Capítulo 6

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.

las palabras pronunció, como vertiendo

su alma sólo en esas palabras.

Nada más dijo entonces;

no movió ni una pluma.

Y entonces yo me dije, apenas murmurando:

"Otros amigos se han ido antes;

mañana él también me dejará,

como me abandonaron mis esperanzas."

Y entonces dijo el pájaro: "Nunca más."

Edgar Allan Poe

La Luna de abril se veía amplia y su luz, de manera magnífica, se difundía a través de las nubes, en el cielo nocturno. Él caminaba a lo largo de las angostas sombras de las calles, con sus ojos fijos en la casa de Candy. Las ventanas estaban oscuras. Se acercó con pasos silenciosos. Se detuvo justo frente a su puerta por una milésima de segundo y luego partió tan rápido como había llegado. Ya se retrasaba una hora para su reunión, y aceleró el paso.

"Llegas tarde", dijo el hombre sonando brusco.

Billy Pike se veía tan rudo y severo como sonaba. De corta estatura y su cara delineada por la dureza de la vida, no era alguien propenso a las tonterías. Su mirada castaña no descansaba y escaneaba todo y a todos mientras hablaba.

"Lo sé", el receptor de su reclamo respondió con un tono igualmente abrupto.

Pidieron dos pintas de cerveza y se sentaron en una esquina, en una mesa tranquila. Era tarde un viernes por la noche, lo que mantenía al personal del Blind Beggar sirviendo pintas sin descanso. Después de saciar su sed, mientras observaban el torrente de clientes en el bar, se miraron el uno al otro.

"Y entonces, ¿en dónde estabas?", preguntó Billy, poniendo de manifiesto la tardanza de su compañero.

La mirada del hombre joven se mantuvo firme.

"Tenía que ocuparme de algunas cosas que no podían esperar", dijo sin querer dar más explicaciones.

"Bueno, esta no es la manera como hacemos las cosas…", comentó Billy bajando la voz.

Se veía molesto, no había duda de eso. Su compañero se estaba sintiendo frustrado por su insistencia.

"Mira Billy, ¿quieres hacer esto…?, lo cortó antes de que continuara. "¿o no…?

"Puedo irme a casa y olvidarme de todo lo de esta noche", agregó.

"No, no… los pajaritos están volando esta noche", se apresuró Billy a responder.

"Listo… no perdamos más tiempo entonces", dijo el hombre.

Terminaron el resto de sus pintas y se levantaron, salieron del pub y desaparecieron en la noche.


Sus amigas estaban esperándola para otra noche de baile y diversión en el Club Embassy. A pesar de que adoraba las noches de baile con ellas, su mente estaba en otra parte. Y no de manera particular esa noche, sino ya hacía varias noches.

Había pasado una semana desde su encuentro inesperado con Christian Blake y él no había dado ninguna señal de vida. Si le hubieras preguntado, ella habría dicho que fue una noche para recordar, y él parecía como si hubiera disfrutado el tiempo en su compañía. A no ser que él se hubiera comportado solo caballerosamente. Manteniéndola en su apartamento con vino y una conversación agradable, para que no arriesgara su vida actuando como la tonta que fue en el interior del bar.

Con el pasar de los días, ella trató de descartar sus pensamientos sobre el que no hubiera vuelto, como una actitud egoísta. ¿Por qué provocaría Christian un nuevo encuentro?, después de todo, ella no era una belleza. El madurar le había dado confianza sobre su apariencia, pero era también realista. No era muy delgada, no había sido agraciada con una nariz elegante, ni esculpida con pómulos altos, pero tenía una belleza natural y adorable sonrisa. Como sea, también era una mujer, y a pesar de que trataba de encontrar excusas por la desaparición de Christian después de esa noche memorable, no podía evitar el tener la mente ocupada con el hecho de que él ni siquiera había enviado una nota de agradecimiento. Esta última observación la hacía resoplar, sin siquiera darse cuenta. Su frustración creciente la tomó por sorpresa. Se estaba obsesionando con un hombre con el cuál había pasado solo una noche, y esta reacción no era común en ella. La última vez que se había interesado tanto por un hombre desde el primer momento en que se habían mirado, había sido hacía muchos años atrás.

Se miró en el espejo, aprobando su reflejo. Vestía un vestido de fiesta rosa pálido de chiffon, con abalorios plateados, que hacían ver más intensos sus ojos verdes que llevaba ahumados por su maquillaje. Su cabello con una con la raya del lado izquierdo, habiéndoselo recogido en ese lado detrás de la oreja, en donde lo tenía asegurado con un capullo de rosa rojo escarlata, hecho de seda. Se puso su pintalabios rojo brillante, sus joya de perlas y sus zapatos de tacón de baile negros. Estaba lista.

Bebió el resto del champán de su copa de cristal alta, esparció en su cuello y en la parte interna de sus muñecas su perfume favorito, "My Sin" de Lanvin, queriendo sentirse seductora esa noche. Christian podría muy bien ser un fastidio y quizás era mejor que no se hubiera aparecido. Había muchos más hombres para coquetear en los alrededores, y ella se sentía bien con eso. Estalló en una amplia sonrisa, con los ojos brillantes, abrió la puerta y salió.


"Esa era mi vida en el año 1925. La vida y el alma en cada fiesta, parte de la gente "en vogue" de Londres. Éramos jóvenes, la vida era un juego y nos divertíamos jugándola. No, el amor no la sobreviviría. No había lugar para eso aquí. Pero no me importaba. Había terminado con el amor. Qué sentimiento tan sobrevalorado…"


La mansión de Lord Lloyd en Eaton Square se veía imponente bajo la luz de la luna, con su exterior blanco brillante y la gran entrada que se elevaba entre dos columnas de estilo griego. Ellos habían estado vigilando la propiedad toda la semana. De acuerdo a la información reunida, la familia saldría esa noche. Lord Lloyd y su esposa se habían ido al campo, y su hija había salido hacía un rato, muy bien vestida, para ir a algún club elegante de Londres. Todo estaba bien y las calles estaban vacías. Vestidos de negro, se movían en las sombras.

"Listo, plumas negras, haz tu magia…", le susurró Billy a su compañero, quien aún mantenía sus ojos pegados a la casa.

"Tú quédate aquí Billy", respondió él, mientras miraba a través de la máscara que se había puesto para cubrir la mitad su rostro.

"Si se aparece algún botella azul* en los alrededores, tú sabes cómo funciona esto", adicionó (botella azul* = policía)

"¡Si!... yo cantaré con toda mi voz"

Billy se quedó quieto mientras la silueta del hombre que estaba a su lado empezó a estirarse en el momento en que dio un paso hacia la luz de la luna. Desde el punto en donde se escondía, ascendió al balcón que estaba sobre la puerta principal, entró a la casa abriendo una gran ventana, como un cuervo volando a su nido, sin emitir ningún sonido.

El interior de la casa era una maraña de rincones oscuros y largas sombras, producidas por la luz de la luna que entraba por las grandes ventanas. Se movió fácilmente. No era difícil para él. Habiendo pasado una semana dentro de la propiedad, sus ojos, mientras miraban a Lady Mildred y a su lienzo, también habían memorizado todo lo demás que había en el interior del salón, su sala de estar, por decirlo de alguna manera, ya que adoraba esa habitación. Sus habilidades para conversar y aún más para coquetear con los de sangre azul, lo habían convertido en una persona de confianza y lujuria al mismo tiempo, aunque él se mantenía inalcanzable, lo que era aún más tentador para las mujeres con estatus, como Lady Mildred Lloyd, la esposa de Lord Lloyd. Ellos también le habían permitido deambular por el lugar, e incluso llegar a conocer la ubicación de la caja fuerte, cuando él le sugirió a la señora usar algún collar elegante para su cuadro, lo que le daría una presencia más majestuosa, de acuerdo a su sugerencia.

Su mano enguantada abrió la puerta de la oficina de Lord Lloyd. Por un momento permaneció inmóvil, asimilando las grietas y trizaduras de la casa. Esta vez había una sensación de incomodidad en su interior. No estaba tan tranquilo y concentrado como usualmente. Durante la última semana, se había dedicado a la tarea de pintar el retrato de Lady Mildred, pero no estaba del todo allí. Le había costado todo el proceso. En su lugar, su mente se había quedado en ese viernes por la noche que había pasado con esa inusual y entusiasta rubia americana. Ella era muy diferente a las otras mujeres que había conocido, y aunque se mezclaba con la brillante juventud de Londres, un grupo insulso y superfluo de jóvenes, ricos, a los que solo les importaban las fiestas, era obvio para él desde el comienzo, que ella no había sido cortada por el mismo patrón. Puede que no tuviese la apariencia de una sirena de cine, pero la forma como se comportaba, tan segura pero al mismo tiempo teniendo ese aire de elegante honestidad, que no venía de pertenecer a la clase de los vividores; sino que era algo innato, una empatía propia que le daba a sus ojos y su sonrisa una luz como no había visto antes. Ella había invadido su ser desde entonces.

Con movimientos ligeros, retiró la pintura que colgaba detrás del gran escritorio de caoba. Cuando abrió la caja fuerte se prometió darse un descanso de su vida oculta. La que lo excitaba y le había dado un propósito desde que se enteró de que él no era parte de ese circuito de ricos y nacidos en cuna de oro. Al contrario, él era un peón, un bebé robado entre un duque y Philip Blake, un banquero exitoso de Londres, su difunto padre.

La melodía desafinada de Billy y el ruido en la puerta principal lanzó un baldado de agua fría sobre sus pensamientos. Rápido como un rayo, guardó la bolsa negra con las joyas en su bolsillo del pecho, se bajó la máscara y abandonó la habitación, haciendo ruido solamente con su respiración. Cerró la ventana y esperó escondido en la esquina del balcón. Revisó la calle bajo él. Estaba tranquila de nuevo. Escuchó un silbido suave. Pasos en las escaleras interiores. Lanzó la cuerda y bajó con un solo suave impulso. Antes de que se escuchara a alguien al interior de la mansión, se alejó con Billy, de regreso al mundo de las sombras. Su respiración estaba agitada.

"Se acabó Billy… necesito un descanso", se giró y observó al hombre mientras le entregaba la máscara.

"Ey… no te preocupes Plumas Negras, toma todo el tiempo que necesites", dijo Billy, dándole palmaditas en la espalda. "Todo el tiempo que necesites".


La débil fragancia de la primavera permeaba la oscuridad con una quietud que podía producir escalofríos por toda la columna vertebral. Candy y Alexander caminaban por la tranquila calle después de salida nocturna, deteniéndose al frente de su casa.

"Bien, aquí es donde vivo…", dijo ella con una sonrisa, observando con una mirada clara a su cita. "La pasé muy bien esta noche Alex, gracias"

"El placer fue todo mío Rose", respondió él, "Me he acostumbrado mucho a tu agradable compañía, ¿sabes?", continuó él, mirándola con ojos expresivos.

"Oh, estás exagerando Alex, gracias de todas formas… eres muy dulce", respondió de manera recíproca, poniendo sus palmas sobre su pecho, manteniendo a distancia la cercanía que tenían sus cuerpos en ese momento.

Ella no sentía atracción hacia Alexander de esa manera. Se divertía bailando con él, y eso era suficiente. Él acopló sus manos enguantadas a las de ella y apretó sus dedos que estaban sobre su pecho, antes de bajar su cabeza, para tocar sus labios con los de él. Estaban fríos ante su beso, sin un atisbo de entusiasmo bajo su superficie. No había nada más en esa amistad que lo que había, eran solo amigos. Él suspiró levemente y levantó su cara para encontrarse con una disculpa en los ojos de ella.

"Lo siento Alex…", dijo.

Él se sintió incómodo, chasqueó y pasó los dedos por su cabello.

"No hay necesidad de disculparse Rose… Me siento atraído hacia t… no puedo ocultarlo, y al menos lo intenté… amigos, por mí está bien", dijo con una sonrisa que arrastraba un toque de tristeza.

Ella le sonrió de vuelta con alivio.

"Quizás… bailamos de nuevo… ¿la próxima semana?", le preguntó ella.

"Puedes contar conmigo", le respondió y se enderezó. Sus dedos aún entrelazados con los de ella, levantó su mano y le dio un suave beso en su mano enguantada. "Duerme bien", le dijo mientras la observaba por última vez, antes de girarse para partir.

"¡Buenas noches Rose!", dijo fuertemente mientras se iba caminando.

Candy se despidió con la mano. "¡Buenas noches Alex!", dijo como respuesta.

Ella respiró hondamente, abrió la puerta y entró. Aquello resultó algo incómodo pero al menos terminó bien, pensó para sí. Con seguridad, Alexander no era la persona que alejaría sus persistentes pensamientos sobre Christian.

Encendió el interruptor de la luz que tenía al lado. Sus ojos se fijaron en sobre blanco, medio oculto por su zapato. La recogió y sacó la rígida tarjeta blanca del interior del sobre. Sus ojos se abrieron con incredulidad. Su cuerpo se apoyó sobre la puerta que acababa de cerrar. Se empezó a deslizar contra ella, hasta que se sentó en el suelo, con su rostro desencajado por la sorpresa, mientras la tarjeta permanecía en la palma de su mano. La atrajo una vez más frente a sus ojos, y la leyó.

Para la señorita Scarlet Rose

Por favor disculpe mi inexcusable ausencia

Me gustaría compartir un desayuno con usted

Esté lista mañana, a las 10 am, si quiere saber más…

C

Ella observó su elegante letra manuscrita, sus fluidas líneas en tinta negra. Fue como si un viento tibio soplara dentro de ella, haciéndola transpirar, poniendo todo patas arriba a su paso.

"¡C… Christian!", susurró ella.

Su mensaje, disculpándose y tan inesperado al igual que su audaz introducción. "Para compartir un desayuno conmigo…", se hablaba a sí misma, mientras la situación en la que un hombre y una mujer compartían un desayuno llegaba a su mente. Era cierto que cualquiera podía compartir un inocente desayuno con otra persona. Por qué entonces, cuando esta simple afirmación provenía de él, ¿le traían imágenes de una pareja compartiendo el desayuno en la cama?, ella presionó sus mejillas enrojecidas con sus manos, apretando sus labios, liberando un suspiro molesto. Ella se estaba volviendo loca… o desesperada por un amante en su vida.

Ella coqueteaba bastante, y no era tímida besando, pero nunca había intentado dormir con alguien desde que había cambiado su visión sobre la vida. De todas las cosas que la hacían poner nerviosa respecto de tener sexo con alguien, había una que la hacía dudar, y era el peso que una potencial relación arrastraba. Involucrase demasiado emocionalmente con muchachos esperanzados, que esperaban por una señal suya de aprobación. Triste pero cierto, desde que Terry fue empujado tan abruptamente fuera de su vida, su corazón se había cerrado a todos esos sentimientos de intimidad emocional, sentimientos de amor. Ella había desarrollado un temor constante a que le rompieran el corazón, decidiendo no permitir que nadie se le acercara, para no volverse dependiente de ninguna presencia en su vida.

No importando cuan encantador fuera ese hombre para ella en ese instante, había decidido algunas cosas, y estaba decidida a mantenerlas de esa manera. Eso no detenía el hecho de que el vello de sus brazos se erizara, justo en el momento en que observó la tarjeta una vez más, dejándola sobre su tocador, preparándose para sumergirse bajo su edredón. Ella realmente sentía curiosidad por compartir un desayuno con él, pensó mientras cerraba sus ojos, esperando dormirse rápido para que amaneciera.