Capítulo 9
10 de abril de 1925
Afueras de Londres
El sol se reflejaba en el cabello que escapaba debajo de su casco, dispersando destellos dorados en el momento en que la dulce brisa primaveral los atravesaba. Candy no podía hacer nada más que sentirse completamente feliz y libre mientras se aferraba fuertemente a Christian, acelerando a través de caminos rurales en su motocicleta, en su camino a Cambridge.
El domingo amaneció y resultó ser un día excepcionalmente cálido para los estándares del clima británico. Christian se había presentado frente a su puerta bien temprano con la intención de llevársela para darle un capricho, un día de excursión a la campiña inglesa. Con el clima como su aliado y Christian como su guía, ella saltó de emoción. Desde su beso en la Galería, Candy no podía sacar a este hombre de su mente, manteniendo una sonrisa, la mayor parte del tiempo, estampada en sus labios.
Aun así, Christian había demostrado no ser muy expresivo. Salían en citas tanto como su trabajo lo permitía, a pesar de que la fecha de su exhibición se había retrasado algo, para mediados de junio debido a complicaciones, tal como le había explicado. Ahora pintaba casi todos los días. Sin embargo, Candy esperaba con anticipación cada encuentro entre ellos, a pesar de la falta de la cercanía de momentos propiciados por Christian. Tomando ejemplo de sus acciones, Candy coqueteaba escandalosamente con él, compartiendo ambos besos fugaces, más que los que le hacían dar vuelta la cabeza a Candy, pero ella tampoco sobrepasaría la línea.
A decir verdad, ella estaba un poco confundida por el comportamiento de él, que a veces se volvía frustrante. Le había demostrado claramente que le gustaba, pero no la presionaba, ni aprovechaba la oportunidad para llevar las cosas al siguiente nivel. Sin embargo, en comparación con otros pretendientes, a Candy no le importaría acercarse más a Christian. De hecho, ella había fantaseado con él haciéndole el amor, sonrojándose salvajemente ante las imágenes que parpadeaban en su mente. Se podría decir que Christian era el único otro hombre que creaba una respuesta mezclada de emociones tan fuertes dentro de ella, aparte de Terry. Eso era algo que nunca había esperado que sucediera, pero sucedió y, en su presencia, Candy sintió que Terry se desvanecía.
La mayoría de las veces, la cara de Terry que aparecía a través de la neblina no la molestaba. Solo cuando estaba sola por la noche, una vez que se había servido uno o dos dedos de su brandy favorito, saboreándolo mientras se acurrucaba en su gran sillón verde, con solo la luz para leer encendida y un poco de música suave de jazz en el gran gramófono, allí en la penumbra, contemplaba con nostalgia la oportunidad perdida que tuvo con él. Ella se imaginaba cómo sería ser su pareja, ¿congeniarían juntos? ¿Qué harían para pasar el tiempo? ¿Se sorprendería él al verla cambiada?
Entre sorbos del fuerte licor, se abrían en su mente pasillos interminables de millones de preguntas y se sentiría obligada ahondar en cada una de ellas hasta que la somnolencia caía sobre ella, haciendo que sus párpados se sintieran pesados. A veces se iba a la cama con ese anhelo en su corazón que no se atrevía a alimentar con más pensamientos. Terry estaba a mil millas de distancia en su propia vida y todos esos pensamientos no la ayudaban en lo más mínimo.
Por ahora, Candy estaba disfrutando al tomar el aire fragante de la primavera respirando profundamente, sintiendo el calor proveniente del cuerpo esbelto de Christian irradiando sobre su pecho. Sentada detrás de él, abrazándolo fuertemente alrededor de su cintura, presionando su mejilla contra su espalda, se sentía como un sueño. Por un momento ella cerró los ojos sintiéndolo solo a él, bajo el rugido del motor de la motocicleta y la brisa que serpenteaba bajo su cabello acariciándole la nuca.
"¡Ya casi llegamos!", gritó él por encima el ruido del motor.
Candy abrió los ojos y levantó la cabeza. A corta distancia, aparecieron las primeras casas de Cambridge. En las dos grandes alforjas de cuero para motocicleta que colgaban a cada lado, él había empacado en una de ellas un lienzo pequeño, pinturas y pinceles, mientras que en la otra había algo de comida y vino para el almuerzo. Sería un día divertido y Candy estaba ansiosa por ver a Christian pintando en los abiertos verdes campos, donde se sentía más en casa que en cualquier otro lugar.
Llegaron a Cambridge. Candy admiraba los austeros edificios medievales de piedra, las pequeñas cabañas pintorescas, con los jardines de flores en la parte delantera. Ya había llegado la primavera y la naturaleza daba la bienvenida al cambio con hojas frescas que brotaban de los árboles invernales y lirios que florecían en todas partes.
"No nos detendremos aquí", le dijo Christian, "Tenemos mucho tiempo por la tarde para explorar Cambridge", continuó, mientras avanzaban por la ciudad, girando a la derecha cuando llegaron al borde de un prado, siguiendo un camino asfaltado.
"¿A dónde nos dirigimos?", le preguntó Candy.
"Por ahora nos dirigimos la campiña, Rose. Hace un tiempo simplemente precioso y quiero capturar la luz de la mañana", respondió él, apretando a mano de ella que descansaba sobre su vientre.
Su corazón dio un salto por su gesto. Fue solo un simple gesto dulce, pero la calentó por dentro y le confirmó que Christian era un gran tipo y que había hecho lo correcto al pasar tiempo con él. Ella descansó su mejilla una vez más sobre su espalda, observando la belleza de los verdes prados por los que estaban pasando. Todo era una aventura con él y ella había llegado a la conclusión de que amaba cada minuto de aquello.
Disminuyeron la velocidad hasta detenerse. Bajaron de la motocicleta y estiraron las piernas. Frente a ellos había una antigua "cancilla de beso" con el nombre de "Reserva Natural Paraíso" tallada en la madera.
"Aquí es donde dejamos la motocicleta", dijo Christian y comenzó a desatar las alforjas de cuero que colgaban de ella.
Candy miró a su alrededor y respiró hondo. Ella amaba el aire libre. Era su vínculo con su infancia, sus recuerdos atesorados del lugar de Pony, por lo que siempre estaba experimentando esa sensación edificante en su corazón, cuando estaba rodeada de prados y campos destellantemente exuberantes.
"¿Te gusta lo que ves?", Escuchó la suave voz de Christian detrás de ella.
"¿Estás bromeando Christian? ¡Me encanta!", dijo con entusiasmo que hizo que sus ojos se vieran más abiertos. "¡Gracias por traerme aquí!", Sonaba realmente agradecida.
Y era verdad. Estaba contenta con la vida de la ciudad, dada su juventud, pero había pasado un tiempo desde que estuviera en un lugar como ese y en el fondo ansiaba un momento tranquilo y apacible lejos del ruido de Londres.
"Tonterías querida... No hubiera pensado en venir aquí solo", le dijo mientras le daba la bolsa de comida, acarreando él su equipo de pintura mientras abría las cancillas.
"He estado aquí varias veces antes, pintando... y no hay nada en el mundo que me gustaría más que compartir este lugar contigo", dijo con un tono de voz tierno en el momento en que se volvió para mirarla con sus ojos azul grisáceo, que se veían melosos.
Christian sabía que no era propio de él interpretar el papel de caballero durante tanto tiempo, pero sabía que ella era diferente a las otras chicas con las que se había acostado en sus relaciones cortas, algunas de esas "relaciones" eran tan cortas de hecho, que no deberían ser llamadas así.
De ninguna manera era un mujeriego. Aunque tampoco tardaba mucho en seguir con sus avances con una chica. En algunos momentos tuvo que mostrar una gran moderación, lo cual lo hizo querer apartarse de ella. La forma en que ella coqueteaba con él lo tentaba sobremanera, sus besos, aunque breves y dulces, lo quemaban, pero él había tomado en serio las palabras de Edward y el saber que Rose debió haber sufrido una dolorosa ruptura en los Estados Unidos, le hizo cambiar de actitud, manteniendo sus sentimientos bajo control, queriendo no precipitarse en nada que pudiera causarle daño a ella.
Después de todo, él también había tenido una experiencia de una dolorosa ruptura en el pasado. Puede que las chicas se desmayaran sobre él en los círculos que frecuentaba, pero ahora también él era muy consciente de la superficialidad que portaban. Tanto es así que, de hecho, él solo estaba jugando el juego de ellas, sin entregar su corazón a nadie y simplemente disfrutando de lo que estaban dispuestas a ofrecerle. Había sido honesto con ellas. La lujuria era tan buena como el amor en sus libros. Por el momento, sin embargo, había decidido que la dejaría hacer el primer movimiento, incluso tal vez con la ayuda de pequeños juegos de palabras que tenían lugar entre ellos. Porque era cierto, se sentía diferente acerca de esta chica con mirada clara.
Caminaron unos cien metros por un sendero junto al río hacia la exuberante campiña, Christian le decía los nombres de las flores y los árboles locales que se encontraron durante su caminata. La cara de Candy estaba radiante, escuchando con interés las descripciones de Christian. Compartieron juntos las risas y Christian también se sentía muy feliz con la excursión. Sin pensarlo, él tomó la mano de ella entre las suyas mientras caminaban y eso hizo que los corazones de ambos suspiraran. La vida era buena después de todo.
Estaban en el extremo sur de la ciudad. El final del camino marcaba el límite de la ciudad. A su izquierda, se extendía el prado de Skater, con un colorido alboroto de flores de primavera, mientras que delante de ellos, otro camino asfaltado se extendía. Christian incitó a Candy a tomar ese camino, siguiendo la orilla oeste del río Cam. Cuando llegaron a un lugar agradable al lado del río, se detuvieron. Christian miró a su alrededor.
Grantchester Meadows (Prados de Grantchester)
Colocaron sus cosas debajo de la sombra de un gran árbol solitario que estaba junto a la orilla del río. El sonido de los pájaros y el zumbido hipnótico de los abejorros eran lo único que podían escuchar en los tranquilos prados.
"¡Es increíble!", Exclamó ella y se sentó, dejándose caer sobre la suave hierba con los brazos abiertos.
Ella dejó escapar un grito feliz. Sí, definitivamente Rose no era como otras chicas, pensó Christian mientras se reía a carcajadas con la acción de Candy.
"Así que este es mi escondite...", dijo con orgullo como si le perteneciera a él, porque de hecho sentía esos tranquilos prados verdes como un lugar propio.
"Estoy muy contenta de que me hayas traído aquí, Christian", dijo ella suavemente mientras yacía en la hierba.
"El placer es todo mío...", le respondió él y se arrodilló junto a ella, mirando su rostro que le sonreía de vuelta.
Con la espalda en la hierba, viendo a Christian arrodillado junto a ella, mirándola, Candy pensó que su corazón había ascendido hasta su garganta, preguntándose si la besaría. Ella le dirigió una amplia sonrisa para calmar sus nervios, lo cual realmente no consiguió nada en el momento en que Christian bajó la cabeza hacia su rostro. Él tomó sus labios en un beso lento que se fue volviendo más profundo y más audaz con su lengua explorando su boca, creando respuestas en ella que le hacían sentir calor en el vientre. Como si lo supiera, él colocó su mano sobre su vientre, con su pulgar haciendo pequeños círculos lentos sobre la tela de su ropa.
Pero a ella no le hizo efecto... incluso si esta simple caricia suya se producía por encima de las capas de ropa que llevaba puesta... se estaba derritiendo por dentro de igual forma. Ella puso sus manos sobre el pecho de él y pudo sentir como su corazón latía fuerte. Un pequeño suspiro escapó de sus labios, lo que hizo que Christian detuviera su beso. Él lo había llevado demasiado lejos. Levantó la cabeza y la miró con ojos febriles mientras le acariciaba su suave pelo.
"Lo siento...", se disculpó.
"¿Por qué Christian?", le preguntó al mismo tiempo que se llevó la mano a la frente para darle sombra a los ojos ahora que Christian se había alejado, dejando que el sol cayera sobre su rostro.
"Este no es el lugar ni el momento para que suceda tal cosa...", le dijo en realidad.
Candy se irguió, todavía sentada en la hierba, mientras lo observaba con una mirada confusa en su rostro.
"¿Qué cosa?", Le preguntó de nuevo.
Christian la miró con sorpresa. Si no se hubiera detenido, habrían terminado teniendo sexo allí mismo, en ese momento, pero Candy parecía no darse cuenta de esto.
"Honestamente Rose... te dejaré descifrar eso por ti misma", dijo sonando impaciente y se levantó, sacando su equipo de pintura de la bolsa.
Candy se sintió un poco herida por su último comentario, pero no lo demostró. Estaría agradecida si por una vez Christian actuara abiertamente, hablando sin acertijos. Pero no era el momento de hablarle de eso. Ella hizo caso omiso de sus últimas palabras y se limitó a disfrutar del calor del sol. Tenía tiempo de sobra para descifrar lo que quería decir.
Sin embargo, lo que no sabía era la atracción sexual que producía en los hombres. Puede que no fuera una mujer glamorosa, ni una mujer muy hermosa, pero llevaba sus sentimientos a flor de piel y era una de esas raras personas que eran cien por cien auténticas. Ya fuera con los mejores y más cercanos amigos o con la realeza, Candy trataba a todos por igual. Con la misma sonrisa sincera, su mirada honesta y dulce y su personalidad abierta, le daba un aire de seguridad como ninguna otra. En esos círculos de fiestas fatuas y pretenciosas de las nuevas y ricas personas burguesas, Candy era un soplo de aire fresco, que atraía a los hombres como polillas hacia la luz.
Christian pensó que era divertido que ella ni siquiera se hubiera dado cuenta de eso, pero no iba a ser él quien se lo iba a decir. Inspeccionó las vistas a su alrededor, dejando que los ojos del pintor deambularan libremente en la naturaleza, impulsando su pincel; y comenzó a pintar sin decir nada más.
Candy lo miró fijamente. Él estaba completamente concentrado en su tarea. Podría apostar que él ni siquiera estaba allí en el momento en que comenzó a reproducir en el pequeño lienzo la vista que se extendía frente a él. Crear era una experiencia mística en la mente de Candy y quedó hipnotizada con solo verlo hacer eso. Crear imágenes donde antes no había nada.
Ella se levantó y se sacudió la hierba del abrigo azul claro de angora que le llegaba a las rodillas. Echó un vistazo al gran árbol bajo el cual habían acampado. No había trepado a un árbol en años y sus botas de montaña la empujaban a hacerlo en ese momento. Con movimientos firmes, trepó al árbol, sintiéndose satisfecha de que aún podía hacerlo. Encontró una gran rama robusta en lo alto y descansó allí. El familiar sentimiento de libertad apaciguó su corazón en el momento en que miró al horizonte, dejando que sus ojos descansaran en el espacio abierto frente a ella.
Miró a Christian abajo. Notó su mano estable dibujando líneas en el lienzo, lentamente la vista frente a ella tomando forma. Su mente se quedó en blanco mientras seguía mirándolo, siguiendo su mano como hipnotizada. Había perdido la noción del tiempo que había pasado observándolo.
"¿Qué tal es la vista desde ahí arriba Rose?", Su voz potente llegó a sus oídos devolviéndola al presente.
Él todavía estaba delante de su pintura ocupado en su tarea.
"¿Desde dónde?", Le gritó ella.
"Arriba en el árbol, por supuesto", le respondió.
"Oh...", se rio entre dientes, "Es genial...", dijo sin apartar los ojos de él.
Christian posó su pincel y se volvió hacia ella, encontrándose con sus brillantes ojos verdes.
"Estás llena de sorpresas... ¿lo sabes?", le bromeó.
"Sí, lo sé... me lo han dicho antes...", le respondió Candy levantando la voz.
"¿Ah si...?", dijo haciéndose el sospechoso.
Ella le sacó la lengua y levantó los hombros asombrada.
"No sé de qué estás hablando Christian...", dijo ella y miró hacia otro lado haciéndose la desentendida.
Él se rio ante ella mientras tiraba de su cadena sacando el reloj del bolsillo. Elevó la tapa. Eran casi las doce del mediodía. Volvió a mirar a Candy, que había empezado a fumar un cigarrillo mientras sus ojos viajaban hacia el horizonte. Él amó su imagen en ese momento. Hizo una nota mental en su memoria para pintarla así algún día. Realmente quería pedirle a Candy que posara para él, pero posar para una pintura no era una tarea fácil, especialmente entre dos personas que tenían sentimientos el uno por el otro. Y lo más importante para la modelo era estar relajada y no había forma de que imaginara a Candy relajada, posando delante de él mientras pintaba.
"¿Qué dices si almorzamos?" le dijo a ella.
"¿Ya es la hora?", le preguntó ella mientras bajaba del árbol bajo la mirada desconcertada de Christian.
Ella se volvió y lo miró, caminando hacia él.
"Ahora entiendo por qué siento tanta hambre!", continuó con una sonrisa.
Sacaron la manta grande y compartieron las lonjas frías de pollo y la ensalada verde que habían traído con ellos. Hablaron de todo tipo de cosas mientras se sumergían en un tazón de fresas, terminando el vino blanco frío que habían mantenido fresco en la orilla del río.
El día era muy agradable, el cielo parecía brillar sin siquiera una nube para romper el azul que se extendía sobre ellos, y más allá, detrás de ellos. Por un momento estuvieron en silencio, ambos sintiéndose relajados, sentados en la manta de lana, mirando el panorama, cada uno con sus propios pensamientos.
"Estoy muy feliz de que hayamos venido hasta aquí, Christian", le dijo, aun mirando hacia delante.
"Sabía que te gustarían los Grantchester Meadows...", respondió a su comentario con una suave sonrisa.
Al sonido de ese nombre, era como un rayo hubiera caído justo delante de Candy. Ella no podía creerlo. Era increíble. Desde que conoció a Christian, ocurrieron todas esas coincidencias, recordándole a Terry, lo cual había dejado a Candy sorprendida. A pesar de todo lo que había hecho, aún era incómodo a veces, como los momentos que estaba compartiendo con Christian, que le hacían surgir los recuerdos de Terry.
"¿Los Grandchester Meadows dijiste...?", preguntó sin pensarlo siquiera.
"No... es Grantchester, con t", respondió él.
Una "t" o una "d" eran muy parecidos para tranquilizar a Candy. Él miró su expresión pensativa.
"No sé mucho sobre el origen del nombre, pero es antiguo. Por lo que sé, se remonta a la época romana...", él comenzó a contarle esta historia de los prados, "Era un asentamiento romano. Grantchester significa el "Campamento al lado de la Granta", que es el antiguo nombre del río Cam que atraviesa la ciudad de Cambridge"
"Eso es muy interesante... nunca pensé realmente en la historia que esos lugares esconden", Candy le respondió, tratando de concentrarse en sus palabras.
Al mismo tiempo, se preguntaba cuál era el significado de todas esas coincidencias con Terry... la pintura de "La niña en el teatro", los "Grantchester Meadows"... Era como si Christian estuviera de alguna manera conectado con Terry... ¿Podría ser su destino conocer a Christian? ¿Un tipo que realmente se estaba acercando tanto a la persona que tan completamente amó en su pasado? Tomó un sorbo de su vino y encendió un cigarrillo, manteniendo su mirada fija al frente.
"¡Tienes razón! Este lugar está tan intacto que todavía hay marcas y promontorios de la época en que los granjeros medievales estaban aquí", continuó.
"¡Increíble!", Exclamó Candy.
Christian la miró. Parecía que lo estaba escuchando, pero al mismo tiempo no parecía que estuviese allí del todo. Pero sin embargo, continuó.
"Para mí, esos prados son un tesoro de imágenes, cada uno una magnífica pintura ", le respondió, bajando la voz, pensando en la belleza de la naturaleza que los rodeaba.
Para entonces, Candy estaba desesperada por cambiar de tema. Era extraño cómo cada vez que ella estaba con él, de alguna manera algo le recordaba a otro. Un pensamiento audaz se formó en su mente y aprovechó la oportunidad para usarlo, sacando de esa forma a ella y a Christian del tema de los Grantchester Meadows. De la forma en que ella lo veía, estaba con Christian, ya tenía un interés en él, quería acercarse más a él... y tenía ahora la oportunidad de decir lo que tenía en mente o nunca lo haría.
"No me importaría posar para ti...", le dijo de repente.
Fue el turno de Christian para sentirse sorprendido por su inesperada propuesta. Él detectó el toque de vacilación en su voz, pero podía sentir que ella también lo estaba desafiando. Fingiría si dijera que no quería que se convirtieran en una pareja de verdad... quería poder conocer a Rose interna y externamente... los silencios y miradas distraídas en donde cualquiera hubiera pensado que la luz se había apagado en sus enormes ojos esmeralda lo intrigaba, por decir lo menos.
Rose White puede que pareciera ser una chica que sabía cómo divertirse y mezclarse con los grupos "de moda" de Londres, sin embargo, él pensaba que ella acarreaba tal pasado que tenía que detenerse de vez en cuando para comprobar si estaba bien. ¿Había sido aquello tan terrible entonces?
Pintarla en su apartamento... sería algo estresante... realmente no sabía a dónde esto los conduciría, pero era una propuesta que en este momento se sentía irresistible y sí, podría acercarles más de lo que estaban ahora. Después de todo, había acordado consigo mismo dejar que ella le mostrara que estaba lista para involucrarse más con él.
"¿Quieres posar para mí?", le preguntó, levantando las cejas con sorpresa.
Ella soltó una risita burlona, sin decir nada más.
"Eres imposible...", dijo él con un suspiro de resignación y sonrió.
"¿Y bien?", ella le preguntó de nuevo, y sus ojos se posaron juguetonamente en su rostro.
Para ella, la forma en que se desenvolvían esas pequeñas palabras de burla era la mejor distracción que necesitaba en el momento. Desechó los pensamientos que la alejaban y se centró únicamente en Christian. Ella había comenzado a divertirse con su reacción a su propuesta.
"Me encantaría dibujarte algún día... ¿Posarías para mí? ¿En serio?", la presionó más, sintiendo que su estómago se encogía de emoción.
"¡Eso es lo que dije, grandísimo tonto!", le dijo y soltó una risa clara y feliz, dejándose caer de espaldas sobre la manta en la que estaban sentados.
Ella se volvió hacia un lado y lo miró, dejando que sus ojos se clavaran en los de él, saboreando el hecho de que lo había pillado sinceramente desprevenido.
"Sí... Christian", le dijo, confirmando lo que le había dicho ya.
Si era correcto o incorrecto, a Christian no le importaba en ese momento.
"Está bien entonces...", le dijo y sonrió a medias, manteniendo sus ojos firmemente en los de ella.
Candy se giró sobre su vientre, levantando sus pantorrillas, dejándolas colgar juguetonamente en el aire, mientras masticaba una larga pajita que había recogido delante de ella. S se volvió para mirarlo de nuevo, sus ojos brillaban bajo el sol brillante.
"¿Cuándo?", Le preguntó ella.
"¿Cuándo?", le preguntó él de vuelta, sin creer lo que estaba escuchando de ella.
Una cosa era escucharla pedirle que posara para él, pero maldita sea... estaba ansiosa... Él también se giró sobre su vientre, metiendo sus brazos bajo su pecho, manteniendo su torso alto y la miró masticando el pedazo de paja aparentando estar ocupada. Rizos rubios enmarcaban su rostro donde había más pecas que antes. Él miraba el contorno de su perfil... definitivamente le gustaría pintarla. En este momento, la forma en que se había posicionado lo inspiraba infinitamente... pero decidió esperar a la privacidad de su departamento.
"Pasado mañana...", finalmente le dijo a ella.
"Está bien", dijo ella y cerró los ojos con fuerza, mientras le regaló su más amplia sonrisa.
Un rizo había caído sobre la cara de Candy. Él se acercó y lo recogió, empujándolo hacia atrás detrás de su oreja, mientras ella lo miraba.
"No tienes idea de lo que haces cuando juegas así, ¿verdad?", Le preguntó con voz ronca.
Ella recordó las palabras que él había dicho y que la habían molestado anteriormente, pero decidió no tocar el tema por el momento.
"No tengo idea de qué estás hablando Christian", le dijo y apartó los ojos.
"O eso... o eres una mujer muy hábil, querida...", dijo él y se rio a carcajadas.
Ella se sonrojó hasta las raíces de su cabello. No podía dejar pasar esto. Levantó su copa con el poco vino que quedaba.
"¡Cristian... cállate!", le dijo y le arrojó el vino a su cara desprevenida.
Sus ojos se abrieron y la miraron con una expresión "fingida de amenaza".
"¡Pequeña descarada!", gritó y la atacó, ambos riéndose y rodando en la pradera de los campos de Grantchester, antes de detenerse, besándola una vez más, un beso que sabía a vino, bajo la luz del sol que se difundía gloriosamente a su alrededor.
