigilosamente en diversas redes y organizaciones, incluso en el anonimato. Varios no estaban de acuerdo con él, sin embargo, Hao sabía que mantenerse llegar a la cima tenía ese tipo de inconvenientes.

—Nunca dudes de tu líder.

Esa voz grave la inquietó, aun así, asintió con la cabeza, apuntando con su arma hacia la puerta. Al igual que Hao, Marion raramente se exaltaba. Su aparente indiferencia disfrazaba la sensación de repulsión en su ser. Quien la viera no pensaría que estaba mareada del constante pitido en sus oídos, y agobiada de los fuertes latidos golpeteando contra su pecho. No valía la pena pensar mucho en ello; era parte de su oficio.

Los ojos de Hao se posaron sobre los suyos, con una expresión gélida que conocía muy bien. No necesitó esperar más; corrió hacia la puerta, abriéndola de una patada. El Asakura entró detrás de ella a la habitación, poniéndose entre la rubia y sus próximas víctimas. Los llantos y los gritos inundaron el cuarto, rogando, pidiendo clemencia. En el suelo, arrinconados contra la pared, se encontraba una mujer, llorando sin consuelo mientras abrazaba a sus hijos con todas sus fuerzas. Una niña, de unos cinco años, y un niño, que apenas había dejado de ser un bebé.

Cualquier otra persona hubiese titubeado. No Hao. No Marion.

—¡Te lo suplico! —exclamó la mujer, intentando de cubrir los rostros de los niños contra su pecho—. ¡No les hagas daño!

El Asakura los apuntó con la espada. De pronto, parecían más pequeños de lo que recordaba. Se sintió como un monstruo. Era un monstruo. Miró sin una pizca de emoción a la madre, quien temblaba violentamente al tener la hoja del arma tan cerca de su familia.

—Después de lo que le hice a Yohkyo —susurró él—, no los puedo dejar vivir.

Masacró a su padre, y era seguro que los niños crecerían con una sed de venganza que no sería saciada ni siquiera con la muerte del responsable. No correría ese riesgo, no teniendo la oportunidad de acabar con el problema desde la raíz.

—¡POR FAVOR!

Los niños comenzaron a llorar con mayor fuerza, siendo silenciados de inmediato por dos ágiles cortes. La mujer dejó de respirar. Volteó a ver a sus niños, con la expresión más horrorizada y rota que Hao hubiese visto. Oyó su gritó, impregnándose por siempre en cada rincón de su alma. Antes de continuar sus lamentos, la mujer recibió un disparo justo en el centro de su frente, brindándole la paz que no recuperaría jamás manteniéndose con vida.

Marion bajó su pistola, y soltó un largo suspiro. Hao retrocedió escasos pasos, y enderezó su postura. Sólo cuando el silencio volvió a gobernar esa casa vacía, fue que el Asakura se dedicó a admirar su entorno. Las camas de los niños. Sus peluches. Las repisas con juguetes. La ropa doblada sobre una silla. Los cuadros alegres decorando la pared. La lámpara con forma de gato.

Recordó los cuentos que su madre le relataba al encontrarse en la seguridad se su cama, ocasionalmente algún villano irrumpía en las aventuras de los valientes héroes. En su infancia, nunca creyó que terminaría convirtiéndose en ese tipo de persona.

El castaño giró su cuerpo hacia la rubia, que de seguro se sentía tan enferma como él. Ella lo miró fijamente. Sus labios se separaron levemente. Su voz fue suave y melodiosa, casi como una canción de cuna.

—Tienes sangre en el rostro…

Él llevó una mano a su propia mejilla, para luego examinar sus dedos, cubiertos de ese líquido rojo tan familiar.

—Tenemos poco tiempo —alertó, mecánicamente. Se limpió con una manga, y le hizo una seña a la rubia—. Andando, Marion.

Ninguno volvió a dirigir su mirada hacia las últimas tres víctimas. Abandonaron la habitación sin pronunciar otra palabra, caminando por el mismo lugar por donde llegaron, esta vez más apresurados.

Acababan de matar a dos niños pequeños y a su madre. Indefensos, e inocentes, llenos de amor e ilusiones, esperanzas y sueños. Hao había considerado dejarlos crecer, únicamente para asesinarlos cuando tuvieran la capacidad de combatir. Era muy arriesgado, porque él conocía qué ocurría cuando dejabas crecer a dos niños con el corazón roto. Se volverían en máquinas, sin miedo y sin culpa. Intentó ser optimista; esos familiares traidores suyos estarían dichosos de reencontrarse en el infierno. Los había reunido para siempre. Además, esa incursión le era el primer paso para llevar a cabo su gran plan. Tendría que cumplir con las promesas que se hizo a sí mismo, o nada valdría la pena.

Pasaron un par de minutos, y el par ya se encontraba en el vehículo, listos para escapar. Nada era aleatorio, había preparado los detalles cuidadosamente, repasándolos en su cabeza una y otra vez. La mujer de cabello azul hizo partir el auto a toda velocidad cuando su jefe y su colega se subieron al auto. Miró por el espejo retrovisor cuando escuchó a Hao llamar su nombre.

—Envíale la señal a Matty.

Hao miró por la ventana, la voz de Kanna fuerte y clara al hablar por su comunicador. Sonrió cuando, después de pocos segundos, la casa comenzó a arder en llamas. Su estado de humor no era el mejor, pero el fuego tenía algo especial que no fallaba en levantar su espíritu.

—Bonito incendio, jefe —habló la mujer de cabello azul, volviendo su vista hacia el camino—. Aunque, agradecería ser más que su chofer para su próxima misión.

—No te has llevado la parte más divertida, ¿eh? —respondió él, dejando su cabeza descansar sobre el asiento.

Pues él y Marion tampoco. Matty quizás era la más afortunada, llenando el lugar de gasolina, asegurándose de que el fuego envolviera la mansión y gran parte de las evidencias se convirtieran en cenizas.

Hao continuó mirando las llamas, desvaneciéndose con la distancia. Recordó el rostro de esos niños, pensando inmediatamente en él y en Yoh. Luego en Redseb y Seyram. ¿Por qué sentir remordimiento? Sabía que no era el único capaz de cometer un crimen así, de hecho, llevaba años protegiéndose de esas mismas intenciones. No por nada ocultó su propia identidad y la de sus hermanos. Bueno, su gemelo se encargó de arruinar parte de ese plan al mostrarse públicamente en su última aventura, pero los Munzer aún se mantenían a salvo. A salvo de personas como él.

—Kanna, un teléfono —pidió, manteniendo sus ojos fijos en el exterior—. Necesito llamar a Yoh.

La mujer presionó un botón cerca del tablero del vehículo, y un compartimiento junto al asiento de Hao se abrió, revelando el deseado aparato electrónico.

—Pensé que no le hablarías sobre lo de hoy —dijo de pronto Marion, viendo al castaño mientras marcaba los dígitos.

—No lo haré —contestó, llevando el aparato a su oído—. Quiero un reporte de su misión.

La única persona en quien podía depositar su confianza era su hermano, pero su naturaleza más sensible lo hacía flaquear. No cuestionaba sus destrezas, sino su corazón. Sabía que Yoh sospecharía cuando se le informara del desastroso evento ocurrido en la casa de Yohkyo, aún más cuando el hombre fue sentenciado a muerte por el mismo Hao pocos días antes. Esperaba que su gemelo no le diera demasiada importancia, no cuando lo necesitaba centrado y enfocado en otros asuntos mucho más relevantes.

Los engranajes comenzaban a girar, y Hao quería que todas las piezas se encontraran en sus posiciones.


Yoh abrió los ojos de golpe, quejándose por ese ruido tan molesto. Lo único bueno del repentino sonido del teléfono es que logró despertar de esa escalofriante pesadilla. No recordaba de qué trataba, sólo sabía que no fue un sueño agradable. Dio un largo bostezó, y gruñó mientras rodaba en su cama hasta la mesa de noche. Con el cuerpo aún pegado al colchón, levantó su brazo con pereza para alcanzar el teléfono. La luz del aparato, brillante en medio de la noche, era insoportable. Vio el número desconocido en la pantalla, y no dudó de quien podría ser. ¿Quién más lo llamaría a las tres de la mañana? Contestó, llevando el aparato de mala gana hacia su oreja.

—¿Qué quieres? —preguntó, volviendo a posicionar su cabeza sobre la almohada.

¿Esas son formas de contestarle a tu hermano mayor y líder?

—Son las tres y media —dijo, tallándose los ojos—. Más te vale que alguien esté muriendo.

Quitó las manos de su rostro, notando que su hermano hizo una pausa. Frunció el entrecejo, temiendo que su mal chiste fuera cierto.

Qué mal humor, hermanito.

Suspiró. Sabía que Hao tenía esa estúpida sonrisa cínica en su rostro. No era nada importante, genial. De seguro era otra de sus despliegues innecesarios de poder. Consideró cortar la llamada, pero siempre que lo hacía Hao volvía a llamarlo, reprochándolo, insultándolo y/o sermoneándolo.

Esperé tu reporte todo el día.

—¿Y toda la noche? —Yoh alzó una ceja, imaginando a su gemelo rodando los ojos—. Pues, lamento informarte que no hice grandes avances.

¿La niña Kyoyama te está dando problemas?

Ojalá fuese únicamente Anna. Tal vez Hans y Fausto aceptaron la idea de tener a Yoh "colaborando" con ellos, sólo porque Hao había insistido en que era una forma de afianzar ese lazo tan quebrado entre ambos clanes. Eso no quería decir que no lo odiaran a muerte. Además, gran parte de las personas con las que tendría que trabajar habían sufrido de las golpizas del Asakura el día que secuestró a cierta rubia. Todos en esa mansión, a excepción de Amidamaru, lo detestaban.

—No tantos como tú —contestó el menor, escuchando a Hao inhalando profundamente. Sin intenciones de oír sus reclamos, prefirió continuar hablando—. Anna estaba furiosa porque su familia, para variar, no le informó de nuestro acuerdo, por lo que las clases tendrán que esperar un poco más.

Entonces, ningún avance con ella…

—La secuestré hace menos de diez días, Hao. No soy precisamente su persona favorita.

Pff… supongo que sobreestimé tus habilidades en ese departamento.

Ok, estaba a punto de cortarle. Primero le asignaba esa tonta misión y ahora se burlaba de él. No esperaba otra cosa de su hermano mayor, y por eso mismo hubiese preferido no haberle contestado.

¿Qué más?

—Le entregué un documento a los Kyoyama con todas las falencias en su sistema de seguridad —masajeó el puente de su nariz, deseando que su hermano no deseara muchos detalles—. Eran bastantes, así que no están muy contentos con los Tao.

Lástima, odio ver a Ren en situaciones incómodas.

Yoh rodó los ojos. Hao definitivamente estaría sonriendo maliciosamente.

—Le envié el mismo documento a los ayudantes de Ren, para que solucionen los problemas que tienen con su empresa.

Bien hecho. Debemos ser amables con nuestros amigos.

—Es tan raro oírte decir eso…

Deja tu insolencia para otro día. Duerme, y mañana intenta de ser más proactivo.

El castaño se mordió la lengua. Su hermano por fin se estaba despidiendo, así que evitaría cualquier comentario que pudiera molestarlo. No quería mantenerse despierto discutiendo con Hao por teléfono.

—Está bien —respondió, casi entre dientes—. ¿Se le ofrece algo más, jefe?

No.

Y sin despedirse, Hao cortó la llamada. Yoh miró el teléfono con disgusto, dejándolo debajo de su almohada. Estaba aliviado de retomar su descanso, sin embargo, de pronto le vino una sensación extraña. ¿Por qué es que su hermano eligió llamarlo por algo tan simple a mitad de la noche? Pudo haberse comunicado con él más temprano, si era tanto su interés por los avances de Yoh, o al día siguiente, dada la superficialidad del asunto. El Asakura juntó el entrecejo, ¿y si tan sólo tuvo la necesidad de hablar con alguien? Era algo que Yoh solía hacer cuando estaba abrumado; llamaba a Hao, con cualquier pretexto, ayudándolo a distraerse de lo que fuese que lo inquietaba. ¿Sería que su hermano estaba ocultando algo? No sería nada importante, supuso. Yoh era el segundo al mando, y Hao no reservaría información relevante de él. Harto de pensar, acomodó las mantas sobre su cuerpo y se preparó para volver a dormir.


Anna había accedido a mucho, y estaba siendo enormemente considerada después de los últimos sucesos. Cualquier otra persona en su lugar habría escapado, incapaz de dirigirle la palabra otra vez a su familia. Ella se había quedado, dispuesta a aprender lo necesario para sobrevivir en ese mundo. No con las intenciones de convertirse en la nueva ama de la mafia, sino para dejar de sentirse tan ingenua e indefensa. Desde que los Kyoyama se enteraron de que ella conocía la verdad, sus conversaciones cambiaron en un cien por ciento. Ya no existían las charlas casuales, no. Nombres desconocidos, negocios, empresas, ciudades y países era todo lo que salía de las bocas de sus parientes.

De pronto, todo tenía sentido. Los innumerables viajes al extranjero de sus padres, las salidas misteriosas de sus tíos. Las horas que Fausto pasaba encerrado en su oficina, recibiendo gente que entraba y salía. La joven Kyoyama estaba acostumbrada a ver a estos "empresarios" conversando con su tío, aunque ahora sabía que no era respeto lo que se manifestaba en sus semblantes, sino miedo.

Dentro de esa locura, trató de aferrarse a lo único normal en su vida; sus dos compañeros de universidad, Manta y Jeanne. Jamás fue la mejor buscando temas de conversación, pero intercambiar llamadas y mensajes con ambos jóvenes la hacía sentir nuevamente una simple chica, si es que alguna vez lo fue. No logró confesarle a ninguno sobre los eventos de los últimos días, mucho menos hablar sobre su compromiso con Ren, y su nuevo lugar como heredera al trono del crimen.

—Anna, querida —la llamó Eliza, al verla bajando la escalera—. Iré con tu madre a la ciudad, ¿quieres acompañarnos?

La rubia miró a su tía con ojos neutros, sin intentar de ocultar su enfado.

—Tengo lecciones con mi querido captor.

—Oh, disculpa, lo había olvidado —la mujer la observó levemente avergonzada.

Era otra bofetada en la cara de Anna, pero tanto Hans y Fausto acordaron por esa nueva alianza mantener al Asakura cerca de ellos. Él ayudaría en el entrenamiento de la rubia, y trabajaría como intermediario entre su clan y los Kyoyama, como un fiel y leal súbdito más. Si descubrían que Yoh tramaba algo en su contra, tenían la autorización del mismísimo Hao de darle el castigo correspondiente, pero si le tocaban un pelo de forma injustificada, el acuerdo entre ambos clanes se rompería y nadie podría detener al líder de los Asakura de cometer una locura.

Eliza caminó hasta su sobrina, tomándola por los hombros con suavidad.

—Sé cuánto detestas esto. Yo y tu madre tampoco estamos felices con lo que decidieron nuestros esposos.

—Fui yo la tonta que creyó cuando me dijeron que no habría más secretos —Anna dio un paso hacia atrás, deshaciendo el contacto entre ella y su tía.

—Eres una buena muchacha —le dijo, sonriendo con tristeza por la frialdad de la rubia—. Lamento que tengas que verte involucrada en todo esto.

—Yo también —contestó, dando media vuelta, lista para irse.

Eliza contempló a la muchacha yéndose, sin entender muy bien de dónde sacaba la voluntad para seguir adelante. Anna había descubierto una verdad horrible, y aun así se mantenía de pie. El sonido de los tacones de su cuñada la distrajeron. La mujer también miraba a su hija abandonar la habitación, con una sonrisa ligeramente conmovida.

—No te preocupes —la llamó Anna I, tocando uno de los hombros de Eliza— Es mi hija, es una chica fuerte.

La mujer suspiró, poniendo una de sus manos sobre la de su cuñada.

—Anna es muy sensible, pero reservada —explicó Eliza, volteando a ver a su acompañante—. Sólo espero que esto no le pase la cuenta.

—Ocurrirá, eventualmente —contestó la otra rubia, dando una media sonrisa—. Lo importante es que no esté sola cuando eso pase.

En algún momento explotaría, por la decepción, la traición y las nuevas expectativas puestas en ella. Podría intentar de seguir la corriente el tiempo que quisiera, aun así, tarde o temprano no soportaría la presión.

—La invité a que saliera con nosotras, pero tiene una lección con ese Yoh Asakura.

—Ugh —la madre soltó a su cuñada, y cruzó los brazos, con una expresión de disgusto en el rostro—. No sé en qué estará pensando Hans. Yo no confío ni un poco en ese niñato.

—Fausto no piensa en otra cosa que…—

—Eliza, querida, no deseo los detalles explícitos —la mujer negó con la cabeza, y caminó hacia la salida, seguida por la alemana—. Sé bien que, si ese niño da un paso en falso, Fausto será el primero en la fila para encargarse de él.

Anna llegó hasta el patio, viendo a Yoh y a Amidamaru dejando de conversar cuando notaron su presencia a la distancia. Le llamaba la atención lo rápido que sus maestros parecían haber congeniado, pero lo atribuyó a que el Asakura tenía una facilidad innata para que el resto depositara su confianza en él. Además, siendo guardia de seguridad, Amidamaru hablaba con sus otros colegas sólo por temas estrictamente asociados al trabajo. De seguro llevaba tiempo esperando un amigo.

—Que bien que llegaste —dijo Yoh, sonriendo ampliamente al verla acercarse—. Creí que seguirías molesta y…

—Sigo molesta —interrumpió, sus ojos fijos en el castaño—. Sería inútil quedarme en mi habitación, quejándome por los pésimos maestros que tengo.

El Asakura frunció los labios, mirándola sin mucho entusiasmo. Amidamaru parecía más afectado por las palabras de la rubia, y era de esperarse. Llevaba más tiempo aguantándola, agotando su control emocional mucho antes de lo que pensó. El hombre había pasado por mucho en su vida, pero esa niña era la única capaz de quebrarlo con sus comentarios crueles y mordaces.

Yoh notó la tensión de su compañero, y dándole un ligero codazo con una sonrisa confiada.

—No está hablando en serio —le dijo, guiñando un ojo.

—Claro que sí —intervino Anna, caminando hacia ellos encontrarse a escasos pasos—. Y bien, ¿Vienes a conversar con Amidamaru o vas a enseñarme algo?

—Admiro tu entusiasmo, alumna.

La voz del castaño era animada, pero la ironía en esa última palabra fue un trago amargo para la rubia. Ella fulminó con la mirada al mayor de los presentes, quien se estremeció y abandonó el lugar rápidamente.

—Pues… —Yoh se paró frente a ella, demasiado complacido para su gusto—. Amida comentó que hoy en la mañana practicaron dos horas de defensa personal. ¿Qué tal si me muestras qué has aprendido con él, para saber por dónde comenzar?

—¿Quieres que pelee contigo? —preguntó ella con gracia, intrigada frente a la idea de poder quitarle esa sonrisa confiada de un golpe.

Su buen humor se disipó cuando Yoh rio con incredulidad.

—¿No sería un poco injusto? —él levantó una ceja, rascándose la cabeza al ver que Anna volvía a mirarlo con severidad—. Es decir, recién estás aprendiendo defensa personal, ¿cómo quieres luchar si aún no sabes nada de combate?

—¿Me estás subestimando? —dio un paso hacia él, sus ojos desafiantes fijos en los suyos.

Yoh retrocedió, desconcertado por la seguridad que la rubia demostraba. Estaba en su territorio, y cada una de las personas a su alrededor se encontraban en la palma de su mano. Él ya no tenía poder sobre ella, obligándolo a ser extremadamente cuidadoso. No pretendía darle razones al tenebroso Fausto para que agregara su hígado a su colección secreta de órganos. Tragó saliva, y se irguió, cruzando los brazos sin quitar su mirada de Anna.

—Bien, hagámoslo a tu manera. —respondió, con un fastidio demasiado obvio—. Intenta de golpearme.

Ella sonrió satisfecha. No le importaban las ridículas clases, sólo quería sentir la dicha de poder lastimarlo físicamente. Sabía que Yoh tenía razón, no había comparación entre las habilidades de ambos. Aun así, esa pequeña esperanza fue lo suficiente para mejorar su ánimo.

Yoh puso las manos en sus bolsillos, y esa expresión confiada volvió a su rostro.

—Trata de no lastimarte —comentó, absolutamente despreocupado.

Anna intentó dominar su rabia, dirigiéndola hacia sus puños. Se posicionó, con las manos al frente y sus pies firmes contra el césped. Respiró profundamente, y lanzó su primer ataque. Vio en cámara lenta su golpe yendo directamente hacia el rostro de Yoh, pero, justo antes de llegar a su destino, él se hizo a un lado, sin siquiera parpadear.

Sus ojos oscuros la miraron con desinterés. Ella no dejó pasar más tiempo, y giró velozmente para darle una patada. Yoh dio un brinco hacia atrás, con su expresión intacta. La rubia lo intentó nuevamente, con otro puñetazo hacia él. El castaño sonrió, enternecido, y dio un paso hacia el otro lado. Anna gruñó, frustrada. En serio se estaba esforzando, pero el Asakura no estaba sorprendido.

—No te sientas mal —sacó sus manos de los bolsillos tranquilamente, recogiendo su cabello en una coleta desordenada—. Si quieres dejo que me pegues…

—Que simpático —masculló, deteniéndose para planificar otro ataque.

Yoh la miró examinándolo, y cruzo los brazos, sonriendo con incomodidad.

—Anna, no quiero ser grosero, pero creo que ya vi suficiente…

—Puedo hacerlo —dijo con decisión—. Voy a hacerlo.

—Claro que sí, pero hoy no.

Ella buscó en su mente como rebatir a eso. Quería demostrarle que tenía lo necesario para patearle el trasero. Quería demostrarse a sí misma que no necesitaba protección de nadie; que ella podía sola. Quería dejar de actuar como si no temiera por su vida… porque la realidad era que jamás se había sentido tan vulnerable.

Así fue como la heredera de los Kyoyama continuó tratando de herir al Asakura, dañando únicamente su propio orgullo. Yoh bostezaba ocasionalmente, hirviéndole la sangre.

Jadeando, presionó sus puños, hasta tener los nudillos blancos. Y los soltó.

Resopló resignada, dejando su cuerpo caer sobre el césped, humillada por esa muestra de debilidad. La energía que había juntado se liberó en un suspiro, y alzó la vista al cielo, contemplando las nubes. Yoh se sentó junto a ella, cruzando sus piernas, mirándola insistentemente.

—Tranquila, Anna —le dijo, su voz cálida y suave—. Tienes que entender que no aprenderás de la noche a la mañana.

—Detesto sentirme en desventaja… —admitió por lo bajo, acomodándose en el suelo.

Él continuó observándola, empatizando con ese sentimiento de desolación. Yoh creció sabiendo qué hacía su familia, aprendiendo a defenderse y a combatir. Tuvo clases privadas de historia, cálculo, finanzas, idiomas, geografía, pasando horas memorizando nombres y apellidos. Toda su adolescencia se basó en aprobar pruebas de ingenio y destreza, hasta que él y su hermano se vieron forzados a liderar una de las organizaciones criminales más grandes de Japón.

Por otro lado, estaba Anna, quien apenas comenzaba a comprender cómo funcionaba su entorno. A juzgar por lo poco que había compartido con ella, la consideraba como una mujer de carácter fuerte, obstinada y orgullosa. Estar tan perdida por la vida seguro sería bochornoso para alguien con su personalidad.

—Vamos, todo cambiará en unos meses —le dijo, contemplando el cielo—. Te apuesto que en medio año ya tendrás una multitud corriendo despavorida de ti.

La vio sonreír frente a esa idea tan burda, e incluso rio un poco, moviendo algo dentro de su pecho.

—Ya tengo personas huyendo de mí, como Amidamaru —respondió, mirándolo de soslayo—. La única persona de la que no puedo deshacerme eres tú.

—¿Por qué querrías hacer eso? —fingió indignación, mas sus ojos brillaban con diversión, contagiando mágicamente su felicidad—. Pensé que nos llevábamos bien.

La rubia arqueó una ceja, sin darle la dicha de una respuesta. Era extraordinario que hace un minuto se sentía muy mal consigo misma, pero su mal humor desapareció rápidamente. Se mantuvieron en silencio, mientras la agradable brisa acariciaba sus rostros. Yoh comenzó a juguetear con el césped a su alrededor, echándole vistazos fugaces a la rubia. De pronto, llamó a Anna.

—Sé que lo que te hice estuvo mal —le dijo, casi con timidez—, y sería tonto de mi parte pensar que recuperaré tu confianza. Pero créeme, nadie más que yo desea que puedas defenderte… y que logres sentirte segura otra vez.

Anna continuó mirándolo, notando que se mantenía muy concentrado en el césped. Le daba la impresión de que él estaba evitando el contacto visual a propósito.

—Hablas como si fueras mi amigo.

—Técnicamente, lo somos —dio una media sonrisa. Aún sin verla, recogió una flor desde el suelo, dedicándole toda su atención—. Los Asakura, los Kyoyama, los Tao. La nueva alianza en la que se está trabajando nos mantendrá a todos en términos amistosos.

—Es lo que me dijeron —respondió ella, contemplando nuevamente el azul del cielo—. La alianza entre los clanes se sellará oficialmente después de que mi… —el descontento alcanzó su rostro— hasta mi boda.

—Una boda que, inconvenientemente, se aplazó cuatro meses…

—¿Por qué sería inconveniente?

—Son cuatro meses para demostrar que nuestras intenciones son buenas, y que no estamos tramando nada a sus espaldas.

Anna asintió en silencio. Significaba que tendría a Yoh comprobando su lealtad como un cachorro fiel por varias semanas más de lo esperado. Sería una buena forma de pagar por lo de su secuestro, sin embargo, no le parecía suficiente.

Yoh acercó una mano a ella, sobresaltándola. Antes de interrogarlo, posicionó la flor entre su cabello rubio, junto a su frente.

—Es un regalo de bodas —bromeó, levantándose del suelo—. Te ves linda.

Ella sintió sus mejillas enrojecerse, sorprendida y molesta. No sólo le hablaba como un amigo, actuaba como uno, y eso la desconcertaba. Él le extendió una mano, al igual que esa tarde en la que conversaron en los jardines de Kyoto. Esta vez, ella aceptó el gesto, y se levantó, quedando frente a Yoh.

—¿Empezamos con la clase? —preguntó él, su mirada cálida sobrecogiéndola.

La distancia era poca, y la diferencia de alturas entre ambos lo forzaba a observarla ligeramente hacia abajo, mientras que ella alzaba la vista. Necesitaba que alguien le diera una cachetada, y la despertara luego de ese trance.

—Déjame adivinar —dijo Anna, ignorando cualquier sensación que estuviese aflorando en ella—. ¿No partiremos desde lo más avanzado?

Él esbozó una sonrisa que alcanzó sus ojos, dulce, tierno y… Oh, que alguien me dé una bofetada.

—No lograste, golpearme, así que…—se encogió de hombros—. Empezaremos por lo básico.

Sin pensarlo dos veces, Anna le dio un pequeño puñetazo en el hombro. Acto seguido, Yoh se frotó con una mano, frunciendo el entrecejo confundido.

—¿Por qué fue eso?

—Ya te golpeé —contestó ella, encogiéndose de hombros, mofándose de él—. Podemos partir por algo más complejo.

Él la miró con los ojos entrecerrados, dudando que ella estuviese hablando en serio.

—Eso no cuenta.

—¿Qué pasa, Yoh? —le preguntó, una pequeña y maliciosa sonrisa en su rostro—. Creí que estabas listo para todo.

—Nadie me preparó para la astucia de Anna Kyoyama —confesó, con una expresión traviesa que la hizo reír.

Ryu caminó hacia el patio de la mansión mirando el intercambio entre su jefe y la rubia. El chico estaba tan ensimismado con ella, que aún no se percataba de su presencia. El hombre continuó caminando, respirando hondamente. Habría que ser ciego para no darse cuenta de lo que ocurría entre ambos. Demasiada familiaridad en muy poco tiempo. Muchas sonrisas, y nula discreción.

—Disculpen interrumpir su "clase de combate" —dijo Ryu, viendo que Yoh se sobresaltaba al notar que estaba ahí.

—Oh, descuida, aún no empezamos… —contestó el Asakura.

Anna miró al recién llegado, la tensión visible en su semblante. El hombre sintió un escalofrío. Recordaba a la heredera de los Kyoyama desamparada y asustada. No tan hermosa e intimidante.

—Señorita Anna —saludó, haciendo una pequeña reverencia—. Me complace verla después de tantos días, ya la comenzaba a extrañar.

—Sí, claro. —soltó ella, cruzando los brazos sin demasiado interés— ¿A qué has venido…? Ryu, ¿cierto?

—Me halaga que recuerde mi nombre, señorita Anna.

La muchacha puso los ojos en blanco. Yoh negó con la cabeza, observando entretenido al hombre.

—¿Qué pasa, amigo? —le preguntó el castaño, intrigado.

—Lo siento, joven Yoh, pero traigo malas noticias.

Ryu le extendió un sobre sellado, y ambos intercambiaron caras preocupadas. El mayor miró de reojo a la rubia, y luego a su jefe.

—¿Prefiere revisar la información en privado?

—¿Qué…? —preguntó Yoh, mirando a Anna de reojo— Oh, no. Está bien, recuerda que los Kyoyama son aliados, no hay secretos entre nosotros.

Yoh comenzó a abrir el sobre, alzando la vista hacia Ryu antes de explorar su contenido. El hombre suspiró, indeciso. Sin embargo, decidió revelar la información que manejaba.

—Hubo un incidente en la mansión de su pariente, Yohkyo Asakura.

El castaño se detuvo por unos segundos, un mal presentimiento provocándole un nudo en el estómago. Sacó las hojas dentro del sobre, llenas de fotografías, y archivos.

—Fue un incendio —continuó Ryu, viendo a su jefe revisar los documentos—, lo siento mucho, jefe, pero no hubo sobrevivientes. Los niños y su madre fallecieron en el lugar.

Los ojos de Anna se posaron sobre Yoh, cuya expresión se ensombreció. Él continuó viendo los archivos, deteniéndose en una fotografía. La rubia se acercó con intriga, pero el Asakura alejó la foto.

—Es mejor que no lo veas —advirtió, soltando un suspiro exasperado cuando ella dio un paso hacia él.

—Tengo que acostumbrarme —masculló, examinando el papel entre las manos del castaño.

Dos pequeños cuerpos calcinados, y uno más grande, sujetándolos. Estaban negros, y deformes, y lo que más le llamó la atención, incompletos. Sintió náuseas, arrepintiéndose al instante de ser tan terca.

—Son niños y… sus cabezas no…

—Los decapitaron —concluyó él, frente a lo obvio de la escena—. Ese corte es de una katana. Y la tía… la mujer… tiene un disparo en la frente.

Luka. Yohane.

Yoh se sintió enfermo, y comenzaba a tener dificultades para mantener la calma. Eran niños, y los asesinaron en su propia habitación. Deberían haber estado durmiendo, soñando, tibios bajo sus mantas y cómodos sobre su suave colchón. En vez de eso, un enfermo les cortó las cabezas, poco tiempo después de haber perdido a su padre, a manos de su hermano gemelo. La coincidencia era horrible, no obstante, no quería pensar en esa posibilidad.

—El incendio fue sólo para eliminar las pistas. Esto es un ataque absolutamente intencionado.

Ryu abrió los ojos, sorprendido por la información de la que había sido privado hasta ese momento.

Yoh tragó saliva. Sus manos comenzaron a temblar ligeramente, pero tenía las pruebas que, tristemente, no hacían más que confirmar sus sospechas. La familia de Yohkyo, la katana, el disparo, el incendio.

—Comunícame con Hao —ordenó, con una voz grave y peligrosa que Anna no había escuchado jamás en él.

—Pero, jefe… Hay más.

—Ryu —su mirada se tornó más oscura, pareciéndose mucho más a su hermano que a sí mismo.

—De inmediato, jefe —contestó el hombre, enderezando su postura con aires de obediencia—. Tengo que avisarle, el señor Hao iba en camino a reunirse con Don Ren para conversar sobre los atentados. Es posible que no le conteste.

El rostro serio del Asakura se suavizó ligeramente, sin volver completamente a su expresión habitual. Sus labios permanecían formando una línea recta, y suspiró intentando de liberar un poco de la tensión acumulada.

—¿Atentados? —preguntó, esperando una explicación de parte de Ryu.

—También hubo una explosión en el hotel donde se alojaba la señorita Jun, quien afortunadamente no se encontraba en el lugar. El resto de la información también debería estar en el sobre.

El castaño asintió, las piezas en su puzle de pronto desencajando.

—Gracias, Ryu… —dijo, revisando nuevamente entre los papeles— Disculpa si yo…—

—No se preocupe —interrumpió el hombre, sonriendo enternecido— Entiendo. Trataré de comunicarme con el señor Hao.

Anna contempló a Ryu abandonar el lugar. Fue cuando supo que estaban solos, que llevó una mano al brazo de Yoh. Él la miró, la llama de la ira desapareciendo lentamente, siendo reemplazada por dolor.

—Lamento lo que les pasó a esos chicos… —susurró.

Sin sarcasmo, sin ironía. No podría estar siendo más honesta. Desconocía la relación entre los fallecidos e Yoh, pero haber visto a esos niños, alguna vez rebosantes de vida, mutilados en esa fotografía, de seguro lo había perturbado terriblemente.

—Sólo los vi un par de veces —contestó Yoh, disminuyendo la fuerza con la que sostenía el sobre en sus manos—, pero eran niños dulces. Eran sólo niños… —agregó, casi murmurando.

Anna no entendía qué había entre ella y el Asakura, sin embargo, no era relevante. Vio a un muchacho, triste y enfadado. Dudó unos segundos, aun así, condujo su mano hasta su hombro, presionándolo suavemente para reconfortarlo. Yoh sonrió levemente, poniendo una mano sobre la de la rubia.

—Gracias —susurró.

Lo vio enderezarse, inhalando hondamente antes de volver a hablar.

—Veamos qué otra sorpresa nos prepararon —dijo, poniendo los documentos frente a ambos.

Como Ryu dijo, había archivos con evidencias del atentado en el hotel donde Jun Tao se estaba hospedando, en Osaka. Yoh continuó revisando los documentos, ante los ojos analíticos de Anna.

—¿Qué es eso? —preguntó ella, señalando una de las fotografías.

Yoh frunció el entrecejo, y acercó la imagen a él. Observó que, en una de las paredes internas del hotel, entre lo negro de la pintura chamuscada, se veía un símbolo.

—Creo haber visto esto en las primeras fotos —recordó él, buscando entre las hojas la información del incendio—. No le tomé importancia porque… me distraje —admitió, avergonzado.

Anna levantó una ceja. Era obvio que después de enterarse de esa noticia no hubiese estado concentrado. Quiso decirle que no tenía por qué sentir pena, hasta que recordó que aún tenía una mano sobre su hombro, quitándola de ahí disimuladamente. Quería ser gentil, aunque tampoco se excedería con cursilerías.

—Ahí está —dijo Yoh, indicando el mismo símbolo con un dedo—. Encontraron esto en uno de los pasillos de la mansión.

—¿No es demasiada coincidencia? —preguntó Anna—. Ese dibujo sobrevivió en dos lugares distintos, de un incendio y de una explosión. Es una misma persona, u organización —concluyó, viendo que Yoh asentía—. Pareciera que se está burlando.

—Esta persona quiere que sepamos que está detrás de esto, dejando su firma por ahí…

—¿Firma? —la rubia miró con mayor atención la fotografía—. Yo no veo ninguna…—

—Ahí está —insistió Yoh, sujetando una de las manos de Anna, poniéndola sobre el centro del símbolo bajo su propia mano. Señaló con el índice las formas, entre las cuales se podía distinguir una firma escrita en kanji.

Ambos intercambiaron expresiones confundidas, intrigados por los motivos del autor del crimen para dejar su nombre ahí.


Hans se bajó de su vehículo, caminando directamente hacia la policía. Los hombres lo saludaron, reconociéndolo rápidamente. Había algunos civiles curiosos, rodeando la cinta amarilla que prohibía el paso de cualquier persona. Era claro que el Reiheit-Kyoyama era mucho más que un simple ciudadano. Tenía muchas influencias, y, además, era su casino el afectado. Lo llamaron justo después del incidente, por lo que llegó antes que la prensa.

—Don Hans, un gusto verlo por aquí —saludó el oficial—. Siento mucho las circunstancias.

—Yo también —contestó el rubio, extendiendo una mano enguantada para saludar al hombre—. ¿Qué es lo que saben hasta ahora?

—Diríamos que fue un arreglo de cuentas, sin embargo, todo es demasiado reciente para sacar conclusiones. El equipo forense aún se encuentra al interior del casino.

—¿Cuántas bajas se aproximan?

—Llevan quince personas, y el número sube…

Hans maldijo mentalmente. Una matanza era pésima publicidad para su negocio, y el papeleo que tenía por delante era abrumador. Suspiró, le dejaría eso a su secretaria, Teruko. Él tenía muchos otros asuntos importantes que atender.

—Muy lamentable —dijo él, fingiendo dolor en su voz—. ¿Algo más? ¿Alguna pista sobre el desquiciado que tramó todo esto?

El oficial pareció dudar, aun así, sacó su teléfono de su bolsillo, buscando entre sus archivos fotografía en específico.

—El forense me envió esto hace unos minutos —explicó, entregándole el aparato al hombre—. Vamos a hacer una investigación exhaustiva. No se preocupe, Hans, encontraremos al responsable.

El rubio observó detenidamente la fotografía. Un símbolo en la pared, más bien una firma, de un nombre que no asociaba a nadie. Le devolvió el teléfono al oficial, ambos asegurándose de ser lo más discretos posibles.

—¿Podría enviarme esta imagen a mi número? —pidió Hans, conociendo la respuesta—. Se la enviaré a mis detectives, para que colaboren con usted y su espléndida labor.

—Por supuesto, pero… —el oficial miró en ambas direcciones, comprobando que ningún curioso estuviese oyendo— podría meterme en graves problemas si se enteran de esto.

—Mi secretaria se encargará de agradecerle —avisó el líder de los Kyoyama, dándole una sonrisa cómplice al hombre—. Gracias, oficial. Agradezco que siempre me mantenga al tanto de todo.

—De nada, Hans. Sabe que lo aprecio mucho.

Más que nada, apreciaba su dinero. El rubio lo sabía muy bien, ya que gran parte de los agentes que conocía tenían en mismo gusto. No por nada se había salido con la suya por todos esos años.

Fue una visita corta, pero rápida. Se subió a su auto, y le indicó al chofer que partiera. Hace varios meses no tenía un problema similar, pero eran gajes del oficio. No debía acostumbrarse a la normalidad. Marcó el número de Fausto en su teléfono, irritado por confirmar sus dudas.

—Fausto. Nosotros también la recibimos. Yo no alcanzaré a ir, así que te pido que tomes mi lugar y te reúnas con Hao Asakura y Ren Tao.

Su cuñado aceptó sin reclamos. Alguien estaba jugando con todos ellos, y tomarían cartas en el asunto antes de que se les escapara de las manos. No le permitirían seguir burlándose por mucho tiempo. Cortó la llamada, y revisó en su celular si él oficial le había enviado la imagen.

En efecto, ahí estaba. Examinó con mayor detención la fotografía, ampliándola en la pantalla de su celular para examinarla con mayor detalle. Era la misma firma de los otros atentados.

—¿Quién eres, Mappa Douji?