Dean despertó y se estiró levemente, parpadeando varias veces en un intento de acostumbrarse a la escasa luz. ¿Qué narices había ocurrido?

Lo último que recordaba era estar en el coche besándose con Castiel, ir a la parte trasera y... se había quedado dormido. No, Castiel le había hecho dormir con sus malditos poderes de ángel.

Miró alrededor algo aturdido todavía y pudo ver que iba sentado en el asiento trasero de su querido Impala, justo al lado de su madre. Sam iba conduciendo y Castiel estaba a su lado en el asiento de copiloto, delante de él.

Gracias al cielo oscuro y los escasos coches en la carretera podía saber que era de noche.

Rodando los ojos soltó un pequeño quejido, llamando la atención de todos los presentes, ya que todo el coche iba en silencio.

Su hermano le sonrió a través del retrovisor. "¡Vaya! ¡Si se ha despertado el bello durmiente!" Dijo en tono burlón.

Ignorándole, miró por la ventanilla bostezando. "¿A dónde vamos?"

"De vuelta al búnker." Respondió su madre viendo como se desperezaba.

"¿Y eso?" Preguntó aún confundido.

"No hay más pistas que seguir por el momento y no hay nada que indique que Lucifer va a atacar en el mismo lugar." Explicó su madre.

Dean asintió en comprensión. No dijo nada más en todo el viaje, solo se dedicó a mirar por la ventanilla y a mirar a Castiel.

En cuanto llegaron, fue el primero en bajar del coche, cargando la mayoría de las bolsas y entrando en el búnker.

Sam y Mary observaban extrañados su actitud, mientras que el ángel trataba de ignorarle.

Una vez que el rubio dejó todas las cosas que no eran suyas en la sala de la mesa del mapa, cogió las que si lo eran y se fue directo a su habitación.

Lo primero que hizo fue cambiarse de ropa y ponerse uno de sus pijamas favoritos. Después, cogió el ordenador y se sentó en la cama a ver alguna serie en Netflix.

Pasó encerrado entre aquellas cuatro paredes todo el tiempo que pudo, pero finalmente tuvo que salir cuando su estómago se quejó. Ni siquiera recordaba cuando había comido por última vez.

Cruzando los dedos para no encontrase con el pelinegro de camino a la cocina, emprendió su viaje por los pasillos del búnker.

Al entrar en la cocina, vio a su madre con una taza de té en sus manos y la mirada perdida. Llevaba puesta su bata y todo su pelo caía sobre uno de sus hombros.

"Hola, mamá." Saludó yendo hacia la nevera.

La mujer levantó la vista y le sonrió suavemente. "Hola, Dean."

"¿Tienes hambre? Voy a preparar algo para cenar." El cazador preguntó algo distraído rebuscando en la nevera.

"No, no tengo hambre." Negó ella. Con algo de curiosidad, preguntó. "¿Qué haces despierto a esta hora?"

Sacando una hamburguesa y queso, se dirigió a donde tenían las sartenes. "Con la siesta que me he echado no podía dormir."

Mary asintió, bebiendo un poco de té.

"¿Dónde está Sam?" Preguntó el hijo poniendo algo de aceite en la sartén para poder hacer la hamburguesa.

"Dijo que iba a darse una ducha, pero eso fue hace un rato. Ya se habrá ido a dormir."

Ninguno de los dos dijo nada más mientras Dean se preparaba su hamburguesa.

Pasados algunos minutos, el rubio comía sentado en la mesa de la cocina mientras su madre se preparaba otro té.

No pudiendo aguantar más el silencio, la rubia habló dirigiéndose al cazador. "Escucha, Dean. Si hay algo que quieras decirme, puedes hacerlo con total libertad. Soy vuestra madre y os quiero, eso no va a cambiar por absolutamente nada. ¿Está bien?"

El hombre la miró sorprendido con las cejas alzadas. ¿Estaba hablando de lo que él creía que estaba hablando?

No había manera de que tuviera esta conversación con su madre.

Pues verás, mamá. Llevo enamorado de mi mejor amigo desde hace ni siquiera sé cuanto y hace poco, cuando fui transformado en demonio, descubrí que definitivamente me gustan los hombres. Sí, no sonaba como algo de lo que le apeteciera hablar con ella. Ni siquiera se lo había contado a su hermano.

Tragando lo que tenía en la boca, le dio una leve sonrisa y asintió. "Está bien, mamá."

Un suave aleteo resonó por la cocina y Castiel apareció con algunos libros de aspecto viejo en sus manos.

"Encontré los libros que me pediste, Mary."

Sonriéndole al ángel, la nombrada se acercó y cogió los libros tras dejar su taza de té en la encimera. "Muchas gracias, Castiel." Con una mirada curiosa preguntó. "¿Dónde los conseguiste?"

"Estaban en una biblioteca de aquí cerca." Respondió el ser celestial haciendo un gesto con la mano, como quitándole importancia al asunto. Se apoyó en la encimera cruzando los brazos, viendo como la madre de ambos hermanos ojeaba rápidamente los libros.

Dean miró su reloj; era de madrugada. No había manera de que ninguna biblioteca estuviera abierta a esa hora.

"¿Te has colado en una biblioteca?" Preguntó sorprendido el cazador.

El pelinegro le miró alzando una ceja. "Sam y tú hacéis cosas mucho más ilegales a diario." Le reprochó.

"Sí, bueno, pero..." El rubio comenzó a tartamudear con el ceño fruncido. "Habrás dejado alguna pista o algo. ¿Y si se dan cuenta?"

Rodando los ojos, Castiel respondió. "Soy un ángel, idiota." Estaba bastante molesto con la actitud del humano. "Solo entre allí volando, cogí los libros y me fui de la misma forma."

Descruzando sus brazos, caminó hacia la salida. Dean no le había hablado en todo el día y solo le estaba hablando ahora para reprocharle que hubiera robado un par de libros viejos que nadie echaría en falta; tenía mejores cosas que hacer que aguantarle.

Tal vez buscara alguna lectura interesante en la biblioteca del búnker como hacía la mayoría de noches. Centrarse en un libro le vendría bien para despejarse.

"¡Cas!" Le llamó el cazador.

Girando sobre sus pies, el ángel le miró con las cejas alzadas a modo de interrogación.

En vista de que el hombre no decía nada más, se aclaró la garganta. "¿Pasa algo?"

"¿Vas... vas a algún sitio?" Preguntó dubitativo el rubio.

Con una mueca de fastidio, Castiel reanudó su marcha. "Tengo cosas que hacer."

Mary, que había visto toda la escena en silencio, se acercó a la mesa donde estaba su hijo una vez se fue el pelinegro. Dejó los libros sobre la mesa y tomó asiento.

"Dean, ¿va todo bien entre Castiel y tú?" Preguntó con cautela.

El hombre solo mordió la hamburguesa evitando contestar a la pregunta, por lo que ella carraspeó alzando las cejas, haciéndole saber que esperaba una contestación.

Dejando su hamburguesa sobre el plato, Dean suspiró. "Sí... o no." Miró a su madre con el ceño levemente fruncido. "No lo sé."

El ángel mientras tanto inspeccionaba los libros de la biblioteca, haciendo una lista mental de los que ya había leído.

Su mente no dejaba de atacarle con el recuerdo de lo ocurrido por la tarde en el Impala. Por mucho que él tratara de empujarlo lejos, volvía de nuevo.

Necesitaba hablar con alguien de todo lo que estaba pasando últimamente. Las emociones humanas que había descubierto en su interior no hacían más que confundirle. Pero al ser relacionado todo con Dean, tenía que ser con alguien que le conociera.

Sam no era una opción, era su hermano y no podía arriesgarse a que se lo contara. Mary acaba de volver de la muerte, no quería aturdirla con sus problemas. Ni en broma hablaría con Crowley sobre un tema tan delicado.

La lista se acababa.

Garth estaba ocupado con su propia familia, Benny estaba en el purgatorio de nuevo, Charlie estaba muerta... Charlie estaba muerta. Una idea llegó a su mente como un rayo.

¡Eso es! Podía ir al cielo y encontrar la manera de hablar con la chica. ¡Seguro que ella podría ayudarle!

Salió de la biblioteca a paso rápido, yendo hacia el garaje. La puerta del cielo estaba lo suficientemente lejos para que no pudiera llegar allí volando, pero podía cogerle prestado uno de los muchos coches que guardaban allí a los hermanos.

Entró al garaje y tomó un juego de llaves al azar, probando hasta que encontró el coche al que pertenecían. Aquello le llevó unos largos veinte minutos, pero finalmente lo logró.

Se subió al coche y arrancó, saliendo hacia la carretera. Al ser aún de noche, todo estaba oscuro. Los faros del coche iluminaban su camino, ya que no había farolas por aquella zona de la carretera.

Tras algunos minutos, paró en el arcén y rebuscó en sus bolsillos hasta dar con la cinta de Led Zeppelin que le había regalado Dean. Le gustaba escucharla de vez en cuando, aunque no era su estilo favorito de música. La puso, bajó las ventanillas y volvió a conducir, esta vez con el sonido de las guitarras retumbando por el coche y una leve sonrisa decorando su rostro.

Llegó antes de lo que esperaba. Estar tras el volante dejaba su mente completamente despejada. Era agradable aunque solo durara breves instantes. Con todo el peso que sentía encima de sus hombros últimamente, empezaba a necesitar una ruta de escape de sus propios pensamientos. Nunca antes se había sentido así.

Aparcando cerca del parque, bajó del coche y le puso seguro. Inspiró y exhaló profundamente antes de adentrarse hacia los columpios donde estaba ubicada la entrada. No había pensado muy bien en su plan para entrar. La verdad es que no se sorprendería en lo más mínimo si el ángel que estuviera custodiando la puerta del cielo en ese momento pateaba su culo lejos de allí sin ningún miramiento.

Su nerviosismo crecía conforme se acercaba. Ya podía ver los columpios, pero no vaía a nadie cerca. Aquello no le gustaba.

La melodía de su teléfono comenzando a sonar le hizo sobresaltarse levemente. Tanteó los bolsillos de su gabardina susurrando alguna que otra maldición en busqueda de aquel dichoso aparatejo. Los únicos que le llamaban eran los Winchester. ¿Y si había pasado algo?

Cuando logró sacarlo, vió un número que no conocía en la pantalla y frunció el ceño. ¿Debía cogerlo? Sam le había explicado que a veces había empresas que llamaban a la gente para publicitar sus negocios, lo cual le había resultado absurdo, pero no es que los humanos se caracterizaran precisamente por tomar las decisiones más lógicas.

Mirando la hora, pensó en lo improvable que era la opción de que fuera propaganda y contestó llevándose el teléfono a la oreja. "¿Si?"

"Hola, plumitas." Reconoció aquella voz al instante.

"No vuelvas a llamarme así, Crowley." Gruñó en tono amenazante.

"¿Por qué?" Preguntó burlón el demonio al otro lado de la línea. "¿Es así como te llama la ardilla?"

Castiel apretó la mandíbula tratando de contenerse de contestarle. "¿Para qué llamas?"

"Aburrido." Canturreó Crowley. "Llamaba para avisar de que he encontrado algo que tal vez nos sirva."

"¿Qué has encontrado?" Preguntó con curiosidad el ángel.

"Te paso la dirección por mensaje y nos vemos allí en media hora." Tras decir eso, el rey del infierno colgó sin darle oportunidad de negarse.

Suspirando, echó una mirada rápida hacia los columpios y se dijo a sí mismo que ya lo intentaría en otra ocasión. Meter a Lucifer de vuelta en la jaula corría más prisa.

Voló hasta donde había aparcado el coche y le quitó el seguro para después subirse.

Iba a arrancar el coche para irse cuando pensó en la forma en la que había salido del búnker. No quedaba mucho para que amaneciera y los Winchester volvieran a ponerse en movimiento.

Sacó su teléfono de nuevo y tecleó rápidamente un mensaje para Sam, asegurándole que estaba bien. También le dijo que les había cogido un coche prestado y que Crowley le había llamado, pero omitió toda la parte de ir de visita al cielo.

Lo envió y dejó el aparato en el asiento de copiloto, arrancando el coche después.

Comenzó a conducir hacia la dirección que el demonio le había indicado, esperando que fuera algo importante.