Capítulo 8


Marzo 21, 1925

Londres

Eran las 5 de la tarde y las calles estaban llenas de personas saliendo del trabajo. Candy y Marion, una pequeña chica de cabello castaño y ojos azules, abandonaban el centro de caridad Los Buenos Samaritanos, habiendo terminado su turno. Marion era una de sus mejores amigas. Era la hija de Elizabeth y Edward Lewis, el secretario permanente del tesoro de Su Majestad. Era divertida y alguien con quien pasarlo bien, pero superficial. Les generaba constantes dolores de cabeza a sus padres. Lo único que los hacía feliz realmente era su amistad con esa joven americana, quien había aparecido en la escena social de Londres un par de meses atrás. Con gran alivio, habían notado su influencia positiva en su hija. Cuando les había anunciado que se haría voluntaria de Los Buenos Samaritanos, sus mandíbulas casi habían caído hasta el suelo por la sorpresa. Elizabeth había tenido que buscar su abanico para airear la cara de su marido en la cara, pues quedó estático por un buen minuto.

A Candy le agradaba Marion. Algunas veces pensó que ella estaba "loca como una cabra" o como la señorita Pony diría "se había caído de cabeza cuando era pequeña", pero era una buena persona. No tenía una pizca de maldad. Así que, ¿qué importaba si lo único que sabía era ir a fiestas y actuar como lunática?, no hería a nadie. Candy le había sugerido que se hiciera voluntaria de la rama de Los Buenos Samaritanos en Camden, y Marion se había unido a ella. Esa era una gran experiencia para ella y se había dedicado a esa actividad con mucho entusiasmo.

Al salir se encontraron con una fina cortina de llovizna en el aire.

"¡Ohh… esa llovizna de nuevo! ¡Mi pelo se rizará!", se quejó Candy y abrió su paraguas, con un intento de evitar lo inevitable.

"Ya deberías haberte acostumbrado a ella", dijo Marion mientras se reía con la frustración de Candy.

"¡De todas las cosas británicas extrañas para mí, creo que nunca me acostumbraré a este tipo de lluvia!", dijo Candy, escondiéndose bajo su gran paraguas.

Siguieron caminando entre la multitud de gente que había llenado las calles de la ciudad de Camden. Era viernes, el día en que tradicionalmente todos se dirigían a los pubs después del trabajo.

"Todos nos encontraremos en "Las armas de su Majestad", le informó Marion a su amiga, mientras seguían caminando.

"¿Te unirás a nosotros?"

"Me encantaría", respondió Candy, "Pero tengo una cita esta noche…", dijo y le lanzó una sonrisa de entusiasmo a su amiga.

"¿Una cita?", preguntó, queriendo saber más. "No me digas que es con ese tipo, ¿Christian?"

Los ojos de Candy sonreían.

"¡Oh por Dios, realmente te has fijado en Christian Blake!"

"¡Sí, creo que lo hice!, ¿aunque siento que vendrá un "pero?"

"¡De hecho, sí hay un "pero"! Ese hombre es un jugador, Rose…"

Candy se detuvo y miró con cara divertida a su amiga.

"¿Y qué hay de malo en ello?"

"Nada malo en absoluto, si solo buscas pasar un buen rato. Pero si estás buscando una relación…"

"¿Quién dijo que yo estoy buscando una relación?"

Marion se detuvo esta vez y miró a Candy por unos segundos, antes de estallar en una carcajada.

"Amiga mía, tú eres incorregible", logró decir. "Dicen que yo estoy loca. Ahora en serio, diviértete, pero ten cuidado… no querrás enamorarte de este tipo"

"Bueno, tendré tu consejo en cuenta", comentó Candy antes de sonreír ante la preocupación de su amiga.

Ella estaba segura de que sabía lo que estaba haciendo. Como sea, no estaba para relaciones tampoco, pero si Christian podía darle algo de emoción y entusiasmo a su vida por el momento, era más que bienvenido por ella. Como si no supiera el imán para mujeres que era un artista… y ella lo había averiguado de la peor forma, habiendo tratado de superarlo en el pasado por todos los medios. Estaba segura de que lo había logrado. Pero al mismo tiempo, había cerrado las puertas para todo el mundo, y no solo para sus recuerdos.

Continuaron caminando, inmersas en su conversación trivial hasta que alcanzaron el pub en donde se estaban reuniendo sus amigos para tomar su cerveza del viernes. Marion se giró y miró a Candy.

"¿Estás segura de que no quieres acompañarnos por un rato?", le preguntó.

"Lo siento pero no puedo. Él me recogerá a las siete", respondió Candy.

"Está bien, no hay necesidad de disculparse. ¡Diviértete esta noche!", le respondió y le hizo un guiño.

"¡Creo que lo haré!", dijo Candy con una gran sonrisa, "Saluda a todos y diles que siento no poder acompañarlos esta vez".

"Asegúrate de contarme todo más tarde…", le dijo y ambas chicas se dieron un beso de despedida.

"Lo haré", dijo Candy sacando su lengua, antes de girarse y continuar caminando hacia su casa.

Sus ojos estaban brillando en su cara que estaba enmarcada por una masa de cabello rizado. Se sentía feliz.


Él estaba casi listo. Con sus pantalones clásicos negros, estaba pasando sus brazos por las mangas de su camisa blanca, cuando fue interrumpido por los insistentes golpes en la puerta de su casa.

"¿Quién demonios puede ser ahora?", murmuró Christian molesto mientras iba hacia la puerta. No quería llegar tarde. Con una mirada severa en su rostro abrió la puerta. Su mejor amigo, Edward, estaba de pie allí, y su cara sonriente cambió a sorpresa.

"¿Vas a salir?", preguntó mientras entraba.

"Sí, y no quiero llegar tarde", dijo Christian, mientras desapareció regresando a la habitación, sentándose para ponerse los zapatos. Edward lo siguió.

"¿Una cita?", preguntó

"Hombre, Ed, tú siempre tan curioso, amigo", Christian levantó la mirada para ver a su amigo de pie, en la puerta de la habitación. "Sí, es una cita, ¿de acuerdo?"

"¿Con Rose?", preguntó Edward de nuevo, como si el comentario de su amigo no lo hubiera afectado. Él era un maldito curioso, ya lo sabía.

"¡Sí, con Rose!, respondió Christian, viendo que era inútil jugar a las escondidas con su amigo en ese momento y lugar.

Se levantó, empezando a abotonarse su camisa, cuando escuchó a Edward reír.

"Tú estás perdiendo tu tiempo con ella, amigo", comentó Edward.

De pie, en frente de su espejo vertical, estaba a punto de ponerse la corbata.

"¿Y por qué?", preguntó, girándose hacia su amigo.

"Los rumores dicen que a ella le gusta mucho coquetear, le da largas a los tipos. Aparentemente evita cualquier tipo de relación."

"¡Bueno, bien por ella, está divirtiéndose en sus propios términos!, ¡Me gusta eso¡ respondió Christian a los comentarios de su amigo, antes de volverse para hacerse el nudo en la corbata.

"Simplemente te digo, no te hagas ilusiones de nada Christian"

Él no respondió. Terminó de prepararse delante del espejo, antes de girarse hacia Edward.

"Ed, ¿Por qué estás aquí?, espero que no sea para darme consejos sobre mi vida amorosa"

La cara de Edward se puso un poco nerviosa. No había pasado por la casa de Christian para criticarlo por tener una segunda cita con Rose.

"Es acerca de tu exposición, me temo…" dijo y regresó a la sala de estar, mientras Christian salía de la habitación, tomando un cigarrillo del paquete que estaba sobre la mesa y sirviendo un poco de whisky en un vaso vacío que estaba al lado de los cigarrillos.

"¿Qué pasa con mi exposición?", preguntó Christian tras la nube de humo que exhaló.

"El dueño de la galería quiere verte mañana. Fui a verlo hoy, en una visita de cortesía", dijo Edward mientras se sentaba.

"¿Para qué?, replicó Christian, levantando su ceja.

"Espero que no te enojes porque podría haber un ligero contratiempo, pero la exposición se hará, no te preocupes por ello…", respondió Edward.

"Ed, ¡te he dicho muchas veces que no intentes evitar herir mis sentimientos!, ahora, sin utilizar mensajes crípticos, ¿puedes por favor soltarlo?, dijo y bajó su bebida, tomando otra calada de su cigarrillo.

"Él me estuvo preguntando si considerarías mover tu exposición a una fecha posterior", dijo Edward de corrido, ansioso por decir lo que tenía que decir después de la sugerencia de su amigo.

"¿Por qué?", preguntó Christian, mirando su reloj de bolsillo, sintiéndose inquieto.

"La novia de Adam. ¿La recuerdas?", es una pintora incipiente… y está deseosa de hacer una exposición…", Edward soltó lo que tenía temor de decir todo ese tiempo.

"¿QUÉ?, ¿Me quieren joder por culpa de la novia de Adam?, gritó Christian y aplastó su cigarrillo con rabia, antes de dar vueltas como loco durante algunos momentos por la habitación, deteniéndose para mirar firmemente a Edward.

"¡A la mierda con él!"

"¿Qué?", tartamudeó Edward, "!No, no, no Christian! ¡Tú sabes qué difícil es reservar una galería para una exposición!", continuó mientras se levantaba.

"¡Edward, por favor!", ¿Puedes escucharte a ti mismo?", gritó Christian furioso, "No lo consideraré, ni lo aceptaré de esa cabrón"

"¡Christian!, ¡cálmate!"

Christian se detuvo y observó de nuevo su reloj. Tenía que salir en ese mismo momento si quería llegar a tiempo. Miró de nuevo a Edward, quien ahora se veía muy apenado por compartir estas noticias con él.

"Escucha Ed, no puedo hablar de esto ahora mismo, ¿de acuerdo?", dijo, todavía procesando la noticia, "Iré allí mañana para recibir oficialmente la patada en las pelotas, pero he terminado con Adam… déjamelo a mí, pensaré en algo", dijo finalmente mientras buscaba su chaqueta.

"Solo no hagas nada precipitadamente", casi le rogó Edward a su amigo. Sabía que si él se sentía herido, actuaría como si estuviera completamente fuera de sus cabales.

"No lo haré, lo prometo", respondió Christian para tranquilizar a Ed. "Ahora si me excusas, tengo una cita con una dama muy interesante y no podemos hacerla esperar…", dijo y señaló el camino de salida con una amplia y característica sonrisa.

La noche de viernes no había tenido un buen comienzo, pero él estaba seguro de que su cita con Rose compensaría la rabia que corría por su cuerpo en ese momento. Le dijo adiós a Edward y se dirigió a su casa. Estaba ansioso por verla de nuevo.


Siete en punto, él estaba allí, de pie en frente de su puerta en su elegante traje negro. Candy estaba lista esta vez cuando abrió la puerta. Él vio sus ojos ahumados y labios rosados sonriéndole.

"Rose", le dijo.

"Christian", le respondió y le dio su mano para que la sostuviera, mientras bajaban juntos la escalera, con el sonido del collar de perlas tintineando alrededor de su cuello, mientras su vestido negro de lentejuelas estilo "flapper" brillaba al caminar.

Su mirada era radiante bajo la luz del crepúsculo, habiendo tomado un poco de vino al prepararse.

"Te ves bellísima…", le susurró al oído, en el momento en que se sentaron en el carruaje antiguo que les estaba esperando.

Candy sonrió y se sonrojó escuchando ese piropo.

"¡Gracias Christian! ¡Tú también te ves aceptable!", le dijo burlonamente

"Solo ¿aceptable?", protestó él con una gran sonrisa.

Candy se volvió para mirarlo, sintiendo que su corazón se aceleraba cuando sus ojos recorrieron su hermoso rostro.

"Bueno, no queremos que Mr. Blake se lo crea demasiado, ¿no es así?", logró decir, mientras sus ojos se mantenían fijos en los de él.

Christian soltó una carcajada, apoyándose en el respaldo del asiento.

"Estás en lo cierto querida", dijo mientras seguía riendo.


Llegaron al restaurante "Rules" en Covent Garden, un poco después. El lugar era muy conocido por su impresionante clientela desde Charles Dickens hasta Henry Irving, el famoso actor Victoriano. Era uno de los restaurantes más antiguos de Londres y le recordó a Candy un club de caballeros, en el momento que entró y vio sus inmaculadas alfombras de felpa en los suelos, lujosos banquetes, techos altos con paneles de vidrio, mientras que la longitud de sus paredes estaban decoradas con dibujos antiguos de nombres famosos de los círculos artísticos de Londres. Ella había estado allí antes, pero nunca dejaba de impresionarse, mientras miraba alrededor impregnándose del ambiente, a la vez que un camarero en smoking los condujo a su mesa.

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Candy y Christian parecían disfrutar de su mutua compañía en torno a sus platos vacíos, sintiéndose contentos mientras estaban inmersos en una animada conversación que solo se pausaba a ratos, cuando sus ojos se encontraban y se mezclaban sus risas.

El camarero llegó para despejar la mesa, preguntándoles si deseaban pedir postre. Candy miró a Christian.

"Me gustaría, pero honestamente, ¡ya no podría comer más!", dijo

"De acuerdo, yo igual…", agregó Christian.

"Aunque me gustaría un café", respondió Candy

"¿Podría traernos dos cafés, y dos vasos de Martell?", se giró y le dijo al camarero.

"Por supuesto, señor", replicó él y rápidamente se alejó de la mesa con los platos.

Christian se giró para observarla, quien para sorpresa suya miraba más allá de él, con sus ojos y su boca muy abiertos.

"¡Oh, por Dios!"

"¿Qué pasa?", le preguntó él, sin girar su cabeza para mirar lo que ella observaba.

Ella le dio una palmadita en el dorso de su mano que estaba sobre la mesa con urgencia, inclinándose más cerca de él.

"¡Ohhh, está Charlie Chaplin detrás de ti!", dijo tan bajo como pudo, considerando cuán entusiasmada se veía.

"Rules", siempre era conocido por atraer a la "crème de la crème" del arte mundial que pasaba por Londres. Y fue el turno de Christian de mostrarse sorprendido.

"¡Él está junto con una mujer rubia muy bella!", continuó ella, no siendo capaz de alejar sus ojos de la famosa pareja a la que le daba la bienvenida un camarero, al cual le seguía el gerente del restaurante.

"Se ve muy diferente comparado con su personaje de la pantalla", notó Candy, mientras miraba la cara de Chaplin, sin su famoso bigote y su marcado maquillaje, con el que se había acostumbrado su audiencia a verlo.

Puede que él no fuera una belleza clásica pero tenía esa aura alrededor de él, que Candy encontraba fascinante. Christian se volvió discretamente para observarlos y se giró de nuevo hacia Candy.

"¡No está mal para Chaplin! Ella debe ser Peggy Hopkins Joyce", dijo

"¿La conoces?", le preguntó ella.

"No personalmente, pero mi mejor amigo, Edward es como una guía portátil de famosos", explicó con una carcajada. "Ella es la última conquista de Chaplin. Es una actriz, pero más famosa por su vida privada, aparentemente atrae a los hombre como un imán. Los rumores dicen que un empleado de una embajada sudamericana se mató en Paris por amarla", dijo en voz baja, mientras compartió el chisme con Candy.

"Puedo ver el por qué de la atracción, ¡ella es bellísima!", dijo como respuesta, mientras se llevaban a la pareja a un espacio privado del restaurante.

"Nah… creo que la visión que tengo delante es mucho más interesante…" comentó él, mientras miraba a Candy.

Ella sintió sus mejillas instantáneamente en llamas en el momento en que le escuchó decir aquello.

El camarero dejó las los cafés y los vasos de coñac en la mesa mientras Candy sacaba un cigarrillo de su pitillera de plata. Christian prendió su encendedor tan pronto ella lo puso entre sus labios. Candy tomó una calada y sonrió. Él encendió un cigarrillo para sí y la miró.

"¿Cómo es que dejaste los Estados Unidos por el brumoso Londres?, le preguntó.

Antes de que Candy abriera su boca para responder él continuó.

"¿No había nadie especial allá?

La mirada de Candy se oscureció. Se giró y jugó con el extremo encendido de su cigarrillo, alisándolo en el borde del cenicero. Tomó un sorbo de su café y lo miró con mirada ausente.

"No, nadie", dijo Candy, sintiéndose incómoda.

Christian miró a sus ojos, sintiendo que le estaba mintiendo.

"¿Tu familia?, continuó.

"Tengo cuatro grandes amigos, uno de los cuales es mi primo, y también tengo a mis dos madres"

"¿Dos madres?", le preguntó.

"Crecí en un orfanato", respondió Candy.

"Oh… Lo siento, no debí haber preguntado…"

"No, está bien. El hogar de la señorita Pony en Indiana no era una institución oscura y despiadada de Dickens para desafortunados niños abandonados. Recuerdo mis años de niñez allí con un profundo cariño. De hecho, yo no quería ser adoptada, si puedes creerlo". Dijo ella, y sus ojos brillaron, con la luz reflejándose en sus profundos prados verdes.

"Tú las extrañas… ", dijo él suavemente.

"Así es… no puedo negarlo. Pienso en ellas casi todos los días", dijo Candy como respuesta.

Ella sintió sus ojos mirando profundamente los suyos, buscando en su mente destellos de su pasado. Sin saber por qué entró en pánico. Confiaba en Christian a pesar de lo poco que lo conocía, y no estaba avergonzada de su pasado, pero sentía que no quería hacerlo presente en su cita. Ella estaba pasándolo demasiado bien para arriesgarse a arruinarlo.

"¿Cómo era tu familia?", le preguntó ella, antes de tomar un sorbo de su coñac, sintiendo que dulcemente le quemaba la garganta.

"Perdí a mis dos padres cuando tenía diecinueve", dijo él de manera casual.

"¡Ohh…! ¡Lo siento Christian!", dijo Candy sintiendo que debía disculparse por su pregunta.

"Eso quedó en el pasado ahora. Mis padres eran buenas personas, pero también cometieron faltas como todos, según me he dado cuenta", le respondió.

"Igualmente, es difícil perder a los dos a esa edad", respondió ella.

"Lo fue, pero por otra parte yo siempre he dependido más de mí y menos de ellos. Más que nada porque yo fui como adoptado, supongo", comentó él y tomó algo de su coñac.

"¿Tú también fuiste adoptado?", dijo Candy sorprendida.

Candy pensó que sus ojos se veían más grises que antes, bajo la suave luz de la habitación, y pensativos como parecían, ella sintió una corriente subiendo por su columna al darse cuenta de que su rostro le parecía muy familiar, tan familiar que tuvo que mirar hacia otra parte, finalmente tomando otro sorbo de su copa.

"Algo así como adoptado. Mis padres pensaron que yo era adoptado pero en realidad yo fui robado de mis verdaderos padres", confesó él, mientras se veía totalmente calmado.

"¿Oh Christian! ¿De verdad?", dijo ella, "por favor discúlpame por haber empezado con estas preguntas"

Sus ojos permanecieron en su cara preocupada y ruborizada. Él le ofreció una sonrisa sincera, como respuesta a su preocupación.

"¡Oye… así es la vida Rose! Se te reparte una mano y tienes que lidiar con ello. O aceptarlo y avanzar o no hacer nada y lamentarse por el resto de tu vida", dijo con mucha seriedad. "Yo he escogido lo primero".

"Cierto…", Candy consiguió decir, sus palabras se acercaban mucho a sus recuerdos.

Ella luchó internamente para no dejar aflorar sus sentimientos. Estaba pasándolo muy bien con Christian, pero su conversación había tomado un rumbo indeseado, en tal dirección y que sentía personalmente demasiado cerca para sentirse cómoda, a pesar de lo impresionada que estaba con la historia de Christian. De alguna manera, ella sentía que tenían mucho en común.

"¿Cuándo decidiste hacerte pintor?", dijo cambiando de tema.

Los ojos de Christian se encendieron y se rio como si estuviera planeando algo.

"Te mostraré si tú quieres después de que salgamos de aquí…", le dijo.

"¡Eso suena emocionante! ¿Cuándo nos vamos?, le preguntó.

"Ahora si tú quieres", le contestó

"Estoy lista", respondió con una sonrisa.

Christian llamó al camarero, pagó la cuenta y se levantaron para abandonar el restaurante. Estaban camino a la puerta cuando escuchó que alguien lo llamaba por su nombre. Ellos se detuvieron y se giraron para ver quién era. Al verlo, Christian se mostró agradablemente sorprendido.

"Ven conmigo Rose. No nos demoraremos mucho", le dijo suavemente mientras caminaron hacia el hombre.

Él hombre parecía tener unos cincuenta años; Candy lo observó en su esmoquin, con camisa blanca y corbatín negro, era un hombre regordete con ademanes aristocráticos, ojos alegres y un grueso bigote que se curvaba hacia arriba en sus extremos.

"Amigos, me gustaría presentarles a Christian Blake, él es uno de nuestros muy prometedores y talentosos jóvenes pintores de Gran Bretaña en la actualidad", dijo a su grupo de amigos que estaban sentados entorno a la su mesa.

"Como siempre el gran Sir Witt no se queda corto con sus elogios", dijo Christian dirigiendo una sonrisa a todos, dándoles la mano con un apretón fuerte a cada uno de ellos.

"Señor, me gustaría presentarle a la señorita Rose White, una querida amiga mía", dijo y tiró un poco a Candy para que se pusiera a su lado.

"Rose, él es Sir Robert Witt, el director de la Fundación de Colecciones de Arte y un gran artista también. Él fue un gran amigo de mis padres y realmente lo considero mi mentor", le dijo Christian a ella.

Candy le brindó una sincera sonrisa y alargó su brazo para darle un apretón de manos.

"Me siento honrada de conocerlo Sir", le dijo ella.

"Igualmente querida. Christian es muy afortunado por tener a una compañía tan encantadora cenando con él", le dijo con una sonrisa, mirando rápidamente a Christian quien al mismo tiempo tenía una mirada de alegre satisfacción en su rostro.

"!Oh Señor, yo creo que usted está exagerando!" , le dijo de vuelta, sintiendo su cara enrojecer hasta la raíz de su cabello.

"Al contrario, querida. Digo la verdad cuando la veo", dijo con una amplia sonrisa y se giró hacia Christian quien estaba tratando de no reír con su conversación.

"¿Y cómo estás muchacho? ¿Cómo van tus pinturas?, tu exhibición será pronto", le dijo.

"Estoy bien Sir Robert. El pintar me tiene bastante ocupado últimamente, no podría estar más contento por eso…", Christian respondió aunque sus ojos se vieron mucho más serios que lo que implicaba la ocasión".

"Me doy cuenta que hay un "pero" entre medio…", le dijo Sir Robert en voz baja.

"Digamos que no es ni el momento ni el lugar para hablar de ese "pero", dijo Christian, "¿Está bien si lo visito en su oficina mañana por la mañana?", le preguntó.

"¡Por supuesto!", pasa sobre las 10am, tomaremos te juntos", le respondió.

"¡Eso es perfecto!, ¡Gracias Sir Robert!", exclamó Christian.

"¡No lo menciones hijo! Siempre estoy feliz por tender una mano si surge un problema, tú lo sabes", dijo Sir Robert.

"¡Lo sé!, por eso siempre estoy agradecido por su ayuda", comentó Christian con un tono humilde en su voz.

"Bueno, entonces queda dicho. Preséntate en mi oficina mañana a las 10am y hablaremos", dijo Sir Robert.

"Listo entonces. Les deseo buenas noches por ahora. Que tengan una agradable cena", dijo Christian y él junto con Candy les dieron las buenas noches a todos los que estaban en la mesa.

"Disfruten el resto de la noche ustedes dos", les dijo Sir Robert. "Y Christian, confío en que cuidarás de esta encantadora joven amiga tuya…", continuó, sonando como un padre, mirándolos a los dos.

"Es mi intención Sir Robert, tiene mi palabra", dijo Christian conteniendo la risa que surgió en su interior al ver el rostro de Candy que se ponía como una remolacha de nuevo. Ella les respondió de manera nerviosa.

"¿Nos vamos?", le dijo a Christian, girándose hacia él.

"Por supuesto. Después de ti querida", le dijo con una suave voz.

Dieron de nuevo las buenas noches y salieron. Tomaron un taxi desde la parada que estaba fuera del restaurante.

"A la Galería Nacional", le dijo al conductor.

"¿Galería Nacional?, ¡son casi las 10 de la noche!, ¿no estará cerrado?", le preguntó ella.

"No, si tienes amigos en los lugares adecuados…", se giró y le dijo como si estuviera compartiendo un secreto.

"Puedo decir que realmente te creo", le dijo ella con sus ojos muy abiertos.

Ella continuaba mirándolo pensando cómo él la había sorprendido constantemente desde que se conocieron. Ella se recostó en su asiento con sus ojos cerrados y una sonrisa en su rostro. Pensó que la noche se estaba volviendo más interesante.

Ellos llegaron a la Galería Nacional, Christian le dio instrucciones al conductor para que los dejar en la parte de atrás del edificio. Él la tomó de la mano después de salir del taxi, guiándola a una pequeña puerta de madera negra brillante, con paneles tallados en oro.

"Ésta es la entrada del personal", se giró y le dijo antes de que le preguntara.

Tiró de la cadena de la campana, mientras permanecieron delante de ella. Después de un par de minutos se abrió la puerta y un hombre delgado y alto, con cabello alborotado rojizo apareció tras de ella.

"¡Hola Nicholas!", dijo Christian cariñosamente.

"Christian", contestó su amigo y abrió ampliamente la puerta para que él y Candy entraran.

Se dieron un apretón de manos con golpecitos en la espalda, pareciendo felices de encontrarse de nuevo.

"Nicholas, ella es Rose", le dijo a su amigo y se giró hacia ella, "Rose, Nicholas".

"Encantado de conocerte Rose", dijo él y tomó su mano suavemente para darle un beso en el dorso.

"Lo mismo Nicholas", dijo ella y sonrió. Ella no había visto nunca antes tal cantidad de pecas en la piel de una persona hasta que observó sus brazos desnudos, que salían de sus mangas de su camisa remangadas.

"¡Oye!", protestó Christian

"¿Qué?", le preguntó Nicholas confundido y después le sonrió inocentemente, "¡Algunos hombres tienen modales Christian!"

"Puedo verlo amigo…", le dijo sonriéndole.

"Él sabe cuánto me gusta provocarlo", dijo Nicholas girándose y guiñándole un ojo a Candy.

"Se ve", dijo Candy con una suave risa.

"Además amigo, he perdido la diversión con este trabajo que tengo", se giró, mirando a Christian.

"¿Qué tal va?", Christian le preguntó a su amigo.

"Dos meses más y me iré de aquí", respondió Nicholas

"¿Te irás a alguna parte Nicholas?", Candy le preguntó.

"Él ha estado ahorrando por años para hacer un viaje a Europa en el verano, Rose", le explicó Christian.

"Francia e Italia para ser preciso", agregó Nicholas con una sonrisa. "Mi pasión es la arquitectura, Rose, lo que no es compatible con estar encerrado en un edificio, sin importar qué maravillosa es la arquitectura de la Galería. Siento que necesito ir a lugares, llenar mis ojos y mi mente".

"¡Pero eso es maravilloso Nicholas!, espero que puedas cumplir tu sueño pronto", le dijo ella.

"¡Gracias! eso es muy amable de tu parte", le respondió, "Entonces, ¿qué están haciendo aquí Christian?", se giró Nicholas y le preguntó.

Rose me preguntó algo antes y yo quiero responderle. Es algo que me gustaría mostrarle. ¿Podemos bajar al almacén del sótano Nicholas?", le preguntó él.

"Amigo, estás pidiendo demasiado… si se enteran…", dijo Nicholas y se rascó la cabeza, haciendo que su cabello rojizo se viera más salvaje, "pero está bien… por favor ten cuidado abajo, deja todo tal y como lo encontraste".

"¡Te deberé una Nicholas!, y no te preocupes, quedará como si nadie hubiera estado allí en primer lugar. Créeme", dijo Christian con entusiasmo y miró a Candy quién aún no tenía idea de lo que Christian quería mostrarle.

"Les mostraré el camino. Vengan conmigo", les dijo Nicholas y los dirigió hacia el sótano.

Algunos momentos después, él estaba abriendo el cerrojo de la puerta del sótano. Prendió el interruptor a su izquierda, inundando el cuarto con luz.

"Te lo dejo con ello", se giró y le dijo a Christian. "Cierra la puerta con llave al salir, ¿De acuerdo?", continuó y le entregó la gran llave de metal a Christian.

"No hay problema mi amigo", respondió Christian. "No tardaremos mucho".

"Los veré de nuevoarriba", les dijo Nicholas a los dos y los dejó solos.

Christian se giró hacia Candy, mostrándose entusiasmado.

"Ven", le dijo, guiándola por la habitación, que era estrecha y tenía un techo bastante alto, con paredes de piedra encalada. Había pinturas cubiertas apiladas por todos lados.

"Traen las pinturas que necesitan mantenimiento aquí, ya sea porque están dañadas o por ser muy antiguas", le explicó, mientras caminaban con cuidado al lado de las pinturas que estaban agrupadas, cada una dentro de una cubierta de madera para su protección.

"Ya veo… ¿estás buscando algo en particular?, ella le preguntó.

"Así es…", dijo él, mirando rápidamente algunas pinturas.

Llegaron a la parte posterior de la habitación. Christian sacó una pintura de su cubierta de madera. Era larga. Candy posó su cartera para echarle una mano a Christian, mientras él cargaba la pintura para ponerla sobre un soporte vertical. Le quitó la tela y la miró en silencio por algunos minutos.

"Es muy bella Christian", dijo ella, conteniendo la respiración mientras observaba la pintura desde una distancia.

"¿La conoces?", se giró él y le preguntó

"En realidad, no", se disculpó Candy.

"No te sientas mal por eso, Rose. Después de todo no significa nada saber los nombres de la obras de pintores famosos", le dijo y se puso a su lado, manteniendo sus ojos en la pintura, "el arte no es conocimiento, todo se trata de sentimientos. Mientas dejes que tus ojos exploren una pintura, mientras dejes que tu ser la sienta todo estará bien. Pronto sabrás qué imágenes te conmueven internamente".

Los ojos de Candy también estaban sobre la pintura, observándola en silencio.

"Es la Venus del Espejo de Velázquez", empezó él a hablar de nuevo, "ha estado oculta desde 1914".

"¿En verdad? ¿Por qué?", se volvió y le preguntó.

"La pintura parecía demasiado denigrante para una mujer llamada Mary Richardson. Ella era una sufragista en aquellos días. Rasgó el dorso de Venus con un cuchillo como protesta", él le explicó, con su voz sonando casi enojada.

"¡Eso es terrible!", comentó ella, "Pero no puedo ver ningún corte"

"Los arreglaron. Está lista para ser exhibida de nuevo", dijo él y le sonrió.

"Han hecho un excelente trabajo", dijo ella y se acercó a la pintura buscando algún rastro de los ataques.

"Tú me preguntaste cuándo supe que quería convertirme en pintor", ella escuchó su cálida voz tras de sí y se giró para observarlo.

"Sí, lo hice".

"Fue cuando estaba con mis padres y tenía diecisiete años, en una visita a la Galería que tanto deseaba, cuando vi por primera vez la Venus", lo dijo como si estuviera reviviendo ese momento.

"Me quedé asombrado… esa mujer era tan bella que no podía sacarla de mi cabeza. Ese día, mirándola, me di cuenta del improbable placer de contemplar el cuerpo desnudo de una mujer sin tener la urgencia del deseo o el obstáculo de la modestia(1). En ese momento se abrió paso en mí la vida como pintor, como el futuro que quería tener".

Los ojos de ella brillaron con emoción escuchando la confesión de sus pensamientos. Ella admiraba a la gente apasionada que caminaba por la vida llevando esas pasiones a flor de piel para que todo el mundo las viera. Ella abrió su boca para decir algo cuando Christian se acercó por atrás, poniendo sus manos sobre sus hombros.

"Déjame tratar de mostrarte lo que veo", le dijo con una voz suave y la empujó hacia atrás un poco.

Su corazón palpitaba en su pecho al sentir lo cerca que estaban, ella podía casi sentir su cuerpo tocando el suyo.

"Dime, ¿qué ves?", él le preguntó gentilmente.

Por una par de segundos ella se sintió nerviosa. No quería sonar ignorante; sin embargo a ella no le quedaba nada más por decir que describir la pintura.

"No…", le dijo él en voz muy baja al oído, "Acerquémonos a ella", le dijo instándola a que se acercara a la pintura, "Deja que tus ojos recorran la pintura, observa los colores, sigue las curvas de las líneas de su cuerpo, observa su rostro difuso, los trazos de pintura… asimila todo".

Ella sintió el calor de su aliento tocando suavemente su nuca, y a él susurrándole muy cerca de su oído. Sus ojos estaban viajando sobre la pintura, observando el rostro difuso de la Venus, tal como estaba, como si ella estuviera observando al pintor a sus espaldas, permitiéndole a ella ese momento privado. Siguiendo la profunda curva de su cintura, sus omoplatos, su mente podía verlo a él trazando las primeras pinceladas en su lienzo, con líneas seguras de un pintor con mano firme.

Sus latidos se hicieron más rápidos dentro de ella. Las pinceladas de pintura, livianas como plumas en algunos puntos, gruesas en otros. Ella quería trazarlas con sus dedos. Imaginó cómo el pintor las plasmaba, podía sentirlo inmerso dentro de su pintura, trabajando frenéticamente por la inspiración que esa mujer delante de él le producía.

Parecía que ella había sido transportada a la pintura en el momento en la que fuera creada. Escondida en una esquina ella podía ver la completa escena, a la hermosa mujer desnuda en la cama, la mirada de un pintor perdido en su mundo, dando nacimiento a una imagen vista por los ojos de su alma. Se sentía maravilloso en intrigante. Christian le había dado sentido a todo y ella lo sentía muy electrificante y real.

"Christian, es maravilloso. Siento como si estuviera allí", dijo ella.

Se giró para mirarlo. Su rostro se acercó a la de él. Christian tenía la misma mirada perdida que ella había imaginado tendría el pintor. Él no dijo nada; sus brazos se deslizaron por su cintura y la atrajo hacia él. Su aliento tocó sus labios que se abrieron ligeramente antes de que él los cubriera con los suyos, trazando su suavidad. Él presionó el cuerpo de ella contra él, con las manos de Candy posándose sobre su pecho, ella sintió como si hubiera dejado de respirar.

Ella le estaba devolviendo el beso. Era un beso suave, explorando los sentimientos de cada uno, los primeros pasos de una nieve virgen. Ella movió sus manos para posarlos alrededor de su cuello, sintiendo su calor. Christian levantó el rostro de ella lentamente, con sus ojos grises de color oscuro y líquido.

"Lo siento… me dejé llevar Rose", le dijo con una voz profunda.

"No te disculpes… me gustó…", le respondió ella, sonriendo tímidamente con ojos brillantes.

Él sonrió aliviado. A él le gustaba mucho ella pero las palabras de su amigo todavía estaban en su mente. Y ella le había mentido cuando le dijo que no había dejado a nadie atrás. Quizás era un corazón roto lo que la perseguía, cerrando su corazón a cualquier otra cosa. Él prefería ir lento.

"Salgamos de aquí", le sugirió y se movió para poner la pintura en el lugar en donde estaba originalmente.

Sus ojos se posaron en otra pintura cubierta que estaba almacenada sobre un estante. Ella se acercó, mostrando curiosidad, y la destapó cuidadosamente. Jadeó en silencio en el momento que posó sus ojos sobre la pintura.

"Exquisita… ¿verdad?", le dijo Christian estando a su espalda.

"Ajá…", dijo ella con la mente abstraída.

Ella había instantáneamente viajado en el tiempo, viéndose a ella misma allí…

"Es de Renoir", "Una joven en el teatro", añadió él, sin darse cuenta de la punzada que ella sintió en sus ojos.

Ella observó el cuadro un poco más, viendo a la chica bien vestida, sosteniendo las flores, el azul de la pintura, entusiasmo y melancolía mezclados en uno. Se acercó y lo cubrió de nuevo, sintiendo que su corazón se apretaba en su pecho. Respiró profundamente para reprimir sus emociones.

"Vámonos", le dijo sin girarse.

"Vamos entonces", él le respondió.

Los dos salieron de la habitación, Christian apagó las luces y cerró la puerta. Ella apretó la cartera que sostenía, maldiciendo su curiosidad. Una tristeza agridulce se llevó la excitación que había sentido por el beso de Christian. Se quedaron conversando un rato con Nicholas antes de despedirse, dejándolo finalmente.

Ella estaba callada en el taxi camino a su casa. Christian pensó que ella estaba en otro lugar. Estaba desconcertado.

"Espero no haberte aburrido", le dijo él vacilando.

Ella volvió en sí y lo miró.

"¡Oh no, para nada! Me encantó todo lo ocurrido esta noche", le dijo ella.

Llegaron a las afueras de su casa y subieron las escaleras, deteniéndose delante de su puerta, mirándose el uno al otro. Él elevó su mano, trazó sus labios lentamente con su pulgar mientras le sostenía la barbilla. Bajó su cabeza y le dio un suave y prolongado beso que le hizo estremecer la piel. Ella estaba apoyada en sus brazos.

"Me encantaría volverte a ver Rose", le dijo cuando se apartó un poco.

"A mí me encantaría también Christian", le contestó con una voz suave.

"Mañana", dijo él.

"Mañana suena perfecto", le respondió con una sonrisa.

"Tengo tu número de teléfono… ", le dijo y le dio una palmadita al bolsillo del pecho, "Te llamaré mañana…"

"Estaré esperando"

Entró y cerró la puerta detrás de ella después de que se despidieron. Sus dedos tocaron sus labios débilmente al pensar en los besos de Christian. Habían sido suaves y ligeros como si la estuviera conociendo. También eran hermosos y tiernos y ella sentía que quería más. Sin embargo, en la tranquilidad de su hogar, sus sentimientos eran confusos. Por culpa de esas pequeñas coincidencias ocurridas durante la noche, la imagen de Terry había vuelto más fuerte que nunca, sus recuerdos sobre él oscurecían la emoción que Christian la hacía sentir. Maldijo su mente por estar eternamente enferma con su pasado, obsesionándola. A pesar de su desvanecimiento a lo largo de los años, todavía eran poderosos cuando la golpeaban. Y en ese momento la estaban inundando. Media hora después, estaba acurrucada en su sillón verde, fumando, con un vaso de whisky en la mano, preguntándose cómo estaría Terry.


Nueva York

Medianoche, apartamento de Terry

La luz en su estudio todavía estaba encendida. Terry estaba recostado en su gran sofá de cuero, con un brazo detrás de su cabeza, mientras pasaba su armónica entre su dedo pulgar e índice, viendo la luz titilando al caer sobre su superficie metálica.

Aún no había recibido noticias del Hogar de Pony. Aunque todavía era pronto. Estaba ansioso, no había duda respecto de eso. Pero lo único que podía hacer era esperar. Solamente un poco más de tiempo. Además, estaba el teatro… Robert. Él había hablado con él, justo después del estreno de Hamlet. En ocho a nueve semanas pondría sus pies en Londres… muy lejos de los días del San Pablo… pensó él con una triste sonrisa… ¿Cómo este viaje se conciliaría con sus esfuerzos para comunicarse con Candy?, si su carta le había llegado en primer lugar, es decir… siempre que ella respondiera…

Respiró hondamente, y apretó sus labios, acercó la armónica y empezó a tocarla, deslizándola suavemente a través de las palmas de sus manos. Las imágenes de ella llegaron a su mente y las disfrutó mientras estuvieron allí. ¿Habría cambiado desde la última vez que la vio?, ¿Estaría trabajando en un hospital? ¿Estaría contenta y conforme con su vida? ¿Estaría feliz de escuchar acerca de él? ¿Feliz quizás… de verlo?

Con éstos pensamientos murieron las últimas notas, tan pronto como él abandonó la armónica.

¿Estaría ella feliz de verlo?

Terry giró su cuerpo, tomando una copa del suelo y la llevó a sus labios, sintiendo el alcohol quemando sus labios, preparándose para otra noche de insomnio, aunque diferente a las otras… el reloj seguía corriendo y pronto tendría la respuesta a su pregunta…

(1) La oración con el asterisco incluye en su mayoría palabras de Gabriel García Márquez.