Sam y Mary habían llegado a la escena del crimen andando, ya que no quedaba lejos del motel. Pudieron ver como algunos agentes de policía trataban de espantar a los curiosos que empezaban a aglomerarse por la zona mientras otros oficiales estaban junto al cadáver, ya cubierto por un plástico.

Se abrieron pasó entre la puequeña multitud casi a empujones y, una vez delante de uno de los policías, sacaron sus placas para enseñárselas. "Agentes Hemmings y Smith, FBI. Nos gustaría saber que ha ocurrido aquí." Habló la rubia en tono serio de voz.

"Disculpen, agentes, pero ya he hablado con dos de sus compañeros esta mañana." Les dijo el policía algo irritado. "¿Realmente es necesario tantos federales en este caso?"

El castaño intervino guardando su placa. "Supongo que nuestros compañeros ya te habrán puesto al corriente de que es un caso bastante complejo ya que podría tratarse de un asesino en serie muy peligroso."

"Sí, algo así dijeron." Abriendo un hueco entre las vayas, dejó pasar a madre e hijo para que accedieran a la escena del crimen y pudieran ver el cadáver.

A Sam le bastó un rápido vistazo para saber que, efectivamente, había sido obra del arcángel. El cuerpo tenía los ojos completamente quemados, clara señal de que su muerte había sido provocada por uno de estos seres.

Un escalofrío recorrió la espalda de Mary de arriba a abajo, haciéndola retroceder al ver el estado en el que se encontraba el cuerpo. Aquello no pasó inadvertido para su hijo.

Dirigiéndose a uno de los policías que había alrededor del cadáver, el castaño sacó una libreta pequeña. "¿Hay algún testigo del crimen? ¿Alguien vio o oyó algo?"

El policía al que había preguntado asintió. "Pero no es muy fiable, no creo que vaya a servirles de..."

"Si no le importa, ¿podría usted indicarnos dónde podemos encontrarlo? Nos gustaría hablar con él nosotros mismos." Le cortó de forma algo brusca en tono seco. Sentía que cada vez tenía menos paciencia para los policías.

"Por supuesto, es aquella señora que está sentada en el banco." Señaló indicando a donde debían dirigirse.

Sam asintió con una leve mueca que trataba de ser una sonrisa. "De acuerdo, gracias."

Volvió a acercarse a su madre, que parecía hipnotizada por el cuerpo sin vida tirado en el suelo, a la par que horrorizada.

"Agente Smith, ¿me acompaña a hablar con la testigo?" Preguntó suavemente llamando su atención.

Mary le miró algo perdida, pero enseguida se repuso y asintió, siguiéndole a donde la mujer que había presenciado la horrible muerte se encontraba. Era una anciana que venía de hacer la compra, se encontraba aferrada a su carro consternada por lo que había visto.

"Buenos días, ¿le importaría que le hicieramos unas preguntas?" Habló la mujer rubia tomando la iniciativa. "Somos del FBI."

La anciana les miró a ambos y les hizo un gesto en silencio para que se sentaran junto a ella.

"¿Podría decirnos que vio?" Le preguntó Sam girando un bolígrafo entre sus dedos.

"Él..." La mujer se quedó con la vista perdida por un momento, pero luego volvió a mirarle. "Decía ser Lucifer." Inmediatamente se santiguó y besó la cruz que llevaba colgada del cuello. "Luego le empezaron a brillar los ojos y la boca y... y... una luz salió de él después de que se le quemaran los ojos."

"Comprendo." Murmuró Sam.

"¿Ustedes me creen, verdad?" Preguntó la señora mirando a ambos con súplica en sus ojos.

Mary tomo sus manos y la sonrió tranquilizadoramente. "Por supuesto que sí."

"Bueno, creo que ya tenemos todo lo que buscábamos. Muchas gracias por su colaboración, señora."

Ella asintió con la cabeza y ambos se fueron de allí a paso ligero.

Cuando ya estuvieron lo bastante lejos, la rubia se atrevió a preguntar con algo de miedo. "¿Crees que fue realmente Lucifer?"

Sam asintió tomando su teléfono para llamar a su hermano. "Todas las pistas llevan a él y con la declaración de la señora no queda ninguna duda."

Su madre asintió quedándose callada. Jamás en todos sus años como cazadora había visto algún ser capaz de causar lo que habían visto en aquel cuerpo y eso hacía que un miedo irracional la recorriera de pies a cabeza.

Pero, por otra parte, sus hijos eran amigos de un ángel. Ella misma le había conocido y convivía con él desde hacía un par de días. No podía imaginarse a Castiel causándole semejante sufrimiento a una persona.

Vio a su hijo volver a guardar su teléfono en el bolsillo de su pantalón con una pequeña mueca en su rostro al no haber podido contactar con Dean. "¿Por qué hace eso Lucifer?"

El menor la miró confundido por unos segundos, pero luego comprendió a lo que se refería. "Está buscando un recipiente para poder habitar aquí en la tierra."

Aquella explicación pareció confundirla aún más en lugar de aclarar sus dudas, por lo que Sam se rascó la nuca suavemente buscando la forma de explicárselo mejor. Pensó en lo lioso que resultaría tener que explicarle todo lo de la verdadera forma de los ángeles y los arcángeles y, con un suspiro resignado, se encogió levemente de hombros. "Cas te puede explicar todo el tema de los recipientes mucho mejor de lo que yo lo haría. Al fin y al cabo, él es un ángel."

Una duda cruzó por la mente de Mary causándole el pánico interno más absoluto. ¿Castiel también habría matado a gente hasta conseguir su recipiente? Sea lo que sea que significara lo del recipiente. ¿Serían sus hijos amigos de un asesino?

El resto del camino hasta la habitación del motel fue extremabamente silencioso, solo el ruido de la calle y de sus pasos contra el suelo se escuchaba. La rubia guardaba silencio porque no se atrevía a hacer más preguntas y el castaño lo hacía porque no sabía que más decir.

Dean no había cogido el teléfono porque iba conduciendo y no había oído la llamada entrante sobre la música de la radio. En circunstancias normales, Castiel habría contestado por él, o al menos le habría avisado de que le llamaban, pero iba demasiado sumido en sus pensamientos como para darse cuenta también.

Daba igual cuantas veces le repitiera el rubio que no era su culpa, el seguía sintiendo que sí lo era. Se sentía responsable de todo lo que hacía Lucifer y de las muertes que causaba. A fin de cuentas, él le había sacado y le había dejado usarle de recipiente.

"¿Sigues torturándote con eso?" Preguntó el cazador mirándole de reojo. El ángel iba mirando por la ventanilla en silencio, pero podía notar que no miraba realmente el paisaje.

Aparcando en el aparcamiento del motel, Dean apagó la música y quitó las llaves del contacto, apagando también el motor.

El pelinegro le miró por un par de segundos y luego bajó la mirada asintiendo levemente como respuesta a su pregunta. El humano sabía que no podía hacer nada por apartar aquellos remordimientos de su cabeza, así que simplemente estiró su brazo y tomó su mano, dándole un leve apretón.

"Lo arreglaremos, ¿vale?" Sus miradas se conectaron y no pudo evitar perderse en aquel profundo océano que eran los ojos del ángel. "Vamos a solucionar esto juntos, Cas."

El nombrado asintió levemente, apartando la mirada algo sonrojado. "Gracias, Dean."

"No tienes porqué darlas, para eso están los amigos." Y, tras decir aquello, soltó su mano con una leve sonrisa y salió del coche.

Cuando miró hacia atrás no vio a Castiel dentro del Impala, cosa que le hizo fruncir levemente el ceño porque tampoco le veía fuera. ¿Se había ido?

Poniéndole seguro a su querido bebé, se encaminó a la habitación, encontrando al ángel de pie en el medio con sus alas extendidas y una leve sonrisa cuando abrió la puerta.

"Cas, pensé que tú..." Hizo gestos hacia fuera algo confundido, tratando de explicarse sin éxito.

"Me gusta poder volver a usarlas." El pelinegro se encogió de hombros y batió levemente las alas para sacudirlas, haciendo que algunas plumas negras cayeran al suelo. "Siento si te he asustado, Dean."

El cazador, que se había quedado levemente embobado mirándolas, negó con la cabeza y cerró la puerta rápidamente, con miedo por si alguien les veía. No es que le molestara que le vieran con Castiel, pero no sabría cómo explicar si alguien pedía explicaciones por qué había un hombre con unas alas enormes en su habitación. "No, no pasa nada. Está bien, Cas."

Se quitó la chaqueta de traje tirándola encima de la cama y suspiró desajustándose un poco la corbata. El ángel le miraba atento mientras tanto, con un ligero tic en una de sus grandes alas. "Dean..."

Llevó su mirada a él de nuevo al oírle llamar su nombre. "¿Sí, Cas?"

El tic en su ala aumento y su ceño se frunció levemente mientras miraba al suelo. A ojos del humano, se veía malditamente adorable. "Sam y tú siempre os quitáis parte de la ropa al entrar en las habitaciones de los moteles o cuando estáis en el búnker..." Levantó la vista para mirarle con aquellos grandes ojos azules. "¿Yo debería hacer lo mismo?"

Con pasos lentos, el rubio se acercó a él mientras respondía. "Solo si tú quieres."

Castiel lo pensó un momento y luego asintió mirándole. "Sí quiero."

Dean sonrió levemente y habló con voz suave. "¿Puedes guardar tus alas un momento? No quiero hacerte daño mientras te quito la gabardina."

En un parpadeo, volvía a tener las alas plegadas y escondidas de la vista del humano, expectante de lo que pasaría a continuación.

Con sumo cuidado, el cazador deslizó la gabardina por sus hombros hasta hacerla caer al suelo; luego hizo lo mismo con su chaqueta. Subió sus manos hasta su desajustada corbata y la aflojó aún más, para poder quitársela.

Una vez que lo hizo, el ángel volvió a dejar salir sus alas, desplegándolas por completo y luego dejándolas reposar dobladas en su espalda.

Sin pensárselo dos veces, el rubio estiró una mano y comenzó a acariciar una de sus alas por la parte de arriba. Bajó sus caricias, recordando como en la madrugada había encontrado un punto mágico que casi hacía al ser celestial ronronear como un gato.

Empezó su búsqueda de ese punto, provocando que el ángel se acercara más a él, abrazándose a su cintura. Con su otro brazo, el humano le abrazó de vuelta sonriendo. Movía la mano que tenía en su ala haciendo pequeños círculos mientras tanto, con sus dedos enterrados entre las suaves plumas.

Evitaba pasar por las zonas que aún no habían recobrado el espeso plumaje por miedo a hacerle daño al tocar ahí. Había comprobado que sus alas eran muy sensibles al tacto y no quería causarle ningún tipo de malestar.

"¿Sabes? Esto es muy relajante, deberíamos hacerlo más a menudo." Susurró suavemente disfrutando de la cercanía entre ambos y la sensación de las plumas bajo su mano.

Castiel abrió la boca para responder algo, pero en su lugar solo le abrazó más fuerte ocultando su rostro en la unión entre su hombro y su cuello. Pudo ver el leve rubor en sus mejillas aumentando mientras se mordía el labio antes de que escondiera su rostro, por lo que supo que había encontrado el punto.

La respiración del pelinegro se había vuelto más pesada y podía notarla contra su piel, enviando corrientes placenteras por todo su cuerpo mientras seguía acariciando por esa zona de sus alas.

Iba a hacer de esto su nuevo pasatiempo preferido.

Estaban tan metidos en su burbuja que ninguno de los dos notó cuando la puerta de la habitación se abrió y se volvió a cerrar a los pocos segundos con algo de prisa.

Sam, algo impactado por la imagen que acababa de ver, se giró hacia su madre, la cual no había visto nada porque su hijo era demasiado alto para ver por encima de él.

"Mamá, ¿te apetece ir a tomar un batido o algo?" Tomándola suavemente del hombro la alejó de la puerta cerrada.

"¿Un batido? ¿A esta hora?" Preguntó extrañada.

"Sí, o una cerveza si lo prefieres."