Nota de la autora: Para aquellos de ustedes que esperaron a que publicara Scarlet Rose en Fanfiction, primero quiero agradecerles mucho por leer hasta ahora y por sus mensajes. Esta historia es un trabajo de amor y estoy muy feliz de compartirla aquí y en Wattpad. Algunos capítulos no serán fáciles de leer (por lo que me han contado otros lectores), pero no defenderé a Scarlet Rose, ni intentaré explicar los motivos de los personajes. Estoy seguro de que estarán haciendo un buen trabajo explicándose a través de la historia. Así que sin querer añadir nada más, espero que sigan disfrutando de la lectura.

CAPÍTULO 10


12 de abril, 1925

Nueva York – Teatro de Broadway

La carta había estado esperando en su camerino. Mezclada con muchas otras cartas de admiradoras. En su rutina de hojear esas cartas no preconizaba que se encontraría con la que había estado esperando casi por un mes y medio. Tiró todo lo demás, como si estuviera bajo un hechizo. Cerró la puerta con llave. Encendió un cigarrillo, tomó su abrecartas de latón del cajón de su vestidor y la abrió. En el interior se hallaba su propia carta sin abrir.

"¿Qué demonios…?", murmuró para sí.

Una carta adicional había sido añadida en el sobre. La sacó y la empezó a leer.

"Querido Terence,

Hijo mío, quiero decirte que ni yo, ni la hermana María nos hemos tomado la libertad de leer tu carta dirigida a Candy. Por esto te la devuelvo, porque ella no está aquí para recibirla. Se ha ido del Hogar de Pony.

No te preocupes. Ella está bien. Creo, leyendo las noticias sobre tu compañía de teatro, que probablemente podrás entregarle tu carta en persona. Verás, ella se ha mudado a Londres desde enero de este año. No te daré detalles sobre la razón por la que decidió hacer ese viaje, pero tú conoces a Candy…

Cuando estés en Londres, podrás visitarla en esta dirección en Camden, en donde vive.

Candy White

17 Gloucester Crescent

Camden

Estoy segura de que ella estará más que contenta de verte.

Saludos cordiales

De tus más leales admiradoras

Señorita Pony & Hermana María

P.S. Felicitaciones por tu actuación estelar en Hamlet. Los comentarios no son menos que espectaculares en todos los periódicos. ¡Estamos muy orgullosas de ti!

Había pasado una hora y él seguía leyendo una y otra vez la corta carta. La leía, la doblaba, la ponía en su bolsillo y diez minutos después volvía a repetir los mismos movimientos.

El hecho de que Candy estuviera viviendo actualmente en Londres lo enervaba. El Hogar de Pony era su hogar, su santuario, su refugio, el único lugar en dónde ella se sentía completa. Aún en el tiempo en que ellos estaban en el San Pablo, ella había llamado a la colina dentro del colegio, su "falsa colina de Pony".

¿Qué la movió a mudarse allí? Cambiar incluso de continente. ¿Sería solo por tener libertad? ¡Los Estados Unidos eran lo suficientemente grandes para los dos!, si ella estaba tan enojada, podría haberse ido a California, que no era tan nubosa y lluviosa como Londres.

Por otra parte, la señorita Pony le dio su dirección con bastante facilidad. Parecía que Candy solo había buscado un cambio de aires. Era un gran cambio, pero pese a ello… no debería ser más que eso. Lo que fuera lo que estuviera ocurriendo, la encontraría, después de todo ese tiempo. Otras ocho semanas y parte de él viajaría al pasado. Parecía que Londres siempre lo hacía regresar, de una forma u otra...

Se empezó a preparar para la representación de la noche. Mentalmente empezó a hacer planes. Tenía que hablar con Robert. De alguna forma empezar las actuaciones en Londres un poco más tarde… Como fuera. El encontraría algo. Necesitaba solo un poco de tiempo libre para ponerse al día con ella, después de más de diez años. Había mucho terreno por cubrir.


Chelsea, Londres

Apartamento de Christian

Ella golpeó a la puerta de su apartamento y esperó por algunos minutos, sintiéndose nerviosa sin saber por qué. "¿No había sido ella quién se lo había propuesto a Christian?", pensó para sí, acomodando su boina verde musgo como si no estuviera en su lugar, alisando los pliegues de su blusa blanca de algodón. Miró la puerta cerrada que estaba frente a ella por un par de segundos. Puso su oído con cautela sobre la superficie de madera tratando de oír algún ruido que viniera desde adentro. No podía escuchar nada. Su mano se movió por curiosidad, deslizándose y aferrándose a la perilla de la puerta y la giró.

La puerta se abrió con su empujón. Sorprendida por la falta de privacidad por parte de Christian, y vacilante como estaba, entró a su apartamento.

Candy se movió en la habitación con pasos cuidadosos. El área de la cocina estaba tan descuidada como la primera vez que había puesto un pie en ese apartamento. Escuchó el crujir de algo y giró su cabeza hacia la derecha, observando la puerta abierta que llevaba al otro cuarto.

"¿Christian?", gritó.

Se acercó a la puerta abierta. Y de repente salió Christian del cuarto, medio desnudo, envuelto solo en una gruesa toalla blanca de algodón, secándose el cabello con otra; su cuerpo dejando rastros de agua en el piso. El corazón de Candy dio un vuelco en su pecho, con nerviosismo y vergüenza al mismo tiempo.

Su torso, brillando por la humedad, era delgado y fibroso. Sus brazos se veían fuertes y bien definidos; observó la angosta línea de pelo que bajaba desde su ombligo, desapareciendo bajo la toalla, y sus mejillas se enrojecieron de repente. Sintió un intenso deseo de ser rodeada por sus brazos.

"¡Rose!", dijo él feliz de verla, con una gran sonrisa que rompió la burbuja de aire que se había quedado atorada en la garganta de Candy. "Viniste", continuó él, y dio un paso hacia ella, sin tener presente su apariencia.

La mirada de Candy que se había quedado sin palabras se lo recordó de inmediato y le hizo detenerse justo donde estaba.

"¡Oh! ¡Lo siento!, estúpido de mí…", dijo, "No me di cuenta… ¡discúlpame! ¡Iré a cambiarme!"

Desapareció, volviendo a su habitación. Candy observó a su alrededor una vez más y soltó un silencioso suspiro de alivio.

"Ponte cómoda", le gritó él desde la habitación.

En medio del desorden que la rodeaba, se sentó en el sofá de terciopelo sin decir nada. Dejó que su mano tocara la profunda y suave tela.

"Disculpa el desorden Rose", dijo él con una mirada inocente en sus ojos, cuando reapareció en la habitación, vistiendo una camiseta de algodón color crema y pantalones de franela oscuros, que quedaban sueltos en sus caderas sostenidos por tirantes de cuero oscuro.

Ella irrumpió en una sonrisa ante su confesión.

"No te preocupes… ya he estado aquí antes… ¿recuerdas?", se burló como respuesta.

"Tienes razón", respondió. "Soy incorregible en lo que tiene que ver con aseo de la casa".

"Ahora, si logro encontrar café para los dos, ¿te importaría compartir una taza conmigo?, le preguntó con un tono alegre en su voz y se movió hacia la cocina, mirando a su alrededor, buscando el café y la cafetera.

"Claro que no me importaría", dijo ella con entusiasmo y lo siguió. "¿Te gustaría que te ayudara?", añadió.

"Solo si puedes encontrar la cafetera cariño", dijo él con su cabeza apareciendo entre los estantes que tenían la puerta abierta.

"Se dice que dos pares de ojoso ven mejor que uno", comentó ella y se puso de pie.

Dejó su boina sobre la silla, antes de buscar alrededor la cafetera perdida. Christian estaba ocupado abriendo y cerrando alacenas y cajones. Sus ojos viajaron por la gran habitación. Se detuvieron en la gran mesa en donde la cafetera italiana estaba escondida entre copas altas de vino.

"Aquí está", le dijo con satisfacción en su voz.

"¡Eres un ángel!", le dijo él y tomó la cafetera de sus manos. Sin demorarse añadió en ella el café y el agua.

"Te preguntarás cómo me las arreglo para vivir solo", le dijo mientras esperaba que el café se preparase y se rio con su espalda girada hacia ella.

Ella se acercó, apoyándose en la barra de la cocina, observando sus movimientos.

"Oh… todo es cuestión de organizarse, supongo", comentó ella. "Eso… o encontrar una mujer", añadió y la risa de ella los envolvió.

Él se giró con dos tazas de café expreso humeante, y cubos de azúcar en los lados y la miró.

"Si tienes una sugerencia sobre lo último… por favor compártelo", sus palabras salieron despacio, mientras pasaba la taza de sus manos a las de ella. Sus dedos se tocaron, haciendo que Candy se concentrara más para no tirar la taza.

"Una vez la tenga… te lo haré saber", le respondió con un gran acopio de calma.

Se sentaron. Ella lo hizo en el sofá y Christian acercó una silla hacia ella. Disfrutaron de su café, hablando acerca de todo habido y por haber. Ella se sintió bastante relajada en su compañía para variar, y la idea de posar para él se asentó confortablemente en el fondo en su mente.

Así pasó una hora. Sus tazas estaban vacía, con solo algunos pozos de café en el fondo. Christian las tomó y las dejó en el piso. Ella se dio cuenta cómo todo era muy fácil y libre para él, aún la cosa más mundana, decidiendo dejar las tazas en el piso. Le gustaba esa característica de él. Pensó que debía ser muy liberador vivir tu vida de esa manera. Su mirada viajó de las tazas a Christian. Se dio cuenta de que él la observaba, pero sus ojos no le decían nada.

Pero fue suficiente para que su nerviosismo regresara como un golpe en el estómago.

"Entonces…", él empezó a decir, "¿Estás lista para que comience a pintarte?"

"Eee… creo que sí", dijo ella y sonrió tratando de ocultar los sentimientos encontrados que tenía internamente.

Era solo una pintura, se dijo a sí misma, tratando de asegurarse de que era algo normal que algunas personas hacían.

"Vale", dijo él y se puso de pie. Se movió hacia el lienzo en blanco que había colocado en el caballete. "Tengo una bata en mi cama… para cuando te desvistas", le dijo, como si fuera la cosa más natural para decirle.

"¿Una bata?", le preguntó ella. Todos sus reconfortantes pensamientos se desvanecieron en el aire, como una bocanada de humo.

"Pero claro… Rose, yo dibujo principalmente desnudos, creo que te lo dije antes", le dijo. Sus ojos eran juguetones, dándose cuenta de los sentimientos vacilantes de ella, que coloreaban el tono de su voz.

Candy no añadió nada a su comentario, pero su garganta se sentía tan seca como algodón en rama.

"No me digas que eres una puritana…", añadió él en voz baja, como si esto fuera un secreto entre ellos y sonrió, "Créeme, cuando pinto, miro a mis modelos con ojos de artista y nada más".

Su comentario sobre "ser puritana" la dejó molesta, así que se levantó con toda la confianza que pudo reunir.

"Dejé mi mojigatería hace mucho tiempo amigo", comentó, con su voz apagándose un poco al final.

Le llevaba a antiguas y difusas escenas de su pasado. Su mano se movió por si sola y tocó su propia mejilla, casi sintiendo una cachetada que había olvidado. Los ojos de Christian cayeron intensamente sobre ella por un segundo, preguntándose si ella podría hacerlo.

"De acuerdo, dime cuándo… y yo empezaré a preparar mis colores"

Ella caminó hacia la habitación, decidida a hacerlo. De alguna manera ésta liberación de todo le parecía importante.

"Puedes empezar Christian, volveré en un momento", dijo con seguridad. Le dedicó una última mirada antes de irse a la habitación. Él ya estaba preparándose, comprobando diferentes tubos de pintura.

La habitación de Christian tenía el mismo estado de desorden que el que había en la habitación central. Con diversas cosas, un par de gruesos cojines y ropa tirada aleatoriamente por todos lados. Libros en de la mesa de noche, un cenicero en el suelo, al lado de la cama. Ella observó su cama sin hacer; las sábanas blancas de algodón estaban todas enredadas, su almohada aún ahuecada donde su cabeza había descansado la noche anterior.

Allí estaba. Una bata azul oscuro de seda, extendida, puesta allí para ella sobre la cama. La recogió. Sus manos estaban casi temblando. La tela suave se deslizó entre sus dedos fríos. Una nube de mariposas estaban danzando en su interior.

Las noches de verano en Escocia… Ella dejó salir un suspiro y apretó sus labios. ¡No existía la vieja Candy! Se repetía internamente como un mantra mientras empezaba a desvestirse.

Varios minutos después apareció de regreso en la habitación. Con su cabello revuelto y sus mejillas del color de las cerezas de verano. Descalza, vistiendo solo la bata de seda, caminó lentamente hacia él. Sus ojos se movieron de sus pinturas a ella. Una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios, mientras absorbía si imagen vistiendo la bata.

"Rose… eres bella", comentó simplemente, con su voz más profunda y suave de lo usual.

Un destello de inseguros sentimientos y expectación nerviosa parpadeó en sus ojos verdes en respuesta a su comentario.

"Gracias Christian… ¿en dónde… quieres que me siente?, le preguntó, mientras controlaba su voz, que pensó era más baja que el fuerte latido de su corazón que estaba experimentando en ese momento. Deseó que su rostro no estuviera totalmente rojo, pero se sentía caliente. Christian desvió sus ojos de ella sin prisa y observó el sofá rojo de terciopelo.

"Ahí", le dijo y caminó hacia el sofá, girándose para observarla. "Quiero que te pongas sobre tu vientre. Con tu cara girada mirando hacia mí. Tus manos escondidas bajo tu barbilla, como si estuvieras durmiendo", le dijo mirándola con expectación.

Ella tragó en seco en silencio. Christian notó su nerviosismo.

"¿Te gustaría un vaso de agua primero?", le preguntó suavemente.

"Sí…", respondió ella con voz de agradecimiento.

Él fue al grifo y le trajo un vaso de agua fría. La observó un poco mientras la bebía con fervor, se giró y caminó de regreso hacia sus lienzos.

"Cuando estés lista Rose…", le dijo, dándole tiempo para que se quitara la bata en paz.

Ella sintió la ternura de su actitud a pesar de incitarla a seguir avanzando, por lo que se sacó en silencio la bata, y acostó sobre su estómago en el sofá, con su piel desnuda entrando en contacto con la tela aterciopelada. Se sentía agradable. La piel de su columna se erizó. Estaba desesperada por calmar su corazón cuando él se giró para examinarla. Aún si él sentía algo, su cara se veía seria y concentrada.

Él se acercó, mirándola desde los pies subiendo hasta la cabeza. Se arrodilló en frente de ella, tomó sus manos y las puso exactamente en dónde quería que las pusiera bajo su barbilla, acomodadas en el hueco de su cuello. Los dedos de Christian estaban fríos y eran ligeros. Los ojos de Candy se posaron firmemente en su rostro, mientras él observaba su pose desde cada ángulo. Ella sintió como si se hubiera tragado el sol.

"Me encantan tus pecas Rose… como se extienden por tu piel…", dijo él, dirigiéndole una dulce sonrisa, y sus ojos mirándola fijamente. "Ahora cierra tus ojos…", le ordenó con una voz suave, todavía arrodillado en frente de ella.

Ella hizo todo como él se lo indicó, casi conteniendo la respiración al mismo tiempo. Y escuchó su voz de nuevo.

"Encuentro que las líneas del cuerpo de una mujer son increíbles, cuando duerme de esta manera. La curva del cuello…", le dijo. La palma de su mano se acercó a su piel, ella pudo sentir su calor.

"Las largas líneas de la espalda, curvándose suave y profundamente hacia el valle de la cintura…", continuó él y su mano viajó hacia abajo.

Ella podía sentir el aire de sus movimientos como una caricia que despertaba, dibujando una línea invisible a lo largo de su silueta.

"Las líneas suaves ascendentes de las nalgas…", añadió y continuó atormentándola internamente aún más, mientras sus manos se movían más lentamente cuando pasaban sobre ellas…, "terminando en esbeltas y fuertes piernas", concluyó y su mano descansó finalmente en sus pantorrillas, que estaban cruzadas.

Su toque fresco sobre su piel caliente la hizo casi saltar del sofá. Sintió que él se había levantado.

"Va a ser una pintura muy bella, Rose", dijo al cabo de un momento mientras ella oyó cómo el trataba de aclarar el tono ronco de su voz detrás del lienzo.

Christian tomó primero un pequeño lápiz gastado, y empezó a esbozar el contorno. Sus ojos la observaban, aún recostada como si estuviera durmiendo. Su imagen estaba tomando forma en la blancura de la tela estirada de lino. Pero ella podía sentirlo mirándola todo el tiempo. Sin poder evitarlo sintió que sus músculos se tensaban.

Después de diez minutos, era obvio para Christian que ella no podía relajarse. Posó su lápiz, su mirada sobre ella era tierna, mezclada con un deseo controlado. Era increíble para él cómo se había mantenido en calma hasta ahora. Ella se veía inocente y vulnerable, y al mismo tiempo en ascuas. Él enterró los dedos en su pelo, echándolo hacia atrás. Parecía pensativo. Apretó sus labios antes de tomarle solo dos pasos para estar al lado de ella. Candy abrió sus ojos y lo vio arrodillado a su lado, con sus dedos quitando los rizos de su cara.

"Rose… necesitas relajarte, cariño", le dijo mientras su dedo pulgar le acariciaba la frente.

Ella elevó su cabeza y levantó un poco su cuerpo, con sus brazos cruzados delante de sus senos. En sus ojos él podía notar la decepción, la frustración y la duda. Todo era muy claro en esas aguas color esmeralda dentro de ellos.

"De verdad que estoy tratando Christian…", dijo casi disculpándose, con sus mejillas enrojecidas.

Los ojos de Christian se posaron sobre los de ella por un momento, examinándolos. Él se levantó.

"Ponte la bata de nuevo…", le dijo antes de desaparecer en su cuarto, dejándola sin una oportunidad de preguntar nada.

Ella se puso de nuevo la bata, sintiéndose confundida. "¿Estaba él rechazándola? ¿Lo había desilusionado?, pensó y trató de combatir sus lágrimas de frustración. Estallar en lágrimas sería la peor humillación para ella en ese momento. Respiró varias veces de manera profunda. Un segundo después él volvió a la habitación. Se detuvo y miró la cara inquisitiva de ella. Una débil línea había aparecido entres sus cejas.

"No te apures", le dijo y su dedo tocó el pliegue en la frente de Candy por un breve momento antes de dirigirse hacia la cocina. "Nos relajaremos juntos", continuó diciendo y volvió con una botella de vino tinto y dos tazas de porcelana.

Se inclinó sobre ella mientras Candy se sentaba en el sofá y le ofreció una de ellas.

"Lo siento…", se disculpó, "no hay vasos…", continuó él, mientras miraba todos los que estaban sucios sobre la mesa. Ella tomó la taza de sus manos.

"Por mí está bien, no necesitas disculparte", le remarcó y sonrió.

Él se sentó en la silla, justo como antes, sacó el corcho de la botella y llenó sus tazas con vino.

"Por dejarse llevar", dijo él mientras la miraba a los ojos y chocó su taza con el de ella.

"Para dejarse llevar", repitió ella, manteniendo su mirada fija en él, con una sonrisa sincera aflorando de sus labios.

Christian amaba su sonrisa, fue una de las primeras cosas que lo había atraído hacia ella. Nunca en su vida él había visto esa sincera y calurosa bella sonrisa.

Los dos tomaron un sorbo y él puso las tazas en el suelo. Metió su mano en el bolsillo y sacó una pitillera de plata y una pequeña bolsa con marihuana. Iba a liar un porro esparciendo la hierba sobre el tabaco. Ella observó el ritual completo con interés. Nunca había tenido la oportunidad de fumar marihuana. Christian pasó la lengua por el papel de liar. Añadió un filtro improvisado, puso el porro sobre sus labios y lo encendió. Tomó una gran calada y entornó los ojos, reteniendo el humo en su interior por unos segundos, siempre mirándola, mientras exhalaba sin prisa. Tomó una calada más y le pasó el porro a ella, quien dudó un poco en tomarlo.

"No te preocupes, está suave", le comentó ante su indecisión. "Nos ayudará a relajarnos", añadió con una sonrisa y dejó salir el humo. Ella soltó una risita.

"Es lo que necesito entonces", dijo e imitó sus movimientos.

Ella sintió que su garganta se atragantaba debido al humo, por lo que no pudo mantenerlo en su interior por mucho tiempo. El olor dulce de la marihuana impregnaba el aire. Un par de minutos después empezó a sentirse placenteramente adormecida, y toda la situación le parecía realmente divertida. Le sonrió a Christian, quien la observaba sonriendo con sus ojos. Ella tomó otra calada y se lo pasó de nuevo. Él se movió hacia adelante para tomarlo de sus dedos.

"¿Por qué quisiste hacerlo Rose?", le preguntó en el momento en que tomó otra bocanada del porro.

"¿Qué quieres decir?", le preguntó ella, sintiendo que todos sus músculos se relajaban.

"Posar para mí… ¿por qué quisiste hacerlo…?", repitió, y apagó el porro en el cenicero, dejándolo allí, mientras tomaba un sorbo de su vino.

"Bueno, quise experimentar como era", le respondió y tomó de su vino también.

"Ya veo…", añadió él.

"Entonces, tú no querías ver qué tan lejos podrías llegar con algo tan intimidante como posar desnuda para un tipo que acabas de empezar a conocer", le dijo y sus ojos la miraron intensamente.

Ella no podía dejar de sonreír, a pesar de sus preguntas.

"Eso también… supongo", dijo ella y trató de calmar la risa que salía de su garganta.

"Eso también…", repitió Christian.

"Estás preciosa cuando te ríes", bromeó, cambiando de tema.

"Eso también me lo han dicho en el pasado", respondió ella y echó hacia atrás los rizos rebeldes que caían sobre su cara.

"Lo suponía…", remarcó él.

"¿Cómo te sintientes ahora?, le preguntó, mientras empezaba a reírse también.

"¡Me estoy sintiendo genial!", le dijo y dejó caer su espalda en el sofá, sin darse cuenta del efecto que causaba en el estado de Christian, mientras las curvas de sus senos se veían a través de la bata abierta.

Él tomó el porro del cenicero y lo encendió de nuevo, tomando una última gran calada antes de pasárselo a ella. Era bastante pequeño ahora, así que ella lo tomó cuidadosamente con sus dedos.

"Con cuidado, estará caliente, no inhales demasiado", le dijo él. Candy escuchó y tomó dos pequeñas bocanadas antes de pedirle el cenicero para aplastar el porro en él.

Los dos tomaron un sorbo de vino de sus tazas. Sus ojos le sonreían a los de ella mientras lo hacían.

"¿Sería correcto asumir que te sientes relajada para posar de nuevo?, le preguntó lentamente con un tono juguetón en su voz.

"Ajá…", se las arregló para decir, mirándolo con atrevidos ojos húmedos, a la vez que los años de su antigua vida se esfumaban de su mente y alma por un breve momento.

Ella se sentía tan liviana como el viento… le gustaría ser parte de él. Nada importaba, todo era lo que era, viviendo el momento y solo eso. Sin pensar en el pasado. Sin preocuparse por el futuro. En ese perfecto momento del presente, sentía que podría encontrar la felicidad que había estado luchando por alcanzar, sin pensamientos que la atormentaran, u obligaciones.

Christian la observaba con ojos que ardían. El porro y el vino habían logrado relajarla, pero en él habían liberado los sentimientos que había mantenido controlados hasta ese momento.

Él se deslizó de su silla y se arrodilló frente a ella. Separó las rodillas de ella para ajustar su cuerpo entre ellas. Mantuvo las manos firmes sobre sus rodillas mientras su rostro se aproximaba al de ella, a la distancia de su aliento, y todo se vestía de verde para él, como hierba acariciada por una brisa suave.

Candy se sumergió en los ojos de él que la mantenían allí. Ellos eran del color del cielo de otoño, azul grisáceos y pálidos. Sintió la profundidad de la negrura de sus pupilas. El vello de la parte posterior de su cuello se erizó con el pensamiento de que si caía en esa negrura no podría encontrar el camino de regreso. Su respiración, una mezcla de vino y yerba acariciaba sus labios.

"¿Y… ahora?, ¿Cómo te sientes estando tan cerca de mí?", le preguntó él, con su voz baja y ronca en sus oídos, casi susurrando.

A ella le llevó un par de segundos despertar del trance de su mirada para responder a su pregunta.

"Me gusta", le dijo débilmente, quizás asustada por su propia confesión, mordiendo el borde de su labio por impulso.

"Te gusta…", le dijo él, y la piel de sus labios acariciaron los de ella que estaban húmedos.

Las palmas de sus manos se deslizaron por sus muslos hacia arriba, recogiendo la tela de seda, exponiendo su desnudez. Él anhelaba tocarla, sentirla.

"A mí también Rose… me gusta estar cerca de ti", le dijo.

Su boca cubrió la suya, explorando los sentimientos de ella, el momento. Él podía sentir bajo sus manos el ligero temblor de su cuerpo. Empujó su lengua dentro de su boca, moviéndose lentamente, saboreándola, bebiendo el dulzor de su humedad, su aliento caliente. Él se sentía al límite. Se preguntaba si detenerse, pero no tenía la fortaleza.

Ella parecía que quería ir más lejos, pero lo que él quería era ser cauteloso. Ya había escuchado que no había dejado a nadie intimar con ella, como si tuviera temor de permitirle a alguien acercarse… Que tenía miedo. Y como él no sabía por qué razón, había mantenido sus sentimientos bajo control, y las cosas de manera casual. ¿Eso contaría como sexo ocasional entre ellos? Diablos, podría ser genial, podría ser pasional y ocasional, por lo menos eso es lo que él tenía para mostrarle.

Él sintió que ella se movía más cerca, encerrándolo aún más entre sus piernas. Con sus manos abrazándolo alrededor de su cuello, y entrelazando sus manos entre su cabello sintiéndolo como seda. Las manos de él la tomaron por la cintura, incitándola a levantarse. Sus miradas se derretían con chispas de deseo.

"Ven conmigo…"

Él tomó su mano para guiarla hacia la habitación. Ella lo siguió embelesada, con el latido del corazón transformado en una palpitación salvaje. Él se giró para verla. Se movió hacia atrás, y se sentó en la cama, dejándola de pie frente a él.

Él abrió sus piernas para encerrarla entre ellas, mientras ella puso sus manos en sus hombros. Levantó su cabeza para observarla. Lo estaba mirando desde arriba, con rizos de su cabello dorado cayendo sobre él. Ella estaba sin palabras, con deseo en sus ojos, queriendo perderse en su amor. Bajó su cabeza queriendo besarlo una vez más, manteniendo sus ojos en los de él. La sentía de pie entre sus piernas, con sus palmas ahuecadas en las mejillas de su cara las deslizó hacia atrás, sumergiendo sus dedos en su cabello, echándolos hacia atrás, mientras los labios de ella tocaban los suyos, moviéndose lenta y vacilante primero, y de manera más apasionada después, torturándolo.

"Estoy loco por hacer esto Rose", le susurró en sus labios rojos entreabiertos. Los párpados de ella se cerraron y abrieron de nuevo, con su mirada centellante.

"No, tu no lo estás…", le respondió, rozando sus labios, "estamos solamente dejándonos llevar… ¿recuerdas?", adicionó antes de que los labios de él se separaran levemente, dejando que la lengua de ella se sumergiera en su boca, para probarlo.

Los besos de ella tenían fervor, poder, deseos de vivir. Él reaccionó apretando su abrazo sobre ella con sus piernas. Sus manos empujaron el rostro de ella una vez más hacia atrás, forzándola a que dejara de besarlo. Él vio la pregunta en sus ojos queriendo tranquilizarla. Deslizó los tirantes por sus hombros, sacándose la camiseta. Sentado, desnudo de su cintura para arriba miró su rostro nervioso y resplandeciente. Sus manos desataron el nudo de su bata, revelándole la belleza de su desnudez que yacía debajo. Sus manos viajaron por sus caderas. Se detuvo detrás de ellas, acoplándose a sus nalgas, apretándolas, con su dedo pulgar acariciando el comienzo de la línea entre ellas. Empezó a besar su vientre lentamente, deteniéndose con su lengua, atormentando su ombligo. Ella difícilmente podía mantenerse en pie, se sentía paralizada, sin aliento.

"Christian…", consiguió decir con una voz débil.

Él la miró hacia arriba, llevándose el dedo a los labios.

"Shhhh…", le dijo y sus ojos sonrieron.

Su palma tocó la suave piel de su vientre, con su dedo pulgar deslizándose hacia abajo entre sus rizos suaves, encontrando la ruta alrededor de su clítoris, provocándola. Escuchó su inesperado profundo suspiro. Su cabeza caía hacia atrás. El dominio sobre ella era fuerte, lo que hacía incluso más doloroso el deseo de liberación de su erección.

Como fuera, él estaba decidido a hacerla perder el control por una vez en su vida, para borrar todo de su mente, para liberarla de cualquiera que fuera el dolor del que estaba huyendo. Ella estaba húmeda de deseo. Él le besó el vientre una vez más, mientras deslizaba dos dedos dentro de ella, sintiendo su trasero tenso por su intrusión. Giró sus dedos dentro de su centro húmedo y sintió que las rodillas de ella temblaban, mientras con sus dedos se aferraba a sus hombros fuertemente.

"Christian… por favor…", le dijo sonando desesperada.

Él la observó perdida en el mundo de ambos. Sus ojos eran grandes piscinas claras, con llamas verde oscuro danzando en ellos. Él se levantó lentamente, con su cuerpo rozando el de ella. La sostuvo por la cintura con su brazo derecho mientras le sacó la bata con el otro y la besó de nuevo. Su beso era urgente, salvaje, pidiendo todo de ella. Ella se aferró fuerte a su cuello, poniéndose de puntillas para alcanzarlo, queriendo acercarse a su vida despreocupada, estar cerca de él.

Él retiró el cabello de su cara para observarla, sintiendo que su corazón quería estallar. La besó de nuevo pero suavemente esta vez, empujándola para que se recostara en la cama, antes de quitarse el resto de la ropa. Sacó un condón nuevo del cajón, se lo colocó y se puso sobre ella. Tomó las dos manos de ella y las juntó sobre su cabeza con su mano derecha. Su mano libre subió por su pálido muslo, mientras continuaba tomando sus labios hinchados con los suyos, con sus lenguas mezclándose la una con la otra. Su cuerpo desnudo estaba firme sobre el de ella, moviéndose, haciendo que ella lo sintiera en cada pulgada de su cuerpo, y su peso inmovilizando el de ella. Su rodilla separó las piernas de ella, para poder descansar entre ellas.

Él estaba besando la curva de su cuello, los huecos de sus fuertes clavículas. Su lengua siguió hacia abajo, haciendo círculos sobre uno de sus pezones erectos. Lo succionó, encerrándolo entre sus dientes, mientras jugaba con el otro con la palma de su mano izquierda. Él podía oír su respiración rápida y superficial, podía sentir la ligera curva de su cuerpo bajo él. Su erección frotando el hueso púbico de ella incrementaba la agonía que sentía. Los dos fueron llevados al éxtasis y a la tortura de su acto amatorio. Él guio su miembro erecto dentro de ella lentamente al comienzo, llegando hasta la mitad del camino antes de sacarlo, y regresando, penetrándola más profundamente esta vez. Ella soltó un grito, lágrimas indeseadas empezaron a caer desde los bordes de sus ojos.

Christian mantuvo la cabeza de ella entre sus brazos, con sus codos descansando al lado de los hombros de ella, con sus ojos del color de un cielo herido. Él le limpió las lágrimas con sus dedos, besándola, reluciendo con sienes sudorosas.

"Déjalo ir cariño… déjalo… déjame amarte por esta noche…", le susurró con voz ronca en su oído.

Los ojos de ella buscando los de él, escuchando sus palabras.

"Si lo deseo Christian", le dijo, con sus labios temblando.

Él la besó con el más tierno de los besos, como si tocara la flor más frágil, mientras todavía estaba dentro de ella.

"Entonces hazlo… deja ir el peso de tu alma… piensa. Somos solo dos seres humanos haciendo el amor dulcemente… nada más… permítete sentir", le dijo mirándola amorosamente a los ojos.

Con el sonido de sus palabras, ella abrazó fuerte su cuello con sus brazos, presionando sus senos contra su pecho desnudo, queriendo que no quedara una pulgada entre ellos. La expresión de necesidad y confianza de ella le confirmaron que no había vuelta atrás en cuanto a lo que estaba sintiendo por esta joven, que estaba justo allí en sus brazos. Él la atrajo por la cintura y empezó a mecerse dentro de ella suavemente, con movimientos profundos.

"Abraza tus piernas alrededor de mi…", le pidió suavemente y ella obedeció a sus palabras.

Él la sostenía ahora firmemente, moviéndose juntos, intensificando su penetración. Se estaban perdiendo a sí mismos, no había palabras entre ellos, solo compartían sus suspiros sin aliento y gemidos, siendo transferidos a otras dimensión con solo el placer que existía entre ellos, entregándose el uno al otro.

Él la sostuvo y se giró repentinamente dejando que ella quedara sobre él. Ella se mantuvo pegada a su cuerpo con sus dedos perdidos su cabello y moviéndose sobre él lentamente. Con sus pezones rozaba su pecho, mientras él la sostenía por sus caderas, guiándola, sosteniéndola fuerte con sus brazos, con senderos de sudor corriendo a lo largo de sus pechos. Él impulsó su cuerpo para quedar sentado frente a frente, mientras ella estaba sentada en su regazo, con sus piernas dobladas a los lados de su cadera.

Se miraron frente a frente, hipnotizados. Él la acercó hacia sí. Sus besos se habían vuelto furiosos. Sus manos deslizándose por la parte posterior del cuello de ella, enredándose en su cabello que olía a jazmines, mientras su miembro la llenaba internamente, ayudándola a moverse sobre él, sintiéndolo hasta su centro.

Candy estaba al borde de la razón, mirando al vacío que se expandía en frente de ella. Se sentía libre y liviana por primera vez en su vida. Se unieron en uno, en este mundo en donde solo ellos dos existían, estando allí el uno para el otro. El oleaje de liberación que Christian le ayudó a construir dentro de sí estaba a punto de desbordarla, inundando su ser, lavando todo su pasado.

Ella arqueó su cuerpo totalmente hacia atrás, mientras que Christian la sostenía por sus omoplatos, queriendo dispersar todas sus pesadillas de las profundidades de su alma. Él llegó al clímax dentro de ella. Con la fuerza de su liberación él gritó su nombre, mientras los dos se movían al unísono, con sus almas conectadas, alimentándose uno del otro. Sus gemidos de pasión se multiplicaron con las ondas orgásmicas que ondulaban rápidamente a través de sus cuerpos, con un hormigueo intenso que se esparció desde sus cabezas hasta sus pies, dejando atrás una calma entumecida, una sensación de plenitud y serenidad, mientras él se recostó con Candy sobre él, en sus brazos. La cabeza de ella enterrada en su cuello, él sintió su respiración profunda acariciando aún su piel.

"Christian… ", ella susurró suavemente mirándolo.

Él acarició su cabello con movimientos tiernos, mientras que con su otra mano la abrazó por la cintura, manteniéndola sobre él. Christian permaneció allí, mientras sentía que el sueño se apoderaba de él. Observó el techo con sus ojos grises, dejando que la experiencia se grabara en su memoria y en su corazón, llevándola con él para siempre.