Castiel entró en el búnker algo cansado. Bajó las escaleras con parsimonia mientras se quitaba la gabardina. Al llegar abajo, sus ojos azules peinaron el lugar, percatándose de que estaba totalmente vacío y en silencio.

Había algunos papeles esparcidos por encima de la mesa del mapa, pero por lo demás todo parecía estar perfectamente. Tanta calma le alarmó. Acababan de traer a Sam de vuelta a casa después de que fuera secuestrado, ¿y si había pasado algo?

Tiró la gabardina sobre una silla y comenzó a caminar por el búnker algo deprisa, registrando cada rincón, asegurándose de que no hubiera nada raro.

Tras un rato, solo le quedaban dos lugares por inspeccionar: la cocina y las habitaciones.

El estado de relajación que había comenzado a ganarle a sus nervios no le duró mucho al ver un brazo en el suelo, detrás de la isla, que identificó como el de Dean al visualizar el reloj negro que el chico nunca se quitada.

No estaba seguro de que sus pies hubieran tocado el suelo mientras corría hacia donde el chico yacía. ¿Estaba inconsciente? ¿Qué le había pasado?

"¡Dean! ¡Dean!" Mientras repetía su nombre lo suficientemente bajo para que solo le oyera él, se arrodilló a una velocidad impresionante y tomó su muñeca comprobando el pulso. Fue al levantar la vista mientras calculaba las pulsaciones que reparó en las botellas vacías de cerveza tiradas por el suelo.

¡Oh, genial! El chico solo estaba tan borracho que se había quedado dormido.

Se quedó mirándole, todavía arrodillado en el suelo. Subió una mano lentamente hacia su rostro para acariciar el lateral de este con la punta de los dedos y mucha suavidad.

Cuando vio al rubio retorcerse en sueños separó su mano y se sentó en el suelo, tomando una distancia, preocupado por si se despertaba. Esperó un poco y, en vista de que el chico seguía durmiendo plácidamente, se levantó del suelo.

Le miró un par de segundos más antes de levantarle en sus brazos con sumo cuidado y llevarle a su habitación. Sería mejor que durmiera en su cama a que lo hiciera en el suelo de la cocina. Era frío e incómodo, no podía dejarle ahí.

Mientras caminaba, Dean se acurrucó contra su cuerpo, aferrándose a la solapa de su chaqueta. Al ángel se le formó una leve sonrisa.

Una vez frente a la puerta, se encontró con una pequeña piedra en su camino. ¿Cómo iba a abrir la puerta con Dean en brazos?

Suspiró profundamente antes de empezar a hacer toda clase de malabares para tratar de alcanzar la puerta sin despertar al chico. Finalmente, y en vista de que no tenía muchas más opciones, le dejó levitando en el aire y abrió la puerta, para después volverlo a coger en sus brazos y adentrarse en la habitación.

Dejó al rubio sobre la cama con todo el cuidado para que no se despertara y se quedó observándole un poco más. Le gustaba verle dormir, era uno de los pocos momentos en los que el cazador estaba tranquilo.

Desde que Lucifer había abandonado su cuerpo, se colaba en la habitación del hombre algunas noches para simplemente mirarle. Le daba paz y así se aseguraba de que estuviera bien, o al menos eso último era la excusa que se repetía una y otra vez cuando se encontraba a sí mismo entre esas cuatro paredes.

Se sentó en el borde de la cama con cuidado y volvió a acariciar sus mejillas, sintiendo la incipiente barba bajo la yema de sus dedos. Dibujó su mandíbula suavemente en una caricia hasta llegar a su barbilla, donde dejó sus dedos quietos por unos breves segundos, durante los cuales su vista viajó a los labios de Dean.

El rubio se removió hasta quedar de lado en la cama y, asustado por si despertaba, el ángel se fue de la habitación.

Volvió a la cocina y recogió todas las botellas, metiéndolas en el cubo de la basura. Después, recogió todas las fotografías que había tiradas en el suelo. Se sentó en la mesa de la cocina tomándose el tiempo de observarlas todas y cada una, antes de decidir volver a la habitación.

Las dejó sobre la mesilla y le quitó los zapatos a Dean, para después echarle una manta por encima. Besó su frente y se dio la vuelta para caminar hacia la puerta. Una vez fuera, la dejó cerrada y se fue a su propia habitación mientras se deshacía la corbata.