Capítulo 11


Nueva York

10pm, en el teatro

Terry limpió el sudor de su cara con una toalla de algodón y la lanzó al perchero del vestuario. La representación de la noche había terminado. Yacía extendido en su sillón, con la camisa desabotonada, y un nuevo cigarrillo colgando de sus labios. Lo encendió, tomó una profunda bocanada, saboreándola, y la exhaló rápidamente. Dejó que su cabeza colgara en el espaldar de la silla. Miró hacia el techo con ojos fijos. Siempre se sentía calmado después de una actuación, casi vacío, pero en el buen sentido. Esa noche, quizás, esa calma tenía una raíz más profunda. Candy estaba bien y sabía en dónde encontrarla. Pensó que quizás era el destino que su compañía fuera a actuar en Londres. ¿Quién lo hubiera pensado?, él, sin embargo, necesitaría tomarse un poco de tiempo cuando llegaran a Londres. Les llevaría al menos un mes prepararlo todo para que la presentación estuviera lista. Quería tiempo para que él y ella se conocieran de nuevo desde el comienzo. No habiéndose visto por más de diez años… Era un largo periodo de tiempo que superar, aún cuando los sentimientos eran fuertes. También estaba por supuesto la fastidiosa preocupación de si sus sentimientos serían correspondidos por los de ella. Pero las palabras de la señorita Pony le daban ánimo. De momento, eran como una brisa sobre la que su esperanza se deslizaba. La emoción de reconectarse con Candy se esparcía desde su interior hacia los límites de su cuerpo. Pestañeó ante el sonido de un toque, y se irguió, mirando a la puerta.

"Entre", dijo con una voz ronca.

Robert entró con una sonrisa en su cara.

"Hijo mío… hijo mío… hijo mío… Qué actuación más maravillosa la de esta noche, ¿No es así, Terry?, le dijo entusiasmado.

Terry se rio con su entusiasmo. Esperaba que se mantuviera así con lo que le estaba a punto de decir.

"Me alegra que lo digas Robert, pienso que no estuvo mal…", respondió a su comentario con una sonrisa.

"Ey, te menoscabas Terry", y se acercó dándole palmaditas de orgullo en la espalda con tanto entusiasmo, que le sacó el aire de los pulmones, haciéndolo toser.

"¡Despacio, jefe!, ¡me matarás!", le dijo un poco sin aire y se giró hacia él.

"Realmente me alegra que te haya gustado la actuación", le dijo y le sonrió ampliamente, "Porque tengo algo que decirte", continuó.

"Oh, sí lo se Terry, por eso es que estoy aquí"

Terry agachó la cabeza, mirando hacia abajo y respiró hondo, levantando después sus ojos para encontrarse con los de Robert.

"Quiero algo de tiempo libre cuando lleguemos a Londres", le dijo.

"¡Por supuesto, Terry!, ¡No hay problema!", le comentó Robert.

"Por un mes completo…", le dijo Terry de corrido mirándolo una vez más.

La sonrisa de Robert se congeló en su rostro en un instante.

"¿QUÉ?, ¿POR UN MES COMPLETO?, le gritó a todo pulmón.

Terry hizo frente a la reacción de Robert.

"Sí", repitió firmemente, con la mirada calmada de quien ha tomado una decisión y no va a dar marcha atrás.

"¿Puedo recordarte que habrá ensayos?, le preguntó Robert severamente pero al mismo tiempo sonando nervioso.

Él sabía que sería difícil cambiar el parecer de Terry una vez que se había decidido por algo. La actitud de Terry frente a él no había cambiado.

"Tú sabes y yo sé que no necesito estar allí para los ensayos", le comentó

Por una vez Robert no estaba hablando.

"Te prometo que estaré presente en el ensayo general"

Robert dejó que su cuerpo cayera en la silla más cercana, antes de dejar salir el aire de sus pulmones.

"Terry…", fue lo único que dijo sabiendo que otro intento sería fútil.

Sintió que Robert no iba a tratar de hacerle cambiar su decisión. Sonrió con simpatía y palmeó el hombro de su jefe.

"¡Oh, Vamos Robert!, tú me conoces… siempre me han gustado los desafíos", le dijo con un tono reconfortante en su voz. Robert levantó sus ojos para observarlo.

"Lo sé, lo sé, por eso es que siempre estoy preocupado contigo Terry. Preguntándome cuándo encontrarás el siguiente desafío"

"Bueno, no hay por qué preocuparse esta vez. Por favor créeme cuando digo esto. Yo de verdad… de verdad necesito ese mes. Si no me desahogo, y cambio de aire, habrá preocupaciones mayores con las cuales enfrentarse, y no solo para ti, sino para mí también", le explicó Terry de la mejor manera que pudo, y se sentó de nuevo en su silla.

¿Cómo podría Robert estar en desacuerdo con lo que Terry le había dicho?, él siempre le había echado un ojo, junto con Eleonor. Desde que había vuelto a Nueva York y se había quedado al lado de Susana, siempre pensó que Terry estaba en la cuerda floja, haciendo equilibrios en el límite.

"Tu petición tiene que ver con Candice también, ¿verdad?", le preguntó Robert esta vez en voz baja y con un dejo de ternura.

Terry lo miró y le dio una sonrisa cansada. A estas alturas, era como un padre para él. Posiblemente Terry no le estaba diciendo todos los detalles, pero Robert había visto su mundo y no era estúpido. Él era capaz de entender lo esencial incluso con pocas líneas.

"Entre otras cosas…", respondió Terry simplemente.

Robert decidió que ya había escuchado suficiente. Él conocía la razón de la decisión de Terry. Por nada del mundo sería posible cambiarla. Se levantó y le hizo frente.

"Está bien Terry… Te librarás de nuestra compañía durante todo junio… pero es mejor que regreses… preparado", le dijo tratando de sonar estricto.

"Estaré allí Robert, y estaré preparado…", Terry trató de calmar sus preocupaciones.

Robert se quedó allí durante un par de segundos más, examinando el rostro de Terry como si estuviera pensando en algo, pero no dijo nada. Solo le dio las buenas noches y se fue.

Una vez más, había silencio al interior de su vestuario, con solo el ruido amortiguado de los operarios que venía desde fuera, preparándose para salir del local. Terry se sirvió un vaso de whisky, se lo tomó y se levantó para prepararse para salir también.

En su corazón, crepitaba un débil rayo de felicidad, haciendo contraste con el nerviosismo que se esparcía por su cuerpo. Había superado el primer obstáculo, el tiempo estaba empezando a correr… pronto tendría que superar el siguiente… el suyo propio… ya que tendría que reunir toda su fortaleza para ver a Candy de nuevo…


26 de abril de 1925

Estación Charing Cross, Londres

Dos semanas de dicha habían pasado para Candy, quien estaba ahora sentada en una de los bancos del andén en la estación de tren Charing Cross, fumando un cigarrillo, mientras esperaba el tren de Southampton. Estaba esperando recoger a Archie. Él iba a pasar seis meses en Londres para establecer la oficina de los Ardlay allí. Ella esperaba que Annie no se hubiera disgustado demasiado porque Archie la dejara atrás. Candy sacó del bolsillo de su abrigo el telegrama de Archie que contenía todos los detalles sobre su llegada y lo leyó una vez más. Todavía tenía media hora más de espera y no podía contener su felicidad. Con un rostro radiante miró rápido, a lo lejos, las manecillas del gran reloj de la estación, que colgaba del alto techo de vidrio sobre el andén. "¿Podía ser la vida mejor de lo que lo era en ese momento?", pensó con una opresión en el corazón.

Desde aquella crucial cita in el apartamento de Christian, se habían convertido en pareja. Aunque Candy insistió en que no habría ataduras entre ellos. Tan extraño como podría parecer para una mujer de la época el ver a un hombre de manera casual, no era un hecho tan atemorizante como el que se desarrollara un sentimiento más profundo por Christian, ya que solo deseaban pasar buenos momentos juntos. El sentimiento de libertad, vivir el momento como era su lema, dejando la cautela de lado, era simplemente estimulante, tanto que algunas veces se sentía ebria por ese sentimiento. Para ser honesta, y dadas sus experiencias pasadas, ella esperaba algún tipo de tragedia esperándola entre bastidores, si dejara que nacieran sentimientos más profundos por este hombre. Esta vez ella estaba decidida a no pasar por otra experiencia dolorosa, teniendo que recoger los pedazos una vez más cuando lo inevitable llegara.

Ella estalló en una sonrisa. Sus ojos eran como verdes valles bajo el sol cuando pensó en los cinco primeros días que había estado con Christian, encerrada en su apartamento, habiendo desaparecido de todos y de todo. Las únicas llamadas telefónicas las hizo a su amiga Marion, y a la sede de la organización benéfica, para informarles que no estaría disponible para asumir su turno de obligaciones por algunos días. Christian solo dejó el apartamento para buscar provisiones de comida y bebida. Durante esos cinco días ellos cocinaron, fumaron hierba, se abandonaron en largas conversaciones por placer, terminando por hacer el amor en cualquier lugar posible, dentro de los confines de su pequeño apartamento. Durante ese tiempo él continuó pintando su retrato, su obra maestra como la llamaba.

Ella sonrió, con su mirada, que se había tornado más pícara, al pensar en cuanto tiempo podrían haber continuado así, si no fuera por algunos amigos de Christian que se presentaron ante su puerta, preocupados por su ausencia. Ya que desde que Candy hizo sus llamadas telefónicas, habían desconectado el teléfono del todo, viviendo por un tiempo como si fueran las únicas dos personas del planeta. Christian los había dejado pasar, sintiéndose nervioso porque ella estuviera allí, pero ella aparecía, haciéndose amiga de todos. No le costó mucho ganárselos con ingeniosos comentarios y su franca manera de ser. Él se sentía eufórico y los invitó a quedarse a cenar. Cocinaron y rieron, mientras bebían copiosas cantidades de vino alrededor de la gran y firme mesa de la habitación principal y al final de la noche todos terminaron como grandes amigos.

Desde ese momento, los días se desarrollaron con felicidad y excitación, con Christian mostrándole a Candy un Londres diferente. Llevándola a lugares que ella no había visto o visitado antes. Pubs de artistas en Soho, en donde se sentaban, algunas veces escuchando canciones y otras veces poemas recitados en medio de unas cuantas pintas de cerveza negra. Había ocasiones en que alumnos aspirantes de filosofía se sentaban amontonados alrededor de una mesa, debatiendo con fervor las nuevas teorías políticas, hasta que los anarquistas hacían tal escándalo que el dueño del pub tenía que intervenir y restaurar el orden. Tantas personas, tantas ideas, nuevas y antiguas, todo y todos se unían a esos santuarios de alcohol y buenos momentos, todos ebrios y de buen humor, tanto así que hubiera sido imposible para Candy no infectarse del flujo de energía efervescente, de la primavera de la juventud de aquellas personas.

Compartieron cenas románticas en pequeños y acogedores restaurantes, establecidos por migrantes que llegaron a Londres desde las cuatro esquinas del continente, ofreciendo nuevos y exóticos sabores a su clientela. Adoraban probar nuevas cosas juntos, cada vez escogiendo un restaurante diferente para cenar. Otras noches se quedaban con amigos, visitando pequeños clubes de jazz y latinos, en donde bailaban durante horas. Christian le enseñó a bailar tango y ella amó cada minuto de aquello.

Durante el día, Candy reanudó sus turnos en Los Buenos Samaritanos y socializó de nuevo con su círculo de sus amigas, en donde usualmente insistían para que soltara todo sobre los últimos eventos ocurridos en sus salidas con Christian. Él se había atrevido a aparecer durante un receso de almuerzo en el centro benéfico, en donde fue invitado a comer con todas las chicas. Ni qué decir que para regocijo de Candy, ahora que lo pensaba mejor, él las había atrapado también con sus encantos.

Aunque también muchos de esos días él se encerraba en su apartamento para pintar, preparándose para su inminente primera exhibición. Había sido aplazada para comienzos de junio, pero aún así estaba nervioso por cumplir con el plazo de entrega. Si Candy estaba libre, y si el tiempo acompañaba, se aparecía en frente de su casa, con su auto y una canasta de picnic y lo abducía por un par de horas para alejar su mente del trabajo. Se detenían en cualquiera de los numerosos parques de Londres, y encontraban un lugar bonito para compartir su almuerzo al aire libre.

Era una lástima que Christian no pudiera unirse a ella hoy para conocer a Archie, su primo y mejor amigo. Pero tendrían tiempo para ello, pensó Candy para sí en el momento en que vio el tren acercarse al andén.

Con el silbido final, el tren se detuvo. La multitud de personas esperando en el andén se mezclaba con los pasajeros que salían de los vagones a un mar de coloridos y esperados abrazos y sonrisas. A través esta conmoción de felicidad reunida, Candy se estiró. Estaba de puntillas. Con su mirada vagó por el mar de gente hasta que lo vio. Su cara se iluminó. Elevó un brazo y gritó su nombre. Por fin él la vio y le mostró una amplia sonrisa. Los dos avanzaron rápidamente hasta que cayeron en los brazos abiertos de cada uno.

"¡Archie!", se las arregló para decir.

"¡Candy!", dijo él a la vez que dio un paso hacia atrás para permitirles mirarse uno al otro, después de haber estado separados por tanto tiempo.

"¡Oh… te ves muy bien Candy!", exclamó mientras sonreía.

"¡Bueno, tengo que decir que lo mismo va para ti Archie!", le respondió a su comentario halagador, viendo a su primo vestido con un traje azul marino y un corbatín de seda roja, dándole el familiar estilo de Archie.

Su primo se había transformado en un hombre muy atractivo, viéndose mejor que nunca, tenía que admitirlo. Archie podría ser considerado una estrella de cine simplemente por su apariencia. Pero más que nada, ella estaba eufórica de ver dentro de esos ojos suyos su alma buena que se reflejaba tan claramente, mostrándole cuánto le importaba ella. Candy lo abrazó fuertemente una vez más.

"¡Oh!, no puedo creer que estás aquí Archie!", le dijo en el momento en que lo soltó.

Estallaron en carcajadas. Sería genial disfrutar de la mutua compañía durante algunos meses en Londres.

"Candy, no has cambiado nada", le dijo Archie una vez dejaron de reírse.

"Hmm… hay algunas cosas que han cambiado Archie…", le dijo, guiñándole el ojo. "Ahora, es mejor que vayamos andando, debes estar exhausto", continuó sin dejar que el respondiera a sus palabras.

Salieron de la estación del tren de buen humor y se acercaron al auto de Candy.

"¡Oh!, ¡veo que tienes un Detroit eléctrico!, le dijo Archie mientras se giraba hacia ella, "un auto de mujer…", se burló.

Se sentaron en su singular cochecito, y Candy lo encendió.

"No sé de qué estás hablando Archie!, es un auto muy bueno, ¡Te lo demostraré!", le dijo con un tono defensivo en su voz.

"¡¿Muy bueno?! ¡Este carro tiene una velocidad máxima de 20 millas por hora! , "¡yo puedo caminar más rápido que eso Candy!, le dijo entre risas.

Iban de camino al hotel Savoy en Strand.

Candy giró a la izquierda, acelerando a lo largo de las calles de Londres, mientras lanzaba rápidas miradas a Archie, quien todavía se estaba riendo.

"¿Y qué hay de malo con eso mi querido primo?, ¿Hmmm?", le respondió, "Es excelente para manejar dentro de Londres y además como es eléctrico, no tengo que sacar músculos para darle manivela al motor y encenderlo", continuó, "Perfecto para mí", terminó y le ofreció una amplia y confiada sonrisa.

Entre esa suerte de bromas alegres arribaron al gran hotel Savoy en donde Candy le ayudó a instalarse en su suite de lujo. Su equipaje también acababa de llegar. Compartieron té y "scones" en el salón de la suite, conversando sin parar, poniéndose al día con la vida de cada cual. De repente el gran reloj de plata de la chimenea marcó las cuatro de la tarde. Candy miró a Archie sorprendida.

"Ya son las cuatro, lo siento Archie, estuve hablando y no me di cuenta de que querrás recostarte un rato", dijo sonando culpable.

Archie observó su cara preocupada. Sí, estaba cansado, pero al mismo tiempo muy contento de poder verla y conversar como en los viejos tiempos. Era verdad, aquellos tiempos habían cambiado. Su amor por ella se había transformado en un gran deseo de protegerla, recordando más el amor entre hermanos. Pero para Archie, considerando todos los terribles golpes bajos que le había propinado el destino cruel, sin importar a quienes había borrado de su vida, Candy era la persona más cercana a su corazón, su verdadera y única familia, aparte de sus padres, quienes estaban la mayoría del tiempo ausentes en su vida, cuidando los negocios familiares. Él sentía todo eso por ella y honestamente, esos sentimientos le hacían estar agradecido por haberla conocido.

"Por favor, no quiero escucharte decir esas cosas cariño. Tú no sabes lo feliz que estoy por verte de nuevo", le dijo tratando de alejar su preocupación.

El rostro de Candy se calmó al instante y le ofreció una sincera y calurosa sonrisa.

"Lo mismo para mí querido Archie", le dijo y se levantó, tomando su abrigo del sofá, "pero debo insistir, te dejaré descansar por algunas horas y vendré a recogerte para cenar, ¿de acuerdo?", le preguntó mientras los dos se dirigían a la puerta de la suite.

Ella se detuvo delante de él y se volvió para mirarlo.

"¿7:30 está bien para ti?", le preguntó.

"Perfecto Candy", le dijo con una sonrisa.

Él tomó el pomo de la puerta y la giró para abrirle la puerta.

"Permíteme…"

"Siempre tan caballero… ¡gracias Archie!", le respondió y giró para mirarle.

Se dieron un beso en la mejilla, antes de reír una vez más, aún no creyendo que él estaba allí realmente.

Candy lo dejó para que descansara y de manera alegre retomó su camino a casa. El sol de la tarde brillaba de manera gloriosa en el pálido cielo azul y la vida afortunadamente era simplemente excelente pensó, mientras empezó a silbar una alegre melodía sentada detrás del volante de su pequeño auto.


Chelsea, Londres

Apartamento de Christian, 7:30pm

Él dio un paso atrás observando la pintura medio terminada de los campos de Grantchester. No sabía si le gustaba o no, pero no tenía el lujo del tiempo para pensar más sobre la pintura. Sacó su reloj de bolsillo dándose cuenta que ya eran las siete y media de la tarde. Limpió sus manos manchadas de pintura con una tela antes de dirigirse al teléfono. Era la hora. Marcó un número y esperó en la línea.

"El Gallo y el Toro, habla el dueño", una voz gruesa y brusca respondió el teléfono.

"Busco a Bill Pike… ¿está allí?", respondió Christian.

"Un segundo…", dijo el hombre, antes de escucharlo gritar el nombre del hombre al interior del pub.

"Viene en camino…"

"Gracias, amigo", le respondió Christian y esperó.

"¿Hola?"

"Soy yo Billy…"

"Sí, sí, el pajarito volará esta noche", le dijo el hombre en voz baja.

Christian podía imaginarlo sonriendo y lo mismo hicieron sus ojos con el sonido de su voz.

"Tom Foolery* estará esperando por mí… ¿verdad Bill?", le preguntó, su cara volviéndose seria de nuevo (*Tom Foolery eran joyas en la jerga del extremo este de Londres).

"estará, estará amigo… gato y ratón* estará tranquilo", le respondió (*gato y ratón=casa)

"¿Algunos patos y gansos* alrededor?", le preguntó Christian de nuevo (*patos y gansos= policía).

"No… lo comprobé toda la semana, estarás bien, estarás bien", le dijo el hombre.

"Excelente. Iremos por allí para verte en dos*…", le respondió Christian. (* quiere decir en dos días).

"Bien, bien… nos vemos amigo", dijo Billie y colgó.