Después de meses y unos 5 intentos de escribir este capítulo, POR FIIIIN lo terminé JAJAJA Son las 1.38 de la mañana, odio mi vida. Broma, la vida es hermosa. Ustedes son hermosos.

Ahora que ya no estoy estancada en el mismo capítulo, me siento liberada jajajjaja Espero actualizar más seguido, pero la vida ocurre jiji En fin, muchas gracias a todos por leer. Es súper especial que le dediquen algunos minutos de su día a este fic, bueno, será más que algunos minutos, porque escribí 17 páginas. Stop me, please.

¡Me retiro, hasta el próximo capítulo!


Capítulo 12: Acuerdos

El sudor corría por su frente, y sus mejillas estaban rojas por el ejercicio prolongado. Estaba exhausta, aun así, sus puños se mantenían firmes, evaluando su siguiente movimiento.

Yoh llevaba varios minutos con la misma expresión neutra, analizando en silencio a su estudiante. Pese al agotamiento físico y mental, Anna no quería detenerse. El castaño sacudió la cabeza y cambió su semblante serio por una sonrisa, acercándose la rubia, quien le dedicó una mirada llena de enfado. Él acortó la distancia al sujetar las manos de Anna con delicadeza, alzando sus puños para que protegieran su rostro.

—Te concentras demasiado en atacar, y descuidas tu defensa —dijo él, riendo cuando la rubia rodó los ojos.

Anna frunció los labios, intentando de ignorar las manos de Yoh sobre su cuerpo. Él permanecía en perfectas condiciones, con su cabello levemente despeinado en una coleta mal hecha, mientras que ella sudaba completamente fatigada, energizada únicamente por su ira interna.

Sintió el agarre gentil del Asakura sobre ella, y, de pronto, el ejercicio no era lo único que le aceleraba el corazón.

—Así está mejor —comentó el castaño, satisfecho con la nueva postura de la rubia—. Es una lástima que tengamos que dejarlo hasta aquí.

La soltó, y retrocedió algunos pasos, reinstaurando el espacio entre ambos. Anna separó sus labios, frustrada. ¿Para qué la había corregido si no iban a continuar con la lección?

—Es temprano, sigamos —dijo ella, su tono de voz más similar a un mandato que a una sencilla sugerencia.

Yoh aguantó sus intenciones de carcajear; ella debía estar bromeando. En lugar de contestarle, se sentó frente a Anna, cruzando las piernas sobre el césped. Ella suspiró disgustada cuando su orden no fue acatada, sin embargo, lo imitó en silencio, acompañándolo en el suelo. Ambos cerraron los ojos, y se acomodaron para comenzar a centrarse en sus propias respiraciones.

La heredera Kyoyama debía admitir que le agradaba pasar tiempo con Yoh, únicamente porque la ayudaba a distraerse y le brindaba una ínfima oportunidad de golpearlo, claro. Aun así, gran parte de sus lecciones se habían convertido en meditar juntos, y pese a los beneficios para su salud mental, ella lo consideraba una pérdida de tiempo. Insistía en que era un truco del Asakura para flojear, escudándose en que era parte importante de su entrenamiento.

Pasaron varios minutos, hasta que Anna abrió un ojo para mirar a Yoh de soslayo, sonriendo cuando lo descubrió mirándola sin discreción alguna.

—¿Qué? —preguntó ella, divertida cuando él se sobresaltó.

—Nada —contestó, sonriendo avergonzado. Ella arqueó una ceja de manera inquisitiva, y él se encogió de hombros—. Es lindo verte tan serena.

Anna sabía que sus mejillas ya estaban rojas, por lo que esperó que su ceño fruncido pudiese disimularlas. El Asakura le sonrió, y se puso de pie. Le ofreció su mano a Anna para ayudarla a levantarse, feliz cuando ella aceptó y se alzó con su ayuda.

—Recuerda descansar durante la tarde —dijo él, cruzando los brazos frente su pecho—. Si te desmayas bailando en la gala, llamarás mucho la atención.

—Pues tendrás que ayudarme nuevamente —sonrió con cierta burla y picardía, complacida cuando vio a Yoh inspirar profundamente.

Por muy tranquilo y relajado que pudiera ser, le gustaba jugar con él para exasperarlo. Era interesante ir probando sus límites para saber hasta dónde podía llegar.

—Creo que ni a tus padres ni a los Tao les simpatizaría.

Ambos comenzaron a caminar al interior de la casa, una rutina que habían adoptado ese último tiempo después de sus clases juntos.

—Tendrán que tolerarlo si quieren que continúe con esa tontería del compromiso.

—Veo que tampoco te anima la fiesta de hoy…

—¿A ti sí? Tú y tu hermano serán figuras públicas desde esta noche. No podrás explotar más autos ni secuestrar a más personas.

—Claro que sí, sólo tendré que ser más cuidadoso —y pese a que su tono era alegre, Anna lo miró con enfado—. ¿Qué? Estoy siendo honesto. Además, la atención de la fiesta se centrará en ti y en Ren.

—¿No habían dicho que tú y tu hermano se revelarían ante todos esta noche?

—Hmm —Yoh rascó su mejilla, pensativo—, no ante todos todos. Recordarás que mi familia tiene cierta reputación, es un asunto complicado.

Anna levantó una ceja. Cuando escuchó el apellido real de Yoh por primera vez se le revolvió el estómago, y sabía bien que ese clan tenía una mala fama.

—Entonces, ¿no harán su esperada aparición durante la gala?

—Sí, sólo para quienes importan.

Entraron a la mansión, recorriendo los pasillos mientras los empleados de los Kyoyama le enviaban miradas venenosas al Asakura. Podría llevar varios días como un huésped invitado, pero su presencia continuaba generando incomodidad entre las personas que trabajaban en el lugar. Nadie podía culparlos; después del desastre que el castaño desató al llevarse a la heredera de la familia, era imposible esperar que las cosas fuesen distintas. Aunque Anna toleraba de una forma sorprendente a su antiguo captor, el resto de los Kyoyama no pensaban de la misma forma. Quedó demostrado perfectamente cuando se encontraron con su madre en el pasillo, vestida elegante como siempre, sonriendo con cinismo cuando vio al castaño junto a su hija.

—Asakura —saludó ella, casi entre dientes y con el desprecio centellando en sus ojos.

—Buenas tardes —respondió él con simpleza, indiferente al aire tenso que se creaba entre ambos.

—¿Practicaste tus pasos de baile para esta noche? —preguntó la mujer, mirando de reojo a Anna.

—Oh, ambos estuvimos practicando otro tipo de ejercicios.

La sonrisa de la madre se desvaneció.

El muy descarado tenía la audacia de hacer comentarios con doble sentido, fingiendo inocencia con esos ojos de chico bueno. Anna volteó a verlo irritada, indignándose aún más por esa expresión tan tranquila que llevaba en el rostro.

—Si me disculpan, debo retirarme —anunció el castaño, ajustando el elástico que sujetaba su desprolijo peinado—. Mi hermano insiste en que me reúna con él antes de la gala.

—¿No vas a ducharte primero? —preguntó Anna.

—Apenas me hiciste sudar —contestó riendo—. Tendríamos que hacer actividad física más intensa si quieres verme cansado.

Y esa fue la gota que rebalsó el vaso para la mujer que los acompañaba. Sus ojos salvajes se posaron sobre los de Yoh, y la hija supo que, si él no se largaba de inmediato, su madre no tendría problema en compartir sus mejores insultos descontroladamente. Anna lo miró de soslayo, notando que él también la contemplaba, muy contento consigo mismo. Inclinó ligeramente su cabeza, despidiéndose antes de irse silbando hacia la salida. La joven rubia puso los ojos en blanco y observó a su madre, quien tenía las manos empuñadas y fruncía los labios.

—Ese mocoso sin clase se cree muy divertido —refirió la mujer, masajeando su sien con una mano temblorosa—. De todas las ideas ridículas que ha tenido tu padre, tener a ese muchacho en la casa es una de las peores.

Anna lo había dicho en un principio, apenas supo que Yoh estaría dándole clases de combate. Lamentablemente, nadie la tomó en cuenta en ese entonces. Era una burla tenerlo ahí a diario, después de todo lo que había ocurrido, sin embargo, su estadía con los Kyoyama les había brindado los resultados esperados; Anna sí estaba aprendiendo a combatir, lenta, pero progresivamente, e Yoh sí le estaba siendo útil a Hans como intermediario entre ambos clanes, manteniéndolo al tanto de cada novedad con respecto a sus negocios.

—…En fin —continuó su madre, soltando un largo suspiro—. Hay una sorpresa en tu habitación.

Anna la miró enarcando una ceja; lo último que quería eran más sorpresas. La mujer rio ligeramente, y puso una mano sobre su hombro, arrepintiéndose de inmediato al notar el sudor sobre su piel.

—No pongas esa cara —dijo, mientras limpiaba sus dedos en la tela de su caro vestido—. Va a gustarte.

La joven subió hacia su cuarto, desconfiando de lo que encontraría al momento de abrir la puerta. Entró con lentitud a la habitación, sus ojos entrecerrados con sospecha y su mano firme en el picaporte. Escuchó una ligera risa femenina que no oía hace bastante tiempo, no al menos en persona.

—¿Y esa cara? —preguntó Jeanne, sentada en el borde de la cama de Anna.

La rubia vio a la chica reír aún más cuando sus ojos se abrieron en sorpresa. ¿Qué demonios estaba haciendo ahí?

—Jeanne —dejó la tensión abandonar su cuerpo, forzando su rostro a volver a la normalidad.

—¡Ha pasado mucho! —comentó la chica de ojos rubí, levantándose para saludar a la chica con un abrazo— ¿Cómo has estado?

Anna no supo qué contestar, respondiendo al abrazo sin mucha efusividad. No se sentía muy cómoda dando afecto físicamente, rodeando a Jeanne con sus brazos sólo para no herir sus sentimientos. Los ojos rubí la examinaron con curiosidad, alejándose para contemplarla con mayor detenimiento.

—Siempre has sido reservada, pero jamás creí que me ocultarías tu compromiso con Ren Tao.

—Oh —Anna buscó rápidamente una excusa en su cabeza, encontrando lo más mediocre y genérico que pudo inventar—. He estado ocupada.

—¿Tan ocupada que olvidaste decirme que accediste a casarte con él? —pese a su tono incriminatorio, el rostro de Jeanne se mantenía gentil.

Únicamente entonces, fue que Anna se dio cuenta de lo alejada que había estado de sus amistades. Llevaba tantos días con un sinfín de cosas en la cabeza, que no había notado lo mucho que se había distanciado de sus compañeros de universidad, y de su antigua vida en general. Apenas había estudiado para sus exámenes, y no había dado señales de vida a su reducido círculo social. ¿Cómo hacerlo, después de los recientes sucesos?

—Tranquila, no pasa nada —dijo Jeanne—. He venido para que nos pongamos al día. Oh, a propósito, tu madre fue muy gentil y me invitó a tu gran fiesta.

La mención del evento hizo que Anna sintiera un sabor amargo en la boca, aun así, intentó de que no fuera muy obvio su desagrado.

—No es "mi fiesta" —explicó la rubia—, será una absurda gala con un montón de patanes adinerados en donde, casualmente, darán a conocer mi compromiso.

El sonido de alguien golpeando su puerta la distrajo, y al abrirla, reconoció de inmediato a uno de los empleados de Ren. Joven, ligeramente bronceado y de ojos verdes de un tono oscuro. Lo había visto por primera vez en Kyoto, empujando a Hao Asakura cuando aún era prisionero de los Tao. Hizo una pequeña reverencia en saludo, presentándose únicamente como Nichrom. Anna lo observó arqueando una ceja, esperando explicaciones ante esa intromisión. Lo que obtuvo fue una caja de generoso tamaño, relativamente liviana.

Después de que el chico se retiró, la intriga de Jeanne se hizo evidente.

—¿Quién era él?

—Un empleado de Ren —contestó Anna, llevando la caja con desconfianza hacia la superficie de su cama.

—¡Te ha enviado un regalo! —concluyó la de ojos rubíes, entrelazando las manos conmovida—. Es adorable.

Anna tuvo que morder el interior de su labio para omitir comentarios. "Adorable" era el último adjetivo que podría asociar al Tao. Frente a una curiosa Jeanne, decidió descubrir qué era lo que su amado prometido le había enviado. Le quitó la cubierta a la gran caja blanca y miró con aprensión su contenido. Sujetó con ambas manos el vestido rosa pálido, intentando fallidamente que su rostro no reflejara de su evidente desprecio.

—No voy a usar eso —fue lo único que comentó, antes de devolver la prenda a su caja.

—Está precioso —dijo Jeanne, sus ojos llenos de ilusión contemplando la tela rosa—. Ren fue muy tierno al enviarte este regalo.

Anna recordó su último encuentro con el dulce Ren. Su sonrisa altanera, su aspecto peligroso y su mirada penetrante. Siempre lo consideró apuesto, pero, ahora que conocía su verdadera naturaleza, no podría sentirse menos atraída. No era sólo el origen de su riqueza lo que elevaba las banderas rojas en su mente, sino su actitud.

Esa relación se trataba de un vil trato, un sello irrompible a una promesa ajena, y ella había sido una estúpida al aceptar convertirse en su esposa.

—No puedo creer que vayas a casarte con él —la de ojos rubí sonrió con dulzura y ensoñación, sentándose sobre la cama de Anna.

Yo tampoco, quiso decir la rubia. Apenas conocía al heredero de los Tao, y había accedido a unirse a él en matrimonio. Estaba loca, como todo el resto de su entorno.

—Aún no me has dicho nada al respecto —notó la de cabellera plateada—. ¿Cómo es él?

¿Cómo era Ren? Un psicópata. Un demente. Un tipo condescendiente.

—Apenas hablamos, Jeanne.

—Debe haberte causado una gran impresión para aceptar la propuesta de su familia.

Jeanne no estaba equivocada. Vaya impresión.

—No acepté por él. Acepté porque sería lo más conveniente para mi familia, eso es todo.

La rubia se sentó junto a Jeanne, y, pese a que no mentía, sus propias palabras la hicieron sentir mal. Su acompañante sonrió con cierta tristeza, y se atrevió a tomar la mano de Anna entre las suyas.

—Es tu vida. No deberías tomar decisiones importantes tan a la ligera.

—Los matrimonios arreglados son normales en nuestro círculo. Dejé la ilusión de casarme por amor, hay que pensar de forma práctica.

—¿Qué pasa si no eres feliz con él?

Anna sonrió levemente. Esa era una preocupación de una joven cualquiera, y cómo desearía volver a esos días, cuando todo era más simple y su dicha era una prioridad.

—Mi felicidad no depende de un hombre —respondió, levantándose del borde de la cama—. Ahora, acompáñame a buscar un vestido para la noche.

Por mucho que fuesen a celebrar su compromiso, Anna planeaba dejarle claro a Ren que haría todo bajo sus propios términos, y no pensaba hacerlo en ese vestido rosa.


Cuando Yoh llegó a la sala de conferencias del hotel, notó al instante que su hermano estaba ocupado. Divisó a Hao sentado en la mesa, rodeado de varias personas, escuchando a uno de sus acompañantes hablar. Sus ojos estaban puestos en el hombre que conversaba, asintiendo cada cierto tiempo con una sonrisa vacía.

Yoh quiso reír. Desconocía cuántas horas llevaba su gemelo en aquella reunión, pero sabía que estaba aburrido. Si bien Hao adoraba el poder que ser el líder le otorgaba, aborrecía los compromisos y las labores administrativas. Solía delegarle las tareas desagradables a su hermano menor, aun así, no podía desligarse de todas esas responsabilidades.

El mayor de los Asakura se levantó de su silla junto al resto de los presentes, despidiéndose y estrechando las manos de los hombres que lo rodeaban. Se retiraron del lugar, saludando a Yoh al encontrarse con él en la entrada de la sala. Yoh reconoció sus caras.

Traficantes. Estafadores. Contrabandistas.

Socios.

—Hermanito —saludó Hao, caminando hacia su gemelo—. ¿Qué tal tu día?

—Más divertido que el tuyo —respondió Yoh, sonriendo divertido.

Hao se limitó a suspirar, sonriendo agobiado.

—No te burles si no quieres que te envíe a hacer algo tedioso.

—Jamás me ordenas hacer cosas entretenidas, hermano.

Ambos rieron brevemente, y se sentaron juntos frente a la mesa.

—Te envíe el listado de los invitados para esta noche —dijo el mayor, soltando el nudo de su corbata—. Lo revisaste, supongo.

—¿No es arriesgado que asistan tantas personas? —preguntó Yoh—. Me parece disparatado mezclar al clan Saigan con celebridades locales como Jeanne Maxwell.

—No lo es si consideras que todos están vinculados a la mafia, de alguna u otra forma. Es una gran reunión de una familia sumamente disfuncional —agregó, riendo con naturalidad—. Ya te expliqué las medidas que se tomarán para que no haya inconvenientes. Así los cínicos que nos etiquetan como criminales no harán escándalo.

"No están equivocados" pensó Yoh. Eso eran, después de todo.

—¿Cuándo crees que logremos limpiar nuestro apellido?

—Los Kyoyama están utilizando sus redes para desvincular a nuestra familia del crimen, por lo menos para el público y los medios de comunicación. Eso, Yoh, es una tarea complicada, y requiere de un nivel de manipulación que realmente admiro.

—Veo que tu acuerdo con los Kyoyama no fue una locura después de todo —comentó su gemelo, sonriendo ante la actitud satisfecha de su hermano.

—Créeme, necesitamos sus influencias. Siendo inmunes ante las autoridades, y trabajando falsamente dentro de lo legal, no tendremos obstáculo alguno. Por fin lograremos enmendar todos los errores que cometió papá, y ocuparemos la posición que nuestra familia siempre ha merecido.

Yoh asintió, aunque no le hacía feliz cuando Hao se quejaba del liderazgo de su padre. Solía juzgarlo bastante, como si él mismo no hubiese hecho estupideces como jefe de su familia. Y hablando de eso…

—Vi unos invitados muy interesantes —refirió el menor—. ¿Jun Tao?

—Anunciarán el compromiso de su hermano, es obvio que asistirá —respondió Hao, alzando las manos en señal de inocencia cuando Yoh frunció el ceño—. Me comportaré, lo prometo.

La sonrisa traviesa en el rostro del mayor sólo generaba dudas en su gemelo, quien suspiró rendido.

—Marion también estará ahí —advirtió—, evitemos un tiroteo.

—Estará ocupada en la seguridad de Tamao, así no habrá drama innecesario.

Yoh separó los labios, listo para replicar. Hao arqueó una ceja, y miró a su hermano con curiosidad.

—¿Acaso no te alegra verla? —preguntó el mayor, tomándose el mentón—. Eso la pondrá muy triste.

—Sabes que no es eso… —Yoh pasó una mano con su cabello—. No me gusta que esté en medio de esa gente.

—Eres muy aprensivo. Tamao dejó de ser una niña hace tiempo, ya sabe perfectamente de qué se trata todo esto.

—Lo tengo claro, pero no puedo evitarlo. Si algo le ocurre…

—Marion jamás falla un tiro, estará bien —Hao masajeó su sien, evaluando la expresión disconforme de su hermano—. Le diré a Mattilda que la apoye, para que te quedes tranquilo.

—¿Y qué hay de la abuela y mamá? —insistió Yoh, tamborileando los dedos sobre la mesa—. ¿Quién estará a su cargo?

El líder de los Asakura inhaló profundamente, evidentemente hastiado del tema. Detestaba que su hermano demostrara ese comportamiento, siendo que debía enfocar sus energías en asuntos más importantes.

—Yoh, discutiremos los detalles más adelante. No te pedí que vinieras hasta aquí para discutir tus preocupaciones banales.

—No creo que la seguridad de nuestra familia sea algo insignificante, hermano.

Hao frunció los labios, sin embargo, le mostró una sonrisa a su gemelo. Debería redirigir esa pasión en los negocios, y no en sentimentalismos, aun así, era bueno que demostrara querer estar preparado para cualquier escenario. Se convertiría en un líder decente algún día.

El mayor le hizo una señal con la mano a uno de los guardias que se encontraba en la puerta de la sala. El hombre asintió y abandonó el lugar rápidamente. Esto no pasó desapercibido por Yoh, quien miró a su hermano con curiosidad. Hao se levantó de su silla, indicándole a su gemelo que lo imitara. El menor asumió que alguien se uniría a su pequeña reunión, por lo que también se puso de pie e intentó de alisar su camisa con las manos.

—Yoh —llamó su hermano—. Quiero que conozcas a un amigo.

El hombre volvió acompañado de una persona más. Era un joven alto y delgado, de cabello oscuro con matices azules. Su aspecto físico no destacaba, pero su sonrisa perturbó a Yoh, quien se mantenía aparentemente indiferente. El muchacho caminaba con tranquilidad, un aire alegre y turbulento en su expresión digno de un psicópata. El menor de los Asakura echó un vistazo a su hermano, quien permanecía con el mismo semblante sereno de antes.

—Hao Asakura —saludó el joven, haciendo una corta reverencia.

El aludido lo imitó, y estrechando sus manos ante la mirada atenta de Yoh.

—Yoh, te presento a Yosuke Kamogawa.

El menor forzó una sonrisa en su rostro, evitando el impulso de tragar saliva al oír ese apellido. Recordó que Hao le había dicho anteriormente que ese clan los ayudaría en la búsqueda del infame Mappa Douji, aun así, la idea de tener a una familia de dementes y sádicos de su lado no le generaba mucha paz.

Bueno, mejor tenerlos de su lado que en su contra.

—Un gusto —contestó el castaño, estrechando la mano del muchacho, cuya expresión sonriente no dejaba de desconcertarlo.

Sintió la piel de Yosuke contra la suya, y el frío de los anillos en su mano lo hicieron mirar de soslayo las joyas de oro que adornaban sus dedos.

Poca información se tenía respecto a esas personas, no obstante, Yoh recordaba claramente el resumen que Hao había escrito sobre la carpeta con sus escasos datos. Ricos y locos. Si había algo que le gustaba a los Kamogawa más que matar, era el dinero. ¿En dónde lo invertían? Nadie sabía. ¿Cuáles eran sus negocios? Nadie estaba seguro.

—Es un agrado conocerte por fin, Yoh Asakura —respondió el joven, sus ojos fijos en los castaños de su acompañante—. Es interesante verte en persona, después de tanto tiempo reuniéndome con tu hermano, me parecía extraño que no nos presentaran meses atrás.

El menor de los Asakura esbozó una sonrisa que alcanzó sus ojos, ocultando la decepción de que su hermano hubiese omitido esa información. Hao puso una mano sobre su hombro y presionó levemente.

—Se acordó que el Clan Kamogawa nos apoye con las investigaciones sobre los atentados, pero desde hace varios meses yo y Yosuke hemos estado trabajando en conjunto. Como sabrás, los Kamogawa son muy eficientes en las labores que realizan, pero la cooperación entre aliados es esencial. Por eso, tú, como segundo al mando, entenderás lo importante que es ser gentiles con nuestros amigos y prestarles ayuda cuando lo requieran, sobre todo en estos tiempos difíciles.

La presión de la mano de su hermano se hizo más fuerte, e Yoh lo comprendió a la perfección. Debía ser cuidadoso.

—Por supuesto —respondió el menor, sonriéndole a Yosuke—. Te agradezco por haber aceptado unirte en la búsqueda de ese sujeto. Los Asakura, los Kyoyama y los Tao les ofreceremos apoyo en lo que necesiten.

—Pues, respecto a eso, me gustaría hablar sobre el tema de Mappa Douji con ustedes. Cada cosa que averigüemos será informada a los tres clanes, por lo tanto, les enseñaré esto a ustedes antes de dirigirme al resto de las familias.

Yoh observó al joven sacar su teléfono celular de su bolsillo, y sintió la mano de Hao desaparecer de su cuerpo. Miró nuevamente por el rabillo del ojo a su gemelo, sin poder detectar nada inusual en él. Yosuke buscó entre sus archivos un video, mostrándole la pantalla del aparato a ambos gemelos para que lograran apreciar la imagen.

Esta vez, el menor no logró disimular su sorpresa. Pudo apreciar entre las figuras borrosas la habitación en dónde él se hospedaba en la mansión Kyoyama. Se encontraban él y su hermano, conversando. Yoh recordó claramente que ese día confrontó a su gemelo sobre su conocimiento respecto a su nuevo enemigo, mientras que él negó estar involucrado. No quiso mirar a Hao, y espero a que la grabación terminara para poder hablar.

—Tenía sospechas —explicó, cruzando los brazos—, eso es todo.

—Acusaste a tu líder de algo muy severo, Yoh —respondió Yosuke, su sonrisa contrastando con su falso tono de seriedad—. Una persona en tu posición debería saber que hay cámaras y micrófonos por doquier. No puedes comentar ese tipo de cosas como si nada.

Y lo sabía. Yoh sabía que no estaba seguro en esa casa, pero se había dejado llevar. Necesitaba respuestas en ese momento, y olvidó torpemente que nada de lo que hablaban en ese lugar era privado. Se dejaba llevar por sus emociones, y había sido reprendido por su hermano en incontables ocasiones por lo mismo.

—Está bien —dijo de pronto Hao, poniendo ambas manos en los bolsillos de sus pantalones—. Él debía salir de las dudas, ¿no?

—Eso te convierte en el primer sospechoso, Hao —contestó Yosuke—. No es muy conveniente cuando intentas firmar una alianza con los Kyoyama y los Tao.

Yoh buscó en los ojos de su hermano indicios de reproche o decepción, pero se mantenía sereno, sin muestra alguna de que la noticia lo hubiese afectado. Su gemelo le sonrió, con una expresión protectora, casi paternal, que no dejaba de confundir al menor.

—Debes ser más cuidadoso —advirtió, dándole una palmada en la espalda—. Sé que estabas conmocionado por la muerte de Luka y Yohane, sin embargo, no es excusa para actuar precipitadamente.

Algo en su reacción, o falta de ella, sólo aturdió más a Yoh. Sabía que su hermano era un maestro enmascarando sus sentimientos, pero no entendía por qué actuaba tan indiferente. No estaba haciendo nada para defenderse frente a Yosuke, aceptando que se había convertido en sospechoso de atentar contra el bien de su propia familia y aliados.

El joven Kamogawa puso una mano sobre el hombro de cada gemelo, con una familiaridad que no le agradó al menor de los Asakura.

—Tranquilos, yo los cubriré. No le diré nada a los Tao ni a los Kyoyama, ignorémoslo y así nos ahorramos problemas.

—Gracias, Yosuke —respondió Hao, mirando a su hermano—. No seas desconsiderado y dale las gracias a nuestro amigo.

El menor quiso fruncir el ceño. Desde que primer momento en que vio a Yosuke, sus instintos le imploraban que no confiara en él. Yoh confiaba en esas alarmas, y, pese a lo que fuese que existiera entre el chico y su hermano, se mantendría alerta.

—Muchas gracias.

El chico del clan Kamogawa sonrió.

—De nada, Yoh.

—Hermanito —habló Hao, alejándose para tomar asiento—. Esta tarde el tiempo es muy acotado, así que necesito que hagas un par de cosas antes de la gala. Le dejé a Kanna una carpeta con instrucciones. Nos vemos en la noche.

Yoh forzó una sonrisa; su hermano acababa de echarlo. Se despidió de Hao y Yosuke, con un presentimiento extraño de que había algo fuera de lugar.

Cuando el menor de los gemelos abandonó el lugar, el Kamogawa rio ligeramente.

—Todo salió como dijiste —comentó, sentándose junto a Hao—. Tenemos evidencias de que duda de ti, y se siente culpable por eso.

—No le gusta decepcionarme. Si tan sólo supiera que, por el contrario, hizo justo lo que quería…

—Te lo preguntaré por última vez, ¿estás seguro de que quieres que Hans y Ren reciban esa grabación?

—Sí. Seré el primer sospechoso; el primero en ser descartado.

Yosuke masajeó su mentón, observando al Asakura con gracia. Él le devolvió la mirada, con una expresión serena que apenas lograba ocultar el orgullo en sus ojos.

—Por cierto, traje lo que acordamos —mencionó el castaño, buscando debajo de la mesa una maleta—. No soy un arquitecto, pero estoy bastante conforme con el resultado.

Buscó en su interior un sobre de generoso tamaño, entregándoselo a su acompañante. Una vez en sus manos, Yosuke examinó su contenido. Extendió una hoja doblada prolijamente en cuatro partes, revisando el plano dibujado en la superficie blanca.

—Es todo el recorrido que hice —relató el Asakura—. Desde la entrada del este hacia el calabozo, es más que suficiente para encontrar lo que quieres.

—Es sorprendente —contestó su compañero, doblando nuevamente el papel para guardarlo en el sobre—. Golpeado, con una bolsa en el rostro impidiéndote ver, y aun así lograste memorizar el camino.

—Se trata de mí, ya deberías acostumbrarte.

—Pues Hao, confirmo que eres el Asakura más interesante a quien he conocido.

El castaño dio una media sonrisa. Yosuke también era una persona interesante, y quería conocer los secretos que escondía esa mirada tan cínica.


El heredero de la familia Tao se veía impecable; su traje azul marino contrastando con sus ojos ambarinos, y su joyería, si bien ostentosa, elegante. Entró a la mansión Kyoyama acompañado como siempre de su leal empleado, Bason. Había ido a buscar a su prometida, con quien no había intercambiado palabra alguna hace varios días. Serían desconocidos, pero ¿qué diría la gente si aparecía sin ella a ese evento? Harían oficial su compromiso, sería absurdo que cada uno estuviese por su cuenta.

Saludó a la familia Kyoyama, quienes lo recibieron satisfechos al recordar el gran partido que era para la heredera. La presencia de Ren era lo único que se necesitaba para saber lo poderoso que era. Él y Anna juntos serían imparables.

—Oh, es mi amado prometido.

La voz de la rubia lo hizo voltear, y cuando la vio con ese vestido rojo, el cabello suelto y sus joyas de oro, sonrió. Se acercó a ella con el garbo que jamás lo abandonaba, y tomó una de sus blancas manos con delicadeza, besando el dorso apenas. Anna frunció los labios, observando el gesto y aguantando las ganas de rodar los ojos. Él se reincorporó, y extendió su brazo para que ella lo recibiera. Ella suspiró y caminó junto a él, despidiéndose de los Kyoyama, quienes llegarían por sus propios medios a la locación donde celebrarían en conjunto.

—¿Por qué no me sorprende que hayas rechazado mi regalo? —preguntó el Tao, mirando de soslayo el vestido rojo de Anna.

—Es el colmo; me dicen con quién me tengo que casar y ahora quieren elegir mi ropa.

—Seamos honestos, Anna. Tampoco me agrada la idea de pasar el resto de mis días con una niña malcriada y de pésimo carácter, pero aquí estamos.

—Tus palabras enamoran, Ren.

Los dos avanzaron en silencio a través del antejardín de la mansión. Aún se escabullían ligeros matices anaranjados en el cielo. La noche estaba próxima, y en unos minutos más estaría completamente oscuro. Ren avanzaba con indiferencia, y Anna lo acompañaba con expresión seria, mordiéndose la lengua para no decir nada desagradable. Ver al chico le recordaba el futuro que les esperaba juntos, y no podría estar menos entusiasmada por casarse con alguien a quien vio por última vez en uno de los peores días de su vida.

Llegaron hasta la negra limosina que los llevaría hacia el lugar donde realizarían la fiesta. Bason se aseguró de abrirle la puerta del vehículo a ambos jóvenes, dejándolos a solas en la parte trasera.

Se sentaron uno al lado del otro, y la incomodidad no tardó en llenar el ambiente. ¿Y ahora, qué? Ren miró de reojo a su prometida, quien miraba a través del vidrio blindado carente de emoción. Él inhaló profundamente, y sus ojos se fijaron en los de ella, listo para hablar.

—No te amo, y no está en mis planes hacerlo —él habló y Anna arqueó una ceja—, sin embargo, he conversado con tus padres, y ellos me han convencido de que intente acercarme a ti.

—Adorable —masculló ella.

Ren desvió su mirada y observó a través del vidrio, buscando las palabras precisas para no sonar como un patán, pero tampoco quería parecer un chico dulce. Solía tener bastante labia con las mujeres, no obstante, con Anna no necesitaba fingir ser alguien que no era. Ya había visto un lado suyo que el público desconocía, ¿para qué pretender que era un príncipe cuando era un maldito amo?

—Soy una persona muy ocupada, por lo que el tiempo no me sobra y nuestras reuniones serán escasas… aun así, no sería terrible que tratemos de llevarnos bien.

Al igual que él, Anna miró hacia el exterior, observando un oscuro panorama a través del vidrio blindado. Lo poco que conocía del chico no le agradaba, ¿sería conveniente conocerlo mejor? ¿Acaso su percepción de él cambiaría positivamente, o la convencería de que era una loca al desposarlo? Sus ojos miel se fijaron en los ámbar del joven Tao. Se le hacía difícil pensar en que él sería gran parte de su futuro, pero ahí estaba, esperando por una respuesta con su impenetrable semblante.

—No sería terrible —acordó ella—. Aunque yo también soy una mujer ocupada, tendré que ver si tengo espacio para ti.

Él rio, sorprendiendo a Anna al verse relajado y tan honesto por primera vez desde que se conocieron. Ella se permitió sonreír sutilmente, sintiendo una fugaz sensación de optimismo frente a su matrimonio arreglado.

—Hablando de nosotros —dijo Ren, con cierta sorna—, mi hermana insistió en que te diera esto.

La rubia lo observó con atención sacar una caja aterciopelada del bolsillo de su pantalón. Sin ceremonia alguna, el joven le mostró el anillo de diamantes que contenía.

—Un compromiso sin anillo nos dejaría en evidencia.

Anna unió el entrecejo pensando en las palabras del joven. Era como si tuviese que excusarse por querer hacer algo medianamente gentil con ella y lo quisiera arruinar a propósito. ¿Es que el gran Ren Tao no podía realizar ningún acto de amabilidad? ¿Lo consideraba una muestra de debilidad? Por lo menos, Anna apreciaba que él dejase claro que no estaba interesado en seducirla con romance y palabrería barata.

Él se acercó a ella y tomó una de sus manos, acomodando la joya en su dedo anular con delicadeza, una actitud poco natural en Ren. Anna contempló el anillo; era hermoso, pero ya le habían regalado muchas cosas similares a lo largo de su vida. Cuando sus padres viajaban, cuando sus tíos la veían molesta o frustrada, la respuesta siempre era un collar o unos aretes. Las joyas significaban "perdón" para ella.

Este anillo era un "Lo siento, un trato es un trato", sin embargo, el brillo de los diamantes le recordaba que debía ser más optimista. Tanto ella como Ren, intentarían que fuese lo menos desagradable posible ejecutar ese falso romance.

—¿No deberías arrodillarte? —preguntó ella, sonriendo ligeramente, la burla en su voz haciendo que Ren arqueada una ceja.

—No soy de los que se inclinan ante el resto —contestó, reincorporándose en su asiento—. Además, arruinaría mi traje.

Anna suspiró. Sería un milagro si sobrevivían a esa noche juntos.


Cuando la pareja llegó al lugar, ninguno había esperado la bienvenida que recibirían. Ambos provenían de familias reconocidas e influyentes, admiradas por el público pese a sus oscuras andanzas. Entonces, apenas cruzaron la puerta de esa pomposa mansión en donde celebrarían la gala, los miembros de la elite dirigieron todo su interés a los jóvenes.

Los invitados, vestidos con los más finos trajes y adornados con las joyas más caras, dejaron sus conversaciones para fijar su atención en Ren y Anna. La emoción podía sentirse en el ambiente, tan alegre y superflua que podría marear a cualquiera. La rubia sujetó el brazo de Ren, recordando su papel en toda esa locura. La novia enamorada.

—No me digas que ya quieres huir —le susurró su acompañante, con un tono burlón que no le hizo un poco de gracia.

—Están viéndonos como si fuésemos celebridades… o animales de circo.

—Estarás bajo la mirada del público hasta la boda. ¿Acaso un poco de presión te atemoriza?

El descontento de la rubia escapó entre sus labios, sujetando con mayor firmeza el brazo de su prometido. Sería una velada muy larga, y Ren no ayudaba a tranquilizarla en lo más mínimo.

Avanzaron juntos entre la multitud, mientras las personas se acercaban para saludar a la feliz pareja. Anna reconoció a algunos de los invitados, a quienes había visto anteriormente en otros eventos, o en los medios de comunicación. Lo que le parecía curioso, es que esa fiesta no sobresalía de otras celebraciones a las que había asistido con su familia. Y, hablando de ellos, ¿dónde estaban?

—¡Anna!

La rubia buscó entre la multitud la dueña de la voz. Jeanne le sonrió cuando intercambiaron miradas, moviéndose entre la gente hasta alcanzar a su amiga.

—Te dije que no vinieras —reprochó la rubia, sin embargo, sonrió con sutileza—. Te aburrirás mucho.

—¿Aburrirme? Está lleno de conocidos, y hay gente de la universidad.

Ren soltó un ruido de disgusto, mirando de soslayo a Anna.

—Creía que sería un evento más exclusivo.

—¡Oh! —exclamó la chica de ojos rubí, parándose frente al joven—. Ren Tao en persona, es un placer.

La muchacha extendió su mano, contenta cuando Ren le respondió el saludo.

—¿Eres amiga de Anna? —le preguntó, echándole un vistazo a la rubia.

—Si, somos compañeras en la universidad.

Anna de pronto se tensó, pensando en lo arriesgado que era ese encuentro. Ren, heredero de la mafia. Jeanne, una inocente muchacha que no debía verse involucrada con ese tipo de personas. Por eso mismo, le había insistido en que no atendiera al evento. Entre más lejos estuviera de ese asunto, mejor sería para ella.

—Es un gusto —dijo el de ojos ámbar, y Anna fue la única que percibió el sarcasmo en su voz.

Jeanne no tardó en irse, siendo solicitada por otros jóvenes destacados de la alta sociedad. Anna la contempló yéndose, con su hermoso vestido azul moviéndose, y sus risos meciéndose contra su espalda. Tan feliz y dulce. Tan distinta a ella.

La joven pareja continuó saludando personas, contestando preguntas e inventando respuestas con una agilidad y seguridad digna de su linaje. Anna comenzó a notar que todo parecía demasiado normal, tanto que llegaba a ser sospechoso. E, inevitablemente, notó la ausencia de alguien. No quería preguntar por él en específico, por lo que reformuló su pregunta en su mente antes de hablar.

—¿Dónde están todos?

Ren la miró como si la respuesta fuese obvia.

—En el otro salón.

Ella asintió, pretendiendo que sabía de qué estaba hablando su acompañante. Lo vio meditar algo, hasta que sus ojos ámbar se fijaron en los suyos.

—Podemos desaparecer un rato, pero debemos volver luego para guardar las apariencias.

—¿Desaparecer? —preguntó ella, emocionada ante la idea—. Me parece buena idea.

Ren la dirigió entre la multitud por la mansión, avanzando con una seguridad que señalaba que no era su primera vez ahí. Anna supuso que habían usado ese edificio en otras ocasiones para eventos sociales, sin embargo, desconocía quien sería el propietario. Caminaron hasta encontrar un pasillo, en donde la cantidad de personas había disminuido considerablemente. La rubia notó que un hombre vestido de negro los miraba con detención, tensando su cuerpo cuando los dos caminaron hacia él. Al parecer, estaba resguardando la entrada de otro salón.

—Nombres —exigió, con un tono poco amable.

Ren rio con sorna, cruzando ambos brazos sobre su pecho.

—Se ve que eres nuevo, sólo un novato no me reconocería al instante.

Anna vio al hombre inhalar sorprendido, su rostro lleno de horror y arrepentimiento.

—¿Señor Tao? ¡Cómo lo siento!

—Ahórrate las disculpas, y ve buscando otro trabajo.

El hombre separó sus labios, formulando una excusa que nunca fue escuchada. Anna no pudo evitar sentirse mal por él, negando con la cabeza por la actitud del Tao.

—Ahora, abre la puerta antes de que tengas que buscar otra ciudad donde vivir.

—Di…disculpe.

El hombre se apresuró en obedecer la orden, dándole paso a Ren y a Anna. Entraron al salón, y la comparación con la otra fiesta era enorme. Pese a que estaban en el mismo edificio, lucía como una celebración completamente distinta. El espacio era más reducido, la cantidad de personas era menor, el ambiente se sentía pesado y las conversaciones se detuvieron al instante en que ambos cruzaron por la puerta.

Anna percibió la tensión en aumento, conteniendo el aliento cuando vio que todos la miraban a ella y a Ren.

Anna exploró el salón con los ojos, divisando a un par de conocidos. El resto, en su mayoría varones de mediana edad, jamás los había visto en su vida. Lo sabía con certeza, ya que esos rostros indignos de confianza hubiesen quedado marcados en su memoria.

—Se ven muy imponentes juntos —comentó Hans, caminando hacia ellos acompañado de su esposa.

—Buenas noches, Hans —saludó Ren—. Buenas noches, Anna. Luce encantadora.

La mujer sonrió satisfecha, mientras que el rubio saludó con un apretón de manos a su futuro yerno. La heredera de los Kyoyama ignoró a sus padres hablando con su prometido, debido a que intentaba descifrar por qué estaban en ese lugar, separados del resto de la gente.

"…¿No harán su esperada aparición durante la gala?"

"Sí, sólo para quienes importan"

Quienes importan.

Se concentró y buscó entre los rostros de los presentes algo que confirmara sus sospechas. Vio a algunos colegas de su padre. A sus tíos conversando con una mujer de cabello castaño claro y largo. Algunos guardias de su familia. Frunció el ceño. Horo-Horo. Ryu. Nichrome. Marco. Bason. El… ¿el padre de Manta?

Todos ellos… ¿podría ser que ese lugar estuviese destinado sólo para los miembros de la mafia? Era lógico para ella que hubiesen separado a la elite de esas personas para mantener las apariencias.

Divisó un grupo charlando, hasta que detectaron que ella los observaba a la distancia. Voltearon para mirarla de vuelta y, entre ellos, estaba él. Con el cabello peinado en una coleta inusualmente prolija, un traje oscuro que combinaba con sus guantes y un vaso en la mano, seguro con alguna bebida alcohólica. Estaba acompañado de su gemelo, quien también se mostraba como un joven refinado, tan diferente al chico que vio por primera vez cuando era rehén de los Tao.

Sus ojos se detuvieron en los de Yoh, sintiendo de pronto que los metros entre ambos se habían hecho inexistentes. Podía sentirlo cerca, como si estuviese junto a ella.

Eso fue hasta que notó a una joven de cabello rosa sujetando su brazo.

Se veía de la edad de Yoh, incluso un poco más joven. Su cabello estaba recogido en un medio moño y algunos mechones caían sobre sus hombros. Era linda, sin dudas, y Anna no entendía por qué le disgustaba. Su rostro se le hacía familiar, sin embargo, no sabía dónde la había visto. La muchacha la observaba con curiosidad, acercándose al oído de Yoh para hablarle. Lo vio asentir y sonreírle a la chica, y Anna recordó cómo lo despreciaba. Prefirió escuchar la conversación de sus padres, pero, para su sorpresa, Hans había dejado de hablar con Ren y pidió su atención a los presentes, quienes aún miraban en su dirección con intriga.

—Estimados, es un placer para mí poder presentarles oficialmente a mi hermosa hija y única heredera, Anna Kyoyama. Lo que me complace aún más, es confirmar que este admirable joven, Ren Tao, se convertirá en su esposo. Los Tao y los Kyoyama llevan años de amistad, por lo que me enorgullece consolidar nuestra relación a través de este vínculo inquebrantable. Espero que los tiempos que se avecinan sólo le traigan dicha nuestros clanes y a las futuras generaciones.

Anna esperó que tras las palabras de su padre hubiese aplausos, o algún tipo de vitoreo. No obstante, todos permanecieron en silencio, mirando inexpresivos a la joven pareja. Fue entonces, que, poco a poco, las personas comenzaron a inclinarse. Ella unió ligeramente el entrecejo, intentando descifrar qué ocurría a su alrededor. Escuchó a Ren emitir un sonido apenas audible de satisfacción, siendo innecesario mirarlo para saber que estaba sonriendo.

Cuando la heredera comprendió que todos estaban haciendo una reverencia por ella, y por su futuro esposo, sintió escalofríos recorrer su cuerpo. La piel de sus brazos descubiertos se erizó, y pudo sentir los latidos de su corazón golpeando en su pecho. Había dejado de percibir el piso bajo sus tacones, sintiendo que flotaba y que vivía una experiencia sobrenatural.

No sabía cómo reaccionar, por lo que se mantuvo fría e indiferente, ocultando el temor y el desconcierto que sentía.

Con discreción, giró la cabeza para ver sus padres, quienes, en lugar de reconfortarla, le sonrieron con orgullo. Hans se acercó hacia la pareja, poniendo una mano sobre el hombro de su hija.

—Toda esta gente estará a sus pies una vez que se casen —susurró él, mirando con gusto a los futuros subordinados—. Su matrimonio los dejará en la cima.

Las palabras de su padre parecían una alucinación, una realidad absurda. ¿Podría aguantar con todo ese peso, con la responsabilidad de heredar un imperio?

Ella miró a su Hans, cuyo semblante expedía una gran seguridad. Él no la hubiese puesto en esa posición si no fuese lo mejor para ella. Debía confiar en su familia. Debía adueñarse de la situación, y, como su padre había dicho, recordar que todo eso la llevaría a lo más alto de la jerarquía social.

Debería estar aterrada y lo estuvo en un inicio. Aunque, en ese momento, con Ren a su lado y con su padre respaldándola, la inundó una desconocida sensación de satisfacción y propósito. El respeto, la sumisión, y el temor de esas personas empezaba a vigorizarla. Ellos la acababan de conocer, y ya estaban al tanto de quien era. Lo más importante, sabían en quién se convertiría. Los tendría a todos en la palma de su mano, y nadie podría ponerle un dedo encima.

Alzó el mentón, y, por primera vez desde que conoció la verdad, se sintió en completo control. Ren le ofreció un brazo, y ella lo aceptó, atravesando el salón entre los espectadores. Podía saborear su admiración, su envidia, su odio, su devoción. A medida que avanzaban, las personas volvían a erguirse, saludando en silencio. Quiso sonreír al ver por el rabillo de ojo a los Asakura, quienes también le hacían reverencia. Jamás creyó que tener a Yoh inclinándose ante ella le generara tanto gozo.

Los dos gemelos se reincorporaron cuando Anna y Ren se alejaron. El menor pudo escuchar a Hao reír por lo bajo, su semblante neutro fijo en la pareja.

—De niña asustada a princesa de la mafia —masculló, sin quitarles la mirada de encima—. Qué bien le sienta el poder, ¿no lo crees?

Yoh asintió, las palabras y la coherencia escapando de sus pensamientos. Siempre había pensado que Anna era preciosa, sin embargo, esa noche no encontraba el vocabulario adecuado para describirla. Bebió un sorbo de alcohol, con la esperanza de que el frío en sus labios y el ardor en su garganta fuesen suficientes para despertarlo de su ensoñación.

—Es una lástima —susurró su gemelo, aún observando a la rubia—, no lo disfrutará por mucho.

Yoh miró de soslayo a su hermano, y juró que podía ver fuego en sus ojos.